TAFURI, Manfredo

Progetto e utopia. Architettura e sviluppo capitalistico

Laterza, Bari 1973

INTRODUCCIÓN

El Autor reelabora y amplía en este libro el ensayo publicado por primera vez en el número 1/1969 de Contropiano con el título Per una critica dell'ideologia architettonica. En el prólogo, y en la misma reelaboración del escrito, se responde a la crítica aparecida con motivo de la publicación de aquel artículo, crítica que no supo ver el análisis del Autor en el contexto en que se publicaba, es decir, una investigación interdisciplinar dirigida a confrontar política y teóricamente las tendencias propugnadas por el desarrollo capitalista con la estrategia y tradición ideológica del marxismo.

Pues lo que interesa aquí —explica el Autor en ese mismo prólogo— es precisar qué objetivos ha arrebatado a la arquitectura el desarrollo capitalista; o lo que es lo mismo qué ha arrebatado a la prefiguración ideológica. Lo que ha llevado a descubrir, casi automáticamente lo que pudo   también parecer el "drama" de la arquitectura hoy: verse obligada a volverse   "pura arquitectura", instancia de forma privada de utopía, en los mejores   casos, sublime inutilidad. Pero a los mistificados intentos de revestir la   arquitectura con paños ideológicos, preferimos siempre la sinceridad de   quien tiene el coraje de hablar de aquella silenciosa e inactual "pureza".   También si ella esconde aún un hálito ideológico, patético por su   anacronismo (p. 3).

Las variaciones de más entidad, respecto a la versión original en   Contropiano, son las siguientes: los capítulos 3 y 7 (pp. 49-72 y 139-157)   nuevos en su totalidad, la reestructuración del cap. 6 (que incluye el   antiguo capítulo 5 y parte del 6, con una breve ampliación: pp. 130-135) y   una nueva estructura del último capítulo, basado sobre el resto del antiguo   6, al que se cambia el título y en el que se incluyen algunas páginas   nuevas, 160-166.

CONTENIDO

La finalidad del ensayo queda expresada por el Autor en las primeras líneas   de su escrito: afrontar el tema de la ideología arquitectónica (...)   significa poner en claro de qué manera las aparentemente más funcionales   propuestas de reorganización de un sector del desarrollo capitalista se han   visto obligadas a padecer las más humillantes frustraciones; tanto que, aún   hoy, siguen presentándose como valor objetivo sin connotación alguna de   clase o, mejor aún, como "alternativa", como campo de enfrentamiento directo   entre capital e intelectuales (p. 6). Esas frustraciones son debidas al   mismo objetivo, confesado o no, del arte burgués: alejar la angustia,   conteniendo y otorgándose sus causas (p. 5); de modo que, desde la   perspectiva del Autor, no existe una verdadera intención de resolver lo que   está en el origen de esa angustia, la estructura económica del capital.

Tampoco está libre de culpa la cultura de inspiración marxista que, según   expone este ensayo, ha negado u ocultado culpablemente, con extremo cuidado   y con una obstinación digna de mejor causa, esta simple verdad: que del   mismo modo que no puede existir una Economía Política de clase, sino sólo   una crítica de clase a la Economía política, no puede tampoco fundarse una   estética, un arte, una arquitectura de clase, sino sólo una crítica de clase   a la estética, al arte, a la arquitectura, a la ciudad (p. 168).

En el trayecto del movimiento moderno como instrumento ideológico del   capital el Autor descubre tres fases:

        a) una primera, que ve la formación de la ideología urbana como   superación de las mitologías tardorrománticas.

        b) una segunda, que ve desarrollarse el papel de las vanguardias   históricas como proyectos ideológicos y como determinación de "necesidades   insatisfechas"; objetivos propuestos que la pintura, la poesía, la música o   la escultura no pueden realizar más que a un nivel puramente ideal, y que,   como tales, son reservados a la arquitectura y al urbanismo: las únicas con   posibilidad de darles su concreción.

        c) una tercera, en la que la ideología arquitectónica se transforma   en ideología del Plan: fase superada y puesta en crisis a su vez, después de   la crisis económica del 29 y la subsiguiente elaboración de las teorías   anticíclicas y la reorganización internacional del capital, cuando la   función ideológica de la arquitectura parece ya superada o limitada a   desarrollar papeles de retaguardia y sostén marginal (p. 48).

En esos párrafos se incluye una buena síntesis de todo el ensayo que se   desarrolla a lo largo de los siguientes capítulos:

1. La desventura de la razón: naturalismo y ciudad en el Siglo de las   Luces. Laugier reduce la ciudad a un fenómeno natural, extendiendo a su   diseño las propuestas de lo "pintoresco", para el Autor se trata de una   sublimación de las teorías fisiocráticas, desvinculando a la ciudad de toda   consideración estructural y negando toda dicotomía entre ciudad y campo.

Se destruyen los esquemas de diseño de la ciudad barroca; por una parte la   exaltación de lo antieuropeo lleva a una autopsia de la arquitectura que   deja de crear objetos y se limita a organizar materiales preexistentes;   además se renuncia al papel simbólico de la arquitectura y se centra en su   valoración científica: 1) como instrumento de equilibrio social a través de   la tipología tal como es afrontada por Durand y Debut; ó 2) buscando una   arquitectura parlante una vez transformada en una ciencia de las sensaciones   (Ledoux, Le Camus de Mezières), y por tanto sin simbolismos convencionales.

Piranesi por su parte presenta la lucha entre arquitectura y ciudad, el   Orden y lo Informe; Milizia preconiza el mismo fragmentarismo en una   ecléctica teorización: orden en los detalles, confusión en el conjunto. En   cualquier caso una aspiración distante del precepto tardo-barroco: unidad en   la variedad.

En cuanto al crecimiento o renovación urbana se abren tres vías; dos de   ellas bien presentes en los trabajos para la construcción en Milán del foro   de Bonaparte: es la dialéctica inmanente a todo desarrollo del arte   moderno, que parece enfrentar a los que intentan bucear hasta las mismas   raíces de la realidad para conocer y asumir sus valores y miserias, y a los   que pretenden colocarse más allá de la realidad, para edificar ex   novo nuevas realidades, nuevos valores, nuevos símbolos públicos (p. 25).   La primera posición es la asumida por la Comisión de 1803 que desea, a   través de una intervención urbana en choque con las preexistencias,   clarificar y valorar la estructura previa, poniendo de manifiesto su origen   feudal, sus mitos y errores. La propuesta de Antolini opta, sin embargo, por   la segunda postura; por ello desea introducir en la ciudad, en la trama de   sus valores contradictorios, un espacio urbano singular, capaz de irradiar   efectos inducidos que rechacen cualquier contaminación (ibid.).

La tercera vía es representada por L'Enfant en Washington, se trata de   proporcionar un soporte funcional que deje libertad de experimentación a la   arquitectura que queda así escindida del urbanismo.

2. La forma como utopía regresiva. A lo largo de la revolución industrial   la ciudad es considerada como ámbito de la producción tecnológica, y como un   producto tecnológico en sí misma; de este modo la arquitectura, en su   concepción tradicional como una estructura estable que da forma a los   valores permanentes y consolida una forma urbana, desaparece. Ese es el   ámbito en que se descubre la ambigüedad ochocentista (...) contenida por   completo en la exhibición desenfrenada de la falsa conciencia, que intenta   un último rescate ético exhibiendo su propia inautenticidad (p. 43).

En el siglo XIX se formulan también las propuestas de los socialistas   utópicos (Fourier, Owen, Cabet). El Autor no llega a presentarlas, se limita   a extraer las conclusiones que sobre ellas formula la crítica marxista (p.   45): ante todo sitúa el problema en el ámbito rigurosamente estructural   (es decir de la estructura económica), y así pone en evidencia la   autocondena del socialismo utópico (que pretende, podemos añadir, soluciones   urbanísticas, es decir: superestructurales); además deja de manifiesto la   imposibilidad de una incidencia 'tout court' de la acción subjetiva sobre   el curso del destino social (pp. 46-47).

3. Ideología y utopía. El contenido de este nuevo capítulo, introducido   por el Autor para la publicación que reseñamos, parece una respuesta a las   críticas que recibió su primera versión. El pensamiento alemán a finales de   siglo toma conciencia de que la ideología consolida la realidad tal como es,   para la "autocrítica" de Weber, Scheler, Pareto, Mannhein: en los inicios   del siglo XX, el desenmascaramiento de los ídolos que ocultan el fracaso de   una racionalización global del universo productivo y de su dominio social es   identificado como el nuevo cometido histórico del intelectual (p. 49). La   utopía pasa a ser sustituida por el proyecto, la asunción por parte de la   ciencia del control político lleva al rechazo de los valores.

De un modo similar el Dada y el futurismo proceden a una desacralización de   los valores como único valor (p. 55), no han de entenderse por tanto estos   movimientos como herméticos reconocimientos de irracionalidad sino como una   racionalidad capaz de confrontarse con lo negativo, para convertirse en el   estímulo de las ilimitadas potencialidades de desarrollo (p. 55).

El Autor descubre en las formulaciones económicas de Keynes un camino   similar al seguido tanto por la sociología alemana como por la vanguardia   artística. Lo que Keynes y después Schumpeter reconducen en el ámbito de un   plan económico que presupone la acción articulada del capital en su   conjunto, lo que la ideología de la vanguardia introduce como propuestas de   comportamiento social es decisivamente la transformación de la ideología   tradicional en utopía, como transfiguración de un abstracto momento final   del desarrollo, coincidente con una racionalización global, con una completa   realización de la dialéctica (p. 59).

En esta situación se produce una fragmentación en la toma de postura, tanto   en la vanguardia artística como en el trabajo intelectual: trabajo autónomo,   o pura ideología. La mediación es intentada por Benjamin, el constructivismo   ruso, la misma gestión socialdemócrata de algunas ciudades alemanas, incluso   por parte del capital hay una llamada para que la contribución de los   intelectuales se sitúe como clara y explícita "atribución" de sentido en el   ciclo productivo (p. 64).

La ideología se hace utopía-capitalista-industrial (p. 67) y entre   autonomía absoluta y servicio de clase se sitúa en el filo de la navaja y   llega a una mediación de compromiso: anular la angustia y para ello anular   al sujeto humano en el sujeto del desarrollo (p. 72), el fracaso de la   razón es ahora recibido como el cometido histórico de la misma razón (pp.   70-72).

4. Dialéctica de la vanguardia. Siguiendo el análisis de la estética   moderna ya hecho clásico desde Benjamin (con su aceptación y enriquecimiento   de la modernidad tal como fue planteada por Baudelaire y Simmel), el Autor   presenta como ideales de la vanguardia artística los siguientes: 1)   eliminar de la experiencia del shock cualquier automatismo, y fundar sobre   esta experiencia códigos visuales y de acción que puedan ser empleados   conscientemente; 2) reducir a puro objeto la estructura de la experiencia   artística, se obtendrá así una metáfora de la mercancía, y se eliminará el   aura artística; 3) unificar al público en una ideología interclasista y,   por esta razón, antiburguesa (p. 78).

De este modo el arte aparece como un modelo de acción; desde esta   perspectiva pueden entenderse las dos vías que conducen a la muerte del   arte: De Stijl y el Dada. De Stijl —como por otra parte el Futurismo ruso y   el contemporáneo constructivismo— opone al caos, a lo empírico, a lo   cotidiano, el principio de la Forma (p. 87). Dada, en cambio, profundiza   en el Caos, representándolo, confirma su realidad; ironizando sobre él,   denuncia su inadecuación (p. 87-88). En ambos casos el Caos y el Orden   aparecen en las vanguardias como valores: el Caos presente en la ciudad es   un dato, y el Orden un objetivo, así la Forma se busca en el Caos, presente   en la ciudad, y la arquitectura entra en liza.

El Bauhaus, cámara de decantación de las vanguardias, cumple su papel   histórico: seleccionar todas las aportaciones de las propias vanguardias,   poniéndolas a prueba ante las exigencias de la realidad productiva (p. 90).   Así se llega a la valoración del design más como método de organización de   la producción que cómo método de configuración de objetos.

Pero, además, el design remite al Plan, como único modo de alcanzar   exigencias insatisfechas. Del mismo modo que las exigencias denunciadas por   las vanguardias históricas remitían al sector de las comunicaciones visuales   más directamente ligadas a los procesos económicos (arquitectura y   "design"), la planificación enunciada por las teorías arquitectónicas y   urbanísticas remite a una estructuración de la producción y del consumo en   general: en otras palabras a una coordinación de la producción (p. 91).

Para el Autor esta propuesta encierra un contenido utópico, en cuanto   esconde la realidad de que esa remisión supone que la arquitectura y el   urbanismo pasarán a ser objetos, y no sujetos, de la planificación (p. 92).   Eso mismo hace irreal (mejor dramática) la alternativa presentada por Le   Corbusier: Arquitectura o Revolución; donde sin duda el Autor lee (aunque   no lo explicite): producción capitalista o revolución.

5. Arquitectura "radical" y ciudad. Las propuestas —no formales, sino   organizativas— de Hilberseimer en La Arquitectura de la gran ciudad, en   1927; las actuaciones de Ernst May en Frankfurt, Martin Wagner en Berlín;   son las respuestas y proposiciones del arquitecto como organizador provocado   por la vanguardia. Pero, en confrontación a ese orden, aparecen las   contradicciones presentes en las ciudades históricas y territorios   productivos; ámbito en que las Siedlungen son sólo oasis de orden y en los   que la arquitectura del expresionismo tiene su fuente.

Los dos polos del Expresionismo y de la Neue Sachlichkeit (Nueva   Objetividad) simbolizan, de nuevo, la escisión inmanente de la dialéctica   de la cultura europea (p. 100); sin embargo, si bien puede descubrirse en   el subjetivismo expresionista de Häring o Mendelsohn una crítica al   taylorismo de Hilberseimer es sólo una crítica hecha desde posiciones de   retaguardia, incapaz, por su propia naturaleza, de proponer alternativas   globales (p. 102).

La utopía está una vez más presente en la cultura europea en cuanto se crea   una relación de confianza entre intelectuales de izquierdas, sectores   avanzados del capitalismo democrático y administraciones socialdemócratas   (p. 105): son soluciones parciales que no influyen en la ciudad en su   conjunto. En esas soluciones parciales se da la dialéctica entre la   destrucción del objeto, sustituido por el proceso (la Bauhaus y la Nueva   Objetividad) y la exasperación del objeto (Expresionismo); dialéctica que   entra en crisis en el terreno de la arquitectura tal como se manifiesta en   la Siemensstadt de Berlín en 1930, con los diseños de Gropius y Bartning por   una parte y los de Scharoun y Häring.

Junto a esa crisis el Autor presenta la que considera más importante, la de   la política urbanística inscrita en una doble quiebra: en el intento de   control del movimiento de clase, ella se revela inmediatamente   contraproducente; en cuanto intento de mostrar la superioridad de la   edificación directamente gestionada por la organización obrera y sindical,   la ciudad de las Siedlungen quedan ajenas a los procesos para una   reorganización global del territorio productivo (pp. 107-109).

6. La crisis de la utopía: Le Corbusier en Argel. Absorber la   multiplicidad, mediar lo improbable con la certeza del plan, compensar la   organicidad y desorganicidad agudizando su dialéctica, demostrar que el   máximo nivel de programación productiva coincide con la máxima   "productividad del espíritu" (p. 115), esos son los objetivos a los que Le   Corbusier se enfrenta en sus propuestas para Argel, en el plan Obus, y   después de 1929 a 1931, en los planes para Montevideo, Buenos Aires, Sao   Paulo, Río y Argel. En ellos el arquitecto actúa como organizador de   producción, distribución y consumo; la secuencia de   arquitectura-barrio-ciudad propia de Taut, May o Gropius queda abandonada,   en su lugar se apresta a reestructurar todo el espacio urbano y paisajístico   mediante redes tecnológicas y de comunicación; el público parece obligado a   una participación crítica, reflexiva, intelectual: junto a la red de las   grandes mallas, máxima libertad para la inserción de elementos   residenciales preformados (p. 121).

Las causas del fracaso de estas propuestas, que en ningún caso llegan a   realizarse, radica en la misma postura de Le Corbusier que actúa como intelectual, sin conexión con los poderes públicos, de modo que realiza sólo   experimentos de laboratorio; pero sobre todo la falta de éxito de sus   propuestas se encuentra en su choque con las estructuras arcaicas que   pretende estimular.

La crisis de la arquitectura moderna (situable en los años 30) no puede   achacarse a los fascismos o al estalinismo, se debe a la reorganización del   capital y al sistema de planificación: la arquitectura como "ideología del   Plan" es arrollada por la "realidad del Plan", una vez que éste, superado el   nivel de utopía, se ha convertido en mecanismo operativo (p. 125). En ese   momento el capitalismo hace suya la ideología de fondo de la arquitectura   (no en sus aspectos propiamente arquitectónicos y por tanto   superestructurales, sino en la estructura económica que la sostiene).

En ese mismo momento la ideología de la forma, sin abandonar la utopía del   proyecto, busca la recuperación del Caos: se preocupa de la imagen de la   ciudad, valora los procesos de consumir, los desechos; éste es el enfoque   que aparece por ejemplo en pop-art. Se trata, en definitiva, de persuadir   al público de que las contradicciones, desequilibrios y caos, típicos de la   ciudad contemporánea son inevitables: mejor aún, que este caos contiene en   sí mismo riquezas inexploradas, posibilidades ilimitadas aún por utilizar,   valores lúdicos capaces de ser propuestos como nuevos fetiches sociales (p.   127).

De este modo el papel operativo de la arquitectura es sustituido por un   papel persuasivo; el progreso tecnológico con la socialización del arte   permitirá la libertad colectiva sin necesidad de subversión de los sistemas   productivos (es el pronunciamiento de Pierre Restany en su Livre blanc de   l'art total, y la mítica visión de Marcuse).

El diseño "underground" es plenamente absorbido por el sistema económico, la   autoliberación parece realizarse mediante un uso privado de la imaginación.   El Autor ve, en la arquitectura americana de los años 60, un mutismo de la   forma o una desesperada distorsión formal, dos actitudes que vienen a   mostrar que para regir el espacio metropolitano, la arquitectura parece   obligada a convertirse en el fantasma de sí misma (p. 133).

7. La arquitectura y su doble: semiología y formalismo. Considerando el   auge que, en los años de publicación de este ensayo, tiene la semiología y   el estructuralismo en la crítica y práctica artística, se expone la   investigación lingüística realizada por la vanguardia histórica: trata de   elaborar un sistema de signos manipulables y ligar los modos de comunicación   a una destrucción permanente del sentido; ello significa: 1) dictar las   condiciones según las cuales los sistemas de comunicación artística actúan   en el mundo cotidiano; 2) salvaguardar, no obstante, una distancia respecto   a ese mundo cotidiano. Se habla así de la necesidad de una "correalidad" de   lo artístico respecto a la realidad física; 3) poner como única norma del   lenguaje artístico un elevado grado de casualidad e improbabilidad, también   una constante alteración de los nexos internos (cfr. pp. 144-145).

Esta exposición sirve al Autor para señalar dos procesos análogos e   inversos, producidos en los sesenta: por una parte, en la teoría de la   comunicación, se pasa del análisis de la ideología de la innovación, a la   intervención en el proceso real de innovación (p. 148) a través de una   investigación en lenguajes altamente formalizados cuya función es articular   con la máxima eficacia, un proyecto de planificación global del universo   productivo (p. 140); en el arte del modelo utópico, cuya tarea es la   prefiguración de la disposición global del universo tecnológico, se reduce   al apéndice de ese mismo universo en vía de realización (pp. 148-149).

Precisamente en ese momento en que se abandona la comunicación artística   ambigua y tiende a colocarse al arte en el corazón del universo productivo   es cuando se pretende revitalizar la arquitectura explorando su estructura   interna y volcando esa exploración de nuevo en la arquitectura. Pero   realmente la ideología ha sido expulsada del desarrollo, se revuelve contra   el mismo desarrollo: bajo la forma de contestación, ella realiza un intento   extremo de recuperación. No pudiendo situarse ya como utopía, la ideología   se convierte en contemplación nostálgica de sus propios papeles ya   superados, o en autocontestación (pp. 151-153). Cerrado el paso a toda   elaboración externa, sólo le cabe "el coraje de hablar de la rosas",   convertirse en "sublime" inutilidad (p. 153).

Una crítica completamente estructuralista habitualmente no alcanzará jamás   a "explicar" el sentido de una obra: se limitará a "describirla" teniendo a   su disposición sólo una lógica basada sobre los pares "sí-no",   "correcto-incorrecto" (p. 153). Sin embargo, la utilidad del estructuralismo reside en su   capacidad para desenmascarar la funcionalidad que la ideología desempeña   respecto a los fines generales que las fuerzas dominantes se proponen (p.   157).

8. Problemas en forma de conclusión. Dos fenómenos concomitantes reducen   la función ideológica de la arquitectura: la inserción de la producción   edificatoria como parte de la planificación general (p. 159), y el compás   de espera que el mismo capital impone al Plan ante las contradicciones   económicas y sociales que estallan, de forma cada vez más acelerada, en el   ámbito de las estructuras urbanas y territoriales (ibid.).

Ante estas circunstancias los arquitectos temen el declive de su   profesionalidad (ideológica) al quedar insertos en el sistema de producción;   algunos ven la salvación en su unión a las oposiciones radicales que   muestran la lucha urbana como campo de la lucha de clases, contradicciones   secundarias (las derivadas del plan) quedan, de esta forma, transformadas   en contradicciones primarias y fundamentales (p. 160), es decir revestidas   de una radicalidad que no les corresponde, pues apartan el problema de la   verdadera estructura de producción.

Por otra parte, la historia de la planificación pone de manifiesto la   superación de la ideología del equilibrio y su sustitución por los modelos   dinámicos. Esto hace necesario tener siempre presente el peligro de ver   recogidas por el intelectual de clase misiones o ideologías abandonadas por   el adversario (p. 160).

La crisis de la arquitectura moderna —concluye el Autor— no procede de   "fatigas" o "dilapidaciones": es más bien la crisis de la función ideológica   de la arquitectura. La "caída" del arte moderno es el último testimonio de   la ambigüedad burguesa, desplegada entre objetivos "positivos" y la   despiadada autoexploración de su objetiva mercantilización. Ninguna   solución es posible en su interior: la crítica sobre la arquitectura, como   crítica de la ideología concreta, "realizada" desde la propia arquitectura   sólo puede ir más allá y alcanzar una dimensión específicamente política.

Sólo en este punto —después de haber dado razón de toda ideología   disciplinares lícito replantearse la cuestión de los nuevos papeles del   técnico, del organizador de la edificación, del "planner", en el ámbito de   las nuevas formas del desarrollo capitalista. Y, por esto, de la posible   tangencia o de la inevitable contradicción entre tal tipo de trabajo técnico   intelectual y las condiciones materiales de la lucha de clase.

En tal sentido, la crítica sistemática de las ideologías que acompañan las   vicisitudes del desarrollo capitalista no es más que un capítulo de tal   acción política. Sabiendo bien, que la crítica de la ideología tiene hoy un   cometido plenamente dedicado a dar razón de mitos impotentes e ineficaces, a   los que se dirige, por lo demás, como a espejismos que permiten la   supervivencia de anacrónicas "esperanzas" proyectuales (pp. 169-170).

VALORACIÓN

Como el Autor expone desde el comienzo, y tal como se ha recogido en esta   reseña, el objeto del ensayo es un análisis y crítica de la Arquitectura   desde la óptica marxista; trata pues de confrontar la producción teórica y   práctica de la edificación con la estructura de producción. Este objetivo   presente ya en la primera versión del ensayo (Contropiano 1/1969), queda   especialmente reforzado en esta edición.

De algún modo, los dos capítulos introducidos ahora vienen a "salvar" los   puntos más débiles de su tesis: el modo en que la ideología, transformada en   utopía, se presenta y en cierto modo transforma la vanguardia artística en   el periodo entreguerras (a ello se dedica el nuevo cap. 3); y la peculiar   utilización por parte del capital de la arquitectura de los sesenta como   instrumento ideológico, lo que supone de algún modo su abandono y expulsión   del mismo proceso productivo (cap. 7).

Precisamente en estos capítulos se pone de relieve algo ya presente en el   texto original y característico del Autor: la acumulación de diversos   elementos de juicio que son relacionados de un modo más retórico que lógico   para apoyar unas tesis que son descritas más que demostradas. En concreto en   estos capítulos, destaca la presencia de observaciones centradas en la   sociología y economía, expuestas en forma sumaria y fragmentaria, de las que   de ningún modo da razón suficiente para poder aceptar el pretendido apoyo a   su línea argumental.

Volviendo en cualquier caso a lo que resulta el núcleo de su ensayo, es   decir, la confrontación de actividad arquitectónica con la estructura de   producción, puede aceptarse que, en la medida en que la arquitectura y el   urbanismo —más que cualquier otra actividad artística— se inscriben en la   producción, los juicios del libro pueden iluminar el desarrollo de los   planteamientos e ideales formulados por la vanguardia y por el Movimiento   Moderno.

La pertinencia de esa crítica —y en especial la presentación de los sistemas   productivos como causas de la trayectoria arquitectónica— será tanto mayor   en cuanto se refiera a aquellas ideas de la arquitectura que dan mayor   importan-cia a la producción, como sucede en el racionalismo alemán; se   obtiene así una interpretación del Movimiento Moderno que contrasta con la   historiografía más ortodoxa de corte historicista (Giedion o Pevsner p.   ej.). Al contrario, cuando se refiere a los antecedentes de la modernidad en   la Ilustración, las inferencias economicistas muestran una mayor gratuidad.   Algo similar sucede en las interpretaciones que realiza respecto al Dada o   al futurismo, es decir aquellas corrientes con poca o nula aplicación en la   actividad edificatoria.

En cualquier caso, en la medida en que se aspira, desde una perspectiva   parcial, a una crítica totalizadora de la arquitectura se produce un doble   reduccionismo al identificar teoría arquitectónica con ideología, y limitar   las dimensiones de la arquitectura a su aspectos productivos. Reduccionismo   reafirmado, además, por la virtualidad reductora del mismo concepto marxista   de ideología. De este modo, a pesar de las optimistas declaraciones de   superación de la ideología, la propia crítica queda convertida en una   ideología que no salva, por el simple hecho de reconocerse como crítica   política, su carácter falseador de la realidad.

BIBLIOGRAFÍA CRÍTICA

La publicación de este ensayo, y especialmente su versión inglesa   (Architettura and Utopia, Design and Capitalist Development, MIT Press,   London, 1976), atrajo una considerable atención por parte de la crítica;   entre otros artículos puede ser útil la lectura de los siguientes:

Dunster, David, Critique: Tafuri's Architecture & Utopia, en   Architectural Design, 1977, n. 3, pp. 204-212 (el texto ocupa sólo, y   parcialmente, las páginas pares). Tras una presentación sumaria del   contenido de cada uno de los capítulos el autor presenta su propia   valoración y crítica a las tesis del autor; declarándose no marxista, y sin   polemizar con las premisas ideológicas que no acepta, se limita a criticar y   rechazar las conclusiones de Tafuri, especialmente su pesimismo acerca del   futuro de la arquitectura.

Llorens, Tomas, Architecture and Utopia. Manfredo Tafuri: Neo-Avant-Garde   and History, en Architectural Design, 1981, vol. 51, nn. 6-7, pp. 82-95.   Se trata de un ensayo detenido del significado del texto de Tafuri, y de su   engarce en su producción historiográfica; de este modo el autor identifica   el peculiar carácter marxista de la crítica tafuriana, apoyada en un   marxismo sin dialéctica y más cercano al pensamiento neokantiano que al   hegeliano; en definitiva el ensayo de Tafuri aparece como la respuesta, en   el ámbito de la crítica arquitectónica, al cambio producido en el   pensamiento europeo por el mayo francés; un intento de caracterización   marxista dentro de la postmodernidad.

 

                                                                                                               J.L.V. (1996)

 

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