VALLE-INCLÁN, Ramón Del

Luces de bohemia

INTRODUCCIÓN

Luces de bohemia (en adelante, L de b) es el primer esperpento de Valle-Inclán. Apareció en la revista España, en 1920 (del 31 de julio al 23 de octubre). En libro, con algunas variantes, se publicó en 1924. Con esta obra nace el esperpento voz procedente del habla popular para designar lo feo, lo ridículo, lo llamativo por grotesco o monstruoso.

El Autor

En el mismo año 1920 publica Valle La enamorada del Rey, Farsa y licencia de la Reina castiza y Divinas palabras. Un denominador común une a estas producciones: el escarnio, la preocupación por la realidad político-social contemporánea, un desgarramiento en el trato de los personajes y del idioma.

Toda la obra posterior de Valle, como ha señalado Alonso Zamora Vicente, tiene las características del esperpento. En 1930 Valle-Inclán recoge, bajo el título Martes de Carnaval, los tres esperpentos más conocidos: Los cuernos de don Friolera (1925), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927).

En 1926 apareció Tirano Banderas, la más importante novela en español en la primera mitad de siglo, según Zamora.

Otras obras: Las novelas de El ruedo ibérico, de las que aparecieron La corte de los milagros (1927) y Viva mi dueño (1928), en las que ridiculiza las postrimerías del reinado de Isabel II.

Muere Valle-Inclán en enero de 1936, en Santiago de Compostela.

El Libro

Para explicar la concepción que Valle tenía del esperpento se suelen citar unas líneas de la escena XII de L de b: Los héroes clásicos han ido a pasearse en el Callejón del Gato. Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento. Las imágenes más bellas, en un espejo cóncavo, son absurdas

En L de b (se adjunta el argumento de cada una de sus escenas) se cuenta la peregrinación nocturna de Max Estrella, andaluz, poeta de odas y madrigales, guiado por su alter ego don Latino de Hispalis, por diversos lugares madrileños (librerías, tabernas, delegación de policía del Ministerio de la Gobernación, lugares de erotismo vergonzante, cafés de cierto renombre), hasta verle morir en el quicio oscuro de su propia casa (escena XII). Para Alonso Zamora Vicente, que ha estudiado con profundidad y acierto esta obra de Valle[1], detrás de Max Estrella se esconde la figura de Alejandro Sawa, poeta y escritor, muerto —ciego y loco— en Madrid, en 1909, dentro de la más escalofriante pobreza.

Citas, testimonios, recuerdos, alusiones, etc.,nos traen al borde de la página de "L de b" una desalentadora verdad, de la vida y peripecias de este sevillano grandilocuente y casi fantasmal, envenenado de literatura y de bohemia, cuya muerte en la miseria debió de conmover hondamente a los jóvenes literatos, a los que luchaban denonadamente por un nombre, por la fama, por el oropel literario[2].

En L de b son reconocibles también los personajes más destacados que se citan: el librero Pueyo, que aparece bajo el nombre de Zaratustra; Ciro Bayo (don Gay Peregrino); Rubén Darío; el ministro Julio Burell; Ernesto Bark (Basilio Soulinake), refugiado eslavo, autor de varios libros; y Dorio de Gadex, escritor y crítico que alcanzó una cierta fama, que vivió del sablazo y que murió ignorado; y otros. Todos ellos moviéndose en el contexto de su época, como indican las alusiones a Unamuno, Alfonso XIII, la Infanta Isabel de Borbón, Pastora Imperio, Antonio Maura, Joselito, el Marqués de Alhucemas...

Y todos hablan con un regusto de sainete, con la voz de la calle madrileña, empañada de nocturnidad, churros y aguardiente. Rasgada, violenta, exclamatoria, achulapada, a veces obscena, a veces orlada de poesía elemental, directa y conmovida[3].

L de b es una parodia. Y uno de los recursos más utilizados por Valle para parodiar es la literalización: el uso abundante de citas literarias, tan frecuentes en el ambiente modernista, frecuentado por él mismo en sus primeros años de escritor. Citaré algunos ejemplos de citas literarias. Al entrar Max Estrella en la librería de Zaratustra, saluda con la expresión de Calderón de la Barca: ¡Mal Polonia recibe a un extranjero! (esc. II); Alea iacta est (esc. VI); ¡Juventud, divino tesoro! (esc. VII); etc. Son citas de una erudición superficial, pero siempre evocadora. Se trata, según Zamora, de alejar, como se pueda, la atenazante realidad.

Valle-Inclán, en esta obra, pasa revista a toda la vida nacional, criticándola. Deja entrever una España caduca, sin aliento, sin ética. Una España que era la caricatura de sí misma. De ahí que todo el libro sea un continuo lamento. De esa crítica no se libra nada. Desde el monarca hasta el último plebeyo, el bohemio que no tiene asidero en la vida (...) Es un desfile claudicante de gentes sin meta, sin alientos ni futuro[4].

L de b es, según Zamora, la primera gran obra literaria española contemporánea en que desaparece el héroe, en que se olvida lo biográfico o argumental, personal, de devenir individual, para que sea una colectividad entera su personaje. De ahí ese repertorio múltiple y variopinto de sus héroes, procedentes de tantas escalas sociales. La crítica de Valle es una crítica colectiva. Al poner Valle-Inclán a la colectividad como personaje del esperpento, se adelantó en gran manera a su tiempo, el tiempo que ha descubierto a la sociedad íntegra como personaje de la obra de arte[5].

La lengua de Luces de Bohemia

Es una lengua, dice Zamora, compleja, múltiple, de variadas facetas, pero en la que domina un desgarro artísticamente mantenido[6], en la que se integran el habla pulida del discreto cultivado y la desmañada y vulgar de las personas desheredadas de dinero y de espíritu.

Pero lo que más llama la atención en esta obra es la lengua de arrabal madrileño, con su regusto de sainete y popularismo: lenguaje a borde de las jergas, del habla críptica de taberna y delincuencia, que refleja muy bien un estadio socio cultural típico de esos años. Hablar en cínico y en golfo, dice Baroja refiriéndose a esa época, era signo frecuente y nada escandalizador.

En la lengua de L de b, abundan los gitanismos (voces tomadas del caló), como mangue, pirante, mulé, gachó, camelar, cañí, chanelar, parné, etc.

Las voces callejeras de la pobreza y el sufrimiento: colgar por empeñar, beber sin dejar cortina, coger a uno de pipi, bebecua, hacer la jarra, etc.

Palabrería madrileñista: tener un anuncio luminoso en casa por delatar una costumbre personal, por un casual, servidor, no preguntar a la portera, que muerde, cambiar el agua de las aceitunas, etc.

Abreviaciones del habla madrileña: delega por delegación, corres por correspondencia, comi por comisaría, propi por propina, etc.

Vulgarismos: dar morcilla, apoquinar, curda, talmente, naturaca, etc.

Cultismos del habla madrileña: inhibirse, susodicho, introducir, integrar, etc.

Voces jergales: guipar, fiambre por muerto, etc.

Léxico esotérico: camarrupa, karma, etc.

Creaciones humorísticas: yernocracia, Ministerio de la Desgobernación, etc.

CONTENIDO

La acción transcurre en un Madrid absurdo, brillante y hambriento.

La primera escena se desarrolla en un guardillón pobre de Madrid, donde viven Máximo Estrella, un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, su mujer, conocida como Madama Collet por ser francesa, y su hija Claudinita. A Max Estrella le acaban de comunicar que ha sido eliminado del cuadro de colaboradores de un periódico. Entretanto se presenta don Latino de Hispalis, especie de lazarillo de Max, que regresa de vender unos libros de éste.

La escena segunda transcurre en la Cueva de Zaratustra, una librería madrileña, a la que llegan Max y don Latino. Se presenta también don Peregrino Gay (o don Gay Peregrino), un escritor (simulación del escritor Ciro Bayo, 1859-1939) que acaba de pasar dos meses en Inglaterra, y charlan de este país y de religión.

Escena tercera. De la cueva de Zaratustra Max y don Latino se encaminan a la Taberna de Pica Lagartos, en donde se regalan con sendos quinces (vaso de vino que valía 15 céntimos) de morapio (vino tinto), y charlan con otros clientes del Madrid bajo: Enriqueta la Pisa-Bien, una mozuela golfa, revenida de un ojo, periodista y florista, a la que llaman Marquesa del Tango; su amigo el Rey de Portugal, un golfo largo y astroso, que vende periódicos; un borracho. La escena termina con una manifestación callejera.

Escena cuarta. Es de noche. Max Estrella y Don Latino se tambalean asiados del brazo por una calle madrileña, borrachos lunáticos, filósofos peripatéticos, cerca de la Buñolería Modernista. De pronto salen de la Buñolería, uno a uno, en fila india, los Epígonos del Parnaso Modernista: Rafael de los Vélez, Dorio de Gadex, Lucio Vero, Mínguez, Gálvez, Clarinito y Pérez, poetas y escritores modernistas, que conversan en tono adulatorio con don Max y terminan cantando en el silencio de la noche. Llega la policía municipal y detiene a Max para llevarlo preso a la Delegación de Policía del Ministerio de la Gobernación.

La escena sexta transcurre en el calabozo, un sótano mal alumbrado por una candileja. Es un diálogo entre Max y el único preso, un anarquista catalán, que ocupa dicho calabozo. La conversación destila una agria crítica contra la sociedad. Termina la escena con la llegada del carcelero para llevarse al preso y, al parecer, ejecutarlo: Van a matarme...

Escena séptima. Don Latino y los jóvenes modernistas llegan a la Redacción de El Popular para protestar ante el director del periódico por la detención y malos tratos de que ha sido objeto Max Estrella en un sótano del Ministerio de la Desgobernación. Mantienen con el único periodista que hay, don Filiberto, un coloquio en el que quedan de manifiesto las ideas de orden, compromiso político, etc. del periodista y las ideas iconoclastas, de protesta contra todo, de los amigos de Max Estrella. Don Filiberto llama por teléfono al Ministerio y transmite la orden de poner en libertad a Max.

Escena octava. Max Estrella, sin hacer el menor caso del protocolo, irrumpe a voces en el despacho del Ministro de la Gobernación, antiguo amigo suyo, y compañero de estudios y de aficciones poéticas, para protestar de los malos tratos de la policía: he venido a pedir un desagravio para mi dignidad, y un castigo para unos canallas. Mantiene una conversación amigable con el ministro, recordando épocas pasadas. Detrás del Ministro, según Alonso Zamora, puede muy bien esconderse la figura de Julio Burell (1859-1919), periodista e intelectual, que sacrificó su vocación literaria por la política. Fue el creador de la prensa gráfica en España.

Escena novena: Don Latino y Max Estrella llegan al Café Colón, en donde encuentran a Rubén Darío, sentado en un rincón tomando una copa de ajenjo. Los tres conversan animadamente. Rubén termina recitando unos versos suyos.

Escena décima. Mientras Max y don Latino andan por un paseo madrileño de mala reputación, dos prostitutas (una Vieja Pintada y La Lunares) les llaman la atención y les ofrecen sus servicios. Siguen algunas conversaciones obscenas.

Escena undécima. Don Latino y Max, al pasar por una calle del Madrid austriaco, son testigos de una trágica escena, entre un grupo consternado de vecinas. Una mujer, despechugada y ronca, tiene en los brazos a su niño muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala. La causa del incidente ha sido el intento de fuga de un preso, y las medidas de la policía para evitarlo. Este hecho irrita profundamente a Max (Latino, ya no puede gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas), que invita a Don Latino a suicidarse, arrojándose los dos desde el viaducto.

Escena duodécima. Se reproduce completa en fotocopia adjunta.

Escena decimotercera. Madama Collet y su hija Claudinita, desgreñadas y macilentas, lloran al muerto (Max Estrella), ya tendido en la angostura de la caja, amortajado con una sábana, entre cuatro velas. Llegan algunos amigos al velatorio: Dorio de Gadex, Don Latino, Pérez y un periodista alemán, Basilio Soulinake. El resto de la escena transcurre tal como se reproduce en la fotocopia adjunta.

Escena decimocuarta. Transcurre en el cementerio. Dos sepultureros conversan. Rubén Darío y el Marqués de Bradomín, amigos de Max, mantienen el diálogo que se reproduce en fotocopia adjunta, de tantas resonancias literarias. Toda esta escena, como señala Alonso Zamora, tiene un mareado carácter de parodia de Hamlet.

Última escena. En la Taberna de Pica Lagartos se encuentra Don Latino, borracho, conversando con otros clientes.

VALORACIÓN DOCTRINAL

A lo largo de L de b quedan patentes algunos rasgos de la ideología del autor. Los más sobresalientes son su liberalismo, el pesimismo y la desesperanza que rezuma su crítica a todos y a todo, así como el escepticismo religioso (especialmente en la escena segunda) y anticlericalismo. Por otra parte, en la escena décima, los personajes de Valle utilizan un lenguaje descaradamente obsceno, a tono con el ambiente y hechos que se describen. Queda claro que para el autor no existe una norma ética a la que los hombres deben ajustar su conducta.

En el prólogo a la edición de L de b de Alonso Zamora Vicente, se sitúa la figura de Valle en el ambiente sociopolítico y literario español de la época, para pasar a continuación a encuadrar la obra prologada dentro de la producción total del autor y explicar —lo que hace con más detalle que lo anterior— las características de L de b y los hechos históricos, anécdotas reales y personas que aparecen artísticamente asumidos en este esperpento.

 

                                                                                                                 M.C. (1980)

 

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[1] cfr. La realidad esperpéntica. Aproximación a Luces de bohemia, Gredos, Madrid.

[2] A. Zamora, prólogo a L de b, Clásicos Castellanos, Madrid 1973, p. 36.

[3] A. Zamora, idem, 35

[4] (Zamora, idem, 44)

[5] (Zamora, idem, 49)

[6] (Zamora, idem, 54)