YALLOP, David
In nome di Dio. La
morte di Papa Luciani
Tullio Pironte Editore, Napoli 1985, 338 pp.
(t.o.: In God's Name, Jonathan Cape LTD,
London 1984).
Un libro desmentido
1. In God's name es un libro-escándalo sobre la muerte del Papa Juan Pablo I, acaecida el 29-IX-1978. En la contraportada se anuncia que el autor, después de tres años de investigaciones, ha logrado demostrar que se trató de un asesinato, y que en este libro expone las pruebas.
Poco después de su publicación, el 12-VI-1984, la Oficina de Prensa del Vaticano hizo la siguiente declaración oficial: "Diversos órganos de prensa están dando relieve al libro In God's name de David Yallop, publicando fragmentos y comentarios. Suscita estupor y reprobación que se hayan podido incluso únicamente formular en un libro hipótesis que cualquier persona que conozca los hechos y las personas no dejará de encontrar absurdas y fruto de la fantasía".
Público
2. Por las características del libro, es evidente que el autor se dirige a un público con escasa información sobre la Iglesia en general y sobre los hechos que relata en particular. A una persona informada le bastaría leer el Prefacio (pp. XI-XIII), para advertir que se trata de una obra gravemente calumniosa. El autor —del que se dice en la contraportada que es "católico romano"— instrumentaliza un hecho bien doloroso, la muerte repentina de Juan Pablo I, para atacar y denigrar violentamente a la Iglesia, al Romano Pontífice y a numerosas personas e instituciones.
Tema
3. Los hechos reales, que proporcionan argumento al libro, son bien conocidos:
a) el fallecimiento de Juan Pablo I. Elegido Papa el 26-VIII-78, murió treinta y tres días después, en su habitación, durante el reposo nocturno. Los médicos señalaron sin ningún género de duda la causa de la muerte: infarto de miocardio. Diariamente fallecen por este motivo muchas personas en el mundo, y es tan conocido que para determinarlo no se precisa la autopsia, más aún si no existe razón alguna para pensar que la muerte haya sido provocada. Según el autor, en cambio, el Papa fue envenenado. ¿Es una conclusión a la que ha llegado, o un punto de partida? Después de leer el libro, no queda la menor duda de que se trata de lo segundo;
b) las relaciones del IOR ("Istituto per le Opere di Religione") y de su presidente, Monseñor Paul Marcinkus, con dos banqueros —Roberto Calvi y Michele Sindona— que han sido acusados y perseguidos judicialmente por delitos monetarios. Estas relaciones son un hecho real, como lo es el fallecimiento de Juan Pablo I; pero no se puede afirmar —como hace el autor— que, porque existieron fueron ilegales; lo mismo que no se puede afirmar que el Papa fue asesinado porque falleció.
La tesis de Yallop
4. Para una persona sin opiniones preconcebidas y que se atenga únicamente a la realidad de los hechos, estos dos sucesos —a) el fallecimiento de Juan Pablo I; y b) las relaciones del IOR con otros bancos— aparecen con toda claridad como independientes entre sí. Para David Yallop, por el contrario, están íntimamente relacionados. Según él, la causa de la muerte de Juan Pablo I habría sido ocultar las supuestas operaciones económicas ilegales llevadas a cabo entre el IOR y el Banco Ambrosiano que presidía Roberto Calvi. Veamos las "pruebas" que ofrece Yallop.
Informadores secretos
4. El "Prefacio" es ya revelador de la clase de libro ante el que nos encontramos. Así comienza: "Este libro, resultado de casi tres años de intensa investigación, no existiría sin la ayuda preciosa y la colaboración de muchas personas y organizaciones. Muchos han consentido en ayudarme sólo con la condición de no ser identificados públicamente. Como en los precedentes libros que he escrito, respeto el deseo de mis informadores" (p. XI; traducción al castellano de la versión italiana). Añade que, si revelara los nombres de sus informadores, pondría sus vidas en peligro, pues los asesinos de Juan Pablo I "tienen aún la capacidad de matar" (p. XI).
La técnica es muy conocida. Sin decir cuál es la fuente de sus "informaciones" el autor puede tranquilamente inventarse cualquier cosa, sin peligro de ser demandado ante los tribunales. El libro está lleno de "revelaciones" que el autor afirma haber obtenido de buena fuente, mezcladas con otros datos ciertos, muy conocidos. Un lector atento tiene enseguida la impresión de que las fuentes de información del autor son sustancialmente dos: los periódicos y su imaginación.
Para disimular esa impresión de libro inventado, Yallop emplea un sistema que merece atención. Después de haber dicho que no puede revelar el nombre de sus informadores, señala: "Estoy profundamente agradecido a ellos y a todos los que siguen, que con el mayor respeto considero la punta de un iceberg: Profesor Amedeo Alexandre... (sigue una lista de varias docenas de nombres)" (p. XI). Si la frase se lee por encima, parece que los numerosos nombres citados son los de sus informadores, lo cual daría apariencia de seriedad al libro. Pero no es así. Yallop dice: "Estoy profundamente agradecido a ellos (a los supuestos informadores) y a todos los que siguen...". No se sabe cuál es la relación de estos últimos con el libro. El autor dice sólo que les está agradecido, aunque la frase puede hacer pensar falsamente que esas personas le han informado; de este modo —obsérvese con atención— también evita que esas personas o instituciones puedan demandar judicialmente al autor.
Yallop sabe que entre sus lectores habrá un buen número de católicos, y trata de mostrarse respetuoso en la página siguiente: "Este libro no es un ataque a la fe de millones de devotos secuaces de la Iglesia. Lo que ellos consideran sagrado es demasiado importante como para dejarlo en manos de hombres que han contribuido a arrastrar el mensaje de Cristo al fango de un mercado, con una conspiración que ha tenido un espantoso éxito" (p. XII). Es decir, Yallop se presenta casi como un defensor de la fe y de los católicos ante los delitos de quienes gobiernan la Iglesia. Hay que decir que el autor no salva a nadie. Insulta al Papa actual, llamándole hipócrita (cfr. p. 314 y p. 268), e incluso se atreve a decir que puede ser culpable de los crímenes que denuncia en su libro (cfr. p. 297). Por otra parte, como diremos después, no pierde ocasión para atacar numerosos aspectos de la doctrina católica, especialmente las enseñanzas sobre el matrimonio y la castidad contenidas en la Encíclica Humanae vitae de Pablo VI.
Contenido
6. El libro consta de un Prólogo, siete capítulos y un Epílogo. En el Prólogo se plantea en términos generales el argumento del libro; el autor da por sentado que Juan Pablo I fue asesinado y señala quiénes pudieron ser los culpables y por cuáles motivos.
En el capítulo I, El camino hacia Roma relata someramente la vida de Albino Luciani, antes de su elección como Romano Pontífice. Se detiene particularmente en dos puntos, en los que identificará más adelante los móviles del supuesto asesinato: a) afirma que el Card. Luciani era favorable —aunque no lo manifestara, por obediencia hacia Pablo VI— a permitir el uso de anticonceptivos; y b) señala que existía un enfrentamiento entre el Card. Luciani y los dirigentes del IOR, a causa de la venta de la Banca Católica del Veneto al Banco Ambrosiano. En ambos casos se trata de las premisas que sirven al autor para construir una trama del tipo de las novelas policíacas, asegurando que Juan Pablo I tenía grandes enemigos en el Vaticano.
El capítulo II, El trono vacante, es muy breve. Se refiere al período de tiempo entre el fallecimiento de Pablo VI y el inicio del Cónclave para elegir a su sucesor (del 6 al 25 de agosto de 1978). Presenta un ambiente lleno de intrigas, parecido al de una campaña electoral, que deforma totalmente la realidad. Entre otras falsedades, dice que el Card. Luciani compartía las ideas de Hans Küng sobre la conveniencia de cambiar las enseñanzas de la Encíclica Humanae vitae. Hipótesis pintoresca, que sólo parecerá creíble a quien ignore quién es Hans Küng: un profesor de teología al que, por los errores que mantiene, la autoridad eclesiástica ha negado el permiso de enseñar teología católica. Su pensamiento está en las antípodas del de Juan Pablo I, como puede verse comparando los escritos de ambos. Como Yallop supone que sus lectores carecerán de conocimientos teológicos, se permite hacer una afirmación semejante.
El capítulo III, muy breve como el anterior, se titula En el Cónclave. Se refiere a la elección del Card. Luciani como Juan Pablo I, el 26-VIII-1978. Se caracteriza por el tono político, y por la ausencia de cualquier consideración sobre la Iglesia de orden trascendente. La elección del Papa habría sido el resultado de un compromiso entre los diversos grupos presentes en el Cónclave, de modo semejante a como sucede en la vida política o económica. La elección de un Papa, momento en que se manifiesta particularmente la acción del Espíritu Santo en la Iglesia con toda su misteriosa grandeza, parece, en la descripción de Yallop, la elección del presidente de una empresa.
El ofensivo título del capítulo IV, Vatican Incorporated, anuncia su contenido. Sesenta y cinco páginas para ilustrar una calumnia: que la Santa Sede es una especie de poderosa "multinacional" dedicada a toda clase de negocios, lícitos o ilícitos, para aumentar su dinero y su poder. Yallop habla de las inmensas riquezas del Vaticano, de cifras fabulosas de dinero, de tesoros ocultos, etc., y se mofa de la pobreza predicada por la Iglesia. Según él, todas las declaraciones oficiales sobre los bienes de que dispone la Santa Sede —cifras bien modestas, siempre en déficit que se cubre fatigosamente cada año con las limosnas de los fieles— son falsas, trucadas, etc. ¿En qué se basa? ¿Qué datos tiene? Recordemos que no puede decirlo. Sus fuentes de información son secretas; no puede delatar a sus confidentes. El lector tiene que pasar por la palabra de Yallop. De todas formas algunas cosas son tan inverosímilmente exageradas, que incluso al más crédulo lector le resultarán imposibles de aceptar. Por ejemplo: "El Papa estaba de acuerdo incluso en adquirir acciones de sociedades cuyos productos eran incompatibles con la doctrina católica. Productos como bombas, carros armados, pistolas y contraceptivos podían ser condenados desde el púlpito, pero las acciones que el Vaticano compró en las sociedades que los producían, ayudaron a llenar la caja fuerte de San Pedro" (p. 99). Y también: "Cuando en 1935 Mussolini necesitó armas para la invasión de Etiopía, una cantidad considerable le fue proporcionada por una fábrica de municiones que había sido adquirida por el Vaticano" (p. 100). Todo esto sin nombres ni datos de ninguna clase... Y más aún. La imaginación de Yallop se desborda. Acusa a la Iglesia de haber favorecido al fascismo y al nazismo, por intereses económicos. Naturalmente, no menciona que el Papa Pío XI —por supuesto, antes de la Segunda Guerra Mundial— publicó la Encíclicas Non abbiamo bisogno contra el fascismo, y Mit brenender Sorge contra el nazismo. En lugar de estos datos, ofrece calumnias. Según Yallop, Pío XII fue un aliado de Hitler (p. 100). Evidentemente, cuenta con que el lector no conoce la historia de la última guerra mundial. Existen centenares de libros que demuestran cómo la Iglesia se opuso al nacionalsocialismo de Hitler, dato que ningún historiador serio pone en duda. La explicación de Yallop es que la Iglesia apoyó a los dos bandos, diciendo a cada uno que la guerra que combatía era una guerra justa. ¿Se puede creer esto? ¿Dónde están los mensajes del Papa o de los Obispos que lo prueben? En este caso, Yallop no puede excusarse diciendo que sus informadores deben pemanecer secretos. Se trata de hechos históricos que no puede probar, simplemente porque son falsos: meras calumnias.
En este capítulo el autor dedica también varias páginas a difamar a Mons. Paul Marcinkus. Véase el razonamiento de Yallop: "Si es verdad lo que afirma Freud, que la personalidad se forma en los cinco primeros años de la vida de cada hombre, entonces Paul Marcinkus merece un atento estudio por parte de los expertos. Aún en el caso de que alguien sea contrario a la opinión de Freud, pocos pueden negarse a admitir que el ambiente es sin duda lo que más influye en los años de la formación. Marcinkus nació en una ciudad (Chicago) gobernada por la Mafia, en la que los asesinatos se sucedían cotidianamente y la corrupción estaba presente por todas partes: desde el alcalde hasta los jóvenes (...). Marcinkus había nacido en el suburbio de Cicero, el 15-I-1922. El año siguiente, Al Capone (...) trasladó su cuartel general a Cicero..." (pp. 106-107). Es decir, según Yallop está claro: Marcinkus nació en Chicago, en tiempos de Al Capone, luego es un delincuente. Bastaría esta cita para darse cuenta de qué clase de libro es éste, y dar por terminada la recensión.
El resto del capítulo lo dedica el autor a los supuestos negocios ilegales de Mons. Marcinkus con los banqueros Calvi y Sindona. Más adelante nos referiremos a este tema, que está presente también en los capítulos sucesivos.
Los treinta y tres días es el título del capítulo V, para referirse al tiempo que duró el pontificado de Juan Pablo I. El autor expone su idea sobre la oposición del Papa a la Encíclica Humanae vitae de su predecesor Pablo VI, tema del que hablaremos con ocasión del capítulo siguiente. Se refiere asimismo a los motivos que el Cardenal Cody, Arzobispo de Chicago —otro de los sospechosos de Yallop— habría tenido para asesinar a Juan Pablo I: fundamentalmente, el temor a perder su puesto, a causa de diversos escándalos. Yallop parece no preocuparse de que la conclusión roce lo absurdo. ¿Quién puede creer que un Cardenal habría asesinado al Papa por miedo a ser destituido? Sin embargo, Yallop afirma esto y otras muchas cosas más; por ejemplo: "El Vaticano no tiene rival en el campo del espionaje: piénsese en el número de curas y de monjas esparcidos por el mundo, cada uno de los cuales debe obediencia a Roma" (p. 197). No hay duda de que quien crea esto, aceptará también lo que dice Yallop sobre el Cardenal Cody en el resto del capítulo.
El capítulo VI, Estamos asustados trata sobre la muerte del Papa, el 26-VIII-78. El mal gusto del autor alcanza aquí su cota más elevada. Para él está claro que fue asesinado, utilizando un veneno. ¿Qué motivo tiene para pensar así? Ninguno. Varios médicos certificaron que la causa del fallecimiento fue un infarto de miocardio. Pero Yallop protesta de que no se hiciera la autopsia del cadáver, ya que, en caso contrario, se habría demostrado que el Papa había sido envenenado. Sin embargo, a estas alturas del libro, el lector no puede evitar la impresión de que Yallop lo habría escrito igualmente aunque se hubiera realizado la autopsia: quizá diría entonces que no se hizo bien, o que los resultados fueron falseados, o cualquier otra cosa. El capítulo termina señalando los posibles asesinos: "Villot, Cody, Marcinkus, Calvi, Sindona, Gelli: cada uno tenía un válido movente" (p. 258).
El primero es, pues, el Cardenal Jean Villot, Secretario de Estado del Papa (ya lo era con Pablo VI). Según Yallop, "Villot habría podido asesinar para salvaguardar su posición de Secretario de Estado, para proteger a otros hombres que estaban a punto de ser sustituidos, y sobre todo para evitar la furiosa polémica que se habría desencadenado si Albino Luciani hubiera tomado posición públicamente sobre el problema del control de la natalidad" (p. 258). Detengámonos un momento en este tema, recurrente en el libro. El autor parece ignorar que el mismo Juan Pablo I había nombrado Secretario de Estado al Card. Villot, al día siguiente de su elección como Papa (cfr. Carta del 27-VIII-78, en Insegnamenti di Giovanni Paolo I, p. 22), y que estos cargos, en la Santa Sede, suelen durar muchos años. Por otra parte Villot era ya anciano (murió pocos meses después de Juan Pablo I). ¿Es posible pensar que asesinara al Papa que le acababa de nombrar Secretario de Estado, para conservar su cargo? Según el autor, sí. Y señala dos motivos. Dice que el Papa se había enterado de que el Card. Villot pertenecía a la masonería; y además, señala que Juan Pablo I era contrario a la doctrina enseñada por Pablo VI en la Enc. Humanae vitae y favorable a permitir el uso de anticonceptivos. En cambio Villot defendía la doctrina de Pablo VI. Ahora bien, para cualquier persona medianamente informada esto es absolutamente increíble. Examinémoslo brevemente:
a) el autor se refiere a la publicación de la Encíclica Humanae vitae como "una de las acciones más desastrosas provocadas por la Iglesia Católica Romana, más aún (...) que la declaración de la Infalibilidad Papal en el s. XIX" (p. 31). Recuérdese que Yallop había afirmado en el Prefacio que respetaba la fe católica; pocas páginas después, quedan claras sus verdaderas ideas. De modo despectivo se burla a continuación de que Pablo VI, "célibe y septuagenario", haya podido enseñar algo sobre el control de la natalidad, y se inventa una teoría para quitar valor a la Humanae vitae: "Albino Luciani leyó la Encíclica con creciente desagrado" (p. 31), pues el que sucedería a Pablo VI —insiste— era favorable a los anticonceptivos. Además, sabía —según Yallop— que el Vaticano obtenía abundantes beneficios de una sociedad que fabricaba anticonceptivos (cfr. p. 33): es decir, los prohibía con una mano y los vendía con la otra. En definitiva, Albino Luciani deseaba cambiar este estado de cosas. ¿Qué ha de pensar el lector ante afirmaciones de este tipo hechas sin ninguna clase de pruebas? Yallop asegura que las pruebas existen, pero que no las puede mostrar. Que Juan Pablo I era contrario a las enseñanzas de la Humanae vitae, constaría —según Yallop— en varios escritos suyos. ¿Cómo es que no se conocen? He aquí lo que sucedió, según el autor, después de la elección del Papa: "Cuando la Curia se pone en movimiento es una máquina formidable. Su eficiencia y velocidad dejarían sin respiración a los servicios civiles. Los hombres de la Curia Romana se presentaron en la Universidad Gregoriana e hicieron desaparecer todas las notas y documentos relativos a la época de estudiante de Luciani. Otros miembros de la Curia fueron a Venecia, Vittorio Veneto, Belluno. La Curia se presentó en todos los lugares donde había estado Luciani. Todas las copias del informe de Luciani sobre el control artificial de nacimientos fueron secuestradas y puestas inmediatamente en los archivos secretos del Vaticano" (p. 172). Francamente, para creerse estos despropósitos hace falta una confianza ilimitada en Yallop. Según él, un argumento a favor de su teoría es que, "durante su pontificado Luciani no hizo ninguna referencia a la Humanae vitae" (p. 173). ¿Qué responder? Efectivamente, en los pocos discursos de su brevísimo pontificado, Juan Pablo I no hizo mención explícita de la Enc. Humanae vitae, como tampoco hizo mención del Concilio de Trento, ni de muchos documentos del Conc. Vaticano II, etc., sin que de esto pueda deducirse, evidentemente, que no estaba de acuerdo con las enseñanzas que contienen. Además, de modo implícito sí que reafirmó las enseñanzas de la Enc. Humanae vitae en el discurso del 21-IX-78, que contiene en dos ocasiones una llamada a vivir íntegramente la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia (cfr. Insegnamenti di Giovanni Paolo I, p. 78), de la que forma parte la Enc. Humanae vitae;
b) en segundo lugar, decir que el Card. Villot pertenecía a la masonería es ya algo insólito; pero afirmar que, al mismo tiempo, era masón y contrario al uso de anticonceptivos es, para quien sepa qué es la Masonería, contradictorio; y decir que un masón pudo haber asesinado al Papa porque éste quería autorizar el uso de anticonceptivos, es simplemente una hipótesis ridícula que no merece comentario. Sin embargo Yallop lo afirma —ya en el Prólogo (cfr. p. 5) y en otros muchos lugares del libro— como una de las ideas centrales de su libro.
En el último capítulo, Las ventajas de un asesinato. Negocios como de costumbre, Yallop trata de mostrar que el móvil más probable del crimen fue esconder las estafas realizadas por los banqueros Calvi y Sindona, manejados por Licio Gelli, jefe de la logia masónica P2, con la intervención de Mons. Marcinkus y de la "Banca Vaticana" (así llama al IOR). La mayor parte del capítulo lo dedica el autor a los negocios de Calvi, Sindona y Gelli. Con seguridad, hay datos inventados y absurdos (por ejemplo, en p. 273, afirma que el grupo terrorista de extrema izquierda "Prima Linea" asesinó al juez Alessandrini, en 1979, por cuenta de alguno de los citados banqueros, lo cual es tan contradictorio, si se tiene en cuenta la ideología de unos y otros, que ni siquiera fue formulado como hipótesis durante el juicio por este crimen). No podemos detenernos aquí en señalar otros datos falsos. La acusación central es que Mons. Marcinkus, Calvi, Sindona o Gelli asesinaron al Papa para encubrir las operaciones ilegales del IOR con otros bancos. Sobre este tema, baste decir que:
a) en 1983 se instituyó una comisión de cinco expertos financieros de reconocida competencia y prestigio internacional, presidida por el suizo Philippe De Weck, para dar un dictamen sobre las operaciones económicas realizadas entre el IOR y el Banco presidido por Roberto Calvi (Banco Ambrosiano). Esta comisión, después de varios meses de estudio de toda la documentación, declaró que el IOR no tenía responsabilidad alguna en las operaciones económicas ilegales realizadas por el Banco Ambrosiano;
b) después de la muerte de Juan Pablo I, todas las investigaciones acerca de las relaciones financieras entre el IOR y el Banco Ambrosiano han seguido su curso, y el Papa Juan Pablo II ha mantenido en su cargo de presidente del IOR a Mons. Marcinkus, manifestando con este gesto que no existe ninguna prueba de su responsabilidad en las operaciones ilegales del Banco Ambrosiano. No se entiende, por tanto, el móvil del supuesto homicidio. Pero esto es lo de menos para Yallop. Lo importante es que le ha dado ocasión para calumniar a la Iglesia y al Papa, y para obtener sustanciosos beneficios del millón y medio de ejemplares que ha vendido de este triste libro.
7. ¿Cómo se ha defendido la Santa Sede de las gravísimas acusaciones contenidas en el libro de Yallop? En el "Prefacio a la edición italiana", el autor dice que el Vaticano "no ha conseguido demostrar que las afirmaciones, los datos y las opiniones contenidas en este libro son falsas" (p. XV). Es el método de los calumniadores: lanzar la mentira y exigir al calumniado que demuestre su inocencia; si no lo hace, querrá decir que es culpable. Ya lo usaron los fariseos contra Jesús. Pero el Señor no se defendió de las calumnias que sus anudadores no podían demostrar y guardó silencio (cfr. Mt 26,63). Esto mismo es lo que ha hecho la Santa Sede ante el libro de Yallop: limitarse a declarar que es falso, sin argumentar la defensa. La justicia exige que el acusador presente pruebas de su acusación; si no las tiene, él mismo puede ser acusado de difamador. Pero hoy día, más que en otros tiempos, calumniar puede ser un negocio; y si el calumniado se defiende, el negocio puede ser mayor aún. Lo que interesaría a David Yallop es que la Santa Sede hiciera caso de sus afirmaciones: así la publicidad aumentaría considerablemente las ventas del libro. Por otra parte, si las acusaciones del autor hubieran tenido algún fundamento, habrían dado lugar a una investigación oficial, como sucede con frecuencia en países de occidente a partir de informaciones de la prensa. En este caso, ni ha habido investigación alguna, ni a nadie con un mínimo de seriedad se le ha ocurrido solicitarla en base a las "revelaciones" de este libro, que tan claramente se descalifica a sí mismo.
J.L.D. (1987)
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