STENDHAL[1]
Le rouge et le noir[2]
I. RESUMEN DEL LIBRO
La obra consta
de 75 capítulos encabezados por el título correspondiente seguido de una breve
cita tomada de otro autor.
La acción se desenvuelve en
Francia, en la época de la restauración borbónica tras la caída de Napoleón en
1815. Se trata del género literario de la novela histórica, donde el autor
puede tomarse todas las libertades necesarias para presentar su visión del
hombre y de la sociedad francesa de su tiempo, mezclando lo histórico con lo
ficticio. En una breve nota final se aclara que para evitar meterse en la
vida privada de nadie, el autor ha inventado un pueblo, Verrières, y cuando ha
necesitado a un obispo, a un jurado, a un tribunal de primera instancia, los ha
situado en Besançon, donde no ha estado nunca.
LIBRO PRIMERO
Cap. I
El título, Una ciudad
pequeña —en el sentido peyorativo o pueblerino—, marca ya el tono satírico
que caracteriza toda la novela. Verrières se sitúa en el Franco Condado, cerca
de su capital Besançon, a orillas del río Doubs. Su principal fuente de riqueza
es la producción de madera y la manufactura de estampados. Su población está
formada, en buena parte, por advenedizos que tratan de ascender en la escala
social.
En la entrada del pueblo se
encuentra la fábrica de clavos, a orillas del río, propiedad del alcalde, M. de
Rênal, a quien se describe del siguiente modo: Viste traje gris, y grises
son sus cabellos. Es cofrade de varias Órdenes, frente alta, nariz aguileña y
facciones regulares. Su expresión en conjunto es agradable y hasta simpática,
dentro de lo que cabe a los cuarenta y ocho o cincuenta años; pero si el
viajero hace un examen detenido de su persona, hallará, a la par que ese aire
típico de dignidad de los alcaldes de pueblo y esa expresión de endiosamiento y
de suficiencia, un no sé qué indefinido síntoma de pobreza de talento y de
estrechez de mentalidad, y terminará por pensar que las únicas pruebas de
inteligencia que ha dado o es capaz de dar el alcalde, consisten en hacerse
pagar con puntualidad y exactitud lo que le deben, y en no pagar, o retardar todo
lo posible el pago de lo que él debe a los demás (pp. 4‑5). Éste
quiere ser el retrato caricaturizado de un liberal realista, no idealista, como
los veía el autor.
Cap. II. Un alcalde
El autor profundiza en el
carácter de M. de Rênal, hombre despótico, obsesionado con ganar dinero y con
la opinión pública. Presenta al vicario Abbé Maslon, enviado hace unos años
desde Besançon para vigilar al Abbé Chélan, párroco de Verrières y a otros
párrocos del distrito (más tarde se aclarará que por sus tendencias jansenistas)[3].
El autor deja entrever el entendimiento que existe entre el alcalde y el
vicario para obtener beneficios de la poda de árboles decidida por el primero;
esto le sirve para ironizar sobre la colaboración, en la práctica, de los
liberales —que teóricamente se oponen a la alianza entre el trono y el
altar, propia del Antiguo Régimen— con el clero.
Cap. III. El bien de los
pobres
Un periodista, que trae una
carta del Marqués de La Mole, el más rico terrateniente de la provincia,
dirigida al Abbé Chélan, hace una visita a la cárcel del pueblo, gracias a las
prerrogativas de que goza el párroco. Todo esto molesta profundamente al
alcalde, que teme la crítica de los periódicos. Se da a entender que la carta
anuncia el traslado del cura —de 80 años pero todavía robusto— a otra
parroquia, el cual, para defender su puesto, ha decidido contraatacar invitando
al periodista a inspeccionar la cárcel. Este constante ambiente de intriga,
mezquindad, hipocresía y egoísmo es característico de toda la novela.
Al margen de este acontecimiento, M. de Rênal comunica a su mujer que ha decidido contratar como preceptor de sus hijos a Julián Sorel (protagonista de la novela), hijo de un carpintero del pueblo. Un viejo comandante‑cirujano del ejército de Napoleón le ha enseñado latín y le ha dejado en herencia todos sus libros. Ha estudiado algo de teología y piensa ingresar en el seminario. Además, así le dará envidia al Prefecto de la Casa de los Pobres, M. Valenod, su gran rival político, que no tiene preceptor para sus hijos .
Se describe a Mme. de Rênal
como un alma sencilla, provinciana, sin coquetería ni vanidad, de unos treinta
años, con el plan de educar al primer hijo para el ejército, al segundo para
las leyes y al tercero para la Iglesia. M. Valenod fue su pretendiente, pero lo
rechazó en favor de M. de Rênal, a quien ella respeta como buena esposa, aunque
no siente por él más que aburrimiento.
Cap. IV. Un padre y un hijo
El alcalde
habla con el viejo Sorel para contratar a su hijo. En la negociación que sigue
se muestra la hipocresía y doblez de ambos. Poco después, el padre sorprende a
Julián leyendo un libro en vez de vigilar las máquinas, mientras los hermanos
mayores trabajan con empeño, y le da una paliza echándole en cara su
inutilidad. Lo que más duele a Julián es la pérdida, durante la riña, del libro
“Las memorias de Santa Elena” de su ídolo Napoleón.
Era el joven estudiante un
muchacho de dieciocho a diecinueve años, de constitución débil, líneas
irregulares, rasgos delicados y nariz aguileña. Sus grandes ojos negros que, en
momentos de tranquilidad, reflejaban inteligencia y fuego, aparecían animados,
en aquel momento por un odio feroz. Sus cabellos color castaño invadían parte
de su frente, reduciendo considerablemente su anchura, circunstancia que daba a
su fisonomía cierta expresión siniestra, sobre todo en los momentos de cólera. Su
cuerpo esbelto y bien formado, indicación era de ligereza más que de vigor.
Desde la niñez, su expresión extremadamente pensativa y su mucha palidez
hicieron creer a su padre que no viviría, o bien que si vivía sería una carga
para la familia. Objeto de desprecio general en la casa, aborrecía a sus
hermanos y a su padre. Si jugaba con los muchachos de su edad en la plaza,
todos le pegaban.
Desde un año antes, su cara
agraciada le conquistaba algunos votos amigos entre las niñas. Despreciado por
todo el mundo, objeto de la animadversión general, Julián había rendido culto
de adoración al viejo comandante‑cirujano que un día se había atrevido a
protestar al alcalde por la poda salvaje de los plátanos (cfr. resumen del cap.
2). Este cirujano pagaba algunas veces al viejo Sorel el jornal que no ganaba
su hijo, y enseñaba a éste latín e historia... (pp. 22‑23).
Como se irá viendo, Julián es
un caso de autoidolatría en pugna con nobles sentimientos de sentido del honor
y del deber, y rasgos de generosidad. Su vida es un continuo conflicto con los
demás. Su actitud hacia Dios es de resentimiento, quizá por el influjo negativo
de sus padres y hermanos. Llama la atención el completo silencio en toda la
obra sobre la madre de Julián.
Cap. V. Una negociación
Narra el acuerdo entre el
alcalde y el viejo Sorel. Julián no quiere aceptar el puesto pues cree que es
como el de un criado, sobre todo por la influencia de Rousseau —su autor
preferido—, y se siente humillado, aunque está dispuesto a hacer cosas mucho
peores a trueque de hacer fortuna (p. 25). Después de visitar a
su amigo Fouqué, joven comerciante en maderas a las afueras de Verrières, se
deja convencer por su padre y se dirige a la casa del alcalde.
El autor narra que Julián,
cuando todavía era niño, suspiraba por ser militar, pero que a la edad de
catorce años, presenció la rivalidad entre el joven Vicario Maslon y el juez de
paz, y llegó a la conclusión de que el clero podía más. Dejó entonces de hablar
de Napoleón y anunció su intención de hacerse eclesiástico. Se aprendió de
memoria una Biblia en latín que le había prestado el Abbé Chélan, quien le daba
clases nocturnas de teología. En presencia de éste, Julián no mostraba más
que sentimientos piadosos. ¿Quién habría sido capaz de sospechar que aquella
carita de niña, tan pálida y tan dulce, era mascarilla encubridora de la
resolución inquebrantable de conquistar fortuna y gloria, aun cuando en la
empresa arriesgara mil veces la vida? (p. 30).
Julián se había fabricado un
manto de hipocresía para medrar en la vida a expensas de la religión.
Hipocresía premeditada que él trata de justificar como arma imprescindible para
abrirse camino en la vida, tanto eclesiástica como civil.
Cap. VI. El tedio
Encuentra a Mme. de Rênal en
la puerta de la mansión. Al ver ésta el aspecto del muchacho se siente feliz, aquellos
dulces hijos, que ella había cuidado con tanto esmero, no iban a caer en manos
de un cura desaliñado y gruñón (p. 36). La admiración es mutua.
Julián tiene incluso un impulso de sinceridad, y narra brevemente su pasado sin
la acostumbrada hipocresía, aunque naturalmente no declara su incredulidad
religiosa. Al mismo tiempo Julián es consciente de la distinción de clase entre
los dos.
Llega el alcalde adoptando
los aires majestuosos y paternales en que solía envolverse cuando asistía a los
matrimonios celebrados en la alcaldía (p. 39), y le dice que en la casa le
llamarán Sir y tendrá que vestir con distinción. Le presentan a los
hijos, y hace unas demostraciones de cómo se sabe la Biblia de memoria, dejando
asombrados a todos. Cuando M. de Rênal consigue recordar unos versos de
Horacio, Julián que sólo conoce el latín de la Biblia responde que la
santidad del ministerio al que aspiro me veda leer un poeta tan profano (p.
42). Mientras continúa recitando, entra M. Valenod, para gozo del
alcalde, y su fama se extiende a todo el pueblo.
Cap. VII. Afinidades
electivas
El autor describe los primeros
meses de Julián como preceptor: la creciente adoración de los niños; su odio y
horror a esta sociedad burguesa; la untuosa adulación del alcalde a M. Valenod;
la paliza que Julián recibe de sus hermanos por los celos que le tienen.
El autor retrata a Mme. de
Rênal: Habríase hecho notar por su talento y vivacidad si hubiese recibido
alguna instrucción, pero, como heredera que era, habíanla encerrado sus padres
en un Colegio de las Adoratrices del Sagrado Corazón de Jesús, donde bebió una
animadversión decidida hacia todos los que fuesen enemigos de los jesuitas.
Tuvo bastante buen sentido para olvidar muy pronto todo lo que en el colegio
había aprendido, pero como no intentó siquiera rellenar el vacío, acabó por no
saber nada (p. 47). Y explica la actitud de sumisión a su marido y la
dedicación a sus hijos, como expresión de una fría adoración a Dios, que había
aprendido en el convento. Relata su creciente amistad con Julián: cómo le
regala la ropa que necesita, sin decírselo a su marido, y le lleva a comprar
libros que sabe que le gustan a Julián por ser liberales.
Cap. VIII. Sucesos sin
importancia
Con motivo de que una de las
criadas se enamora de Julián, el Abbé Chélan le habla de su futuro: Ten
mucho cuidado hijo mío, con lo que pasa en tu corazón —le dijo el cura
frunciendo el entrecejo—. Te felicito con toda mi alma por tu vocación,
si esa es la causa única que te mueve a desdeñar la mano de una joven agraciada
y dueña de una fortuna más que suficiente (...). (pero) si tu intención es
postrarte a los pies de los poderosos del mundo, buscando en su protección tu
encubrimiento, aseguras de una vez y para siempre tu eterna condenación. Podrás
hacer fortuna, no lo niego, pero por medios viles y miserables (...); me
permitirás que te diga —añadió con lágrimas en los ojos—, que
tiemblo por tu salvación, si te decides a ser sacerdote (...). Julián se
avergonzó de su emoción. Por primera vez en su vida se vio querido por alguien.
Lloró de alegría y fue a esconder sus lágrimas al centro del bosque, más allá
de Verrières (pp. 57‑58).
Allí, da rienda suelta a sus
sentimientos y, aunque se siente querido por el buen padre Chélan, que
ha sabido penetrar en su interior, siente la imperiosa necesidad de engañarle.
Vuelve a verle, inventando un pretexto con el que calumnia a la sirvienta, y
ante los nuevos ruegos del párroco para que desista de su vocación sacerdotal,
hace una exhibición de hipocresía que no le sale del todo mal. Ya iría —comenta
el autor— aprendiendo los modales adecuados a través del contacto con gente de
la alta sociedad, para refinar la técnica o arte de la hipocresía.
Por imitación de los hábitos
cortesanos, a principios de la primavera, M. de Rênal traslada su casa al
vecino pueblo de Vergy, donde es propietario de un viejo castillo. Allí se
describe la aversión de Julián a la coquetería de Mme. de Rênal; todavía pueden
más los prejuicios clasistas de su cabeza que las pasiones del corazón.
Cap. IX. Una velada en el
campo
Julián se dedica de lleno a
las lecturas, sobre todo de las hazañas de Napoleón. El trato con la mujer del
alcalde se hace más continuo que en Verrières. Consigue ocultar un retrato de
Napoleón, que guardaba en su colchón, siendo peligroso tenerlo en esa época de
la restauración, y lo destruye. Mme. de Rênal, que deseaba conocer la identidad
del retrato, se queda llena de celos pensando que se trata de otra mujer.
Julián no siente amor por ella; sólo el orgullo es el motor de su
comportamiento.
Cap. X. Un corazón grande y
una fortuna pequeña
Julián descuida la
preceptuación de los hijos de M. de Rênal, que le recrimina por ello. Se siente
humillado y amenaza con abandonar su empleo para encargarse de los hijos de M.
Valenod, ante lo cual le aumenta el sueldo. Se desahoga en el campo y fragua
vengarse del alcalde, con su mujer, imaginándose como Napoleón, solo ante el
destino, pero elevado por encima de él.
Cap. XI. Une soirée
El joven se encuentra con M.
Valenod a quien le informa de su aumento de sueldo. Continúa la vida en Vergy
mientras el alcalde, preocupado con las intrigas y los vaivenes de la política,
no se apercibe de lo que se está fraguando. Mme. de Rênal continúa con sus
celos y pensando en Julián, pero la idea del adulterio —que asocia a la de
ignominia pública— le aterroriza y decide comportarse con extrema frialdad
frente a Julián.
Cap. XII a XIV:
Consigue Julián un permiso de
tres días para ir a ver a su amigo Fouqué. De camino se detiene en una cueva
donde se siente libre. La conciencia de su libertad bastó para que se
exaltara su ánimo, pues era tan grande su hipocresía, que ni en la casa de su
mejor amigo se consideraba libre (p. 91).
Tras contarle su historia, con
las debidas omisiones (p. 92), Fouqué le ofrece entrar a partes iguales en
su negocio de maderas. Aunque le atrae económicamente, no le gusta la idea de
quedarse definitivamente en una provincia, y declina su oferta excusándose en
su vocación decidida al sacerdocio (p. 93).
A la vuelta de
su estancia en el campo, observa la frialdad de Mme. de Rênal hacia él, aunque
ésta sigue poniéndose sus mejores vestidos. Ambos van deshaciéndose de sus
prejuicios: ella de sus principios morales, y él de las diferencias de casta,
que ceden a su deseo de hacer fortuna y a su orgullo ante los ricos que le han
humillado.
Ayudado por las confidencias
de Fouqué y lo poco que había leído sobre el amor en la Biblia prepara
un plan con detalle. A mitad de camino de su ejecución, y sin saber por qué, va
a Verrières a visitar al párroco, y lo encuentra haciendo las maletas, pues por
fin le han privado de su beneficio, sustituyéndole por el vicario Maslon.
Escribe entonces a Fouqué diciendo que la injusticia que acaba de presenciar
quizá termine por disuadirle de la carrera eclesiástica, y se congratula a sí
mismo por haber sabido utilizar ese argumento para dejarse abierta la puerta
del comercio, por si las tristes realidades de la vida daban al traste con el
soñado heroísmo (p. 105).
Cap. XV a XVII:
Se refiere el adulterio con un
relato típicamente romántico, sin descripciones escabrosas. El romance entre
los dos se desarrolla en completo secreto y Julián va superando la humillación
que hasta entonces había sufrido, porque no se siente tratado como un criado.
Como continúa preocupado por la interesante oferta económica de Fouqué, su amor
por Mme. de Rênal casi le lleva a sincerarse con ella, y a manifestarle su
secreta ambición de gloria; sin embargo, el suceso posterior le lleva de nuevo
a no confiar en nadie. Se trata de un comentario de Julián sobre política, que
muestra su origen plebeyo y sus simpatías liberales, y que hace ponerse en
guardia a la aristocrática Mme. de Rênal. Julián echa marcha atrás, decidiendo
ocultar sus pensamientos sobre la política. Mientras tanto se va informando
sobre las intrigas políticas en Verrières, madurando su afán de poder.
Cap. XVIII. Un Rey en
Verrières
Comienzan los preparativos
para un hecho sin precedentes en la historia de Verrières: el Rey pasará por el
pueblo para visitar y venerar, en una cercana ermita, la reliquia de San
Clemente. A través de las recomendaciones de Mme. de Rênal, Julián consigue un
traje y un puesto distinguido en la comitiva que acompaña al Rey y al Obispo.
Se trata de uno de los capítulos más irreverentes y blasfemos, con una sátira
despiadada y cruel de la alianza entre el trono y el altar, ensañándose
contra la restauración borbónica y, sobre todo, contra la Iglesia jesuítica,
opresora e inquisitorial, representada por el Abbé Maslon y el Obispo
—ejemplos de hombres sin escrúpulos que se mueven por puro interés humano—
cuyos héroes perseguidos son los jansenistas, representados por el Abbé Chélan.
De la crítica no se escapan tampoco los liberales de la oposición, llamados con
sorna ricachones manufactureros.
Admitido a participar en la
procesión en un puesto distinguido, Julián se encuentra en el colmo de su
satisfacción. Se introduce aquí al Marqués de La Mole como acompañante del Rey,
que luego tendrá un papel importante en la novela.
Cap. XIX. Pensar hace
sufrir
Continúa la sátira del
cotilleo, y de las secuelas de la visita del Rey. Apenas regresan a Vergy, se
pone enfermo el menor de los hijos del alcalde, con lo que se agudiza el
remordimiento de su mujer, al pensar que se trata de un castigo divino por sus
relaciones con Julián. A partir de aquí el autor trata de hacer aceptable el
adulterio, mostrando como Mme. de Rênal resiste a los remordimientos por el
amor que siente hacia el joven. Una amiga de la mujer del alcalde, invitada en
la casa, se da cuenta de lo que sucede y acude a contárselo a M. Valenod —rival
político del alcalde y antiguo pretendiente de Mme. de Rênal—, que escribe una
carta anónima al alcalde.
Cap. XX. Cartas anónimas
Julián sospecha de la carta
que ha recibido el alcalde y decide actuar con prudencia. Mme. de Rênal,
enterada del contenido, propone a Julián redactar otra carta, supuestamente
escrita por Valenod, en la que le declara su amor y le amenaza con chantaje. En
esto se advierte la complicación romántica típica de la novela.
El alcalde pasa la noche
entera cavilando sobre la carta y sobre los efectos que el hecho podría tener
en su carrera política y en la no pequeña herencia de su esposa. Tras leer la
segunda carta, concede a Julián una semana de permiso para que se le pase la
ira y el odio que siente hacia ese campesino por haberle metido en un
lío tan comprometedor para su carrera política, mientras Mme. de Rênal ejecuta
su papel con magistral aplomo e hipocresía.
Cap. XXI y XXII:
Julián va a visitar al Abbé
Chélan, que ya ha sido desposeído de su beneficio, y le presta algunos
servicios materiales, que el anciano sacerdote le agradece con lágrimas en los
ojos.
Después se encuentra con el
subprefecto del pueblo, amigo de Valenod, que en una larga disertación y sin
decirle quién le envía, le ofrece ser preceptor de los hijos de alguien
importante —Julián entiende enseguida que se trata de Valenod— que, entre otras
cosas, le pagará mucho mejor. Le tocó el turno a Julián que desde hora y
media esperaba la ocasión de hablar. Su larga contestación fue un modelo de
ingenio; dejó ancho margen a la esperanza pero sin decir nada concreto.
Resaltaba en ella a la vez un profundo respeto hacia M. de Rênal, veneración
hacia la gente de Verrières y vivo reconocimiento hacia el ilustre
subprefecto... (pp. 173‑174).
Poco más tarde, para mayor
gozo suyo, se encuentra con M. Valenod, ante quien hace otra demostración de su
hipócrita elocuencia, representando el papel de hombre de Iglesia, y le acompaña
a la Casa de los Pobres. Stendhal describe el escandaloso contraste entre la
miseria y la postración de los pobres y la opulencia y perversidad de los
ricachones liberales, representados por M. de Rênal, que forman junto con los azules
monárquicos, —Valenod— y la Iglesia institucional aliada del trono, —el
Abbé Maslon—, el triunvirato de tiranos de Verrières.
Cap. XXIII. Disgustos de un
funcionario
Julián observa cómo por las
presiones de los otros estamentos, el alcalde se ve obligado a adjudicar una
casa por una cantidad inferior a su valor, lo que le hace pensar en el precio
que lleva consigo el agasajo de la sociedad.
Se refiere cómo Mme. de Rênal
sueña con casarse con Julián si se quedase viuda, lo que utiliza el autor para
desacreditar el matrimonio como institución, explicando que el tedio de la vida
matrimonial inevitablemente destruye el amor, y justificando en sus reflexiones
el amor libre. Mientras tanto se ha difundido por el pueblo el escándalo
del adulterio, insinuándose una posible violación del sigilo sacramental. El
Abbé Chélan insta a Julián para que se vaya al seminario o a casa de su amigo
Fouqué. Por su parte, el alcalde, una vez que su mujer ha conseguido evitar que
se bata en duelo con M. Valenod, decide pagarle la estancia en el seminario a
Julián, aunque luego respira tranquilo cuando éste lo rechaza para pagárselo
con sus ahorros y lo que le preste Fouqué. Salió de Verrières hondamente
conmovido; pero no se había alejado una legua de la ciudad donde dejaba tanto
amor, cuando ya no pensaba más que en el plan de contemplar una capital, una
gran plaza de militar como Besançon (p. 202).
Cap. XXIV. Una Capital
En Besançon, tras admirar las
fortificaciones e imaginarse que llegaba allí como soldado y no como
seminarista, se narra el encuentro con una linda camarera en el café principal
de la ciudad. Se llama Amanda Binet, y deciden continuar viéndose. Para esto se
presentarán como primos, y Julián conservará su traje de seglar.
Cap. XXV. El seminario
Desde lejos vio Julián la cruz
de hierro dorado sobre la puerta de entrada. Su paso se hizo tardo, sus piernas
temblaban. Como quien se encuentra a la entrada del infierno, cuyas puertas,
una vez rebasadas, no le serán franqueadas nunca más, se decidió a llamar.
Resonó la campana y al cabo de unos diez minutos, abrió la puerta un hombre
pálido y vestido de negro... (p. 213). La descripción del
seminario que se hace a continuación no puede ser más tenebrosa y repelente.
Es recibido por el
Rector M. Pirard. Julián se queda petrificado por la tremenda mirada fija en
él, hasta el punto de que palidece y acaba desmayándose. Cuando se recobra, el
Rector le dice que tiene una carta de recomendación del Abbé Chélan, el
mejor cura de la diócesis y amigo suyo desde hace treinta años. El tono de
Pirard se va haciendo más cordial: tengo aquí trescientos veintiún
aspirantes al estado más santo del mundo... Pero ten en cuenta que mi
protección no significa favor ni tolerancia sino, por el contrario, aumento de
severidad contra tus vicios o defectos... (p. 217).
Le pregunta si habla
latín y le examina de teología, asombrándose de su conocimiento de las Sagradas
Escrituras y, a la vez, de su ignorancia sobre los Padres de la Iglesia. Pero
es mayor su asombro cuando al interrogarle sobre el Papa, esperando una
respuesta de corte galicano —nacionalista—, Julián le repite de memoria varios
textos del “Du Pape”. Contento con todo ello, el Rector le asegura una
beca y le amonesta que no ingrese en ninguna sociedad o congregación secreta
sin su consentimiento.
—No lo haré: palabra
de honor —contestó Julián—.
El Rector sonrió
francamente por primera vez.
—No encaja en este
lugar la frase que acabas de pronunciar —replicó—, porque has
invocado el vano honor de los hombres, que los arrastra a cometer tantas faltas
y hasta crímenes con demasiada frecuencia. Me debes obediencia absoluta, en
virtud del epígrafe diecisiete de la Bula “Unam Ecclesiam”, de San Pío V. Soy
tu superior eclesiástico. En esta santa casa, mi querido hijo, la primera y más
importante obligación, es obedecer... ¿Cuánto dinero tienes?
—Treinta y cinco
francos, padre mío —respondió—.
—Apunta con
diligencia el empleo que das al dinero, porque tendrás que rendirme cuenta
minuciosa (p. 220).
El Rector le asigna una
habitación individual, a la que Julián se retira agotado, y duerme hasta el día
siguiente.
Cap. XXVI. El mundo o lo
que falta al rico
Tras una severa regañina por
llegar tarde, que recibe con ejemplar sumisión, Julián empieza a representar su
papel con experimentada hipocresía. Se describe la vida en el seminario a
través de una sátira mordaz:
Julián tendía su mirada en
derredor y por doquier encontraba pruebas aparentes de la virtud más pura. Ocho
o diez seminaristas vivían en olor de santidad, y hasta se veían favorecidos
por el Cielo con visiones... Otros, en número que no pasaría de ciento, unían a
una fe robusta una aplicación infatigable. Estudiaban tanto que con frecuencia
caían enfermos, aunque es cierto que aprendían muy poca cosa. Había dos o tres
que atesoraban un talento real y verdadero, pero ni Julián simpatizaba con
ellos, ni ellos con Julián. El resto, hasta los trescientos veintiuno, lo
formaban seres groseros... Hijos de campesinos en su mayor parte, preferían
ganarse el pan recitando algunas palabras latinas que cavando la tierra...
Estos pobres diablos —se decía— no han comido en su vida,
hasta que llegaron aquí, más que requesón y pan negro... Jamás descubrió Julián
en sus ojos negros más que la necesidad física satisfecha después de las
comidas, o el placer físico esperado, antes de aquéllas. Tal era la gente entre
la que tenía que distinguirse... No sospechaba que ser una notoriedad en los
estudios del dogma, una lumbrera en la asignatura de historia eclesiástica, a
los ojos de sus camaradas era un pecado espléndido... La Iglesia de Francia
parece como si hubiese comprendido que son los libros sus principales enemigos.
Para ella, lo único importante es la sumisión del corazón (pp. 222‑223).
Poco a poco Julián va
aprendiendo estas verdades y afinando en el arte de la hipocresía. Pero
esto le adentra en un período de melancolía y soledad. Mientras tanto Mme. de
Rênal le ha estado escribiendo con frecuencia, pero sus cartas son
interceptadas y destruidas por el Rector, a quien impresiona el fervor religioso
de esa mujer, junto con su loca pasión por Julián. En la última carta se
despide para siempre, manifestando una completa conversión. En esas
circunstancias se presenta Fouqué, que consigue verlo sólo después de varios
intentos y gracias a un soborno. Éste le cuenta la conversión de la mujer del
alcalde, sin embargo, Julián se interesa por otras cosas y le pide periódicos
liberales.
Cap. XXVII. Primera
experiencia de la vida
Continúa la sátira del autor
sobre el seminario, y los ataques a la Iglesia. Se describe también cómo Julián
advierte que es sospechoso de librepensador, y los esfuerzos que
hace en la práctica de la hipocresía para evitarlo. Incluso llegan a llamarle Martín
Lutero, por la lógica con la que demuestra a sus compañeros que es más papista
que ellos. Se presenta a M. Castanède, el vice‑rector, como prototipo de
carrerista hipócrita, que sirve de espía al Vicario General M. Frilair para
vigilar a M. Pirard, presunto jansenista.
Cap. XXVIII. Una procesión
El Abbé Chas‑Bernard,
profesor de retórica y Maestro de ceremonias de la catedral, pide al rector un
alumno para ayudarle a preparar la celebración del “Corpus Christi”, y
es designado Julián. Como en el capítulo 18, se realiza aquí una sátira de los
objetos y ornamentos litúrgicos y de la codicia clerical por poseerlos.
Cap. XXIX. El primer
adelanto
Se narra cómo el Rector,
víctima de maquinaciones, es destituido de su puesto. Durante seis años el Abbé
Pirard había mantenido un enfrentamiento con el Abbé Frilair, Vicario General
de la Diócesis, a causa de un pleito por unas tierras entre el Vicario y el
Marqués de la Mole, por quien había tomado partido al comprobar su razón. El
Vicario, que en doce años se había convertido en uno de los mayores
terratenientes de Besançon, está decidido a usar de toda su influencia para
ganar el pleito; de aquí su furia contra el Rector del seminario por la
insolencia de oponerse, y por ser un jansenista. Se describe ahora al
Abbé Pirard como sincero, devoto, entregado a su deber, aunque con un carácter
a veces difícil, y que según él mismo evitó la expansión del jesuitismo y de
la idolatría.
Julián había sido nombrado
preceptor para las asignaturas de Antiguo y Nuevo Testamento, con lo que se
gana el respeto y la coba de los otros seminaristas. En una conmovedora
conversación, el Rector le explica que tendrá que sufrir por los celos, las
calumnias y las traiciones... y Julián, a pesar de su hipocresía, se conmueve y
llora. El Marqués de la Mole, que no había conseguido que el Rector aceptara
dinero por sus servicios, se lo envía a Julián anónimamente diciendo que es de
una herencia, por lo que empieza a tener fama de ser hijo natural de un noble.
Por otro lado obtiene para el Rector una parroquia en París.
Se relata cómo el Abbé Frilair
se queda con la carta que el Rector envía por mano de Julián al Obispo, en la
que se despide anunciándole su dimisión con gran regocijo del Vicario General.
Después, el Obispo desea conocer a Julián y queda gratamente sorprendido de sus
cualidades y le dedica algunos libros que regala para el seminario. Esto le
consigue mayores deferencias entre sus compañeros y hasta con el vice‑rector.
Cap. XXX. Un ambicioso
En París, el Abbé Pirard
sugiere al Marqués que ofrezca a Julián un puesto de secretario particular,
pues iba a pasarlo muy mal en su ausencia, por no estar en buenas relaciones
con los jesuitas. Una vez que Julián sale del seminario, pasa por Verrières
para saludar al Abbé Chélan, quien muestra disgusto por su actuación en casa de
los Rênal, pues lo sabe todo, y le urge que se vaya del pueblo cuanto antes.
Sin embargo, armado con una escalera de mano, consigue entrar en la habitación
de la mujer del alcalde. Ella le dice que ha contado todo al viejo párroco y él
le habla de su vida en el seminario. Estando en esas, casi es descubierto por
el alcalde, pero consigue escapar por la ventana perseguido por los perros y
los disparos de los criados que le toman por un ladrón. Este episodio pretende
ser una nota cómica en la taciturna sátira del relato; con ella termina el primer
volumen de la novela.
LIBRO SEGUNDO
Cap. I. Los planes del
campo
Llega Julián a París donde
admira los monumentos erigidos por su héroe Napoleón, pero a la vez siente una
gran desconfianza. Me encuentro en el centro de la hipocresía y de la
intriga —pensaba—. Aquí reinan los protectores del vicario
Frilair (p. 284).
Allí recibe los consejos del
Abbé Pirard sobre cómo debe ser su comportamiento en casa del Marqués: deberá
trabajar con empeño redactando su correspondencia, ser dócil y mostrarse
humilde; vestirá de negro aunque no sea clérigo, y aprovechará sus ratos libres
para continuar sus estudios.
Cap. II. Entrada en el
mundo
Son recibidos brevemente por
el Marqués de la Mole, en su estudio. Después de comprar ropa, se dirige a la
biblioteca, su lugar de trabajo: creyó volverse loco de alegría al encontrar
las obras completas de Voltaire. Después de algunas meteduras de pata, por
ejemplo sobre su ortografía, va aprendiendo los modales parisinos y recobra
poco a poco la confianza en sí mismo que había perdido por la impresión del
ambiente. En la cena conoce a la mujer y a los dos hijos del Marqués: el Conde
Norberto, y Matilde, la cual le impresiona por sus bellos ojos y su gran
frialdad de alma (p. 297). En la cena estaba invitado un miembro de la Academia
de Inscripciones, que le examina sobre Horacio y otros clásicos, con lo que
deslumbra a todos, y la velada se convierte en un triunfo suyo.
Cap. III. Los primeros
pasos
Al día siguiente por la
mañana, mientras está trabajando, se presenta Matilde en la biblioteca por una
puerta secreta. Es grande su disgusto al encontrar a Julián allí, pues venía a
buscar a escondidas un libro de Voltaire que no podía ser complemento muy
digno, que digamos, de su educación eminentemente monárquica y religiosa
recibida en el “Sagrado Corazón” (p. 301). Por la tarde sale con el
conde Norberto a montar a caballo. Julián sufre una caída que luego cuentan por
la noche, lo que provoca la hilaridad de Matilde y de los demás.
Cap. IV. El palacio de la
Mole
El autor nos describe aquella
sociedad a través de las cenas que los marqueses ofrecían, y al hilo de las
reflexiones de Julián. Se relata el aburrimiento, la falta de inteligencia y la
total superficialidad de ese ambiente. En las reuniones, siempre que no se
hablase con ligereza de Dios, del clero o del rey, de las altas personalidades,
de los artistas protegidos de la corte o de las instituciones, y no se hiciesen
comentarios favorables sobre la prensa de oposición, ni sobre Voltaire o
Rousseau, y sobre todo, siempre que ni de lejos se hablase de política, reinaba
la más absoluta de las libertades, todo el mundo podía discutir de lo que le
viniese en gana (p. 308). Pese al buen tono, a la corrección perfecta,
al deseo de agradar y a la libertad de que en los salones se gozaba, el
aburrimiento destacaba en todos los frentes. Los hombres maduros medían sus
palabras y los jóvenes, temiendo dejar traslucir su pensamiento, callaban
después de haber pronunciado cuatro frases buscadas sobre Rossini o sobre el
tiempo que hacía (p. 308).
Una mañana, hablando con M.
Pirard que todavía trabaja en el pleito, le cuenta que está aburridísimo en
esas veladas, y que hasta Mademoiselle de La Mole bosteza de vez en cuando.
Matilde, que les ha oído, pues ha entrado por la puerta secreta, piensa para
sus adentros éste, al menos, no ha nacido de rodillas... ni es tan feo como
el viejo (p. 310).
En la velada
de esa noche se describe a los pretendientes de Matilde, a quienes ésta trata
con elegante desdén. Todos, especialmente el Conde Norberto, se divierten a
expensas de Julián con toda clase de frivolidades. Se sigue pintando un
repelente retrato del ambiente de la aristocracia, con su desprecio hacia los
liberales y bonapartistas.
El autor se mofa también de
los jansenistas, en la persona del Abbé Pirard, que asiste con frecuencia a las
veladas: Largo rato contestó aquella noche a las preguntas de Julián...
hasta que al fin selló de pronto sus labios, pesaroso de no poder hablar bien
de nadie y sí mal de todos, e imputándoselo como pecado. Como era colérico y
jansenista, y consideraba la caridad cristiana como un deber, su vida en la
sociedad era un combate continuo y encarnizado (p. 316).
Cap. V y VI:
Han pasado varios meses. El
Marqués le ha encomendado a Julián el estudio de la administración de sus
latifundios en Bretaña y Normandía, y viaja a estas regiones. Sigue asistiendo
a clases de teología, aunque sin mucha aplicación. El Marqués le ha regalado un
caballo, que utiliza con mucha frecuencia, y se ejercita también en el tiro con
pistola y en el esgrima.
Julián tiene un altercado con
un cochero, y acaba batiéndose en duelo contra su amo, que le hiere en el
hombro; el mismo caballero le lleva a casa de La Mole y, al enterarse éste
último del origen humilde de Julián, hace correr el rumor de que es hijo
natural de un amigo del Marqués, pues considera impropio haber tenido un duelo
con el hijo de un carpintero. Al Marqués le agrada el rumor.
Cap. VII. Un ataque de gota
El Marqués, con ocasión de un
período agudo de dolor por causa de la gota, deposita en Julián cada vez más su
confianza. Pasan mucho tiempo juntos y termina enviándole dos meses a Londres
para que frecuente allí los ambientes diplomáticos y poder obtener para él la
Cruz de la Legión de Honor, que facilitará el reconocerle como noble.
Durante la estancia, el autor
da rienda suelta, aunque brevemente, a su aversión por Inglaterra: el
talento y el genio pierden el veinticinco por ciento de su valor al desembarcar
en Inglaterra (p. 340). Va a visitar al célebre Philip Vane, el único
filósofo que ha producido en Inglaterra desde Locke. Lo encuentra cumpliendo
el séptimo año de presidio, pese a lo cual estaba alegre como unas pascuas. La
rabia y las persecuciones de los tiranos le movía a risa.
—Es el primer hombre alegre
que he visto en Inglaterra—, dijo Julián al salir de la prisión (p.
339). Retiene en la memoria algunas invectivas de la conversación: la idea
más útil a los tiranos es la de Dios.
A su regreso le conceden la
cruz. Recibe la visita de Valenod, que va a ser nombrado alcalde de Verrières
—Rênal ha sido destituido por haber recibido apoyo de los liberales—. Éste le
ruega que le presente al Marqués, y Julián, a cambio, le pide para su padre el
puesto de gobernador de la Casa de los Pobres, y que conceda un despacho de lotería
a M. Cholín que le ayudó antaño, en vez de a M. Gros, —hombre sencillo y
generoso— que lo había solicitado con mayores razones. El autor muestra cómo
Julián va introduciéndose en el “establishment”, y su conflicto personal
entre la grandeza de ánimo que le empuja al ideal de libertad, y el de su vana
mezquindad, que le inclina al conservadurismo y al confort de la vida parisina.
Cap. VIII. ¿Cuál es la
condecoración que más distingue?
Se relata el trato de Julián y
Matilde, mezcla de atracción y de mutuo desprecio e hipocresía en las
conversaciones; la repulsa de Julián por la aristocracia y su conciencia de
clase, que siente más intensamente que en sus relaciones con Mme. de Rênal, y
—por parte de Matilde— el desdén por la clase baja de Julián, junto con el
aprecio por su inteligencia, mayor que la de sus pretendientes que la aburren
soberanamente.
Cap. IX. El baile
Durante un baile Julián
mantiene una conversación con el Conde de Altamira, exiliado político, a quien
previamente se ha descrito como un jansenista digno de admiración por hacer
compatibles la fe en Dios con la defensa de la libertad. La conversación
concluye con el tema de la cínica desilusión de todos los revolucionarios que
acaban vendiéndose al principio de utilidad. Julián sufre una profunda crisis
en sus concepciones políticas, y al día siguiente se desahoga con Matilde.
Cap. X y XI: La Reina
Margarita y El imperio de una doncella
Se narra una
de las costumbres de Matilde. En 1574, Bonifacio de La Mole, antepasado suyo,
amante de la Reina Margarita de Navarra, fue decapitado por intentar salvar a
sus amigos; la Reina, después de presenciar su ejecución, pidió su cabeza y la
enterró con sus mismas manos. Recordando ese hecho que le apasiona, en el
aniversario de la ejecución, Matilde se viste de riguroso luto. En esta
ocasión, además, su imaginación se desborda pensando en aquel hecho, pero
poniendo a Julián en el lugar de su antepasado.
Se describe más detenidamente
a Mademoiselle de La Mole, con sus diecinueve años, un ingenio muy agudo para
herir a quien no le cae bien, aburrida por las costumbres de la época, esto es,
menos hipócrita y más apasionada. Adora el heroísmo de las guerras entre
calvinistas y católicos en Francia, y los relatos de grandes romances. Su
aburrimiento sólo desaparece en presencia de Julián, del que acaba
enamorándose. Supone ya grandeza de alma y audacia atreverse a amar a un
hombre colocado tan por debajo de mí por su condición social... Veamos...
¿Continuará mereciéndome? ¡A la primera debilidad que en él observe le
abandono! Una doncella de mi cuna, y dotada del carácter caballeresco que mi
buen padre me atribuye, no debe, no puede conducirse como una necia (p.
380).
Cap. XII. ¿Será un Danton?
Continúa el soliloquio de
Matilde en el que desprecia el contrato matrimonial que haría con alguno
de sus pretendientes, y exalta el amor libre del romanticismo en su
futura unión con Julián: Entre Julián y yo no hay contrato que firmar, ni
abogado para la ceremonia civil; todo es heroico, todo se deja al azar (p.
382). Se añade una crítica del autor a la educación recibida en el Convento del
Sagrado Corazón: Hija de un hombre de talento que podía ser ministro y
devolver los bienes al clero, Matilde había sido objeto, mientras estuvo
interna en el Sagrado Corazón, de adulaciones excesivas... Habíanle hecho creer
que, debido a su nacimiento, a su fortuna, etc., tenía derecho a ser más feliz
que ninguna otra... (pp. 387‑388). A su vez, Julián, como ocurriera
con Mme. de Rênal, va perdiendo la impresión de doméstico confidente pasivo y,
aunque duda de la sinceridad de Matilde, decide conquistarla.
Cap. XIII a XVI:
Julián recibe una carta de
amor de Matilde, pero sospecha que se trata de una trampa para perderle. En la
duda, y llevado por el deseo de vengarse de todos los desprecios sufridos,
envía la carta a Fouqué para que la guarde por si es una emboscada, y contesta
a Matilde acusándola de tramar contra él. Sigue un intercambio de cartas, y se
describe la lucha interior de Matilde, que termina con el triunfo de la pasión
sobre el orgullo, con todo un proceso de autojustificación. Acaba enviándole
una carta en la que concierta una cita.
La primera reacción de Julián
es marcharse, pues se imagina un complot, pero luego se arrepiente ya que huir
le parece una cobardía —es cuestión de honor—, y decide acudir a la cita armado
con pistola. Antes envía también esa carta a Fouqué. A la mañana siguiente,
después de su encuentro con Matilde, Julián cabalga a galope, henchido de
orgullo por su conquista, imaginándose un gran militar. Ella, después de
acompañar a su madre a Misa —con lo que el autor subraya una vez más la
hipocresía y se burla de la religión—, se llena de sentimientos de miseria y de
vergüenza.
Cap. XVII a XX:
Pasan tres días en los
que no se hablan, alimentando un odio mutuo por el orgullo herido. Cuando se
encuentran en la biblioteca, ella le confiesa su arrepentimiento por haberse
entregado al primero en llegar. Profundamente ofendido y humillado, Julián
coge una vieja espada colgada en la pared y se dirige a ella para matarla. Ella
se lanza suplicante sobre él y así acaba la escena. Este hecho le hace recobrar
su amor apasionado, aunque continúan sus contradicciones. Recuperan su amistad
y Julián acaba por enamorarse de ella; pero con el tiempo Matilde toma una
actitud hiriente y se dedica a contarle historias de sus pretendientes,
hablando bien de ellos, lo que provoca el dolor de los celos en Julián.
Se describe un continuo
sucederse de amor, autojustificación y sufrimiento, mientras Julián, que llega
a pensar en el suicidio, trata de interpretar los sentimientos de Matilde, en
los que el autor muestra el juego irracional de las pasiones, típico del
romanticismo, donde la emoción es más fuerte que la razón.
Se justifica Stendhal en un
paréntesis, de lo que pudiera parecer irreal e inmoral en el retrato de
Matilde, con sus increíbles contradicciones, que pueden sonar ofensivas para la
sociedad parisina a la que escribe: No olviden nuestros lectores que las
novelas son espejos que pasean por la vía pública, que tan pronto reflejan el
purísimo azul del cielo, como el cieno de los lodazales. Y si así es ¿os
atreveréis a acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en su canasto?...
¡A quien debéis acusar es a la calle o al lodazal!, y mejor aún, al inspector
de limpieza que consiente que se forme el lodazal (p. 438).
Cap. XXI a XXIV:
Se narra un episodio en el que
el Marqués envuelve a Julián en un complot político. Consiste en que asista con
él a una reunión de conspiradores y se aprenda de memoria un resumen de cuatro
folios de lo dicho allí para luego transmitirlo verbalmente a una alta
personalidad. Entre los conspiradores se encuentran algunos obispos y un
cardenal. Su pretensión es instalar en el poder una monarquía que asegure una
mayor unión entre el trono y el altar eliminando la libertad, para lo
que piensan formar unas milicias voluntarias, reclutadas en las provincias con
el apoyo económico de Inglaterra.
El Cardenal se levanta para
decir que la fuerza más poderosa es el clero. Cincuenta mil sacerdotes
repiten todos los días las palabras que sus jefes les indican, y el pueblo, que
es el que da los soldados, hará más caso a la voz de sus pastores que a las
alocuciones de los insignificantes gusanos del mundo (p. 469). La discusión
continúa, en un tono cada vez más reaccionario, ante el asombro de Julián; los
clérigos consiguen hacerse con el liderazgo para dirigir la conspiración. En
todos estos capítulos se ataca violentamente a la Iglesia.
Julián parte para cumplir su
misión, en un país extranjero, con pasaporte falso. Después de algunas
peripecias —es vigilado precisamente por el Abbé Castanède (el vice rector del
seminario) que resulta ser el jefe de la policía secreta en el norte, el cual
intenta narcotizarlo en una fonda, registrando su equipaje—, encuentra al
destinatario, un cierto Duque, a quien recita lo que había memorizado; éste le
indica que permanezca unos días en Estrasburgo, esperando la respuesta. Durante
la espera, Julián, que sigue obsesionado con Matilde, encuentra al Príncipe
Korasoff (conocido en uno de los bailes parisinos) a quien le confía que su
aspecto triste y melancólico se debe a que la mujer que ama no le corresponde.
Éste le aconseja que haga la corte a otra para provocar los celos de la
primera, y para ello le proporciona una colección de cartas de amor.
Finalmente, obtenida la respuesta del Duque, Julián regresa a París.
Cap. XXV a XXXI:
En París entrega al Marqués la
respuesta al mensaje. Después elige a la mujer para conquistar: Mme. de
Fervaques, que frecuenta con asiduidad el palacio de La Mole. Ante la extrañeza
de Matilde, empieza a cortejarla y también a escribir las cartas de Korasoff,
que le hace llegar en modo romántico. Durante una de las comidas en casa de Mme.
de Fervaques, coincide con un obispo, tío de ésta, que se hallaba presente en
la conspiración. Se trata de un personaje importante, pues interviene en el
nombramiento de casi todos los obispos en Francia; se dice que no le niega nada
a su sobrina predilecta. Julián sueña ya con ser obispo.
Tras algún tiempo, en el que
Julián no acaba de ver el esperado resultado y está a punto de suicidarse
cuando se entera de que Matilde va a casarse con otro, ésta acaba claudicando,
y dándole garantías de que ya no le dejará. Julián, sin embargo, continúa
tratándola duramente. Todo este largo y complicado proceso se describe en un
ambiente de decadencia y de tedio con el que el autor caracteriza aquella
sociedad.
Cap. XXXII a XXXIV:
Matilde anuncia a Julián que
está esperando un hijo, y que se lo va a comunicar a su padre. Así lo hace en
una larga carta en la que le manifiesta su decisión de no separarse nunca de
Julián aunque la expulse de su casa, todo ello en tonos épicos. Julián es
llamado por el Marqués a su despacho, que lo recibe furioso con una avalancha
de insultos, mostrándose indiferente ante su ofrecimiento de suicidarse o de
que le mate. Decide entonces Julián acudir al Abbé Pirard a pedirle consejo
pensando en su futura responsabilidad de padre.
Cap. XXXV. Un huracán
Después de mucho cavilar, y
habiendo consultado al Abbé Pirard, el Marqués decide otorgar a Julián un
título nobiliario, con parte de sus tierras, una generosa renta a ambos y el
nombramiento de teniente de Husares. Julián, que empieza a creerse en efecto
hijo de un noble, lleno de júbilo se incorpora el regimiento en Estrasburgo,
donde con su personalidad y sus habilidades no tarda en conseguir el éxito.
Desde allí escribe al anciano Abbé Chélan enviándole una suma de dinero para
repartir entre los pobres. Parecía que todos sus sueños se habían cumplido.
Sin embargo, un día le llega
una carta de Matilde, diciéndole que todo está perdido y que vaya
inmediatamente a París. Allí le entrega una carta del Marqués en la que dice
que no puede consentir a su matrimonio después de haber recibido una carta
enviada por Mme. de Rênal, y que le entrega 10.000 libras con la condición de
que se marche al extranjero. Le enseña luego esa carta medio borrada por las
lágrimas, en la que reconoce la letra de Mme. de Rênal. En ella le dice al
Marqués que al enterarse de la inminente boda de Julián se ve en la obligación
moral y religiosa de advertirle la hipocresía e irreligiosidad del joven, y que
es habitual en él recurrir a la seducción para dominar al dueño de la casa y
obtener su fortuna.
Julián sale inmediatamente
para Verrières donde llega un domingo por la mañana y sin hacer caso de los
parabienes que recibe de todo el mundo, se dirige a la Iglesia, sentándose unos
metros detrás de Mme. de Rênal. Se siente incapaz de realizar lo que se había
propuesto, pero al sonar la campana de la consagración, dispara dos veces sobre
ella, que se desploma. Julián es detenido por la policía sin oponer
resistencia.
Cap. XXXVI. Detalles
tristes
Dos gendarmes llevan a Julián
a la cárcel, donde empieza a pensar en el suicidio o en la guillotina que le
espera, aceptándola con resignación. Ante el magistrado que le interroga se
declara culpable. Escribe a Matilde amablemente, satisfecho de haberse vengado,
y le pide que no le escriba, que no hable a nadie de él, ni siquiera a su hijo,
y que al cabo de un año se case con uno de sus ricos pretendientes. Mientras
tanto sigue justificándose ante sí mismo y ante la humanidad por haber
cumplido con su deber.
Mme. de Rênal, herida sólo en
un hombro, está fuera de peligro, lo que ella lamenta, pues no desea otra cosa
que morir desde que su joven confesor le obligó a escribir la carta al Marqués.
Envía dinero al carcelero para que trate bien a Julián.
Cuando le traen la cena, se
entera por el carcelero de que Mme. de Rênal no ha muerto. A medida que el
relato de éste demostraba a Julián que la herida que causó a Mme. de Rênal no
era mortal, sentíase enternecido y con ganas de llorar... No bien cerró la
puerta, Julián cayó de rodillas y, vertiendo un mar de lágrimas, exclamó...
¡Gracias Dios mío, gracias! En aquellos momentos creía. ¡Qué importan las
hipocresías de los curas? La idea sublime de Dios se abre paso en
circunstancias angustiosas... Entonces comenzó Julián a arrepentirse del crimen
cometido (p. 554).
Es trasladado a Besançon,
donde tendrá lugar el proceso judicial. En esa situación, mientras sigue dando
gracias al Cielo por no haberla matado, descarta la idea del suicidio y del
soborno para huir; sigue pensando en Matilde y siente desprecio por los jueces.
Cap. XXXVII. Un torreón
Recibe la visita del Abbé
Chélan que quiere devolverle el dinero enviado desde Estrasburgo, lo cual le
emociona. Al día siguiente sus sentimientos vuelven a ser enfrentarse a la
muerte con valentía. También le visita Fouqué, que le deja el consuelo de un
verdadero amigo que está dispuesto a vender todos sus bienes para liberarle
—imagen que contrasta con los jóvenes que ha conocido en París—, pero Julián
rechaza el ofrecimiento.
Cap. XXXVIII y XXXIX:
Matilde se presenta
inesperadamente. También ella quiere lograr la libertad de Julián. Con un
soborno consigue el permiso para visitarle y allí le abraza llamando noble
venganza al intento de asesinato.
Para intentar liberarlo
consigue una audiencia con el Vicario General, Abbé Frilair, que es además jefe
de la policía secreta y el hombre más poderoso de la ciudad. Tiene lugar aquí
una de las escenas más desagradables de la novela, en la que el autor quiere
mostrar la perfidia refinada del clero. Tras enterarse de que Matilde es hija
de su mortal enemigo, el Marqués de La Mole y que —lo mismo que Julián— es
amiga de Mme. de Fervaques, la omnipotente sobrina del famoso obispo, su
semblante se transforma por la ambición. Explica a Matilde que él puede influir
en cualquier jurado; luego, le relata el romance entre Julián y Mme. de Rênal.
Notando el efecto que esto causa en Matilde, no duda en hurgar en la herida
—sabiendo que es su arma mejor para dominarla— diciéndole que el motivo del
crimen son los celos de Julián, al enterarse de las relaciones de Mme. de Rênal
con su confesor, un joven sacerdote jansenista, y que por eso le disparó
durante la Misa que él celebraba. Acaba asegurándole la liberación de Julián a
cambio del obispado que Matilde promete conseguir.
Matilde solicita a Mme. de
Fervaques que venga personalmente a interceder por Julián. Éste se siente
abrumado por tanta devoción y sacrificio, aunque lo que le preocupa es si Mme.
de Rênal le ha perdonado. Se ve aquí una especie de conversión moral de su
espíritu egoísta y ambicioso sin límites, ante el sacrificio heroico y
desinteresado de las dos mujeres. Aunque sabe que Matilde está dispuesta a
morir si muere él, (desconoce sus intentos de liberarle, pues Fouqué le ha
aconsejado a Matilde que no se lo cuente) empieza a pensar que lo que en
realidad quiere ella es causar sensación por la intensidad de su amor y la
sublimidad de sus acciones. Julián le pide a Matilde que entregue su hijo a
Mme. de Rênal para que lo críe, y que se case un año después de su muerte.
Cap. XL y XLI:
Julián sufre otros dos
interrogatorios, en los que sigue afirmando su culpabilidad, y se refugia en el
mundo de sus ideas, pensando cada vez más en Mme. de Rênal. No quiere saber
nada de los rumores de buen augurio que hay en la ciudad. El Abbé Frilair, que
ya ha recibido garantías de Mme. de Fervaques acerca del obispado, consigue un
grupo de hombre fieles en el Jurado, mandados por M. Valenod, para que le absuelvan
y así se lo hace saber al Obispo tío de Mme. de Fervaques. Por su parte, Mme.
de Rênal, contra lo que le dicen su marido y su confesor, escribe a todos los
miembros del jurado pidiendo la absolución de Julián.
Durante el proceso, Julián, en
un alegato de veinte minutos, se declara culpable sin atenuantes, pero se
pronuncia contra el jurado, incapaz de juzgarle con clemencia —no veo entre
el jurado a ningún pobre enriquecido, sino sólo burgueses indignados—, y
se refiere a la injusticia de una sociedad y de unos hombres que no
permiten el ascenso social.
Al ser pronunciada la
sentencia de muerte por parte del jurado, Julián piensa con asco en la venganza
satisfecha de Valenod, su antiguo rival con relación a Mme. de Rênal (el que
escribió el anónimo al alcalde). Esta sentencia se debe a la traición de
Valenod a lo prometido al Vicario General.
Cap. XLII. En la cárcel
Encerrado en la prisión, se
centra Julián en sus pensamientos sobre Mme. de Rênal, y en sus monólogos.
Si hay otra vida y me encuentro al Dios que pintan algunos cristianos, un Dios
vengativo, estoy perdido... Pero si encontrase al Dios de Fenelón... ¡quién
sabe si me dirá ‘te será perdonado mucho porque has amado mucho...’! A nadie he
amado tanto como a Mme. de Rênal, y he querido asesinarla... (pp. 588‑589).
Así continúa Julián
justificándose y pensando en el regocijo de sus enemigos. Lo único que le
importa es morir con valentía y despreciándolos, pues ha rechazado la
posibilidad de la apelación que le sugiere Matilde para no perder con ese
tiempo la valentía que ahora siente. Los ruegos de Matilde, que le reprocha
amargamente todos sus defectos, le llevan a perder el poco afecto que le
quedaba por ella.
Cap. XLIII y XLIV:
En estos capítulos, los
ataques e insultos del autor a la Iglesia llegan a su punto máximo. Se comienza
describiendo las conmovedoras escenas de la visita de Mme. de Rênal. Al mismo
tiempo que le perdona, le pide excusas por la carta que envió al Marqués,
diciéndole que fue su confesor quien la redactó, quedando ambos como víctimas
del clero —qué terrible crimen me ha hecho cometer la religión, dijo ella—,
y de la discriminación social. Le pregunta sobre Matilde, a lo que Julián
responde que lo que dicen es sólo verdad en apariencia. Es mi mujer, pero no
mi querida. Luego consigue convencerle de que no se suicide.
El día en que ella se marcha
para Verrières, siguiendo la orden de su marido, sucede el desagradable
episodio de un sacerdote, un intrigante que no ha podido medrar entre los
jesuitas, y decide hacerse famoso logrando la confesión de Julián. Se
planta en la puerta de la prisión recitando oraciones y llamando a Julián a la
conversión. Al fin, cansado del escándalo, Julián le permite entrar. Ante la
hipocresía del sacerdote, Julián se siente furioso, pero al oírle hablar de la
muerte se acobarda y casi llega a traicionarse con un gesto de debilidad; al
final se libra de él entregándole cuarenta francos para decir una Misa por su
alma aquel mismo día.
De nuevo solo, Julián empieza
a llorar pensando en la muerte. Llega Matilde, por la que siente cada vez menos
afecto, que le cuenta que Valenod traicionó al Abbé Frilair porque el día
anterior había sido nombrado prefecto y ya no dependía de éste.
Enfurecido echa de la celda a
Matilde, que se deshace en lágrimas. El autor, ensañándose contra la maldad
clerical jesuítica, añade que Matilde no le había contado que el Vicario,
al ver perdida la causa de Julián, había intentado conseguir el obispado
haciéndose su amante.
Julián rechaza la visita de
Fouqué, para centrarse en sus meditaciones. Recibe en cambio a su padre —que le
reclama todo el dinero que tuvo que gastar en mantenerle y en criarle— a quien
disculpa por no ser peor que el resto de la sociedad.
Continúa entonces con sus
cavilaciones sobre la vida de los hombres, que sólo se mueven por el interés y
la necesidad, sobre la verdad, la religión...: ¿Dónde está la Verdad?
En la religión... Sí, añadió con la agria sonrisa del más profundo desprecio,
en las bocas de los Maslons, los Frilairs, los Castanèdes... Quizá en el
auténtico cristianismo cuyos sacerdotes no serían pagados más de lo que fueron
los Apóstoles? Pero San Pablo fue pagado por el placer de mandar, de hablar, de
oír hablar de él... (p. 604). Un auténtico sacerdote nos hablaría de
Dios. Pero ¿de qué Dios? No del Dios de la Biblia, (...) sino del Dios de
Voltaire (p. 606).
Cap. XLV:
Se llega a
este último capítulo, de intenso sabor romántico. El pretendiente de Matilde
muere en duelo por defender el honor de ella, y Julián trata de convencerla de
que se case con otro. Ella queda sumida en los celos por Mme. de Rênal, a la
que ve cada día en la celda. Julián le pide a Fouqué que le traiga un confesor
jansenista. Una vez allí resulta estar aliado con los jesuitas para bien de la
religión, y trata de conseguir una conversión sensacional, a lo que Julián se
niega.
A pesar de todos los intentos
de las dos mujeres, Julián se niega a apelar la sentencia, y es guillotinado
muriendo con honor, como había deseado. Fouqué compra el cuerpo de Julián a la
congregación de Besançon, cuyos miembros sacan dinero de todo, para
enterrarlo en una cueva cercana a su casa como le había pedido. Se presenta
Matilde que —como la reina amante de aquel antepasado suyo—da sepultura a su
cabeza con sus propias manos. Mme. de Rênal, fue fiel a su promesa. No trató
de quitarse la vida; pero tres días más tarde, después de Julián, murió
mientras abrazaba a sus hijos (p. 611).
II. PERSONAJES PRINCIPALES Y
VALORACIÓN TÉCNICA
A través de los personajes de
esta novela, Stendhal pretende describir la sociedad francesa de la
restauración.
Julián Sorel
Su figura es un ejemplo típico
de la sociedad de entonces. Su condición social es al mismo tiempo lastre e
impulso para sus planes: envidia no tener una situación como la de los nobles,
y se queja de las trabas que encuentra para su ascenso social, por ser hijo de
un carpintero. Es tímido pero muy ambicioso, y por esto vence la timidez. Para
satisfacer sus ambiciones trata de introducirse en los ambientes de la alta
sociedad y en los eclesiásticos, donde se encontraban, para él, los detentores
del poder. Su modelo es Napoleón. Es orgulloso y le humilla sentirse por debajo
de los demás. Este orgullo le impide que se arrepienta al final de su vida,
pues confunde humildad con cobardía. Detesta la mediocridad, considera la vida
como un sueño heroico, y sus actos como batallas, pero no para alcanzar la
virtud, sino para colmar sus ambiciones. Por esto, no le importa emplear medios
ilícitos para lograr sus objetivos. Denuncia la hipocresía de la sociedad de su
tiempo, pero él la utiliza sistemáticamente; en este sentido, es un cínico.
Hay algunas notas positivas
que hacen atractivo al personaje: es un luchador, no cede ante las
dificultades; a veces, sale a relucir que es un hombre de corazón. Pero la
ambición le lleva al constante desasosiego, interrumpido sólo por breves
momentos de felicidad, que añora al final de su vida: como aquélla predomina
sobre éstos, siente desprecio por sí mismo e incluso piensa varias veces en el
suicidio. Su vida es la de un inmaduro y un fracasado, que peleó en vano.
Madame de Rênal
Hasta conocer a Julián Sorel
era una mujer sencilla y fiel a su marido, no por virtud sino por
convencionalismos sociales. Es ignorante y sentimental, devota pero
superficial, que aparenta gran abnegación y dedicación a la familia, pero
engaña a su marido. El amor a sus hijos frena a menudo sus pasiones. Su marido
es un personaje repugnante, aburguesado y egoísta, que induce al lector a ser
comprensivo con las faltas de su mujer.
Matilde de la Mole
Había sido hecha para vivir
con los héroes de la Edad Media (p. 317), le dice Julián. Se
trata de una mujer anclada en el pasado; de ahí el continuo aburrimiento (l'ennui)
en que está sumida (no en vano los románticos del s. XIX hablarían del mal
du siêcle para referirse a esta situación de aburrimiento, angustia y
nostalgia, que siguió a una época dorada). Sólo Julián le hace olvidar tal
estado de abulia, que reaparece después, cuando deja de sentir atracción por
Sorel. Es superficial, vanidosa e hipócrita, cuando le interesa; sus principios
morales carecen de raíces, por lo que no duda en saltárselos cuando le
conviene. El tedio que siente Julián por ella, al final de su vida, es el mejor
resumen de los sentimientos que inspira.
Visión de la sociedad
Le Rouge et le Noir tiene
como subtítulo: Chronique de 1830, que revela el deseo realista de
Stendhal de hacer un retrato de la época, que sirva de fondo al recorrido
mental y vital del protagonista. Pero la objetividad pretendida está malformada
por las tendencias e impresiones de los personajes, que en muchos casos —sobre
todo Julián Sorel— reflejan las decepciones y traumas del propio Stendhal.
La descripción de la sociedad se realiza en tres niveles:
—Verrières: es
una sociedad campestre y mezquina, en la que Sorel se encuentra estrecho e
incómodo, sin posibilidad de progresar. Sin embargo, al final de su vida,
recordará con agrado algunos momentos pasados en el pueblo.
—Besançon: para
Julián la vida de esta capital de provincia está dominada por los nobles y los
clérigos. El ambiente del seminario no puede ser descrito de modo más
tenebroso. La hipocresía y las intrigas están presentes por doquier,
particularmente en el estamento clerical.
—París: el sueño
de Sorel en París es hacer fortuna entre los nobles y poderosos. El ambiente de
los salones de la aristocracia le decepciona, pero no hay otro modo de medrar,
que es su máxima aspiración. La hipocresía, la superficialidad y el
aburrimiento, son las notas características. La descripción de la vida de
Julián en París es en buena medida autobiográfica.
Técnicas narrativas
—Monólogo interior: Es
una de las características que han hecho famosa la novela. Aunque otros autores
lo habían utilizado anteriormente, no lo habían hecho con tanta habilidad y
profusión. Gran parte de la acción se describe a través del monólogo interior
de los personajes, especialmente de Julián, que pasea la mirada por todo lo que
le rodea, de modo que el lector ve lo que ocurre tanto en su interior como
exteriormente. También utiliza esta técnica con otros personajes, como en el
capítulo VIII del libro II, que recoge los pensamientos de Matilde de la Mole
sobre Julián. En este sentido, se ha querido ver en Stendhal un precedente de
algunas tendencias de la novela en el siglo XX (Joyce, Proust, Faulkner...).
Le Rouge et le Noir se
puede incluir en lo que se ha llamado Roman d'apprentissage, o novela de
ascensión social o de aprendizaje. A lo largo de la narración, Julián va
aprendiendo cómo lograr dicho ascenso y, por lo tanto, qué debe evitar: no
sirven los argumentos lógicos, ni la virtud, ni la sencillez y veracidad, sino
sólo la hipocresía, la habilidad, la ambición, etc.
—Deseo triangular: En
la novela se utiliza con frecuencia lo que algunos llaman deseo triangular:
un personaje siente cierta atracción hacia algo, a causa de un tercer
elemento. Tal es el caso de la relación contraída entre Julián y M. de Rênal:
la causa es la envidia y la humillación que puede provocar a su rival político
Valenod. Lo mismo ocurre con las relaciones entre éste y Matilde de la Mole:
para ella, amar a Julián sería acabar con l'ennui en que vivía, del que
no la libraban los demás pretendientes; cuando en sus relaciones reaparece la
monotonía y se distancian, algún acontecimiento extraordinario permite que se
restablezcan.
III. VALORACIÓN DOCTRINAL
Aparte de los comentarios
hechos a lo largo del resumen, se pueden enumerar los siguientes errores o
inconvenientes:
1. Una visión de la Iglesia,
del clero y, en general, del cristianismo, de la Biblia, de la moral, de la
religión, y de los sacramentos, fuertemente —a veces apasionadamente— injusta,
sin apenas traza de objetividad basada en la comprobación de los hechos y en la
debida información. Julián hace gala de ser un ferviente discípulo de Voltaire,
con su vago deísmo, su odio a la Iglesia y sus denodados esfuerzos por
denigrarla y calumniarla (con frecuencia, contraponiéndola a los jansenistas,
presentados como los únicos clérigos de cierta bondad).
2. Una moral basada en los
instintos y sentimientos subjetivos; unas veces condicionada por la opinión
pública o conformismos de grupo; otras, por necesidades vitales. Así
se trata en la novela de justificar el adulterio, con la exaltación del amor
libre y la denigración del matrimonio como contrato irrevocable; el
suicidio; la hipocresía; la mentira; el asesinato; la calumnia; el soborno;
etc. Se llega a afirmar que el fin justifica los medios y a negar
explícitamente la ley natural. Con esta disolución de la moral en necesidades
vitales, la civilización vuelve a la jungla, el hombre se torna animal, no hay
nada estable: la conducta de Julián Sorel refleja bien las consecuencias de
este irracionalismo y relativismo.
3. A esta concepción de la
moral y de la religión responde un anarquismo romántico en su visión de la
sociedad y de la política. Julián se declara discípulo de Rousseau. Esto le
lleva a un total y cínico escepticismo desesperado, que culmina en el desenlace
de la novela. Incide en los errores básicos del anarquismo, al rechazar el
principio de autoridad, pues confunde los abusos de la autoridad con el
principio mismo; aboga por una libertad sin trabas ni condicionamientos,
para terminar en el individualismo y egoísmo exasperados.
Publicada en 1830, en pleno
auge del romanticismo revolucionario, esta novela tuvo gran influencia como
vehículo para describir una situación madura para la revolución, por medio de
una crítica sistemática de todas las instituciones, que formarían un establishment
opresivo y depravado. Sirvió de patrón, por ejemplo, para numerosas obras
literarias con aspiraciones revolucionarias. Este estilo y acción fue fomentado
por las logias masónicas, con los tópicos de la alianza entre el trono y el
altar como baluarte de la reacción contra el progreso liberal. La
novela exalta también otros ídolos favoritos del libertarismo romántico, tales
como la primacía del honor por medio del duelo y del suicidio; el terror al
ridículo; el culto a las pasiones por encima de la razón, vulgarizado por las novelas
rosas, etc. Presenta una visión pesimista y desilusionada de la naturaleza
humana, con prevalencia y triunfo final de la tragedia y del desastre[4].
J.M.T.‑J.M.L.
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[1] Marie‑Henri Beyle; 1783‑1843.
[2] Se cita por la edición castellana: "Rojo y
negro", E.D.A.F., Madrid 1972.
[3] Sobre el tema del Jansenismo, que aparece frecuentemente
en la novela, puede verse la voz correspondiente en la Gran Enciclopedia Rialp.
[4] Para más detalles sobre Stendhal, su obra y su
época pueden consultarse las voces de la Gran Enciclopedia Rialp (Stendhal,
Romanticismo, Jansenismo Libertad, etc.).