El problema del alma
Ed. Herder, Barcelona 1974.
(orig.: Le problème de l’âme, Ed.
Seuil, Paris 1971).
CONTENIDO DE LA OBRA
Se trata de un ensayo de divulgación
sobre temas antropológicos, escritos en función de los nuevos datos aportados
por las investigaciones experimentales biológicas.
Parece que el propósito del autor se
centra en rescatar las tesis clave de la filosofía realista (de Aristóteles y
de Santo Tomás), mostrando su concordancia con las teorías científicas. A la
par, lucha contra las graves deformaciones implicadas en el positivismo, el
materialismo y el dualismo cartesiano.
El libro se divide en dos partes. La
primera, histórica, pasa revista a las soluciones típicas sobre el tema del
alma: orfismo y platonismo, Aristóteles, lo que Tresmontant llama “pensamiento
hebreo”, Descartes, Bergson, Santo Tomás... La segunda, ya sistemática, recoge
las opiniones del autor, que vendrían a perfilar las tesis de Santo Tomás con
la nueva biología. En esta segunda parte, es constante el empeño por erradicar
de la cultura la antropología de corte cartesiano, con su consabido mecanicismo
y escisión entre cuerpo y espíritu. A esa exposición típica y recurrente en la
historia, replica con los datos experimentales y los principios de Aristóteles.
Hasta aquí son bastante positivas y
aceptables las explicaciones de Tresmontant.
Son en cambio problemáticas las
derivaciones que siguen, cuando aborda la comprensión de dos temas capitales:
la inmortalidad del alma y los presupuestos filosóficos de la resurrección de
los cuerpos.
Sobre el primer punto, la argumentación
del autor se orienta a mostrar la no evidencia de la corrupción de la
estructura del hombre. Resume de modo muy sumario (en contraste con las amplias
páginas que dedica a la exposición de las cuestiones biológicas), las pruebas
de Santo Tomás sobre la inmortalidad del alma. Y concluye que, para él, la
inmortalidad es muy probable. Habla de probabilidad a la que debe
prestarse confianza —él rechaza una posible acusación de fideísmo—, y no de
prueba categórica, por estimar que el esse no le conviene al alma sino
de modo contingente. Se aparta todavía más de Santo Tomás, cuando en líneas
inmediatas cambia el significado del problema y afirma que, de todos modos, la
cuestión no versa, existencialmente, en la inmortalidad, sino en la capacidad
del hombre de recibir en la eternidad una vida divina.
En el capítulo tercero de la segunda
parte—que sirve de conclusión al libro— aborda el tema de la resurrección
corporal. En síntesis sostiene que carece de sentido hablar de la resurrección
de los cuerpos, y esto por dos razones:
a) porque hablar de cuerpos como
contradistintos al alma, sería volver a recaer en una concepción dualista de
cuño platónico. Para Tresmontant el cuerpo carece de significado y de
cualquier entidad; sólo sería tal en la medida en que estuviese animado (emplea
el término “información creadora” ). Aduce, además, que la supuesta
resurrección corporal (la representa como reanimación cadavérica)
acarrearía un empobrecimiento para el hombre, porque el hombre resucitado, al
no ejercer funciones biológicas y llevar una vida “espiritual”, se rebajaría si
volviese a la reinformación corporal, a un nivel de vida degradado;
b) reinterpretando el dogma cristiano, a
la luz de una nueva lectura del pensamiento hebreo—ajeno al helenismo—, la
resurrección no debe entenderse tanto como un estado futuro, sino como una
realidad que adviene ya, de inmediato. Parece insinuar (no es muy claro en sus
expresiones, harto confusas) que tal resurrección ocurriría de inmediato en el
instante de la muerte (cita al respecto las palabras del Señor al buen ladrón);
en otros pasajes quiere dar a entender que la resurrección consistiría en un
cambio de “situación”, un giro en el modo de vivir y de comprenderse el hombre
a sí mismo.
VALORACIÓN CIENTÍFICA
El tono del libro es apologético, de
ensayo, destinado a lectores poco versados en filosofía y no muy familiarizados
con la doctrina de la Iglesia. De ahí, tal vez, el carácter sumario de algunos
planteamientos; la falta de proporción entre las consideraciones científicas
(que, por eruditas que sean, se mueven en el plano de la experiencia) y la
elaboración filosófica de esos datos; el modo de citar las fuentes de la
Revelación; etc.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Tiene algunos aspectos positivos, como
la crítica radical a los postulados antropológicos del materialismo, el
presentar una cierta armonía entre la consideración experimental del problema y
la aportación ‑en muchos casos definitiva— de Santo Tomás, o el intento
de aplicar la especulación filosófica a los datos de la Revelación divina.
Sin embargo, como hemos señalado en la
exposición del contenido, parecen más importantes los elementos negativos que
se observan:
1. El desacuerdo radical entre las
teorías de Tresmontant y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia sobre el
dogma de la resurrección de los cuerpos. El autor niega:
a) la realidad de la resurrección
corporal (paradójicamente se vuelve platónico, cuando pretende ser un
aristotélico consciente);
b) la distinción entre inmortalidad de
las almas y resurrección de los cuerpos.
Obviamente, esos postulados repercuten
en otros puntos capitales de la doctrina de la Iglesia, que el autor no
menciona: el purgatorio, las penas de sentido en el infierno, el culto de las
reliquias de los santos, etc.
2. El tema de la inmortalidad ofrece
menores reparos, aunque no refleja el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. No
cabe duda de que Santo Tomás, además de probar que el alma es inmaterial,
subsistente e incorruptible, plantea la cuestión de la aniquilación (cfr.,
p.e., S. Th., II‑II, q. 104, aa. 3 y 4). Pero de esa posibilidad,
connatural a la libertad y gratuidad del acto creador‑conservador de
Dios, no concluye en una especie de contingentismo voluntarista. Muestra a las
claras—por la Revelación y la sana filosofía, y mediante un análisis de otros
atributos divinos (Sabiduría y Justicia)—que, aunque tal posibilidad deriva de
la Omnipotencia divina, no se actuará. Y, frente a la potencia de no ser,
propia de los entes corruptibles, Santo Tomás afirma que el alma carece a
natura sua de tal potencia.
El autor no sabe ver claro dónde radica
la clave de la posición de Santo Tomás, tan distante del dualismo platónico
como del monismo idealista o materialista. La solución tomista está en la
doctrina del acto de ser, del esse del alma, forma sustancial del
cuerpo: el alma como acto formal, y el compuesto como potentia essendi; siendo
sin embargo el alma subsistente en sí misma (cfr. De Anima, a. 14).
3. En cuanto a la metodología, cabe
hacer serias reservas al camino que viene siguiendo Tresmontant en estos
escritos apologéticos. Es encomiable su propósito de unir el saber teológico al
pensamiento filosófico; su afán de restituir a las universidades francesas la
sabiduría teológica. Pero el modo de llevar a cabo su intento desnaturaliza el
saber revelado, presentando las enseñanzas bíblicas como unos datos en igualdad
de condiciones con otras enseñanzas religiosas. De ahí que maneje las fuentes
de la Revelación como documentos humanos, sin que la luz del Magisterio de la
Iglesia sea un “prejuicio” para el autor. Denota ese empobrecimiento de la
Revelación la datación de algunos libros (Isaías y Daniel); la descalificación
histórica del Evangelio de San Juan, convertido en un tratado de teología; etc.
4. En cuanto al tema de la resurrección
parece muy influenciado por la interpretación existencial y por Bultmann. Error
comprensible quizá en un protestante, pero menos en un católico, que tiene en
la Tradición viva elementos suficientes para abordar con mesura las
seudodificultades de una lectura apresurada del Santo Evangelio.
Para corregir las deformaciones que
pueda haber causado la lectura de este libro, sería útil aconsejar la lectura
del Catecismo para párrocos, de San Pío V, parte I, cap. XII, así como
las definiciones de los Concilios IV y V de Letrán.
J.R.Ch.
Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei
Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei
Ir a Libros silenciados y Documentos
internos (del Opus Dei)