WEBER, Max
Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva
Fondo de Cultura Económica, México 1977.
I. INTRODUCCION
Para analizar correctamente esta obra de Max Weber en su contexto adecuado, es preciso partir de que se trata de una obra póstuma, fruto de la compilación de escritos del autor, algunos publicados en vida y otros inéditos. Esto explica la gran variedad y diversidad de los temas tratados, que tienen como denominador común únicamente el estar relacionados con la sociología según la entendía Weber: un campo muy amplio en el que se encuentran entrelazadas la economía, la interpretación histórica y la antropología.
La obra se puede definir como una síntesis en la que el autor pasa revista a los diferentes aspectos de la realidad económica, social e histórica, desde unos parámetros eminentemente sociológicos.
Max Weber se declara en varias ocasiones contrario a la explicación de la realidad elaborada por el marxismo (de hecho, se le ha llegado a considerar "el más elaborado revisionista del marxismo clásico")[1]. Sin embargo, esta misma obsesión por huir del reduccionismo económico le hace caer en otra deformación similar, siempre amparándose en los parámetros sociológico-antropológicos, sin hacer nunca ninguna referencia a la trascendencia como una realidad objetiva. La religión es un asunto interesante para el sociólogo, porque es como una necesidad humana: pero nunca como una prueba patente de la trascendencia[2].
Otra característica a tener en cuenta antes de empezar la lectura es la gran preocupación del autor por la nomenclatura utilizada: siempre que aparece un término nuevo se preocupa por definirlo, lo que causa una buena impresión en el lector de seriedad metodológica. Esta seriedad metodológica no libera a la obra de una ambigüedad de fondo, que nace del posicionamiento a priori anti-marxista de Max Weber unido a su visión materialista de facto de la realidad.
La misma estructura de libro delata la preocupación metodológica del autor y el carácter ecléctico del material recogido: la primera parte está dedicada al estudio de las "categorías sociológicas", mientras que la segunda lo está al estudio de la economía y de los "poderes sociales". Lo general y abstracto de la terminología de los títulos de los diferentes apartados y el hecho de que la segunda parte fue redactada cronológicamente varios años antes que la primera son bien elocuentes al respecto del carácter heterogéneo y de la falta de unidad interna del plan de la obra.
Es, pues, tarea del espíritu crítico del lector el desentrañar una unidad en el argumento lineal del autor: tarea muy ardua si se parte de lo abstracto del pensamiento de Weber y del hecho de que esta obra sea fruto de una recopilación (en este sentido es bien diferente de su Ética Protestante...)
II. CONTENIDO
La estructura general del libro es muy compleja. Está constituida por dos partes, con cuatro y siete capítulos respectivamente y múltiples subdivisiones, que no hacen más que entorpecer un intento de dar coherencia formal a la obra. Esta estructura es atribuible en gran medida al carácter compilatorio de la obra —se trata de unos cuantos artículos del autor ordenados temáticamente con un criterio muy aleatorio—, y contradice notablemente el afán de claridad metodológica de caracterizan otras obras del autor.
La estructura general es como sigue:
Primera parte: Teoría de las categorías sociológicas.
I. Conceptos sociológicos fundamentales.
II. Las categorías sociológicas fundamentales de la vida económica.
III. Los tipos de dominación.
IV. Estamentos y clases.
Segunda parte: La economía y los órdenes y poderes sociales.
I. La economía y los diversos órdenes.
II. Economía y sociedad en general.
III. Tipos de comunidad y sociedad.
IV. Comunidades étnicas.
V. Sociología de la comunidad religiosa (Sociología de la religión).
VI. Mercado.
VII. Economía y derecho (Sociología del derecho).
VIII. Las comunidades políticas.
IX. Sociología de la dominación.
RESUMEN POR CAPITULOS
Primera parte
I. Conceptos sociológicos fundamentales
Es una "declaración de principios" del autor. La sociología, embrionaria por entonces, se planteaba básicamente un problema epistemológico: de ahí la preocupación del autor por definir los términos básicos, que luego utilizará profusamente en su discurso.
Define sociología como "una ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos." (p. 5). Es bien patente la influencia de los postulados positivistas (muy en boga a principios de siglo), reflejados tanto en esta definición como en la frase que comentamos a continuación. Para Weber, "toda interpretación persigue la evidencia" (p. 9): es importante constatarlo, pues en sus aseveraciones muestra una gran seguridad que suele degenerar en un determinismo ideológico, poco apropiado para el discurso en las disciplinas humanísticas.
La "acción social" juega un papel importante, ya que es la orientación natural de toda acción humana que mira hacia el exterior. En este capítulo (y esto es una característica que se repite en toda la obra) el autor se mueve habitualmente en el campo de la acción violenta, sobre todo cuando se trata de poner ejemplos: "...venganza de previos ataques, réplica a ataques presentes, medidas de defensa frente a ataques futuros" (p. 18) o bien "debe entenderse que una relación social es de lucha cuando la acción se orienta por el propósito de imponer la propia voluntad contra la resistencia de la otra u otras personas" (p. 31). La lucha de clases preconizada por el marxismo estaba demasiado de moda como para que Max Weber pudiera desentenderse de su nomenclatura y de su influencia conceptual.
El capítulo se cierra con la definición de otros conceptos relacionados con el campo de la sociología: uso, costumbre, convención, derecho, asociación, poder, dominación, etc.
II. Las categorías sociológicas fundamentales de la vida económica
El autor entra de lleno en el campo de la economía, siempre desde un punto de vista sociológico-abstracto. Así lo advierte el mismo autor desde el principio: "En este capítulo en modo alguno se trata de una "teoría económica", sino de definir algunos conceptos frecuentemente usados en estos últimos tiempos y de fijar ciertas relaciones sociológicas elementales dentro de la vida económica" (p. 46).
Es el capítulo más largo (pp. 46-149) —exceptuando el último—, lo que da idea de la trascendencia que para Max Weber tenía esta disciplina, si bien sus comentarios siempre son desde una perspectiva claramente teorética, y nunca entrando en terminología o conceptos más técnicos.
La nomenclatura marxista está profusamente utilizada: "apropiación de los medios de producción" (p. 102), el propietario en contraposición al proletario y al obrero, el capital como medio de dominación, las relaciones de apropiación, etc. Es francamente difícil entender a dónde quiere llegar realmente el autor. La lectura de este extenso capítulo proporciona una abundante información respecto a la nomenclatura económica —puesta de moda por el marxismo incipiente de principios de siglo—, pero aporta pocas soluciones de síntesis al binomio Economía-Sociología, que es precisamente el abanderado del libro.
III. Los tipos de dominación
En este capítulo pretende meterse de lleno en el campo de las relaciones sociológicas pero siempre desde un prisma de una auténtica sociología de la violencia" o, si se quiere de una "sociología de la dominación", según la misma frase del autor. Los planteamientos materialistas vuelven a dominar el discurso, que no puede salir de la dinámica del reduccionismo que supone plantear las relaciones humanas siempre desde el prisma de la dominación de "los de arriba" contra "los de abajo", lo que determina también otras "manifestaciones sociológicas" como el derecho, la política, etc. Todas estas manifestaciones de la actividad humana están vistas bajo el prisma de estas relaciones de dominación, lo que simplifica mucho las conclusiones del autor y las empobrece enormemente.
Este reduccionismo es de tal calibre que llega a identificar lo legítimo con la ejecución efectiva de la dominación. Este proceso es muy sencillo, desde el momento que el autor afirma que la legitimidad es una pura creencia (cfr. p. 170), expuesta por tanto a cualquier tipo de contingencia. Esta"aleatoriedad de lo objetivo" justifica al autor frases como la que sigue: "La adhesión puede fingirse por individuos y grupos enteros por razones de oportunidad, practicarse efectivamente por causa de intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud de debilidades individuales y de desvalimiento" (p. 171).
Con estos planteamientos, no es extraño tampoco que el autor se extienda en el estudio de la dominación legal y de la subsiguiente burocracia generada por ésta (pp. 173-179), contraponiéndola a lo que el llama la dominación tradicional (pp. 180-192) y que adopte un concepto amplísimo del feudalismo (pp. 204-213), reduciendo todas estas realidades a simples métodos de dominación, y no como unas soluciones concretas y positivas de la colectividad a problemas planteados en las relaciones sociales cotidianas
El capítulo finaliza con una sorprendente adición de unos apartados que difieren totalmente de la temática desarrollada hasta entonces: el carisma, la división de poderes, las Administraciones, etc. que no añaden demasiada información cualificada.
IV. Estamentos y clases
Es muy breve (pp. 242-246), pero quizás por este motivo más claro y bien estructurado. De todos modos, el autor se mueve dentro de unos parámetros eminentemente economicistas, llegando a declarar explícitamente que la "situación de clase" hay que definirla en primer lugar siguiendo unos parámetros "de provisión de bienes" (pp. 242).
Es quizás en este pequeño apartado donde el autor se refiere de un modo más explícito a la visión marxista de la realidad. El proletariado es la clase dominada, llegando a afirmar que es, en sí misma, un "objeto de propiedad" y que incluso las clases medias "sacan de ellas sus ingresos" (pp. 243).
Con este tipo de afirmaciones —y, lo que es más importante, con las ideas de fondo que contienen los diferentes artículos del libro— sorprende mucho la tesis de los críticos de Max Weber al señalar que éste se desmarca claramente del marxismo. Podemos admitir, a lo más, que acepta otras materias y disciplinas en su estudio (vid. sus estudios sobre la religiosidad), pero incluso al abordar éstas no supera un palmario materialismo de base que dirige y orienta todas sus argumentaciones.
Segunda parte
La segunda parte del libro tiene, paradójicamente, más coherencia que la primera: hay un hilo conductor. La economía —siempre desde una perspectiva sociológica— está presente (implícita o explícitamente) en todos los diferentes apartados de que se compone.
I. La economía y los diversos órdenes
Se contrapone la economía con el orden jurídico, centrándose en los "límites de coacción" que el derecho determina en todo lo económico. Las "relaciones de dominación", a las que tanta importancia da el autor, incluso se desarrollan en el campo de las instituciones jurídicas para controlar lo económico.
Le siguen tres temas más con muy poca aportación metodológica y conceptual: II. Economía y sociedad en general (pp. 273-288), III. Tipos de comunidad y sociedad (pp. 289-314) y IV.Comunidades étnicas (pp. 315-327). De entre estos capítulos, quizás habría que destacar algunos subapartados del segundo, que se refieren a las "comunidades domésticas" (p. 289-293) y las relaciones con las que se organizan (pp. 293-305).
Las ideas sobre el matrimonio son muy confusas. El contrato es puramente formal —esto se da como por supuesto—, sin ningún tipo de vínculo permanente. El modo de tratar este tema es descarnado, lo que contribuye a dar una sensación de falta de fijeza en todas las relaciones familiares, que siempre se mueven por motivaciones superficiales (los intereses sociales, las presiones de linaje, el impulso sexual) y nunca por unas motivaciones trascendentes (ni en términos naturales ni, por supuesto, en términos sobrenaturales)[3].
El matrimonio se define simplemente como "comunidad sexual duradera" (p. 289) : parece como si esa "duración" fuera una necesidad para la estabilidad de la sociedad, y los hombres se hubieran aferrado a ella por una motivación puramente sociológica. No es extraño que de estos planteamientos surgieran posteriormente estudios muy desenfocados desde el punto de vista antropológico en los que la sociedad estaría distribuida en linajes por una pura evolución biológica, sin ninguna referencia a lo que salga de unas motivaciones más allá de lo puramente material o "estratégico".
La vida familiar queda, pues, muy empobrecida desde estos planteamientos deterministas[4]. El núcleo doméstico utiliza la realidad sexual como un pretexto para la duración y la estabilidad de la sociedad al siguiente nivel (el linaje), lo que contribuye a la estabilidad de la sociedad en general. En este sentido, son tremendamente ilustrativos los títulos de los apartados 3 y 4 del capítulo III: "Las relaciones sexuales en la comunidad doméstica" y "El clan y la regulación de las relaciones sexuales".
V. Sociología de la comunidad religiosa (Sociología de la Religión)
Es un estudio de las diferentes posturas que el hombre ha adoptado respecto a lo trascendente. No aparecen referencias a ningún tipo de realidad objetiva: todo son actitudes y convicciones posibles —como acciones humanas— pero que no hacen referencia a una realidad trascedente.
Las ideas de este capítulo se hacen cada vez más abstractas. No aparece nunca una idea de un Ser trascendente. La religiosidad humana nace de una necesidad sociológica del hombre, impelido, en primer lugar, hacia el "más acá", para remontarse posteriormente hacia las realidades supranaturales y después a las sobrenaturales. Para Weber, la religión es fruto de un "determinado tipo de acción comunitaria" (p. 328): nunca una respuesta esencial del hombre hacia lo trascendente.
La religión "crea" una serie de instituciones que la hacen sobrevivir y trascender: el mago y el sacerdote (pp. 345-347), el profeta (pp. 356-364), etc. Incluso la figura de Dios parece que esté creada por el hombre como por una "necesidad" (el planteamiento inmanentista de Max Weber se hace aquí proverbial). Todo lo demás (ética religiosa, tabús, ministerio sacerdotal, etc.) es puro "montaje" para justificar lo anterior: es decir, la religión se convierte en una cadena de justificaciones a una necesidad del hombre por referirse a lo trascendente.
Ante todo este planteamiento hay que aclarar que el autor no tiene ningún interés en explicar exactamente el por qué de esta "necesidad" de referirse a este "trascendente" como algo real. Al no desarrollar estos dos puntos, toda esta disgresión sobre la religiosidad es un magnífico ejercicio de teorización de "sociología religiosa" pero de ningún modo es una búsqueda honesta de la realidad, ya que se parte de unas conclusiones de las que no se han querido aclarar los presupuestos fundamentales. Esta es quizás una de las mejores armas de Max Weber: su discurso es fluido y brillante, entre otras razones porque nunca se detiene a reflexionar sobre las primeras razones de sus argumentaciones: simplemente las omite, con lo que consigue un ambiente ideológico de fondo muy escurridizo y difícilmente posicionable.
En el apartado 7 de este capítulo ("Estamentos, clases y religión"), analiza el "fenómeno-religión" siempre distinguiendo cada una de las clases sociales (los intelectuales, los burgueses, los campesinos, etc.) : con ello relativiza cualquier convicción religiosa a un determinado estado social. La religión depende de la clase social en la que uno se halle encajonado, y no puede salir de esos parámetros sin un cambio de su status actual (determinismo religioso según el nivel social).
Este capítulo sobre la religión termina con unos apartados que se refieren al modo concreto en que se ha desarrollado la "teoría religiosa" y las diferentes soluciones que el hombre a encontrado a su problema de la trascendencia. Así, la Redención es, en el fondo, un problema de "Salvación y renacimiento" (cfr. pp. 417-420) y la ética religiosa es una respuesta a todos los factores que determinan la actuación humana desde el punto de vista trascendente (cfr. pp. 452-475)
Después del capítulo VI. Mercado, algo incoherente por estar incompleto, el autor vuelve a la carga con la sociología del derecho en el cap. VII. Economía y derecho. Los comentarios se centran en unos cuantos temas y definiciones jurídicas. Max Weber demuestra ser un buen conocedor de todos estos conceptos, que se hallan correctamente enumerados y explicados, siguiendo, eso sí, la pauta sociológica (En concreto define nociones tan básicas como derecho privado y público, reglamento, gobierno, administración, delito, proceso, ...)
En este capítulo el autor vuelve a dar muestras de su seriedad metodológica desde el punto de vista formal, lo que compatibiliza perfectamente con la falta de coherencia al no recurrir a los principios fundamentales, hecho al que ya nos hemos referido anteriormente. Las definiciones están bien elaboradas, son convincentes y aclaran al lector muchos puntos del saber (aunque también es cierto que están poco trabadas unas con otras). Vemos innecesario detallar cada una de las definiciones, por la minuciosidad con que se emplea aquí Max Weber.
Desde el punto de vista deontológico-jurídico quizás plantea más problemas el apartado 7 ("Las cualidades formales del derecho revolucionariamente creado: el derecho natural", pp. 639-647): el derecho no tiene una consistencia objetiva y, la que tiene, ha sido creada por el hombre. Por tanto, es inútil pretender una objetivización del mismo o una referencia trascendente a la elaboración de la legislación. El iuspositivismo jurídico parece impregnar todas las aseveraciones del autor en este apartado.
VIII. Las comunidades políticas
En este apartado, relativamente corto (pp. 661-694) reaparecen una serie de conceptos a los que ya se ha hecho referencia: dominación, poder, clases dominantes, etc.
Las comunidades políticas son aquéllas "cuya acción consiste en que los partícipes se reservan la dominación ordenada de un "ámbito" (...) y de la acción de los hombres situados en él de un modo permanente o sólo provisional, teniendo preparado para el caso la fuerza física, normalmente armada" (pp. 661). Como vemos, sus reflexiones se van a mover en un campo similar al del cap. III de la primera parte (Los tipos de dominación): la violencia está siempre presente como reacción natural del hombre ante cualquier estímulo, y precisamente de ahí nace la necesidad de defenderse adoptando diferentes modos de organización, que no son más que manifestaciones de poder.
Estas "manifestaciones de poder" están analizadas también en este capítulo octavo. Así, el autor divide el poder de la comunidad en tres categorías: las clases, los estamentos, los partidos. Son estos diferentes modos de asociación —natural o pactada— los que posibilitan una acción de "poder" (término este clave en la argumentación de Max Weber, ya que es precisamente con ese poder con el que se puede constituir una plataforma de dominación —uno de los conceptos que más aparecen en el libro—).
IX: Sociología de la dominación
Parece ser el lugar a donde ha querido llevarnos el autor con sus aseveraciones. Una intención casual, a tenor de lo que hemos anotado ya sobre el "desfase cronológico" de los diferentes capítulos del libro. Este nuevo capítulo se extiende de la p. 695 a la p. 1117 y está constituido por nueve subapartados, que tienen a su vez diferentes subdivisiones.
La dominación —entendida sobre todo como un ejercicio de la superioridad de un hombre o de una colectividad respecto a un "contrario"— domina las relaciones humanas, originándose una serie de instituciones para consolidar este tipo de relaciones[5]. La dominación y el poder son dos realidades íntimamente unidas (pp. 695-700) y el gobierno es la forma en que se concreta la dominación (pp. 701-704).
En los siguientes subapartados —(pp.704-846)— la terminología utilizada por el autor se hace más difícil de comprender, sobre todo en el empleo de términos específicamente jurídicos. Sin embargo, el tono general de la exposición se mueve en terminos de una falta total de fundamentos jurídicos objetivos: lo "legal" se confunde con lo "moral", la "organización" con la "dominación", la "dominación" como justificación de toda actuación, etc. En definitiva, toda regla emanada por la autoridad legítimamente constituida (como consecuencia de una dominación consolidada) tiene visos de ser obedecida no por la misma coherencia de la ley (en consonancia con el derecho natural) sino únicamente por estar emanada por las instituciones creadas por "la dominación legítima". El iuspositivismo jurídico es en estas páginas bien elocuente.
Viene a continuación un largo subapartado sobre "La dominación no legítima (tipología de las ciudades)"(pp. 847-1046). Este apartado es el que está más relacionado con un planteamiento historicista de la dominación. Las reflexiones se mueven siempre en un campo muy teórico, utilizando términos ambiguos (ver, por ejemplo, la larga disertación sobre el "linaje" en la Edad Antigua y Edad Media pp. 938-998) y sin una solidez documental que los avale.
Es evidente que Max Weber se mueve en todo este largo apartado en el campo de las intuiciones históricas —más o menos brillantes— pero no fundamenta sus aseveraciones en la realidad y la seriedad de una verdadera investigación a base de una documentación mínimamente objetivable: a este respecto cabe destacar las reflexiones que hace sobre la formación y origen de los patriciados de las ciudades europeas durante los últimos siglos medievales (cfr. pp. 975-998), que adolecen de rigor histórico por completo.
En esta interpretación histórica, no supera el reduccionismo marxista de la lucha de clases. Las ciudades medievales y modernas, por ejemplo, son dominadas por un grupo de "notables" que monopolizan la administración urbana y se organizan en linajes, cuyos miembros tienen en común la propiedad de la tierra (cfr. p. 976)
El último apartado, La Sociología del Estado (pp. 1047-1116), está constituido por una serie de reflexiones sobre el papel que ha jugado el estado en todo este proceso histórico y la formación de los partidos, del parlamentarismo y de la democracia, siempre en el contexto del papel rector de dicho estado como la institución en la que se concreta y sublima la dominación efectiva.
III. CONCLUSIÓN
El presente libro es un conjunto de artículos y ensayos que el autor fue elaborando a lo largo de su vida. De ahí el carácter heterogéneo de los temas tratados y la falta de coherencia interna que salta a la vista al analizar el mismo índice. Con todo, la obra de Max Weber ha tenido —y está teniendo— un gran prestigio en el entero campo de las ciencias humanas y en la economía. ¿Por qué?.
En primer lugar, Weber muestra un alto grado de dominio de la metodología en todas las ciencias humanas. A pesar de abarcar un campo tan grande de ellas (sociología, economía, historia, psicología, política, etc.) siempre utiliza una terminología muy precisa y no tiene ningún reparo en definir cualquier término: esto da una sensación de seriedad metodológica muy grande y, lo que nos parece más importante, proporciona al lector conceptos claros a la hora de reelaborar la propia teoría. Es, pues, un instrumento muy útil para posteriores elaboraciones en el campo general de las humanidades.
Ya se ha comentado que no hay un hilo conductor que vertebre toda la exposición: paradójicamente, este hecho ha contribuido grandemente a la fama de Max Weber en el campo general de las humanidades. Esta falta de coherencia interna es precisamente lo que ha permitido a muchísimos comentadores de su obra el alargarse en las múltiples sugerencias metodológicas que se desprenden de su lectura, sin detenerse a considerar ese hilo conductor.
Si nos tenemos que aventurar a analizar ese "hilo conductor" que domina la obra de Max Weber, nos inclinamos a pensar que en el meollo de su exposición se halla un pretendido rechazo del materialismo marxista —que reducía todas las explicaciones del devenir humano en consideraciones economicistas— pero sin llegar a una solución trascendente. Es decir, para Weber la realidad humana se puede explicar desde otros parámetros, como la "ética de los valores" y las grandes concepciones y inclinaciones sociales (como la dominación) que serían el verdadero motor de los social, pero que jamás trascienden una realidad material.
En definitiva, una gran paradoja: intentar superar los parámetros marxistas sin superar el campo de lo puramente material. Es decir, como un "materialismo social". Parece indudable que Weber es el padre de la sociología: no es extraño entonces que esta disciplina, desde su creación, se haya movido siempre en un campo tan radicalmente alejado de las realidades trascendentes, teniendo a tal fundador.
La ambigüedad terminológica del autor no puede ocultar, pues, este ambiente "materializado". Y, de hecho, todo el libro está empapado de la terminología del marxismo, tan en boga por aquel entonces. Es importante constatar que en la época de Max Weber confluyen marxismo, economicismo y positivismo, lo que hace difícil al autor sustraerse de todo ese ambiente ideológico.
Con su libro "Economía y Sociedad", el autor ha querido racionalizar todos los procesos humanos de creación de instituciones económicas, políticas, religiosas y jurídicas. Pero esta racionalización es muy nociva ideológicamente si se pretende elaborar desde unos parámetros puramente materialistas.
Para Weber, los fenómenos religiosos hay que verlos siempre determinados por la sociología: el "reduccionismo sociológico" en que cae es muy nocivo para un adecuado análisis de la realidad espiritual que se halla presente en todos los hombres.
En definitiva, cualquiera que quiera profundizar en esta compilación de Max Weber, debe tener siempre presente el planteamiento materialista a priori del que parte el autor, para poder analizar su obra con un mínimo de espíritu crítico: el problema es entusiasmarse con la brillantez expositiva y la cuidada metodología que se halla presente en toda la obra, sin parar a considerar la anti-trascendencia con la que se halla comprometido el autor.
S.A.C.—T.O. (1993)
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[1] Para Weber, el rigor científico de las ciencias sociales radica en su capacidad de ofrecer explicaciones causales de los hechos. Dado que la realidad es infinita, el historiador y el sociólogo se ven obligados a seleccionar los fenómenos sociales, y a explicarlos, no aisladamente, sino enmarcándolos bajo un punto de vista. A mayor número de puntos de vista se alcanza una idea más exacta del problema, del fenómeno social. Además, los puntos de vista se van modificando con el tiempo porque también los intereses de quienes investigan y de los hombres en general van cambiando. Como los puntos de vista no son únicos, tampoco puede decirse que existan ciencias privilegiadas —ni la Filosofía, ni la Economía, ni la Psicología...— que ofrezcan la clave interpretativa de toda la realidad. Este es el único camino para asegurar la objetividad científica: huir de la unilateralidad de enfoques. En efecto, Weber critica la "escuela histórica de la economía" heredera del idealismo hegeliano, que quita a la economía la autonomía que le corresponde, relegándola a una simple manifestación del "Espíritu del pueblo". Bajo estos planteamientos, la Filosofía ocuparía el lugar de ciencia suprema.
Contra la "entronización de la Economía", disiente del "materialismo histórico", es decir, de Marx, porque considera que esta doctrina petrifica y dogmatiza la relación entre "formas de producción y trabajo" (estructura) y las demás manifestaciones culturales de la sociedad (superestructura). Weber llega a afirmar que el punto de vista económico es en Marx algo unilateral ("una unilateralidad intencionada"). Sin embargo, el temor a caer en el extremo opuesto (sustituir una interpretación causal materialista de la historia y de la civilización, por otra espiritualista), le lleva a aceptar la concepción materialista marxista en la medida que se la considere un conjunto de hipótesis explicativas que deben contrastarse con la experiencia caso por caso.
También se opone a la pretensión de Dilthey, de colocar a la Psicología en la base de la Sociología.
[2] Como ejemplo de la metodología "abierta" que propugna el autor para las ciencias sociales, (y aunque no sea el tema central de "Economía y Sociedad") merece la pena considerar el tratamiento "antimarxista" que Weber hace del fenómeno social de la religión. Lejos de ser —por principio— una superestructura dependiente de la economía, es capaz, en algunas ocasiones, de causar Importantes cambios económicos. Por ejemplo, para Weber, el protestantismo explica y justifica el capitalismo —esa conducta caracterizada por la búsqueda del máximo lucro—, con todas las consecuencias a nivel de "infraestructura económica" que de ello se derivan. Esta tesis es defendida en su obra "La ética protestante y el espíritu del capitalismo"; en "Economía y Sociedad", simplemente se habla del determinismo religioso social.
[3] No hay que olvidar que en la sociología maxweberiana, los fenómenos sociales —uniformidades detectables en el actuar humano en cuanto actuar social—, objeto de la sociología, si existen, es precisamente porque interesan al hombre, es decir, son relativos a las necesidades culturales del mismo. Las ciencias sociales estudian el sentido de estos fenómenos, y las regularidades externas que los explican.
[4] Es fácil entender su concepción "materialista" del matrimonio y de la familia, pues como el mismo Weber afirma, al ser propio de la fe generar el amor y la fraternidad en las relaciones más inmediatas, desaparecida ésta (la fe), los vínculos familiares resultan siempre interesados: sensuales, económicos, etc. Teniendo en cuenta el desprestigio de la fe y de la caridad en Weber, se entiende mejor su constante alusión a la violencia, al poder, etc. como algo natural al hombre social. A la voluntad del hombre de Weber —incapaz de amar—, sólo le quedan dos opciones: desear o dominar.
[5] Se entiende que WEBER rechaza un tipo de dominación (la tradicional, feudal...) y defiende otro (la legal, pareja a una organización racional y propia de nuestra época, etc). Quizá se podría encontrar en el racionalismo y positivismo la explicación de esta postura.
Heredero del positivismo de Comte, el autor desestima las épocas pasadas en las que —según él— para explicar la realidad se aducía a los mitos, a las divinidades, a las abstracciones metafísicas, etc. El hombre de hoy asiste al "desencantamiento del mundo" porque es capaz de explicarlo todo con su razón, y de dominar la naturaleza, no mediante la magia o el favor de los dioses, sino mediante la técnica. En este mundo las sociedades humanas evolucionan hacia una organización más racional y cada vez más burocrática, donde el dominio de los gobernantes está justificado y es plenamente válido, precisamente por ser racional. El positivismo se encuentra incapacitado para sostener una concepción de "naturaleza humana" que no sea física, positiva... Con lo que el desprestigio de la ley natural y del derecho natural, son una consecuencia lógica.