WILSON,
Edmund
TO
THE FINLAND STATION
New
York, Farrar, Straus and Giroux, 1972; con introducción del autor fechada en
1971 (la primera edición es de 1940).
INTRODUCCION
El crítico literario Edmund Wilson pertenece a la
generación de intelectuales americanos simpatizantes del marxismo en los años
siguientes a la crisis económica de 1929. Como muchos de sus contemporáneos,
Wilson nunca fue marxista convencido; al simpatizar con los movimientos
revolucionarios y socialistas, mantuvo siempre una cierta distancia de ellos.
Así es que To the Finland Station, al dibujar, en una serie de estudios,
la historia del socialismo, no es propiamente una apología de la filosofía
marxista, ni mucho menos del sistema instaurado en la Unión Soviética. Más bien
representa una esperanza de un mundo mejor, que superara las injusticias
sociales: «as Trotsky prophesied, the first really human society»[1]. Años más
tarde, en la introducción a la edición de 1972, Wilson explica su punto de
vista de entonces, y nota cómo sus esperanzas no se han realizado[2].
PRESUPUESTOS
Para comprender el espíritu en el que Wilson escribe sus
reflexiones, es interesante tener en cuenta los presupuestos intelectuales y
culturales de los que parte. Se trata de las «ideas de base» del liberalismo
americano, muchas de las cuales se han convertido en una especie de fondo común
de la «tradición liberal» en Estados Unidos. Entre estos elementos se
encuentran:
—
una actitud humanista, es decir, centrada en el
hombre, que tiende a rechazar cualquier noción de lo sobrenatural más o menos
instintivamente; la dimensión religiosa es rechazada como una idea del pasado;
—
la preocupación social, que busca exclusivamente
el bienestar material del hombre, a veces consecuencia de compasión, otras
veces el resultado de una actitud sentimentalista;
—
la «fe» en el progreso del hombre, que no es
consecuencia de una filosofía razonada, sino una actitud basada en el
sentimiento; sin embargo, esta fe en el progreso tiende a acercar a los
intelectuales como Wilson al historicismo de los revolucionarios marxistas;
—
el rechazo de cualquier norma moral de carácter
absoluto que, en la práctica, lleva al establecimiento de otros «dogmas»,
en lo político y en lo social.
Estos presupuestos intelectuales son el trasfondo de To
the Finland Station y colorean la historia socialista hecha por Wilson.
Ayudan a ver cómo, aún simpatizando con el marxismo, Wilson tiende a rechazar
lo que hay de «filosófico» en el sistema[3]. Su ideal
sería más bien utilizar el marxismo «quitándole la iniciativa a los
comunistas», para crear una sociedad más justa. Así, en To the Finland
Station los revolucionarios aparecen como figuras heroicas, no por sus
ideas, sino más bien por su ardor combativo.
El que sea así se explica además por el enfoque personal
de Wilson, debido, sin duda, a su trabajo como escritor y crítico literario: en
casi todo el libro, las personas, los hechos, las ideas, son tratados como
literatura. Da la impresión de que lo que determina muchas de las actitudes del
autor es la calidad literaria de su tema, la capacidad que tiene de ser objeto
de literatura. De la misma manera, su apreciación de los escritos que cita
depende en gran parte de la calidad literaria que Wilson vea en ellos[4].
CONTENIDO
To the Finland Station es una obra más bien
«fragmentaria», una serie de ensayos sueltos, con un mismo tema general. De
hecho, algunos capítulos del libro fueron publicados aparte, antes de formar
parte de To the Finland Station. En general, se trata de una serie de
estudios históricos, biográficos y literarios que pretenden trazar la historia
del socialismo, desde el historiador francés Jules Michelet hasta la llegada de
Lenin a San Petersburgo en 1917; de ahí el título del libro. Entre sus
descripciones, que tienden a lo concreto y a lo anecdótico, Wilson intercala
sus propias reflexiones. Quizá lo más notable de todo el libro sea el talento
del autor para captar y transmitir el «sabor» de una anécdota, una
conversación, un lugar determinado. Al intentar generalizar tiende en cambio a
la vaguedad: el lector saca la impresión de que siempre hay algo
«sobreentendido» que habría que explicar. Además, en muchos casos se trata de
impresiones personales que —como admite el mismo Wilson— no reflejan ni una
interpretación de la historia ni el pensamiento del personaje en cuestión[5].
En esquema, To the Finland Station consta de tres
partes:
1. El pensamiento revolucionario en Francia, con
varios capítulos dedicados a Michelet, seguidos de una sección titulada «La
decadencia de la tradición revolucionaria en Francia», dedicada a Taine, Renan
y Anatole France.
2. Una sección central, dedicada sobre todo a Marx y
Engels, pero incluyendo también varios capítulos que tratan de los
«precursores» de Marx: Gracchus Babeuf y los «socialistas utópicos».
3. Una tercera parte dedicada exclusivamente a Lenin y
Trotsky.
Dentro de este esquema Wilson coloca una abundancia de
material anecdótico, como por ejemplo las relaciones de Marx con Proudhon (pp.
181-184) o Lasalle (pp. 268-297) o la misma descripción de la llegada de Lenin
a Rusia; To the Finland Station, curiosamente, termina con una anécdota.
Gran parte de este material es relativamente de poca importancia para la
comprensión del libro. En cambio, es interesante notar los puntos principales
que subraya Wilson en cada sección.
MICHELET
En To the Finland Station, Jules Michelet aparece
como un descubridor de principios fundamentales de la historia. Sus
descubrimientos los atribuye Wilson a una intuición sacada de la lectura de las
obras de Vico: «the social world is certainly the work of men»[6]. A partir
de esta intuición, Michelet, según Wilson, desarrolla una visión de la sociedad
como un todo orgánico, con sus propias leyes de desarrollo: visión que se
encuentra en las distintas partes de la Historia de Francia, de
Michelet, que para Wilson es una obra monumental. Su juicio se debe en gran
parte al valor literario que ve en Michelet: su capacidad de ver la historia
con la actitud de los que la han vivido, de pasar de lo individual y anecdótico
a una síntesis general y viceversa (cfr. pp. 24-26).
La
decadencia de la tradición revolucionaria en Francia
Después de tratar extensamente de Michelet, Wilson
dedica unos capítulos a Taine, Renan y Anatole France. Estos tres escritores,
representantes del liberalismo del siglo XIX, son tratados con desprecio;
Taine, Renan y France representan —según el autor— el anquilosamiento de la
burguesía, un «cul-de-sac» en la historia. La reacción en contra de este
liberalismo produce, según Wilson, los movimientos literario-artísticos del simbolismo
y del dadaísmo que, a su vez, llevan al deseo de sujetarse a una ley
y a una disciplina: «The next step from Dadaism was Communism; and one or two
of the ex-Dadaists, at any rate, were serious enough to submit themselves to
the discipline of the Communist Party»[7].
Los
primeros socialistas: Babeuf y los socialistas utópicos
La segunda parte de To the Finland Station comienza
con un capítulo titulado «Babeuf’s Defense», que trata de Gracchus Babeuf, un
revolucionario francés del tiempo del Directorio. Wilson no insiste en
las ideas socialistas contenidas en los principios de la «sociedad de iguales»
fundada por Babeuf, sino en la defensa de éste ante el tribunal del Directorio,
que no es más que una acusación al gobierno por haber «traicionado» los
principios de los enciclopedistas y de la Revolución.
Sigue una
sección dedicada a los llamados «socialistas utópicos» como Saint-Simon,
Fourier y Robert Owen, que fundaron comunidades basadas en principios
socialistas, con la idea de reformar toda la sociedad a partir de estos
núcleos. Wilson admite que los socialistas de esta generación fueron por lo
menos un poco excéntricos; simpatiza con su utopismo romántico (él mismo, en To
the Finland Station, muestra un fondo de romanticismo), pero ve en ellos un
error fundamental: querer influir en la sociedad desde unas comunidades
pequeñas, en vez de procurar cambiar el todo de la sociedad.
MARX
Y ENGELS
La parte central de To the Finland Station es,
naturalmente la dedicada a la vida y a las obras de Marx y Engels. Wilson
procede, en esta parte, de una manera más o menos cronológica y biográfica,
insertando muchos detalles ambientales de la vida de estos dos autores. Para
resumir estos doce capítulos, quizá sea útil dividir el material contenido en
distintos temas[8].
— Antecedentes y personalidad de Marx y Engels: Especialmente
en los primeros capítulos de esta sección, pero también
de
modo incidental en otros, Wilson procura dar una impresión de Marx y Engels en
cuanto a su personalidad. En el caso de Marx, considera como hecho importante
su origen judío; en él encuentra dos elementos que «explican» su actuación
revolucionaria y su capacidad de influir en los demás: por una parte, Marx
—según Wilson— ha heredado de su raza la preocupación moral, y en este sentido
habla con la voz de un profeta del Antiguo Testamento; por otro lado, su origen
judío le hace el defensor de todas las clases desheredadas. Junto con sus
orígenes de raza[9], Marx aparece
como influido especialmente por la filosofía hegeliana que estudió en Berlín y
Bonn; filosofía que caracteriza Wilson del siguiente modo: «the abstractions of
the Germans... are like foggy and amorphous myths, which hang in the gray
heavens above the flat land of Königsberg and Berlin, only descending into
reality in the role of intervening gods» (p. 142). Otros elementos de la
personalidad de Marx resaltados en To the Finland Station incluyen su
intransigencia tiránica y su incapacidad de ganar el sustento con su trabajo[10]. Así, el
retrato de Marx que nos traza Wilson es el de un genio filosófico, dotado de
una gran capacidad mental teórica, heredero tanto de la tradición judía como de
la del idealismo alemán, sin capacidad ninguna para lo práctico, pero poseedor
de un fervor revolucionario que da fuerza a todos sus escritos.
En lo que se refiere a Engels, Wilson es bastante más
breve, pero presenta quizá una imagen más clara de su personalidad. Engels
aparece como miembro rebelde de una familia de industriales de estricta
tradición protestante. Contra esa tradición desarrolla su espíritu
revolucionario, al mismo tiempo que, de su experiencia como gerente de una de
las industrias familiares en Manchester saca una simpatía por el proletariado
(huelga decir que Marx no tuvo una experiencia directa del mundo de la
industria; ese elemento lo aporta Engels). Quizá se pueda añadir una
observación incidental que hace Wilson: la tradición protestante, con su
predicación fervorosa y más bien negativa, deja su huella en Engels, en cuanto
que la «predicación» de los revolucionarios asume el mismo tono; sólo que el
pecado y el infierno son sustituidos por el mundo del capitalismo y de la
burguesía. Y, de paso, se podría añadir que, aunque queda clara la simpatía de
Wilson por la personalidad de Marx —con el viejo argumento de que una persona
más «tratable» sería incapaz de instaurar la revolución (cfr. pp. 178 179)—,
para el lector resulta mucho más atrayente la personalidad de Engels, que, en To
the Finland Station, es retratado como un hombre con sincera preocupación
por los problemas sociales de su tiempo.
— Hechos biográficos e históricos: La sección
sobre Marx y Engels abunda en material biográfico y, en gran parte, anecdótico.
En algunos casos, Wilson utiliza el elemento biográfico como modo de explicar
las personalidades de Marx y Engels; en otros, la anécdota sirve como
presentación de algún aspecto de la teoría marxista. Así, después de trazar los
orígenes de los dos escritores, llega al momento de su colaboración —el primer
encuentro entre Marx y Engels lo considera como un momento clave de la historia[11]— en el
que los dos se dan cuenta de que se complementan perfectamente; de allí en
adelante, hasta la muerte de Marx, se tratará, no de uno o de otro de ellos,
sino del «equipo Marx-Engels». Los capítulos que siguen son una mezcla de datos
históricos, explicaciones teóricas y reflexiones personales de Wilson. En el
terreno de los hechos de la vida de Marx y Engels, Wilson resalta, por un lado,
sus controversias con distintos socialistas y revolucionarios: Proudhon, al que
Marx, y también Wilson (pp. 181-184), achaca el moverse en el terreno de las
abstracciones; Weitling, atacado por Marx por haber intentado la revolución
según un patrón distinto del modelo marxista[12]; Lasalle,
personalidad extravagante que llegó a ser miembro del parlamento alemán[13]; y el
anarquista Bakunin[14]. También
aparecen detalles de la vida personal y familiar de Marx, con sus trabajos
periodísticos, sus exilios y largas épocas de miseria y con los períodos de
aislamiento y tragedias familiares; así como referencias a los hechos
históricos: las revoluciones de 1848-49, la Commune de París[15], etc.
—
Filosofía y teoría del marxismo: En medio de su
relato biográfico-histórico, coloca Wilson su exposición de la teoría marxista,
dedicándole dos capítulos enteros —The Myth of the Dialectic» y «Karl Marx:
Poet of Commodities and Dictator of the Proletariat»— y secciones de otros
varios capítulos. Dada la naturaleza del marxismo, y también la manera
fragmentaria de su exposición en To the Finland Station, es difícil
sacar en claro lo que realmente entiende Wilson de la filosofía marxista. Se
podría resumir aproximadamente de la siguiente manera:
Basándose en la dialéctica hegeliana, que Marx y Engels
toman en sustancia como artículo de fe, la filosofía marxista pretende estudiar
la realidad como exclusivamente material y regida por leyes económicas. En esta
realidad, que es social por esencia, una serie de movimientos dialécticos
llevan a un punto «crítico», en el que el proletariado, explotado hasta el
máximo, es forzado a una postura revolucionaria. La revolución
consiguiente será el camino a una síntesis final, que consistirá en una
sociedad sin clases, que es el fin principal: «the real bottom of
Marxim.../is/...the assumption that class society is wrong because it destroys,
as the Communist Manifesto says, the bonds between man and man and prevents the
recognition of those rights which are common to all human beings» (p. 357).
Al paso que explica la doctrina del marxismo, Wilson va
haciendo sus observaciones personales. Reconoce claramente que Marx y Engels
adolecen del mismo utopismo que han repudiado[16], y que su
teoría se base sobre unas premisas aceptadas gratuitamente[17]. También
queda claro que Marx y Engels se interesan más por la destrucción de la
sociedad de clases, a la que achacan la injusticia social, que por la
construcción de un sistema social justo: éste vendrá ya de por sí[18]. Además,
Wilson hace ver con claridad las inconsistencias del análisis económico de
Marx, especialmente en cuanto se refiere a la teoría de la «plusvalía»: está
claro, incluso para Marx y Engels, en algunos de los escritos citados que el
valor de una mercancía, por ejemplo, no es determinado exclusivamente por el
trabajo necesario para su producción[19]. Y no
deja de achacar a Marx y Engels la falta de realismo al describir la naturaleza
de los hombres, pues si se presenta la ocasión, el proletario llegará a ser tan
«adquisitivo» como el burgués[20].
Pero quizá el punto principal de la crítica que hace
Wilson se centra en el mecanismo fundamental del marxismo, la dialéctica. Para
Wilson, la dialéctica es el «mito religioso» que lo explica todo: cuando hay
alguna inconsistencia en el sistema o en su aplicación, se recurre a la
dialéctica como a un deus ex machina que lo explica todo[21]. Y no
deja de mostrar cómo el esfuerzo por aplicar la filosofía marxista, por parte
de algunos científicos como Bernal o Haldane, es más el resultado de una
convicción de tipo cuasi-religioso que de un esfuerzo por conocer la realidad[22].
Lenin,
Trotsky y la revolución en Rusia.
La tercera parte de To the Finland Station consta
de seis capítulos dedicados a los revolucionarios rusos. Siguiendo el mismo
sistema que utilizó para presentar a Marx y Engels, Wilson explica los
antecedentes de Lenin y Trotsky[23] y su
entrada en el movimiento revolucionario, pasando luego a narrar la historia de
su actuación. Merece una atención particular el cuadro confuso de las alianzas
hechas y rotas sucesivamente con los distintos elementos revolucionarios rusos
en el exilio: primero la «vieja guardia» de Plekhanov, con quien colaboró Lenin
en la publicación del periódico revolucionario Iskra, y con quien rompió
después; y luego la facción de Martov, que fue incluso amigo personal de Lenin
antes de la rotura entre los mencheviques y los bolcheviques[24].
En estos capítulos, Lenin aparece como el headmaster,
el revolucionario que enseña a los demás, con una fuerza de carácter y una
unidad de motivación que, al final, son vindicadas por la historia en el
momento de su llegada a la estación de Finlandia en San Petersburgo. Hay un
paralelo claro con la figura de Marx: en los dos casos, Wilson presenta la
imagen del revolucionario convencido de la razón de su teoría y dispuesto a
ponerla en práctica a cualquier precio, que pasa por el exilio, el aislamiento
y la rotura con sus colaboradores, para llegar a la vindicación final.
Los capítulos dedicados a Trotsky trazan su encuentro
y colaboración con Lenin —menos estrecha que la de Marx y Engels, ya que Lenin
y Trotsky se encuentran enfrentados el uno con el otro, en varios momentos de
la historia compleja del movimiento revolucionario ruso— y algunos puntos
teóricos, en particular la «fe en la historia» de Trotsky (pp. 508-512), su
sentido por el historicismo marxista. Pero, en toda esta parte, Wilson se
detiene poco en lo teórico o filosófico: la imagen que presenta de Lenin y
Trotsky no es la de pensadores que originan un sistema, sino de «hombres de
acción» que, con una fe inflexible en el sistema, trabajan por ponerlo en
práctica.
VALORACION
CIENTIFICA
To the Finland Station es un libro ameno, algo
sentimental y retórico, pero con cierta fuerza en la descripción y transmisión
de los sentimientos e impresiones personales de su autor. Quizá por eso ha
tenido bastante popularidad en Estados Unidos, especialmente en círculos
universitarios, como una introducción no muy especializada y relativamente
fácil de leer, a la vida, obras y pensamientos de los revolucionarios
marxistas.
Sin embargo, la fuerza literaria de algunos pasajes o
capítulos no queda compensada por el carácter «deshilvanado» del libro.
Naturalmente, no pretende ser un estudio sistemático; pero, de todos modos,
como en el resto de los escritos del mismo autor, se nota una carencia de
unidad. El resultado es que To the Finland Station no es ni biografía,
ni historia, ni mucho menos exposición o crítica de teoría social, sino un
conjunto de todos estos elementos, donde no predomina claramente ninguno de
ellos. Quizá la mejor descripción del libro sería «una serie de impresiones
personales sueltas, de un crítico literario enfrentado con el marxismo».
Visto desde este punto de vista —de impresiones
personales y subjetivas—, To the Finland Station, a pesar de la calidad
técnica literaria que pueda tener, tiene poco valor como exposición de hechos o
de ideas. En cuanto a los datos históricos, suelen ser ciertos, aunque siempre
queda la sospecha de que Wilson escoge los que coinciden con sus impresiones y
que los «colorea» según sus prejuicios —por ejemplo, los prejuicios
antirreligiosos[25]—.
En cuanto a las ideas, él mismo admite en ocasiones, que su exposición es
puramente personal[26].
Por otro lado, la
contradicción fundamental entre la admiración hacia las personas y su actuación
y el rechazo de la teoría marxista crean una impresión de incertidumbre. Es
verdad que los socialistas primitivos estaban algo locos[27]
pero ¡qué impresión produce en el autor el visitar la colonia socialista de Red
Bank y contemplar los ideales nobles de los que la fundaron![28].
Es verdad que Marx fue un tirano intransigente, y que su dialéctica no es más
que un mito que sustituye a la creencia religiosa, pero ¡qué fuerza tienen sus
escritos y sus ideales revolucionarios!
Si a esto añadimos los prejuicios fundamentales de
Wilson[29] y algunas
observaciones simplemente absurdas —como «a normally polite and friendly person
could hardly have accomplished the task which it was the destiny of Marx to
carry through»[30]—,
queda claro que el valor científico de To the Finland Station es
bastante limitado.
VALORACION
DOCTRINAL
La primera impresión que produce la lectura de To the
Finland Station es que este libro proporciona incluso una crítica
útil del marxismo. Como hemos visto, Wilson de hecho critica la filosofía
marxista, a veces severamente; en 1938, él mismo ya preveía que To tite
Finland Station «llenaría de horror a los marxistas»[31]. En la
introducción a la edición de 1972, Wilson añade además una crítica fuerte de la
Unión Soviética; y, en general, su tratamiento de los revolucionarios —a pesar
de la evidente simpatía que siente por ellos— no deja de mostrar los puntos
negativos.
Es verdad que la lectura de To the Finland Station
difícilmente convertiría a nadie al marxismo, y que incluso podría
apartar a algunos de esta filosofía. Sin embargo, quedan serios inconvenientes
desde el punto de vista doctrinal.
En primer lugar, están los prejuicios «liberales» del
autor, citados al principio de esta crítica. Su punto de vista esencialmente
humanista y antirreligioso, su rechazo de valores objetivos (aunque luego, por
necesidad de la naturaleza humana, acepte algunos valores como objetivos), y el
fondo de historicismo evidente en su obra, aceptados por el lector ingenuo,
llevarían a una falsificación de la realidad.
En cuanto a la preocupación social de Wilson, lo bueno y
lo moral se identifican con la eliminación de la pobreza, o con una
preocupación excesiva por bienes materiales que, con ser bienes, lo son sólo de
una manera relativa: la salud, el estado de la ecología, etc. De este modo se
cae en una «religión del hombre», que, necesariamente, es una religión sin
Dios.
Otro punto negativo del libro es la actitud de
admiración que siente Wilson por los revolucionarios. A pesar de no ser
marxista, es desde luego un admirador de Marx. Por lo tanto, no deja de aceptar
principios prácticos del marxismo, como, por ejemplo, el de la necesidad de
crear una nueva sociedad, o el de la oposición y lucha entre las clases
sociales. Y, en general, participa del «mesianismo social» de los
revolucionarios: al rechazar todo lo sobrenatural y aun espiritual, se busca
una «redención» en el orden natural, una utopía de «cielo aquí abajo» de algún
tipo.
Ni la fuerza del estilo literario, ni la crítica de la
filosofía marxista, compensan estos inconvenientes.
J.P.D.
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internos (del Opus Dei)
[1] Introducción, fechada en 1971, p.v.
[2] «We were very naïve about this. We did not foresee that the new Russia must contain a good deal of the old Russia: censorship, secret police, the entanglements of bureaucratic incompetence, an all-powerful and brutal autocracy. This book of mine assumes throughout that an important step had been made, that a fundamental «breakthrough» had occurred, that nothing in our human history would ever be the same again. I had no premonition that the Soviet Union was to become one of the most hideous tyrannies that the world had ever known, and STALIN the most cruel and unscrupulous of the merciless Russian tsars. This book should therefore be read as a basically reliable account of what the revolutionists thought they were doing in the interests of «a better world». Some corrections and modifications ought, however, to be made here to rectify what was on my part a too hopeful bias. What was permanently valuable —whatever that implies— in the October Revolution I cannot pretend to estimate». (Ibid., pp. V-VI.)
[3] Más adelante veremos cómo trata Wilson la teoría del marxismo. Un ejemplo de su actitud es el hecho de considerar la dialéctica como un mito de carácter religioso: «The Dialectic then is a religious myth, disencumbered of divine personality and tied up with the history of mankind» (p. 227). O, en la p. 221: «From the moment they (MARX y ENGELS) had admitted the Dialectic into their semi-materialistic system, they had admitted an element of mysticism.»
[4] La apreciación de la obra de MICHELET es, por ejemplo, en gran parte literaria; cfr. el resumen que hace WILSON, pp. 40-41; en cambio, su tratamiento de la vida de Marx, o de Lenin, da la impresión de una obra literaria: el protagonista, movido por su ideal, pasa a través de las luchas y de las dificultades a un triunfo final.
[5] Por ejemplo, pp. 40-41: «I am not here interpreting history, nor even quite faithfully interpreting MICHELET, if we follow all his statements and indications; I am describing the impression which he actually, by his proportioning and bis emphasis, conveys. »
[6] P. 5, traducción del autor de una traducción francesa, hecha por MICHELET de La vita nuova de Vico.
[7] P. 79. Es interesante el uso de la palabra «discipline». Su simpatía por el comunismo es evidente; si se tratara, por ejemplo, de la actitud de un católico dentro de la Iglesia, hablaría sin duda de «dogmatismo».
[8] La trama de esta parte es, sobre todo, la vida de MARX. Dentro de este tema general, se encuentran secciones y capítulos dedicados al pensamiento de MARX y ENGELS, más o menos según la cronología de sus obras o de las relaciones con otros pensadores socialistas o anarquistas, como PROUDHON, LASALLE y BAKUNIN.
[9] Cfr. p. 139, y especialmente pp. 358-360. WILSON ha sido criticado por esa insistencia en los orígenes judíos de MARX y el influjo que tuvieron en su filosofía (más tarde hará hincapié en el origen judío de TROTSKY (BRONSTEIN).
[10] Cfr. pp. 178-179 y pp. 245-248. «It was one of the most striking ‘contradictions’ of Marx’s whole career that the man who had done more than any other to call attention to economic motivation should have been incapable of doing anything for gain.» (p. 245).
[11] Lo compara a una corriente eléctrica que comienza a fluir entre dos polos, diciendo: «The setting-up of this Marxist current is the central event of our chronicle and one of the great intellectual events of the century» (p. 166).
[12] Pp. 193-199. Comenta WILSON: «It was the first Marxist party purge» (p. 198).
[13] Pp. 268-297. WILSON se extiende en este capítulo, de modo que se trata casi de una biografía de LASALLE. Por otro hado, este capítulo es un ejemplo del estilo inconsecuente de WILSON, en cuanto comienza tratando del conflicto entre nacionalismo e internacionalismo entre los socialistas en general: refiere la defensa de SHAW de la política británica contra los Boers, los giros curiosos de los socialistas y comunistas en sus alianzas, por ejemplo, «the contention of... the Communists of the Soviet Union, that the alliances desired by the Kremlin would somehow contribute to the proletarian revolution which the Kremlin was sabotaging in Spain» (p. 269); finalmente la carta de ENGELS a MARX en 1851, en la que aquél propone «a hair-raising policy of German Realpolitik in Poland» (p. 269) según la cual se trataría de conseguir que Alemania ocupara lo más posible de Polonia, ya que ésta carece por completo de utilidad como nación (pp. 269-270). Estos detalles, que pueden ser de interés, sirven de introducción al tema de nacionalismo e internacionalismo en LASALLE; pero en seguida el autor pasa a los detalles biográficos de la vida de éste.
[14] Pp. 311-332. El capítulo (pp. 305-337) lleva el título «Historical Actors: BAKUNIN», pero sólo una parte trata del anarquista ruso. El resto está dedicado a la actividad de MARX en varios congresos, y —al final del capítulo— a la Commune de Paríse.
[15] Pp. 332-337. WILSON señala la inconsistencia de MARX y ENGELS: «the Commune had not really followed the course that MARX and ENGELS had previously laid down for the progress of the revolutionary movement» (p.335); pero «MARX... allowed himself some inconsistency in praising the bold action of the Communards in simpli decreeing the old institutions out of existence» (p.336).
[16] «...there remained with MARX and ENGELS, in spite of their priding themselves upon having developed a new socialism that was ‘scientific’ in contrast to the old ‘utopian’ socialism, a certain amount of this very utopianism they had repudiated» (p. 355).
[17] Pp. 357-358, en las que WILSON explica cómo es imposible demostrar las premisas del marxismo, y por lo tanto cómo es necesario convencer de ellas por razones morales y emocionales, que es lo que hace MARX.
[18] Concentran su esfuerzo en la lucha de clases, ya que la victoria del proletariado llevará a una nueva síntesis, que será para toda la humanidad. Cfr. por ejemplo la síntesis que hace WILSON del pensamiento de MARX, pp. 232-233.
[19] Cfr. pp. 346-353, con la observación: «MARX dropped the class analysis of society at the moment when he was approaching its real difficulties» (p. 353).
[20] En pp. 376-379, WILS0N, utilizando el ejemplo de Estados Unidos, hace ver como el «hombre medio’, proletario o no, suele tener las mismas aspiraciones; el que MARX no haya entendido este hecho lo achaca a que las aspiraciones de MARX no eran las del «hombre medio». Con todo, a pesar de las inconsistencias que señala, WILSON admira las obras de MARX, no como obra terminada o teoría completa («Marx’s thought is not really a closed system», p. 381), sino como un paso adelante hacia la justicia y la igualdad.
[21] Cfr. n. 3 supra.
[22] Pp. 225-227. En p. 227, WILSON compara la actitud del profesor HALDANE, al defender el uso de la dialéctica marxista en la biología, a la de un neo-converso al catolicismo o al rearme moral.
[23] Como en el caso de MARX, WILS0N resalta los orígenes judíos de TROTSKY y de MARTOV.
[24] Los términos, originados por LENIN, han pasado a la historia; se trataba de la «mayoría» (leninista) en oposición a la «minoría» (partido de MARTOV).
[25] Cfr. supra, «presupuestos».
[26] Cfr. supra, n. 5.
[27] P. 95: «When we read about Saint-Simon’s life, we are likely to think him a little mad, till we observe that the other social idealists of this period were cranks of the same extravagant type.»
[28] P. 130: «Here was the center of that pastoral little world through which, as one of the Fouriesrists said, they had been desirous of escaping from the present hollow-hearted state of civilized society, in which fraud and heartless competition grind the more noble-minded of our citizens to the dust’; where they had hoped to lead the way for their age, through their resolute stand and pure example, towards an ideal of firm human fellowship, of planned production, happy labor, high culture —al those things from which the life of society seemed so strangely to be heading away.»
[29] Cfr. supra, «presupuestos».
[30] P. 179. También, p. 366: «It is a serious misrepresentation of Marx to minimize the sadistic element in his writing. »
[31] Citado en American Historical Review, vol. 79, n. 1, Feb. 1974, por JOHN P. DIGGINS, en el artículo titulado «Getting Hegel out of History», p. 60: «’What I have written’, he told John Dos Passos in 1938, ‘will fill the Marxists with horror.’»