Segunda
edición, Ediciones Era, S. A., México 1972.
La presente obra, de 612 páginas, es una recopilación de
Oscar Maldonado, Guitemie Oliviéri y Germán Zabala, quienes prologan el libro y
lo anotan. Esta selección no incluye todos los escritos, conferencias,
discursos, etc. de Torres; en las páginas 588-590 se da una lista de otros
documentos omitidos. El libro consta de un prólogo, una sección destinada a
datos biográficos de Camilo Torres, nueve capítulos —cada capítulo corresponde
a un año, e incluye lo producido por Torres en ese año—, un apéndice, una
bibliografía sobre Torres, una bibliografía general y un índice analítico.
Reproducimos a continuación el índice que aparece en las pp. 7-10. (Los números
se refieren a las páginas.)
INDICE |
|
|
|
Prólogo |
11 |
Datos
biográficos |
25 |
|
|
1956 |
|
|
|
Proyecto del Equipo Colombiano de Investigación socio-
económica |
61 |
Conversaciones
con un sacerdote colombiano |
64 |
Soluciones
latinoamericanas |
85 |
Los
problemas sociales en la universidad actual |
90 |
El
cristianismo es un humanismo integral |
94 |
|
|
1958 |
|
|
|
Plan de la memoria para la licenciatura |
103 |
Bogotá, ciudad pre-industrial |
104 |
El nivel de vida en Bogotá. Ensayo de metodología
estadística |
110 |
Monografía: El nivel de vida en Bogotá |
115 |
Objetivos inmediatos del Equipo Colombiano Pro-Estudio
y Progreso (ECEP) |
135 |
|
|
1960 |
|
|
|
Tertulia
sobre la reforma agraria |
139 |
|
|
1961 |
|
|
|
Anatomía de la violencia |
145 |
¿El sacerdote es un brujo? |
148 |
La sociología en Colombia |
152 |
El problema de la estructuración de una auténtica
sociología latino-americana |
159 |
Un nuevo paso en la sociología latino-americana |
166 |
Las escuelas radiofónicas de Sutatenza-Colombia |
171 |
|
|
1962 |
|
|
|
Investigación sobre la asimilación de la familia
inmigrante a la ciudad |
181 |
Reforma agraria |
185 |
Carta a Monseñor Agustín Gutiérrez |
185 |
Acción Cultural
Popular. «El Campesino» |
187 |
A. Carta de Monseñor Jorge Monastoque |
187 |
B. Carta a Monseñor Jorge Monastoque |
187 |
C. Carta a Monseñor José Joaquín Salcedo |
189 |
D. Carta a Monseñor José Joaquín Salcedo |
190 |
E. Carta de Monseñor José Joaquín Salcedo |
195 |
Universidad Nacional, Problema estudiantil |
196 |
A. Declaración del Consejo Directivo de la Facultad de Sociología |
196 |
B. En la Universidad Nacional se debe hacer reforma a fondo |
199 |
C. Análisis de la crisis en la Universidad |
203 |
D. Un sacerdote en la Universidad |
207 |
Urbanización y reforma urbana |
210 |
|
|
1963 |
|
|
|
La violencia y los cambios socio-culturales en las
áreas rurales colombianas |
227 |
Además de política, ¿qué? |
269 |
Oportunismo o responsabilidad de una generación |
271 |
El hombre bidimensional |
273 |
Democracia en los países subdesarrollados |
277 |
|
|
1964 |
|
|
|
Instituto Colombiano de Reforma Agraria |
287 |
A. Constancia para la Junta Directiva |
287 |
B. Carta a
un miembro de la junta |
288 |
C. Carta al
representante principal de la iglesia ante la junta |
289 |
Los grupos de presión en Colombia |
291 |
Cómo ejercen el gobierno los grupos de presión |
306 |
La desintegración social en Colombia, «Se están
gestando dos subculturas» |
308 |
La ciencia y el diálogo |
312 |
La revolución, imperativo cristiano |
316 |
La universidad y el cambio social |
346 |
Llamamiento |
351 |
Crítica y autocrítica |
353 |
|
|
1965 |
|
|
|
I. Conflicto con la Iglesia |
359 |
Carta al
Cardenal |
359 |
Carta al
Obispo coadjutor de Bogotá |
360 |
Encrucijada
de la iglesia en América Latina |
364 |
¿Comunismo
en la Iglesia? |
368 |
Declaración
del Cardenal |
371 |
Cartas del
padre Camilo Torres al señor Cardenal |
372 |
Carta del
señor Cardenal al padre Camilo Torres |
374 |
Declaración
del señor Cardenal |
375 |
Carta del
padre Camilo Torres al señor Cardenal |
375 |
Declaración
del padre Camilo Torres |
376 |
Comunicado de los obispos de la provincia eclesiástica de
Medellín |
377 |
Declaración
del Cardenal |
378 |
Declaración |
379 |
|
|
II. Reportajes |
380 |
Posibilidades
de la izquierda |
380 |
El programa
del cura Camilo. Reportaje de A. Gilly |
386 |
Un don Camilo colombiano. Reportaje de
H. Giraldo |
389 |
De La
Patria, Manizales |
393 |
No creo en
la sanción del Cardenal |
395 |
La rebelión
de las sotanas. Reportaje de Semana al día |
396 |
Expropiar
bienes de la iglesia |
399 |
Habla Camilo
Torres. Reportaje de M. de Lozada |
401 |
«Sólo mediante la revolución puede realizarse el amor al
prójimo». Reportaje de J. P. Sergent |
406 |
Experiencias chilena y cubana son muy valiosas para América
Latina. Reportaje de O. Boye Soto |
409 |
Hablan los curas rebeldes. Reportaje de L. Vargas y otros |
414 |
Reportaje de A. Hindrichs y F. Foncillas |
425 |
|
|
III. Conferencias |
435 |
Muniproc |
435 |
Pasto, Universidad de Nariño. Mayo 19 de 1965 |
436 |
Bogotá, Universidad Nacional. Mayo 22 de 1965 |
449 |
Bogotá, Universidad Nacional. Junio 2 de 1965 |
456 |
Medellín, Compañía Colombiana de Tabaco (Col-tabaco). Junio 18
de 1965 |
467 |
Bogotá, Sindicato Bavaria. Julio 14 de 1965 |
478 |
Barranquilla. Agosto 6 de 1965 |
494 |
Villavicencio.
Agosto 21 de 1965 |
509 |
|
|
IV.Frente Unido |
514 |
Carta |
514 |
Plataforma
para un movimiento de unidad popular |
515 |
Plataforma
del Frente Unido del pueblo colombiano |
520 |
Por qué no
voy a las elecciones |
523 |
Mensaje a
los cristianos |
525 |
Mensaje a
los comunistas |
526 |
Consignas |
528 |
Mensaje a
los militares |
530 |
Mensaje a
los no alineados |
532 |
Mensaje a
los sindicalistas |
535 |
Saludo a los
estudiantes de la UCV |
539 |
Mensaje a
los campesinos |
539 |
Editorial (Unión y organización de la base
popular) |
545 |
¿María Helena de Crovo causa problemas al
parlamento colombiano? |
546 |
Mensaje a las mujeres |
548 |
Editorial (El Frente Unido del pueblo) |
550 |
Mensaje a los estudiantes |
551 |
Editorial (Los comandos del Frente Unido) |
553 |
|
|
V. Ejército de Liberación Nacional |
556 |
Principios programáticos del Ejército de Liberación Nacional |
556 |
Manifiesto de Simacota |
559 |
El significado político-militar del manifiesto de Simacota |
561 |
Cartas a Fabio Vásquez |
563 |
|
|
1966 |
|
|
|
Proclama a los colombianos |
571 |
|
|
APÉNDICE |
|
|
|
Mensaje
a los desempleados |
575 |
Mensaje
a los presos políticos |
577 |
Mensaje
al Frente Unido del pueblo |
579 |
Mensaje
a la oligarquía |
581 |
Bibliografía
de Camilo Torres |
585 |
Bibliografía
general |
592 |
Indice
analítico |
595 |
|
|
I.
CONTENIDO DE LA OBRA
1956
Este primer capítulo está integrado por cinco trabajos
(pp. 61-99). El primero de ellos, Proyecto del Equipo Colombiano de
Investigación Socio-Económica, consta de tres cortas páginas que Camilo
Torres hizo circular el año 1956 en un viaje que hizo a Colombia desde Lovaina.
Trata en él de la «crisis más importante» de Colombia, que, según él, es la
«crisis del elemento humano» (p. 61). Este trabajo lo divide en tres partes. En
la primera —Principios— da, como forma más efectiva para solucionar esa
crisis, la ciencia unida al desinterés, y explica las etapas que hay que cubrir
para lograr esa solución: a) formación científica y ética; b) investigación
sobre las realidades del país; c) solución de los problemas
investigados; d) aplicación de las soluciones. En la segunda parte —Proyecto
de organización— presenta un esquema encaminado a lograr esa solución, que
incluye la creación de organizaciones y organismos que colaboren en esa labor
científico-social. En la tercera parte, menciona, sin resolverlos, los
problemas y necesidades de este plan: financiación, organización, etcétera.
El documento siguiente, Conversaciones con un
sacerdote colombiano (pp. 64-84), del mismo año 1956 —«cuando (Camilo
Torres) tenía el primer contacto con la realidad colombiana» (nota 2, p. 64)—,
es un diálogo con un periodista, en el que se tocan varios temas y donde, de paso,
salen a relucir ciertos planteamientos doctrinales.
Para Torres —sigue el tema del trabajo anterior— la
mayor parte de los problemas colombianos estriban en la falta de técnicos. En
América —y en Colombia— no se ha llegado aún al capitalismo industrial: se está
tendiendo a ese tipo de economía, pero —más que para aprovecharla— para dejarse
explotar por ella: América, económicamente, es una colonia del imperio
norteamericano.
Pasa Camilo Torres a hacer una distinción entre «las dos
culturas del momento» (p. 65): «La occidental, que se dice defensora del
espíritu y de la idea, realiza un imperialismo económico. Mientras que la
oriental, que se dice defensora de la materia, realiza un imperialismo
ideológico». De estas dos culturas, le parece peor «la que se relaciona
concretamente con la aspiración de los países capitalistas»; en efecto, ésta ha
tenido en Colombia efectos negativos: a) ha quitado a los colombianos el
sentido de responsabilidad; b) los ha comprometido seriamente con el
sistema capitalista. Fundamentalmente, este imperialismo no forma técnicos
nacionales que tomen las riendas de la economía del país de acuerdo con las
realidades objetivas, sino aplicando doctrinas económicas apriorísticas a
nuestra realidad.
Resume así Torres la posición de la Iglesia en este
problema: El Cristianismo se preocupa, no sólo del espíritu, sino también de la
parte material del hombre (p. 67), pero «no postula a priori ninguna economía
como la economía ideal, sino que se atiene a las realidades de cada sociedad,
para que los encargados de los destinos temporales de ésta, elaboren una
economía» (p. 69). Para la Iglesia, la solución principal de todo problema es
espiritual, aunque no rechaza las soluciones económicas, políticas, sociales. Más
aún, admite estas soluciones procedan del campo ideológico que procedan: «en
muchos Documentos Pontificios se encuentra el reconocimiento de que todas las
doctrinas contrarias a la Iglesia, no solamente el Socialismo, aportan bienes a
la cristiandad» (p. 68). Sin embargo, en la práctica, a pesar de que la Iglesia
estimula a los católicos a que busquen esas soluciones, éstos a veces son
remisos en seguir este estímulo. Ella siempre ha enseñado la necesidad de
resolver los problemas económicos, aunque, «como sociedad humana, está también
sujeta en la exposición de su doctrina y en la insistencia sobre uno u otro
punto de ésta, a las exigencias históricas» (p. 66). Concretamente, «uno de los
grandes bienes que el Socialismo le hizo a la Iglesia, fue el de enfrentarla a
esas realidades sociales (las escandalosas desproporciones económicas) que
antes había tratado de ignorar» (pp. 66-67). Esto sucedió en 1848, después del
Manifiesto Comunista de Marx y Engels.
Pasa entonces Torres, siguiendo el hilo de la entrevista,
a hablar de la transformación de la sociedad. Partiendo de la base de que el
hombre, herido por el pecado, está inclinado al mal, precisa que el origen de
los problemas sociales «radica, fundamentalmente, en el hombre» (p. 79).
Por ello, «para la reforma social hay que comenzar con la reforma humana
individual» (p. 80). La Iglesia «afirma que hay que reaccionar contra las
estructuras sociales y humanas, pero que esa reacción debe ser más técnica que
sentimental. Más basada en la justicia, que en la lucha de clases» (p. 80).
Para esta transformación usa Torres la palabra revolución, que no debe
ser entendida como sinónimo de derramamiento de sangre: cambio que, para ser
efectivo, no puede significar una «modificación absoluta y total de la actual
estructura de la sociedad», que incluye realizaciones positivas que son
aprovechables (p. 72).
En Soluciones Latinoamericanas —trabajo que
Torres entregó al mismo periodista que lo había entrevistado anteriormente—,
sigue insistiendo en los mismos conceptos del primer trabajo de este capítulo.
Vuelve a hablar del bajo nivel de vida, esta vez refiriéndose a toda
Latinoamérica, y advierte la existencia de dos «círculos viciosos»: a) el
económico: «no tenemos suficiente producción porque no hay capitales, y no
tenemos capitales porque no hay producción... no tenemos suficiente producción,
porque no tenemos suficiente técnica. Para formar técnicos se necesita también
capital» (p. 85). Este círculo hay que romperlo «por la formación de técnicos»
(p. 86), conscientes de nuestra crisis humana, que trabajen científica y
desinteresadamente (Ibíd.); b) el cultural-político: «el bajo nivel
cultural-político de la masa impide la elección y la formación de los jefes. La
falta de selección de los jefes, impide la elevación cultural» (p. 87). Este
hay que romperlo por medio de la formación de núcleos de dirigentes que sean
desinteresados y que, estudiosos de las realidades de su país, traten de
resolver sus problemas técnicamente (ibíd.).
En estas páginas reaparece la idea, ya esbozada en las
primeras de este capítulo, de que es factible —y muy deseable— el
entendimiento, en el orden práctico, entre personas de diversas y aún opuestas
ideologías: en estos estudios que se proponen para romper estos círculos
viciosos, no se puede salir «nunca del dominio de las investigaciones
positivas... Rechazamos todos los dogmas económicos, sociológicos, médicos,
psicológicos, etc. En los estudios positivos hay que atenerse a la ciencia. Los
individuos deben tener una ideología que no intervendrá en la
investigación. Lo importante es que no tengan prejuicios dogmáticos en materias
experimentales» (pp. 88-89)[1].
Sigue (pp. 90-93) una ponencia escrita en Europa y leída
en Bogotá el 27-IX-56 en el Primer Seminario de Capellanes Universitarios. En
ella vuelve a dominar la idea de la ciencia —ciencia positiva— al servicio de
los demás, esta vez como imperativo de la caridad cristiana: «la caridad es
servicio, y el medio más apropiado para servir es la ciencia» (p. 90). Insiste
nuevamente en el entendimiento entre los científicos por encima de las
divergencias ideológicas: «La sociología se considera como una ciencia de
observación positiva, independiente de la filosofía social, que es una ciencia
normativa. De esta manera, muchas investigaciones sociológicas hechas por
personas de ideologías adversas, pueden y deben coincidir si han sido hechas
con todo el rigor científico» (p. 91). Sin embargo, «esta distinción no implica
desconexión. En la parte de acción debe entrar el factor normativo. Entonces lo
importante es que la norma esté de acuerdo con la realidad, y la realidad haya
sido conocida adecuadamente. Este conocimiento adecuado no se puede hacer sin
investigación científica. Por eso es indispensable que toda acción social esté
basada, además de su base doctrinal, sobre la investigación positiva de la
realidad» (Ibíd.). El espíritu cristiano es un valor muy importante en este
trabajo en pro de la solución de los problemas sociales, ya que para tener
preocupación social hace falta altruismo, y la «mística cristiana, en cuanto
basada enteramente en el amor, es la más apta para dar esa dosis de altruismo»
(p. 92).
El Cristianismo es un humanismo integral (pp. 94-99)
(artículo publicado en la revista Cathedra, en oct.-dic. 1956) cierra
este primer capítulo. En él, tras exponer la crítica situación actual
—alejamiento progresivo de la mentalidad cristiana por parte de las masas—,
apunta que la solución marxista de los problemas sociales encuentra eco entre
los obreros, por responder «a casi todas sus aspiraciones legítimas o
ilegítimas» (p. 95). Por otra parte, está la solución cristiana, delineada en
las Encíclicas Sociales, que requiere esfuerzo de parte de los
católicos. Esto implica una adaptación de la doctrina —sin claudicaciones— a
las necesidades del hombre actual (p. 97): «Necesitamos (para ello) conocer
científica y profundamente la mentalidad del hombre de hoy y de las sociedades
que él constituye. Una adaptación que no esté basada sobre este conocimiento no
puede ser verdadera adaptación» (p. 98). «Hoy en día el hombre necesita ver a
un Cristo social como ideal para injertarse en El y para considerarlo como la
respuesta siempre antigua y siempre nueva a todos sus problemas» (p. 99). En
este proceso, el sacerdote, en su labor pastoral, tiene una gran misión por
desarrollar.
1958
El segundo capítulo de Cristianismo y Revolución abarca
los trabajos producidos por Torres en 1958. Son dos, de carácter académico.
Del primero, su
Memoria de Licenciatura, presentada en julio de 1958 y redactada en francés,
los editores reproducen:
1) El Indice
(p. 103).
2) De la p.
105 a la p. 109, la tercera parte de dicha Memoria —que se afirma no haber
podido conseguir completa (nota 1, p. 103)—, con el título Bogotá, ciudad
pre-industrial. Se trata de un estudio cotejador de datos estadísticos y de
investigación, en el que Torres se abstiene casi de manifestar juicios de valor
sobre el tema.
3) De la p. 110 a la p. 132, el 40 capítulo de la Memoria,
añadiendo en pp. 132-134 unos puntos de vista de algunos asistentes a la mesa
redonda que siguió a la lectura de este trabajo en el IV Congreso de Sociología
Latinoamericana en Caracas en 1961. En estas páginas, Torres, en lo que llama
un ensayo de metodología (p. 115), aporta una serie de datos sobre el
nivel de vida de Bogotá, la diferencia entre la situación económica y nivel de
vida de las clases media y obrera de esta ciudad, ilustrándolos con cuadros de
nivel alimenticio, costos de vida, etc. Al final, haciendo la salvedad de que
«este trabajo se concentró en la ciudad de Bogotá» (p. 130) y de que se limita
a buscar hipótesis explicativas de las particularidades de esa capital,
concluye que en Bogotá la clase obrera se encuentra en condiciones francamente
malas, con una diferencia muy marcada respecto a la clase media, y aventura,
como hipótesis explicativas de esa situación: a) la falta de
rentabilidad financiera de las industrias bogotanas; b) la inmigración
superabundante de mano de obra no cualificada; c) el crecimiento
demasiado rápido de la población (ibídem.).
El otro documento de este capítulo, Objetivos
inmediatos del equipo colombiano pro estudio y progreso (ECEP), es un
esquema de una ponencia presentada en Lovaina en octubre de 1958. Tal como la
reproducen los editores, carece de cualquier interés.
1960
Entramos ahora en un brevísimo tercer capítulo (pp.
139-142), que contiene simplemente una intervención del autor en una Tertulia
sobre la reforma agraria. En esta intervención empieza afirmando que no se
puede pensar «en una simple repartición de tierra que no esté acompañada de una
asistencia técnica y de una educación igualmente técnica» (p. 139). Continúa
describiendo su ideal para esta reforma: «no se puede considerar solamente la
reforma agraria a base de tierras inexplotadas o inexplotables, sino a base de
tierras que ya están explotadas, que constituyen una fuente de producción
importante para el país» (p. 140). Apunta que, aunque en teoría la clase
terrateniente (término que usa no «con un criterio marxista o de lucha de
clases», sino solamente queriendo «expresar la realidad sociológica») está de
acuerdo con este concepto de reforma agraria, en la práctica es dudoso que
quiera que esta reforma llegue a ser una realidad. Admite Torres que hay que
buscar una solución colombiana a este problema, pero no descarta la posibilidad
de usar soluciones tipo «Cuba, México, China y Bolivia o cualquier otro país
del mundo», si se ve que responden a la realidad nacional (pp. 141-142).
1961
En este capítulo se recogen seis trabajos desiguales de
Camilo Torres (pp. 145-177), El primero, con el título Anatomía de la
violencia, es, sencillamente, un conjunto de respuestas de Torres al
semanario Política y algo más (11-II-1961). En él, Torres define la
violencia como «la coacción física, de carácter terrorista, ejercida
predominantemente en las áreas rurales de nuestro país por pequeños grupos que
pretenden obtener ventajas políticas y económicas», y como tal, se distingue de
la extorsión moral, bandolerismo urbano, guerra civil y delincuencia individual
(p. 145). Este fenómeno, observa Torres, se da parejo a dos fenómenos sociales:
a)«la oclusión de las vías pacíficas para la promoción económica, social
y cultural»; b)«el establecimiento de un contacto social que descubre a
esos grupos la posibilidad de lograr esa promoción por medio de la violencia»
(p. 145). Para eliminar esta violencia hay que crear una promoción: a)cultural
—por la alfabetización; b)económica —por la reforma agraria; c)social
—por la Acción Comunal[2]; d)política
—por la participación de la masa del pueblo en la dirección del país.
No le parece a Torres que reprimir la violencia
sea suficiente: hace falta combatir las doctrinas que pregonan la solución
violenta, con ideas y con hechos. «El anticomunismo es, en ocasiones, un
sofisma de distracción de nuestros dirigentes, para excusarse de resolver los
problemas de base. Los que trabajamos en el campo científico no podemos
conformarnos sino con el estudio realista y metódico de estos problemas, para
que el mismo pueblo... asuma... la lucha contra toda fuerza que pregone la
violencia» (p. 147).
El segundo apartado de este capítulo (pp. 148-151)
reproduce la respuesta de Torres a la pregunta ¿El sacerdote es un brujo?, formulada
por un lector de la revista La Nueva Prensa en agosto de 1961. En su
contestación, Torres empieza por diferenciar magia y religión. «1º La religión
trata de los problemas fundamentales del hombre (origen, destino, conducta, fin
último) mientras la magia se refiere a los detalles de la vida diaria. 2.° La
religión plantea soluciones a largo plazo, mientras la magia solamente lo hace
a corto plazo. 3.° La religión busca su eficacia, predominantemente, en un ser
superior, mientras que la magia la busca predominantemente en una acción
humana» (p. 149). Pasa, en seguida, a afirmar el carácter religioso, no mágico,
del catolicismo: «sus dogmas, sus patrones de conducta, sus valores, tienen
características religiosas y no mágicas... el sacerdote católico, considerado
en sus elementos constitutivos, no tiene en sí características mágicas» (pp.
149-150). Después de afirmar que hasta «el idioma y el vestido usados en el
rito católico, tienen un carácter religioso y no mágico», concluye notando que
la Iglesia tiende a adaptarse a la vida actual, disminuyendo las distancias
—sin suprimir las diferencias «entre los diversos papeles»— entre clero y
fieles[3], y acoge
esta tendencia, que puede ayudar a eliminar la carga mágica que a veces se
atribuye a la Iglesia, al sacerdote, al lenguaje y a los ritos católicos (pp.
150-151).
Sigue el
capítulo con un artículo —de fecha incierta (nota 4, p. 152)— sobre La
sociología en Colombia (pp. 152-158). En este trabajo, Camilo Torres
perfila con mayor precisión algunas de las ideas que aparecen en páginas
anteriores, y que serán constantes en otros documentos posteriores. Estas ideas
las podemos resumir en los siguientes puntos:
1. Un efecto primario del subdesarrollo es el colonialismo. «Esto es tan
obvio como decir que un efecto primario de la deficiencia es la dependencia.»
Este colonialismo puede ser de varias clases, siendo la más peligrosa el
colonialismo cultural, a fuer de más desconocida. Orgullosos de nuestra
relativa independencia política, «sin embargo permanecemos impasibles ante el
trasplante indiscriminado de corrientes culturales extranjeras» (p. 152).
«Adoptamos en la forma más ingenua las soluciones prefabricadas que mandan
empacadas desde el exterior» (ibíd.). Como muestras de estos trasplantes,
ofrece varias, como el marxismo y la democracia cristiana, «soluciones
prefabricadas», que producen «jergas especializadas», nada ricas, llenas de «slogans
fáciles, fórmulas concretas, referencias filosóficas prácticas y poco
numerosas» (pp. 152-153).
2. Siendo éste el panorama colombiano, hay que buscar modos de pensar
autóctonos, que sólo se pueden encontrar por medio de soluciones técnicas,
eficaces, científicas, sociológicas.
3. La sociología da estas soluciones por ser ciencia positiva, objetiva,
que no emite juicios de valor. «Es necesario que el científico haga
abstracción de sus juicios de valor, cuando se propone investigar en el terreno
positivo. Para esto es necesario liberarlo de toda presión de tipo económico,
político o social. Todos debemos tener juicios de valor. Lo importante es no
hacerlos intervenir en nuestra actividad científica (p. 157).
4. Para
lograr esta neutralidad científica, se necesita una Facultad de Sociología
donde se garantice el trabajo: a)objetivo; b)en equipo; c)atendiendo
a los problemas más urgentes. Facultad que pueda divulgar, publicar y crear
escuela.
El siguiente trabajo (pp. 159-165) es una ponencia
presentada por el autor en Buenos Aires en septiembre 1961 con el título de El
problema de la estructuración de una auténtica sociología latinoamericana. Aquí
Torres abunda en los mismos conceptos del trabajo anterior, proyectándolos
sobre la realidad latinoamericana. Se propugna autenticidad, que reclama y
justifica la existencia de una sociología autóctona latinoamericana, al tiempo
que se rechaza lo que el autor denomina parasitismo científico —el
importar soluciones prefabricadas de que hablábamos antes—; esta sociología
latinoamericana debe huir del nominalismo que «hace más énfasis en la
terminología que en la observación de la realidad» (p. 160). Y debe tratar de
temas candentes tales como «la revolución social, el cambio social, los efectos
sociológicos de la reforma agraria, del desarrollo de la comunidad, del
imperialismo» (p. 162), pero con objetividad científica, «sin entrar en
discusiones bizantinas sobre valores y prioridades», pero conscientes de que,
para lograr una acción efectiva, se requiere estudio, investigación y
elaboración de planes (p. 163).
El artículo que sigue (Un nuevo paso en la sociología
latinoamericana, pp. 166-170), publicado en el diario El Tiempo de
Bogotá (2-XI-1961), continúa la insistencia sobre las ideas de los dos
documentos anteriores. En éste, sin embargo, aparece una nueva idea que, como
se comprobará más adelante, será germinal en el desarrollo ideológico y
político de Camilo Torres: «Las conclusiones fundamentales en estos datos
parecen indicar que un cambio social que permita un desarrollo adecuado (es
decir, rápido y eficaz) es imposible en Colombia sin un cambio fundamental de
las estructuras socio-económicas...» Hay necesidad de reforma, pero «la manera
como se realizará es difícil aún de predecir. Sin embargo, el juego de los
grupos de presión parece mostrar que las posibilidades de un cambio, realizado
de acuerdo con los medios previstos actualmente, es poco probable. Sin embargo,
es posible que los que aún lo pueden hacer, abran las válvulas estructurales
para producir un cambio de acuerdo con las instituciones vigentes» (p. 169). Es
decir, Torres ve necesaria una reforma que cambie fundamentalmente las
estructuras vigentes, pero es pesimista sobre el logro efectivo de esa reforma.
La responsabilidad de efectuarla recae en la clase dirigente, que es la que
tiene las «válvulas estructurales»: aún lo pueden hacer los miembros de esta
clase, y de hacerlo ahora, esta reforma sería pacífica y ordenada. De «cerrar
los ojos a la realidad» —a la necesidad de esta reforma— no se podrá parar la
revolución que se está gestando, y por eso, esas personas que «quieran cerrar
los ojos a la realidad», habría que calificarlas de «traidores a la patria» (p.
169).
Concluye el capítulo (pp. 171-178) con extractos de un
estudio hecho por el autor (en colaboración) sobre Las Escuelas Radiofónicas
des Sutatenza-Colombia. En estas páginas se hace un recuento de la historia
e impacto de la Acción Popular y las Escuelas Radiofónicas[4] en el
campesinado colombiano.
Las páginas 181-223 contienen cinco documentos muy
diversos, en que Camilo Torres habla sobre cuestiones referentes a la
particular encrucijada histórica por la que Colombia pasaba en ese año.
El primero de los apartados (Investigación sobre la
asimilación de la familia inmigrante a la ciudad, pp. 181-184), es un breve
estudio —«rápidas notas» lo llaman los editores (p. 181, nota 1)— en el que
escuetamente: a)se afirma que este problema —muy real y actual en
Colombia— ha sido poco estudiado; b)se definen los conceptos de
asimilación inmigrante, proceso interno de asimilación, proceso externo de
asimilación[5];
c)se plantean las hipótesis del trabajo (p. 183); d)se concluye
que «la inmigración más apta es la proveniente de áreas más urbanizadas» y la
«inmigración más apta a la asimilación es la que se hace en grupos familiares y
regionales», no la individual, y la «de los grupos de status socio-económico
más alto» (pp. 183-184).
El segundo apartado de 1962 es una carta en que Torres
—miembro del Comité Técnico de Reforma Agraria, fundado por el Instituto
Colombiano de Reforma Agraria (INCORA)—, afirma que la Iglesia debe
pronunciarse «en contra de una repartición de tierras sin asistencia técnica y
financiera» (p. 186).
Viene después, bajo el epígrafe de Acción Cultural
Popular «El Campesino» (pp. 187-195) un acre cruce de cartas entre Torres y
dos sacerdotes (uno de ellos, director del semanario «El Campesino», el otro,
director general de ACPO), en que el autor acusa al semanario de incrementar el
clima de violencia en el país, haciendo campaña anticomunista.
El apartado cuarto comprende cuatro escritos diferentes
reunidos bajo el título de Universidad Nacional, problema estudiantil (pp.
196-209). Los editores anotan que estos «documentos fueron producidos durante
el conflicto estudiantil que, en junio de 1962, enfrentó a los estudiantes de
la Universidad Nacional con las directivas de dicho establecimiento» (p. 196,
nota 10). En ellos Torres defiende la politización universitaria, el derecho
del estudiante a la actividad política, aunque rechaza lo que él llama
actividad política inmadura. Se manifiesta revolucionario, ya que «si soy
auténtico seguidor de Cristo es imposible no ser revolucionario, como lo fue
El». Ser revolucionario «es tratar de reformar estructuras humanas y sociales,
en el campo natural y sobrenatural, en vista a lograr una mayor justicia para
la mayoría de los hombres» (p. 199). Encuentra que la Universidad Nacional está
en crisis, y ofrece soluciones tales como un mayor contacto entre profesores y
alumnos, más «pedagogía» y menos burocracia, mejor remuneración para los
profesores, etcétera.
En las dos últimas páginas (pp. 208-209) informa que ha
recibido orden del Arzobispo de retirarse de la Universidad Nacional.
En diciembre de 1962 presentó Camilo Torres ante el
Seminario Nacional de los Equipos Universitarios de Colombia, Asuntos
Económicos y Sociales —que se reunió en Medellín (p. 210, nota 17)—, un trabajo
sobre Urbanización y Reforma urbana, que viene impreso en las pp.
210-223 de la presente obra. En este trabajo, de naturaleza técnica, habla
Torres de urbanización, proceso de urbanización, y de las relaciones entre
urbanización, desarrollo y reforma urbana[6]. Aboga por
una reforma urbana hecha «con bases técnicas, sociales y humanas, con una
política de inversión» (p. 222). Para lograrla, se ve necesario que haya
intervención estatal, encaminada a prevenir los males producidos por las
invasiones de propiedades bajo la forma de creación de barrios clandestinos.
Vuelve a insinuarse un concepto (cfr. p. 169), antes
sólo enunciado: el de grupos de presión (p. 223). Aunque tampoco ahora
se detiene Torres a definirlo, deja entrever la importancia de estos grupos:
pueden ser elementos retardatarios, o bien factores de cambio y progreso
social.
1963
Los escritos
de Camilo Torres durante el año 1963 constituyen el siguiente capítulo del
libro (pp. 227-284). Son cinco, de factura e importancia diversas. El primero
de ellos, el más interesante a nuestro juicio[7], fue un trabajo presentado en el primer
Congreso Nacional de Sociología que se realizó en Bogotá del 8 al 10 de marzo
de 1963 (p. 227, nota 1). Después de un prólogo introductorio «para los
profanos», donde se vuelve a perfilar la figura de la ciencia positiva[8], Torres
pasa a analizar el cambio socio-cultural que se ha producido en las comunidades
campesinas como consecuencia de la violencia en Colombia desde el año 1948[9].
Dentro de este
análisis, Torres sostiene que existen seis canales principales para lograr un
ascenso social:
1. Canal
económico: «La posesión de bienes de producción y de bienes de consumo
constituye, en general, un medio rápido de ascenso en la escala social... la
competencia para ascender en lo económico, no requiere necesariamente una
calificación a largo plazo, como es el caso en el terreno de lo cultural, lo militar
y lo eclesiástico» (p. 241).
2. Canal
cultural: «Cuando hablamos de ascenso social cultural queremos referirnos a la
adquisición de aquellas formas culturales que pertenecen a una clase o status
social superiores» (p. 243)[10].
3. Canal político: «Por ascenso político entendemos...
el ascenso en el poder de gobierno coercitivo sobre las personas »
(p. 246)[11].
4. Canal burocrático: «Es el que se realiza a través de los cargos
exclusivamente administrativos.., es decir, con cargos que tengan funciones
ejecutivas dentro de normas pre-establecidas y en el campo de la organización
tanto pública como privada» (p. 250). Por tanto, este canal de ascenso se da
dentro de la administración pública y también dentro de la privada.
5. Canal
militar: «Está constituido por todo el escalafón formal de ejército, la marina,
la aviación y la policía» (p. 254).
6. Canal eclesiástico: «Está constituido en los países
subdesarrollados de Latinoamérica, por los diferentes grados y dignidades
establecidos por la Iglesia Católica... Los criterios de ascenso son (en la
etapa de Seminario) predominantemente los de capacidad intelectual y
conformismo en la conducta[12]. En las
etapas siguientes, el criterio primordial de ascenso en la estructura de la
Iglesia Latinoamericana es el conformismo (p. 259).
Después de
esta enumeración, afirma Torres:
«1. ... en los
países subdesarrollados, en los latinoamericanos y en Colombia en particular,
los canales de movilidad social ascendente están estructuralmente obstruidos
para la mayoría de la población.»
2. El factor
más importante en esta obstrucción es el económico.
«3. ... la
minoría de la población que controla la movilidad social ascendente está interesada
en mantener la obstrucción de los canales de ascenso y por eso el conformismo
es una condición indispensable para que ésta se efectúe.»
4. Esta
movilidad ascendente es minoritaria, y por ende, sin efectos a corto plazo
sobre el cambio social.
5. Las áreas rurales son las más inmóviles. Sin
embargo, por la violencia, se ha ido produciendo en Colombia un cambio de
actitud en el campesinado, que busca ahora el ascenso social por cualquier
medio, constituyéndose así «en un grupo mayoritario de presión» (pp. 261-262).
Como conclusión, Torres declara una vez más su pesimismo
sobre un cambio social profundo como consecuencia de la iniciativa de la clase
dirigente actual, aunque nota una preocupación del gobierno por los problemas
agrarios que «podría producir el efecto de la creación de un liderazgo de base
capaz de dirigir las presiones del campesinado hacia objetivos de desarrollo
social y económico. Si estas presiones se ejercen en forma suficientemente
técnica y enérgica, podrían cambiar la estructura de nuestra clase dirigente
siempre y cuando ésta sea capaz de valorar a tiempo el peligro de una
transformación que la destruya completamente, por no haber podido adaptarse a
un cambio social que se presenta como inevitable » (p. 268).
A continuación, añaden los editores un artículo (Oportunismo
o responsabilidad de una generación, pp. 271-272) en el que Torres contesta
un escrito —que se reproduce también (pp. 269-270)—, aparecido en el diario El
Tiempo. En su respuesta, Torres ataca el oportunismo político e invita a la
generación joven colombiana al idealismo y al desinterés en el servicio del
país.
En El
Hombre bidimensional (pp. 273-276) se reproducen las notas que un asistente
a una conferencia de Camilo Torres tomó en septiembre de 1963. Tal como se publican,
estas notas carecen de coherencia: se nota que son apuntes tomados a medida que
se desarrollaba la charla. No obstante, se pueden destacar varios puntos que
podrían resumir los puntos principales de este documento:
1. El
cristiano tiene dos dimensiones inseparables: la natural y la sobrenatural.
2. Los
cristianos pueden coincidir —en filosofía y en ciencia— con planteamientos de
«no cristianos, materialistas, espiritualistas, ateos (Hegel), panteístas,
etc.» (p. 274).
3. «El indicio
o señal que da bases para presumir que (los cristianos) tienen gracia es el amor»
(p. 275).
4. «El
compromiso temporal del cristiano es un mandato del amor» (Ibíd.).
5. «A través
de los niveles ya mencionados (filosofía, ciencia, acción temporal) estamos de
acuerdo con los no cristianos, que no sabemos si lo son o no, lo cual sólo
podemos conocerlo si aman» (p. 276).
6. «El integrismo consiste en creer que lo sobrenatural
da por sí mayor eficacia que lo natural» (p. 275).
Concluye el capítulo (pp. 277-284) una conferencia dictada
en Medellín —probablemente en 1963— Democracia en los países
subdesarrollados. Después de esbozar una corta historia de la legitimidad
del poder, habla del mito democrático. En él se cree «que con una estructura
puramente legal, puramente jurídica, se va a obtener el acceso de las mayorías
al poder» (p. 278), siendo así que, en realidad sólo una minoría gobierna. «Eso
es lo que caracteriza en general a las democracias capitalistas: que una
minoría económica constituye el gobierno, tal vez no oficialmente (gobierno
formal) el poder es el del pueblo» (p. 279).
Presenta entonces la idea del grupo de presión: «grupo
de individuos que, sin tener posiciones de mando, posiciones de poder, sí
influyen en las decisiones políticas, económicas, sociales». Este conjunto de
individuos «no necesariamente está ocupando puestos oficiales, pero sí
necesariamente influye en las decisiones de aquellos que los ocupan» (p. 279).
Este concepto, mencionado anteriormente, y central en los trabajos de Torres,
explica para él todo lo referente al gobierno y a un posible cambio social. En
efecto, los gobiernos democráticos, para él, funcionan determinados por
intereses de grupos de presión minoritarios. Y el cambio social sólo se podrá
realizar cuando las mayorías, actuando como grupos de presión, determinen las
directrices del gobierno. «Tenemos que convencernos que las actitudes de clase,
las actitudes de grupo, las actitudes sociales no se producen sino por
presiones o por fenómeno social» (p. 281). Expresa, una vez más, que la democracia
tal como existe es un mito, y que el verdadero régimen democrático se da
«cuando las fuerzas mayoritarias constituyen un grupo de presión» dentro de
cualquier sistema de gobierno (p. 283). «Como conclusión, yo querría proponer a
la consideración de ustedes... la necesidad de que todos los colombianos nos
dedicásemos a esa formación de la gente de base para constituir grupos de
presión entre los obreros, entre los campesinos, entre la clase media baja...
entre las mayorías del país... para que, algún día, nuestra mayoría organizada
pueda liberarse de cualquier tipo de oligarquía... para que al fin, la
democracia, el gobierno del pueblo por el pueblo, sea una realidad a través de
las fuerzas sociales y de las presiones de base» (p. 284).
1964
En este año produjo Torres nueve documentos (pp.
287-356) de naturaleza diversa.
El primero está compuesto por una constancia para la
Junta Directiva del INCORA y de dos cartas a miembros de esa Junta, sin otro
valor que el histórico.
A continuación sigue la transcripción de una mesa
redonda sobre Los Grupos de Presión en Colombia (pp. 291-305). Después
de esa mesa redonda, la revista Nueva Prensa pidió a Torres un resumen
de su intervención, que se publicó en ella el 16 de junio con el título Cómo
ejercen el gobierno los grupos de presión (pp. 306-307). (Cfr. nota de la
pág. 306). Sintetiza el autor su pensamiento sobre esos grupos en pocos
párrafos, de los cuales reproducimos los más interesantes:
«Grupo de presión es el conjunto de individuos que
determinan las decisiones de política nacional. En una sociedad especializada,
los grupos de presión no ejercen necesariamente el poder de una manera
formal... El poder real reside en esos grupos. Este poder real tendrá un
carácter democrático en el caso de que los grupos de presión sean mayoritarios
y tendrán un carácter oligárquico en el caso de que estos mismos grupos sean
minoritarios.»
En Colombia, hay un grupo de presión que gobierna, y
que, «por medio del poder económico y por la exigencia de conformismo, controla
los demás poderes: el poder cultural, el político formal, el burocrático, el
militar y el eclesiástico».
«El poder eclesiástico en nuestro país está unido al
poder económico y al poder político por poseer intereses comunes. El
conformismo de los eclesiásticos debe ser la contraprestación para que se
mantengan esos intereses.»
Para que exista verdadera democracia en Colombia, las
clases populares, mayoritarias deben organizarse a fin de convertirse en grupos
de presión.
Sigue Torres proclamando la importancia de la creación
de grupos de presión mayoritarios para operar el cambio social en Colombia. En
las pp. 308-311, que contienen un articulo suyo publicado en el diario El
Espectador de Bogotá (La desintegración social en Colombia - Se
están gestando dos subculturas), después de aseverar que están naciendo dos
subculturas en el país —clase alta y clase baja—, con carencia de comunicación
mutua, acaba con una verdadera arenga: «Mientras los líderes populares no
acuerden un frente unido[13] que
descarte los personalismos que los hace tan sospechosos ante el pueblo, la
clase popular no marchará... Solamente los hechos serán capaces de anular (sic)
(aunar?) esa clase baja para constituirla en un grupo de presión mayoritario»
(p. 311).
Encontramos en seguida cuatro páginas (pp. 312-315)
redactadas por el autor en junio de 1964 e impresas bajo el título de La
Ciencia y el diálogo, esbozo de algo más largo que Torres pensaba escribir.
Este trabajo, poco profundo, repite la vieja opinión de Torres sobre la ciencia
social positiva como base del diálogo sincero y superador de los problemas
sociales: «Dejemos que sacerdotes, militares, abogados y todo ciudadano trate
de analizar la sociedad. Discutamos con ellos sobre la verdad de esos análisis.
Dejemos que la política y la moral se basen en el estudio y no en la
intuición... Precisamente la distinción entre ciencias positivas y ciencias
normativas es lo que permite pedir ¡científicos de todas las ideologías, uníos!
Uníos en torno a las constataciones empíricas que no se pueden negar. Esta
unión en torno a lo positivo es el comienzo de un diálogo que no implica claudicación,
que no supone vencedores ni vencidos, que puede ser un germen de paz» (pp.
314-315).
La Revolución, imperativo cristiano, es el
siguiente apartado. Estudio presentado al II Congreso Internacional de Pro
Mundi Vita, en Lovaina (8/10-IX-1964). En este estudio, en nuestra opinión,
el más confuso de todo el libro, empieza Torres con una serie de párrafos sobre
el apostolado cristiano, que le llevan a concluir que «las obras en beneficio
del prójimo son: 1.º Desde el punto de vista teológico, un indice de los más
seguros de la existencia de la vida sobrenatural. 2.° Desde el punto de vista
pastoral, el objetivo más importante para el apóstol que vive en una sociedad
con problemas sociales y de constitución pluralista» (p. 320). Después, y por
espacio de quince páginas, se detiene a estudiar los elementos de la
programación económica de los países subdesarrollados. De este análisis
concluye: «A) En los países subdesarrollados los cambios de estructura no se
producirán sin presión de la clase popular. B) La revolución pacífica está
directamente determinada por la previsión de la clase dirigente, ya que el
deseo, por parte de ésta, es difícil de lograr. C) La revolución violenta es
una alternativa bastante probable, por la dificultad de previsión que tienen las
clases dirigentes» (pp. 335-336). Después, afirma, «si la planificación no la
hace el Estado, orientando coercitivamente las inversiones, es imposible lograr
eficiencia en favor de las mayorías. Por esto el problema para el cristianismo
se plantea en términos de caridad eficaz, es decir, en términos de aquellos que
constituyen la primera prioridad en el apostolado del mundo moderno y de los
países subdesarrollados» (p. 336).
En la tercera parte de este trabajo, el autor pasa a
considerar la responsabilidad de los cristianos en esta planificación. Empieza,
no obstante, mostrándose pesimista en cuanto a la capacidad de los cristianos
de influir en este terreno: «Tanto por su comprometimiento como por su
calificación científica, los cristianos, especialmente en los países
subdesarrollados, no merecen, en general, o no pueden llevar el liderazgo en la
planificación económica y en la reforma de estructuras...» Podrían avanzar,
pero «es posible que... fallen por la falta de tecnificación y por el
monolitismo doctrinal. Monolitismo, en el sentido de exclusión del pluralismo
en la acción, lo cual impide el concurso de muchos líderes de alta calificación
científica» (pp. 338-339). Pesimismo que no comparte al hablar de los
marxistas: «Es más probable que los marxistas lleven el liderazgo de ese
planteamiento. En ese caso, el cristiano deberá colaborar en la medida en que
sus principios morales se lo permitan, teniendo en cuenta la obligación de
evitar males mayores y de buscar el bien común» (pp. 344-345). Hace falta que
haya esta colaboración con los marxistas, «con decisión y sin timideces, ya
que la mayor autoridad aceptada por la sociedad que necesita un cambio de
estructuras es la del comprometimiento revolucionario que, para el cristiano,
debe ser el comprometimiento de la caridad. Esta autoridad permitirá exigir
concesiones a los marxistas en el caso de que ellos tengan alguna cuota de
poder» (p. 344).
Termina este capítulo con tres documentos, La
Universidad y el Cambio social. Artículo publicado por El Tiempo,
(8-X-1964) (pp. 346-350), Llamamiento (pp. 351 y 352), y Crítica y
autocrítica (artículo publicado en El Espectador el 27-XI-1964) (pp.
353-356). Sin mayor interés, cabe anotar que, mientras en el segundo se hace un
llamamiento para fortalecer el Frente Unido, los otros dos artículos reiteran
la tesis de que los estudiantes han de tomar parte activa en el cambio social.
1965
Este capítulo es el más voluminoso de la obra (pp.
359-570) y está dividido en cinco partes: I. Conflicto con la Iglesia (pp.
359-379); II. Reportajes (pp. 380-434); III. Conferencias (pp.
435-513); IV. Frente Unido (Escrito de Torres en torno a su campaña para
lograr un frente unido popular, pp. 514-555); V. Ejército de Liberación
Nacional (documentos relacionados con su incorporación a dicho grupo, pp.
556-570). Estas partes, a su vez, contienen diversos escritos y documentos,
como puede apreciarse en el índice insertado al principio de la presente
recensión.
Intentaremos
resumir ahora todo este cúmulo de material, destacando los puntos más salientes
del pensamiento de Camilo Torres, que, en su mayor parte, constituyen como un leimotiv
de esta parte de la obra. Son los siguientes:
a. La Iglesia
Latinoamericana es «una Iglesia de rito externo y no de Fe cristiana» (p. 365).
b. Más aún, en
Latinoamérica se puede establecer una diferencia —y apurando el análisis, aún
una contraposición— entre «la Iglesia de la Caridad y la Iglesia de la Fe» (pp.
365-366).
c. Son miembros
de la Iglesia la mayoría de los hombres, incluso los comunistas, ya que se
pertenece a la Iglesia, «tanto con bautismo sacramental como con bautismo de
deseo» (p. 368). «En los que aman, aun cuando sean fetichistas, si están de
buena FE, aun cuando crean que son ateos, sí es cristianismo (sic).
Ellos pertenecen al alma de la Iglesia y, si son bautizados, pertenecen también
al cuerpo de ésta» (p. 366).
d. Lo esencial al
cristianismo es el amor al prójimo, fundamento del sacerdocio católico. Se
distingue entre un sacerdote auténtico, interno, y una práctica externa del
sacerdocio, en los ritos del culto. «La Misa que es el objetivo final de la
acción sacerdotal, es una acción fundamentalmente comunitaria. Pero la
comunidad cristiana no puede ofrecer en forma auténtica el sacrificio si antes
no ha realizado, en forma efectiva, el precepto del amor al prójimo» (p. 376).
e. «La lucha
revolucionaria es una lucha cristiana y sacerdotal» (p. 376); más aún: «el
católico que no es revolucionario y no está con los revolucionarios, está en
pecado mortal» (p. 386; Cfr. p. 395).
f. En esta lucha
revolucionaria habría cabida para la violencia si los grupos de presión minoritarios
y el gobierno con ellos —las minorías política, cultural, militar y
eclesiástica— no quieren admitirla (p. 366); pero en caso de darse la violencia
por el cambio de estructuras, toda la responsabilidad es de las minorías:
«estoy también convencido de que la decisión sobre si los cambios serán por vía
pacífica o no, le corresponde mucho más a la clase dirigente que es la que
tiene los instrumentos de represión» (p. 401); «hay que preguntar cómo lo va a
entregar (el poder) la clase dirigente. Porque ella es la que resuelve sobre la
violencia o sobre la vía pacífica» (p. 421).
g. La revolución
violenta se justifica de modo análogo a como se justifica una guerra justa
(Cfr. p. 409).
h. Indice de subdesarrollo es que los grupos de
presión—que determinan las directrices del gobierno— sean minorías; hay que
lograr que la masa se organice en grupos de presión mayoritarios (Cfr. p. 439 y
passim).
i. Los partidos
tradicionales colombianos —que son policlasicistas— son «instrumentos de
control de la clase económica minoritaria sobre la clase popular... y están
formados en bases sentimentales y tradicionalistas... » (p. 458).
j. Se postula la
organización de una clase popular enfrentada a estos dos partidos «en base a
objetivos racionales y técnicos» (p. 490 y passim).
k. La Iglesia en Colombia «no es un instrumento
solamente de la clase económica, sino que participa de esa misma clase
económica por los bienes económicos que tiene y también por el poder político,
tanto formal que le conceden las leyes del Concordato, etc., como informal que
ejercen, como ustedes saben, los sacerdotes por medio de su influencia dentro
de las masas. De manera que la Iglesia en Colombia, por tener poder político,
poder económico es, o instrumento, o cómplice de la clase económica» (p. 460).
La Iglesia colombiana «se presenta como una iglesia prostituida a los ricos»
(p. 503); en su jerarquía priva la mentalidad capitalista, conformista y sujeta
«a la oligarquía y por eso entendemos que el cristianismo ha sido falseado y
que se presenta ante los ojos del pueblo, como lo dicen los marxistas, como el
opio del pueblo» (Ibíd.).
1966
El último capítulo de Cristianismo y Revolución es
una Proclama a los colombianos (pp. 571-572) de Camilo Torres, escrita
el 7-I-1966, poco antes de su muerte. Allí declara que «todo revolucionario
sincero tiene que reconocer la vía armada como la única que queda..., yo me he
incorporado a la lucha armada. Desde las montañas colombianas pienso seguir la
lucha con las armas en la mano, hasta conquistar el poder para el pueblo» (pp.
571-572).
APENDICE
Añaden los compiladores en las pp. 575-583 cuatro
mensajes que se suelen atribuir a Camilo Torres, pero que, como ellos mismos
afirman, «fueron escritos en Bogotá (los tres primeros) por compañeros del Frente
Unido. Tenemos razones para dudar que Camilo Torres haya escrito el cuarto»
(Ver Indice).
II.
SINTESIS DE LAS IDEAS MAS IMPORTANTES DEL LIBRO
1. La Iglesia, su naturaleza y su actuación.
La posición de Camilo Torres con respecto a la Iglesia
sufre ya en sus primeros escritos de cierta ambigüedad. Hay, sin embargo, en un
comienzo, un reconocimiento de su carácter sobrenatural que, con el correr de
los años, se irá desdibujando bajo el enfoque cada vez más positivista,
consecuencia del punto de vista sociológico desde el cual escruta Torres toda
realidad.
Inicialmente, admite la esencia inmutable de la Iglesia
(p. 69), lo mismo que la invariabilidad de sus normas en materia de moral
(Ibíd.). Aunque la Iglesia ha abanderado las reivindicaciones sociales y
económicas de los pobres (p. 67) y «preconiza la acción simultánea de todos
esos órdenes (económico, político, social) y condena expresamente una acción
unilateralmente espiritual en el terreno social» (p. 66), «el Evangelio no
intenta transformar socialmente el mundo» (p. 78). La Iglesia no adopta ningún
criterio específico en el plano socio-económico. No obstante, no distingue
entre la Iglesia y la actuación de cada uno de sus hijos en el terreno del
compromiso temporal: por una parte, habla de que antes de 1848 los católicos
habían olvidado «algunas páginas del evangelio» —las que aludirían a la
justicia social—, para después concluir que la Iglesia «había tratado de
ignorar» esas realidades de las escandalosas desproporciones económicas (pp.
66-67).
Esta
ambigüedad se sigue evidenciando al hablar de la Iglesia como sociedad
humana, sujeta a las exigencias del desarrollo histórico (p. 66).
Indudablemente, a estas alturas, Torres quiere decir que la Iglesia está
compuesta por elementos humanos, los hombres (Cfr. p. 77); más aún, todavía en
1965 (26-VIII) mantendrá que también en ella. hay un elemento divino,
sobrenatural, además del humano. Pero a pesar de esto, su tratamiento de la
Iglesia es puramente positivista, y por tanto, no ve en ella más que la estructura
humana. De ahí que insista en concebirla como una institución donde se dan
estratos sociales o status de clase. Así propone lo que llama una
«clasificación tentativa» de esos estratos sociales en la Iglesia:
«Seminarista. Clase media baja.
Coadjutor o Capellán. Clase media media.
Párroco rural. Clase media media.
Párroco urbano (obrero). Clase media media.
Párroco urbano (barrio residencial). Clase media alta.
Monseñor o Canónigo. Clase alta baja.
Obispo Auxiliar. Clase alta media.
Obispo Principal. Clase alta media.
Arzobispo. Clase alta media.
Cardenal. Clase alta media o alta, según la extracción
familiar» (p. 258).
Existe, para él, un canal de ascenso
eclesiástico, subordinado al conformismo del individuo que quiere subir: «naturalmente
que la unión entre la alta jerarquía y la clase dirigente produce que los
ascensos eclesiásticos tengan como uno de los criterios básicos el conformismo
con las estructuras, que se manifiesta en la escala local en el conformismo con
los grupos minoritarios dirigentes de las comunidades de base» (p. 260).
Dentro de este contexto sociológico afirma que «la
Iglesia colombiana es una de las más retrasadas del mundo. Una de las causas de
tal situación radica en el hecho de que la Iglesia tenga poder temporal, tanto
económico como político. Es muy difícil ser cristiano de verdad, cuando se
tienen riquezas. Lo que pasa a las personas, les sucede a las sociedades» (p.
389; cfr. p. 396). Encontra-mos de nuevo a la Iglesia —esta vez la Iglesia en
Colombia— tratada como a una sociedad puramente natural. «La política de
la Iglesia católica ha sido más de conservación de una sociedad que se supone
cristiana, que la de cristianizar.., de allí que nuestro apostolado le haya
puesto énfasis al culto externo, descuidando la adhesión por convicción al
Evangelio, y descuidando el amor al prójimo» (p. 392).
Por eso, Torres acepta, a veces con mordacidad,
acusaciones contra la Iglesia. En ocasiones las reproduce como argumento para
justificar su posición en materia de reforma social[14], pero en
el fondo se identifica con esas acusaciones, hasta llegar a expresar que «la
Iglesia de Cristo... se presenta como una Iglesia prostituida a los ricos» (p.
503).
Torres distingue entre la Iglesia de rito e Iglesia
de la Fe. En Latinoamérica, la Iglesia, heredera del catolicismo español
(p. 365) hace énfasis en lo externo, en ritos que son «lo más fácil y masivo» y
que, en el fondo, son «quizá fetichistas». Por oposición a esta Iglesia, habría
otra Iglesia de Fe cristiana, que, a falta de definición, no se sabe qué
sería. Hay otra distinción entre Iglesia de la Caridad e Iglesia de
la Fe. «La identificación como cristiano se hace en relación con la
práctica del amor. Cuando habla de católico la gente se refiere a la práctica
externa. La Iglesia aparece constituida por una mayoría de personas que
practican y no conocen su FE y una minoría que conoce su Fe pero no la practica
sino externamente. ¿Puede decirse que eso es cristiano? En aquellos que están
de mala fe, de ninguna manera. En los que aman, aun cuando sean fetichistas, si
están de buena FE, aun cuando crean que son ateos, sí es cristianismo. Ellos
pertenecen al alma de la Iglesia y, si son bautizados, pertenecen al cuerpo de
ésta. La situación aparece como totalmente anómala: Los que aman, no tienen Fe
y los que tienen Fe, no aman —por lo menos en el sentido explícito de la Fe»
(p. 366). Después de este párrafo —extraordinariamente confuso— Torres se
inclina por la Iglesia de la Caridad, ya que en la caridad consiste la esencia
del Cristianismo (Cfr. p. 523 y passim).
Al hablar de
la pastoral[15],
indica Torres que hay tres etapas complementarias, pero progresivas dentro de
ella, que son:
«—Llevar a la
gente a amar, con amor de entrega (ágape).
—Predicación
del Evangelio.
—Culto externo. Eucaristía y sacramentos
(sacramentalesparaliturgias)» y concluye que «la sociedad colombiana es en su
mayoría una sociedad católica en cuanto cumple con el culto externo (bautismo,
confesión, comunión, matrimonio, entierro, misa, extremaunción, procesiones,
novenas, escapularios, primeros viernes)» (p. 361). Frente a este ritualismo,
opone Torres el amor de entrega o ágape, sinónimo de la caridad, punto esencial
en su concepción de la Iglesia. Este amor es más importante que la Fe, y debe
tener prioridad sobre todo lo demás. Así se llega a la pastoral de Misión que
supone, entre otras cosas «énfasis en llevar al amor de entrega más que a la Fe
y a la práctica» (religiosa) (p. 362). La Iglesia del Amor realizó esta esencia
eterna de caridad más puramente en sus primeros tiempos, antes de ser
reconocida por el Estado, en «el Cristianismo Primitivo». En esa época «se
descuidó lo accidental para darle toda la importancia a lo esencial» (p. 75).
La diferencia entre una Iglesia externa (la del culto y
del Evangelio) y una Iglesia de naturaleza interior —la de la Caridad— le
permite hacer una distinción sobre los modos de pertenecer a la Iglesia. «Desde
el punto de vista estrictamente teórico», cuando se habla de todos los miembros
de la Iglesia, «cuando se habla de Iglesia, se habla de todos los bautizados,
tanto con bautismo sacramental como con bautismo de deseo. Esto comprende una
gran parte de la humanidad, puesto que todos aquellos que están de buena fe se
supone que tienen el bautismo de deseo» (p. 368). Los no cristianos, si están
de buena fe —dondequiera estén— pertenecen al alma de la Iglesia (cfr. p. 366 y
p. 318); esto se aplica concretamente a los comunistas (p. 527): «aunque los
mismos comunistas no lo sepan, entre ellos puede haber muchos que son
auténticos cristianos. Si están de buena fe... » (p. 527).
Por esto, el apostolado católico no tiene que dirigirse
necesariamente a lograr la conversión a la verdadera fe (recordemos que en su
escala de valores, primero es «el amor», y después vienen «la enseñanza de la
doctrina, y por último, el culto» (p. 392) sino simplemente a «lograr que los
hombres se encuentren con Dios, y, para eso, el medio más eficaz es hacer que
los hombres sirvan al prójimo de acuerdo con su conciencia» (p. 527). Y esto
porque «la conversión de una persona al cristianismo —algo misterioso que
depende del Espíritu Santo— puede ser explícita cuando la persona se vuelve
practicante e implícita cuando se resuelve a vivir de acuerdo con su conciencia
dentro de cualquier clase de doctrina» (pp. 391 y 392).
2. La vida sobrenatural y la caridad.
Tanto el apostolado católico —concebido como reseñamos
en el párrafo anterior— como la vida del católico tienen como fin la vida
sobrenatural. Ahora bien «no puede haber vida sobrenatural sin caridad, y sin
caridad eficaz. Esencialmente la caridad es el Amor sobrenatural. Para que haya
verdadera caridad se necesita que exista un verdadero amor. Las obras en favor
del prójimo son indispensables para que el amor sea verdadero. Por lo tanto, la
caridad ineficaz no es caridad.., como conclusión, podemos afirmar que no hay
vida sobrenatural, en las personas que tienen uso de razón, cuando faltan las
obras en beneficio de nuestro prójimo» (pp. 317-318).
¿En qué consisten estas obras en beneficio de nuestro
prójimo, y qué es este amor verdadero que debe darse para que haya caridad real?
Aunque Torres identifica las obras en beneficio del prójimo con obras
materiales y espirituales (p. 318), en la práctica, desecha las obras
espirituales, ya que este tipo de obra en beneficio de los demás no cae bajo la
observación empírica y, por tanto, no entra en el concepto de caridad eficaz
(productiva de promoción social). Por eso dirá expresamente: «como política
de conjunto, el apostolado debe dirigirse con prioridad a las obras materiales
en favor del prójimo, para centrarse en una perspectiva de caridad efectiva y
actual» (p. 319). La caridad, entraña del cristianismo, significa,
«concretamente, vivir el sentimiento de la fraternidad humana. Ese sentimiento
se manifiesta hoy en los movimientos revolucionarios de los pueblos, en la
necesidad de unir a los países débiles y oprimidos para acabar con la
explotación, y en todo eso, nuestra posición está claramente de este lado, y no
del lado de los opresores» (p. 386). Es, pues, un sentimiento que nada
tiene que ver con la virtud teologal que tiene por objeto primario a Dios y por
objeto secundario a los demás por Dios. Esto no le impide afirmar, continuando
la ambigüedad arriba ilustrada, que «la suprema medida de las decisiones
humanas debe ser la caridad, debe ser el amor sobrenatural» (p. 377), identificándola
con el esfuerzo para promover social y económicamente las clases menos
privilegiadas.
La falta de caridad es el peor mal de la Cristiandad. Y
esto, porque «la base del cristianismo es el amor» (p. 70), «lo principal en el
Catolicismo es el amor al prójimo» (p. 525); por tanto, «cuando este amor
parece que ha dejado de considerarse como patrimonio de la Iglesia, es
necesario dar un testimonio contundente de que la comunidad de la Iglesia
comunitaria consiste en la caridad» (p. 367, sic).
Pero la caridad, para ser tal, debe ser eficaz. Este es
un concepto muy central en todos los planteamientos de Torres. «Este amor para
que sea verdadero tiene que buscar la eficacia» (p. 525); «tenemos como
imperativo el amor, que si es real debe ser eficaz integralmente, tanto en lo
natural como en lo sobrenatural. Si no somos eficaces, si no damos frutos (por
ellos nos conocerán), no estamos amando» (p. 275 y passim en toda la obra). Y
esta eficacia, como se vio más arriba, significa, por una parte, el producir
obras tangibles en bien del prójimo; por otra parte, debe buscarse esa eficacia
en la ciencia. En efecto, «la caridad es servicio, y el medio más apropiado
para servir es la ciencia... el servicio del hombre no puede concebirse sin la
ciencia y la técnica» (p. 90) (Cfr. p. 427).
Torres concibe esta ciencia como ciencia positiva, y más
concretamente, como sociología, ciencia que es, para él, fun-damentalmente
neutra e imparcial, y por lo tanto, la más adecuada para permitir un trabajo
constructivo codo con codo con personas que tengan las ideologías más diversas.
Esto, en los comienzos. Más adelante, sin embargo, Torres ve que este enfoque
es insuficiente: no basta conocer la realidad sociológica del país, sino que
hay que comprometerse en la lucha revolucionaria de modo activo, siguiendo el
imperativo de la caridad eficaz (Cfr. Documentos del año 1965, passim).
3. Caridad eficaz, revolución y pecado.
Continuando el hilo del tema de la caridad eficaz como
esencia del catolicismo y móvil de toda actuación auténticamente cristiana,
Torres llega a concluir que la revolución es un imperativo cristiano. «El
apostolado actual —afirma— debe tener, como principal objetivo... el logro de
una caridad verdaderamente eficaz entre todos los hombres». Por otra parte, las
actuales circunstancias de los países subdesarrollados impiden ese logro sin
una presión de las mayorías —pacífica o violenta, según la actitud de la clase
dirigente—; «ante ese proceso, el cristianismo debe adoptar una actitud para no
traicionar la práctica de la caridad». El cristiano «debe, como Cristo,
encarnarse en la humanidad, en su historia y en su cultura. Para eso debe
buscar la aplicación de su vida de amor sobrenatural, en las estructuras
económicas y sociales, en las cuales tiene que actuar» (p. 336). Después de
planear esta responsabilidad del cristiano en el cambio social, Torres anota
que «si la beneficencia, la limosna, lo que se ha llamado la ‘caridad’, no
alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la
mayoría de los desnudos... tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar
de las mayorías» (p. 525). Por ello «es necesario, entonces, quitarles el poder
a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se
hace rápidamente es lo esencial de una revolución. La Revolución puede ser
pacífica si las minorías no hacen resistencia violenta. La Revolución, por lo
tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que
vista al desnudo... Por eso la Revolución no solamente es permitida, sino
obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y
amplia de realizar el amor para todos» (p. 526)[16]. Torres
insiste una y otra vez en esta Revolución como la plena realización del amor
(p. 407).
Además de esta definición —o mejor, descripción— de lo
que es la Revolución, Torres la delinea como «el cambio de la estructura del
poder de manos de la oligarquía a manos de la clase popular», o «cambio
fundamental de las estructuras económicas, sociales y políticas» (p. 407). A
este cambio, repite ad nauseam, sobre todo en 1965, se puede llegar o
por la vía pacífica —poco probable—, o por la vía de la revuelta armada (Cfr.
p. 408). La responsabilidad final, en caso de que la vía que quede sea la de la
violencia, recae sobre la oligarquía imprevisora. Más aún, esta posible
revolución sangrienta —por lo que se refiere a Colombia— tiene consecuencias
justas, en regla con la doctrina de la Iglesia (p. 409).
Ante esta posibilidad, el cristiano no puede permanecer
inactivo. Debe darse cuenta de que es su única forma de vivir la caridad. Y si
esto es así, no hacerlo equivale a pecar contra el Amor. Por eso, declara
Torres, abstenerse del compromiso revolucionario es pecado mortal (pp. 386,
503). Más aún, es no seguir a Cristo: «Si soy auténtico seguidor de Cristo, es
imposible no ser revolucionario, como lo fue El» (p. 199)[17].
4. El sacerdote, la revolución y los Sacramentos.
La esencia del sacerdocio católico es religiosa, afirma
Torres (p. 149). El sacerdocio imprime carácter, y es eterno (ver pp. 396, 407,
430). El sacerdote tiene un papel diferente en la Iglesia al que tiene el fiel
(p. 151). Precisando más, el sacerdote es un «servidor de la humanidad» (pp.
407, 427), y, sin querer definir lo que el sacerdote es, Torres afirma que es
función propia del sacerdote «combatir (las circunstancias que impiden a los
hombres entregarse a Cristo) aun a costa de su posibilidad de celebrar el rito eucarístico
que no se entiende sin la entrega de los cristianos» (p. 376); como la caridad
eficaz es «la esencia misma del cristianismo» (p. 96), así también constituye
la parte más esencial del sacerdocio católico. Por consiguiente, a la búsqueda
de esa caridad eficaz —mejoramiento social y económico del pueblo— hay que
subordinar las demás funciones sacerdotales. Y en ese logro, como se vio en el
apartado precedente, se puede y aún se debe llegar a la lucha revolucionaria.
«(El individuo) está en el sacerdocio principalmente en función de los demás»
(p. 405); «entiendo que mi sacerdocio y su ejercicio se cumplen en la
realización de la revolución colombiana, en el amor al prójimo y en la lucha
por el bienestar de las mayorías» (p. 407); «la entrega al prójimo que exige la
revolución es un requisito de caridad fraterna indispensable para lograr
el cabal cumplimiento de su misión COMO SACERDOTE» (p. 523). «Estimo que la
lucha revolucionaria es una lucha cristiana y sacerdotal... esta actividad la
considero esencial para mi vida cristiana y sacerdotal, como colombiano» (p.
376; cfr. p. 412).
Otro elemento del ministerio sacerdotal es la
celebración de la Misa y la administración de los sacramentos. Torres concibe
los sacramentos dentro de la categoría de culto externo; al hablar de la
pastoral, efectivamente, los incluye al tercer paso en la escala de prioridades
pastorales [«Culto externo. Eucaristía y sacramentos
(sacramentos-paraliturgias)» (p. 361)]. Los sacramentos entran en lo que llama práctica
externa, que tipifica al catolicismo colombiano, como ya vimos
anteriormente (cfr. p. 361), a la altura del uso de los escapularios, novenas,
procesiones, etc. Los sacramentos producen vida sobrenatural, aunque su
recepción externa no es necesaria: basta recibirlos invoto (sic); «en
cambio, sabemos que las obras en favor del prójimo (espirituales y materiales)
sí son indispensables para la vida sobrenatural... La única diferencia, pero
muy importante, es la de que la práctica de los sacramentos no supone las
obras. Es necesario probar que hay obras, aunque sean interiores (?), para
presumir que hay vida sobrenatural (1. Jo. III, 14). En cambio, las obras
interiores y exteriores en favor de nuestro prójimo, sí deben presumirse hechas
por amor sobrenatural. La presunción de la existencia de la vida sobrenatural,
está basada en la obligación de pensar que todo el mundo está de buena fe,
mientras no se demuestre lo contrario» (p. 318). Es decir, que la recepción de
los sacramentos que es, desde un punto de vista sociológico, algo externo, vale
menos, como indicio de vida sobrenatural, que las obras de caridad eficaz.
La Santa Misa, en concreto, es culto externo de
naturaleza comunitaria, que, por ser expresión del amor de la comunidad,
requiere ese amor para su plenitud: «El sacerdocio cristiano no consiste
únicamente en la celebración de los ritos externos. La Misa, que es el objetivo
final de la acción sacerdotal, es una acción fundamentalmente comunitaria. Pero
la comunidad cristiana no puede ofrecer en forma auténtica el sacrificio si
antes no ha realizado, en forma efectiva, el precepto del amor al prójimo» (p.
376); «he dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo en el terreno
temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando
haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer la misa si Dios me lo permite.
Creo que así sigo el mandato de Cristo: Si traes tu ofrenda al altar y allí te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante
del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y
presenta tu ofrenda (San Mateo, V, 23-24)» (p. 526). «En la medida en que la
comunidad se ama, el sacerdote ofrece más auténticamente el sacrificio
eucarístico. Este no es un ofrecimiento individual, sino colectivo. Si no hay
amor entre los que lo ofrecen, no debe haber ofrecimiento a Dios... Ver a un
sacerdote mezclado en luchas políticas y abandonando el ejercicio externo de su
sacerdocio es algo que repugna a nuestra mentalidad tradicional... » (p. 367), y
esto es lo que, en último término, justifica la ingerencia del sacerdote en la
lucha revolucionaria.
5.
El sacerdote, el laico y el compromiso revolucionario.
La Iglesia está formada por laicos y clero, que tienen papeles diversos (p. 151); en el cumplimiento de su misión da directrices que sirven de orientación en el terreno de lo social y económico (p. 71). Toca entonces a los laicos realizarlas. No obstante, los fieles católicos han sido y son remisos en comprometerse en el terreno social (Ibíd.). Dada la situación actual, ese compromiso exige la lucha revolucionaria: «Se debe propiciar, entonces, la toma del poder por parte de las mayorías... esto se llama revolución y, si es necesario para realizar el amor al prójimo, para un cristiano es necesario ser revolucionario. ¡Qué difícil es que entiendan esto los que se reconocen como católicos!» (pp. 366 y s.). Y «desgraciadamente el testimonio de los laicos aún no se identifica ante la opinión, con el testimonio de la Iglesia. El sacerdote, en este caso, debe dar el testimonio, mientras se educa la opinión pública y se le muestra que el testimonio de todo bautizado es testimonio de la iglesia» (p. 367). Lo ideal sería, reconoce Torres «concentrar los esfuerzos en la formación de un laicado capaz de transformar las estructuras temporales desde su base, atacando así el origen de los problemas sociales (p. 370), pero, siendo así que en general, los católicos no merecen o no pueden hacerlo, el sacerdote puede, por motivos de caridad, suplir la labor del laico. Esta labor de suplencia (p. 397) tiene sus ventajas, por ser el sacerdote una persona que es susceptible de ser más oída y más capaz de aunar voluntades (p. 412).
6. La colaboración con el marxismo.
En el terreno doctrinal el Socialismo —según Camilo
Torres— ha hecho un bien a la Iglesia: enfrentarla a los problemas
socio-económicos de las clases pobres (p. 67). Ese bien —influencia sobre la
actitud de la Iglesia (p. 68)— no es exclusivo del socialismo, ya que «en
muchos Documentos Pontificios se encuentra el reconocimiento de que todas las
doctrinas contrarias a la Iglesia, no solamente el Socialismo, aportan bienes a
la Cristiandad» (Ibíd.)[18].
En el terreno de la acción, aboga por «una revolución
socialista pero de carácter nacionalista» (p. 429), como paso necesario para
implantar un gobierno socialista»; «sin embargo, es necesario definir que esta
plataforma tiende al establecimiento de un Estado socialista, con la condición
de que ‘socialismo’ lo entendemos en un sentido únicamente técnico y positivo
sin ninguna mezcla de elementos ideológicos. Se trata de un socialismo práctico
y no teórico» (p. 550).
Para lograr esto, encuentra Torres que los marxistas
ofrecen una valiosa colaboración, que no ha de rechazarse. Así dice: «una
plataforma que plantea un tipo de Estado socialista y la liberación de Colombia
del imperialismo norteamericano no puede ser indiferente ante los movimientos
que tiendan hacia un socialismo y que planteen la liberación del imperialismo.
Aunque estos movimientos tengan elementos ideológicos de discrepancia, en el
aspecto científico, positivo y práctico, son los más cercanos a nosotros» (p.
551), y más explícitamente: «Estoy dispuesto a luchar con (mis hermanos los
comunistas) por objetivos comunes: contra la oligarquía y el dominio de los
Estados Unidos, para la toma del poder por la clase popular» (p. 527).
Hay, evidentemente, oposición entre marxismo y
cristianismo, ya que el comunismo «tiene una doctrina filosófica materialista»
(p. 391), pero esta irreconciliabilidad en el terreno filosófico no impide que
se luche al lado de los marxistas a fin de establecer el Estado socialista. Más
aún, esta unión en el terreno de la acción es muy conveniente, ya que el
marxismo responde a las aspiraciones de la clase obrera (p. 95), encauza el
inconformismo universitario (p. 392) y tiene en común con el cristianismo el
servicio a los demás (p. 469). Torres está convencido de que esos cambios
(revolucionarios) sólo dos fuerzas pueden dirigirlos, pues sólo ellas dos
poseen una concepción global del mundo: cristianismo y marxismo» (p. 387).
Los marxistas, indudablemente, aventajan a los
católicos, ya que, como se notó anteriormente, tienen una mayor eficiencia: a)
en la planeación económica (p. 339), y b) en el análisis sobre
sociedades subdesarrolladas o en desarrollo. ¿Entre las ventajas de una
realización marxista podemos anotar su orientación específicamente popular
y..., además, su tradición en la lucha por el cambio de estructuras y
por la planificación técnica» (p. 340; cfr. pp. 413 y 469, donde se afirma que
tanto el cristianismo como el marxismo son dos humanismos con muchos puntos en
común).
«Los problemas ideológicos los resolveremos después de
que triunfe la revolución» (p. 452); es decir, una vez establecido el Estado
socialista, «cuando las clases populares se tomen el poder, gracias a la
colaboración de todos los revolucionarios, nuestro pueblo discutirá sobre su
orientación religiosa» (p. 528).
III. VALORACION TECNICA Y METODOLOGICA
En este libro no hay un método en la exposición de las
ideas. Se trata de un recopilación de documentos —algunos en forma
fragmentaria— de Camilo Torres. Algunas páginas no son suyas, pero sirven para
enmarcar históricamente sus escritos, conferencias, etc., o bien para reflejar
su pensamiento (como es el caso, por ejemplo, de la Plataforma del Frente
Unido, pp. 520 ss.). Esto, no obstante, no logra proyectar una línea
estructurada de pensamiento. De las páginas del libro hay que entresacar ideas
sueltas aquí y allá, para lograr construir algo parecido a un sistema
elemental.
Al leer cuidadosamente la obra, se observan como dos
modalidades diversas en los trabajos que la forman. Una es la que presentan los
escritos de carácter más académico. Estos van acompañados de un cierto aparato
crítico[19]. En estos
trabajos, que son poco originales, Torres da la impresión de ser un estudiante
aprovechado y recién regresado de Sociología, con ganas de mostrar, de una
forma novedosa, para sus compatriotas —por lo del enfoque sociológico— lo que
había aprendido en Lovaina, aplicándolo a unas cuantas realidades
socio-económicas de Colombia.
Los otros documentos, debido en parte a su naturaleza
—reportajes, artículos para diarios y semanarios, intervenciones en mesas
redondas, etc.—, no contienen referencias críticas. No son documentos
científicos. Aún más: se nota, sobre todo en los últimos capítulos, descuido en
la forma. Da la impresión de que, por falta de tiempo y de calma[20], el autor
no corregía lo que producía, y de que los recopiladores tampoco pulieron los
documentos al preparar la edición del libro.
A medida que Torres da «el paso del sociólogo al
político, del sacerdote al revolucionario, del educador al guerrillero»
(prólogo, p. 15), se empobrece, no sólo la forma, sino el contenido conceptual
de los documentos. La profusión cada vez más progresiva de escritos y discursos
no revela una mayor variedad de planteamientos. Corno dicen los editores, se
trata de «un único discurso, repetido en todas partes» (p. 18).
En general, se puede decir que Cristianismo y
revolución no refleja a un pensador, ni a un escritor, ni al «sociólogo de
nota» del que hablan los recopiladores, sino a un hombre de acción que aunque
busca convencer, resulta impreciso y ambiguo en sus conceptos y —pese a sus
repetidas apologías de la ciencia y del trabajo científico e imparcial—, poco
científico él mismo.
En efecto,
Torres cae en:
1.
Generalizaciones y simplificaciones sin fundamento
científico. Véase, por ejemplo, la elementalísima concepción de los valores de
la cultura occidental —defensora del espíritu y de la idea— y de la oriental
(cuál, se podría preguntar), «que se dice defensora de la materia» (p. 65). Lo
mismo se puede afirmar de su visión del Socialismo como despertador, desde
1848, de la conciencia social de la Iglesia (p. 66 y s.). Del mismo defecto
adolece su resumen de la historia de la legitimidad del poder, como dependiente
del desarrollo económico (pp. 277-280).
2. Tópicos demagógicos desacreditados. Véanse, como muestra, sus referencias al caso Galileo (p. 390), a la Iglesia como opio del pueblo (pp. 419-503), a la Iglesia como aliada incondicional de las oligarquías (pp. 327, 369, 460), como detentadora de riquezas y de poder político (pp. 363-394), como realizadora sólo en sus primeros tiempos de su verdadera esencia (p. 75); a Jesús como libre-pensador (p. 78), etc. Acepta estos lugares comunes de la demagogia marxista ya desde 1956, soslayando entonces los que resultan más incómodos para un sacerdote, para después aceptarlos incondicionalmente.
3. Anarquía terminológica. A pesar de su clamor en pro de una técnica científica depurada y en contra del «nominalismo», Torres ofrece un verdadero nominalismo a todo lo largo de la obra. Remitamos al lector a los distintos pasajes de esta recensión donde Torres usa el mismo término para realidades distintas, por ejemplo, revolución-revolucionario, realidad humana de la Iglesia, mística cristiana, Cristo social, obras en beneficio del prójimo, caridad eficaz, etc. Una última muestra: para Torres, inicialmente, realidad es aquello que es científicamente observable y verificable (p. 91). Sin embargo, en p. 273 habla de dos realidades objetivas, las naturales —observables por la razón— y las sobrenaturales —alcanzadas por la fe—. Para volver en p. 314 a identificar Verdad (citando «la verdad os hará libres, nos dijo Jesucristo») con la realidad positiva «que se puede constatar por la experiencia, por la investigación.., sin añadirle juicios de valor».
Unas palabras,
para terminar este apartado, sobre las notas, el prólogo y el índice. Las notas
de los trabajos académicos de Torres son suyas, y tienen la naturaleza propia
de estos escritos: son referencias, útiles para la comprensión del documento, a
autores, libros, datos estadísticos, etc. Las notas de los recopiladores no son
notas críticas. Salvo algunas breves explicaciones sobre algunas
características del documento concreto (periódico en que se publicó, fecha,
etc.), no contienen referencias a fuentes, explicación o aclaración de
conceptos, lugares paralelos, etc. Se limitan los recopiladores a hacer
propaganda marxista[21].
El prólogo es
un escrito de 15 páginas, verboso y confuso, en que se intenta «exponer la
contribución de Camilo Torres a la integración de nuestro continente» (p. 11),
en clave marxista, y muestra las mismas características de virulencia sectaria
de las notas[22].
La obra
contiene un Indice Analítico (pp. 595-612) bastante útil, aunque con una
limitación causada por la ideología marxista de sus autores: no encontrará en él
el lector voces como Dios, Misa, Sacramentos, etc., obviamente por no interesar
a la línea de pensamiento seguida por los recopiladores.
IV. VALORACION
FINAL
1. Torres,
el marxismo y el socialismo.
Es inadmisible
la tesis de Torres de que la Iglesia reconoce en doctrinas contrarias a ella
—socialismo incluido— un aporte de bienes para la cristiandad (p. 68). Es
cierto que se encuentran elementos de verdad en doctrinas erróneas —si no,
nadie las seguiría—, sin que esto quiera decir que esas ideologías aporten
ningún bien a la Iglesia. De serlo, son verdades que están ya incluidas en el
depósito de la Iglesia, custodia de la Verdad total. Ya en concreto, el
socialismo, «considérese como doctrina, como hecho histórico o como ‘acción’
social... si sigue siendo verdadero socialismo aun después de haber cedido a la
verdad y a la justicia en los puntos indicados, es incompatible con los dogmas
de la Iglesia católica, puesto que concibe la sociedad de una manera sumamente
opuesta a la verdad cristiana» (Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno). Torres
propugna el socialismo. Aclara que, cuando usa el término socialismo, lo
hace en un sentido puramente técnico, pero admite que la revolución en la cual
está comprometido, llevará a la instauración de un Estado socialista, neutro
como el egipcio, como el yugoeslavo, como el hindú (p. 429). Pero,
además de situarse así en una posición incompatible con la doctrina católica,
hay tesis concretas de Torres que repugnan al catolicismo.
a) Revolución
y lucha de clases marxista.
Suficientes
citas hemos dado ya que muestran la identificación de Torres con la necesidad
esencial de operar una revolución —armada, inclusive— para lograr el cambio de
estructuras existentes. Torres fomenta la lucha de clases como elemento
imprescindible para lograr esta revolución: las clases populares se han de
unificar y organizar contra la clase dirigente (p. 497), «buscar la
revolución... es la única garantía del bienestar de la clase obrera y de los
campesinos y por lo tanto esta lucha tiene que estar en el primer capítulo del
orden del día de las luchas sindicales, de las luchas obreras, de las luchas
campesinas» (p. 497); «por el momento (los campesinos) deben unificarse y
organizarse para recibirnos con el fin de emprender la larga lucha final» (p. 545);
«se empleará (la abstención electoral) en unificar y organizar la clase popular
para el asalto definitivo del poder» (p. 525); «necesitamos unir a los
oprimidos contra los opresores» (p. 546, etc.). Todo esto es contrario a la
doctrina del Magisterio sobre la cuestión social (véase, por ejemplo, Benedicto
XV, Encíclica Ad Beatissimi, AAS 6 (1914) 565-581, Pío XI, Epístola
apostólica Firmissimam constantiam, AAS 29 (1937) 189-199).
b) Tesis
anticristianas de origen marxista.
Aparte de la
lucha de clases y la revolución, Torres adopta una terminología claramente
marxista, empleando palabras que contienen una neta carga clasista, como
burgueses-burguesía (pp. 479, 432, 472, 504, 454), oligarquía (pp. 310, 499,
500, 512, 541, 545), etc. Se manifiesta claramente contra la propiedad privada
y postula la apropiación violenta y contra derecho de ese tipo de propiedad,
tanto en el caso de la Iglesia como en el caso de los actuales propietarios.
Así, afirma: «Soy partidario de la expropiación de los bienes de la Iglesia»
(p. 401); «la propiedad de la tierra será del que la trabaja directamente», y
«todos los habitantes de casas en las ciudades y poblaciones serán propietarios
de la casa en donde habitan» (p. 516), en donde el futuro serán no
implica un mero deseo o un programa futuro del Gobierno, que tendería a lograr
ese ideal, sino el resultado de la acción revolucionaria violenta que culminará
con la toma del poder. El Magisterio de la Iglesia, que, por una parte,
defiende el que se realice una efectiva difusión de la propiedad, por otra
parte, contra estas tesis comunistas, salvaguarda el derecho a la propiedad
privada, como bien natural, anterior inclusive al Estado[23], aunque
con un contenido social[24].
c) Interpretación
de la historia.
Motivado por
una sociología positivista y unas ideas de fondo marxistas, Torres hace un
análisis —somero y sin mucha profundidad— de la historia en base a una
interpretación en función exclusiva de la economía y de la producción. Así lo
hace, por ejemplo, en su corto resumen del origen histórico de la democracia,
en el trabajo sobre la Democracia en los países subdesarrollados (pp.
277-280), donde la fuerza motora de los cambios sociales ha sido exclusivamente
el interés económico.
Por otra
parte, Torres declara que no es marxista (p. 409), que no es comunista (p.
527). No obstante, busca, como hemos visto, la colaboración marxista en la
revolución que producirá como fruto maduro un Estado socialista en Colombia.
Hay en él una gran repugnancia a ser clasificado como marxista, aunque es
consciente de que todos sus planteamientos sobre la revolución, la lucha de
clases y el futuro Estado socialista —que él piensa son productos de su
formación sociológica— llevan a una gran coincidencia con los marxistas. Piensa
que, si le llaman marxista, es porque con este mote la clase dirigente utiliza
una táctica muy efectiva en descalificar su inconformismo ante las estructuras
vigentes (cfr. p. 454, p. 468).
Esta doble
tendencia —de un lado hacia el marxismo, del otro la incomodidad de ser
catalogado como tal[25]— le lleva
a no adoptar formalmente el marxismo, pero sí a trabajar dentro de estructuras
mentales marxistas[26]. Empieza
siendo un sociólogo positivista y termina siendo un progresista utópico[27]. Para sus
editores será un marxista práctico brillante, que no se quiere quedar en la
teoría, sino que pasa enérgicamente al terreno práctico, «supo hacer de la
crítica de la religión la premisa de toda crítica (Feuerbach-Marx), superándola
en la interrelación de la crítica a la estructura socioeconómica para saltar
nuevamente hacia el aniquilamiento de todas las ilusiones de imponer la razón a
la fuerza, y llegar a la conclusión de que sólo a través del poder material de
la masa popular era posible el milagro de volver la fuerza razón» (p. 20)[28].
2. La
Iglesia para Torres.
La concepción
de la Iglesia que se desprende de este positivismo progresista es totalmente
falsa. Torres humaniza la Iglesia; para él el cristianismo es un
humanismo que coincide en muchos puntos con el marxismo, que él considera otro
humanismo. Reduce a la Iglesia del plano sobrenatural al plano natural; ésta
aparece como una institución de tipo humano, estratificada en clases sociales,
con fines políticos, temporales, económicos.
Sin embargo, y
contrariamente a lo que Torres concluye, la misión de la Iglesia, continuación
de la de Jesucristo, es llevar a los hombres a su destino sobrenatural,
eterno. La preocupación de la Iglesia por los problemas sociales nace de su
misión espiritual y se mantiene en los límites de esa misión. Una misma fe, una
misma caridad y una misma esperanza, no implican una misma valoración concreta
de las circunstancias sociales, ni que sea única la solución cristiana a los
problemas temporales[29]. Es cada
cristiano quien, ayudado por la fe y movido por la caridad, procurará
personalmente, a través de las estructuras propias del orden temporal, actuar
con justicia. La Iglesia, en cuanto tal, tiene una misión esencialmente
religiosa, «que trasciende las posibles opciones temporales, en las que no debe
‘comprometerse’»[30];
como el mismo Torres reconoce en un principio, no tiene por misión establecer
la justicia social en el mundo, siguiendo en esto el ejemplo de Cristo[31], quien se
opuso terminantemente a todo intento de que le convirtieran en un mesías
temporal, o de que le utilizaran para las reivindicaciones político-sociales de
las gentes de su tiempo. Su condena del amor a las riquezas no es de orden
político-social, sino moral-religioso. Por consiguiente, la Iglesia debe
negarse a ser usada para fines terrenos, aunque sean nobles, y ha de evitar aún
la apariencia de formar un grupo de presión ideológico y temporal, o de
identificarse con soluciones partidistas.
Esta Iglesia tiene, además, un carácter netamente misionero, que contrasta notablemente con la negativa de Torres a querer convertir a los comunistas: «Sobre todos los discípulos de Cristo pesa la obligación de propagar la fe, según su propia condición de vida»[32]; «la Iglesia, por su naturaleza, es apostólica, misionera; queremos decir que está siempre activa y siempre comprometida en el afán de difundir su mensaje de salvación, su concepción del mundo y de la vida, su Evangelio»[33].
Igualmente
repugnante a la noción verdadera de la Iglesia es la distinción entre Iglesia
de rito, Iglesia de la fe e Iglesia de la caridad. El Concilio Vaticano II
afirma, claramente, que «la sociedad provista de órganos jerárquicos y el
Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la
Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben
considerarse como dos cosas distintas, sino más bien forman una realidad
compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino»[34].
Es deficiente
también la idea de Torres sobre la pertenencia a la Iglesia por el bautismo de
deseo. No deficiente en el sentido de que los que no han sido bautizados puedan
decirse, de algún modo, que pertenecen a la Iglesia. En efecto, dice Paulo VI:
«a la Iglesia se puede pertenecer en realidad, o también ‘in voto’
virtualmente, por deseo (como los catecúmenos), o también mediante una
orientación honrada de la vida, quizá privada de todo conocimiento explícito
cristiano...»[35].
Deficiente: a)por su falta de precisión, ya que es difícil decir que los
comunistas colombianos estén privados de todo conocimiento explícito cristiano;
b)por tender al irenismo, ya que esto hace que —según Torres— no se
busque la conversión de estas personas que están en el error.
3. Torres y
la caridad.
Hay un
desenfoque radical en el concepto de caridad eficaz. Aunque Torres hace una
concesión de palabras a la teología católica al admitir que la caridad, para
ser eficaz, debe traducirse en obras espirituales y materiales en beneficio del
prójimo, todos sus análisis lo empujan a reducir, como ya se vio al resumir sus
ideas sobre este tema, la caridad a un sentimiento que se manifiesta en obras
materiales en favor del prójimo. Y estas obras, que necesariamente son externas,
son —para él— un indicio más seguro de vida sobrenatural que los Sacramentos,
que se presume son sólo ritos externos, que, de por sí, no garantizan que
quienes los reciben están en posesión de la gracia, a no ser que se demuestre
lo contrario. Este planteamiento es a todas luces erróneo y revela, de paso,
una idea extrinsecista —protestante— de la economía sacramental.
La caridad
vista en esta dimensión puramente horizontal de amor al mundo y al hombre, que
daría certeza y credibilidad al testimonio de la Iglesia, significa que la
relación del hombre con Dios, en sus diversos aspectos, sólo es posible en la
relación con el mundo: es la secularización de la religión. El amor supone y
lleva consigo la fe y la esperanza. Pero la fe, para Torres, sólo tiene sentido
en la medida en que es un factor de cambio social, hacia una sociedad más justa
y más humana. Se olvida así que la caridad no es un mero sentimiento, sino
virtud teologal, infundida por Dios; que exige, en primer lugar, la adoración,
la gloria de Dios; de esta actitud fundamental se sigue la intención eficaz de
hacer todo para agradar a Dios, no a los hombres. Por eso, hay que cumplir los
mandamientos de Dios en primer lugar. Y de los mandamientos, el primero es amar
a Dios sobre todas las cosas; este primer mandamiento se quebranta en cuanto el
hombre se da a sí mismo o a los demás de modo incondicional con olvido de Dios.
Más aún, el motivo fundamental del amor al prójimo es el amor de Dios, pues
amar a Dios significa también amar a quien Dios ama.
Torres acierta
verbalmente cuando habla del amor como base de la Iglesia, esencia del
cristianismo, etc. Pero degrada la noción de amor convirtiéndola en una
filantropía revolucionaria. El Amor, esencia de la Iglesia, es lo que
precisamente fundamenta las estructuras visibles, el culto, etc., de la
Iglesia, que él tan fuertemente rechaza[36].
4. La
esencia y misión del sacerdocio.
La concepción del sacerdocio y del
sacerdote refleja una humanización neo-modernista acusada, que contradice el
Magisterio de la Iglesia.
Para Torres, como se vio antes, lo
más importante en el sacerdote es el servicio de los demás. Paulo VI afirma:
«El sacerdote se ordena en primer lugar a la celebración del Sacrificio
eucarístico, con el que él, in persona Christi et nomine Ecclesiae,
ofrece a Dios sacramentalmente la Pasión y Muerte de Nuestro Redentor..., el
ministerio de la palabra y el de la caridad pastoral deben convergir hacia el
de la oración y de la acción sacramental, y deben obtener de ahí inspiración y
apoyo»[37]. Los
sacerdotes se ordenan «para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles, y
para celebrar el culto divino. Participando —en el grado propio de su
ministerio— del oficio del único Mediador, Cristo[38], anuncian
a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en el
culto o asamblea eucarística, donde obrando en nombre de Cristo y proclamando
su misterio, unen las oraciones de los fieles al Sacrificio de su Cabeza y
representan y aplican el único Sacrificio del Nuevo Testamento, hasta la venida
del Señor[39],
en el sacrificio de la Misa»[40].
Ordenados para ser «ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de
Dios», deben atender a su ministerio con todas sus fuerzas y posibilidades,
dedicándose a todos los hombres, sin discriminación alguna[41]. Todo
esto nos habla de una actividad sobrenatural, que no se compadece con la toma
de postura política y revolucionaria que predica Torres.
La concepción del sacerdocio
humanizado se refleja también en la idea de los sacramentos y de la Santa Misa
como ritos externos. La Santa Misa sí es un rito (Torres no habla de
Sacrificio) comunitario, si se entiende como tal el hecho de que la Iglesia
«ofrece toda entera el Sacrificio de la Misa, y toda entera se ofrece en
él»[42], pero no
en el sentido que le da Torres y que ya expusimos anteriormente.
5. El
sacerdote y el compromiso temporal.
Por todo lo que Torres siente con
relación a la acción y a la esencia del sacerdocio católico, es lógico que
llegue a soñar con un sacerdote revolucionario que desempeña dentro de la
revolución y fuera de ella una misión laical. El Concilio Vaticano II delinea,
de una manera bien distinta, cuál es el campo que le compete al laico y cuál al
sacerdote: «a los laicos corresponde por propia vocación, tratar de obtener el
Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.» El
sacerdote, por el contrario, está destinado «principal y expresamente, al
sagrado ministerio por razón de su particular vocación»[43]. Se
rechaza, en estas declaraciones tan tajantes del Magisterio, toda forma de
clericalismo que atente invadir el terreno propio de los laicos, el terreno de
lo temporal. Por eso, el Decreto Presbyterorum Ordinis, del mismo
Concilio, habla del sacerdote como entresacado de los hombres, «segregado en
cierto modo en el seno del Pueblo de Dios y de la ciudad»[44]. El fiel
corriente, la Iglesia y el mundo esperan del sacerdote no un compromiso —peor
aún si es partidista— en lo temporal, económico o social, no que el sacerdote
sea un líder político, sino «un hombre que dé con sencillez y alegría,
oportunamente y aun inoportunamente[45], aquello
que él sólo puede dar: la riqueza de la gracia, de intimidad divina, que a
través de él Dios quiere distribuir a los hombres»[46]. Esta ha
sido la constante enseñanza del Magisterio eclesiástico[47].
Para terminar
esta reseña, unas palabras sobre la idea del pecado social en Torres. Cristianismo
y revolución habla poco de pecado, y en general, de las realidades
sobrenaturales, pero las pocas veces que lo hace, Torres se refiere al pecado
social, el pecado en que están los católicos que no se quieren comprometer
al cambio social y a la lucha revolucionaria. El pecado —mortal— para él
estriba en no buscar seriamente la caridad eficaz. La desobediencia a la
jerarquía, la predicación de la revolución incluso sangrienta, se justifica —no
constituyen pecado— en aras a la búsqueda de esa caridad eficaz. No se trata ya
del pecado personal —ofensa a Dios—, sino de la ofensa al prójimo que
caracterizan la justicia social. Por tanto, la reconciliación personal no ha de
buscarse, según Torres, con Dios, sino con la comunidad. Volvemos al
horizontalismo que es inadmisible e irreconciliable con la verdadera doctrina
católica del pecado.
En definitiva, el pensamiento de Camilo Torres no es una «parte» del cristianismo, desgajada del resto y exacerbada; es más bien la disolución de la fe cristiana que el marxismo opera en la conciencia de un sacerdote.
I.R.G.L.
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[1] Lo subrayado en estas citas y en las del trabajo anterior viene así en el libro.
[2] Acción Comunal, movimiento organizado por el Gobierno en 1959: programa de movilización del esfuerzo y recurso humanos, económicos, físicos y político-administrativos en una comunidad en busca de la elevación del nivel de vida (cfr. nota 2, p. 146).
[3] Sugiere la posibilidad de la superación del traje talar como «elemento pastoral desfavorable» (p. 151).
[4] Obras de inspiración eclesiástica. «La Acción Cultural Popular, ACPO, por medio de sus Escuelas Radiofónicas de Sutatenza, fue el instrumento providencial, que ideó un sacerdote, para promover esta etapa de acercamiento y renovación del mundo rural» (p. 172).
[5] Asimilación (del
inmigrante): proceso de adopción de valores y patrones de conducta por parte de
éste, aceptados por la sociedad urbana.
Inmigrante: individuo que
se desplaza de una comunidad a otra con carácter estable.
Proceso interno de asimilación: acoplamiento de valores, las relaciones, las inter-acciones e inter-relaciones sociales y las instituciones de los inmigrantes, a los mismos elementos de la comunidad urbana en donde se establecen. Proceso externo de asimilación: el que se puede constatar por las variaciones objetivas en factores tales como la nutrición, la vivienda, la ocupación, el ingreso, etc. (cfr. p. 182).
[6] Para estos conceptos depende de los sociólogos Louis Wirth y Robert Redfield. Ver notas del autor en p. 210.
[7] Las ideas aquí contenidas, sin ser ni muchas ni originales, recurren cada vez más en las exposiciones de Torres, determinando más y más, no sólo su pensamiento, sino también su actuación.
[8] «La ciencia positiva es básicamente inductiva; parte de la observación empírica para llegar a generalizaciones del primer grado de abstracción; es decir, a generalizaciones que nos den una certidumbre física, una certidumbre que se mantiene aceptando cualquier hecho en contra para modificarse. No se aspira a la certidumbre metafísica que está en el tercer grado de abstracción y se basa en la esencia inmutable de los seres. Las ciencias normativas como la moral, la política, el derecho, se tienen que basar en alguna certidumbre metafísica. Las ciencias positivas constatan los hechos, hacen generalizaciones lógicas y están sometidas a las verificaciones empíricas...» (p. 227).
[9] «El fenómeno de la violencia en Colombia podemos definirlo como un tipo de conflicto social que se manifiesta por la acción armada de grupos, especialmente en vecindarios campesinos, generalizada geográficamente en Colombia y de carácter endémico, ya que se ha prolongado por varios años sin solución de continuidad» (nota de Camilo Torres en p. 229).
[10] Se refiere Torres aquí exclusivamente a la adquisición de esta cultura mediante la educación institucionalizada.
[11] Este ascenso lo considera «dentro de la estructura del Estado» (p. 246).
[12] «Aunque formalmente se habla de “virtud” en el sentido de
“autodominio”, en la práctica, como promedo se trata de “conformismo”,»
(Nota de Torres, p. 259.)
[13] Encontramos aquí la idea del Frente Unido por primera vez: movimiento popular a cuya formación Torres dirigirá sus esfuerzos hasta poco antes de su muerte.
[14] Por ej.: «Algunos insinúan maliciosamente qué (el insistir en la observancia externa) es lo que produce más dinero al sacerdote» (p. 365); «la concepción errada del cristianismo de que es necesario sufrir todas las injusticias en esta vida, aguantar hambre y miseria porque en el futuro vamos a tener premio, ha sido una de las formas como se ha deformado el cristianismo, y que ha permitido aún al marxismo decir que la religión es el opio del pueblo» (p. 419).
[15] «Por pastoral yo entiendo el conjunto de actividades que deben ejercerse para implantar o incrementar el Reino de Dios en una sociedad y en una época histórica determinada» (p. 361).
[16] «Desde que estoy ejerciendo mi ministerio sacerdotal, he procurado que los laicos, católicos o no católicos, se entreguen a la lucha revolucionaria» (p. 376).
[17] Ser revolucionario es «tratar de reformar las estructuras humanas y sociales, en el campo natural y sobrenatural, en vista a lograr una mayor justicia para la mayoría de los hombres» (p. 199).
[18] Lo que es más: la Iglesia puede cristianizar el socialismo y aceptar doctrinas socialistas y marxistas. Lo que sucede es «que cuando se presentan doctrinas que tienen elementos verdaderos, pero que atacan a la Iglesia en otros aspectos, la reacción de la Iglesia es indiscriminada contra quienes combaten esa doctrina. Tal cosa sucedió con Galileo, con el liberalismo, con el sicoanálisis, con el evolucionismo, y ahora con el marxismo..., el cristianismo tiene tanto vigor como para poder cristianizar una sociedad socialista... No olvidemos que dentro de los planteamientos marxistas, hay muchos que son científicamente comprobables» (pp. 390-1).
[19] Por ejemplo: En el capítulo dedicado al año 1958 se hace referencia a otros autores (Gideon Sjoberg, Max Weber, Yves Urbain, E. Burgel, Mac Iver, etc.). En el artículo ¿El sacerdote es un brujo? se citan obras de sociólogos y antropólogos (p. 149). Trae datos estadísticos el informe sobre las Escuelas Radiofónicas (pp. 171-178), y el ensayo sobre la violencia (pp. 227-268). La revolución, imperativo cristiano (pp. 316-345) trae una bibliografía al final.
[20] Su actividad desde 1965 se tornó verdaderamente febril.
[21] Véanse como ejemplos, la nota 5 de la p. 294, en que se describe a
un personaje importante, participante de la mesa redonda transcrita en páginas
291-305: «Abogado. Diplomático..., ‘católico de viejo cuño’, y defensor de los
principios eternos es también defensor de grandes intereses económicos»; la
nota n. 20 de la p. 377: «La declaración de la jerarquía antioqueña es el
primer documento oficial de la Iglesia colombiana destinado a resaltar, casi
con desesperación, que Camilo Torres ha dejado de pertenecer al clero y de
disfrutar de los privilegios inherentes a ese estado. Al día siguiente de su
lectura, las fuerzas represivas de Medellín demostraron que habían entendido
muy bien la lección.»
[22] En la página 22 se dirigen diatribas contra la Iglesia y el Papa Pablo VI.
[23] León XIII, Encíclica Rerum Novarum; Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno; Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra.
[24] Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno; Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, n. 71.
[25] Esta tensión la resolverá en el plano personal yéndose a la guerrilla.
[26] Resulta interesante, a este respecto, anotar su pesimismo ante el papel de los católicos en el proceso del cambio social, dado su «monolitismo doctrinal. Monolitismo, en el sentido de exclusión del pluralismo en la acción, lo cual impide el concurso de muchos líderes de alta calificación científica. Esta exclusión no se la pueden permitir los países en donde lo que hay es precisamente penuria de técnicos» (p. 339). En el contexto del trabajo en que aparece esta cita, estos líderes de alta calificación son los marxistas. Aquí se vuelve a evidenciar la perenne ambigüedad de Torres, tanto terminológica como conceptual: monolitismo doctrinal significa, bien interpretado, unidad de doctrina católica, sin aperturas a la filosofía marxista.
[27] «De manera que si nosotros llegáramos en un mundo futuro ideal, en el cual se puede soñar ahora, a lograr insistir en los puntos que nos unen y prescindir un poco de los que nos separan, o mejor dicho, establecer un ‘modus vivendi’ de tolerancia en las diferencias reciprocas, creo que esto sería un gran aporte para el futuro de la humanidad». (p. 413).
[28] Para todo este tema, véase MILLÁN PUELLES, Antonio: Persona humana y
justicia social, Madrid, 1962; HÖFFNER, Joseph: Doctrina social
cristiana, Madrid, 1964. Como curiosidad, anotamos que uno de los trabajos
de TORRES: Crítica y autocrítica ostenta el título de una de las
leyes de la dialéctica materialista stalinista (cfr. WETTER, Gustav: El
materialismo dialéctico, Madrid, 1963, pp. 396-400).
[29] C. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes n. 43.
[30] CASCIARO, José María: Jesucristo y la sociedad política, Madrid, 1973, p. 113; cfr. Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, un. 76, 48, 52.
[31] Io XIX, 36; Lc XII, 13 s.
[32] Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, n. 17; cfr. Benedicto XV, carta apost. Maximum illud, AAS (1919), 440 ss.; Pío XI, Encíclica Rerum Ecclesiae, AAS 18 (1926), 68-69; Pío XII, Enc. Fidei donum, AAS 49 (1957), 236-237.
[33] Paulo VI, Alocuc. 27-VII-66.
[34] Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, n. 8.
[35] Paulo VI, Alocución del 1-VI-1966.
[36] Cfr. Concilio de Trento, c. 21. Decreto de justif. Denz. 831.
[37] Alocución 21-II-1966.
[38] Cfr. I Tim II, 5.
[39] Cfr. I Cor XI, 26.
[40] Concilio Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, n. 28.
[41] Cfr. del Portillo, Alvaro: Escritos sobre el sacerdocio, Madrid, 1970, pp. 49-50.
[42] Pablo VI, Encíclica Mysterium fidei, 3-IX-1965.
[43] Conc. Vatic. II, Constit. Lumen Gentium, n. 31.
[44] Del Potillo, A.: Op. cit., p.121.
[45] Cfr. II Tim IV, 2.
[46] Del Portillo, A.: Op. cit., p.122.
[47] Cfr. entre otras, Pío XII, Enc. Menti Nostrae; Pío XI, Enc. Ad Catholici sacerdotii (20-XII-1935).