TORRENTE BALLESTER, Gonzalo
La saga/fuga de J.B.
Ed. Destino, Col. Destino libro, n. 94, Barcelona, 1981, 585 pp.
I. EL AUTOR
Gonzalo Torrente Ballester nació en 1910 en El Ferrol (La Coruña). Estudió Filosofía y Letras y Derecho en Madrid y en Santiago de Compostela, donde enseñó historia entre 1936 y 1942. Después se trasladó a Madrid y se dio a conocer como crítico teatral del diario Arriba. Novelista, crítico literario, historiador de la literatura y dramaturgo, catedrático de instituto, ocupa el sillón E de la Real Academia de la Lengua desde abril de 1975.
Torrente Ballester no fue conocido del gran público hasta la aparición de La saga/fuga de J.B. en 1972. Tras Viaje del joven Tobías (teatro, 1938), El casamiento engañoso (auto sacramental, 1939) y Lope de Aguirre (teatro, 1941)--, su primera novela, Javier Mariño (1943), no fue bien acogida por la crítica. Escribe después El retorno de Ulises (teatro, 1945), El golpe de Estado de Guadalupe Limón (1945) e Ifigenia (1950 ) y con la publicación de El señor llega (1957), primer volumen de la trilogía Los gozos y las sombras, obtiene en 1959 el Premio de Novela de la Fundación "Juan March", con gran éxito de crítica, que se mantiene en los dos volúmenes restantes de la trilogía: Donde da la vuelta el aire (1960) y La pascua triste (1962). Dentro del género narrativo, tanto Don Juan (1963) como Off-side (1969) fueron apreciados por la crítica, pero desconocidos del público, quizá —como señala José María Martínez Cachero (Historia de la novela española entre 1936 y 1975, Ed. Castalia, Madrid 1979, pag. 300)— porque Torrente "procedía a contra-corriente de la moda narrativa imperante". Como se ha dicho, es en 1972, con La saga/fuga de J.B. cuando Torrente Ballester consigue el éxito definitivo, que se mantendrá en sus producciones posteriores.
II. LA SAGA/FUGA DE J.B.
Dos claves pueden ayudar a entender la popularidad de la novela y la buena acogida por parte de cierta crítica: el desfondamiento moral de la última década, que hace apetecible una literatura grotesca y absurda; y la instrumentalización ideológica de la literatura, que convierte a los críticos en vendedores de ideologías.
El título de la novela es una precisa descripción de su contenido y alcance. Es una saga, entendiendo esta palabra, en un sentido amplio, como crónica legendaria que abarca varias generaciones; y participa, por su peculiar estructura, de las características de las "fugas" musicales. Una fuga es una composición que gira sobre un tema y su imitación o repetición en distintos tonos: una de las partes o voces "inicia sola su camino, como si huyese de las otras, que luego van persiguiéndola" (Diccionario Enciclopédico Abreviado, Espasa Calpe, vol. IV, p. 263); cuando todas las voces han desarrollado el mismo tema, termina la exposición, y el resto consiste en variaciones.
La saga/fuga de J.B., crónica larga y compleja de una supuesta ciudad gallega, Castroforte del Baralla, con sus mitos e ilusiones colectivas, consta de una introducción, tres grandes capítulos y una coda (nueva alusión musical: la "coda" es una adición viva y brillante al período final de una pieza). Su trama argumental, laberíntica e intrincada, resulta casi imposible de clarificar, lo que obliga a hacer referencia, antes de abordar la difícil empresa de sintetizarla, a su estructura literaria.
El libro constituye una parábola, una visión deforme y fantástica, del pueblo gallego. Aunque podría ampliarseesta apreciación —así lo han hecho algunos críticos— y concluir que el autor se refiere al español y aún al hombre en general, sin embargo, la referencia al espíritu gallego es constante, rotunda y explícita. Así, uno de los innumerables personajes, Don Torcuato, se resiste a aceptar la leyenda de J.B. y "se esfuerza en interpretar racionalmente el mito y dotarlo de un contenido eficaz"; y comenta el supuesto cronista: "Lo cual estaría bien si Castroforte del Baralla fuese ciudad de población anglosajona; pero la mezcla heleno-celta de su sangre le señala otro destino —al que, por otra parte, fue siempre fiel-hablar como los griegos, soñar como los celtas. La sangre impone una manera de ser que el espíritu obedece. Y el pueblo también, instintivamente. Por eso no recuerda a don Torcuato, y, en cambio, la memoria del Vate, que en su vida hizo otra cosa que charlar y soñar, permanece en toda mente y en todo corazón" (pp. 137-138).
A estos dos motivos obedece precisamente la novela. Es una larguísima charla,dos terceras partes en forma de monólogo, que se basa casi por completo en la asociación de ideas; y contiene, además, un fuerte elemento onírico que discurre por un cauce irónico, aunque tenga también elementos líricos y dramáticos.
En cuanto al primer punto, el propio Torrente Ballester ha explicado el libérrimo procedimiento de composición que utilizó en La saga/fuga..., en una entrevista mantenida con Andrés Amorós (cit. por J.M. Martínez Cachero, l.c., p. 303): "lo que hago es tumbarme, apagar la luz (o cerrar las ventanas) y hablar en voz alta, pero, entendámonos, no dictar un texto, sino anotar ocurrencias y discutir conmigo mismo su oportunidad o inconveniencia. Después pasa o no al texto, que escribo directamente a máquina y que corrijo a mano...".El resultado es un discurrir caótico, una reelaboración personalísima de sucesos y experiencias, una fábula en la que la distinción entre fantasía y realidad carece de sentido. De ahí las continuas transposiciones temporales y espaciales, las mutaciones en la identidad de los personajes, la mezcla de anécdotas, observaciones satíricas, juegos intelectuales, alusiones culturales, etc., que forman un retablo barroco y expresivo, espontáneo y complejo a la vez.
Así, comenta Martínez Cachero (o.c., pp. 303-504), "comenzamos a explicarnos la diversidad del contenido —ese gozoso divertirse con y entretenerse en lo que comparece a capítulo,arbitraria o caprichosamente— y la compleja estructura —saltos en el decurso temporal, deliberada confusión o nebulosidad— de esta novela, fruto de una casi (al menos en su estado inicial) escritura automática, lo que supone dificultad no pequeña y hace que algunas personas lleguen a abandonar la lectura".
Respecto a los diversos elementos reunidos en La saga/ fuga..., acomete Torrente la tarea de desvelar el transfondo de "lo gallego" reuniendo tradiciones y peculiaridades que distorsiona hasta llegar al esperpento. Lo onírico cobra matices grotescos y descabellados, que se funden con sorprendente naturalidad, sin estridencias, con un profundo realismo de fondo.
El propio Torrente Ballester ha señalado tres factores presentes en su novela: fantasía, ironía, humor (Los cuadernos de la Romana, 11-VIII-1974). Hay, en efecto, una resonancia irónica de tal manera presente y eficaz que lo lírico y lo dramático resultan desdibujados —mejor, engullidos— por la gigantesca broma en que, en definitiva, consiste La saga/fuga de J.B. Valgan como muestras las tres citas que encabezan el texto:
"Rostros que sueñan pasmos en la niebla". Germán Bleiberg
"Una sesión de circo se iniciaba en la constelación décimoctava". Gerardo Diego
"Tin morín de dos pingüés, cúcara mácara chíchara fue". Popular
Torrente Ballester demuestra un gran dominio del lenguaje y una vasta cultura, y emplea para realizar su fingida crónica una amplia gama de recursos intelectuales y estilísticos, sazonados con sutil ingenio. Manifiesta también una cualidad que ya había señalado F.C. Sáiz de Robles antes de la publicación de La saga/fuga de J.B.: la de "mantener a un mismo pulso la acción, por larga y compleja que sea". En este caso, son casi seiscientas páginas sin puntos y aparte, en las que se mezclan reflexiones y diálogos, se prescinde de los condicionamientos de espacio y de tiempo, se combinan estilos y maneras, verso y prosa, los personajes son polivalentes y la narración progresa como en el "perpetuo juego de racionalizar los mitos y mitificar lo racional —dice J.Soldevila— puede resumirse todo el proceso del novelista".
III. EL ARGUMENTO
La novela comienza con una introducción (Incipit), cuyo último sentido no se desvelará hasta el final, en la que se advierte la desaparición del Cuerpo Santo y de las lampreas que proliferan en el río Mendo. Le sigue una "Balada incompleta y probablemente apócrifa del Santo Cuerpo Iluminado", en la que se narra el descubrimiento, por un marinero apellidado Barallobre, de una barca con una urna de cristal que contiene el cuerpo incorrupto de una mujer. El Obispo Bermúdez le concede la custodia del Cuerpo Santo y las limosnas que se perciban, a condición de que se encargue de retejar la iglesia que se levantará para exponer los restos a la veneración de los fieles.
1.Capítulo primero: "Manuscrito o quizás monólogo de J(osé) B(astida)"
Este capítulo, escrito en primera persona, supone una presentación del lugar, personajes y orígenes de la leyenda de J. B.
a) El lugar en el que transcurre la acción es Castroforte del Baralla, típica ciudad gallega con su cibidá (ciudad vieja) coronada por la Colegiata, los jardines con un monumento al Vate Joaquín María Barrantes, la Plaza de los Marinos Efesios con la estatua del Almirante Ballantyne, el café, la botica..., y el periódico, "La Voz de Castroforte".
Castroforte está bañada por dos ríos: el Flendo, que los naturales describen como "el río que no devuelve los cadáveres" porque los devoran las lampreas, y a la vez "el río en cuyas aguas puede uno bañarse dos veces" —alusión a "la vieja presocrática de que 'nadie se baña dos veces en el mismo río', afirmación 'todo fluye', etc."—, pues sus aguas son "tan lentas que no parecen moverse" (p. 195); y el Baralla, "rápido y alborotado", de aguas transparentes y ligeras. "El Mendo es atractivo y siniestro: invita a mirarse en él como en un espejo, y hay que apartarse deprisa, porque en los adentros del que se mira nace enseguida un deseo incoercible de aniquilamiento. El Baralla invita, en cambio, a la aventura, a la evasión, al viaje: no descanso, sino camino, ofrece; no tumba, sino vehículo. Los cuatro J.B. de que se guarda memoria, por él marcharon hacia la mar, si bien algunos aseguran que se cayeron al Mendo y fueron devorados de las lampreas" (p. 9).
Enfrente de Castroforte se encuentra Villasanta de la Estrella, la ciudad rival, que reclama la posesión del Cuerpo Santo y envidia la excelencia de las lampreas castrofortinas.
Castroforte del Baralla es una ciudad satisfecha de sí misma, cerrada y peculiar, que en el siglo XIX se proclamó Catón Federal o Independiente, hecho que vuelve a repetirse durante la II República. Envían a Azaña el siguiente telegrama:
"Castroforte del Baralla indiferente ante situación y posibles consecuencias Stop Acabamos de proclamar ciudad Cantón independiente título de República Stop Envíe plenipotenciarios para negociar condiciones federación Stop Salúdale... etc." (p. 54).
En realidad, los castrofortinos se consideran como la quinta provincia gallega. Pero el poder centralista de Madrid ha tomado una determinación drástica: dejarla sin existencia administrativa, suprimirla de la cartografía, mantener en secreto que haya un Castroforte del Baralla. El periodista "Parapouco" Belalúa explica así la situación: "Si usted, por ejemplo, va de Vigo a Santiago, verá que las carreteras que parten de la general están convenientemente rotuladas (...). Pero no hay ningún ramal que diga: 'A Castroforte del Baralla', aunque nuestra carretera parta también de la general. No hay más que un número, que tampoco figura en los mapas de carreteras y cuya clave sólo tiene el Registro central... y nosotros, cuando vamos o venimos". Los funcionarios todos pertenecen a la Policía. Por eso, cuando Belalúa asiste a algún congreso, sus credenciales se extienden a nombre del director de "La Voz de Monforte de Lemos", periódico que no existe (cfr. p.46). En realidad, la Ciudad depende —como se averigua en el segundo capítulo— de la Sección de Dispersos Centralizados, con oficinas en Fomento 11, Madrid.
La ciudad entera resiste pasivamente a los "gordos"(los no gallegos, o más exactamente los madrileños residentes en Castroforte), que quieren derribar la Cibidá para convertirla en zona residencial, amenazan con quitar la estatua del Almirante, y se afanan por la calle principal, la Rúa Sacra, en los menesteres más inverosímiles.
Pero no terminan aquí las peculiaridades de Castrofuerte —como se empeñan en llamarla los godos—: Castroforte es la ciudad que se sueña a sí misma (p. 345), es una ciudad ensimismada. Cuando algún acontecimiento hace que todos los ciudadanos concentren su atención en él, la ciudad vive "como si el resto del mundo no existiera" (p. 188). Entonces, la niebla gris del Baralla y la azulada del Mendo confluyen, en el atardecer y en la madrugada, y la ciudad entera levita, elevándose tanto más y durante tanto más tiempo cuanto mayor y más largo es su ensimismamiento.
b) En cuanto a los personajes, el que ocupa el lugar central es José Bastida. Natural de Soutelo de Montes, sin parientes, feo y pobre, que se apoda "desgraciado". Durante la guerra civil, estuvo a punto de ser fusilado.
Comienza después a dar clases de gramática en el Colegio Academia León XIII, de Castroforte, y es expulsado por dar unas clases particulares sin permiso del director. Un castrofortino, apodado el "Espiritista", que con otros siete vecinos ha creado el "Círculo Espiritista y Teosófico de Castroforte del Baralla", cree ver en él cualidades de medium, y le da alojamiento en la pensión que regenta —una habitación miserable y el mínimo de alimento preciso para que no se muera de hambre—, mientras espera ponerse en contacto, a través de Bastida —que finge como puede—, con el espíritu de Goebbels, para que le confirme su idea de que Hitler no había muerto. Su hija Julia, enamorada de un seminarista, joven, guapa y de buen corazón, procura "sisar" a su padre algunos alimentos, que entrega en secreto a Bastida, su confidente.
Bastida, hombre curioso e inquieto, sin trabajo, se dedica a examinar los archivos de "La Voz de Castroforte" y a leer cuantos documentos antiguos, relacionados con la ciudad, caen en sus manos. Además, tiene la costumbre de hablar con cuatro interlocutores imaginarios: el francés M. Joseph Bastide, el inglés Mr John Bastid, el ruso Bastidoff y el portugués José Barbosa Bastideira, dotado de personalidad propia, pero enteramente ficticios. Además, se dedica a escribir versos en un curioso idioma de su invención: lo que hace Torrente Ballester es, basándose en una determinada métrica, componer palabras sonoras de manera que persista la "música" de la composición poética al margen de su sentido. Véase el comienzo de un Soneto a las apariciones matutinas de Julia, el primero de los muchos poemas de Bastida que aparecen en la narración:
Volgá panora bi colmán tan daire,
Volgá son daire mur cilogal vira..." (p. 61).
En cuanto a los restantes personajes, hay que señalar que solamente Julia, la hija del Espiritista y benefactor de José Bastida, aparece como un ser pleno de realidad, que no entra en el juego de los ensueños y auto-engaños de sus compatriotas. Todos los demás están afectados de esa curiosa capacidad de considerar lo fantástico como real, de dar —conscientes de su falsedad— explicaciones quiméricas a las cosas o de admitir sin vacilaciones las que imaginan los demás. Ni siquiera el profesor Jesualdo Bendaña, aparentemente realista, llega a serlo, pues, si trata de deshacer la leyenda de J.B., es como una muestra más de su oposición a Jacinto Barallobre.
Entre la innumerable serie de personajes que aparecen en estas páginas, es preciso hacer referencia a don Acisclo Azpilcueta y los siete J.B.
Don Acisclo es un canónigo de la Colegiata, que simboliza —para el autor— el papel represivo de la Iglesia. Don Acisclo tiene una sola ambición: que todas las mujeres de Castroforte ingresen en el convento de Santa Clara, para acabar con la vida matrimonial, que considera como algo pecaminoso, y crear un orfeón que él mismo —muy aficionado a la música, virtuoso del violín— se encargaría de organizar y dirigir (cfr. p. 232 y ss.).
La presencia de un canónigo, asiduo enemigo de los J. B., es una constante en la historia de Castroforte. Todos ellos: don Asclepiadeo, don Asterisco, don Amerio, don Apapucio (Pafnucio) y ahora don Acisclo, son melómanos y tocan un instrumento musical (vihuela, rabel, trompeta...); tienen un concepto erróneo, puritano, de la moral sexual; y antes de llegar a Castroforte, huyeron de un lugar en el que se estaba produciendo una revolución, portando un tesoro cuya salvaguarda les encomienda el Obispo (y quedándose con él), gracias a la ayuda de una mujer a la que abandonan sin atender a sus reclamaciones amorosas (cfr. pp. 385-389). Estos canónigos se alían con las fuerzas enemigas de Villasanta de la Estrella, cuyas tropas están al mando del Mariscal Bendaña.
Los J. B. afectados directamente por la leyenda —pues todos los personajes que tienen algún relieve responden a las mismas iniciales— son cuatro personajes "históricos" y tres "actuales". El Almirante John Ballantyne, el Obispo Jerónimo Bermúdez, el Canónigo y nigromante Jacobo Balseyro y el Vate Joaquín María Barrantes son los cuatro J.B. en los que ya se ha realizado su destino: heridos de muerte, descienden en una barca por el río Mendo hasta llegar, Más Allá de las Islas, al Círculo Tranquilo de las Aguas Oscuras donde esperan al último J. B., que será el salvador de la ciudad; aunque, en opinión de los detractores de la leyenda, su desaparición sería debida a las lampreas, que habrían dado buena cuenta de sus cuerpos.
Por supuesto, en las diversas épocas históricas a que se alude en el relato —la Edad Media, la Guerra de la Independencia, la guerra civil de 1936...— estos personajes sufren transmutaciones, de manera que se puede hablar de un Almirante, o capitán, o teniente Ballantyne, e igualmente de diversas encarnaciones de los otros personajes.
En el momento en que se desarrolla la acción de la novela, hay tres J.B. que pueden ser el J.B. de la leyenda. El mencionado José Bastida, que difícilmente podría ser el verdadero J.B., dada su condición de "desgraciado", pero Jacinto Barallobre, otro posible J.B., considerado como traidor porque durante la guerra consiguió, escondiéndose, escapar a su destino, está dispuesto a burlar a los hados por segunda vez, haciendo que sea Bastida quien le sustituya como candidato a la muerte. Y, por último, el fullprofesor en la Cornell University, Jesualdo Bendaña, que vuelve a Castroforte para casarse con Lilaila —a cuya mano aspira también Barallobre— en víspera de la fecha fatal, los Idus de Marzo, en que se producirá una conjunción astral que presagia su muerte.
Una mujer llamada Lilaila, aunque a veces emplee otro nombre —como es el caso de la bailarina Coralina Soto—, es también un personaje omnipresente, comenzando por los restos de mujer encontrados en la urna de cristal, que se tienen por los de Santa Lilaila de Efeso.
Torrente realiza otro juego de ambivalencias con dos grupos de personajes, los que componen la Tabla Redonda, entre los que destacan don Annibal y don Torcuato, de los que se hablará más adelante.
c) La leyenda de los J.B. es el medio por el cual Torrente Ballester ironiza hasta el extremo el tema de la investigación histórica, remedando el estilo de los historiadores con fingidas referencias a diversas, y también supuestas, fuentes.
Los orígenes del mito son oscuros. "El doctor Amoedo aseguraba que todo comenzó con la llegada de Argimiro el Efesio, pero eso sería tomar las cosas desde muy atrás (...). Don Ignacio Castiñeira, más cauto, prefería escoger como punto de partida la destrucción de la ciudad por Celso Emilio el Romano, que está algo más documentada y puede usarse como hipótesis de trabajo; pero la cosa queda también bastante lejos, y los efectos de la niebla siguen siendo los mismos" (p. 72).
El caso es que, mil años antes del comienzo de la acción, llega hasta Castroforte —como se ha dicho— una barca con unos restos de mujer, considerados como de Santa Lilaila de Efeso; la barca se encuentra rodeada de unas lampreas de exquisito sabor que pueblan el río Mendos y que se supone que desaparecerán si los restos de Santa Lilaila se llevan a otra parte. Desde entonces, cuatro Jota Bes han descendido por el río, y desaparecieron.
A esto se une la leyenda de los J.B., que se mantiene en la tradición y se desarrolla grandemente en el siglo XIX gracias a una logia masónica Rosa-Cruz, el Palanganato, formado por mujeres, que interpretan los viejos mitos y deducen que la salvación de la ciudad se deberá a un Varón Liberador,las iniciales de cuyo nombre serán J.B., y que "había de nacer de un matrimonio o de una coyunda extralegal (daba lo mismo) en que se juntasen las herencias dispersas del Obispo Bermúdez y del Almirante Barallobre. El candidato, de una manera o de otra, tenía que contar a Cristal Barallobre entre sus abuelas más o menos remotas" (p. 94).
Las mujeres se reúnen en una Cueva que se encuentra bajo la Colegiata, con dos accesos secretos, desde ésta y desde la casa de los Barallobre, en la que existía un altar dedicado al culto de la diosa Diana; diosa que algunos "incrédulos" identifican con el Santo Cuerpo: afirman que volvió al lugar donde había sido adorada, trajo las lampreas, y fue tomada por Santa Lilaila. En este lugar celebran sus ritos, se traspasan el secreto de la entrada a la Cueva y del lugar donde se supone que hay un tesoro oculto, y velan por lograr que la predicción se cumpla, favoreciendo el nacimiento de niños que reúnan las condiciones genealógicas requeridas.
Existe también en Castroforte un grupo de hombres inquietos que, en el siglo XIX, crean una tertulia de café a la que llaman la Tabla Redonda, y cuyos miembros adoptan los nombres de la leyenda anglosajona: el rey Artús, Merlín, Lanzarote,Gowen, Bohor, Galaor... Naturalmente, la reina Ginebra —que no está presente nunca en las reuniones— es una Lilaila, en este caso la bailarina Coralina Soto, cuyo busto, realizado por el escultor Baliño, preside las sesiones de los caballeros. En la época actual, se reorganiza la Tabla Redonda, y se vuelve a colocar el busto de Carolina, pese a los impedimentos que se ponen desde Madrid.
Los dos presidentes de esta Tabla, mantenedora a lo largo del tiempo de la memoria de los J.B. —algunos como el Vate Barrantes pertenecieron a ella—, son dos portugueses, primero don Torcuato y después don Annibal, que simbolizan el talante liberal, apasionado por la ciencia, pretendidamente progresista, de las logias y de los krausistas del siglo XIX. Estos personajes intervienen activamente en la polémica sobre los J.B., convencidos de que la leyenda habrá de cumplirse.
2. Capítulo segundo: "¡Guárdate de los Idus de marzo!"
No debe olvidarse que, para la construcción y ordenación lógica —dentro de lo posible— de la trama de La saga/fuga...,es preciso saltar de un capítulo a otro; de modo que, sobre todo, la exposición del primer capítulo hace necesaria la referencia a los otros dos. En éstos, por el contrario, una vez señaladas las líneas generales de la acción, se entra de lleno en el relato del cumplimiento de la leyenda en la época actual, y resulta más fácil atenerse a su discurso.
En esta segunda parte o capítulo de la novela, se descubre que en los ya cercanos Idus de marzo se producirá la conjunción astral que determina el cumplimiento de un capítulo más de la leyenda: un J.B. debe morir y descender en barca por el río Baralla hacia el Círculo Tranquilo de las Aguas Oscuras, Más Allá de las Islas; o, tal vez, si se trata del esperado y definitivo J.B., tendrá lugar —lo que, en el fondo, nadie espera— la liberación final de Castroforte.
Existen, como ya se indicó, dos o tres posibles J.B., según se considere o no a José Bastida como candidato. Los tres tienen las mismas iniciales, y los tres se salvaron casi milagrosamente de la muerte en la guerra de 1936. Jesualdo Bendaña, largo tiempo ausente, ha vuelto a Villasanta de la Estrella —recuérdese que siempre los Bendaña y los canónigos fueron enemigos de Castroforte— para casarse con Lilaila. Por su parte, Barallobre, que ve perdidas sus esperanzas de conseguir la mano de Lilaila, sabiendo que José Bastida va a ser despedido por el Espiritista por no haber podido conjurar al espíritu de Goebbels, decide contratarle como secretario, con el fin de burlar una vez más a la muerte, haciendo que el "desgraciado" ocupe su lugar en la funesta cita.
Los miembros de la Tabla Redonda, José Bastida y prácticamente todo el pueblo, incluido don Acisclo, comienzan a hacer cálculos para averiguar cuál de los J.B. es el que va a morir. Barallobre, decidido a que se cumplan sus propósitos, anuncia su muerte —que todos fingen creer— y, vestido con las ropas de los cuatro J.B. —tipo, hace una serie de "apariciones" en el café donde se reúne la Tabla Redonda.
Barallobre conduce a Bastida, por un camino secreto, hasta la Cueva, y desde allí pasan a la Colegiata, donde se encuentran siete círculos concéntricos que indican la conjunción de los astros, y un relieve en el que aparece un hombre en una barca, rodeada ésta de lampreas, con un cuerpo en brazos. Más adelante, Barallobre sufre una metamorfosis, convirtiéndose en los anteriores J.B y contando parte de sus historias.
En cuanto a Bastida, Julia le cuenta cómo don Acisclo ha cortado su idilio con el seminarista, y su consiguiente soledad y desesperación, que sigue en aumento; hasta que decide escribir a "don Joseíño" —como ella llama a Bastida— una carta en la que amenaza con suicidarse si él no la recibe en su habitación esa noche.
3. Capítulo tercero: "Scherzo y fuga"
Bastida se encuentra en su habitación esperando a Julia. Está, como siempre, hablando consigo mismo, cuando sufre una serie de transmutaciones: comenzó a sentir "cómo me iba alargando al mismo tiempo que me ahilaba (...). Más tarde supe que se trataba de un accidente de ósmosis por capilaridad. Hasta que alguien —o quizás algo— tiró de mí por un extremo, quizá el que correspondía a los pies, y me hallé metido en un cuerpo en que cabía holgadamente" (pp. 443-444). Se trataba de Jerónimo Ballantyne, vestido con casaca de Almirante y Mitra de Obispo. Bastida, convertido en Ballantyne, se preocupa, pensando cómo volver a su cita con Julia, hasta que descubre que debe encontrar la salida desde el interior de un sistema de combinaciones binarias, según la cual los nombres y profesión de cada J.B. se combinaban con su tocado y vestido (mitra y casulla, capirote y dulleta, bicornio y casaca, chistera y levita, birrete y toga, flexible y capa, boina y gabardina). Cada una de las etapas que Bastida tiene que recorrer "dispone de cuatro orificios de salida, pero todas ellas, por ser fronteras, tienen uno abierto a la muerte" (p. 450).
Bastida realiza un largo recorrido por las personas de los J.B., que —si se tiene en cuenta, además la complejidad introducida en el capítulo anterior por las historias del Barallobre transmutado— la novela, en este punto, se convierte en un auténtico laberinto de personajes, ya conocidos o por conocer. Entre otras cosas, se cuenta cómo Barallobre escondió los venerados restos de mujer en la Cueva, colocando un cuerpo muerto más reciente en la Capilla de la Santa.
Terminados los delirios mentales de Bastida, éste se da cuenta de que ese día comienzan los Idus de Marzo. Va en busca de los miembros de la Tabla Redonda, y después conversa con Jacinto Barallobre, que le invita a visitar con él la Cueva, para "buscar el verdadero Cuerpo Santo" (p. 552), escondido en un hueco tapado por una piedra. El cuerpo está casi deshecho. Aparecen entonces los cuatro J.B., y comienza una batalla contra las fuerzas del Mariscal Bendaña —naturalmente, con flechas y antiguos cañones—, en la que Barallobre, el actual, resulta herido de flecha "a la altura del cuarto espacio intercostal derecho, afectándole seriamente los pulmones" (p. 576). Barallobre llega a la Colegiata, y busca la entrada del camino de la Capilla del Santo Cuerpo; saca del altar el ataúd, lo baja y lo esconde en el hueco abierto con Bastida: "después, silenciosa, la piedra se cerró para siempre".
En ese momento, los cuatro J.B. descienden en sus barcas por el Baralla, y a la de ellos sigue, en otra, Jacinto Barallobre, "todavía la flecha en su lugar", y llevando en había sus brazos el ataúd del Santo Cuerpo, tal como la escena se representado había en el relieve de la Colegiata. "Un tumulto de peces oscuros flanqueaba la barca (se trata, por supuesto,de las lampreas), aunque a distancia, como si la custodiase: y cuando entró como las otras en el Círculo, los peces levantaron el muro impenetrable que había roto una vez, hacía mil años, el marinero Barallobre" (es decir, el que halló el Cuerzo Santo).
Las cinco barcas confluyen hasta que se produce su fusión:"eran ya para siempre un único y compacto Jota Be, de simplicidad aparente y complicada interioridad, quíntuple y acaso contradictoria estructura ásperamente inaccesible a la episteme" (p. 579-580).
4. Coda
José Bastida se despierta, advierte que la ciudad —definitivamente ensimismada— comienza a levitar, y pide a Julia que recoja sus cosas y se marche con él. Ésta acepta. Salen de la casa en dirección a la Rosaleda, hacia la Glorieta del Vate, desde donde se ve "la brecha, y el césped de la Tierra de Nadie, que se alejaban" (p. 583). Tiran la maleta y saltan."La ciudad había ascendido un poco más y se balanceaba con suavidad. Julia miraba su envés abigarrado, la herida informe de la tierra, donde ya empezaba a entrar el agua de la mar (...).
"Siempre me pareció que este pueblo no es como los otros, ya ves'. 'Tienes razón. Los otros se hunden. Después, llega la mar y forma un lago en el que queda flotando una cuna con dos niños. Castroforte prefiere las alturas'. (...). Castroforte parecía una nube lejana, donde quizás el Rey Artús empezase a proponer al pueblo la proclamación inmediata, definitiva, del Cantón Independiente, hasta que en el Reloj del Universo sonara la hora del regreso" (p. 584-585).
IV. VALORACIÓN DOCTRINAL
El fondo de La saga/fuga... está constituido, fundamentalmente, por un escepticismo radical que, por medio de un humorismo apoyado en la ironía y la paradoja, refleja una concepción amarga de la vida.
Este escepticismo invade los distintos elementos de la novela, entre los cuales hay tres que se convierten en constante de sus páginas: —la broma intelectual, el erotismo y el anticlericalismo.
1. La broma intelectual o cultural, característica de La saga/fuga... está presente en lo más hondo de la construcción narrativa de la novela, que está formada en su casi totalidad por una indagación sobre los orígenes y transmisión de la leyenda de J.B.
El autor remeda a los historiadores, citando con soltura fuentes tales como los documentos archivados en la Sección de Papeles Sueltos del Siglo XVII de la Biblioteca Nacional, y valorando los argumentos expuestos en torno al tema por historiadores de tanto relieve como Menéndez Pidal, en concurrencia o en pugna, por ejemplo, con Julio Cora Borraja (J. Caro Baroja). Alude a los archivos de La Voz de Castroforte, a las Memorias de don Torcuato, a las opiniones de Fernández Flórez o de Unamuno —atribuidas a Maeztu: una ironía más— sobre la ciudad... Hay, sobre todo, dos momentos en los que se muestra con meridiana claridad cómo se puede jugar con los datos históricos: la entrevista de Jesualdo Bendaña, realizada por Parapouco Belalúa para su periódico, en las que éste demuestra que nunca ha existido J.B., y que su historia está construida sobre principios falsos; y el artículo que, en respuesta escribe Bastida, al que titula "Puntualizaciones".
Con cierta frecuencia, aparecen referencias a personajes reales, o juegos que tienen en su base una alusión de tipo cultural. Así, Abelardo y Heloísa (sic), o Paco de la Mirandolina (Pico della Mirandola). En sus versos inventados, se apoya Bastida, en ocasiones, en textos o frases conocidas: por ejem plo, el soneto que comienza así:
"Ravín. Dranata. ¡Gore! ¿Gore decol talisa maicol? Laíval lívente suesva lotós balá...",
en el que juega con el nombre del famoso escritor indio Rabin Dranath Tagore. O cuando grita, mientras persigue a pedradas a don Acisclo, ya muy cerca del final (p. 545):
"O PESCORAAAA! O LOOOOOORES!
FERTATUS DOC FINKEDIBIT!...",
en la que imita la conocida frase "O tempora, o mores!".
En otro lugar, el Canónigo Balseyro emplea un "conjuro de los sacerdotes de Osiris", que dice: "seraf, lezet, enam"; esto es, las palabras aparecidas durante la cena de Baltasar-mane, tezel, fares—, escritas al revés.
Es también Bastida quien analiza el peculiar estilo literario de Clotilde Barallobre, que en realidad es un fragmento poético de Góngora. Valgan estos ejemplos como muestra de esta clase de digresiones del autor.
Aunque hay otras muchas: las matemáticas y la ingeniería (el Homenaje Tubular al Sistema Métrico o el Tren Ensimismado), la psicología (análisis de la personalidad de don Torcuato y el Vate: p. 110 y ss.), las ciencias naturales (parodia del evolucionismo darwiniano, p. 154 y ss.), y sobre todo la lingüística, con toda clase de insólitos análisis gramaticales.
En estos juegos, ingeniosos, desenfadados y en ocasiones divertidos, se advierte, sin embargo, esa postura escéptica a la que se ha hecho referencia, relativista también, expresión del profundo sentido crítico de Torrente Ballester.
2. El aspecto erótico es otro ingrediente de la novela, que aparece en la mayoría de sus páginas. No se trata de un erotismo descriptivo, próximo a la pornografía, como se presenta en otras novelas de la época. Aquí el elemento sexual representa —junto a la continua referencia a la comida, concretamente a la exquisitez de la empanada de lampreas— el elemento realista, descrito con tonos sórdidos y no raramente soeces: lo que mueve inmediatamente a cada hombre y a cada mujer —viene a decir— es la necesidad de satisfacer sus más elementales necesidades. Aunque los personajes traten de evadirse de la realidad por una vía fantástica de matices absurdos y grotescos, ninguno de ellos deja de tener ese concepto hedonista y materializado de la vida.
El autor se refiere a este tema con obsesiva frecuencia, con un lenguaje de brutal claridad, por supuesto al margen del matrimonio y con ausencia total de la idea de familia. Escribía, a este propósito, Antonio Blanch (en la revista Reseña nº 58, septiembre-octubre 1972, p. 14): "Bien puede decirse que Torrente Ballester, siguiendo de cerca a Valle-Inclán, se ha explayado en la pintura de este nuevo retablo de la lujuria y de la muerte que es su libro. El tema del sexo es obsesivo y está tratado con la crudeza de un Cela y el desparpajo y procacidad de un Boccaccio. Opinamos que no era necesaria tanta insistencia". Por su parte, Martínez Cachero (o.c.,p. 307) señala también "la propensión erótica, muy clara en esta novela, con un tratamiento grotesco que pretende ser algo así como una respuesta a lo pornográfico a la moda".
3. La cuestión religiosa está muy mal tratada en La saga/fuga... La trama de la novela —mito de Castroforte— tiene un sentido mesiánico grotesco: la esperanza en el último J.B. que redima la ciudad, la sucesión de J. B. mártires de inquisidores, entre los que hay varios eclesiásticos; el "Cuerpo de la Santa" (parodia sacrílega del cuerpo del apóstol Santiago) y las instituciones que le dan un culto aberrante (el Palanganato, de mujeres; La Tabla Redonda, de hombres)...
En su escépticismo, Torrente Ballester viene a reducir el cristianismo a un mito más, a una válvula de escape del nihilismo: todo es una parodia, una burla, un engaño. Ese escepticismo radical del autor es manifiesto: "En el principio fuela Nada. La Nada será en el fin. Nada sería también el intermedio si la Nada no se hubiera doblado sobre sí misma, engendrando, así, el fulgurante protoátomo del que surgieron los dioses" (p. 77-78).
No puede extrañar, por tanto, el tratamiento que da a los eclesiásticos (canónigos, obispos) que aparecen en la novela: son hombres dominados por las pasiones, a las que ceden sin la menor resistencia, o mantienen una idea de la sexualidad que, viciada de raíz, deja malparada la santidad del matrimonio. Algunas frases que pretenden ser humorísticas, bordean la blasfemia.
Cuando don Acisclo se da cuenta de cómo se repite la historia de los canónigos, sufre una crisis y pierde la fe, sustituyendo a Dios por la idea de Destino; pero continúa ejerciendo su ministerio, y afirma que seguirá "castigando" a los fieles en el confesonario "por su estupidez. Que sigan creyendo que es pecado. Así necesitarán a Dios para que los perdone. Yo, como no peco (se refiere exclusivamente a los pecados de la carne, los únicos que existen según él), no lo necesito" (p. 394). Es sólo una muestra de la visión corrosiva de las creencias religiosas —un elemento de represión—, que ofrece Torrente a sus lectores.
4. La conclusión de todo lo expuesto puede sintetizarse con unas palabras de Antonio Blanch (l.c., p. 15): "Junto con el instinto de vida, está también presente la muerte en todos los recodos de esta villa y en todos los niveles de conciencia de sus ciudadanos (...). Todos los personajes de esta saga sueñan con la muerte, están agarrotados por su presencia hipnotizante, familiarizados con sus espectros: es un mundo en negativo, un universo de sombras, de vida inhibida y negada. Así, la figura del hombre que se desprende de esta abigarrada parábola es la del hombre elemental instigado por el instinto del goce efímero e inhibido por la negación brusca y repentina de todo. Imagen, en suma, del hombre primitivo, a quien ni la casta, ni la historia, ni la civilización aparente y palabrera han permitido una vida más equilibrada y tranquila, ni las creencias de un más allá demasiado materializado han logrado calmar el infierno de su conciencia. Visión, por consiguiente, triste, sarcástica, de la humanidad y de todo lo que con ella se relacione o intente configurarla. Más concretamente, visión pesimista de la humanidad hispana; y dentro de ella, de las gentes que viven arrinconadas, encaramadas, voluntariamente excluidas de la vida común, de la convivencia normalizada, en esos 'castrofortes' de la fantasía y del instinto".
En definitiva, la novela es un proyecto amplio y ambicioso, rocambolesco y disparatado, cuyo interés dramático se desdibuja en la amplitud de la trama, y que se queda en un simple juego intelectual, complejo e insólito, amargo y sin salida.
D.L. y J.P.G. (1982)
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