VILAR, Pierre

Iniciación al vocabulario del análisis histórico

Ed. Crítica, Barcelona 1980, 315 pp.

INTRODUCCIÓN

Este libro de Vilar, a pesar de la modestia de su título, es un verdadero tratado de teoría y metodología históricas. En efecto, al estudiar los términos "Historia; Estructura; Coyuntura: Clases sociales; pueblos, naciones y Estados; y Capitalismo" (más un apéndice sobre el concepto "Economía campesina"), expone una concepción de la historia y una metodología concreta del análisis histórico, fundados en criterios estrictamente marxistas. Aparentemente muestra un criterio flexible, haciendo concesiones a otras teorías que han mostrado en algún punto resultados distintos de los previstos en su concepción histórica apriorística; pero estas "concesiones", son más bien formales o se refieren a aspectos concretos, a matices, que no desencajan en absoluto de su esquema teórico, de su visión global de la Historia y de su mecánica.

Desde el punto de vista metodológico, el libro no trata de probar nada, sino de aplicar la concepción marxista de la historia, y como ésta supone una interpretación del mundo, una filosofía del proceso histórico y de sus "causas" su método es hacer encajar todo en su concepción mecánica del proceso histórico, colocándose en una actitud "dogmática", aunque no lo aparente al descender a casos concretos. Para Vilar, las "relaciones de producción", y su corolario, la lucha de clases, son el motor de la historia, las que definen y determinan los múltiples aspectos del proceso histórico. Estos aspectos (instituciones, cultura, actitudes psicológicas, etc.) no son más que expresiones de intereses de clases, subordinadas a las leyes de la dialéctica. Admite la existencia de de "contradicciones" secundarias, temporales, transitorias, que a lo sumo, frenan o aceleran el proceso implacable del desarrollo histórico, marcado de manera taxativa por la lucha de clases. Son meros accidentes, en un proceso predeterminado. Es en este limitado terreno, donde Vilar admite la acción efectiva de grupos e incluso de individuos.

CONTENIDO Y VALORACIÓN DOCTRINAL

1. SOBRE EL CONCEPTO DE HISTORIA

Al enfrentarnos con el término historia, Vilar señala que la mayor dificultad para definirlo radica en que "historia designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de este conocimiento". La historia-conocimiento es una construcción en grado mucho mayor que una construcción de los físicos, puesto que toda afirmación de éstos puede experimentarse, mientras que en la historia, en el mejor de los casos (es decir, cuando existe documentación suficiente), se puede verificar un hecho, pero nunca la interpretación. Un físico puede decir, en presente condicional: "si hiciera esto, sucedería aquello" y puede verificar la validez de su hipótesis. En cambio el historiador, en situación semejante, tendría que utilizar el pasado condicional: "si se hubiera hecho esto, hubiera sucedido aquello" y, además, no tiene medio de probarlo. Sin embargo, si la historia quiere ser una disciplina científica ha de superar la fase de "constatar" hechos, que no es un oficio enaltecedor, para "entender-explicar", "con el fin de poder actuar". Volveremos sobre este último punto, pues con la acepción que le da Vilar, encierra una postura muy clara.

Vilar, antes de abordar esta cuestión capital de si la historia puede ser una ciencia explicativa, razonada analiza una expresión que se dice con frecuencia: "la historia me juzgará...". Fidel Castro, en la defensa que hizo de sí mismo ante el tribunal encargado de juzgarle por el intento de asalto al cuartel Moncada empleó una serie de alegatos que se resumían en la afirmación: "La historia me absolverá". Esta expresión, puede encerrar dos sentidos: el principal, el de que el tribunal va a condenarme, pero el "recuerdo colectivo" que acabará conservándose de este hecho me será favorable. Este sentido, para Vilar, corresponde a un juicio moral, que puede cambiar, pues refleja el criterio de la "historiografía dominante" en cada momento, y, por tanto, se sitúa en el mismo terreno de la mera historia-tradición o historia-recuerdo. Pero también cree Vilar que tiene otro segundo significado: "como todo juicio moral tiene implicaciones políticas que surgen a su vez de las luchas concretas, en especial de las luchas de clases"; por ello, la mayor parte de las acciones de los hombres que han desempeñado un papel importante, han originado dos corrientes históricas opuestas, adversa una, y favorable otra. Y puede ocurrir que la causa triunfante llegue a eliminar toda la historiografía adversa. En efecto, escribe Vilar, la revolución cubana triunfó y la revisión del juicio actual sobre la actuación de Castro no ha dependido únicamente de los que escriben historia, sino también de los que la hacen. Vilar cree que "el alegato (de Castro)... consistía menos en demostrar que la rebelión de los acusados era moralmente justa, que en demostrar que era justa políticamente, a saber en el sentido intelectual de la palabra. Frente a un sistema sociopolítico ya absurdo, la rebelión se presentaba como "necesaria" a más o menos largo plazo. Con ello el problema se plantea en los términos de la posibilidad de una previsión inteligente de los hechos a partir de un análisis correcto de sus factores. La historia invocada no es entonces la historiografía escrita que juzga moralmente un acto o un hombre, sino la historia-materia, la historia-objeto que, con su dinámica propia, zanja un debate a la vez teórico y práctico, dando la razón con los hechos, a quien ha sido capaz del mejor análisis".

"Me objetaréis que la historia así entendida es el mecanismo de los hechos sociales, no sólo pasados, sino presentes y futuros, lo que en materia de conocimientos constituye el tema de la sociología, y en materia de acción el tema de la política. Pero ¿qué otra cosa se propone la historia que no sea, en el mejor de los casos, edificar una sociología del pasado, y de forma frecuente —durante mucho tiempo la más frecuente— reconstruir una política? En ambos casos está claro que la materia de la historia es la misma que la que tratan los sociólogos y que la que manejan los políticos, por desgracia casi siempre de manera empírica" (pp. 19-20).

En esta exposición, Vilar incurre en dos importantes errores, que nacen de su concepción ideológica. Es evidente que la historiografía, si no se reduce a una mera exposición de los hechos —y aun en este caso—, sino que trata de proporcionar una interpretación de tales hechos, puede cambiar y de hecho cambia, con el tiempo. Pero el cambio de opinión, de juicio, sobre una determinada actuación personal o colectiva, no es algo que se produzca siempre como parece afirmar Vilar, para quien toda opinión es un reflejo de la "historiografía dominante", la realizada por la clase dominante en cada momento y, por tanto un cambio de "juicio moral"; pero adviértase que este adjetivo en boca de Vilar no corresponde a una moral natural y cristiana, que es siempre —se cumpla o no— una moral objetiva, que no puede cambiar; lo que puede variar es el juicio de las personas sobre ciertos acontecimientos ya ocurridos, de acuerdo con su peculiar manera de ver las cosas, sus intereses, sus gustos, sus conveniencias, etc. Vilar está hablando, naturalmente, de la moral relativista propia de su ideología marxista.

Un segundo error es el de identificar la historia-materia con la historia-relato. No es evidente que toda acción concreta —en este caso la decisión de una persona importante y, por tanto, trascendental en su momento— suscite necesariamente dos opiniones, favorable una y adversa la otra. Aparte de que las posturas pueden ser más numerosas y más matizadas, Vilar, con un criterio puramente marxista, considera que la historia-ciencia no es solamente un ejercicio estético, ni siquiera estrictamente científico en el sentido objetivo de la palabra. Para él es científica por su intencionalidad, su objetivo: el de la previsión de los hechos futuros en orden a la acción. Castro —nos dice Vilar— en ese momento tenía una clara visión histórica, porque había realizado un análisis correcto de los factores: frente a un sistema socio-político absurdo, la rebelión se presentaba como "necesaria" a más o menos largo plazo, y por ello estaba seguro de que el futuro le daría la razón. Aquí Vilar, metodológicamente, parece considerar que la historia-ciencia es la historia-materia, porque el correcto conocimiento (o "científico") de los hechos (que ya están predeterminados y van a ocurrir) conduce, según Vilar, necesariamente a la acción, a tomar una postura ante los hechos. Todo estudio histórico, científicamente elaborado, aboca a la acción, ya que el conocimiento de la realidad descubre la ineludible necesidad de actuar, conduce a una política determinada.

Es evidente que todo estudio, todo análisis histórico, influye de alguna manera en el historiador, en cuanto le facilita una experiencia del fluir de la historia, y, por tanto, le proporciona elementos básicos para actuar en la vida. Puede aceptarse la afirmación de Aristóteles de que la historia nos proporciona la "prudencia", que coincide más o menos con el dicho de Cicerón: "historia magistra vitae", en el sentido de que el conocimiento del pasado conduce a una mayor experiencia, a facilitar una actuación más correcta y conveniente en casos o situaciones análogas. En este sentido, no sería innecesario que el político conociera mejor la historia. Pero cosa muy distinta es lo que Vilar afirma. Para él la historiografía es un conocimiento de algo que tenía que suceder de aquella manera, y, por tanto, ese conocimiento le reafirma en sus convicciones y le ayuda para la acción. Es el aspecto práctico de la historia marxista que descubre lo ya existente, a la vez que con su estudio favorece la acción, y la transformación del mundo en el sentido que el marxismo propugna. El estudio de la historia para un marxista no es un ejercicio científico, en el sentido correcto de la palabra, sino la comprobación o exposición de sus tesis.

Vilar resume en tres las principales corrientes historiográficas que se han dado hasta el presente:

1) Para muchos, la materia de la historia es cualquier hecho pasado. Esta es la de la historia erudita.

2) Para otros, la historia es el terreno de los hechos destacados, conservados por la tradición, el recuerdo colectivo, los relatos documentales. "Conocimiento ya más elaborado (...) fundado en una elección de hechos que no tiene nada de científica, y asaltado inconscientemente por los prejuicios morales, sociales, políticos o religiosos, capaz en el mejor de los casos de proponer un placer estético a unas minorías, y, en el terreno de los acontecimientos, de hacernos revivir una incertidumbre".

3) Para un tercer grupo, finalmente, "la materia de la historia es también el conjunto de los hechos pasados, pero no sólo de los hechos "curiosos" o "destacados", puesto que si bien se mira, los grandes rasgos de la evolución humana han dependido sobre todo del resultado estadístico de los hechos anónimos: de aquellos cuya repetición determina los movimientos de la población, la capacidad de producción, la aparición de las instituciones, las luchas secretas o violentas entre las clases sociales —hechos de masas todos ellos que tienen su propia dinámica, entre los que no se deben eliminar pero sí resituar, los hechos clásicamente llamados "históricos". Este enorme conjunto es susceptible de análisis científico como cualquier proceso natural a la vez que presenta unos rasgos específicos debidos a la intervención humana. La historia-conocimiento se convierte en ciencia en la medida que descubre procedimientos de análisis originales adecuados a esta materia particular" (pp. 26-27).

Como se ve, Vilar desestima las dos primeras formas de historia. En cuanto al primer caso, puede tener, sin duda, cierta parte de razón. En cuanto la historiografía elaborada sobre la tradición y el recuerdo colectivo, conservado en documentos, su desprecio ya no es admisible. Las fuentes documentales o la tradición —que no es necesariamente escrita—, naturalmente, conservan una parte de los acontecimientos, aquellos que estiman más destacados, sea por su importancia, más o menos relativa, o, por el alto valor que los concede, como sucede en los religiosos. No parece lícito, por tanto, despreciarlos como "prejuicios", por no creer en la significación de consideraciones superiores a las meramente existenciales. Por otra parte, el historiador que opera sobre esta base documental, recoge y destaca lo que halla de más sobresaliente y procura, en su caso, completarlo y explicarlo. ¿Supone esto una selección? Ciertamente, porque su tarea, que debería recoger todos los hechos humanos, parece imposible y forzosamente ha de limitarse a los más influyentes en cada momento de dicho proceso histórico. Como se verá enseguida, la historia-ciencia que propone Vilar también supone una selección, y responde a un criterio, a unos valores orientativos, que utilizando su mismo lenguaje podríamos calificar igualmente de "prejuicios".

Vilar se inclina a reconocer como únicamente científica aquella historia que recoge los hechos anónimos, es decir los hechos biológicos (movimientos de población), económicos (capacidad de producción) y las relaciones sociales (nacimiento de instituciones, luchas de clases). Su visión de la historia se basa en la dialéctica ineluctable entre población y recursos, y en el análisis de las relaciones de producción que hacen nacer las instituciones y determinar las luchas de clases. Todos estos son hechos de masas, con su propia dinámica, o sea con un proceso determinado e inevitable. En esta concepción, que corresponde perfectamente a un esquema marxista, se aprecia la importancia concedida al resultado estadístico, al cuantitativismo, entendido no solamente como método instrumental que puede ayudarnos a comparar y verificar hechos, sino en el sentido de que la acumulación de una serie de hechos conduce, en el proceso histórico, a un cambio de estructuras, es decir cualitativo. Vilar está simplemente aplicando el cambio, el "salto cualitativo" en virtud del peso del número, como ya lo expuso Lenin. Un correcto análisis histórico demuestra, sin embargo, que aunque el número pueda influir en las decisiones, y, por tanto, en el cambio, éste se produce solamente si hay personas capaces de orientar, estimular o dirigir a las masas o a las posibilidades, hacia este cambio. Ciertamente, Vilar, no desecha los "incidentes políticos, guerras, diplomacia, rebeliones, revoluciones", pero éstos, nos dice, hay que situarlos en su sitio, verlos como meros incidentes en el desarrollo de este proceso histórico global, determinado por los hechos de masas, a su vez condicionados por fuerzas de carácter biológico y económico.

Detengámonos un momento en la afirmación de que todo este conjunto, que reconoce muy complejo, es susceptible de análisis científico como cualquier proceso natural. Aquí Vilar sienta dos proposiciones una de ellas absolutamente gratuita y la otra inexacta. La primera, la posibilidad de análisis científico; la segunda, la de que el proceso histórico es un proceso natural, "en la medida que descubre procedimientos de análisis originales adecuados a esta materia". Refiriéndonos a esta última (pues sobre la primera volveremos más adelante) precisamos que el proceso histórico no es equiparable a un proceso natural; la historia no es una ciencia natural, puesto que su dominio es el de la libertad. Esta cuestión ha sido bien estudiada por los filósofos historicistas alemanes de finales del siglo pasado. Lo que ocurre es que Vilar, siguiendo especialmente a Engels en su Dialéctica de la Naturaleza (1890), afirmará la identificación del proceso dialéctico de la historia con el de los hechos naturales, lo que se engloba dentro de una concepción marxista. Claro que, para curarse en salud y reconocer algo indiscutible, experimental, añade: "No es que el hombre no intervenga, los hombres hacen su propia historia. Pero el resultado, estadístico o combinatorio, de sus acciones y decisiones conjugadas se les escapa y se convierte en un fenómeno objetivo" (p. 40). En definitiva, lo individual queda reducido al ámbito de la pura conciencia; su peso, en el conjunto de las determinaciones sociales, es absolutamente irrelevante, y queda asumido en el movimiento global, convirtiéndose en fenómeno objetivo. ¿Puede hacerse afirmación más rotunda de la futilidad de la "libertad" humana?

Traza a continuación Vilar en una serie de páginas (pp. 27-42), las etapas de la historia como modo de conocimiento. Es una breve historia de la historiografía, centrada en algunos momentos que considera claves. Señala cómo el Humanismo del XVI proclama las exigencias científicas de la definición y de la práctica de la historia; cómo en Francia, la disputa hagiográfica, a finales del XVII con Mabillón y continuada por la congregación de Saint Maur, desarrolla la crítica documental y crea la diplomática o ciencia del documento, mientras que en Inglaterra comienza la demografía histórica y la medición cuantitativa del producto nacional con los primeros ensayos de los llamados "aritméticos políticos" (King, Petty). Pero será en el XVIII, en Francia, cuando la Ilustración abra nuevas perspectivas globales a la historia: Voltaire intenta buscar en la historia algo más que acontecimientos, y, sobre todo, Condorcet en su Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, en 1794, sienta el principio de la posibilidad de un conocimiento científico de los hechos humanos, sociales, y de su previsibilidad. Para Vilar, Condorcet no solamente señala una aspiración a la síntesis histórica; también abre vías para el análisis, pues fue el primero en intentar descubrir el procedimiento matemático para estimar la representatividad de un hombre o de una opinión, lo que coincide con los esfuerzos de la actual matemática sociológica.

En el siglo XIX, se realizan grandes progresos en las excavaciones y en el estudio de archivos, y ello aboca a una historia a la vez literaria e ideológica. Entre 1847 y 1867 Marx y Engels proponen, en la línea de los planteamientos del siglo XVIII, una teoría general de las sociedades en movimiento "cuya originalidad consiste en aunar, mediante la observación y el razonamiento, 1) el análisis económico, 2) el análisis sociológico, 3) el análisis de las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, filosóficas; en resumen, de las formas ideológicas a través de las cuales los hombres toman conciencia de sus conflictos y los llevan hasta el final". Engels defiende que las constataciones, al menos en el terreno de las "condiciones de producción económica" deben hacerse con el espíritu de rigor de las ciencias naturales, y cree que es posible hacerlas así, porque como escribe en su Dialéctica de la Naturaleza (1890), "la Historia a se desarrolla hasta nuestros días como un proceso de naturaleza". No es que el hombre no intervenga —nos dice— pues "los hombres hacen su propia historia"; pero "el resultado estadístico o combinatorio, de sus acciones y decisiones conjugadas, se les escapa y se convierte en un fenómeno objetivo". Esta es, para Vilar, la verdadera historia, la "historia científica", como nos ha dicho páginas atrás; es decir, la pura historia marxista. La acción personal, individual, no tiene sentido más que respecto a sí misma; pero el movimiento global de la historia, está determinado por los hechos de masas, con sus manifestaciones de luchas de clases, cuyo condicionamiento profundo radica en las condiciones de producción.

Vilar se pregunta si desde entonces esta "historia científica" ha intentado consolidarse, y responde que ciertamente hubo un hiato, pues los discípulos de Marx fueron hombres de acción, revolucionarios, que siguieron al pie de la letra la consigna del maestro de que la obra teórica consistía, más que en interpretar el mundo, en cambiarlo, y utilizaron el análisis histórico para orientar su lucha reivindicativa. Así la investigación erudita sobre el conjunto del pasado desde 1870 a 1930 se benefició poco de la aportación teórica de Marx, "sometida como estaba a la reacción espontánea de la ideología dominante". La ciencia económica se preocupa por las teorías abstractas de la utilidad marginal y del equilibrio (Walras, Pareto); la sociología se centra en el estudio de las formas sociales (Max Weber, Durkheim), y la historia es monografía sobre "pequeños hechos verdaderos" de carácter político o económico. Hacia 1900 se había impuesto la historia positivista, con una separación tajante de economía, sociología e historia política. Sin embargo, en el primer tercio del siglo XX, grandes obras de historiadores (Lucien Frebvre), geógrafos (Vidal de la Blache), sociólogos (Henri Berr), y sobre todo, el equipo de los Annales d'historie économique et sociale, intentaron la síntesis histórica, definiendo que hay una sola historia, sin compartimentos estancos, que la ciencia histórica avanza mediante el planteamiento de problemas y que existe un juego recíproco entre economías, sociedades y civilizaciones que constituye en sí mismo el tema de la historia. Sobre todo, el economista francés Francois Simiand, en los años 30, preocupado por el análisis de las coyunturas, enseña a aplicar los principios de la investigación estadística a la historia; su discípulo Ernest Labrousse lo utilizaría para el estudio de las rentas específicas de las clases sociales, de las contradicciones derivadas de ellas, y de las consecuencias políticas de tales contradicciones en la Francia prerrevolucionaria. Así a través de Labrousse (maestro de Pierre Vilar) la investigación histórica se transformaba en "teoría experimental" de la historia global, volviendo a enlazar con Marx. En los últimos veinte años, los grandes progresos de las ciencias sociales, gracias al cálculo estadístico y de la informática para la utilización de fuentes masivas, han obligado al historiador a mantenerse en esta corriente de progreso y a preocuparse de las técnicas de ciencias vecinas. Todo ello ha influido en una vuelta a la concepción originaria de la historia como ciencia social, ciencia "del todo social" y no de una de sus partes, ciencia "del fondo de los problemas sociales" y no solamente de sus formas, ciencia "del tiempo" y no solamente de un momento.

Como se ve, en el recorrido que nos presenta Vilar, únicamente señala como hitos en el avance hacia una historia científica, aquellos historiadores o escuelas que —indirecta o directamente enlazan o están inspirados en la concepción de la historia de Marx y Engels, que es la que a continuación nos va a exponer. En efecto, para él "el objetivo de la ciencia histórica es la dinámica de las sociedades humanas. La materia histórica la constituyen los tipos de hechos que es necesario estudiar para dominar científicamente este objeto". Estos hechos son de tres clases:

1) Hechos de masas. Masa de hombres (demografía), masa de bienes (economía), masa de pensamientos y de creencias (fenómenos de mentalidades, que son más lentos; fenómenos de opinión, más fugaces).

2) Hechos institucionales, más superficiales, pero más rígidos, que tienden a fijar las relaciones humanas dentro de unos marcos (derecho civil, constituciones políticas, tratados internacionales, etc.). Éstos no son hechos eternos; están sometidos al desgaste y al ataque de las contradicciones internas, puesto que son expresión de los intereses de la clase social dominante.

3) Acontecimientos, sean personales o de grupos (económicos, políticos), que toman medidas o decisiones que desencadenan acciones; movimientos de opinión, que ocasionan "hechos precisos" (modificaciones en los gobiernos, la diplomacia, cambios pacíficos o violentos, profundos o superficiales).

Dentro de este triple nivel de "hechos", los del primer tipo son los determinantes, aunque la historia no puede desinteresarse de los del segundo y tercer tipo, "que vinculan la vida cotidiana de los hombres a la dinámica de las sociedades de las que forman parte". El historiador debe estudiar cuándo, por qué, cómo, en qué medida se modifican "debido a una continua interacción, los elementos de las economías (hombres, bienes) de las sociedades (relaciones sociales, más o menos cristalizadas en instituciones) y las civilizaciones (conjunto de las actividades mentales, intelectuales, estéticas...). El historiador distinguirá hechos de evolución lenta (estructuras geográficas, mentalidades religiosas, grupos lingüísticos), ritmos espontáneos (ciclos coyunturales de la economía) y simples acontecimientos.

Estas distinciones de hechos justifican, según Vilar, diversas técnicas (análisis estructural, análisis coyuntural, análisis de contenido de textos...), selección de fuentes, etc. Pero todas estas técnicas "sólo adquieren su sentido dentro del marco en una teoría global que permita pasar del análisis económico estadístico a la "historia razonada"", conquista de Marx. En otras palabras, Vilar considera que todo análisis que no vaya dirigido a una edificación de una historia según el concepto marxista, no sirve para nada.

Pasa a continuación a exponer algunas de las proposiciones cruciales de esta concepción preconizada por Marx.

1) En los orígenes de cualquier desarrollo histórico duradero se sitúa un desarrollo de las fuerzas de producción. Esto nos lleva a estudiar, en un grupo dado, y en un tipo dado:

a) el número de hombres y su división en sexos, edades y ocupaciones.

b) las modificaciones ocurridas en las técnicas de la producción (agricultura, industria, transportes) y, de manera especial, las de las fuerzas productivas del trabajo, que dependen de "la habilidad media de los trabajadores, del desarrollo de la ciencia y de sus aplicaciones tecnológicas, de las combinaciones sociales de la producción y finalmente de las condiciones naturales" (Marx).

2) Estas fuerzas productivas entran en funcionamiento en una sociedad que se caracteriza, de forma más profunda, por las relaciones sociales y humanas creadas alrededor de estos medios de producción ("relaciones sociales de producción"). Los medios de producción que utiliza la fuerza de trabajo de los hombres son: las tierras, instrumentos de irrigación, bosques y terrenos de pasto, fuentes de energía, medios de transportes, fábricas, máquinas, etc.

Entonces las preguntas que el historiador debería contestar al respecto son: "¿Quiénes poseen estos medios de producción? ¿Quién maneja productivamente estos medios? ¿Quién, a través de esta doble relación, es el dominador y el dominado? ¿Quién se aprovecha, quién consume, quién acumula, quién se empobrece? ¿Qué relaciones (jurídicas, cotidianas, morales) se han establecido entre las clases así consideradas? ¿Qué conciencia tienen de estas relaciones los hombres que constituyen estas clases? ¿A qué contradicciones, a qué luchas, dan lugar estas relaciones? ¿Con qué resultados? ¿Estas relaciones favorecen o entorpecen (en cada momento) el desarrollo de las fuerzas productivas?".

3) Para llegar a un conocimiento exacto de cada situación histórica concreta es necesario "guiarse por el conocimiento teórico del modo de producción dominante en la época observada", o, si se quiere, "e] conocimiento de la lógica del funcionamiento social", que expresa "la totalidad de las relaciones sociales observadas en su interdependencia". Para ello conviene disponer de un modelo teórico que exprese esa lógica de funcionamiento.

Vilar añade enseguida: "es inútil decir que nunca la observación empírica de una sociedad en un momento de su existencia dará unos resultados absolutamente acordes con este modelo, puesto que en toda formación social concreta, quedan siempre secuelas de modos de producción anteriores al modo de producción dominante, y se insinúan ya los gérmenes de un modo de producción futuro". Por otra parte, los modelos teóricos, y el cambio de ellos, deben aplicarse con prudencia. "Por el hecho de que el capitalismo haya sucedido al feudalismo en Europa occidental a través de procesos clásicos conocidos, no debe inferirse que todo el mundo deba pasar necesariamente por etapas parecidas". Recordemos que estas matizaciones, por otra parte, habían sido ya anunciadas anteriormente por el propio Lenin, para justificar lo que la experiencia histórica estaba desmintiendo de la teoría de Marx: que el proceso histórico condujera ineluctablemente al paso del capitalismo al socialismo, y, esto, precisamente en aquellos países en que el capitalismo estaba más desarrollado (Inglaterra, Alemania, Francia, etc.).

Vilar termina este apartado dedicado a la noción de historia, con una invitación a la necesaria colaboración de disciplinas diversas, mediante la utilización de técnicas de información y tratamiento de datos más sofisticados, y se decide a formular su definición de la historia: "el estudio de los mecanismos que vinculan la dinámica de las estructuras —es decir, las modificaciones espontáneas de los hechos sociales de masas— a la sucesión de los acontecimientos —en los que intervienen los individuos y el azar, pero con una eficacia que depende siempre, a más o menos largo plazo, de la adecuación entre estos impactos discontinuos y las tendencias de los hechos de masas—" (p. 47). Como se ve, en esta definición vuelve a insistir en la acción decisiva de los hechos de masas, en la que los acontecimientos, es decir las decisiones de grupos o personalidades, tendrán influencia, en la medida en que acepten, se den cuenta de la dirección de estas tendencias y les presten su colaboración. La libertad individual en la historia queda, prácticamente, anulada.

Creo que, con lo ya dicho, no es necesario insistir en la fragilidad de esta concepción historiográfica que no sale de un cuadro estrictamente marxista. Para aceptarla tendría que explicarnos Vilar la verdad de cada una de sus afirmaciones, que da por supuesta. En primer lugar, la inicial de que el modo de producción dominante determina las relaciones sociales. Éstas, es bien sabido, son muchos más complejas que la pura relación económica, abarcan otros múltiples aspectos. Tampoco de ellas se deduce, necesariamente, una oposición radical de clases, aunque pudiera engendrar diferencias de intereses. Igualmente, tendría que probarnos que las "mentalidades" y las instituciones responden a intereses de la clase dominante; la historia más bien refleja lo contrario: la permanencia de estas "mentalidades" a pesar de los cambios en las estructuras de la producción y de las instituciones, y cómo, por encima de las posibles contradicciones de intereses, existen valores y sentimientos que unen y estrechan a grupos o clases. Vilar entiende la historia como la ciencia que proporciona la razón de ser del mundo y del hombre. Ello aparece sumamente enfático y presuntuoso. Aunque la integración de las diversas ciencias es una realidad, puesto que responde a la unidad de la creación, nosotros, los cristianos, creemos que solamente la Filosofía y la Teología son aquellas disciplinas capaces de explicarnos el origen y el movimiento del mundo y la razón del proceso humano en su conjunto.

Finalmente, en el último párrafo de esta parte, nos advierte: "La conquista científica del método así definido está todavía en vías de elaboración. Pero esta misma elaboración abre la posibilidad —y es su única garantía— de una actividad racional del espíritu, y, por tanto, de una práctica eficaz del hombre ante la sociedad" (p. 47) ¿No estamos de nuevo ante la constante utopía marxista, que pone su confianza en las inmensas posibilidades racionales del hombre?

2. LA NOCIÓN DE ESTRUCTURA

Vilar define la historia como investigación de los mecanismos que vinculan la sucesión de los acontecimientos a la dinámica de las estructuras de los hechos sociales. Entonces se pregunta ¿qué debe entenderse por estructura y en qué manera pueda aplicarse a la materia histórica?

El estructuralismo —nos dice— es un método nuevo del análisis científico, aunque en realidad no ha existido nunca un análisis científico que no haya supuesto que la materia analizada tenía una estructura. El espíritu humano no puede actuar sobre las cosas más que en la medida en que es capaz de reconstruir y expresar en un lenguaje lógico cómo están hechas dichas cosas. Si las cosas cambiaran de forma incoherente entre una observación y otra, la ciencia no hubiera existido. Lo que parecía nuevo es la aplicación de este método a las ciencias humanas.

Habla a continuación de los peligros que encierra una noción de estructura en el sentido de "construcción", de edificio perfecto. Uno, residuo de una metafísica antropomórfica, es considerar que la realidad ha sido construida como una casa por un arquitecto. En esto, evidentemente tiene razón Vilar. El segundo peligro consiste en considerar que es algo acabado, armonioso: "la transformación en "armonía" de la lógica interna de una estructura social (feudal, capitalista, etc.) forma siempre parte de la ideología de la clase dominante en esa estructura" (p. 53). Aquí Vilar aplica, de forma dogmática, su personal concepción de la historia.

LA lingüística ha sido la primera, entre las ciencias humanas, en utilizar ampliamente la noción de estructura, ya descomponiendo la lengua en elementos cada vez más simples y estableciendo las leyes que rigen esas combinaciones, ya sea formalizando los "sistemas" de una lengua con caracteres distintivos que se condicionan mutuamente. Las restantes ciencias humanas han seguido este ejemplo, basándose en el hecho de que las relaciones inconscientes en la psicología y también algunos grupos de relaciones en la etnología (estructuras del parentesco, estructuras de los mitos), obedecen a una lógica de los signos, de la "comunicación", que

podían asimilarse a "lenguajes". Pero para Vilar, resulta abusivo asimilar del mismo modo a "lenguajes" tanto ciertas manifestaciones sociales como las relaciones humanas que constituyen el objeto de las ciencias llamadas con razón sociales, "puesto que éstas no estudian el hombre en sí mismo, sino el hombre en sociedad, y, sociedades que, a su vez no son independientes de la naturaleza; la economía, en particular, trata de la producción, que es una extracción de la naturaleza, y trata del cambio y de la distribución de los bienes una vez producidos. Y los bienes no son signos... (pp. 56-57)". Y "en cuanto a la historia, que debe integrar tanto el análisis de los elementos materiales de los que depende la producción (recursos, técnicas) como el de los elementos aptos para la representación del pensamiento, no puede contentarse con esquemas basados en esas representaciones" (p. 57).

Algunos etnólogos y sociólogos estructuralistas, entre ellos Lévi-Strauss, distinguen entre "prácticas", que son las expresiones concretas de las actuaciones sociales y la "praxis" marxista, que es la actuación vital del hombre, y creen que hay entre ellas un esquema conceptual, mediador. Vilar cree que esta distinción es errónea: "el problema que se plantea a la historia no es el de las infraestructuras por un lado y el de las sobreestructuras por el otro, sino el de las relaciones estructurales entre los dos niveles diferenciados, teniendo en cuenta que cualquier esfuerzo (y hoy en día abundan) que tienda a justificar la separación en el análisis histórico, entre los diversos "niveles" de la estructura global, bajo el pretexto de la evidente autonomía relativa de estos niveles, constituye en realidad un retorno cómodo a los viejos hábitos que diferenciaban "la historia económica", "la historia de las ideas", "la historia política", "la historia del arte", etc. (p. 59).

Está claro que Vilar, con una concepción estrictamente ortodoxa marxista, identifica plenamente "prácticas" y "praxis", partiendo del punto de vista del hombre como trabajador, que se hace en la acción. Por tanto, para él, no existe separación entre infraestructuras y superestructuras, sino una relación estrechísima, determinante. Por ello, para Vilar, no hay más que una Historia, que engloba todos los aspectos humanos, y es absolutamente arbitrario tratar de estudiar un cierto sector de fenómenos en disciplinas históricas especializadas, ya que supone una ruptura de esa unidad global de la materia histórica. A esta afirmación no podemos sino añadir que es perfectamente coherente con una visión marxista, pero la experiencia científica, y concretamente histórica, muestra que las interdependencias entre hechos materiales y espirituales no son "necesarias", no están determinadas siempre en un sólo sentido, ni, desde luego, están al margen de la acción personal de los individuos. En la acción personal y colectiva los hechos materiales pueden depender —y de hecho así sucede con más o menos frecuencia— de las actuaciones espirituales.

En la utilización de la noción de estructura en el campo de la economía es donde Vilar cree se ha llegado a conclusiones que más se acercan al pensamiento marxista, que da por supuesto es el único científico. Se han buscado "representaciones estructurales" de la economía global: "modelos" econométricos (Timbergen); "matrices" definitorias de los circuitos económicos (Leontief), "contabilidades nacionales" (Euznets). Pero se ha observado también que los "movimientos" de la economía, los "ciclos" dependían de su estructura (Wagemanns, Akerman) y que el crecimiento de la economía no podía separarse de los cambios de estructura (Colin Clark, Rostow). Aparte de los marxistas, algunos economistas no marxistas (Joan Robinson) han destacado los vínculos de este tipo de investigación con las indicaciones fundamentales de Marx.

Los economistas presentan dos tipos de definiciones de estructuras: unas estáticas, como Francois Perroux: "proporciones y relaciones que caracterizan un conjunto económico", lo que invita a observar cortes, es decir, a preguntarse cómo se presentan en un momento dado (en una sincronía) las proporciones y las relaciones de los diversos factores económicos; otras de carácter dinámico, como J. Akerman: "elementos de un conjunto económico que, durante un período determinado, aparecen como relativamente estables en relación con los demás", lo que invita a comparar las curvas, cuyo grado de regularidad o estabilidad caracterizan una estructura.

Vilar se pregunta: l) Si la estructura así definida es válida para un período, y en este caso ¿por qué y cómo se sale de ella? 2) Si la economía está sometida a las presiones de elementos no económicos ¿cómo intervienen estos?. Sobre el primer punto, nos dice Vilar, los economistas sólo "proporcionan indicaciones difusas y eclécticas",y sobre el segundo proponen varios sectores y niveles, y tratan de superar el aislamiento de las estructuras económicas, incluyéndolas dentro de "sistemas" donde lo político, lo jurídico, lo mental, etc., se combinan. Entonces, deberían incluir —nos dice— las estructuras físicas y geográficas; las estructuras técnicas; las estructuras demográficas; las estructuras institucionales; las estructuras mentales, y en este caso, concluye, "si el economista quiere suscitar a la vez todas estas cuestiones, y dado que sólo puede esclarecerlas para un período bastante largo, su trabajo se confundiría en realidad con el del historiador" (p. 63-64).

Esta última conclusión puede admitirse en el sentido de que el análisis del funcionamiento de la economía está muy cerca de los presupuestos científicos de un historiador, de un sociólogo, de un psicólogo, etc. Es también evidente que entre los hechos económicos y otra serie de hechos de carácter político, social, mental, etc. existen conexiones e interdependencia, pero ello no quiere decir, como presupone Vilar, que estas conexiones sean siempre constantes.

"Definir también las estructuras", sigue diciendo, "como lo hace Braudel, por los obstáculos (realidades biológicas, límites de productividad, mandamientos espirituales, etc.) que establecen para el hombre "prisiones de larga duración", es volver, como Lévi-Strauss a las "prácticas", sin resaltar la "praxis" que destruye los obstáculos y abre las cárceles". "Es, también, llamar la atención sobre la resistencia de las supervivencias (que existen, pero terminan por ser vencidas) en detrimento de las fuerzas materiales y espirituales, de la innovación" (p. 66). Vilar, aunque puede parecer que defiende el valor superior de la innovación, como hecho espiritual, lo que está proponiendo es una innovación necesaria (determinista), no producto de la libertad humana, sino de la fuerza imparable de la presión del movimiento intrínseco de la Historia.

Se pregunta también si la lógica de algunas "prácticas", en el campo de la etnología, puede formalizarse, matematizarse; es decir, si dichas "prácticas" pueden considerarse como hechos sustantivos, permanentes. ¿Es posible tratar igualmente las estructuras del pensamiento que cita Braudel (el sistema cultural bajo el imperio romano, el "instrumental mental" del siglo XV, "el espacio pictórico" de los clásicos, etc.)?. Vilar, de acuerdo con la idea marxista de que dichas manifestaciones del pensamiento son expresiones de intereses de clase, y, por tanto, cambiantes, cree que no.

Una vez asentadas estas críticas, expone su teoría (marxista) sobre la aplicación de la noción de estructura en la historia. Comienza afirmando que el historiador debe desconfiar de modelos que se presentan como universales y eternos (pone por ejemplo la proposición de Malthus de que los recursos crecen en proporción aritmética, mientras que el número de hombres en progresión geométrica, pues el hombre puede ocupar nuevos espacios e inventar nuevas técnicas) y de aquellos muy complicados, tomados de la observación empírica de un caso, que corren e] riesgo de no ser válidos más que para ese caso. Hay pues, que encontrar en el espacio y en el tiempo el marco legítimo del modelo estructural utilizable en historia. Entonces, afirma, sin mayores argumentos, que "hasta el momento, el mejor marco parece ser el propuesto por Marx: la noción de modo de producción". Un modo de producción es una estructura que expresa un tipo de realidad social total, puesto que engloba, en las relaciones, a la vez cuantitativas y cualitativas, que se rigen por una interacción continua: l) las reglas que presiden la obtención por el hombre de los productos de la naturaleza y la distribución social de esos productos; 2) las reglas que presiden las relaciones de los hombres entre ellos, por medio de agrupaciones espontáneas o institucionalizadas; 3) las justificaciones intelectuales o míticas que se dan de estas relaciones, con diversos grados de conciencia y de sistematización, los grupos que las organizan y se aprovechan de ellas, y que se imponen a los grupos subordinados" (p.67). Y concluye: "El modo de producción es, pues, casi por definición, una estructura y si en esta estructura hay diferentes niveles (económico, sociopolítico, espiritual), estos niveles son interdependientes, incluso cuando manifiestan, en tal o cual fase de su desarrollo, una cierta tendencia a la autonomía" (p. 68).

Marx elaboró el esquema estructural del modo de producción capitalista. Recientemente se han llevado a cabo esfuerzos (Porschnev, Kula) para elaborar de forma más sistemática el esquema estructural del modo de producción feudal. Para los modos de producción más próximos a nosotros, sólo existen, actualmente, análisis insuficientes. "El modo de producción socialista se ha instaurado de forma más consciente que los otros, y por lo tanto sobre bases teóricas en principio claras; pero la experiencia muestra que una estructura global (juego de la economía-instituciones-ideología) no se instala sino a través de largos tanteos y de luchas difíciles" (p. 168-169).

La estructura, sigue diciendo Vilar, no es un esquema universal, pues son siempre varios los modos de producción que coexisten. No son tampoco realidades eternas, o de muy larga duración. En tercer lugar, no se trata de fórmulas que engloban a toda la realidad social, sino solamente a la realidad dominante, "la que determina, en una sociedad, los procesos decisivos". Los cinco o seis modos de producción coherentes que proporciona la Historia son estructuras que han estado o están todavía bastante extendidas, que han durado y todavía duran. Pero la historia busca el cambio, y por tanto, ha de preocuparse ante todo por él. Según Vilar, Marx ha demostrado que: l) la estructura de un modo de producción es una estructura de funcionamiento; 2) la estructura de funcionamiento, por tanto, comporta y genera contradicciones "y seguirá haciéndolo mientras no se trate de un modo de producción totalmente consciente y científico". Así, en el terreno económico estas contradicciones generan crisis y en el terreno social, luchas de clases. "... las desestructuraciones y las reestructuraciones en que consiste la historia se desencadenan a través del juego de las crisis y de las luchas de clases combinadas" (p.79), y el conocimiento histórico necesita, además del estudio de las estructuras, el de estas crisis y luchas.

Como se ve, Vilar hasta aquí no nos ha dicho más que lo que ya había dicho Marx, sin comprobarlo. Lo único que añade son algunas precisiones: que estos "modelos de modos de producción" no alcanzan a toda la sociedad, y que existen aspectos entre las relaciones de producción, que, aparentemente, pueden parecer en algún momento, autónomos. ¿No es esto una concesión a la realidad que numerosos estudios concretos están probando cada día?

Vilar nos dice también que Marx ha presentado exactamente el modelo de producción capitalista, que otros autores tratan de precisar más exactamente el modo de producción feudal, y, en cuanto al socialista —que está ya instaurado— admite que "a través de tanteos y de luchas difíciles". ¿No es igualmente una concesión a una explicación marxista originaria demasiado simplista?. En cuanto al sistema capitalista, Marx ciertamente hizo un análisis agudo, pero limitado a determinados sectores; de todos modos en su observación abundan las proposiciones o interpretaciones personales, que, en todo caso, han valido para un momento del capitalismo. Y es que el sistema capitalista que conoció Marx tenía, ciertamente, principios racionales organizativos muy claros, y, además primaba en él una concepción "economicista", materialista de la economía, si se quiere. Pero el análisis del capitalismo de Marx, no se ha revelado, en manera alguna, aplicable al futuro desarrollo del capitalismo, ni contiene elementos intelectuales válidos para una explicación del proceso histórico. Vilar parece curarse en salud, al afirmar que los restantes modelos estructurales, preconizados por el marxismo, pueden llegar a describirse algún día; también deja a salvo que amplios sectores de la sociedad o de las manifestaciones de cada modelo no siempre encajan de manera total. ¿Cómo se puede, pues, compaginar una concepción histórica tan estricta, que encierra en sí misma un determinismo absoluto, con tantas salvedades y excepciones?.

Definida la necesidad de analizar el desarrollo histórico, mediante modelos estructurales basados en el modo de producción, cree Vilar que el historiador debe también tener en cuenta otras estructuras que a veces son más amplias y otras más restringidas que el "modo de producción", Tales como los elementos característicos de la estructura de un país que superan en duración la fase de un modo concreto de producción: las permanencias físicas (clima, relieve), combinaciones geoeconómicas cristalizadas en tradiciones, en hábitos humanos (trashumancias, tipos de ciudades, etc.) pues las relaciones feudales o del capitalismo industrial han podido depender de algunas de esas circunstancias; la distribución espacial de los hombres, de las comunicaciones, de los recursos; factores que no son eternos, pues cada modo de producción aprovechará una distribución más que otra, desarrollará un tipo de producción más que otro. También, en cada período histórico, han de estudiarse las permanencias en el orden temporal y en qué medida, "desde el ángulo de las fuerzas productivas", los elementos que pueden favorecer o frenar el nacimiento o decadencia de un modo de producción. Igualmente, las realidades humanas y mentales de larga duración (grupos de tipo etnográfico, lingüístico, tribal, etc.) que han podido contribuir, por ejemplo, en la constitución consciente de una "nación" que intenta organizarse como estado, tendencia histórica que aparece en el capitalismo. Lo que verdaderamente interesa al historiador es ver cómo estas permanencias facilitan o frenan —y en qué medida— el paso de una estructura a otra.

Pone el ejemplo de que la solidaridad entre feudalismo y catolicismo, convirtió al protestantismo "a la vez en efecto y en factor de reforzamiento (no en causa determinante) de la instalación del capitalismo". Aparte de que habrá de explicar el exacto sentido de las expresiones "efecto" y "factor", este ejemplo muestra cuán teórica y endeble es la concepción histórica de Vilar. Si el protestantismo favorece la expansión del "capitalismo comercial", sería porque en aquellos medios protestantes se manifestaron actitudes de enfriamiento religioso, pues la moral protestante, donde se mantuvo, fue rígida y severa; es decir, que no será el protestantismo como tal el "factor", sino una actitud personal concreta. Aquí, como en otras ocasiones, el desconocimiento que Vilar manifiesta respecto del cristianismo, le impide alcanzar una explicación satisfactoria.

Admite Vilar, por las limitaciones propias, el análisis parcial en el seno de un modo de producción. "Desgraciadamente puede suceder incluso que el historiador, por las dificultades de su oficio, se vea obligado a especializarse en un análisis parcial; será historiador de la economía, o sea, de las infraestructuras, historiador de la política o de las instituciones, historiador de las ideas o de las representaciones —religión, arte—, o sea de las sobrestructuras. No obstante, hay que insistir en la necesidad de pensar globalmente la historia, a la vez en todas sus relaciones estructurales y en todos sus movimientos..." (p. 73). ¿Esta misma concesión realista no es un argumento más en contra de su visión simplificadora? Si la materia histórica obedeciera a las determinaciones tan esquemáticas y precisas que Vilar preconiza, no sería necesario hacer tantos distingos. ¿No serán estas excepciones (que pueden aumentar considerablemente en cuanto estudiamos los casos concretos, como él mismo reconoce) las distintas y diversas explicaciones que los historiadores no marxistas, por no estar afectados por ningún dogmatismo previo, encontramos en la realidad histórica?

3. LA COYUNTURA

Vilar define la noción de coyuntura como "el conjunto de las condiciones, articuladas entre sí, que caracterizan un momento en el movimiento global de la materia histórica. En este sentido se trata de todas las condiciones, tanto de las psicológicas, políticas y sociales como de las económicas y metereológicas" (p. 81).

La necesidad del estudio de las conyunturas deriva de que "en el seno de lo que hemos llamado las estructuras de una sociedad, cuyas relaciones fundamentales y cuyo principio de funcionamiento son relativamente estables, se dan en contrapartida unos movimientos incesantes que son resultado de este mismo funcionamiento y que modifican en todo momento el carácter de estas relaciones, la intensidad de los conflictos, las relaciones de fuerza" (p. 81).

De los movimientos coyunturales, los primeramente estudiados fueron los de carácter económico. En el siglo XIX había llamado la atención a los economistas la reiteración periódica de crisis en el sistema capitalista. A principios del XX, la idea de previsión de las crisis pasa a primer plano y se crean institutos para la observación de los índices económicos. "Pero la crisis más justificadamente famosa de la historia contemporánea, la de 1929, no fue evitada y resultó decisiva para imponer en las mentes de los economistas, de los políticos y de los historiadores la idea de que el movimiento espontáneo de los fenómenos económicos —la coyuntura— era sin duda un factor histórico fundamental". Vilar aquí hace una afirmación gratuita: la de que los movimientos económicos son espontáneos, naturalmente muy a tono con su concepción filosófica. El que los observadores económicos no pudieran prever la crisis de 1929 no indica necesariamente que fuera espontánea: ¿no pudieron intervenir otros factores extra-económicos? ¿no fue una deficiencia en la observación? Historiadores actuales de la economía explican la precipitación de la crisis en Norteamérica por la atracción de capitales hacia Europa a consecuencia de unas condiciones especiales.

Entre los años 1950 y 1970 la intervención calculada en le economía ha atenuado las crisis y sus efectos, y, en consecuencia, a puesto en segundo plano la preocupación por los ciclos y las crisis. Esto —por cierto— es una prueba de que las crisis no son espontáneas. Claro que Vilar nos dice que en los años de 1970 parece existir otra clase de crisis. Si se refiere a la del petróleo y a los problemas de inflación y desempleo en el mundo occidental, tampoco son espontáneos en modo alguno.

Vilar señala que así como el economista, al estudiar estas crisis, busca sus causas para prevenirlas, al historiador le interesan por sus consecuencias. El historiador marxista soviético Boris Porschnev ponía objeciones al análisis coyuntural de Labrousse aplicado al siglo XVIII francés. Porschnev había entendido que trataba de hacer de las crisis de subsistencias causa de las agitaciones sociales, y, en definitiva, en 1.789, de la Revolución; y esto, para el historiador soviético, no era correcto porque la revolución, como todo conflicto social, nace de las contradicciones sociales, de la estructura interna de la sociedad. Pero Vilar precisa que no es eso lo quiere decir Labrousse, sino que en un momento de crisis de subsistencias, es más probable, si al mismo tiempo hay contradicciones sociales internas, que se produzca un movimiento revolucionario. Entrar aquí en la discusión de este fenómeno, nos llevaría muy lejos. Pero digamos, en primer lugar, que la Revolución francesa no es una simple contradicción de clases, sino algo muchísimo más complejo; entre los revolucionarios los hubo de todas las clases sociales y el triunfo de las nuevas ideas no está necesariamente ligado a una clase y a unos intereses materiales concretos.

¿Cómo vincular el análisis coyuntural, económico, al estudio histórico? Vilar dice que hay signos fáciles de cuantificar (movimientos de precios de mercancías, etc.) que pueden ser signos de la coyuntura, pero hay que tener en cuenta también elementos de otro orden, que a veces no son cuantificables, para explicar los cambios, pues "el historiador difícilmente podrá matematizar las relaciones entre un movimiento precios-salarios y las probabilidades de un movimiento social", si no tiene en cuenta esos otros fenómenos, que son precisamente aspectos de la coyuntura.

Expone en seguida las diversas clases de movimientos. Primeramente los de larga duración. Distingue en el mundo occidental desde la Edad Media varios: 1) etapa de auge desde finales del X a comienzos de XIV. 2) etapa de decadencia desde comienzos del XIV hasta el último tercio del XV. 3) etapa de auge, nuevamente desde fines del XV a las primeras décadas de] XVII. Efectivamente, a primera vista, parece haber una gran unidad en estos períodos, pero cuando se han estudiado más a fondo, a nivel regional, se advierten sensibles diferencias, aun dentro, naturalmente, de ciertas características generales. El propio Vilar reconoce que, en el siglo XVII, los estudios recientes están descubriendo numerosas matizaciones generales. 4) el XVIII fuera de Europa, se presenta como una etapa de crecimiento.

De un análisis de estos periodos largos saca algunas conclusiones. La primera, que la duración de los períodos y la amplitud de las coyunturas comunes, se hacen cada vez más cortas a medida que nos acercamos a nuestro tiempo. La segunda, que a medida que la observación histórica se hace a escala mundial, las coyunturas modernas están más generalizadas que las antiguas. Estas dos observaciones son perfectamente explicables: por la aceleración del ritmo de vida, por la mayor integración mundial, y por más intensos intercambios.

Intenta después describir las causas de las inversiones de tendencia en los períodos de larga duración, advirtiéndonos que "por desgracia, las explicaciones no van mas allá de lo hipotético; cuando son unilaterales (un solo factor causal propuesto) queda por explicar este factor; y, si son dialécticas o complejas, los modelos explicativos no siempre están bien elaborados" (p. 90-91). Evidentemente en esto tiene toda la razón. Pero ¿no será que no siempre están bien elaborados porque es muy difícil —o más bien imposible— encontrar una explicación única para cada caso? En efecto, hay explicaciones por inversiones de tendencias climáticas, pero en este caso, repercute en la demografía y en la economía y, por tanto, hay que estudiar estos aspectos. Previene, con razón, Vilar sobre una explicación meramente demográfica: dialéctica entre producto de la tierra y número de seres humanos, pues en ello juegan factores mucho más complejos, ya que el aprovechamiento del suelo y el resultado de los recursos, están en relación con la moneda, y, por tanto, hay que acudir también a explicaciones monetarias. "Seguramente algún día podría reconstruirse el modelo exacto y complejo (a base de estudios) en el cual se articulan los siguientes elementos: multiplicación de los seres humanos, ocupación de las tierras, aprovechamiento de las mismas (incluyendo entre los factores los cambios climáticos), explicación del crecimiento general de los precios por la alternancia de valorizaciones y desvalorizaciones de las mercancías frente a las monedas y de la moneda frente a las mercancías, influencia de este movimiento de los precios por una parte sobre la empresa de producción y por otra sobre las posibilidades de consumo. Retengamos de momento la necesaria complejidad de toda explicación aceptable de los movimientos largos" (p.93).

Como se ve, una vez más, cuando se trata de estudios metódicos, profundos, de toda esa realidad histórica tan compleja (que lo es precisamente por la incidencia de tantos factores, y por la libertad humana, que dan lugar a múltiples combinaciones y posibilidades) lo remite a un estadio futuro, gracias al progreso de la razón y de sus aplicaciones al cálculo y a la interrelación. En cambio, no renuncia Vilar a aplicar su concepción histórica a una visión generalizadora de las distintas etapas por las que ha atravesado el mundo europeo: 1) el estancamiento medieval corresponde a la disolución de un mundo —el romano— colonizador, en beneficio de unos pocos, roído por la despoblación e invadido por las tribus bárbaras, y a la constitución de una sociedad nueva, la feudal, fundada en una ocupación poco densa del suelo. 2) la expansión medieval, corresponde al triunfo de una nueva organización: más hombres, más repoblamientos, relaciones nuevas con oriente (CruzadAs), descubrimiento de un equilibrio político en la jerarquía de las relaciones personales, etc. 3) la crisis de la baja Edad Media es una crisis general de dicho sistema, debido al exceso de población, agotamiento de tierras, guerras, etc., hasta el momento en que la población numéricamente disminuida ve mejorar sus condiciones de vida e impone su voluntad a las fuerzas feudales dominantes; pero la baja de los precios hace que resulten seductoras las expediciones a tierras lejanas, y los desórdenes invitan a tomar el poder a autoridades centrales más elevadas (reyes); esto desemboca en el XV, en la formación de estados-naciones-monarquías, de lo que resultará un equilibrio nuevo, coronado por los descubrimientos geográficos. 4) el siglo XV es el triunfo de este nuevo sistema: aumento del poder de reyes y comerciantes frente al mundo feudal todavía sólido, pero en vías de disgregación; recuperación demográfica, enriquecimiento con posibilidades comerciales lejanas; pero también debido al alza de la población y de los precios, crecientes dificultades para el campesino-productor o para el artesano; hacia 1.600 este empobrecimiento de la base repercute en la cúspide. 5) en el XVII vuelve a crearse una atmósfera de crisis general: guerra de los 30 Años, decadencia económica en el Mediterráneo; revoluciones en Inglaterra y Francia, etc. 6) El siglo XVIII viene marcado por la búsqueda de un nuevo equilibrio entre las clases: siglo de expansión, pero también de revoluciones (de signo económico en Inglaterra, político en Francia). Y, concluye Vilar: "Estas observaciones menos apresuradas permitirían imaginar las fases largas de las "coyunturas" como otros tantos signos de modificación de las estructuras: elaboración lenta y difícil de los modos de producción sucesivos, fases de triunfo y de equilibrio, fases de crisis, fases de reconstrucción en base a mecanismos nuevos. Estas divisiones permiten a la vez confirmar y matizar nuestras divisiones históricas habituales: antigüedad, edad media, tiempos modernos, tiempos contemporáneos, como fases en las que sucesivamente se preparan, triunfan y entran en crisis el modo de producción antiguo (esclavismo y colonialismo romano), el modo de producción feudal, la transición que representa la formación del capital comercial y la culminación monárquica de la sociedad feudal dominante, y por último la génesis del mundo contemporáneo: formación del capitalismo industrial y de las relaciones sociales que le corresponden. Coyunturas y estructuras no son dos nociones extrañas entre sí; son dos aspectos de fenómenos comunes" (p. 95).

Sería prolijo entrar a discutir esta interpretación, pues nos llevaría a reconstruir una buena parcela de la Historia. Señalemos, sin embargo, que lo que hace Vilar es aplicar la teoría marxista del cambio de "modos de producción" a una serie de fases históricas, pero describiendo solamente algunos factores o aspectos de ellas. Son tan numerosos estos factores que siempre es posible hallar —al generalizar— una línea de estructuración entre ellos. En el citado esquema coyuntural, Vilar, por ejemplo, no recoge factores tan decisivos, en la Edad Media y en los siglos posteriores, como los religiosos (Reforma) y los intelectuales (Escolástica, Humanismo, Racionalismo, etc.). Esos no encajan, en manera alguna (o, mejor dicho, Vilar los haría encajar como reflejo de los cambios de producción) en dicho esquema. Por otra parte, ¿cómo nos explica que, a pesar de los cambios en los modos de producción persistan muchos de estos factores (creencias religiosas, concepciones filosóficas, etc.)?

En cuanto a su conclusión de que las fases largas de las coyunturas son otros tantos signos de modificación de las estructuras, que coyunturas y estructuras son dos aspectos de un fenómeno común, puede ser válida en alguna manera, pero no en el sentido que le da Vilar: el de fases en la evolución de los modos de producción, pivote sobre el que hace caminar todo el proceso histórico.

Entra después a analizar los ciclos "semiseculares" ("interciclos o ciclos Kondratieff"), es decir aquellas fases alternativas de expansión o contracción, cada una de las cuales de unos 25 años, y, en su conjunto, un ciclo de 50 años, que se observan a partir del siglo XVIII, en el sistema capitalista. Estas alternancias u ondas, son bien visibles en el alza o baja de los precios nominales. Así en 1817-1850 baja, 1851-1873 alza, 1874-1895 baja, 1896-1920 alza. Pueden variar, según los países, en uno o dos años, y en el siglo XX no se sabe si puede situarse la cúspide de la onda

en 1.920 o 1929. Los economistas que los han estudiado, como Imbert o Kondratieff, están en desacuerdo en cuanto a la definición. ¿Se trata de movimiento de precios? ¿Se trata de expansión y contracción generales alternas, referentes a todos los índices económicos? Y, en cuanto a su interpretación: para unos radica en el stock o en la circulación monetaria; para otros en movimientos espontáneos de la economía, como innovaciones técnicas o efectos económicos de las guerras etc. "De hecho, no tenemos ninguna explicación del ciclo largo, salvo si pensamos que es una resultante de los ciclos más cortos, que quedan por explicar" (p.96).

Como siempre, Vilar pone ejemplos concretos, en que efectivamente pueden hallarse relaciones entre ciertos hechos y las circunstancias económicas. Así la prosperidad imperial de la época de Napoleón III en Francia se corresponde con una fase de prosperidad general europea, y, por tanto, no debe imputarse a las iniciativas imperiales o al "orden"; en el período de la gran depresión de 1873-1895, las leyes protectoras de Méline fueron quizá responsables del débil desarrollo agrícola francés, pero son también explicables como respuesta a la depresión. Una vez más se puede alegar que estas interpretaciones son discutibles, quizá mucho menos la segunda, ya que se trata de una decisión de carácter mercantil, que, naturalmente puede corresponderse con la situación económica. Pero en España, por ejemplo, el período de 1854-1873, que debería corresponder a un período económico de alza, no es ciertamente un período brillante: difícilmente esto puede explicarse por una coyuntura europea favorable.

Describe después el ciclo "intradecenal" o de Juglar, que los economistas han descubierto en el siglo XIX. Vilar añade que estos ciclos cortos existían también en las sociedades de períodos anteriores y a ellos responden las crisis comerciales y agrícolas. Y, concluye, "hay que reconocer simplemente que toda la vida económica espontánea se desarrolla según ciclos ondulatorios, ya sea ritmos determinados por la propia dialéctica de sus mecanismos (por ejemplo, el alza de precios estimula la creación de empresas, ésta acrecienta la oferta, que rebasa la demanda y da lugar a la crisis, etc.), ya sea por el impacto de realidades exógenas (no económicas: malas cosechas, intervenciones políticas, etc., cuyas repercusiones sobre el conjunto de la economía dependen de la amplitud de las zonas afectadas por el hecho)... Estos movimientos de la economía, siendo a la vez causas y consecuencias, ponen de manifiesto a menudo los ritmos de la sociedad global... (p. 99).

El problema para el historiador es en qué medida el conocimiento de estos movimientos le ayuda a comprender la historia global de un momento o de un país. Y, a este respecto, Vilar insiste en una distinción tenida poco en cuenta por los economistas:

1) Ciclos y crisis de "tipo antiguo", características de las economías de predominio agrícola y con relaciones comerciales limitadas; es decir, la de la Europa anterior a la "revolución industrial", y hoy todavía en algunos países subdesarrollados. Las causas residen una serie de malas cosechas, y la forma del ciclo y de la crisis es: alza del precio del grano, reacciones contrapuestas del consumidor y comerciante, etc. y las consecuencias, miseria, hambre, revueltas, exigencia de tasas, necesidad de limosnas, mendicidad, vagabundeo, etc. La causa suele ser metereológica, lo que repercute en les precios agrícolas, y, a su vez en el sistema social implicado (pago de rentas, diezmo, en la moral por la reacción anticomerciante y antiusuraria, etc.). Este tipo de crisis es cualitativamente distinta, según Vilar, de las crisis del XIX en los países capitalistas.

2) Ciclo y crisis en el capitalismo industrial. Las causas son internas al sistema: es la contradicción entre la lógica de la iniciativa individual y la lógica de los resultados globales la que trae consigo la inversión de "tendencias". La forma de la crisis, a diferencia de las crisis antiguas de los precios agrícolas, sino la caída de los precios industriales. Asimismo las consecuencias de las crisis de los siglos XIX y XX son de diferente orden, tienen manifestaciones distintas.

Vilar, evidentemente, tiene razón al resaltar el interés que puede tener el estudio de estas crisis para el conocimiento global de la historia. Lo que ya es más discutible es su periodicidad (cosa discutida por los economistas) y, sobre todo, sus causas y los efectos. Éstos no son siempre determinados, como parece admitir, sino que dependen de las circunstancias históricas concretas, y, sobre todo, de las decisiones de los individuos, que no son siempre iguales, a no ser que consideremos las reacciones biológicas y psicológicas elementales. Pero pasar de este nivel a los verdaderos niveles en los que se hace la historia, significa tener que considerar otros muchos factores.

Finalmente proporciona consejos para la utilización histórica de la noción de coyuntura. Conviene, nos dice, analizar la coyuntura, sus efectos concretos: "en cada caso, ¿quién saca provecho, quién resulta amenazado? ¿El empresario? ¿El trabajador? ¿El rentista? ¿El productor? ¿El consumidor? ¿Cómo varía el salario nominal? ¿Y el real? ¿Cómo varia la ganancia en volumen y cómo en tasa (en relación con el capital)? Así, a condición de pensarlo dentro de un tipo de estructura (modo de producción feudal, capitalista, de transición, etc.), el movimiento coyuntural forma parte de los análisis del historiador" (p. 105).

Esta explicación que hace Vilar sobre la coyuntura, si fuera considerada como un elemento más del análisis histórico en el que confluyen tan múltiples factores, y por tanto utilizada con las debidas precauciones y proporción, podría aceptarse. Pero en la concepción metodológica de Vilar, en la que los modos de producción lo definen todo, la coyuntura juega un papel determinante, como acompañamiento de los cambios estructurales. Y aunque la experiencia histórica le obliga a admitir muchas matizaciones sobre las clases de coyunturas y sus efectos, en realidad no abandona su idea de que las coyunturas son desajustes, más o menos influyentes, en el paso de una estructura a otra, en la desestructuración, en la aparición de un nuevo modo de producción, y, por tanto, señalan el ritmo del proceso histórico.

4. LAS CLASES SOCIALES

En el capítulo referente a las clases sociales, Vilar parte de la afirmación de Marx: "La diferenciación de "clases sociales" ...deriva ... de los problemas de la organización material de la sociedad, y por tanto, de la producción y distribución de los bienes materiales" (p. 109).

Critica, por tanto, a aquellos historiadores y sociólogos (Mousnier, concretamente entre ellos) que admiten en determinados períodos históricos la existencia de una "estratificación" o "jerarquía" social independiente de la economía. Para Vilar la existencia de relaciones de función, de solidaridad y colaboración entre las distintas "clases" es "una fábula ideológica justificadora, basada en una comparación funcional" (p. 111). Por ejemplo, la división tripartita de la Edad Media entre "oratores","bellatores" y "laboratores" —nos dice— "triunfa cuando corresponde a la realidad fundamental del funcionamiento del sistema feudal... Se trata de relaciones feudales cuya base es la producción, y que se caracterizan por la exacción material, feudal y eclesiástica (diezmo)" (pp. 113-114). Vilar no nos proporciona ninguna argumentación. Afirmar que las relaciones sociales en la época feudal están basadas en la producción material, es afirmar demasiado. Las relaciones feudales, tienen, naturalmente, una base económica, pero no es ésta la que determina aquellas relaciones, ni las impone. Sino al contrario, la conveniencia social, el reconocimiento de la existencia de los oratores y los bellatores, que no son en sí "clases" absolutamente necesarias, exige que haya otra clase —la de los laboratores— que los sostenga. Los vínculos entre ellas no son meramente económicos. El pueblo se sacrifica gustoso para sostener a los oratores. Y, con frecuencia, estos fueron también "laboratores" (monjes colonizadores en el Centro de Europa), e incluso "bellatores" (órdenes militares). Vilar mismo admite que existen contradicciones secundarias que provocan modificaciones dentro de este sistema feudal: así, contiendas entre oratores y bellatores, que ve, en la cúspide, en la lucha entre Papado e Imperio entre güelfos y gibelinos, que tratan de afirmar su superioridad absoluta cada uno por su parte; así en la novela caballeresca, que dedicada en principio a cantar las hazañas de los guerreros, concluye a menudo alabando la personalidad del santo.

Vilar expone también que a finales de la Edad Media, hay una cierta dificultad en la clasificación habitual de las distinciones sociales, debido a la aparición de capas nuevas, las urbanas, cuyo medio de vida descansa en la ganancia, en el dinero, que tiende a despreciar a las demás. "Grosso modo se podría decir que los períodos de equilibrio de una sociedad tienen tendencia a una visión simple de las clases y de sus relaciones esenciales (división tripartita del siglo XI; bipartita de Marx en el XIX), mientras que los períodos de mutación y de crisis tiende a complicar al máximo las divisiones de la sociedad" (p. 115-116). ¿No es esto esquematizar demasiado?. Tales divisiones son —no de un grupo ideológico dominante, como afirma Vilar— sino de teorizantes, que no siempre pertenecen a la "clase" superior, que buscan reproducir —tal como la ven—, de acuerdo con sus propias ideas, la estructura social de su tiempo. La prueba es que en una misma época, ha habido clasificaciones diferentes, propugnadas por diversos tratadistas. Marx, por ejemplo, analizando la sociedad exclusivamente desde la óptica del "modo de producción", hallaba dos clases, pero en su mismo momento histórico, otros veían otras clasificaciones menos simplistas.

Pasa a continuación Vilar a discutir la existencia de sociedades estructuradas sobre castas, órdenes y clases, defendida sobre todo por Roland Mousnier. Vilar defiende que tales divisiones son teóricas. Así la división de la sociedad de la India, originariamente, dice, era semejante a la de los pueblos Occidentales, aunque más tarde se añadieron otras castas más: la reclusión de cada oficio dentro de un grupo hereditario es una representación mental adquirida. El aspecto religioso, en suma no es necesariamente el punto de partida de las castas, puede ser resultado. Este argumento lo basa simplemente en la terminología que presenta Benveniste, Vocabulaire des institutions indoeuropéennes. Vilar contradice prácticamente a todos los autores que han tratado el tema. Además, ¿cómo se explica que este sistema de castas conservado durante milenios pueda previvir si su base es meramente económica, si responde a una representación mental adquirida?.

Para reforzar su tesis, Vilar aduce la tendencia espontánea de los grupos humanos a cerrarse en sí mismos y a encerrar a los demás grupos, a incorporar una noción de "pureza" a tal o cual rasgo de pertenencia (grupo étnico, religioso, profesional) y considerarlos como hereditarios. Pone el ejemplo de la sociedad española en los siglos XVI y XVII que, tras proclamar la asimilación forzosa de judíos y moros por el bautismo y la lengua, ante la imposibilidad de asimilarlos, acaba por convertirse esta diferenciación real en representación social fundamental: la limpieza de sangre exigida no sólo para ser noble, sino para ejercer en ciertas corporaciones. Este ejemplo, hay que responder a Vilar, no es nada claro. En primer lugar, porque es muy particular y en todo caso, no es impuesto por los grupos superiores, sino al contrario: es sentido mucho más vivamente por los más bajos. Añade que la diferenciación de castas no tiene únicamente origen en la pureza religiosa o racial, sino que afecta a determinados oficios (verdugos, carniceros, cirujanos, etc.). Pero se puede objetar que estos oficios estaban vinculados a hechos psicológicos: eran frecuentemente desempeñados por judíos, o tenían que ver con la sangre. Y, en todo caso, son ejemplos en que lo ideológico, lo psicológico, en las relaciones sociales, se impone a lo económico, tesis que no es la que defiende Vilar precisamente.

Incluye también el caso de algunas clases sociales que originariamente no tenían nada de hereditarias, pero podían llegar a serlo por presión de otras que tenían interés en encerrarlas en esa condición, como los siervos de la gleba, en Cataluña. En su origen, en el siglo X estos campesinos eran libres, pero al faltar mano de obra, los propietarios (nobles) hacen todo lo posible por retenerlos, primero de hecho, luego de derecho, y nacen los siervos de la gleba. Se ha pasado así de una clase a una casta. La cuestión se consuma —concluye Vilar— cuando la Iglesia prohíbe admitir en su seno a estos siervos, con lo que quedan convertidos en casta. Este ejemplo, en mi opinión, no es nada significativo, porque los miembros de la glebas no son una casta marginada, sino un grupo social, como muchos otros, humilde pero no despreciado. Su exclusión de las "órdenes eclesiásticas" no significa su exclusión de la Iglesia. El siervo de la gleba era considerado, en el orden sobrenatural, igual al magnate.

En cuanto a los "órdenes", vocablos que se usan en los siglos XVI, XVII y XVIII, cree que se trata simplemente de un término medio entre una sociedad de castas, en la que un brahman, por más respetado que sea, es apedreado si se aventura en un barrio de castas subordinadas, y una sociedad de clases en que los "desclasados", por una y los "nuevos ricos", por otra, están simplemente "mal vistos" (p. 121). Es "...la realidad, la historia, la que dicta la suerte de los "estados", de los "órdenes". Obviamente, decir que un orden es una realidad "psicológica" constituye una constatación de que el grupo social, basado en una determinada realidad original, tiene conciencia de sí mismo. Pero ¿podemos decir que es esa conciencia la que determina el orden? ... De hecho cuando la realidad se transforma, la psicología se modifica, mucho más que al revés" (p. 123-124). Aquí Vilar, al simplificar la cuestión muestra una aparente lógica. En primer lugar sería muy difícil definir de manera unívoca el término "estado" u "orden", pues su mismo significado varía con los autores coetáneos. Se puede, ciertamente, admitir que cuando las realidades se transforman, es decir, cuando desaparecen determinados elementos sociales, las actitudes psicológicas y la imagen de la sociedad puede cambiar. Pero esto no es suficiente para decir: "Personalmente, no creo que haya diferencias de naturaleza entre las sociedades de "órdenes" (e incluso de "castas") y las sociedades de "clases". Sus diferencias se encuentran únicamente en el nivel de cristalización jurídica (o consuetudinaria o mística) de las relaciones de función" (p. 125). En otras palabras, cree que estas diferenciaciones, en el fondo están basadas en relaciones de producción, en los modos de producción económica, que se reviste, o se justifica interesadamente bajo categorías sociológicas: "antes de la aparición del capitalismo industrial, el instrumento fundamental de producción era la tierra, y la base de las relaciones sociales era la organización feudal de la propiedad; en el momento del capitalismo industrial la tierra conserva importancia, pero bajo un sistema de propiedad absoluta, y a partir de entonces los medios de producción dominantes son el aparato industrial (comprendido los transportes, ferrocarriles, barcos, etc.) y el aparato de crédito (con los bancos, etc.), cuya propiedad o control se convierten en esenciales. Las clases se sitúan en relación con este aparato de producción" (p. 126-127). Para Vilar no tiene demasiado sentido estudiar las clases a partir de la riqueza o del consumo, o de otras características, porque ya están definidas en relación al aparato productivo. El camino es el estudio de los mecanismos de empobrecimiento o enriquecimiento de una sociedad porque da por supuesto que siempre los dominantes explotan a los dominados. Esta visión simplificadora no es toda la realidad, pues las categorías sociales y sus actitudes desbordan el aparato de producción.

Para Vilar, la definición más exacta de clase social, es la de Lenin: "grupo de hombres, uno de los cuales puede apropiarse del trabajo del otro gracias al distinto lugar que ocupa en una estructura determinada: la economía social". Esta definición dogmática comporta la lucha de clases en la cual reconoce Vilar niveles o graduaciones: los "antagonismos" fundamentales y las "contradicciones" secundarias. "Los primeros rigen el funcionamiento del modo de producción; las segundas derivan simplemente de él y pueden esfumarse ante solidaridades mas esenciales" (p. 135). Como se ve, admite matices, contradicciones momentáneas o secundarias, pero que nada afectan en sustancia las solidaridades de clase, que son siempre, en definitiva, determinadas por la economía.

Dedica unas interesantes páginas (pp. 135-141) a clases, subclases y categorías sociales, para explicar las contradicciones secundarias. En primer lugar se refiere a las categorías socioprofesionales, y entre ellas desciende al análisis de los gremios o corporaciones, organizados, muchas veces, a la defensiva y cerrados. Afirma que las luchas entre estas corporaciones, son luchas de clase. Aquí, evidentemente, está exagerando, y nuevamente simplificando. Es verdad que en el XVIII, hubo luchas entre maestros, por un lado, y oficiales o aprendices por otro, pero reducir esto a un conflicto entre capital-trabajo es ver sólo un aspecto parcial. Una cosa es que se discutan intereses económicos, otra es reconocer que esta oposición es irremediable e irreductible. En el siglo XVIII en Cataluña, como ha escrito el propio Vilar, algunos de los miembros de los gremios, no son artesanos, sino que tienen otras empresas y, a veces una situación social superior a los maestros, a los que se oponen, por razones no solamente económicas. En todo caso, no son estos artesanos los oprimidos siempre. ¿Se puede decir entonces que es solamente un conflicto capital-trabajo?.

Habla luego de los "cuerpos constituidos", es decir, de las tradicionales representaciones municipales o provinciales, o cuerpos vinculados por sus funciones (academias, magistraturas, universidades, etc.). Reconoce que estos cuerpos están muchas veces divididos por querellas en clanes o actitudes personales. Pero es por "espíritu de cuerpo". De acuerdo, pero —añadamos— este espíritu de cuerpo descansa en algo mucho más trascendente muchas veces que los intereses económicos o materiales.

Admite también, que los "medios" o "ambientes", establecen ciertos hábitos sociales (comunidades de lenguaje, cultura, prejuicios, relaciones de parentesco, etc.) y mantienen ciertas solidaridades, que pueden influir, políticamente, en la aceptación o rechazo de ciertas normas o propuestas. "La práctica religiosa también depende de los correspondientes "medios". "Los medios" son a menudo el intermediario obligado por donde debe pasar un análisis histórico de las clases" (p. 138). Como se ve, Vilar, en plena coherencia con su ideología considera la práctica religiosa como un resultado, en ninguna manera como un factor que determine las actuaciones y actitudes personales y colectivas.

No debe extrañarnos, pues, su conclusión: "Por fundarse en los orígenes de los ingresos, la división fundamental y antagónica sigue siendo la que se da ente trabajo y capital. Pero puede ser matizada por un estudio mas profundizado" (p. 139), ya que dentro de las clases hay diversas categorías económicas. Para Vilar, clases son "los poseyentes activos" (empresarios o arrendatarios capitalistas) y "poseyentes inactivos" (rentistas de la tierra y rentistas del capital, que perciben renta, intereses o dividendos). Y entre los asalariados, reconoce que hay también algunos con ingresos mixtos: un pequeño campesino propietario, un artesano, que adelantan un capital y viven en parte de su trabajo cotidiano, etc. "Las diversas combinaciones de estas "categorías" económicas el interior de las clases desembocan en conflictos secundarios, aunque a veces agudos: 1) entre agricultores e industriales cuyos intereses no siempre coinciden (...) 2) entre importadores y exportadores (...) 3) las pequeñas empresas temen su absorción por las grandes (...) 4) los prestamistas y deudores (rentistas y empresarios) tienen intereses contrarios... En teoría, la competencia capitalista debería imponer sobre todos estos puntos las "armonías", los "equilibrios"; pero las presiones posibles, las protecciones, las subvenciones, los efectos de las decisiones presupuestarias y monetarias convierten en realidad estos conflictos de categoría en problemas políticos, y, por ende, históricos. La historia económico-social está llena de estas interrelaciones entre los "grupos de presión" y debates parlamentarios o sindicales. Se trata de luchas de categorías; quedaría por tratar las luchas de clases, pero este fenómeno, que domina la historia, necesitaría un volumen entero" (p. 141).

Es muy interesante esta matización de Vilar entre "luchas de categorías" y "luchas de clases". Lo que él llama "luchas de categorías", efectivamente, enfrentan con frecuencia (sobre todo en épocas recientes, en que la mentalidad económica y los intereses materiales priman sobre otras consideraciones) a los hombres. Pero habría que añadir que tales conflictos no se reducen a intereses económicos, sino que incluyen otros intereses (poder, influencia, rango, etc.) y, además, que no siempre existen. Respecto a las "luchas de clase", como se ve, Vilar reconoce que tratarlas sería llenar un volumen entero. ¿No será que tal afirmación, la de que la historia es una sucesión de luchas de clases es imposible de probar?

5. PUEBLOS. NACIONES, ESTADOS

En este capítulo pretende demostrar que las entidades estatales propiamente dichas, y en particular las "naciones", tal como se constituyen a finales del XIX y en el XX, son creación de una clase social determinada, aunque sobre la base, naturalmente, de ciertos elementos originarios.

Previamente presenta una exégesis de las nociones de frontera y de guerra, muy ligadas a la existencia histórica de los grupos, para concluir que una y otra noción son relativas, cambiantes. Desmenuza más ampliamente la noción de guerra, con la intención de demostrar que no son las luchas de grupos el fondo de la historia, sino las luchas de clases "que traducen las estructuras sociales y sus contradicciones, y por lo mismo hacen evolucionar las sociedades" (p. 149). Aunque se ve obligado a añadir: "de hecho, no hay una separación tajante entre luchas de grupos y luchas de clases, ni entre luchas armadas y relaciones pacíficas (emigraciones, comercio, etc.), puesto que la historia es la combinación de todos estos tipos de relaciones" (p. 150). De este modo, viene a englobar las luchas entre grupos y pueblos, que siempre han existido, y también todo tipo de relaciones sociales, en el proceso real de la lucha de clases, que es el motor de la historia.

Como se ve, una vez más, para mantener su tesis general ha de hacer concesiones a otro tipo de actividades y relaciones entre grupos, pueblos y clases, que, por cierto, nunca ha definido clara y satisfactoriamente. No cree, por ejemplo, que las luchas entre las ciudades griegas antiguas se debiera, como se ha dicho con frecuencia, a la incapacidad de abastecerse suficientemente, y, sin duda, tiene razón, porque no es la única explicación. También, nos dice, algunos historiadores afirman que en esas unidades estatales antiguas la existencia de la clase de guerreros se justifica por la guerra, pero "rara vez se piensa en explicar la existencia de la guerra por la presencia de clases dirigentes cuyas posibilidades de enriquecimiento están limitadas dentro del marco en que gobiernan y que ansían extender con las armas sus riquezas y su autoridad" (p. 151). En esta afirmación de Vilar, hay vario presupuestos falsos. En primer lugar, la de que la motivación de la guerra sea el de una clase dirigente cuyas posibilidades de enriquecimiento están limitadas a su marco "estatal". ¿Sería posible explicar así las múltiples guerras que, desgraciadamente, corren al par de la historia? No nos vamos a detener en proporcionar ejemplos, pues es algo tan evidente, que no merece la pena hacerlo. En segundo lugar, aun admitiendo esa explicación, difícilmente casa con el pensamiento nuclear de Vilar, de que la historia se mueve por la lucha de clases, es decir, que una clase sometida se levanta contra la dominante, pues en este caso concreto una clase dirigente es la que se enfrenta con otras ajenas para buscar un enriquecimiento.

Vilar cree que los historiadores, en general, se equivocan al aceptar como un dato la "ciudad", el "reino", el "imperio", etc., como marcos de una "sociedad global", sin plantearse la cuestión de su existencia. Vilar insiste en este punto porque la existencia de estas entidades es resultado de "la distribución espacial de los hombres en el momento observado, del grado de complejidad alcanzado por la organización social, y de la conciencia que tienen las diversas clases, en el seno de esa organización, sobre las relaciones posibles entre los grupos próximos o lejanos, parecidos o diferentes..." (p. 151). Como se ve, lo que insinúa es, en el fondo, que si se investigara sobre la existencia de estas entidades, se hallaría una explicación fehaciente en luchas de clases, que, a su vez, impulsaría a las guerras. Queda, sin embargo, como una afirmación sin comprobar, como tantas otras que el autor realiza.

Entrando en algunas causas de las guerras, primeramente trata de mostrar que no hay en la historia luchas puramente raciales, pues el mundo no se divide en grupos de "razas", sino en multiplicidad de "culturas", "combinaciones complejas de rasgos raciales casi siempre mestizos, de conquistas técnicas más o menos avanzadas, de herencias lingüísticas más o menos diferenciadas, de estructuras psicológicas coherentes, pero con lógicas internas muy diferentes (...). Las divisiones raciales, lingüísticas y culturales son realidades tangibles que, combinadas con el instinto de grupo y de desconfianza hacia lo "extranjero", constituyen factores de la división humana y son el terreno para la psicología de guerra. Sabemos que los odios de raza y los odios de religión son todavía hoy fuentes de conflictos en el seno de sociedades muy evolucionadas, Estados Unidos o Irlanda. Pero sabemos que estos conflictos son más complejos; el problema negro en los Estados Unidos es tan social como racial; el problema irlandés es tan etnopolítico como religioso" (pp. 152-153). Vilar, en estos dos últimos casos, sin duda tiene razón, porque hoy en sociedades evolucionadas se entremezclan numerosos elementos en la división religiosa; pero ¿cómo explicar los conflictos de razas, religiones y pueblos en épocas antiguas, por ejemplo, la expansión árabe con Mahoma, o la aún más próxima oposición entre Cristiandad e Islam en la Edad Media, y, más concretamente todavía, el hecho de las Cruzadas (aún admitiendo, como en toda acción humana, otros ingredientes aparte de los religiosos )?

En los grupos de organización elemental afirma que normalmente no hay guerra, porque no existe en estos grupos o tribus, una división del trabajo, que según la tesis marxista es la fuente de la división de clases, y, por tanto, de los conflictos propiamente dichos. En cambio, en la Grecia antigua, la guerra está en todas partes. En este punto, habría que precisar (como ya antes se ha indicado) que su explicación de la guerra entre ciudades griegas, está fuera de su razonamiento-tesis.

Sigue en las páginas siguientes una demostración de que la idea de "nación" no existe hasta el siglo XIX, y de que su proceso histórico arranca de la formación del Estado moderno, a partir del Renacimiento. En todo este proceso, según Vilar, la formación de una clase social, la burguesía, basada en el crecimiento económico, será decisiva para ir conformando la idea de "nación". Indica como el Renacimiento, que estimula el cultivo de la lengua nacional; la Reforma, al acentuar las peculiaridades locales; y, sobre todo el "mercantilismo", la práctica de una política económica nacional, favorecen la formación del Estado-nación". Es curioso que no mencione el papel de la religión para dar cohesión a la diversidad nacional de España, que en los siglos XVI y XVII tiene más repercusión que la economía. El siglo XVII —nos dice Vilar— una burguesía mercantil puede asumir políticamente la responsabilidad de un estado y levantar a toda una población contra un poder extranjero: es la historia de las "Provincias Unidas" o Países Bajos protestantes, que se liberan tras una larga lucha, de la soberanía española. Es evidente que no se trata de la primera manifestación de un "sentimiento nacional", que se lanza eficazmente contra un poder extranjero (cfr. Francia, guerra de los Cien Años), pero es "la primera guerra nacional que culmina con la formación de un estado nacional" (p. 164). Aquí habría que precisar que es una simplificación excesiva la que Vilar hace, porque en la formación de este sentimiento "nacional" estuvo presente también el fenómeno religioso, calvinista; y, por otra parte, la división entre las Provincias Unidas (Holanda) y las meridionales (Bélgica) tuvo mucho que ver con una contrapuesta visión religiosa.

El fenómeno hacia la formación del concepto de "nación" culmina en la Revolución Francesa. Esta hizo creer a los campesinos que habían conquistado la "patria francesa" como un bien suyo. Aunque el sistema de gobierno implantado favorecía a una clase, la burguesía, los campesinos franceses liberados de numerosas cargas feudales y fiscales, beneficiados muchos de ellos de la redistribución de la propiedad, asimilaron la defensa de la patria contra el enemigo con la de la Revolución, la idea de "nación" y la idea de gobierno salidos de "la voluntad del pueblo". Pero en el siglo XIX, esta idea de "nación" ligada a los principios de la Revolución Francesa (en particular al de la "voluntad nacional" y "el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos") es una idea "progresista" que asusta a la burguesía, por ello Vilar prefiere calificarla más bien de idea "nacionalitaria" que "nacionalista", ya que solamente esta última expresaría la verdadera concepción burguesa de la nación. El "nacionalitarismo" es un "nacionalismo" limitado, que apoya, dentro de ciertos límites (los que facilitan la revolución) los avances en la "liberación de los pueblos". Así los dirigentes liberales ingleses o continentales (Napoleón III) son favorables a los nacionalismos que sacuden el yugo turco, pero no se atreven a apoyar a los nacionalismos que podrían amenazar la potencia rusa, prusiana o austríaca.

Puesto que la nación se edifica sobre los intereses de una clase burguesa, el mercado nacional, será un elemento fundamental. Hay una "vinculación entre industria, burguesía y nación". Reconoce que en caso de Alemania, la unidad se consiguió a través de las victorias militares de Bismarck y de la vieja aristocracia, pero añade: "no es contradictorio. En lugar de combatirse, las dos clases dirigentes (antiguas clases feudales y nueva burguesía) se repartieron el trabajo" (p. 172) Lo mismo podría decirse del Japón. Estas son singularidades.

Entre 1871-1914 la ideología "nacionalitaria" se transforma en "nacionalismo", entendiéndose con ello una doctrina que considera la nación como el hecho fundamental y la finalidad suprema, a cuyo interés el individuo debe subordinarse y ante el cual, en principio, deben desaparecer los intereses de grupo y los intereses de clase. "Es, en verdad, el momento en que, una vez constituidos y saturados los mercados nacionales, las rivalidades se manifiestan de pronto con más brutalidad en el reparto comercial y colonial del mundo; es el fenómeno del imperialismo, proclamado y bautizado por los teóricos de la expansión: Chamberlain, Roosevelt, Guillermo II, Jules Ferry, Rosa Luxemburg, Lenin" (p. 173).

Ahora la derecha se vincula con el nacionalismo, que se convierte, en Francia por ejemplo, en doctrina oficial de la III República. Toda la educación en la escuela pública está impartida en este sentido y lo mismo la ideología universitaria.

Evidentemente aquí Vilar pisa terreno más firme, en orden a defender su teoría. En el ambiente "economicista" del XIX, en los países industrializados —debilitada, si no perdida, la fe— la atracción del lujo y del bienestar económico se pone en primer término; toda la vida —la política, por supuesto— se subordina a la economía. No es necesario insistir mucho en este "materialismo" del liberalismo capitalista. Pero lo que ocurre en un momento histórico, y en un ambiente social, ¿autoriza a generalizarlo a toda la historia y a todos? Este es el error del marxismo. La economía, cuando se pierden los valores cristianos, impone sus objetivos y pueden surgir verdaderas luchas de clases.

Después pasa a exponer —y valorar— la polémica sobre el papel del nacionalismo en el movimiento revolucionario proletario de Europa oriental, despertada entre los marxistas Rosa Luxemburg, Otto Baur y Lenin a finales del XIX y comienzos del XX, que opinan que allí tiene connotaciones diferentes que en los países industrializados de Occidente. Para Vilar las obras de Stalin, Cómo entiende la socialdemocracia el problema nacional (1904) y El marxismo y la cuestión nacional (1913), expresan perfectamente la realidad de que "la nación es una categoría histórica, y es una categoría histórica de una época determinada, la del capitalismo ascendente". La cuestión nacional, en las diversas épocas, sirve intereses distintos, adquiere matices varios en función de la clase que los plantea y del momento que los plantea".

El análisis de Stalin para Europa central y oriental, concluye que en Austria o Rusia el nacionalismo también nació con el desarrollo del capitalismo, y fue movido por la burguesía, que primero busca un mercado y después transforma su defensa en cuestión política. En aquellos imperios sobre los territorios "competidores" económicos, caen las restricciones de derechos electorales, de lengua, de trabas a práctica de religión, etc.; pero presionada por todos los lados, la burguesía de la nación oprimida se pone en movimiento de forma natural, apela al pueblo e invoca la idea de patria. La fuerza de este movimiento está en función de la participación en él de capas más amplias de la nación: proletariado y campesinado. Pero la lucha nacionalista, en realidad, es una lucha de clases burguesas entre sí: la de la nación oprimida contra la del Estado dominante. El movimiento nacionalista en Oriente desvía a los proletarios de su verdadera revolución y emancipación.

Vilar, que considera válido este esquema, precisa solamente que el análisis de Stalin no tiene en cuenta que en Occidente, los sentimientos de grupos predominan todavía sobre los sentimientos de clase. Como ejemplo presenta el caso de España que en los siglos XVI-XVII es uno de los primeros Estados-nación en constituirse, y cuya entidad se afirma en la guerra de la Independencia. Pero la pérdida de las colonias y el fracaso de la revolución política, que facilitaron la permanencia en el poder a las clases aristocráticas y terratenientes, hicieron de España un país desigualmente desarrollado, donde sólo el País Vasco y Cataluña, con una industria según el modelo europeo, mantuvieron una conciencia de nacionalidad. Los industriales textiles catalanes —como en Europa— concibieron el problema nacional como un problema de mercado. Los dirigentes de Madrid (aristócratas, generales, políticos liberales), que representaban a las clases no industriales, no entendieron el lenguaje del "nacionalismo económico". Fue entonces cuando los industriales catalanes, ante la frustración, exaltan la solidaridad catalana contra el centralismo madrileño, poco atento a los intereses de la industria. Ello acabó creando un ambiente masivo de oposición común, "en el que terminaron yuxtaponiéndose las protestas de clases y las protestas de grupo. A partir de este momento puede hablarse de catalanismo popular, pequeño burgués, intelectual, campesino, y en parte (según el momento), obrero, Y es interesante entonces, ver a la burguesía creadora del "movimiento nacional", asustarse ante este aspecto popular de la oposición catalanista, y buscar en Madrid, en los instrumentos del Estado, las garantías contra la eventual revolución" (p. 195). Este esquema, aunque muy simplificador, es válido en conjunto.

Expone, muy brevemente, como los problemas nacionales en el período entre guerras (1918-1939) en Occidente están mantenidos por la clase burguesa y por sus intereses concretos. Rusia —nos dice— es un caso aparte, en el que la clase dominante —el proletariado— tiene en sus manos el Estado centralizado, mientras deja a las nacionalidades una amplia autonomía cultural (lengua, enseñanza, etc.), pero observa con recelo, y acude a reacciones violentas ante cualquier sospecha de retorno a un "nacionalismo burgués" que reclamará la formación de un Estado. Como se ve, Vilar observa con ojos de excesiva simpatía la situación de Rusia. Porque, en primer lugar, ¿es el proletariado la clase dominante, o el Partido? Además cabría preguntarse, ¿esa autonomía cultural es realmente auténtica? Piénsese en las dificultades impuestas por la reglamentación estatista en materia de religión, en Ucrania o en Lituania, por ejemplo.

Caso algo particular es también el de los países vencidos, donde el nacionalismo es una doctrina que predica la unidad por encima de las clases, sobre el principio de la raza (nazismo) o de la historia (imperio fascista) y la autarquía económica, mientras que la lucha de clases se traslada al exterior, contra el comunismo. Después de 1929 las humillaciones nacionales, las crisis monetarias, el miedo a la proletarización por parte de las clases medias y campesinas, son factores que explican el relativo éxito de estas ideologías.

En los países vencedores en 1918, fieles a formas liberales del Estado, se puede observar un viraje de las relaciones entre conciencia de clase y conciencia nacional: en la primera fase, un nacionalismo orgulloso en los medios dirigentes y de ex-combatientes; después de 1934, el resurgir del patriotismo popular y antifascista. Durante la guerra de 1939-45, diversas formas de resistencia, plantearon el problema de qué clase, una vez conseguida la victoria nacional, se declararía responsable de la nación. Y el propio Vilar responde: "Con escasas excepciones, la respuesta dependió sobre todo de la zona de influencia de las "grandes potencias" (p. 197). ¿No hay aquí una contradicción clara con sus postulados teóricos? Porque parece afirmar, en definitiva, que es la fuerza la que resuelve un problema que, en principio, debería resolver por sí misma una clase social.

Termina con una brevísima exposición de los problemas "nacionales" después de 1945, que resume en tres puntos: 1 ) Las relaciones entre la URSS y los restantes países socialistas, problema que simplemente menciona, pero al que no dedica ni una palabra. 2) La edificación de una Europa unida que —nos dice— lleva un rumbo sorprendentemente parecido a los hechos que cimentaron el Zollverein, en la Alemania del XIX, pero que choca con una serie de intereses en el interior de los marcos nacionales y que carece en su bases de los hechos de larga duración —lengua, cultura, etc.— que habían moldeado las comunidades nacionales. La burguesía, interesada por el mercado, busca marcos supranacionales, pero se pregunta ¿sobre qué infraestructura va a crearlos? 3) La liberación de los países colonizados, hecho nuevo. En este problema, Vilar no se decide por una interpretación. «Las relaciones etnias-naciones-estados-clases, se imbrican aquí de forma aún más compleja que las esbozadas anteriormente, en el caso de episodios mas clásicos. Como sucedió con la independencia de América latina, se forman estados sobre estructuras nacionales inconsistentes; a la inversa, unas luchas que han durado varias decenas de años, como en Vietnam o China, han vinculado íntimamente el proceso de independencia nacional con el de revolución social, especialmente a través de la difusión del ejército y de las masas populares. Lo cual no impide que en numerosas ocasiones, y todavía hoy, el movimiento revolucionario y el movimiento nacional dependan aún de las actitudes recíprocas (tolerancias, exclusiones, utilizaciones, etc.) de las capas muy numerosas que constituyen tanto la burguesía como el campesinado. En América Latina, aunque eventualmente hay grupos militares o políticos (peronismo en Argentina, gobierno de Velasco Alvarado en Perú) que enarbolan la bandera del nacionalismo, resulta cada vez más remota la esperanza de que las "burguesías nacionales" sigan la vía de las burguesías europeas del siglo XIX" (p. 198). Cita, en apoyo de esto, la "Segunda declaración de la Habana, 1961" en la que se afirma que la burguesía nacional en América, "aun cuando sus intereses son contradictorios con los del imperialismo yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a éste, paralizada por el miedo a la revolución social y asustada por el clamor de las masas explotadas".

Es realmente sorprendente que Vilar al tratar de explicar estos movimientos revolucionarios en el Tercer Mundo, no aluda, en absoluto, a las actividades del comunismo internacional, que, bajo formas diversas, incluida la fuerza, socavan los cimientos de la estabilidad de aquellos países, y conducen, a través de movimientos llamados "democráticos" a la revolución social. Resulta inaceptable que Vilar, que se considera científico, calle en este aspecto esencial. Casi todas las revoluciones "nacionalistas" en Asia, África o América —salvo, por ejemplo, las islámicas, y esto también contradice la tesis de la lucha de clases— han sido provocadas por movimientos vinculados al comunismo internacional.

De todas formas, para tratar de explicarse tantas situaciones diferentes que no parecen casar en su esquema estrictamente marxista, Vilar acude a una insinuación de Lenin sobre la simultaneidad de las dos "tendencias históricas": una que tiende a la creación de estados nacionales y otra a la proliferación de los vínculos internacionales, tendencias —nos dice— que valen tanto en el seno del socialismo como en el seno del capitalismo. "Pero mientras la burguesía mira cada vez más por encima de las fronteras nacionales y sacrifica con una facilidad creciente sus rivalidades imperialistas a la solidaridad imperialista en general, las revoluciones populares, más eficaces, son las que vinculan a la resistencia antiimperialista de los grupos nacionales; la "nación", la "patria", el ejército, se convierten en hechos masivos y no sólo en instrumentos en manos de unas minorías. Parece como si nos halláramos ante un nuevo "relevo" en la disposición a sumir las realidades nacionales de larga duración por parte de una clase social" (p. 200).

De nuevo habría que preguntarle a Vilar si realmente cree que estas revoluciones populares son espontáneas, a la vista de las presiones exteriores de todo orden, e incluso de la franca intervención armada. Y, sobre todo, si la solidaridad de los "movimientos populares de liberación" conduce a una verdadera liberación nacional o a la opresión de un Partido.

6. EL CAPITALISMO Y SUS CONTRADICCIONES

Vilar considera el Capitalismo, como lo había definido Marx: un tipo de sociedad coherente, fundado en los mecanismos establecidos por un determinado modo de producción. Para evitar equívocos prefiere hablar de "modo de producción capitalista" que se sitúa, en el espacio y en el tiempo, en el mundo occidental a partir de finales del siglo XVIII. Por ello Marx, al tratar de definir el capital, habla de capital a secas para distinguirlo de otro tipo de capital, designados siempre con un adjetivo ("usurario", mercantil, financiero) y que pudieron haber existido antes del modo de producción capitalista, e incluso haberle preparado el terreno, "pero sin haber sido jamás el núcleo decisivo de esas sociedades" (p. 207).

Según Vilar, el mérito de Marx fue, partiendo de la hipótesis de concurrencia perfecta y de las aportaciones científicas de los clásicos, demostrar: 1) que el equilibrio teórico y el dinamismo forzoso de una economía de concurrencia se realizaban sólo a través de "crisis" que eran en el capitalismo tan naturales como los equilibrios instantáneos. 2) que aceptado el inconveniente pasajero de las crisis, la aparente armonía económica encubría una creciente contradicción social, una división en dos clases antagónicas, con intereses opuestos. 3) que en tales condiciones, la igualdad jurídica y la libertad de iniciativa de los agentes económicos individuales, eran, de hecho, para una inmensa mayoría, una quimera. 4) que en ultimo término, debido a esas crisis y contradicciones, la concurrencia perfecta conducía al capitalismo hacia su propia destrucción, a través de concentraciones de los medios (que podían llegar hasta el monopolio).

Vilar analiza, siguiendo a Marx, los principios de organización del sistema capitalista: el principio de libertad, el de igualdad jurídica y el de propiedad, principios que tratan de mantener los intereses de la clase burguesa. Evidentemente Vilar, como el marxismo, tiene toda la razón: el capitalismo es un sistema, basado en el puro egoísmo individual, porque sus sustentadores son más "materialistas" que el propio Marx: "Marx, al que se ha atacado por haber erigido la economía en "última instancia" del análisis político-social, es de hecho menos "economicista" (y no más "materialista") que los teóricos del capitalismo" (p. 208).

"Lo que caracteriza al capitalismo es que la parte del producto no consumida por los productores directos se deduce no en virtud de un derecho tradicional o de una coacción legalizada, sino mediante el juego espontáneo de una economía libre. Este carácter "natural", no forzado, de la exacción, es el que ha permitido decir (y creer) que esta exacción no existía, que la sociedad se había liberado finalmente de los derechos, los diezmos, las tasas y las coacciones, y el ideal de los inventores de la libre economía hubiera sido incluso la casi supresión de los impuestos estatales, reduciendo al máximo posible las atribuciones del mismo estado" (p. 217). Marx entiende estrictamente como capital "un conjunto de medios de producción eficaces y masivos, susceptibles de reproducirse y de crecer, globalmente, por su mecánica propia" y que en el sistema capitalista, "tienen como característica esencial la de estar apropiados" (p. 217). Lo que define al capitalismo es esta apropiación, resultado de la "formación del capital" en un libre mercado, mientras lo que define al socialismo es que la "formación del capital" está planificada.

En el sistema capitalista, entre el valor realizado por ese mercado libre y la remuneración global de los trabajadores productivos (suma de los salarios reales y de las ventajas sociales) existe un margen, que es la plusvalía. Si este margen no basta o se limita únicamente a ser suficiente para la renovación del capital existente, no habrá posibilidad de progreso y la economía se estanca. Si el margen supera este umbral (que es el caso normal, a pesar de las variaciones coyunturales), hay formación de capital. Pero éste ha sido apropiado; va a parar a los propietarios previos del capital. Vilar admite que puede remunerar, con tasas modestas, el ahorro de las categorías menos proletarizadas de los trabajadores, pero la gran masa excedente irá a los "jefes de empresa", que acumularán medios de producción cada vez más potentes. Pero, al final del proceso, la posibilidad de los recién llegados disminuye; pues la concurrencia misma trae la decadencia de la concurrencia atomística. Su consecuencia inevitable es la lucha de clases, fenómeno que también ocurre en la pequeña empresa. Allí también existe antagonismo, conflicto de intereses, aunque el pequeño empresario esté más en contacto con sus obreros. El obrerismo anarquizante ha salido más bien de la pequeña empresa. Las relaciones sociales de producción, durante todo el siglo XIX, son "relaciones de lucha" (p. 220).

Nada nuevo hay en esta exposición del mecanismo de producción y de distribución del sistema capitalista. Lo único que cabría decir es que este análisis es teórico, y, por tantos es una verdad parcial. 1) Porque ese capitalismo puro no se ha dado en la realidad o no ha entrado en todas las partes o lo ha hecho en diversas condiciones. 2) Porque las circunstancias personales —y otras— han podido determinar, y han determinado, que esas relaciones laborales no hayan sido de enfrentamiento necesariamente y no necesariamente tampoco este enfrentamiento de exterminio personal y social. A veces han sido tensiones o conflictos de intereses, como es normal en las relaciones humanas. Cuando ha habido "lucha de clases" en su sentido estricto, es porque se la ha creado desde fuera, se ha atizado el odio y se ha buscado la destrucción del patrón.

¿Y en el siglo XX, se pregunta Vilar? Y afirma: "Es posible que, después de todo, en el último cuarto de siglo, la sociedad capitalista se acerque más al esquema anunciado por Marx (dígase lo que se diga) de lo que se aproximaba a él el mundo de 1.850. Es hoy, y no hace un siglo, cuando nos encontramos, sobre todo en Estados Unidos, pero también en algunos puntos de Europa y en Japón, ante un campesino liquidado o en vías de estarlo, frente a poblaciones enteras dedicadas a la producción masiva destinada a un mercado y a la obtención de beneficios, bajo la impulsión y el control de algunos consejos de administración, minorías ínfimas y anónimas" (p. 220). Vilar admite que el elevado nivel de consumo alcanzado por las masas, el gran desarrollo de los servicios y de las personas dedicados a ellos, en la oficina y en el almacén, y la existencia de élites, de cuadros, han cambiado la imagen de patrono y obrero luchando cara a cara, pero "el antagonismo estructural de patronos y asalariados subsiste, y subsiste, por tanto, la lucha de clases. Es verdad que ahora presenta más el aspecto de una confrontación organizada entre sindicatos y grupos poderosos, oscilando entre la violencia y el compromiso. Lejos han quedado los tiempos de la concurrencia atomística. Y ya no se sabe bien cuál de las dos imágenes resulta más mítica: si la de una sociedad abierta y libre, en la que cualquier ciudadano, en cualquier momento puede elevarse hasta la cumbre, a la de la dicotomía entre un puñado de hombres poderosos, únicos capaces de acumular capital y de disponer de sus poderes, y una masa de hombres subordinados, condenados a soñar con una inaccesible vida de lujo, a trabajar en la monotonía y la mediocridad, y a tener más posibilidades, dentro del cálculo de probabilidades de la vida, de quedar brutalmente en paro que de labrarse una fortuna. De forma global —apostilla Vilar— es evidente que la segunda imagen es más válida" (p. 221).

Realmente en esta exposición lo que Vilar llama lucha de clases, poco o nada tiene que ver con una verdadera "lucha de clases", en el sentido que Marx dio al concepto. ¿Es necesariamente "lucha de clases" el que los sindicatos procuren para sus afiliados mejores condiciones de trabajo y de remuneración? ¿Se puede hablar de la sociedad actual como "un puñado de hombres poderosos" frente a "una masa de hombres subordinados"? ¿No es muchísimo más amplio el abanico económico-social? ¿El trabajo normal del obrero o del trabajador es necesariamente rutinario y mediocre? ¿No se ha ido mejorando cualitativa y cuantitativamente en este punto? Visto desde un prisma exclusivamente materialista, pudiera ser. Pero aun así la visión de Vilar es absolutamente exagerada. Identifica lucha de clases con la oposición de intereses, normal en toda vida social, y que se van corrigiendo muchas veces —y de esto no habla— con el diálogo y con una cierta intervención del Estado. Ciertamente hay verdaderas "luchas de clases", cuando se utilizan desde fuera estos conflictos naturales.

Un segundo gran apartado lo dedica Vilar a analizar el capitalismo y su relación con el crecimiento económico. Reconoce que ningún modo de producción antes del capitalismo había conseguido un tal salto hacia adelante. Únicamente la "revolución neolítica", con la introducción de la ganadería y la agricultura, es una etapa cualitativamente comparable con la "revolución industrial" promovida por el capitalismo. En el intermedio hubo innegables "crecimientos", pero se enfrentan a "crisis generales", en las que intervienen una serie de factores (demografía, tecnología, economía, sociedad), cuyo peso es difícil de determinar, pero que en cualquier caso no se pudo dominar la desigualdad de las cosechas, fuente de catástrofes y de enfrentamiento a largo plazo con un crecimiento importante de la población.

Cree que la "revolución industrial", entendida solamente en sentido de avance tecnológico, no sería suficiente para explicar el "capitalismo". Habría que combinarlo con una disposición nueva en el orden mental y social. "El modo de producción capitalista, conjunto coherente, es una consecuencia más que una "causa" (aunque se convierta en causa a su vez) de la combinación entre las innovaciones técnicas del siglo XVIII y la búsqueda de unos beneficios menos aleatorios que los beneficios (por aquel entonces en decadencia) del capital comercial (y colonial), considerados hasta ese momento como las fuentes principales de la acumulación. El nuevo beneficio se fundará a partir de ahora, no ya sobre los equilibrios momentáneos de los mercados aislados y lejanos, sino sobre el desequilibrio constante entre el valor de los objetos —mercancías producidas en masa para un mercado homogéneo—, y el valor de la fuerza de trabajo que han producido esos objetos" (p. 225). Reprocha a W.W. Rostow que al tratar de definir las "precondiciones" para el despegue de la productividad moderna, hable de "propensiones" a aceptar, por una parte, riesgos, y por otra sacrificios, "sin señalar que el riesgo de los empresarios es una "apuesta" que hacen los individuos, pero en el que la clase capitalista (como en el juego de la Banca) tiene la seguridad de ganar al final, mientras que el "sacrificio" de los trabajadores, necesario para la formación del capital, es un sacrificio involuntario, impuesto a toda su clase por la indigencia inicial del proletario, de la que sólo escapan algunas excepciones..." (p. 225-226). Este reproche es, en parte, legítimo, pero hay en Vilar el error de partida de no ver más que dos "clases" en oposición, empresario y obrero, cuando en el sistema social global ciertamente hubo una serie diversa de "clases".

Se refiere después al crecimiento del capitalismo a largo plazo y en este punto considera nuestras grandes deficiencias: "El análisis de las largas series de precios, si va más allá de las expresiones monetarias, muestra que los objetos producidos masivamente por la industria, y tanto más cuanto más mecanizadas están las industrias, tienen un equivalente en disminución constante frente a los productos menos afectados por las nuevas técnicas, y, sobre todo, frente a los "servicios" no productivos que exigen siempre el mismo tiempo de trabajo" (p. 229). Y, en consecuencia, se habla cada vez más de aumentar la productividad, dando por supuesto que repercutirá en bien de los propios trabajadores. "En resumen, la preocupación se basa en que el capitalismo haya orientado lo esencial de la actividad humana hacia la obtención de una producción cuantitativamente maximalizada, conseguida a partir de un esfuerzo decreciente quizá por unidad de producto, pero igual como mínimo, y quizá mayor, para el conjunto de los trabajadores, a cambio de un aumento de satisfacciones cualitativamente discutibles" (p. 230).

Reconoce Vilar que también el socialismo pide sacrificios a los trabajadores en la fase de construcción, pero no se les piden bajo la forma angustiosa del paro. Aunque el progreso técnico inserte siempre en el producto cada vez más capital y menos trabajo, no se ha de olvidar que el capital pertenece a los ya ricos. Esta afirmación, incluso desde un punto de vista solamente económico, es discutible. El socialismo, como vemos hoy en Polonia, Cuba o Corea del Norte, no ha proporcionado mejoras a los trabajadores, aunque sí haya conseguido, por la fuerza, rebajar diferencias, y elevar relativamente a los pobres. Pero sistema socialista o sistema de economía de mercado no son más que un aspecto de la organización general de cada país. Habría que preguntar a Vilar si cree en el valor de la libertad, y en otros, ausentes del mundo comunista.

Aduce Vilar la paradoja del capitalismo que, gracias a la disminución del "valor" de los objetos producidos en masa, a la larga debería ser considerado como algo eficaz, y por tanto, beneficioso. Pero "el capitalismo que ha elevado el nivel de vida de masas considerables, no ha resuelto la "cuestión social" elemental de la "miseria" en el marco racial y en el marco mundial. ¿Puede decirse que la miseria reina sólo allí donde no ha penetrado el capitalismo? El capitalismo ha penetrado en todas partes... la expansión económico-política de los europeos dotados de técnicas avanzadas, no ha hecho que los restantes países del mundo adoptaran los modos de vida, ni las normas de producción de los que pretendían "civilizarlos"" (p. 237-30). Después de 200 años de enorme progreso en una parte limitada del globo, el modo de producción capitalista "no ha desencadenado, sino frenado sin duda, y quizá detenido, los posibles procesos de desarrollo. Las clases trabajadoras de los países dependientes han sido "sobreexplotadas", puesto que han sido explotadas a la vez por sus antiguas clases dominantes y por los diversos representantes... del capital extranjero. La masa de los "excedentes" acumulados ha ido a parar a este capital extranjero" (p. 240). En los países asiáticos, africanos y americanos el capitalismo, que les ha tocado en parte, no ha promovido su desarrollo, sino destruido ciertas condiciones "compensadoras de la miseria... pero no ha asegurado ni el salto cuantitativo ni la regularidad en la producción de los bienes necesarios" (p. 241).

En resumen, al comparar capitalismo y socialismo frente al problema del crecimiento, Vilar parece inclinarse por la eficacia del último. Para ello aporta los siguientes argumentos. 1) El socialismo en Rusia ha sido capaz de desencadenar un desarrollo material y, por tanto, esta característica, que se creía exclusiva del capitalismo, ha desaparecido. 2) En los países atrasados, en donde se ha implantado el socialismo (países balcánicos, China....) el progreso ha sido superior al de otros con modo capitalista, como la India; han conseguido mayores éxitos en su despegue. 3) Si los países socialistas no han conseguido superar "la desigualdad de las cosechas", en los capitalistas la capacidad de utilización de la producción del aparato industrial se muestra discontinua, y, por tanto, con la presencia dramática del paro.

En el ciclo corto, en el movimiento intradecenal, en el capitalismo las crisis son un hecho normal, crisis, que, a veces, son de sobreproducción. "¿No es irritante, en cualquier caso, oir hablar de sobreproducción en un sistema cuya justificación suprema es la producción? De hecho, el estado permanente es el subconsumo absoluto cuando hay "subempleo", relativo siempre, porque las necesidades son extensibles" (p. 247). En cuanto al ciclo medio, el de 25 años (llamado de Kondratieff ), también lo ha experimentado el capitalismo. En el siglo XX ha podido observarse que las crisis económicas más duras (1929 y quizá 1976) se producen cuando coinciden una crisis cíclica clásica y un giro (hacia la baja) del movimiento Kondratieff, con acentuación durante el curso de la crisis de contradicciones de todo tipo, que llevan finalmente al conflicto. Es verdad —reconoce Vilar— que después de la terrible crisis del año 1929, en que pareció que el capitalismo iba a hundirse, ha revivido brillantemente en Estados Unidos y en los países de Occidente, pero los socialismos soviético y europeo, la revolución china, la descolonización generalizada, los desafíos vietnamita y cubano representan un reto al capitalismo.

Reconoce también que la agitación social en países avanzados no tiene la virulencia de antes, y que la lucha de clases se enmarca en una negociación entre potentes sindicatos, obreros y patronales, los cuales presionan sobre el Estado, pero "ni las estructuras del "neocapitalismo" ni la limitación espacial de los países "avanzados", frente a las enormes masas de los países socialistas y del "tercer mundo", permiten creer en un mundo sin conflicto. El modo de producción socialista, en la actual fase de experiencias, obtiene, como sucedía en los inicios del capitalismo, unos éxitos más económicos que políticos, más cuantitativos que cualitativos. Pero ello puede ser tentador para un "tercer mundo" miserable" (p. 252).

Esta afirmación, como se ve, es bastante gratuita. El socialismo, que lleva ya más de medio siglo de experiencia en Rusia, y algunos años en otros países del Este de Europa, no ha conseguido los éxitos que Vilar presupone. Ha logrado éxitos aparentes en algún sector en el que ha puesto más esfuerzos, de manera dictatorial, pero, en conjunto, sus resultados a la vista están. De vez en cuando se revelan descarnadamente la pobreza y el atraso, como en Polonia actualmente. En cuanto a los países del "tercer mundo", los éxitos no son más claros. Ahí está, por no ir más lejos, el caso de Cuba para ponerlo de manifiesto. Por otra parte en modo alguno se vislumbra un éxito político cualitativo: la falta de libertad en los países comunistas es un hecho evidente y sólo la utopía marxista más ortodoxa permite esperar otra cosa.

7. SOBRE EL CONCEPTO DE ECONOMÍA CAMPESINA

Coro apéndice incluye el texto de una conferencia pronunciada en la Fundación March, y publicada en la obra colectiva La economía agraria en la historia de España (Alfaguara, Madrid, 1978). Trata sobre el "concepto de economía campesina", utilizado por vez primera por un economista ruso de los años 1910-30, Chaiánov (caído en desgracia ante el marxismo oficial y deportado a Siberia), y recogido por el recientemente fallecido historiador-economista inglés Daniel Thorner, que lo expuso en un trabajo presentado en la Conferencia de historiadores-economistas de Aix-en-Provence en 1962, como mejor alternativa que el inútil y rebasado concepto marxista de "modo de producción", para calificar sociedades como la Rusia de los zares, India, Indonesia, China, Japón hasta 1914 o México hasta 1930.

El texto de Vilar de Vilar trata de mostrar que dicho concepto es inadecuado y acientífico. Según él, el concepto "economía campesina" pone su acento en lo puramente económico y ven un modelo económico que podría ayudar a la descripción, a la explicación de mecanismos parciales, pero que es muy dudoso pudiera aclarar los orígenes, las crisis y el destino de una sociedad. Por el contrario, el "modo de producción" es un concepto global, que hace de las contradicciones internas de todo sistema el principio de su dinamismo, el origen de su transformación. Vilar critica a algunos marxistas que al enfrentarse a la realidad de la sociedad rural en Occidente en los siglos XVI-XVIII, donde todavía tiene e] campesino un peso importante, defiende la especialidad de dicho tipo de sociedad dentro de la sociedad global y hablan de "modo de producción parcelario", de "modo de producción mercantil simple"; para Vilar éstas son incrustaciones inexactas que no encajan con el pensamiento global de Marx, aunque éste las haya utilizado en alguna parte. "La noción de economía campesina no basta en ningún sitio, en ningún país, para caracterizar las relaciones sociales en torno a la tierra. No podría integrar una clara definición de los distintos tipos de "renta del suelo"" (p. 280).

Es decir, Vilar no cree en una "autonomía" real, micro —o macro— económica del hecho campesino. El concepto de "economía campesina" utilizado por Chaiánov y los agrónomos rusos de primer tercio de nuestro siglo, de existencia de una célula familiar de mano de obra y autoconsumo "será una organización agrícola de alcance modal en su país... No significa que tal organización tenga valor de "modelo" y menos de "modo de producción"" (p. 283).

En los análisis chaianovianos —nos sigue diciendo Vilar— surge la idea de que una economía campesina puede juzgarse por las nociones de suficiencia e insuficiencia, experimentadas y traducidas por los mismos sujetos económicos. Esto las asemejaría a las "economías de antiguo régimen" o de "tipo antiguo", anterior al siglo XIX en Occidente. Ahora bien, para el tema de la desigualdad de cosechas, Vilar cree que los instrumentos de análisis forjados por la escuela de Labrousse sobre "crisis de tipo antiguo" serían más útiles que la extensión del concepto de "economía campesina" al estudio de problemas del Tercer Mundo.

Además, dice Vilar, existen sectores diferenciados dentro del campesinado. En efecto, en "la transición del feudalismo al capitalismo, ya no tienen la unidad original de su clase —ésta derivaba de la sumisión y de los derechos que todo campesino debía al señor—. La economía mercantil cuando penetra en la economía campesina en sus distintos niveles, determina en el seno del campesino una jerarquía significativa, subrayada periódicamente por las crisis alimenticias" (p. 286). No existe, pues "unidad" en la sociedad "campesina" o "familiar".

Después de criticar la postura de Chaiánov dentro de la historia de la revolución socialista —aspecto que a nosotros nos interesa menos— lo que Vilar se plantea es si "para problemas históricos del pasado, y para los problemas actuales de las masas campesinas en vías de mutación, en la encrucijada de vestigios precapitalistas, el capitalismo imperialista y de los experimentos socialistas, es útil no adoptar los conceptos teóricos de Chaiánov tal como Thorner nos proponía aplicarlos, pensando que proponían un instrumento mejor de análisis que el concepto marxista de "modo de producción" (p. 289).

Vilar critica especialmente a Daniel Thorner (Economía campesina, un concepto para la historia económica, en Annales, mayo— junio 1.964 ), en su intento de sustituir este concepto por el marxista de "modo de producción". Aduce que el primer criterio para caracterizar la economía campesina, el criterio mayoritario de la población rural, no es válido en el campo socio-económico. El segundo criterio, la inexistencia de ciudades que contengan más del 5% de la población global, cree que es otro criterio "mecánico". En tercer lugar, el criterio de inexistencia de Estado tampoco lo encuentra apropiado. Vilar admite, únicamente, que dicha expresión se podría aceptar como una originalidad social situada en la fase histórica entre el feudalismo y el capitalismo: "Observar la articulación de dos modos sucesivos de producción esencialmente en los momentos de crisis, es sin duda más "operacional" que la sencilla adopción de los términos "economía campesina"... En la encrucijada de dos modos de producción, cuando se instalan al mismo tiempo técnicas nuevas y condiciones sociales nuevas, hay que preguntarse: ¿quién se hace cargo de dichas técnicas nuevas? ¿quién se enriquece?, ¿quién se empobrece?. El capitalismo se revela entonces en su propia naturaleza: llamará al campesino rico, dotado de medios de producción y preparado para apoderarse de los nuevos, hombre "ilustrado" "emprendedor" (si no "empresario"). El resultado, no obstante, será la eliminación, la pauperización, la proletarización de la masa. Para apropiarse de una técnica hacen falta medios previos" (p. 296).

Como se ve, Vilar critica —con razón— un concepto socio-económico, que ciertamente, puede tener aspectos abstractos, teóricos; pero él sostiene, igualmente, otro concepto teórico, el de "modo de producción", que no constituye más que un hilo de esa intrincada maraña que es la sociedad. Ni aun en términos puramente económicos, se dan en la historia los modos de producción tal como el marxismo los describe. En cambio el concepto "economía campesina", tiene al menos el valor de reflejar una cierta coherencia socio-cultural, no obstante sus evidentes deficiencias. La historia no es un mundo mecánico, sometido a leyes decisivas, como defiende el marxismo. Es algo enormemente complejo a lo que hemos de sumarnos con aproximaciones, tanteos y esquemas provisionales. Pero Vilar, que es un marxista rígido, no puede admitir la menor sombra en la concepción marxista. Así afirma, rotundamente, que "como instrumento de análisis social, no existe un modo de producción campesino (ni una "economía campesina") donde desaparecerían las distinciones y luchas de clases propias del capitalismo, del feudalismo o de sus combinaciones en la "transición"" (p. 302).

Dedica unas páginas al caso de Francia, donde la Revolución de 1789 habría conseguido, según algunos, "una nación campesina", en el que dominaba la media propiedad y no había ricos ni pobres: entre el modelo inglés precoz, de paso al capitalismo, y el prusiano, tardío, pero potente, Francia en la necesaria liquidación del campesino en provecho de las revoluciones industriales, sería un modelo económicamente deficiente, pero socialmente estable. Vilar critica esta tesis, que considera afirmación utópica y nostálgica de ciertos sociólogos, políticos o historiadores.

Por cierto, cuando critica a Antoine Pelletier, que está actualmente profundizando en la noción antigua de "bien común", muy extendida entre los campesinos pobres del Antiguo Régimen, y trata de erigir la "comunidad campesina" anterior a la sociedad individualista moderna en otro "modo de producción", Vilar que, naturalmente, lo niega, y considera el bien común como una superestructura del "modo de producción feudal", no alude para nada a su genuina raíz cristiana.

Dedica también varias páginas a los estudios del campesinado latinoamericano para criticar a aquellos que consideran los movimientos campesinos (como Jean Meyer en su estudio sobre el movimiento de los "cristeros"), más como degeneración de una manera de vivir que de protestar contra un nivel de vida insuficiente. Claro que Vilar dice: "¿Y por qué no las dos cosas a la vez?" (p. 304). Es posible, pero siempre habría una motivación fundamental, le responderíamos nosotros. Es perfectamente coherente con su ideología que Vilar no admita los calificativos de "modo de producción colonial", "modo de producción precolombino", ni de un particular "feudalismo latinoamericano".

Termina preguntándose si la utopía de Chaiánov, de un campesinado medio, de una colectividad rural, con pequeñas ciudades rodeadas de aldeas y fincas dispersas, sería realizada por el capitalismo, un capitalismo que lleva a esa vieja contradicción hoy muy grave, entre producción y consumo: mundo de economía campesina que padece hambre y mundo no-campesino que no sabe qué hacer con los productos de sus campos. Es, quizá, verdad. pero habría que preguntarle a Vilar ¿ha sido capaz de resolverlo el socialismo?

 

                                                                                                              V.V.P. (1981)

 

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