TOFFLER, Alvin
La tercera ola
Ediciones Nacionales, Círculo de Lectores, Edinal, Bogotá 1981, 533 pp.
(t.o.: The Third Wave)
CONTENIDO
Después de una introducción, la obra se divide en 4 partes:
1ª.— Un entrechocar de olas, pp. 17-27
2ª.— La segunda ola, pp. 29-131
3ª.— La tercera ola, pp. 131-355
4ª.— Conclusión, pp. 355-431
"La tercera ola es para los que creen que la historia humana, lejos de concluir, no ha hecho sino empezar" (p. 9). Ante los cambios, a veces aterradores, que se están presentando, "descubrimos de pronto que muchas de las condiciones que producen los más graves peligros de hoy abren también la puerta a fascinantes potencialidades nuevas. La tercera ola nos muestra esas nuevas potencialidades (...). Demuestra claramente (...) que puede lograrse que la civilización que está surgiendo sea más sana, razonable y defendible, más decente y más democrática que ninguna que hayamos conocido jamás. Si el razonamiento central de este libro es correcto, existen poderosas razones para un optimismo a largo plazo, aunque, con toda probabilidad, los años de transición inmediatamente venideros hayan de ser tempestuosos y estar plagados de crisis" (p. 11).
El autor, en la p. 11, explica la diferencia entre esta obra y su "Shock del futuro", anterior: ambas hablan del cambio, pero El Shock se fija preferentemente en el proceso de cambio mientras que la presente obra se fija en su estructura, resultando así dos libros complementarios. La tercera ola describe la agonizante civilización industrial en términos de una 'tecnosfera', una 'sociosfera' y una 'energosfera'; y, seguidamente, expone la forma en que cada una de ellas está experimentando revolucionarios cambios en el mundo actual. Intenta mostrar las relaciones de estas partes entre sí, así como con la 'biosfera' y la 'psicosfera', esa estructura de relaciones psicológicas y personales a cuyo través los cambios operados en el mundo exterior afectan a nuestras vidas más privadas. La tercera ola sostiene que una civilización hace uso también de ciertos procesos y principios que desarrolla su propia 'superideología' para explicar la realidad y para justificar su propia existencia (...). La gran metáfora de esta obra (...) es la de las olas de cambio que chocan entre sí (p. 13).
Capítulo I. Superlucha
"Una nueva civilización está emergiendo en nuestras vidas, y hombres ciegos están intentando en todas partes sofocarla. Esta nueva civilización trae consigo nuevos estilos familiares; formas distintas de trabajar, amar y vivir; una nueva economía; nuevos conflictos políticos; y, más allá de todo esto, una conciencia modificada también (...). El amanecer de esta nueva civilización es el hecho más explosivo de nuestra vida. Es el acontecimiento central, clave para la comprensión de los años inmediatamente venideros. Es un acontecimiento tan profundo como aquella primera ola de cambio desencadenada hace diez mil años por la invención de la agricultura, o la sísmica segunda ola de cambio disparada por la revolución industrial. Nosotros somos hijos de la transformación siguiente, la tercera ola" (p. 17).
"La tercera ola trae consigo una forma de vida auténticamente nueva basada en fuentes de energía diversificadas y renovables; en métodos de producción que hacen resultar anticuadas las cadenas de montaje de la mayor parte de las fábricas; en nuevas familias no nucleares; en una nueva institución, que se podría denominar el 'hogar electrónico'; y en escuelas y corporaciones del futuro radicalmente modificadas. La civilización naciente escribe para nosotros un nuevo código de conducta y nos lleva más allá de la uniformización, la sincronización y la centralización, más allá de la concentración de energía, dinero y poder. Esta nueva civilización, al desafiar a la antigua, derribará burocracias, reducirá el papel de la Nación-Estado y dará nacimiento a economías semiautónomas en un mundo postimperialista. Exige Gobiernos que sean más sencillos, más eficaces y, sin embargo, más democráticos que ninguno de los que hoy conocemos. Es una civilización con su propia y característica perspectiva mundial, sus propias formas de entender el tiempo, el espacio, la lógica y la causalidad. Por encima de todo, como veremos, la civilización de La tercera ola comienza a cerrar la brecha histórica abierta entre productor y consumidor, dando origen a la economía del 'prosumidor' del mañana. Por esta razón, entre muchas otras, podría resultar (...) la primera civilización verdaderamente humana de toda la historia conocida"[1].
"El nacimiento de la agricultura constituyó el primer punto de inflexión en el desarrollo social humano" y la revolución industrial, el segundo (p. 21); "antes de la primera ola de cambio, la mayoría de los humanos vivían en grupos pequeños y, a menudo, migratorios (...). En algún momento, hace aproximadamente diez milenios, se inició la revolución agrícola y se difundió lentamente por el Planeta, extendiendo poblados, asentamientos, tierra cultivada y una nueva forma de vida". Esta ola de cambio existía aún cuando llegó la revolución industrial (finales del s. XVII). Este nuevo proceso —industrialización— se movió rápidamente por todas partes: así, dos procesos de cambio entrechocaban en toda la tierra (p. 21). Hoy día, la primera ola está ya casi acabada; la segunda aún se extiende, pero ha comenzado la tercera ola; de modo que hoy se da el entrecruzamiento de las tres olas de cambio, "todas ellas moviéndose a velocidades diversas y con diferentes grados de fuerza entre sí" (id.). "Las entrecruzadas corrientes creadas por estas olas de cambio se reflejan en nuestro trabajo, nuestra vida familiar, nuestras actitudes sexuales y nuestra moralidad personal (...) El conflicto entre los grupos de la segunda y tercera ola constituye, de hecho, la tensión política central que surca nuestra sociedad actual" (p. 24).
Capítulo II. La arquitectura de la civilización
Toffler describe el choque entre las civilizaciones de la primera y de la segunda ola al aparecer la revolución industrial. Después, pasa a hablar del pre-requisito de cualquier civilización, que para él, es la energía (p. 32). Las sociedades de la primera ola explotaban fuentes de energía renovables; las de la segunda, fuentes no renovables (carbón, gas, petróleo). Y paralelamente, en la segunda ola, se produjo un gigantesco avance en el campo de la tecnología.
Esta nueva tecnología abrió las puertas a la producción en serie: "Al extenderse sobre el Planeta la segunda ola, la tecnosfera agrícola fue reemplazada por una tecnosfera industrial: las energías no renovables fueron directamente aplicadas a un sistema de producción en serie, que a su vez, vomitó mercancías sobre un sistema de distribución en serie altamente desarrollado" (p. 35). Esta tecnosfera creó una sociosfera paralela: nuevas formas de organización social. Apareció la "llamada familia nuclear —padre, madre y unos pocos hijos, sin parientes molestos—" que "se convirtió en el modelo 'moderno' standar, socialmente aprobado, de todas las sociedades industriales, tanto capitalistas como socialistas" (p. 36). Paralelamente, aparece la educación pública general que, con la familia nuclear, formó parte del "único sistema integrado para la preparación de jóvenes con miras al desempeño de papeles en la sociedad industrial" (p. 37). Aparece entonces la gran corporación y una "refinada infosfera, canales de comunicación por los cuales podían distribuirse mensajes individuales y colectivos tan eficazmente como mercancías o materias primas. Esta infosfera se entrelazaba con la tecnosfera y la sociosfera, ayudando a integrar la producción económica con el comportamiento privado. Cada una de estas esferas desempeñaba una función clave en el sistema y no habría podido existir sin las otras. La tecnosfera producía y asignaba riqueza; la sociosfera, con sus miles de organizaciones interrelacionadas, asignaba determinados papeles a los individuos integrados en el sistema. Y la inosfera (sic) asignaba la información necesaria para el funcionamiento de todo el sistema. Juntas, formaban la arquitectura básica de la sociedad" (p. 42).
Capítulo III. La cuña invisible
"La segunda ola (...) separó violentamente dos aspectos de nuestras vidas que siempre, hasta entonces, habían sido uno solo. Al hacerlo, introdujo una gigantesca e invisible cuña en nuestra economía, nuestras mentes e incluso en nuestra personalidad sexual (...). La revolución industrial (...) destruyó la unidad subyacente de la sociedad, creando una forma de vida llena de tensión económica, conflicto social y malestar psicológico (...). Las dos mitades de la vida humana que la segunda ola separó fueron la producción y el consumo. Estamos acostumbrados, por ejemplo, a pensar en nosotros mismos como productores o consumidores. Esto no fue siempre cierto. Hasta la revolución industrial, la gran mayoría de todos los alimentos, bienes y servicios producidos por la especie humana, eran consumidos por los propios productores, sus familias, o una pequeña élite, que recogía los excedentes para su propio uso" (p. 45). "El industrialismo rompió la unión de producción y consumo y separó al productor del consumidor. La economía fundida de la primera ola se transformó en la economía dividida de la segunda ola. Las consecuencias de esta fusión fueron trascendentales (...). La economía se mercatizó" (p. 47), porque según Toffler, la plaza de mercado, que era antes un fenómeno secundario periférico, entro en el "vértice mismo de la vida" (id.).
"Este divorcio entre producción y consumo, que se convirtió en característica definidora de todas las sociedades industriales de la segunda ola, afectó incluso a nuestras mentes y a nuestras suposiciones sobre la personalidad. Se llegó a considerar el comportamiento como una serie de transacciones. En lugar de una sociedad basada en la amistad, el parentesco o la lealtad feudal o tribal, al paso de la segunda ola surgió una civilización basada en lazos contractuales, reales o sobreentendidos. Incluso maridos y mujeres hablan hoy de contratos matrimoniales" (p. 49). "La brecha abierta entre estas dos funciones —productor y consumidor— creó al mismo tiempo una personalidad dual" (p. 49); y esto comportó la división de los sexos: "Los hombres, preparados desde la niñez para su papel en el taller, donde se desenvolverían en un mundo de interdependencias, eran incitados a tornarse 'objetivos'. Las mujeres, preparadas desde el nacimiento para las tareas de reproducción, cuidado de los hijos y labores domésticas, realizadas en considerable medida en completo aislamiento social, eran aleccionadas para ser 'subjetivas' (...) y se las consideraba frecuentemente incapaces de la clase de pensamiento racional y analítico que, supuestamente, acompañaba a la objetividad" (pp. 51-52).
Capítulo IV. Infringiendo el código
"Toda civilización tiene un código oculto, un conjunto de reglas o principios que presiden todas sus actividades y las impregnan de un repetido diseño. Al extenderse el industrialismo (...) se hizo visible su diseño oculto. Se componía de seis principios interrelacionados que programaban el comportamiento de millones de personas. Surgidos naturalmente del divorcio entre producción y consumo, estos principios afectaron a todos los aspectos de la vida desde el sexo y las diversiones, hasta el trabajo y la guerra".
Son estos principios:
a. Uniformización: "Todo el mundo sabe que las sociedades industriales crean millones de productos idénticos", y esto influye en la creación de un género de vida, un lenguaje, máquinas, procesos y escuelas también uniformes (cfr. pp. 53-55).
b. Especialización: "Cuanta más diversidad eliminaba la segunda ola en materia de idioma, ocio y estilo de vida, más diversidad se necesitaba en la esfera de trabajo. Acelerando la división del trabajo, la segunda ola sustituyó al campesino más o menos habilidoso por el especialista concienzudo y el obrero que solamente realizaba una tarea repetida hasta el infinito" (p. 56). "Entre comunistas, capitalistas, ejecutivos, educadores, sacerdotes y políticos, la segunda ola produjo una mentalidad común y una tendencia hacia una división del trabajo más refinada aún (...). Los grandes uniformizadores y los grandes especializadores marchaban tomados de la mano" (p. 57).
c. Sincronización: La segunda ola sincronizó la vida laboral y la vida social, separándola de sus ritmos normales y supeditándolas al reloj y "exigencias de máquina". "Las más íntimas rutinas de la vida quedaron comprendidas en el sistema de ritmo industrial (...); las familias se levantaban simultáneamente, comían al mismo tiempo, salían al trabajo, trabajaban, regresaban a casa, se acostaban, dormían e incluso hacían el amor más o menos al unísono, al paso que la civilización entera, además de la uniformización y la especialización, aplicaba el principio de sincronización" (p. 59).
d. Concentración: Las sociedades de la segunda ola concentraron la energía —en vez de la dispersión de fuentes energéticas de la primera ola: depósitos altamente concentrados de combustible fósil. Pero, además, se concentró también la población, apareciendo centros urbanos gigantescos, y se concentró también el trabajo: miles de trabajadores que laboran bajo un mismo techo con las grandes fábricas (pp. 59-60).
e. Maximización: Recurso a la gran escala en todos los niveles.
f. Centralización: El gobierno centralizado en lo político y en lo económico, la creación de los Bancos Centrales.
Toffler concluye que estos 6 principios concluyeron al auge de la burocracia (p. 66).
Capítulo V. Los técnicos del poder
Las sociedades de la segunda ola estaban gobernadas por especialistas en integración, ya que esta ola fraccionó la vida y la cultura de la comunidad. Estos integradores "definían funciones y asignaban trabajos. Decidían quien obtenía qué recompensas. Trazaban planes, fijaban criterios y daban o retiraban credenciales. Enlazaban la producción, la distribución, el transporte y las comunicaciones. Fijaban las reglas conforme a las cuales interactuaban las organizaciones (...) hacían encajar las piezas de la sociedad. Sin ellos, nunca habría podido funcionar el sistema de la segunda ola" (p. 68). Aspiraron y lograron fijar las políticas comerciales estos integradores: directores contratados por las empresas o administradores económicos que colocaban dinero de otras personas (y esto no lo hacían ni los propietarios ni, mucho menos, los obreros). Los integradores, dice el autor, asumieron el control. "De esta necesidad de integración de la civilización de la segunda ola surgió el mayor coordinador de todos, el motor integracional del sistema: un Gobierno grande" (p. 70), emergieron así una enorme maquinaria gubernamental y grandes organizaciones, compañías de producción. "Las Sociedades de la segunda ola estaban gobernadas por los integradores" (p. 71). "En la actualidad, mientras la tercera ola de cambio 'aparece', empiezan también a aparecer las primeras grietas en el sistema de poder" (p. 73). Se requiere descentralización.
Capítulo VI. El esquema oculto
La segunda ola trajo consigo una concepción mecanicista de la sociedad. "Empapados de este pensamiento mecanicista, imbuidos de una fe casi ciega en el poder y la eficiencia de las máquinas", los revolucionarios fundadores de la segunda ola —tanto capitalistas como socialistas—, "inventaron (...) sociedades políticas que participan de muchas de las características de las primeras máquinas industriales (...). Así como la fabrica vino a simbolizar toda la tecnosfera industrial, el Gobierno representativo (por desnaturalizado que esté), se convirtió en el símbolo de status de toda nación 'avanzada'. De hecho, incluso muchas naciones no industriales —bajo las presiones ejercidas por los colonizadores o a través de la ciega imitación— se apresuraron a instalar el mismo universal equipaje representativo" (pp. 77 y 79). "En este sistema, el gobierno representativo era el equivalente político de la fábrica. De hecho, era una fábrica destinada a la confección de decisiones integracionales colectivas. Como la mayor parte de las fábricas, estaba dirigida desde arriba. Y, como la mayor parte de las fábricas, se va quedando ahora progresivamente anticuada, víctima de la tercera ola" (p. 83).
Esto, para Toffler, es un engaño: el pueblo cree que está gobernando a través de sus representantes cuando en verdad lo que hacen las élites. "De hecho lejos de debilitar el control ejercido por las élites directivas, la maquinaria formal de representación se convirtió en uno de los medios clave de integración por los que se mantenían a sí mismas en el poder" (p. 81).
Capítulo VII. Un frenesí de naciones
El nacionalismo nace con la segunda ola: "Se pueden considerar los levantamientos nacionalistas provocados por la revolución industrial en los EE.UU, Francia, Alemania y el resto de Europa como esfuerzos para elevar el nivel de integración política al nivel de integración económica, en rápido ascenso, que acompañó a la segunda ola. Y fueron esos esfuerzos, no la poesía ni místicas influencias, lo que condujo a la división del mundo en unidades nacionales separadas. (...) Y por debajo de la nación subyacía el imperativo familiar del industrialismo: el impulso hacia la integración (p. 88).
Capítulo VIII. El impulso imperial
La segunda ola apareció con un impulso imperialista: "al aumentar la fabricación masiva de productos, las nuevas élites industriales necesitaban mercados mayores y nuevas salidas a la inversión" (p. 92). El fantasma del desempleo empujó a las potencias europeas a la colonización. Estas consideraciones económicas iban mezcladas con consideraciones estratégicas, fervor religioso, idealismo y aventura, "al igual que el racismo, con su implícita presunción de la superioridad blanca o europea" (p. 92).
En 1492, cuando Colón descubrió América, "los europeos controlaban sólo el 9% del globo. Para 1801 dominaban la tercera parte. Para 1880, las dos terceras partes. Y en 1935 los europeos controlaban el 85% de la tierra firme del planeta y el 70% de su población. Como la sociedad misma de la segunda ola, el mundo se hallaba dividido en integradores e integrados" (p. 97). Pero desde 1944 hasta los primeros años de la década de los 70, USA aparece como el integrador de integradores: entró a dominar este sistema imperialista. Posteriormente este papel ha sido desafiado por la Unión Soviética, que tomó, después de la segunda guerra mundial, una parte de Europa como campo propio de colonización: los países 'satélites'. El gran designio, pues, es éste: la civilización de la segunda ola dividió y organizó al mundo en naciones-estado separadas. Necesitando los recursos del resto del mundo arrastró a las sociedades de la primera ola y a los restantes pueblos primitivos del mundo hasta introducirlos en el sistema monetario. Creó un mercado globalmente integrado. Pero el exuberante industrialismo era algo más que un sistema económico, político o social. Era también una forma de vida y una forma de pensamiento. Produjo la mentalidad de la segunda ola. "Esta mentalidad constituye en la actualidad el principal obstáculo a la creación de una viable civilización de la tercera ola" (p. 103).
Capítulo IX. Indusrealidad
Toffler da este nombre a la concepción del mundo propia de la segunda ola: la define como "el grupo culminante de ideas y presunciones con que se enseñaba a los hijos del industrialismo a comprender su mundo. Era el bagaje de premisas empleadas por la civilización de la segunda ola, por sus científicos, dirigentes comerciales, estadistas, filósofos y propagandistas" (p. 105). Y esta superideología ha sido común a países y bloques que se oponen: "Como misioneros católicos y protestantes empuñando diversas versiones de la Biblia, pero predicando ambos a Cristo, marxistas y antimarxistas por igual, capitalistas y anticapitalistas, americanos y rusos, se adentraron en Africa, Asia y Latinoamérica —las regiones no industriales del mundo—, portando ciegamente el mismo conjunto de premisas fundamentales. Ambos predicaban la superioridad del industrialismo sobre todas las demás civilizaciones. Ambos eran apasionados apóstoles de la indusrealidad" (p. 106).
Este "credo" se basa en tres ideas comunes a todas las naciones de la segunda ola. La primera idea es que la naturaleza es un objeto que espera ser explotado. Idea basada en el Génesis, pero solo generalizada en la revolución industrial. La segunda idea es que el hombre es el pináculo de un largo proceso de evolución. El darwinismo y la selección natural: las especies sobrevivientes son, por definición, las más aptas. Las ideas de Darwin pasaron del campo biológico al social y político: "así, los darwinistas sociales argumentaban que el principio de la selección natural operaba también dentro de la sociedad y que las personas más ricas y poderosas eran, en virtud de ese mismo hecho, las más aptas y meritorias" (p. 107). La civilización de la segunda ola es superior a las demás. Y la tercera idea se basa en el principio del progreso. La historia se mueve irreversiblemente hacía una vida mejor para la Humanidad.
En la base de estos tres principios se sitúan los conceptos necesarios para su formulación: el tiempo y el espacio son lineales. Pero, además, la indusrealidad supone el individualismo —un esquema atómico de la realidad aplicado a la persona—; y esto, también, por razones políticas: "al estrellarse contra las viejas instituciones preexistentes de la primera ola, la segunda ola necesitaba separar a la gente de la familia extendida, de la omnipotente Iglesia, de la monarquía. El capitalismo industrial necesitaba una justificación racional para el individualismo (...), las nuevas clases mercantiles, exigiendo libertad para comerciar, prestar y ampliar sus mercados, dieron nacimiento a una nueva concepción del individuo, la persona como átomo" (p. 117). Además, la segunda ola trae consigo la noción de la causalidad: con D'Holbach, Newton, Darwin y Freud, "la civilización de la segunda ola tenía ahora a su disposición una teoría de la causalidad que parecía milagrosa por su poder y por su amplia aplicabilidad". Con esta nueva noción de causalidad se podía manipular la economía, domeñar la naturaleza, y prever y moldear el comportamiento del individuo y la sociedad (cfr. pp. 119-120).
Capítulo X. Coda: el borbotón
La indusrealidad llega a una crisis, que comporta una crisis de personalidad: el hombre de la segunda ola pierde su identidad. Y en EE.UU se ven millones de personas que "se lanzan a la terapia de grupo, al misticismo o a juegos sexuales. Anhelan el cambio, pero se sienten aterrorizados por él. Ansían abandonar sus actuales existencias y saltar, de alguna manera, a una nueva vida (...), convertirse en lo que no son. Quieren cambiar de empleos, de cónyuges, de papeles y de responsabilidades". Y esto, dice Toffler, se da también entre los supuestamente satisfechos hombres de negocios norteamericanos: aduce la estadística de la American Managment Association, que arroja el resultado de que un 40% de directivos y empresarios son infelices en sus puestos (p. 128). Pero afirma el autor, podemos descubrir al lado de este fracaso y derrumbamiento, una serie de indicios precursores de crecimiento y de nuevas potencialidades (p. 129).
Capítulo XI. La nueva síntesis
Este capítulo es de transición: Toffler expone el análisis que hará en los siguientes capítulos sobre lo que va a pasar en el mundo: estamos "ante una nueva Era de síntesis" (pp. 135-136).
Capítulo XII. Las cumbres dominantes
1. Las nuevas fuentes de energía: "Como hemos visto antes, la base energética de la segunda ola se apoyaba en la premisa de no renovabilidad; procedía de depósitos altamente concentrados y agotables; descansaba en tecnologías costosas y fuertemente centralizadas; y carecía de diversificación, dependiendo de fuentes y métodos relativamente escasos" (p. 138). Estas fuentes se acabarán, y hace falta encontrar no solo nuevas fuentes que sustituyan a las antiguas, sino también una nueva tecnología paralela a esas fuentes.
2. Exposición de la electrónica, que lleva una tecnosfera completamente nueva, que nos moverá al espacio y a la explotación de los océanos.
3. La industria genética, que producirá cambios en las personas, en la salud, etc.
4. Nuevas dimensiones más humanas, aunque sofisticadas, de las tecnologías.
Capítulo XIII. Desmasificando los medios de comunicación
La información es el asunto más importante y de crecimiento más rápido del mundo. La infosfera está cambiando la segunda a la tercera ola, transformando nuestra psiquis. En la primera ola se recibía la imagen de la realidad a partir de las personas y de la naturaleza. En la segunda, además, a partir de la prensa, radio y T.V., ayudando así a uniformizar el comportamiento. Ahora, los medios de comunicación, "lejos de extender su influencia, se ven de pronto obligados a compartirla. Estan siendo derrotados en muchos frentes a la vez por lo que yo llamo los 'medios de comunicación desmasificados'" (p. 162).
"La tercera ola inicia así una Era verdaderamente nueva, la Era de los medios de comunicación desmasificados. Una nueva infosfera está emergiendo a lo largo de la nueva tecnosfera. Y esto ejercerá un impacto más trascendental sobre la esfera más importante de todas, la que se alberga en el interior de nuestros cráneos. Pues, tomados en su conjunto, estos cambios revolucionan nuestra imagen del mundo y de nuestra capacidad para entenderlo" (p. 168). Así, dice Toffler, se desmasifican también nuestras mentes: "esto explica en parte por qué las opiniones sobre todas las cosas, desde la música Pop hasta la política, se estén volviendo menos uniformes. El consenso salta en pedazos. A un nivel personal, estamos asediados y bombardeados por fragmentos de imágenes, contradictorias e inconexas, que conmueven nuestras viejas ideas y nos asaltan en forma de 'destellos' quebrados o dispersos. De hecho, vivimos en una 'cultura destellar'" (p. 169). "Como consecuencia, personas y organizaciones anhelan continuamente más información, y el sistema entero empieza a vibrar con una transmisión cada vez más intensa de datos. Al aumentar el total de información necesaria para la coherencia del sistema social, y la velocidad a que debe ser intercambiada, la tercera ola hace saltar en pedazos el entramado de la anticuada y sobrecargada infosfera de la segunda ola y construye otra nueva que ocupe su puesto" (p. 170).
Capítulo XIV. El entorno inteligente
Por medio de los computadores estamos creando a nuestro alrededor un entorno inteligente: máquinas que tienen memoria y "piensan", cambiando así nuestra memoria social, que antes se hallaba almacenada en los cerebros humanos. "El computador, debido a que procesa los datos que almacena, crea una situación histórica sin precedentes: hace a la memoria social extensiva y activa a la vez. Y esta conbinación resultará ser propulsiva. Activar esta memoria recientemente expandida liberará nuevas energías culturales. Pues el computador no solo nos ayuda a organizar y sintetizar 'destellos' en modelos coherentes de realidad, extiende también los lejanos límites de lo posible. Ninguna biblioteca ni archivo podría pensar y mucho menos pensar de manera no ortodoxa. En cambio, al computador podemos pedirle que 'piense lo impensable' y lo anteriormente impensado. Hace posible una corriente de nuevas teorías, ideas, ideologías, concepciones artísticas, progresos técnicos, innovaciones políticas y económicas, que eran en el sentido más literal, impensables e inimaginables hasta ahora. De esta forma acelera el cambio histórico y estimula el avance hacia la diversidad social de la tercera ola" (p. 180).
Capítulo XV. Más allá de la producción en serie
Hay un cambio en el estilo de producción de la tercera ola, ésta va superando la producción en serie: "Un analista de Critique, publicación de estudios soviéticos, hace notar que mientras los países menos desarrollados —(los que) tienen un PNB de entre 1.000 y 2.000 dólares americanos per capita al año— se concentran en la fabricación masiva de productos', los 'países más desarrollados (...) se concentran en la exportación de productos fabricados en series cortas que dependen de una mano de obra muy especializada (...) y de costos de investigación elevados: computadores, maquinaria especializada, aviones, sistemas de producción automatizada, pinturas de alta tecnología, productos farmacéuticos, polímeros y plásticos de alta tecnología'" (p. 183).
Esto, según Toffler, se extiende aún a la industria militar. Se está desmasificando la fabricación. Esto tendrá repercusión en las profesiones. El procesador de palabras está revolucionando el trabajo, yendo hacia la eliminación de la mecanografía. Con ello, el trabajo de oficina, va necesitando menos personal. "Las dos revoluciones del sector administrativo y del fabril dan lugar a un modo de producción enteramente nuevo para la sociedad, un paso gigantesco para la especie humana. Este paso lleva consigo implicaciones indescriptiblemente complejas. Afectará no sólo a cosas tales como el nivel de empleo y la estructura de la industria, sino también a la distribución de poder político y económico, a las dimensiones de nuestras unidades de trabajo, a la distribución internacional del trabajo, al papel de las mujeres en la economía, a la naturaleza de trabajo y al divorcio entre productor y consumidor: alterará incluso un hecho aparentemente tan simple como el 'dónde' del trabajo" (p. 194).
Capítulo XVI. El hogar electrónico
Todos estos cambios modificarán los hogares. Al desaparecer la masificación, y como consecuencia de la nueva tecnología, se volverá a la industria en el hogar, que fue donde comenzó, y con ello, "todas las instituciones que conocemos, desde la familia hasta la escuela y la corporación, quedarían transformadas" (p. 195). "Todo un grupo de fuerzas sociales y económicas están convergiendo para cambiar el lugar del trabajo" (p. 196). "De hecho, una cantidad no medida pero apreciable de trabajo está siendo ya realizado en sus propias casas por personas tales como vendedores y vendedoras que trabajan por teléfono o mediante visitas y sólo ocasionalmente se pasan por la oficina; por arquitectos y diseñadores; por un floreciente grupo de consultores especializados de muchas industrias; por gran número de trabajadores de servicios humanos, como terapeutas o psicólogos; por profesores de música y de idioma; por traficantes en objetos de arte, consejeros de inversión, agentes de seguros, abogados e investigadores académicos; y por muchas otras categorías de empleados técnicos y profesionales" (p. 197).
"A medida que avanza la tercera ola a través de la sociedad, encontramos cada vez más compañías que, en palabras de un investigador, pueden ser descritas como nada más que 'personas apiñadas en torno a un computador'. Póngase al computador en las casas de las personas, y ya no necesitarán apiñarse. El trabajo administrativo de la tercera ola, como el trabajo fabril, no requerirá que el cien por cien de la fuerza del trabajo esté concentrada en el taller". Influirá en esto el elevado costo de los desplazamientos diarios a los lugares de trabajo. Este nuevo "hogar electrónico" tendrá beneficiosos resultados: ahorro de gasolina, de tiempo en desplazamientos, disminución de la contaminación ambiental, mayor estabilidad en la vida familiar, desarrollo del privatismo, una sociedad centrada en el hogar, con una mayor estabilidad en la comunidad.
De todas formas Toffler dice que "no podemos saber si el hogar electrónico se convertirá en la norma del futuro", pero al mismo tiempo predice que si hay al menos un desplazamiento en este sentido de un 10% o un 20% de la fuerza de trabajo, habrá una modificación inmensa en la vida de la sociedad, es decir, que se está "a punto de crear (...) junto con la tecnosfera y la infosfera de la tercera ola, una sociosfera de tercera ola" (pp. 206-207).
Capítulo XVII. Familias del futuro
En este capítulo, el autor da su visión de lo que debería ser la familia, para que funcione. Piensa que la familia tradicional —lo que él llama la familia de la segunda ola, o familia nuclear—, fue algo que esa ola "idealizó", hizo dominante y extendió por todo el mundo (cfr. p. 210). Pero la tercera ola requiere un nuevo tipo de familia.
Toffler admite la posibilidad de que, al lado de la llamada familia nuclear —típica, como se ha visto, de la segunda ola—, puedan darse, y de hecho sería muy beneficioso, muchos tipos de familias —familias múltiples, familias de cónyuges homosexuales, familias de "polipadres", poligamia simultánea, etc—. Será deseable una reestructuración de las familias según nuevos patrones: "qué formas concretas desaparecerán y cuáles otras proliferarán, dependerá menos de las admoniciones lanzadas desde el púlpito sobre la 'santidad de la familia' que de las decisiones que tomemos respecto a la tecnología y al trabajo" (p. 217). Todo esto supone cambios "desde la moralidad y los impuestos, hasta las prácticas de empleo. En el terreno de los valores necesitamos empezar a eliminar el injustificado sentimiento que acompaña a la ruptura y reestructuración de las familias. En vez de exacerbar ese injustificado sentimiento de culpabilidad, los medios de comunicación, la Iglesia, los tribunales y el sistema político deberían esforzarse en reducir el nivel de culpabilidad" (p. 224).
Capítulo XVIII. La crisis de identidad de la corporación
Toffler afirma que la corporación de la segunda ola ha quedado anticuada con los cambios profundos que se están dando (p. 243): hay ahora una completa reconceptualización del significado de la producción y de la corporación. Y esta transformación "forma parte de la transformación, más amplia, de la sociosfera considerada como un todo, y ésta, a su vez, encuentra un paralelismo en los dramáticos cambios operados en la tecnosfera y la infosfera" (p. 243). Las nuevas corporaciones tendrán que tener objetivos transeconómicos, entendiendo por ello objetivos que están orientados no necesariamente a la producción, sino más bien objetivos de contenido social, de bienestar, etc.: "en las nuevas condiciones, la corporación no puede ya funcionar como una máquina para maximizar alguna función económica, ya se trate de la producción o del beneficio. La definición misma de 'producción' está siendo drásticamente ampliada para incluir los efectos marginales además de los centrales, los efectos a largo plazo además de los efectos inmediatos, de la acción de las corporaciones. En otras palabras, toda corporación tiene más 'productos' (y se le hace ahora responsable de más), de los que jamás hubieron de tener en cuenta los directores de la segunda ola (...), productos, ambientales, sociales, informacionales, políticos y morales, no sólo productos económicos" (p. 238).
Capítulo XIX. Descifrando las nuevas reglas
Al "código" que impuso la segunda ola —principios o normas que regían el comportamiento cotidiano (p. 246)—, corresponde en la tercera ola un "contracódigo", o sea, nuevas reglas básicas para la nueva vida que se basa en una economía desmasificada, en medios de comunicación desmasificados, nuevas estructuras familiares y corporativas. Las luchas que a veces se originan entre jóvenes y viejos son, en el fondo, contrastes entre estos dos códigos. Las distintas empresas están adoptando horarios flexibles, acabando con el sistema 'de 9 a 5'. Se está extendiendo el trabajo de jornada parcial: en Estados Unidos hay hoy un trabajador de jornada reducida por cada cinco de jornada completa. Y esto está produciendo también cambios en el horario de los compradores. Se desmasifican los horarios: esto altera los horarios de la 'amistad': "nos estamos moviendo ahora de una puntualidad genérica a una puntualidad selectiva o situacional" (p. 254). (Llegar a tiempo no significa ahora lo que antes). "El resultado es menos presión para que se llegue 'a tiempo' y la difusión entre los jóvenes de actitudes más despreocupadas con relación al tiempo. La puntualidad, como la moralidad, se torna situacional" (p. 254).
La tercera ola ataca la uniformización, característica básica de la vida industrial. Al disminuir la producción en serie, se desmasifica el consumo, el mercado, el tráfico comercial: "los consumidores empiezan a realizar sus elecciones no sólo porque un producto cumple una específica función material o psicológica, sino también por la forma en que se adecúa a la configuración, más amplia, de los productos y servicios que ellos exigen. Estas configuraciones acusadamente individualizadas son transitorias, como lo son los estilos de vida que contribuyen a definir. El consumo, como la producción, se torna configuracional. La producción postuniformizada trae consigo el consumo postuniformizado" (p. 255). Los precios, la política, la mentalidad de las masas se desuniformizan: asistimos al "surgimiento de una 'mente postuniformizada' y de un 'público postuniformizado'" (p. 256). Esto, sin embargo, no está sucediendo sin lucha, pues hay mentalidades que siguen aferradas al mundo de la segunda ola: "no es extraño que los padres —esencialmente ligados todavía al código de la Era Industrial— se encuentren en conflicto con, los hijos que, conscientes de la irrelevancia de las viejas reglas, se hallan inseguros, si no completamente ignorantes, de las nuevas" (p. 264).
Capítulo XX. El resurgimiento del prosumidor
"Durante la primera ola, la mayoría de las personas consumían lo que ellas mismas producían. No eran ni productores ni consumidores en el sentido habitual. Eran, en su lugar, lo que podría denominarse 'prosumidores'. Fue la revolución industrial lo que, al introducir una cuña en la sociedad, separó estas dos funciones, y dio lugar al nacimiento de lo que ahora llamamos productores y consumidores. Esta escisión condujo a la rápida extensión del mercado o red de intercambio (...), ese dédalo de canales a cuyo través las mercancías o servicios producidos por usted llegan hasta mí, y viceversa" (p. 266). Ahora "vemos un progresivo difuminarse de la línea que separa al productor del consumidor. Vemos la creciente importancia del prosumidor. Y, más allá de eso, vemos aproximarse un impresionante cambio que transformará incluso la función del mercado mismo en nuestras vidas y en el sistema mundial: millones están empezando a efectuar por sí mismas servicios que otrora realizaban personas cualificadas: están "prosumiendo" (p. 267).
El autor produce estadísticas que muestran cambios interesantes: en Estados Unidos hace 10 años se vendía un 30% de herramientas a aficionados, mientras el 70% se vendían a carpinteros y otros profesionales; hoy, como consecuencia de la filosofía del "hágalo usted mismo", la proporción es exactamente la inversa. Y es que el precio de muchos servicios se está disparando, y a medida que estos precios aumentan "podemos esperar que la gente vaya haciendo por sí misma cada vez más trabajos" (p. 272). "Al final —dice Toffler— el consumidor, no simplemente suministrando las especificaciones, sino también oprimiendo el botón que pone en marcha todo este proceso, se convertirá en parte tan importante del proceso de producción como lo era el obrero de la cadena de montaje en el mundo que ahora agoniza" (p. 273). El estilo de vida del prosumidor será, en consecuencia, distinto. Y aunque aún es muy pronto para predecir estos cambios, Toffler piensa que ellos transformarán nuestros valores y nuestro sistema económico (cfr. p. 278).
Capítulo XXI. El torbellino mental
Toffler testimonia en este capítulo la situación de caos y desconcierto mental en que están cayendo muchas personas ante los cambios de la tercera ola. En efecto, está apareciendo una nueva cultura que contiene una nueva imagen de la Naturaleza, en la que "nuestro propio planeta parece mucho más pequeño y más vulnerable" (p. 289). Una nueva imagen de la evolución: "los pensadores de la segunda ola concebían la especie humana como la culminación de un largo proceso evolutivo; los pensadores de la tercera ola deben ahora enfrentarse con el hecho de que estamos apunto de convertirnos en diseñadores de la evolución" (p. 291): el concepto de evolución está en trance de ser reconceptualizado. Una nueva imagen del progreso: se abandona el ingenuo optimismo sobre el mito del progreso, típico de la segunda ola: "es improbable que la cultura retorne jamás al ingenuo y unilineal progresivismo (...) que caracterizó e inspiró a la Era de la segunda ola" (p. 293).
Estas nuevas imágenes están acabando con las presunciones actuales sobre el tiempo, el espacio, la materia y la causalidad. Ahora el tiempo, después de Einstein, no es absoluto —base ésta de la física y de la indusrealidad clásicas (cfr. pp. 293-295) sino relativo. Toffler señala en esas páginas algunas de las hipótesis de los físicos sobre distintos fenómenos relacionados con esta nueva imagen del tiempo. También se está alterando la imagen del espacio. Para sustentar esta idea, el autor cita varias revistas americanas (p. 296) que hablan de cómo hay ahora una tendencia a redistribuir y desconcentrar la población, y esto, según él, "alterará con el tiempo nuestras presunciones y expectativas sobre el espacio personal, así como sobre el social, sobre distancias aceptables para los desplazamientos cotidianos, sobre la densidad de viviendas y otras muchas cosas" (id.).
Otra nueva imagen es la que surge de ver al mundo como una totalidad, de la que el hombre es sólo una parte muy pequeña. La esencia de esta imagen la resume Ervin Laszlo: "Somos parte de un sistema interconectado de la Naturaleza, y,a menos de que informados 'generalistas' asuman el empeño de elaborar teorías sistemáticas de las pautas de interconexión, nuestros proyectos de corto alcance y nuestra limitada capacidad de control pueden conducirnos a nuestra propia destrucción'" (p. 300).
Otra concepción nueva de la tercera ola es la de causalidad, que ya no es, como en la segunda ola, algo predecible, "mecanicista". El mundo de la tercera ola es un mundo más extraño, "un sistema mucho más flexible", abierto, en el que no hay "bolas de billar entrechocando predecible y continuamente una contra otra en la mesa de billar cósmica (...). Siempre existe la posibilidad de que alguna inestabilidad conduzca a algún nuevo mecanismo" (pp. 303-305). "Hoy, en la física subatómica, por ejemplo, está generalizada la opinión de que el azar es lo que domina en el cambio" (p. 305). Aquí Toffler se apoya en Jacques Monod (Biología), Walter Buckley (Sociología), y Maruyama (Epistemología y Cibernética).
Capítulo XXII. El fraccionamiento de la nación
"Una serie de fuerzas tratan de transferir el poder político hacia abajo, desde la nación-Estado a regiones y grupos subnacionales. Las otras tratan de desplazar el poder hacia arriba, desde la nación a agencias y organizaciones transnacionales. Juntas, están conduciendo hacia un fraccionamiento de las naciones de alta tecnología en unidades más pequeñas y menos poderosas, como se ve al instante si se pasea la vista por el mundo" (p. 307)[2]. La tercera ola, dice Toffler, ejerce enormes presiones sobre la nación-Estado (p. 313).
Una fuerza que influye poderosamente en este fraccionamiento es, según el autor, la corporación multinacional: "de hecho, las transnacionales se han hecho tan grandes, que han asumido algunas de las características de la propia nación-Estado, incluyendo su propio cuerpo de cuasidiplomáticos y sus propios y sumamente eficaces servicios de espionaje" (p. 316). "A veces cooperando con su nación 'natal', a veces explotándola, a veces ejecutando su política, a veces utilizándola para ejecutar la suya propia, las CTN no son ni completamente buenas ni completamente malas. Pero, con su capacidad para desplazar instantáneamente miles de millones de dólares a través de las fronteras nacionales, con su poder para desplegar tecnología y actuar con relativa rapidez, han desbordado y rebasado con frecuencia a los gobiernos nacionales" (p. 317). Este empequeñecimiento de la nación-Estado refleja la aparición de una economía global nueva, propia de la tercera ola (cfr. p. 319), economía global dominada por las grandes CTN. La nación-Estado se ve limitada en su libertad y en su poder, que se ha desplazado hacia las CTN. Pero, para Toffler, "lo que parece estar emergiendo no es un futuro dominado por la corporación ni un gobierno global, sino un sistema mucho más complejo, similar a la organización en matrices que hemos visto surgir en ciertas industrias avanzadas. Más que una o unas cuantas burocracias globales piramidales, estamos tejiendo redes o matrices que enlazan diferentes clases de organizaciones con intereses comunes" (p. 321). "En otras palabras: caminamos hacia un sistema mundial compuesto de unidades densamente interrelacionadas como las neuronas de un cerebro, en lugar de organizadas como los departamentos de una burocracia" (p. 322).
Capítulo XXIII. Gandhi con satélites
En este capítulo se analiza el "realineamiento de poder para acomodarse a la nueva civilización" (p. 323); las crisis en los diversos países se han dado porque han concebido la industrialización clásica como el único camino hacia el progreso. La tercera ola, en cambio, aceptando elementos de la ola, ofrece una nueva estrategia tecnológica para la guerra contra la pobreza: "Cabe empezar a imaginar una estrategia de transformación basada en el desarrollo de industrias rurales, centradas en la aldea y de pequeño capital, y ciertas tecnologías seleccionadas, con una economía seccionada en zonas para proteger o promover a las dos" (p. 338). Estamos yendo, según los analistas, hacia una nueva síntesis: "Gandhi, en suma, con satélites" (p. 338).
Capítulo XXIV. Coda: la gran confluencia
Antes de llegar a la última parte de la obra, Toffler hace en este capítulo un resumen de lo dicho en páginas anteriores, poniendo énfasis en que lo que ha venido propiciando la civilización de la tercera ola no es una utopía. Tampoco una "antiutopía" (la que proponían George Orwell y Aldous Huxley en 1984 y Un Mundo Feliz, respectivamente).
El autor divisa "la aparición de lo que podría denominarse una 'practopía', ni el mejor ni el peor de todos los mundos posibles, sino un mundo que es práctico y, a la vez, preferible al que teníamos". A diferencia de las utopías, la practopía no es estática ni se halla petrificada en una irreal perfección: "una practopía no está libre de enfermedades, sordidez política y malos modales" (p. 351). "Una practopía ofrece una alternativa positiva, incluso revolucionaria, pero se encuentra dentro de lo que es realísticamente posible de alcanzar" (id). Pero esto implica una remodelación personal y de las instituciones (Cfr. p. 354).
Capítulo XXV. La nueva psicosfera
Se ve que por todo el mundo hay algo que no funciona: hay tensiones, violencia, drogas, etc. Hay búsqueda de paz y estabilidad. Florecen los "buhoneros religiosos" que ofrecen solución a la paranoia y a la desintegración psíquica generalizadas. Uno de estos males que hay en el ambiente es la plaga de la soledad. La tercera ola deberá restaurar la comunidad (cfr. p. 361), y uno de los instrumentos con que cuenta para ello son las comunicaciones.
Otra de las causas de la crisis actual es la pérdida de estructura y la falta de significado. Esto explica —según Toffler— la proliferación de sectas, cultos, etc. (p. 368): los cultos ofrecen la estructura, exigiendo y creando la tan ansiada disciplina. La tercera ola tendrá que ofrecer solución a esta necesidad, una solución cuerda y democrática, no la que ofrecen estos cultos, en veces totalmente irracionales y despersonalizadores. Toffler concluye este capítulo diciendo: "está haciendo su aparición una nueva psicosfera, que alterará fundamentalmente nuestro carácter" (p. 370).
Capítulo XXVI. La personalidad del futuro
Con el capítulo XXV —el anterior—, Toffler empieza la cuarta y última parte de su libro, la que él llama Conclusión. En este ofrece los rasgos de lo que tendrá que ser el hombre nuevo, creado por la tercera ola. O más bien, de lo que tendrá que ser el carácter social nuevo: aquellas características que más probablemente habrán de ser estimadas por la civilización del mañana. En primer lugar, la educación cambiará: "Habrá más aprendizaje fuera de la escuela que dentro de ella. Pese a las presiones de los sindicatos, los años de enseñanza obligatoria se irán reduciendo en vez de aumentar. En lugar de practicarse una rígida separación por edades, se entremezclarán jóvenes y viejos. La educación se entretejerá e interpenetrará más con el trabajo, y se dispersará más a lo largo de la vida. Y el trabajo mismo —ya se trate de producción para el mercado o de prosumo para el propio hogar— comenzará probablemente a edad más temprana que en la última o dos últimas generaciones. Por estas razones, la civilización de la tercera ola puede muy bien favorecer rasgos completamente diferentes entre los jóvenes (...), menos reactividad hacia los iguales, menos orientación hacia el consumo y menos hedonismo" (p. 374-375). También la empresa de la tercera ola necesitará más personas "menos preprogramadas" y más capaces de iniciativa propia.
En segundo lugar, una nueva ética aparece en la tercera ola,la ética del prosumidor, que vuelve a hacer respetable el trabajo manual, después de 300 años de menosprecio (p. 378). Los medios de comunicación están moldeando esa nueva personalidad: la desmasificación actual de esos medios ofrece diversos estilos de vida y de modelos con los que compararse. Además, presentan fragmentos y destellos de comportamiento, para que haya un "yo configurador" que se encargue de completarlos a su gusto: eso explica la desesperada búsqueda de identidad de tantas personas. Así, los medios de comunicación actuales "nos convierten en productores —o, mejor dicho, en prosumidores— de nuestro propio conjunto de imágenes" (p. 380). Esta revolución de las comunicaciones nos da a cada uno una imagen más compleja de nosotros mismos, nos diferencia más: "acelera el proceso mismo por el que 'probamos' diferentes imágenes del yo y, de hecho, aceleran nuestro movimiento a través de imágenes sucesivas. Nos hace posible proyectar electrónicamente nuestra imagen al mundo. Y nadie sabe con exactitud cuál será el efecto de todo esto en nuestras personalidades. Pues en ninguna civilización hemos tenido jamás herramientas tan poderosas. Poseemos cada vez más la tecnología de la conciencia" (pp. 380-381).
Capítulo XXVII. El mausoleo político
La invención de nuevas herramientas políticas viene exigida por la tercera ola. Las instituciones políticas de la segunda están funcionando mal: hay en todas partes un vacío de poder; y se nota en todos los sitios la creciente demanda de una "autoridad más fuerte". Este clamor —según el autor— se basa en tres concepciones erróneas. La primera, es el mito de la eficiencia autoritaria. La segunda falacia es la de suponer que un estilo de gobierno que resultó en el pasado, haya de resultar también en el futuro. La jefatura que requiere la tercera ola no es del mismo tipo de las jefaturas del pasado. Y, por último, la tercera falacia es la de que se necesita de "algún mesías político para salvarnos del desastre" (p. 394). Y es que la crisis que nos atenaza no es sino la crisis terminal del Gobierno representativo (cfr. p. 394).
Una razón por la cual las actuales estructuras políticas están anticuadas es que el entramado de las naciones es hoy más interdependiente que antes. Además, "si hay una cosa que hubiéramos debido aprender en las últimas décadas, es que todos los problemas sociales y políticos estén entretejidos, que la energía, por ejemplo, afecta a la economía, la cual, a su vez, afecta a la salud, la que a su vez, afecta a la educación, el trabajo, la vida familiar y otras mil cosas. El intento de tratar por separado problemas nítidamente definidos, aisladamente unos de otros —fruto de la mentalidad industrial—, no hace sino crear confusión y desastre. Sin embargo, la estructura organizativa del Gobierno refleja con exactitud este enfoque de la realidad propia de la segunda ola" (p. 396). Por otro lado otra razón que aporta el autor, es la aceleración en las comunicaciones, que hace que las decisiones se tengan que tomar muy rápidamente; y otro fenómeno que incide en esta obsolescencia, es lo que Toffler llama "el colapso del consenso", que se da como consecuencia de la desmasificación de la vida política: ya no hay mayorías políticas. Por todo esto, hay que inventar nuevas instituciones políticas.
Capítulo XXVIII. Democracia del siglo XXI
"Como la generación de los revolucionarios puros, nosotros tenemos un destino que crear" (p. 430). Para esto es necesario alterar las estructuras, y lo primero es saber que en el Gobierno de la tercera ola la minoría es lo que cuenta. "Necesitamos nuevos procedimientos diseñados para una democracia de minorías, métodos cuya finalidad es revelar diferencias, más que encubrirlas" con mayorías disfrazadas, forzadas o ficticias, basadas en la "votación excluyente, la sofística cuadriculación de los problemas, o manipulados procedimientos electorales. Necesitamos, en suma, modernizar todo el sistema para fortalecer el papel de las diversas minorías, permitiéndolas, no obstante, formar mayorías" (p. 411). Para esto, habrá que prescindir de las anticuadas estructuras de partido, diseñadas para la segunda ola, e "inventar partidos modulares temporales (...) partidos de quita-pon del futuro" (p. 412); "puede que necesitemos nombrar 'diplomáticos' o 'embajadores' cuya misión sea mediar no ya entre países, sino entre minorías de cada país. Puede que necesitemos crear instituciones cuasi-políticas para ayudar a las minorías —sean profesionales, sexuales, regionales, recreativas o religiosas— a formar y romper alianzas con mayor facilidad y rapidez" (id.).
Toffler ve que la política tenderá, por tanto, a ser más bien minimayoritaria, es decir, "una fusión del gobierno de la mayoría con el poder de la minoría" (p. 415). Después el autor habla de lo que él llama "la segunda piedra angular de los sistemas políticos del mañana": el principio de "democracia semidirecta". Un cambio de "depender de los representantes a representarnos a nosotros mismos" (p. 415). Todo esto implica "masivas batallas por el control de los presupuestos, los impuestos, la tierra, la energía y otros recursos" (p. 422); y, también, se tendrán que expandir las élites que toman decisiones (p. 423/424). Este punto es el tercero de los básicos para los nuevos sistemas políticos: la nueva democracia se tiene que basar, cuanto antes, en el poder de las minorías, en la democracia semidirecta y en el reparto decisional (cfr. p. 429).
APÉNDICE: Resumen complementario del capítulo II (La arquitectura de la civilización).
En este capítulo, Toffler analiza el cambio que produjo la aparición de la segunda ola. Mantiene que hubo un entrechocar de la primera ola y la segunda: se dio una guerra entre los defensores del pasado agrícola y los defensores del futuro industrial. La guerra civil norteamericana no fue una guerra por o contra la esclavitud: se trató de una guerra en la cual se definió si el gobierno lo detentarían los granjeros o los industrializadores, ganando estos últimos (1861). Lo mismo ocurrió con el Japón (1868), y la revolución rusa en 1917 fue la versión rusa de la guerra civil americana: no fue por el comunisnmo sino por la industrialización. Toffler subraya ciertos puntos:
1. Las sociedades de la segunda ola obtienen energía del carbón, gas, petróleo, combustibles todos irremplazables.
2. La tecnología avanzó: nuevas máquinas, trabajo en cadena, grandes fábricas.
3. Hay nuevos sistemas de distribución: masivos (cfr. p. 35 parr. 4).
4. Aparece una nueva organización social:
a) La educación se encomienda a las escuelas.
b) El cuidado de los niños y ancianos a casas de beneficencia.
c) Surge la familia nuclear (cfr. p. 36, parr. 3).
d) Nace la "educación general", modelada a imagen de la fábrica, con un "programa encubierto", que consistió en crear una mentalidad para que hombres y mujeres estuvieran "preparados para trabajar como esclavos en máquinas o en oficinas, realizando operaciones brutalmente repetitivas" (p. 36).
e) Nacen las corporaciones.
f) hasta las orquestas son fábricas de música camufladas.
5. Se crea una red de informaciones adecuada a esta ola: su "infosfera" especial: comunicación de masas modeladas por la fábrica, que transmiten "hechos" estandarizados.
VALORACIÓN LITERARIA
1. La obra está escrita en un lenguaje claro, fácil y sencillo, aunque, por la naturaleza de los temas, introduce neologismos, como prosumidor (ni productor ni consumidor, sino ambas cosas a la vez), practopía (concepto opuesto a utopía), cultura destellar (de destellos), infosfera, indusrealidad, etc.
2. El libro tiene una extensa bibliografía: 534 obras catalogadas por autores en diversos apartados por materias, con un índice analítico de materias y un índice general al final del libro.
3. Resulta una obra repetitiva, por el método de análisis que escoge: pasar por cada una de las tres olas progresivamente, reiterando afirmaciones y comparaciones. Da la impresión de que el autor podría haber expresado sus tesis en unas cien páginas, en vez de las densas 431 del texto que tiene la obra total.
4. La mentalidad del autor es norteamericana-pragmática, y está escrita para ser leída por personas de las mismas características; sin embargo, intenta darle alcance universal incluyendo hechos y datos de países distintos a USA, pero en la lectura se tiene la impresión de que esos datos se han reunido con ese fin, "engordando" artificialmente la obra.
VALORACIÓN DOCTRINAL
La tesis sobre la que se basa el libro es la hipótesis de las tres olas: "La gran metáfora de esta obra (...) es la de las olas de cambio que chocan entre sí" (p. 13). "La especie humana ha experimentado hasta ahora dos grandes olas de cambio, cada una de las cuales ha sepultado culturas o civilizaciones anteriores y las ha sustituido por formas de vida inconcebibles hasta entonces. La primera ola de cambio —la revolución agrícola— tardó miles de años en desplegarse. La segunda ola —el nacimiento de la civilización industrial— necesitó sólo trescientos años. La Historia avanza ahora con mayor aceleración aún, y es posible que la tercera ola inunde la Historia y se complete en unas pocas décadas" (p. 18).
Para llegar a esta metáfora, que reconoce que no es original suya (cfr. p. 13), tiene que recurrir a unas simplificaciones muy cuestionables desde el punto de vista histórico. Así parece admitirlo Toffler en la p. 12: "Al intentar una síntesis tan amplia, se ha hecho preciso simplificar, generalizar y comprimir". Y esto hace que se caiga en la superficialidad.
Filosóficamente, hay objeciones que hacer a la obra. No parece, por ejemplo, que el autor discierna bien lo que es la causalidad, reduciéndola a la mera causalidad física (cfr. p. 120); sus ideas sobre causalidad y azar —quizá heredadas de Jacques Monod— son bastante nebulosas (cfr. pp. 301-306). Rechaza que exista una naturaleza humana: "aunque se creyera en una inmutable naturaleza humana, generalizada opinión que yo no comparto" (p. 372). Sin embargo, rechaza el darwinismo clásico y el neo-darwinismo (cfr. pp. 290-291), negando que la evolución sea un hecho científico demostrado (aporta unos conceptos de científicos modernos que niegan la evolución darwinista, que resultan interesantes y útiles). Ataca también la utopía del progreso indefinido postulado, para él, por la segunda ola, y que corresponde —como dirá una vez al final de la obra— a la mentalidad calvinista[3].
Ahora bien, estos ataques son ataques desenfocados, desde una óptica pragmática y materialista. Toffler ataca por igual a los capitalistas de los tres últimos siglos y a los marxistas, por ver en ellos sistemas que favorecen igualmente la "adquisividad agresiva, la corrupción comercial y la reducción de las relaciones humanas a términos fríamente económicos" (p. 49). Para él, lo malo de las sociedades de la segunda ola (capitalistas y marxistas) está en el divorcio operado entre producción y consumo. El autor no se da cuenta de que el mal del sistema capitalista y el del sistema marxista, reside en lo que las Encíclicas papales vienen enseñando desde hace tiempo: en que son sistemas materialistas, que alienan al hombre, impidiéndole trascender. Su análisis, que es materialista (cfr. pp. 178-180), no está muy lejos del análisis marxista de la historia —Toffler confiesa que fue marxista en un tiempo—; en efecto, para él, la base de las tres olas es la economía, y es el motor que impulsa la historia. Esta base implica una determinada tecnología (agrícola, la de primera ola; industrial, la de la segunda; del computador, la de la tercera), que, así mismo, se basa en un fundamento energético. De modo que la familia, la sociedad, los conceptos religiosos, la moral, etc. dependen en su evolución de esta base (cfr. pp. 138, 217, 257, 269, 332). Las ideas no tienen peso en esta evolución, sino que más bien son el resultado de ella.
Por todo ello, no duda en afirmar que se debe renunciar a ciertos conceptos morales como algo de un pasado nostálgico (identifica moral con costumbres sociales, cfr. p. 169 y passim), y que se debe estar abiertos a ideas nuevas sobre la estructura de la familia (cfr. p. 204 y p. 224, parr. 4), reconociendo que al lado de la tradicional familia nuclear de la segunda ola (familia de padres e hijos unidos a ellos), podrá haber muchos tipos de familias distintas perfectamente aceptables en la tercera ola (familias múltiples, familias de cónyuges del mismo sexo, familias de "polipadres", poligamia simultánea, etc.). Presenta así mismo posibilidades amorales de desarrollos en la tercera ola (cfr. p. 152), y pide que se elimine el "injustificado sentimiento de culpabilidad que acompaña a la ruptura y reestructuración de las familias" (p. 224; cfr. pp. 210-212, 216-217, 223).
Como objeciones menores, casi de pasada, habría que apuntar que el autor, las pocas veces que menciona a la Iglesia —realmente no se sabe a qué Iglesia se refiere—, la equipara a las empresas, clubes, organizaciones sociales, etc. También hay que anotar que las ideas que presenta sobre la física —tiempo, espacio, etc.— de la tercera ola, suenan superficiales.
El libro, en la intención del autor, es una llamada al optimismo frente a la aparición de la tercera ola. Se trata de recibirla sin miedos ni encogimientos, adaptándose a lo que venga, aunque implique hacer grandes sacrificios y tirar por la borda creencias, convicciones y modos de vida que serán incompatibles con ella. No ve caos, sino multiplicidad en el mundo que se avecina, con tal de que los hombres no queramos quedarnos anclados en el mundo de la segunda ola.
N.G.L. (1992)
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[1] En este fragmento —que ocupa los tres últimos párrafos de la p. 18 y el primero de la p. 19— describe Toffler todo lo que seguirá: el resto del libro no es sino un desarrollo de estos párrafos.
[2] Resulta interesante leer en la p. 310 una predicción del historiador soviético disidente Andrei Amalrik —en un libro de 1980—, sobre la disgregación de la Unión Soviética.
[3] Véanse sus ataques a la civilización industrial —p. 125 y passim—, sobre todo en la segunda parte, donde trata de la segunda ola; al darwinismo —pp. cit y p. 108, donde trae una cita horrible de Darwin en el parr. 3—; y a los filósofos que llama del "optimismo cósmico", como Leibniz, Condorcet, Turgot, Kant, Lessing, Stuart Mill, Hegel, Marx y Darwin.