VARGAS LLOSA, Mario

Conversación en la Catedral

Editorial Seix Barral, Barcelona, 1969 (segunda edición).

 

1. Introducción

Después de “La ciudad y los perros” (1963) y “La casa verde” (1965), Mario Vargas Llosa emprende en “Conversación en la Catedral” un intento más ambicioso: una novela de amplios horizontes sociales y políticos, que viene a ser una especie de corte transversal de la vida civil peruana durante la dictadura de Odría (1948‑1956). Se trata, en realidad, de cuatro novelas de rasgos formales parecidos pero no iguales, que se publican en dos volúmenes, de más de 350 páginas el primero (que comprende los libros Uno y Dos) y de más de 300 el segundo (que comprende los libros Tres y Cuatro). El Uno y el Tres contienen episodios más extensos y circunstanciados; el Dos y el Cuatro encierran una más rápida alternancia de series argumentales diversas. Esta novela, de esmerada construcción formal, entrelaza la historia política del Perú con la crónica policial, los bastidores de las pasiones y de la vida nocturna limeña con los entretelones de los ministerios, la universidad, el periodismo, las grandes familias, los partidos...

A esta diversidad y extensión de su materia humana corresponde un montaje formal de tiempos, personajes, ritmos, episodios y series argumentales diversas, que hace muy compleja a la obra y a ratos dificulta su lectura, si bien ésta se torna interesante gracias a la acción, la anécdota, el diálogo, la intriga, elementos muy vivos y bien trabajados. Con ellos se traza un mosaico de los efectos laterales de una dictadura —y más en general, de la frustración social y política del país— sobre la intimidad de un puñado de seres que se debaten entre la corrupción administrativa, la violencia, la degradación personal, el conflicto familiar y la represión política.

El centro y fin de la novela es, pues, aquel punto donde se enlazan la historia del Perú y las vicisitudes de una docena de personajes. Contribuye sin duda a esta confluencia de planos narrativos la carencia de espesor interno de los protagonistas, la ausencia de “psicologías”, ya que toda interioridad personal se disuelve en los actos exteriores, y todo posible análisis introspectivo se da como revelado implícitamente en la acción externa. Este carácter “exteriorista” puede deberse a factores diversos: el temple literario personal del autor, su militancia política de izquierda con residuos marxistas —son las estructuras las que hacen al hombre, el hombre es el epifenómeno del sistema— y, en lo formal, la óptica behaviorista o conductista del autor: la persona es lo que hace.

2. Hilo argumental central

Las múltiples series argumentales de esta novela se organizan en torno a un eje narrativo, que da precisamente su nombre al libro. Este eje es una larga conversación, repartida durante toda la obra, que sostienen un sambo —Ambrosio— y el hijo de su antiguo patrón —Santiago Zavala, “Zavalita”— tras un encuentro fortuito después de muchos años de separación. La historia de todos los demás personajes se evoca a partir de esta conversación, que transcurre en una especie de bar de los suburbios, llamado “La Catedral”. Trozos dispersos de este diálogo se intercalan abruptamente a lo largo de todo el relato, irrumpiendo sin previo aviso en medio de los múltiples episodios. El diálogo central es un mero pretexto, casi siempre desarticulado y fragmentario, para organizar la desbordante materia narrativa.

La diferencia entre el hilo argumental central y los colaterales es puramente explicativa, pues la obra misma concede tanta importancia a la vida y al ambiente de Santiago como a los episodios vividos por otros protagonistas; si bien esa diferencia tiene algún valor temático, pues de Santiago arrancan los hilos argumentales más constantes, que sirven de base a los otros, colaterales. La vida de Santiago no está contada en forma lineal, sino que va apareciendo en fragmentos cronológicamente desordenados, con continuos cambios de tiempo, flashbacks, etc.

Santiago Zavala es un muchacho de la clase alta limeña que, tras una aventura revolucionaria frustrada en la universidad, rompe con la política y con su familia, para desempeñar un gris oficio en un diario de Lima, alcanzando en este voluntario exilio un mediocre apaciguamiento de sus conflictos interiores: “A lo mejor esa monotonía con estrecheces era la felicidad, esa discreta falta de convicción y de exaltación y de ambición, a lo mejor era esa suave mediocridad en todo” (vol. II, p. 258). El autor presenta así a Santiago Zavala como un microcosmos revelador de la situación interna del país entero. El signo de la frustración marca su existencia personal, la de su familia y su medio, para abrazar la historia entera de la nación.

De la vida de Santiago arrancan directamente los episodios de su familia: su hermano Chispas y su hermana Teté, frívolos exponentes de la juventud aristocrática; su madre Zoila y su padre Fermín Zavala, portadores de los prejuicios sociales y las ambiciones políticas de su clase. Cuando Santiago ingresa en la Universidad de San Marcos —institución laicista, hervidero político de izquierda— contra la voluntad de sus padres que prefieren la Universidad Católica —descrita como un colegio de niños bien—, su vida estudiantil lo introduce de lleno en la actuación clandestina de las células comunistas, cuyas ideas llega a profesar a medias; en ese ambiente aparecen los activistas Jacobo, Aída, Héctor, Solórzano, Llaque, Washington. Cuando el grupo es detenido por la policía política de Odría y sólo Santiago, gracias a las influencias familiares, sale libre e indemne, el protagonista deja su familia y sus estudios de Derecho para entrar en el diario “La Crónica”, donde aparecen otros personajes típicos, periodistas bohemios y borrachines, escritores frustrados, pobres y juerguistas: Carlitos, Norwin, Becerrita. Después de un accidente, Santiago se enamora de su enfermera, Ana —una muchacha de clase media, bastante gris y convencional— y se inicia en la rutina doméstica que nos describe el primer capítulo.

3. Argumentos colaterales; ensamble

Antes de describir los argumentos colaterales, es conveniente explicar el medio expresivo literario que usa Vargas Llosa para ligar entre sí las distintas líneas argumentales, o el diálogo de Ambrosio y Santiago con ellas. El método consiste en intercalar trozos de distintas conversaciones, alejados entre sí por el tiempo, el espacio y los propios personajes, como si se tratara de una sola conversación. Se mezclan así, abruptamente y sin explicaciones, parlamentos que corresponden a episodios cronológicamente distantes, pero relacionados en los recuerdos de Santiago o Ambrosio, o bien a partir de la convergencia de su contenido. Por ejemplo, en I, p. 35, aparece el siguiente diálogo, que reproducimos numerado para el efecto de su explicación:

“(...) El flaco se había sacado el primer puesto en los exámenes finales, protestó Popeye, qué más querían sus viejos.

1) No quiere entrar a la Católica sino a San Marcos dijo la señora Zoila. Eso lo tiene hecho una noche a Fermín.

2) Yo lo haré entrar en razón, Zoila, tú no te metas dijo don Fermín. Está en la edad del pato, hay que saberlo llevar. Riñéndolo, se entercará más.

3) Si en vez de consejos le dieras unos coscachos te haría caso dijo la señora Zoila. El que no sabe educarlo eres tú.

4) Se casó con ese muchacho que iba a la casa dice Santiago. Popeye Arévalo. El pecoso Arévalo.

5) El flaco no se lleva bien con su viejo porque no tienen las mismas ideas dijo Popeye.

6) —¿Y qué ideas tiene ese mocoso recién salido del cascarón? se rió el senador.

7) Estudia, recíbete de abogado y podrás meter tu cuchara en política dijo don Fermín. ¿De acuerdo, flaco?

8) Al flaco le da cólera que su viejo ayudara a Odría a hacerle la revolución a Bustamante dijo Popeye. Él está contra los militares”.

La primera frase de esta cita corresponde a Popeye, un amigo de Santiago Zavala, que se supone está conversando con su padre, el senador Arévalo. A ese mismo diálogo corresponden los parlamentos 5, 6 y 8. Los parlamentos 2 y 3 corresponden a un diálogo entre el padre y la madre de Santiago a propósito de sus estudios. El parlamento 1 es de la madre, Zoila, hablando con un interlocutor indeterminado. El parlamento 7 corresponde a una conversación entre don Fermín y Santiago su hijo. Y por último, el parlamento clave, que corresponde al diálogo presente de Santiago con Ambrosio antiguo criado de la casa en “La Catedral”, es el 4, que organiza a los demás en torno a la conversación central del libro. Todos los demás parlamentos corresponden a otros personajes y a otros tiempos, y su factor común es sólo el tema. Este recurso, empleado para relacionar entre sí episodios o argumentos diversos, es de uso frecuente en el libro, y dificulta no poco su lectura.

Las series argumentales que pudiéramos llamar colaterales, o bien paralelas, están centradas en torno a tres personajes: Ambrosio, Amalia y Cayo Bermúdez. Ambrosio es el chofer de Cayo Bermúdez Director de Gobierno; luego pasa a ser chofer de don Fermín Zavala, a quien conoce en la casa de Hortensia. Ambrosio convive con Amalia, primero criada de los Zavala y luego de Hortensia. Cayo Bermúdez es la eminencia gris del régimen de Odría, primero como Director de Gobierno, luego como Ministro; su amante es Hortensia, “la Musa”, una ex-cantante amiga íntima de Queta, de mala fama. Subordinados de Cayo Bermúdez son el doctor Alcibíades y Lozano, y en un rango inferior Hilario, Ludovico e Hipólito, compañeros de aventuras de Ambrosio.

4. Resumen por Capítulos[1]

Libro Uno

I. Santiago casado con Ana, buscando al perro de la casa que ha sido llevado por el Depósito Municipal de Perros, se encuentra allí con Ambrosio, antiguo criado de su familia, y comienza la conversación en el local llamado “La Catedral”.

II. Discusión familiar de los Zavala por los estudios de Santiago en la Universidad de San Marcos, a la que acuden estudiantes de nivel social inferior. Aventuras de Santiago y su amigo Popeye Arévalo en la casa de Amalia, que acaba de ser echada de la casa de los Zavala por culpa de Santiago, que la pretendía.

III. La vida pasada de Cayo Bermúdez, hijo del Buitre, un comerciante de Chincha, casado contra la voluntad del Buitrecon una mujer humilde del lugar. Bermúdez vive sin entusiasmo en la rutina doméstica y el comercio. El General Espina, Ministro de Odría, lo manda buscar a Chincha para convertirlo en Director de Gobierno (ambos fueron condiscípulos en la infancia). Bermúdez acepta con la misma apatía e indiferencia de siempre, se queda en Lima y abandona a su mujer que queda en Chincha.

IV. Primeras andanzas universitarias de Santiago. Encuentro con Aída, muchacha de ideas comunistas. Conversión a la causa por un vago idealismo, por admiración a la muchacha y por ignorancia: “y pensó obreros, y pensó comunistas y decidió no soy bustamantista, no soy aprista[2], soy comunista. Pero ¿cuál era la diferencia? No podía preguntárselo[3], creerá que soy idiota, tenía que sonsacárselo” (I, p. 77). Doble vida de Santiago entre su aristocrática familia y sus andanzas comunistas.

V. Trabajo de Amalia en una fábrica de don Fermín. Su enamoramiento de Trinidad, un muchacho alocado y cariñoso que da en creerse activista del APRA, y que un día desaparece, asesinado por la policía política.

VI. Ingreso de Santiago en los círculos comunistas y en la militancia clandestina, entre los estudiantes de San Marcos. Su imposibilidad de creer en la doctrina marxista; su complejo de desclasado. “No pudiste, Zavalita, piensa. Piensa: eras, eres, serás, morirás un pequeño burgués (...). Ibas a misa, te confesabas y comulgabas los primeros viernes, rezabas y ya entonces mentira, no creo”. “En el colegio, en la casa, en el barrio, en el círculo, en la Fracción, en ‘La Crónica’ dice Santiago. Toda la vida haciendo cosas sin creer, toda la vida disimulando” (I, pp. 118-119). Santiago se enamora de Aída, pero la deja, por cobardía, en manos de Jacobo, otro muchacho comunista.

VII. Allanamiento de la Universidad de San Marcos por orden de Cayo Bermúdez. Bermúdez, por vía extraoficial, se hace con el fichero político completo del servicio de inteligencia militar. Bermúdez y don Fermín salen a comer juntos a un local en cuyo show actúa Hortensia, “la Musa”. Ambrosio entra al servicio de Bermúdez como chófer.

VIII. Primer contacto del grupo comunistoide de Santiago con un dirigente del Partido. Santiago no se atreve a inscribirse formalmente en la institución. El grupo consigue promover en la Universidad una huelga de solidaridad con los tranviarios, de común acuerdo con los apristas.

IX. Campaña senatorial de Emilio Arévalo padre de Popeye— como abanderado de Odría. Creciente poder e influencia de Bermúdez en el gobierno. Detalles de la muerte de Trinidad en manos de la policía secreta.

X. Fracaso de la huelga en San Marcos. Luchas internas de la Fracción. En pleno debate, el grupo es sorprendido por la policía. De todos los detenidos, sólo Santiago sale libre, por intercesión de don Fermín ante Cayo Bermúdez. Don Fermín se siente humillado porque sabe que la detención de Santiago es sólo un aviso para él y sus conspiraciones de más alto nivel. El teléfono está intervenido. Rencor de Santiago contra los comunistas, contra su familia: mala conciencia. Santiago se va de su casa y empieza a trabajar en “La Crónica”.

Libro Dos

I. Trabajo de Amalia como criada en casa de la Musa (Hortensia), mujer desenfadada y pícara: contrasta con la honorable señora Zoila. Primeros pasos de Santiago en el mundo periodístico. Entretanto, el general Espina ha caído y Bermúdez asume el ministerio.

II. Vida frívola y licenciosa de Hortensia. Extorsiones políticas del personal de Bermúdez para llenar las manifestaciones a favor de Odría.

III. Inmoralidad de la amistad entre Hortensia y Queta. Manejos de Bermúdez para controlar a las agencias de prensa: extorsiones, sobornos.

IV. Ambrosio se hace perdonar por Amalia de una deslealtad anterior, y empieza a cortejarla de nuevo. Bermúdez vigila las reuniones secretas del ex Ministro Espina con don Fermín Zavala; también sigue otras pistas de posible conspiración contra Odría. Hipólito, Ludovico y Ambrosio disuelven a golpes una manifestación femenina contra Odría.

V. Santiago acude de vez en cuando donde tío Clodomiro, el único miembro de la familia a quien ve. Bermúdez y don Fermín, se hacen cómplices en la aceptación de un soborno por parte de una empresa norteamericana. Bermúdez, cauteloso, se niega a recibir acciones, y pide siempre dinero efectivo.

VI. Bermúdez acapara gran parte del presupuesto del Ministerio de Gobierno para sus servicios de inteligencia, en desmedro de la policía. Gastos exorbitantes: “Lo que cuestan las directivas sindicales adictas, las redes de información en centros de trabajo, Universidades y en la administración (...). Lo que cuestan las manifestaciones (...), aplacar a los descontentos, a los envidiosos y a los ambiciosos que surgen cada día dentro del mismo régimen” (I, p. 312). Extorsiones menores de los subordinados Lozano, Hipólito, Ludovicoen los locales nocturnos, donde obtienen información sobre personas importantes y su vida privada.

VII. Reunión de Bermúdez con personalidades de Cajamarca para preparar el viaje del presidente a esa región. El Chispas descubre la pensión de mala muerte donde vive Santiago, y le enrostra cariñosamente el haber cortado relaciones con la familia. Noticias de huelga general en Arequipa pidiendo la renuncia de Cayo Bermúdez. Gabinete militar.

VIII. Desolación en casa de Hortensia por las noticias políticas. Bermúdez inubicable. Escenas de vida licenciosa en el mismo lugar, pero en tiempos anteriores, según el frecuente recurso de romper la cronología.

IX. Bermúdez huye a Brasil sin despedirse de nadie.

Libro Tres

I. “La Musa”, asesinada. Revuelo policial y periodístico, en el que eventualmente toca participar a Santiago, que se marea de asco. Queta acusa del asesinato al chófer de don Fermín; el móvil, que “la Musa” no siguiera chantajeando a don Fermín. Santiago se entera así de los vicios aberrantes de su padre, y de que todos lo sabían menos él. Santiago se entrevista con su padre, que lo recibe emocionado, quita importancia al asesinato de Hortensia y a su posible implicación en él, cuenta las penurias económicas de la familia desde que Cayo Bermúdez lo hostigó por su participación en el fallido golpe de la Coalición. Santiago se convence de la inocencia de su padre, y acude a comer con su familia por primera vez desde la separación. Nadie entiende su vida mediocre y descolorida, sin las rebeldías de antes.

II. Retorno a episodios anteriores: Bermúdez desbarata la conspiración del general Espina y los políticos de derecha, entre ellos don Fermín Zavala, que es castigado sin publicidad, con medidas económicas. Se detallan otros múltiples entretelones de la conspiración fallida, del castigo de los responsables, de la situación política del país, que manifiestan la corrupción del régimen.

III. Progresiva decadencia de “la Musa” desde la huida de Bermúdez. Retorno a su vida de cantante, sin éxito. Cambio de casa; vida más modesta. Ambrosio, para librar a Amalia y librarse a sí mismo de posibles complicaciones con la policía por el asesinato de Hortensia, se la lleva a vivir fuera de Lima.

IV. Relato de los sucesos de Arequipa: los enviados de Bermúdez con el fin de boicotear un acto público de la Coalición se ven en franca inferioridad de condiciones, y son golpeados hasta casi morir. Error de Bermúdez, que subestimó las fuerzas de la Coalición, inducido por Lozano, que a su vez engaña a Bermúdez por instigación de Arévalo con presunta complicidad del propio Odría. Todo ha sido planeado por estos últimos para convertir la protesta de Arequipa en ocasión de deshacerse de Bermúdez. El acto de la Coalición se transforma en un levantamiento de toda Arequipa porque la policía entró en el teatro disparando y tirando granadas. Bermúdez se empeña hasta el final en reprimir el levantamiento de Arequipa con la acción del ejército, hasta que se da cuenta de que ha sido traicionado y que el ejército no lo apoya. Ambrosio hablando en presente con Santiago en “La Catedral”le confiesa que él mató a “la Musa” pero por cuenta propia, para que no siguiera chantajeando a don Fermín.

Libro Cuatro

I. Vida bohemia y sucia de los periodistas de “La Crónica”. Enfermedad de don Fermín. Primera temporada de Ambrosio y Amalia en Pucallpa.

II. Santiago cuenta en “La Catedral” su matrimonio a Ambrosio. “Ni eso lo decidí realmente yo. Se me impuso solo, como el trabajo, como todas las cosas que me han pasado. Ellas me hicieron a mí, más bien” (II, p. 180). Relato del accidente que lo condujo al hospital donde trabajaba Ana. Amistad inicial de Santiago y Ana. Primeros tratos de Ambrosio, en Pucallpa, con don Hilario, un comerciante que ve la oportunidad de robarle su dinero veinte mil soles que le regaló don Fermín.

III. Intentos fallidos de don Fermín por conseguir que Santiago vuelva a la casa. Enamoramiento de Santiago; marcha de Ana con su familiaa Ica. Trabajo de Ambrosio, asociado a don Hilario en Pucallpa, como chófer de bus y comerciante de ataúdes para niños.

IV. Por algo de amor y bastante de compasión, Santiago decide casarse con Ana. Los periodistas del diario festejan a Santiago en su despedida de soltero. Matrimonio por la Iglesia, en privado. Los negocios de Ambrosio con don Hilario de mal en peor.

V. La familia de Santiago descubre que se ha casado con Ana. Visita de la pareja a la casa de los Zavala: situación muy incómoda al constatar la condición social humilde de ésta, que se retira humillada por la histeria de la señora Zoila. En Pucallpa, Ambrosio constata que ha sido estafado hábilmente por don Hilario.

VI. Primer tiempo del matrimonio de Santiago, rutinas domésticas. Matrimonio de Teté con Popeye Arévalo, al que Santiago no asiste, indignando así a Teté y a Ana a la vez. En Pucallpa, Amalia muere al dar a luz el segundo hijo de Ambrosio.

VII. Matrimonio del Chispas, al que Santiago tampoco asiste. Un mes después, muere don Fermín. La Musa escribe a la señora Zoila para informarla de las miserias de Fermín (en vida de éste: se trata de un flashback). Ambrosio huye de Pucallpa llevándose una camioneta de don Hilario, por la que sólo obtiene cuatrocientos soles.

VIII. El Chispas visita a Santiago en su casa para hablarle de la parte de la herencia paterna que le toca. Santiago se niega a recibir nada: no quiere ser rico, actitud incomprensible para Ana. Correrías de Ambrosio de vuelta a Lima; consigue trabajo por temporadas en la perrera donde lo encontró Santiago. Final sin desenlace, como unos puntos suspensivos...

5. Valoración doctrinal

“Conversación en la Catedral” está objetivamente colmada de una inmoralidad espesa, subjetivamente narrada por el autor con una actitud de indiferencia, de no adjetivación: amoralidad casi total, neutra “objetividad” que se sitúa al margen del bien y del mal.

Esta neutralidad puede fácilmente mover a engaño, presentando al autor como un mero narrador de hechos reales. Podría parecer que el autor se limita a describir simples hechos, que tal vez son frecuentes en la sociedad que lo rodea: lascivia y perversiones sexuales, por una parte, y por otra todos los excesos del poder político, del dinero, de la violencia, del engaño, de la corrupción administrativa.

Sin embargo, esa misma “imparcialidad” u “objetividad” aparente del autor esconde una inmoralidad manifiesta. En primer lugar, porque todo escritor siempre opera una “selección de realidad”; en este caso, más que manifestar al “mundo” “tal corno es”, manifiesta “un mundo”, libremente elegido a partir de su propia y personal visión de la realidad: visión muy particular, que carga las tintas sobre todo cuanto pueda haber de más sucio, sórdido, bajo, pervertido, mentiroso, cruel, lujurioso y soberbio en el corazón humano en su propia imaginación, desechando, en cambio, el menor gesto de humanidad, desinterés, misericordia, trascendencia que pudiera rescatar siquiera de modo fragmentario tanta miseria. Sus personajes son, en el mejor de los casos, convencionales como Ana, Amalia y algún otro (y aún es una concesión llamar convencionales a quienes con tanta facilidad incurren en la fornicación o el aborto; pero al menos, tienen algo de humanidad); luego están los irremediablemente frívolos o atrincherados en los más imperturbables prejuicios sociales, como Teté, Popeye, el Chispas, la señora Zoila, víctimas de una especie de determinismo clasista; y más allá, los personajes de una negatividad profunda, ya sea por sus perversiones así Hortensia, Queta, don Fermín, ya sea por su bajeza cualificada. Este último es el caso de Cayo Bermúdez, sujeto de una apatía, astucia, desviación y crueldad que no toleran en su alma ni una pizca de bondad. Y es también, quizá en forma menos aparente pero por eso mismo más peligrosa, el caso de Santiago Zavala, que, sin poseer vicios ostentosos casi al contrario, ostentando esbozos de virtudesresulta sin embargo de un pesimismo radical: desilusionado de todo, pasivo, inerte, llevado al arrastre por los acontecimientos, frustrado, incapaz de superarse. En él parece decírsenos que la única forma de no ser vicioso ni frívolo ni malvado es no ser nada, ser un títere: penoso elogio de la mediocridad y del cansancio de vivir como único antídoto frente a la maldad circundante.

En segundo lugar, la supuesta “objetividad” del autor resulta maligna por el solo hecho de describir el mal con la misma indiferente lejanía que el bien. Ya el sentirse y el hacerse sentir al margen del bien y del mal es un mal en sí. Nunca se nos presenta en esta novela el mal como mal: sólo como un hecho que por frecuente parece absoluto e irremediable. Las aberraciones morales se nos ofrecen con la misma naturalidad con que podría pintarse el amor conyugal más puro. Se da así ese pecado extremo que es la pérdida de la conciencia misma del pecado. Se nos describe un mundo donde todo juicio de valor está descartado de antemano por la voluntaria actitud indiferente y “neutral” del autor. Éste se limita a presentar hechos, pasiones, conductas, situaciones en cuyo interior no hay moralidad alguna, porque la única dimensión humana que se presenta es la de lo fáctico: para Vargas Llosa los hechos son los hechos, es tan imposible aprobar algunos como reprobar otros; la crueldad y la misericordia, la perversión sexual y la castidad tienen para él la misma carta de naturaleza: ocurren simplemente. Jamás el ser de hecho resulta medido —o siquiera mensurable— por el deber ser. Esa es la profunda inmoralidad de fondo de la novela.

Esta indiferencia no se da sólo en el dominio del pansexualismo avasallador de los relatos, sino también en el dominio de lo político. Podría parecer que la historia de Santiago Zavala muestra sólo una especie de escepticismo político motivado por el desencanto que sigue a su vago idealismo juvenil, sentimiento que podría ser, en determinadas circunstancias, legítimo. Pero hay más: tras la neutralidad política se esconde la neutralidad hacia todo cuanto pudiera haber de moral y espiritual en lo político. La figura casi demoníaca de Cayo Bermúdez se presenta sin adjetivos ni valoraciones explícitas o implícitas; tampoco hay alientos ni recriminaciones para las alternativas del protagonista, que fluctúa entre vagas evasiones de su condición burguesa e impotentes caídas en la mediocridad de una bohemia híbrida. Se despliegan tanto caracteres aprisionados en la vaciedad de una clase alta decadente, como tipos humanos de juvenil idealismo revolucionario marxista, todo con la misma impasibilidad. Si esta actitud neutra se limitara a cuanto hay de contingente en el orden político, nada tendría de reprochable; pero en realidad se extiende por igual a los más elementales cimientos éticos de la sociedad y la política. Tampoco aquí hay juicios de valor: lo político aparece como un simple dato sin ninguna moralidad interna.

Por otra parte, si bien pudiera decirse que la novela denuncia de algún modo las atrocidades de un régimen dictatorial preciso, esta impresión queda borrada por una especie de determinismo político: los hombres no cuentan, el sistema los aprisiona y los convierte en meros reflejos de las estructuras sociales, que parecen irremediablemente corruptoras. La negatividad no se limita al Perú de una determinada época, sino que, por un insensible contagio de fondo, parece extenderse a toda sociedad humana. La sociedad misma aparece así como intrínsecamente estropeada. Si alguna rebelión se insinúa frente a un orden social injusto, se trata de una rebelión que carece por completo de soluciones positivas. La neutralidad de Santiago Zavala ilustra bien este negativismo profundo: para salir del incómodo dilema entre una oligarquía o un militarismo sanguinario, por una parte y, la ilusoria rebeldía de un comunismo inaceptable por otra, sólo queda la alternativa de una abstención política cabal, de un mediocre ir tirando al arrastre de hechos impositivos que escapan del todo a la voluntad personal. Queda así la impresión de que la sociedad humana está intrínsecamente viciada, y que el autor nos manifiesta un escepticismo total. La sugerencia virtual e implícita de que “el Perú no tiene solución” se transforma, por proyección espontánea, en la afirmación de que la sociedad humana no tiene solución. Así lo dan a entender las tres opciones que la novela describe y explora: o la rebeldía ciega y destructora del comunismo, o el imperio de la fuerza bruta y la complacencia de la clase alta que profita a su sombra, o el absolutamente estéril abstencionismo del protagonista, una especie de reducción de la existencia social y política a su mínima expresión de vida ciudadana vegetativa. En ningún rincón de la novela asoma siquiera alguna otra opción de carácter positivo.

Sobra decir que la dimensión religiosa no tiene cabida alguna en el mundo de esta novela. Todo ocurre en ella como si Dios no existiera. No hay el menor esbozo de la pregunta por el sentido de la existencia humana, y por consiguiente, ni el menor intento de una respuesta para tal interrogante.

6. Valoración literaria

No obstante los graves inconvenientes morales que ofrece esta novela, se le puede reconocer un notable valor formal como obra literaria, lo cual la hace aún más peligrosa. Su lectura resulta muy entretenida, por la fuerza descriptiva, por los brochazos rápidos y certeros con que define las situaciones y circunstancias, por la pluralidad de mundos que mezcla y entrelaza con habilidad, por la desenvoltura coloquial de su prosa...

El lenguaje narrativo de Vargas Llosa introduce acertadas modificaciones de la sintaxis y de la grafía convencional, con el fin de apurar la velocidad del relato, y de suprimir las explicaciones intermedias que no sean significativas de por sí —salió, entró, dijo, pensó, hizo tal movimiento, a continuación, por otra parte, antes de, después de, etc.—: se ahorran así todos los rellenos y los puentes, para dejar sólo lo que tiene valor expresivo de suyo. Un ejemplo de esta prosa sintética y coloquial, que pretende imitar el flujo interno del propio pensamiento es el siguiente: “¿Qué darían en el Colina, en el Montecarlo, en el Marsano? Almorzaría, un capítulo de “Contrapunto” que iría languideciendo y lo llevaría en brazos hasta el sueño viscoso de la siesta, si dieran una policial como “Rififí”, una cowboy como “Río Grande”. Pero Ana tendría su dramón marcado en el periódico, qué me pasa hoy día. Piensa: si la censura prohibiera las mexicanadas pelearía menos con Ana. ¿Y después de la vermouth? Darían una vuelta por el Malecón, fumarían bajo las sombrillas de cemento del Parque Necochea sintiendo rugir el mar en la oscuridad, volverían a la Quinta de los duendes de la mano, peleamos mucho amor, y entre bostezos Huxley. Los dos cuartos se llenarían de humo y olor a aceite, ¿estaba con mucha hambre, amor? El despertador de la madrugada, el agua fría de la ducha, el colectivo, la caminata entre oficinistas por la Colmena, la voz del Director, ¿preferías la huelga bancaria, Zavalita, la crisis pesquera o Israel?” (I, pp. 16‑17). A continuación se transcribe este pasaje en prosa convencional, poniendo en letra cursiva los agregados lógicos que ésta exigiría y que precisamente Vargas Llosa se salta para hacer más directo y sintético el lenguaje: “Santiago pensó: ¿qué película darían en el cine Colina, en el Montecarlo, en el Marsano? Imaginando los sucesos próximos, pensó que almorzaría, y a continuación leería un capítulo de “Contrapunto” que iría languideciendo y lo llevaría en brazos hasta el sueño viscoso de la siesta. Pensó con nostalgia: si dieran una película policial como “Rififí”, una cowboy como “Río Grande”. Pero sería en vano, porque Ana tendría ya su dramón elegido y marcado en el periódico. Santiago se detuvo y se preguntó: ¿qué me pasa hoy día? Pensó: si la censura prohibiera las mexicanadas pelearía menos con Ana. Siguió cavilando: ¿y qué harían después de la vermouth? Supuso que darían una vuelta por el Malecón, que fumarían bajo las sombrillas de cemento del Parque Necochea sintiendo rugir el mar en la oscuridad, y por último volverían a la Quinta de los duendes de la mano. Entonces se reanudaría la conversación de siempre, y ella diría: Peleamos mucho, amor. Y él entre bostezos seguiría leyendo la novela de Huxley. Los dos cuartos se llenarían de humo y olor a aceite. Entonces ella preguntaría como de costumbre: ¿estás con mucha hambre, amor? Luego Santiago imaginó lo que vendría al día siguiente: sentiría el despertador de la madrugada, se lavaría con el agua fría de ]a ducha, tornaría el colectivo, al bajar tendría que hacer la caminata entre oficinistas por la Colmena, llegaría al diario y sentiría la voz del Director que le preguntaba: Zavalita, ¿prefieres escribir sobre la huelga bancaria, la crisis pesquera o Israel?”.

La multitud de palabras en cursiva muestra bien la modalidad sintáctica de Vargas Llosa. Por cierto que Vargas Llosa dista mucho de ser el inventor de semejante estilo: lo toma directamente de sus primeros artífices, sobre todo James Joyce.

Otro carácter del lenguaje narrativo de Vargas Llosa —no de su prosa sino de su construcción novelística— consiste en romper la cronología del tiempo lineal, fragmentando la novela en mil episodios aparentemente desordenados, fuera de sitio, para luego reordenar sus partes con vistas a un fin expresivo superior: la iluminación recíproca, de episodios correspondientes a tiempos y lugares diversos. La novela se acerca de este modo al flujo espontáneo de una conversación informal, o de una evocación desordenada como la que se produce en el diálogo de Santiago con Ambrosio. Así los desplazamientos narrativos pierden la rigidez de los hechos documentales y adquieren la vitalidad más libre de la propia memoria, que no conecta recuerdos por su sola continuidad temporal sino también por muchas otras leyes de asociación, como la semejanza del contenido, la analogía del tono afectivo, etc. La cronología salta en mil pedazos que componen nuevas figuras, requiriendo del lector una advertencia máxima y una especie de atención global del conjunto en cada fragmento. Incluso el lector debe visualizar, a ratos, dos, tres o más episodios en uno solo.

Los críticos no están de acuerdo sobre el grado de virtud o deficiencia narrativa de este procedimiento. En el caso particular de los diálogos intercalados hay, sí, un cierto consenso: el recurso es demasiado artificioso y enreda más de lo que aclara; la confirmación de este juicio vendría dada por el hecho de que el propio autor, en sus novelas posteriores, ha abandonado este truco. En cuanto al hecho más general de la discontinuidad cronológica, cabría decir que el resultado global es probablemente positivo a grandes rasgos. No obstante, el procedimiento cobra a veces un carácter mecánico e innecesario, como si el autor se hubiera embriagado con el artificio del montaje, acelerando el ritmo de las incrustaciones, anticipaciones, flashbacks y saltos cronológicos más allá de las necesidades expresivas del relato, obligando al lector poco menos que a una segunda lectura global para apreciar la lógica interna de estos juegos. Se trata de una lógica demasiado prefabricada, que a veces se vuelve en contra del interés de la narración. A estos reparos cabría añadir el exceso de coincidencias que se dan en el laberinto de la trama, circuito cerrado de personajes unidos por azares demasiado frecuentes de trabajo, vicio, parentesco, política, etc., si bien este exceso puede ser una imagen verosímil de los pequeños mundos que se dan en una gran ciudad como Lima.

Sin embargo, aún los críticos más severos coinciden en su valoración positiva de conjunto: Vargas Llosa es tan buen narrador que el abuso de artificio no consigue estropear la calidad narrativa del relato. El autor es un narrador nato: sabe contar una historia; narra y narra con rapidez y desenvoltura grandes. Vargas Llosa ha salido airoso de un desafío literario difícil: dar forma expresiva a una cantidad inmensa y dispersa de ambientes, personajes, mundos y submundos. Muy pocas novelas hispanoamericanas han mostrado tal habilidad para entrelazar la macro y la micro‑historia, la dinámica de los grandes sucesos políticos y la intimidad de un conjunto de personajes, ambientes y situaciones particulares. A lo dicho debe añadirse, por desgracia, que pocas novelas en castellano han desarrollado tal capacidad literaria al servicio de una negatividad moral más profunda, por lo sucio, sórdido y oscuro de la visión del mundo que traslucen.

J.M.I.

 

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[1] La novela está llena de obscenidades y de descripciones aberrantes y repulsivas, a las que se ha evitado hacer cualquier referencia en la presente recensión.

[2] Del partido APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana).

[3] A Aída.