STEINEM,
Gloria
Revolución desde
dentro. (Un libro sobre la autoestima)
Anagrama,
Barcelona 1995, 473 pp.
(tít. or.:
Revolution from Within. A Book of Self-Esteem, Little, Brown & Company,
New York 1992).
I.
INTRODUCCIÓN
La obra está dividida en
siete capítulos, una presentación del libro (Prefacio personal), y
algunas referencias bibliográficas sobre la autoestima, además de un apéndice,
titulado Guía para la meditación, en el que se recogen algunos consejos
para hacer operativa la autoestima.
La autora ha sido durante
muchos años directora de una revista autocalificada como feminista,
llamada Ms., y actualmente es asesora editorial de la misma publicación.
En los agradecimientos que recoge al final del libro se encuentra el Grupo Voters
for Choice, constituido en su mayoría por personas que han pertenecido o
pertenecen a diferentes confesiones cristianas, y reclaman el reconocimiento de
un derecho al aborto. Algunas de ellas han trabajado en colaboración con
Organizaciones Gubernamentales de USA y Canadá, que han invertido en la
redacción del esquema del Informe presentado por Naciones Unidas sobre
Población y Desarrollo, en mayo de 1997, El derecho a optar.
Se ha incluido en el
libro una explicación inicial del mismo, llamada por la autora "prefacio
personal", que da una idea bastante ajustada de lo que pretende con la
publicación. En un primer momento, se trataba de constatar los obstáculos
existentes para hacer realidad la igualdad de varones y mujeres. En los últimos
años ha habido un avance progresivo de medidas en favor de la igualdad, de
manera que la propia autora reconoce el despliegue de "medidas
externas". Pero al mismo tiempo, hay todavía muchas mujeres que no
terminan de asumir la confianza en sus propias posibilidades, lo que implica
que en muchos casos, el problema se encuentra en las "medidas
internas". Por esta línea, la autora recondujo el libro, confirmando que
la cuestión central está en recuperar la autoestima, teniendo en cuenta que no
sólo es necesario para las mujeres, sino para todo ser humano.
Se ha utilizado la
versión en castellano, que tiene una lectura bastante asequible, aunque no está
claro si la traducción de los términos ha sido retocada o no.
II. Contenido
Como se ha dicho al
principio, la obra se divide en siete capítulos, cuyo contenido se resume a
continuación:
1. Qué
es la autoestima
Este capítulo está
dividido en tres partes:
a) La primera se denomina
Parábola del Plaza. Narra la autora una infancia en una zona humilde del
Medio Oeste americano, en donde "se valoraba a los hombres por sus
acciones y a las mujeres por su físico, y más adelante por lo que hacían sus
maridos, y toda la vida estaba organizada de fuera hacia dentro" (p. 31).
En ese contexto, la
elección entre el pan o las rosas, inclinaba la balanza hacia lo primero, no
siendo posible que nadie se planteara en qué consiste la autoestima.
Cuando la autora está en
la treintena es cuando dice descubrir que las personas que consideraba
poderosas también sufrían, aunque por razones diferentes a las que provocaban
en ella el sufrimiento. Y de ahí concluye que en ambos casos, el objetivo era
el mismo: el equilibrio entre el yo individual y las demás personas, entre la
singularidad y la unidad, entre lo programado y lo accidental, entre nuestro yo
interno y el universo" (p. 32).
A partir de este momento,
la autora narra varios sucedidos en su trabajo como periodista, que tuvieron
lugar en el Hotel Plaza, y en los que se manifiestan las diferencias de trato
para las mujeres. Se cuestiona cómo ella misma ha sido capaz de participar en
manifestaciones y protestas reclamando derechos civiles, o igualdad racial, y
sin embargo, ha sido más lenta para tomarse en serio una batalla en favor de la
igualdad y la no discriminación por razón de sexo. Todo su proceso de
integración en esa "batalla" le lleva afirmar que empezó "a
comprender que, si bien la autoestima no lo es todo, nada tiene valor sin
ella" (p. 37).
b) el segundo se denomina
Ideas modernas y una antigua sabiduría. Describe el proceso de creación
y programación de trabajo del Equipo Operativo para la Promoción de la
Autoestima, en el Estado de California.
Junto a los chistes que
supuso que la Administración creara el equipo, la autora no le niega rigor y
seriedad, admitiendo que ese equipo es una herramienta de prevención para
problemas como la drogadicción o el analfabetismo.
La primera fase del
trabajo consistió en recopilar y realizar estudios especializados, sobre la
influencia de la autoestima en los siete grandes ámbitos: "crimen y
violencia, abuso del alcohol, consumo abusivo de drogas, embarazos de
adolescentes, malos tratos conyugales y contra los niños, dependencia crónica
de la asistencia pública y fracaso escolar" (p. 40). La conclusión fue que
la baja autoestima era un factor causal primario.
En una segunda fase, el
equipo analizó los programas aplicados con buenos resultados en escuelas y
cárceles, entre otros; y en la tercera se recogieron métodos y programas para
aplicar en otros centros.
A todo ello se añade un
calendario de debates a diferentes niveles, y en centros educativos: "por
ejemplo, en un distrito escolar que inició actuaciones para mejorar la
autoestima del profesorado, la proporción de enseñantes que declararon tener
proyectos de abandonar su puesto de trabajo se redujo del 45% a un 5% en un
plazo de un año" (p. 41). La experiencia positiva suscitó un interés a
nivel nacional, teniendo en cuenta que el presupuesto invertido en el equipo
fue inferior al coste de mantener en la cárcel a un solo joven de 21 años, con
condena de cadena perpetua, según señala la propia autora (p. 42).
Sin embargo, no se
consiguió extender la experiencia a otros lugares de los Estados Unidos, según
la autora por culpa de la derecha religiosa (p. 43). La divergencia entre el
interés de la base por la autoestima, y el escaso respaldo gubernamental, se
debe a la idea de que "una autoridad personal interna resulta inquietante
para las personas habituadas a recibir órdenes desde fuera, y sin duda también
para quienes suelen dar esas órdenes. Al mismo tiempo, si sólo la autoridad externa
merece ser tenida en cuenta, cualquier experiencia personal íntima se convierte
en una frivolidad" (p. 43).
La autora recuerda que la
autoestima no es una idea nueva, sino más bien antigua, que se ha expresado de
modos muy diversos en la historia, y que identifica con el amor a uno mismo —en
francés, amour propre— y con amor propio o buena opinión de sí mismo
para los hispanohablantes. Posteriormente, hace un balance histórico parcial de
cómo se ha entendido la autoestima en las distintas culturas y corrientes de
pensamiento, para concluir afirmando: "cuanto más antigua es una doctrina,
mayor importancia parece conceder al autoconocimiento y el autorrespeto como
fuente de fortaleza, de rebeldía y de una cierta metademocracia, una unidad con
todo lo viviente y con el propio universo" (p. 46). Por ello, recuperar la
autoestima como natural sabiduría interna, rechazando las diferentes formas de
patriarcado, o racismo, supone una verdadera revolución desde dentro.
c) la última parte de
este capítulo es denominada "premisas y parábolas", en la que establece
los presupuestos de los que parte para contar en los siguientes capítulos las
experiencias (personales o ajenas) sobre la autoestima.
Steinem señala en primer
lugar que la autoestima es personal. Cuenta su propia historia. A raíz
de un trabajo intenso dentro del mundo del periodismo, y para la defensa del
movimiento en favor de los derechos civiles, y del feminismo después, encuentra
un libro que narra las carencias de Marilyn Monroe, y que según su autor
justifican toda su conducta. Este libro[1] reaviva
en Steinem su infancia. Un padre que trabajaba permanentemente fuera del hogar,
y una madre depresiva y descuidada, que después del divorcio —cuando ella tenía
10 años— se convierte en un ser distante y aislado. Esta situación motiva el
escape de la autora hacia el ámbito profesional, intentando olvidar las
carencias. "Un recurso para volver la espalda a un pozo de necesidades que
temía pudiera tragárseme si reconocía su existencia" (p. 53). Esto le
lleva a concluir que las personas adultas tienden a tratarse como las trataron
en la infancia. "Sólo cuando adquirimos conciencia de los viejos patrones
que no hemos escogido, podemos cambiarlos, y aún así el cambio, por favorable
que sea, al principio sigue despertándonos un sentimiento de fría soledad"
(p. 53). Y por este motivo, termina señalando como pauta la referencia de la
terapia en Alcohólicos anónimos: "o lo desentierras o repites" (p.
54).
Junto a la dimensión
personal de la autoestima, Steinem se refiere a que la autoestima es
contagiosa. La argumentación empieza contando la historia de Bill Hall,
profesor de lengua inglesa en el Harlem hispano, y promotor de las sesiones de
ajedrez para chicos y chicas en esa zona marginal de Nueva York. Aunque eso no
les serviría para encontrar trabajo, la autora afirma que el profesor "les
daba algo que escaseaba en sus vidas: la plena y sincera atención de una
persona que creía en sus posibilidades" (p. 56).
Lo que empezó siendo una
distracción, fue progresando, y la participación en competiciones con distintos
colegios, así como el encargo de capitanear al grupo —que iba variando en cada
competición— fomentó la mejora de los chicos y chicas, que no sólo fueron
buenos jugadores de ajedrez, sino también mejores estudiantes. La lección es la
frase del entrenador de fútbol americano Vince Lombardi: "la confianza es
contagiosa, la inseguridad también" (p. 60).
La autoestima es —según la autora— descubrimiento de uno
mismo. La afirmación inicial es justificada en la experiencia de Marilyn
Murphy, cuya autoestima —a juicio de Steinem— "se inició en el momento en
que se decidió a destaparse, manifestándose públicamente como lesbiana"
(p. 67).
Después, pasa a contar la
historia de Gandhi, afirmando que "la experiencia de la humillación de la
jerarquía le condujo a abandonar la identificación con el modelo opresor, y
gracias a ello descubrió un importante secreto: un dirigente que se sitúa por
encima de su pueblo no puede elevar su autoestima" (p. 73).
La conclusión es que en
ambos casos (Marilyn M. y Gandhi) los protagonistas intentaron vivir la mitad
de sus vidas de acuerdo con un falso yo, y "conectaron con su fortaleza
personal cuando decidieron seguir los dictados de su voz interior" (p.
74).
La autoestima es
física: en este sentido, y a
partir de la experiencia de un grupo de mujeres de la India, Steinem señala que
en ocasiones se desvaloriza a las personas por su cuerpo, bien sea por la raza,
o por la apariencia física, o por la discapacitación o por la edad. En todo
caso, señala que "si los sentimientos de inferioridad tienen sus raíces en
nuestro cuerpo, la autoestima también debe empezar por él" (p. 78).
La autoestima es amor: para explicarlo, la autora se refiere a una
amiga suya, compositora, que durante muchos años buscaba en los hombres, no
sólo la posible embriaguez del enamoramiento, como dice la autora, sino también
lo que a ella misma le faltaba. Durante cinco años decidió no tener relación
con ningún hombre, hasta no descubrirse a sí misma. Y terminó enamorándose y
casándose con un hombre del que previamente había sido muy amiga, que la
valoraba, le pedía opinión, y la escuchaba (p. 80). "Decir que no podemos
amar a otras personas si no nos amamos a nosotras mismas es aparentemente una
frase manida, pero no por eso deja de ser cierta" (p. 81).
Por último, la
autoestima es cósmica. Respecto a esta última característica de la
autoestima, la autora narra la historia de Tom, hijo de una madre apocada y
pasiva, y de un padre acaudalado, al que fomentaron una visión de control sobre
todo lo que existe; educándole en un contexto de prepotencia, de adulación con
el convencimiento de estar por encima de todo. Sin embargo, esa situación llevó
consigo la soledad y el apartamiento del resto del mundo, que fueron causa de
una importante depresión. La contemplación de la naturaleza y de todo el
universo, en la situación depresiva en que se encontraba, le hicieron
reaccionar, y también el consejo de un profesor: "llevas todo el potencial
del universo dentro de ti. En segundo lugar, también lo encontrarás en el
interior de cada uno de los demás seres humanos" (p. 83).
2. Nunca
es demasiado tarde para recuperar una infancia feliz
Siguiendo la sistemática
del capítulo anterior, también éste está dividido en varios apartados.
a) La primera es llamada La
criatura que llevamos dentro. En ella explica que a pesar de la situación
de su madre, puso todos los medios para hacer saber a ella y a su hermana que
"no debíamos hacer nada para ganarnos su cariño. Nos quería y nos valoraba
exactamente tal como éramos" (p. 87). Y esto era una clara ruptura con un
pasado en el que su madre creció: un ambiente donde dominaba la disciplina
sobre el cariño.
Esta seguridad de ser
amadas y dignas de cariño, valoradas y valiosas, tal como somos, independientemente
de lo que hagamos, es el punto de partida para la forma más fundamental de
autoestima" (p. 88). A partir de aquí, la autora explica el proceso de
crecimiento de la autoestima en las distintas fases de la vida, desde el
momento de la infancia. De otro modo, las familias y las culturas que no lo
fomentan, hacen crecer el falso yo, origen de numerosísimos problemas. De
hecho, afirma "el milagro de haber recibido desde pequeñas el cariño
incondicional de mi madre nos ayudó a superar, a mi hermana y a mí, la
posterior negligencia y los tiempos difíciles que vinieron luego, cuando ella
empezó a sufrir depresiones y a encerrarse en su propio mundo" (p. 90).
Sin embargo, la
autoestima esencial de la infancia no es suficiente, y es necesario también en
la edad adulta "un cariño que nos diga: te juzgue como te juzgue el mundo,
yo te quiero tal como eres" (p. 91). Con todo, la falta de una autoestima
esencial en la infancia es mucho más difícil de curar. Y parafraseando a
Hemingway, la autora hace uso de la conocida frase: "el mundo nos lastima
a todos, y luego, algunos sacan fuerzas de sus heridas" (p. 91). En los
sistemas autoritarios, el valor intrínseco de la persona es considerado como
una amenaza, cuando en realidad la existencia de un imperativo interior es lo
que impulsa a los seres humanos a desarrollarse.
b) El segundo apartado se
denomina Localizar las antiguas heridas. La autora señala que en muchas
ocasiones, los problemas de las personas adultas tienen su explicación en los
procesos de la infancia. Aunque se ha criticado esto para estudiar las acciones
criminales de muchos sujetos, que en definitiva actúan con libertad; pero casi
siempre, tienen unos precedentes infantiles que no son positivos. De hecho, explica
que siguiendo a Alice Miller, las doctrinas pedagógicas utilizadas en Alemania
fueron la semilla perfecta para que germinara la teoría nazi. De acuerdo con
esas doctrinas, se inculcaba —entre otras cosas— que el superior no se equivoca
nunca, haciendo así que el grado de sumisión fuera total, y la crítica nula.
"En la vida
cotidiana, la represión excesiva y el consiguiente debilitamiento y menosprecio
del yo puede materializarse en algo tan habitual como la constante incitación a
la imitación, el cumplimiento de instrucciones y la obediencia a
rajatabla" (p. 105). En definitiva, la autora entiende que toda persona
tiene un yo auténtico que aguarda el momento de salir a la luz.
c) El tercer apartado
está titulado "Parábolas del retorno". Se inicia cuestionando cuál es
la diferencia por la que personas que han tenido una infancia triste y penosa,
en unos casos transmiten el sufrimiento a sus hijos, y en otros casos no sucede
lo mismo. La razón es que "nuestras hijas e hijos son las únicas personas
en quienes podemos desquitarnos sin riesgo por el daño que sufrimos" (p.
107). Pero al mismo tiempo, los estudios consultados permiten afirmar que sólo
entre una cuarta y tercera parte de todas las niñas y niños maltratados
reproducen la conducta con su prole.
En este contexto, para
que sea posible salvarnos, "sólo se requiere una condición: que al menos
una persona haya respaldado nuestros auténticos sentimientos en la infancia,
indicándonos que nuestro auténtico yo era visible para los demás y realmente
existía" (p. 109). A continuación, Steinem inserta algunos relatos de
personas que han sido capaces de recuperarse después de un contexto infantil
negativo (prejuicios, violencia, ira, humillación), o de la ausencia de ciertas
cosas (atención, apoyo, respuestas, etc.).
En todos los casos
narrados, los protagonistas son personas que un buen día encontraron a alguien
que se fió de ellas, y que les sirvió de estímulo para iniciar el retorno. En
otros casos, como también narra la autora, ha habido dirigentes comunitarias
dispuestas a encabezar el retorno de pueblos enteros, en los que se ha pasado
de la indiferencia entre las familias, a la colaboración estrecha para la
reconstrucción de la propia comunidad.
Termina este apartado
contando la propia historia de Alice Miller, que después de un proceso lento,
consideró que el psicoanálisis "no solo no sirve de ayuda sino que es
perjudicial" (p. 133), y ha renunciado a identificarse como psicoanalista,
proponiendo como alternativa "el proceso curativo de la rememoración"
(p. 134).
d) El último apartado de
este capítulo se titula Toda persona puede ofrecerse los cuidados que no
tuvo. Partiendo de la base de que el inconsciente es intemporal, Steinem
afirma que "nuestro cerebro conserva almacenados en sus células los
hologramas de todas las experiencias pasadas que nos han marcado, listas para
ser recuperadas. Si logramos encontrar la vía para volver a conectar con ellas
—ya sea por azar o a través de una búsqueda consciente— el pasado se hará
presente en ese instante" (p. 135).
Sin embargo, no existe
una sola vía. A veces, una amistad o una manifestación de confianza nos pueden
ayudar a emprender el camino. Cuando las heridas son más profundas, será más
difícil el proceso, y en todo caso, será necesario un entorno más seguro. "En
general, cuanto más profunda sea la herida, mayor empatía deberá ofrecernos la
persona que nos guíe, o al menos, será preciso entregarse con plena confianza a
un proceso que nos inspire seguridad, para que el inconsciente que nos ha
protegido durante años se decida a emprender el viaje de retorno" (p.
136). Teniendo en cuenta que el viaje permite no sólo curar las heridas sino
también recuperar el núcleo más auténtico de la persona.
3. La
importancia de desaprender lo aprendido
a) El primer apartado se llama
Parábolas universitarias. Lo inicia con una afirmación categórica:
"antes de poder empezar a valorarnos como somos, debemos
desmitificar los poderes que nos han dictado cómo debíamos ser" (p.
141). A partir de aquí, menciona la evolución vivida por sus compañeras de
promoción, que pasaron de asumir una educación tradicional, a protagonizar las
protestas del feminismo inicial; de admitir como válido el esquema y los roles
atribuidos a las mujeres, a cuestionarse la realización de tareas domésticas por
parte de los hombres, etc. Las diferencias esenciales se daban entre las
mujeres que habían tenido que trabajar y sacar adelante a sus familias
—descubriendo así la importancia de la autonomía de las mujeres— y aquellas
otras que se habían casado con hombres situados, con suficientes ingresos para
tener a mujeres dependientes. Sin embargo, la cuestión económica no es
la clave de la diferencia. "La explicación de fondo está en el tipo de
educación que absorbimos las universitarias. Sus contenidos (...) nos hicieron
más vulnerables a prácticas perniciosas" (p. 149). La autora cita entre
esas prácticas perniciosas, el haber asimilado sistemas filosóficos
basados en dualismos de género y —en muchos casos— basados en la inferioridad
femenina; el haber aprendido las lecciones de los clásicos, con esquemas
paternalistas; la lectura de la historia, que atribuye el poder y el
protagonismo sólo a los hombres; la infrarrepresentación de las mujeres en los
altos niveles de educación; y en algunos casos, el quedar relegadas como
mujeres por haber recibido una educación de hombres.
A pesar de todo, la
autora reconoce que son muchas las mujeres que han puesto en duda las lecciones
de generaciones e incluso milenios en torno al papel de las mujeres en la
sociedad. En unos casos ese proceso se ha llevado a cabo a través de la
educación; en otros casos, hay muchas autodidactas que han llegado a la
igualdad sin necesidad de haberla estudiado. Por supuesto, entre estas
experiencias, incluye el hecho de que "no habiendo oído hablar jamás de
reivindicaciones feministas, habían decidido sus propias prioridades: acceso a
los anticonceptivos y al permiso de conducir; control sobre sus cuerpos y sobre
la camioneta familiar. Dos formas de acceder a una mayor libertad" (p.
152).
b) El segundo apartado se
titula Es peligroso aprender demasiado, y empieza con una referencia a
la disociación entre la discriminación por razón de raza y de sexo. "Si la
conciencia de la injusticia constituye un paso importante para avanzar hacia la
justicia y la autoestima, nuestra educación sin duda mermó nuestras
posibilidades de acceder a ambas" (p. 154). A esto, añade la autora otros
dos factores:
— el primero, las buenas
calificaciones que en muchos casos son mejores para las mujeres que para los
hombres.
— el segundo, los rasgos
caracterológicos que se consideran inherentes a la mujer, y que impiden su
avance. "Si la abnegación, la anulación de los deseos personales, el temor
al conflicto y la necesidad de aprobación se consideran parte de la
personalidad natural de la mujer, para qué buscar explicaciones
alternativas" (p. 154).
Según la autora, las
aportaciones de los seminarios de investigación sobre cuestiones de género
han supuesto una corrección de los patronos educativos utilizados hasta ahora.
A partir de aquí, realiza un repaso rápido a algunos estudios que han
constatado la baja autoestima de las mujeres cuando avanzan desde la infancia
hacia la madurez: "los chicos lo achacan a la materia, mientras las chicas
se culpan a sí mismas" (p. 158).
Gracias a los programas
de educación no sexista, el planteamiento diferencial va disminuyendo, aunque
el hecho de que en los cuadros directivos y en el diseño curricular haya una mayoría
de hombres, supone una dificultad y resulta un modo de mantener la baja
autoestima de las mujeres.
Por otra parte, "las
activistas han tendido a concentrarse en la reivindicación de la igualdad de
acceso a la educación existente, más que en exigir cambios fundamentales en los
contenidos enseñados. Incluso una pionera intelectual como Simone de Beauvoir
habló de la rebelión de las mujeres como cosa del presente y del futuro, sin
reivindicar la recuperación de los testimonios de las rebeliones de nuestra
historia pasada" (p. 167).
Con ello, Steinem
pretende mostrar que lo importante no es sólo aumentar la incorporación de
mujeres a los distintos ámbitos de la sociedad, sino proporcionar una nueva
mirada. "Si el análisis del sexismo sólo se aplica a la situación de las
mujeres, sólo se consigue reforzar su sentimiento de que quienes tienen el
problema son ellas, sin sensibilizar a los hombres respecto a las limitaciones
que también ellos sufren" (p. 168). En este sentido, es especialmente
importante el papel de las Universidades que deberían fomentar la autoestima
tanto de mujeres como de hombres, teniendo en cuenta que en muchos casos, la
asistencia a la escuela hace decrecer la autoestima entre todos los sectores
del alumnado. Por esa razón afirma la autora: "tenemos que empezar a
desprendernos del respeto que nos han inculcado hacia una educación que socava
nuestro autorrespeto. No estará de más examinarla detenidamente e intentar
desmitificarla" (p. 170).
c) La seducción de la
ciencia es el título del tercer apartado de este capítulo. Steinem parte de
la necesidad de una crítica permanente a los ámbitos supuestamente más
objetivos de la enseñanza: "cuanto más independientes de cualquier juicio
de valor pretenden presentarse, más importante es mantener una perspectiva
crítica" (p. 172).
La autora parte de la
base que la autoridad de las religiones es sustituida por la autoridad de la
ciencia, sobre todo a partir del siglo XIX, recayendo sobre ésta "la tarea
de explicar, justificar y ofrecer normas a la sociedad" (p. 173). Teniendo
esto en cuenta, los estudios realizados desde la craneología (ciencia que
aglutina todas aquellas ciencias que estudian las diferencias humanas)
ofertaron pruebas de la mayor capacidad "craneana" de los hombres,
añadiéndolas a los tópicos biologistas que se utilizaban en el mismo
sentido. La suma de todo ello "contribuyó eficazmente a legitimar la
supremacía de los hombres blancos" (p. 175). Sin embargo, las contradicciones
internas y externas entre los estudiosos de la craneología, hicieron que el
análisis desde esta perspectiva sucumbiera —según la autora— a principios del
siglo XX. "En los años siguientes, nuevas muestras más amplias y
aleatorias acabaron de confirmar lo que ahora es bien sabido, esto es: que no
existen diferencias raciales consistentes en cuanto al tamaño medio del
cerebro, y que tanto en el caso de los hombres como de las mujeres, la
inteligencia no guarda la menor relación con las dimensiones del cráneo ni el
tamaño del cerebro, salvo acusadas desviaciones de la norma" (p. 179).
Lo mismo podría decirse
de los estudios biologistas que han quedado claramente desacreditados.
"Lo cierto es que actualmente, la craneología y otras teorías del siglo
XIX encaminadas a justificar las diferencias entre diversos grupos en general
parecen ridículas. Justamente por eso es importante recordar que fueron
consideradas respetables en su tiempo y acoger con sano escepticismo otras
teorías actualmente en boga, que con los años podrían demostrarse igualmente
engañosas, nocivas para la autoestima y erróneas" (p. 181).
d) El último apartado se
denomina Medidas modernas. Con ello se pretende constatar que la
desaparición de la craneología o de los tópicos biologistas no ha
impedido el nacimiento de nuevas teorías que han buscado una jerarquización
científica entre los seres humanos.
Por ello, muchos
profesionales de la psicología y de las ciencias de la educación han buscado la
sustitución de las antiguas teorías en la elaboración de tests, diseñados con
criterios científicos, que son fácilmente cuantificables, y de aplicación
masiva. Esto posibilitó una atención más personalizada a la población, pero
pronto se detectó que "había muchas similitudes entre aquellos tests
escritos y los anteriores criterios craneológicos" (p. 186). "Más de
veinte años de criticas contra la parcialidad e imprecisión de esos tests y la
subordinación de sus predicciones generalizadas sobre grupos concretos a unos
prejuicios previos, así como su incapacidad de predecir la evolución a largo
plazo de los individuos, comienzan a surtir efecto" (p. 187). Y en 1989,
un tribunal federal determina que la sola utilización de los test para la
concesión de unas becas por méritos era discriminatorio para las mujeres. A
partir de entonces, se empieza a conceder importancia a criterios como el
expediente académico, la entrevista personal, el equilibrio de la propia
persona, o la diversidad de experiencias. Al mismo tiempo, en los tests que se
siguen utilizando, se han corregido muchos de sus contenidos. A pesar de ello,
"para obtener buenos resultados en esos tests, muchas personas nos creamos
un falso Yo, que utilizamos al someternos a ellos y al contexto educativo,
mientras sepultamos nuestro Yo auténtico" (p. 189).
Los tests han perdido
parte de su utilidad, aunque se siguen manteniendo, pero a la vez se ha
empezado a desarrollar una nueva ciencia, la sociobiología: "oficialmente
bautizada con ese nombre en 1975 y definida como el estudio de los fundamentos
biológicos de la conducta social humana" (p. 190), encaminando los
esfuerzos a mostrar que son inevitables las diferencias humanas. En todo caso,
la autora menciona el trabajo de Rita Arditti, una bióloga que propone la
renovación de los métodos de enseñanza, "con la introducción de formas no
meramente intelectuales que tengan en cuenta la experiencia vivida, confía en
un tipo futuro de educación liberadora que nos ayude a confiar en nuestro
instinto y que nos permita ampliar nuestras capacidades y estudiar las
posibilidades humanas en vez de concentrarnos en las limitaciones" (p.
193). Por ello, la autora remarca que lo importante es buscar asociaciones más
que las jerarquías.
Y junto a ello,
"decidir qué valor atribuimos a la educación recibida, en lugar de
dejarnos valorar según sus criterios" (p. 195).
4. Re-aprendizaje.
Según la propia autora,
"este capítulo describe diversas vías que han seguido las personas para
reencontrar y volver a conocer su auténtico yo (...) Todos tenemos nuestra
propia brújula interna que nos indica el camino a seguir y nos ayuda a saber
qué debemos hacer. Sus señales son el interés, el entusiasmo, la alegría de
comprender por el propio valor intrínseco de los nuevos conocimientos y una
forma de temor que nos indica que empezamos a adentrarnos en un nuevo
territorio, y por tanto, en un ámbito de crecimiento personal. (Sienta el
temor y siga adelante, recomienda la psicóloga Susan Jeffers). Reconocer
estas señales internas y dejarse guiar por ellas ya supone adentrarse en la
nueva vía. Por definición —continúa— no existe un sólo camino, ni tan sólo un
camino exactamente repetible, para redescubrir quiénes somos. Pero existe algo
más importante: el camino personal de cada cual" (p. 199)
a) El primer apartado de
este capítulo se llama Confiar en el yo auténtico, y se inicia con una
cita de los llamados Evangelios gnósticos: "Si expresas lo que hay
dentro de ti, lo que expreses te salvará. Si no expresas lo que hay dentro de
ti, lo que no expreses te destruirá". A partir de aquí, confirma que los
bebés a los que se ha permitido desarrollar sus propias posibilidades e intereses,
terminan aprendiendo más e interiorizando mejor lo aprendido. De la misma
manera, las personas adultas que tienen la posibilidad de guiarse por sus
impulsos internos, se sienten reconciliadas con ellas mismas.
En definitiva, los
testimonios antiguos sobre la singularidad de cada ser se están recuperando
desde el punto de vista científico. "La ciencia también comienza a
reconocer con ello la existencia de un misterio único, genéticamente
codificado, propio de cada persona, y a valorar los métodos educativos y pedagógicos
respetuosos con la esencia íntima de cada ser humano" (p. 203). A partir
de aquí, se explican los métodos educativos basados en la autovaloración, y puestos
en práctica en una escuela visitada por la autora. Cuenta que los niños y niñas
a los que se han potenciado sus intereses, han evolucionado no sólo en el
terreno propiamente educativo, sino también en los conocimientos intelectuales,
y al final, la escuela se ha convertido en un lugar al que se anhela asistir.
Concluye con una serie de
principios que propone como metas para hacer realidad. Entre ellas, establece
"las religiones podrían dejar de decirnos que somos seres innatamente
marcados por el pecado y fomentar en cambio la sublimidad y autoridad personal
de cada uno de nosotros" (p. 205). Y en la misma línea, el estamento
militar y las empresas podrían ofrecer una visión positiva del trabajo; o las
cárceles unas vías para dar salida a los factores positivos de cada persona.
"Y sobre todo, las criaturas podrían sentirse amadas y apreciadas desde el momento de su nacimiento "
(p. 205).
Confiesa la autora que
estos objetivos pueden resultar irreales, "sobre todo para quiénes hemos
aprendido a identificar la religión con la obediencia, el mundo de la empresa
con la posición social, el estamento militar con la conquista, las cárceles con
el castigo, y tener hijos con la propiedad sobre otras personas" (ibídem).
Pero este tipo de sistemas opresivos —como ella los califica— son tan difíciles
de crear como de mantener. Y al mismo tiempo, el primer paso para hacer algo
realidad es imaginarlo. Por esa razón, la confianza en un yo auténtico es lo
que posibilitará su desarrollo.
b) Viaje al pasado.
Este es el segundo apartado de este capítulo. La autora narra su visita a una
psicoterapeuta, con ánimo de informarse sobre el Yo interior, y con cierto
temor por el dolor que a ella a título personal pueda producirle una vuelta a
su propio pasado. El método utilizado fue la inducción: "una serie de
sencillas y claras instrucciones positivas destinadas a facilitar el
relajamiento del cuerpo, la concentración mental y el acceso a un estado
designado con diversos nombres, como meditación, trance o autohipnosis"
(p. 207).
Steinem describe su
aprendizaje y sus conclusiones sobre la meditación, como un medio para recuperar
ese yo interior al que se viene refiriendo en los capítulos anteriores. Y
aconseja a los lectores que recurran a este sistema: "conectar con el
inconsciente puede ayudar a evocar traumas reprimidos, un proceso fundamental
para liberarse de los antiguos patronos de conducta, aunque también supone
revivir los sufrimientos pasados. Si teme haber sepultado sentimientos
demasiado dolorosos para afrontarlos a solas, respete su intuición y busque el
apoyo de una persona en quien sienta que puede confiar antes de embarcarse en
este viaje" (p. 213).
Después de explicar el
proceso, Steinem se detiene en lo que entiende que es la característica más
sorprendente del inconsciente: su carácter intemporal. "Esta propiedad nos
permite rehacer el pasado, además de recuperarlo (...) Precisamente porque las
emociones y acontecimientos del pasado han quedado almacenados en un ámbito
intemporal tenemos la posibilidad de adentrarnos en la esfera del subconsciente
para reelaborarlos" (p. 215). "Sólo el inconsciente puede ofrecernos
una oportunidad de rehacer el pasado. Podemos volver atrás, porque una parte de
nuestra persona no se ha movido de allí" (p. 217).
c) Este tercer apartado,
titulado Escribir, pintar, reír, cantar como medios curativos, está
dedicado a describir la experiencia de diversas personas que han empezado a
conseguir la recuperación de su pasado por diferentes caminos.
Escribir es considerado
como una vía para la recuperación que se pretende. "Más allá de las
distintas finalidades o tradiciones, culturas diversas coinciden en destacar un
aspecto: la capacidad de recordar los sueños se incrementa cuanto más se
cultiva este hábito, facilitando un mayor acceso al yo auténtico" (p.
222). También dibujar es otra de las vías, entendiendo que la creación de
imágenes no es una actividad exquisita, sino un modo de conseguir conectar
directamente con las propias emociones, sin pasar por el intelecto. "El
resultado final será una creación tan universal como la mano humana y tan
singular como su huella digital" (p. 227). En tercer lugar, la risa. Reír
es signo de salud, de equilibrio, de autoaceptación. "A menudo, la
incapacidad de reír y la falta de sentido del humor constituyen un síntoma de
alguna dolencia mental y emocional" (p. 228). Es en definitiva —según la
autora— una expresión del Yo auténtico, y una señal contraria al conformismo.
"La risa es un fenómeno privativo de los seres humanos: un destello de conciencia,
una clave de quiénes somos" (p. 229). Por último, cantar, que es algo por
redescubrir en la mayoría de las personas humanas.
Con todo, Steinem después
de haber hecho el recorrido señalado, afirma: "El tejido de nuestra
autoestima sufre un desgarro cada vez que, por temor o vergüenza, dejamos de
utilizar cualquiera de nuestras capacidades humanas. Cuántas veces hemos dicho:
no sé escribir, no sé pintar, no sé correr, no sé gritar, no sé bailar, no sé
cantar. Puesto que estrictamente hablando esto no es cierto, en realidad
estamos diciendo: no sé estar a la altura de unos criterios externos. No soy
aceptable tal como soy" (p. 230).
d) El cuarto apartado es Crear
familias psíquicas. Cuenta la autora el trabajo del Centro de Confianza, un
grupo de madres solteras y mujeres divorciadas, viudas o abandonadas, que en su
mayoría dependen de la beneficencia para sobrevivir, y que ofrecen ayuda a más
de una persona, dándole una "familia psíquica" (p. 232). Sin embargo,
los grupos afines creados en distintos ámbitos no son una novedad de nuestro
siglo. Las tertulias de hombres o mujeres, o las agrupaciones de intereses son,
según la autora, "una forma de reconocer que la familia biológica no es la
única unidad importante en la sociedad y que tenemos necesidades y anhelos que
nuestras familias no pueden satisfacer. De hecho, en algunas culturas la
comunidad es más importante que la familia" (p. 235).
En general, la eficacia
de la llamada familia psíquica se basa en cuatro principios:
— una persona que ha
vivido algo sabe más que cualquier experto/a.
— las experiencias
compartidas y el deseo de cambiar pueden crear un vínculo entre las personas.
— debe respetarse la
confidencialidad y el compromiso mutuo.
— todas las personas
deben participar en el grupo, sin que ninguna de ellas domine.
Son también posibles en
estas familias las manipulaciones, pero los efectos positivos suelen tener un
peso mayor que los negativos. Y en todo caso, son múltiples las formas de
familia psíquica que pueden llegar a existir. A modo de ejemplo, por la
dificultad que comportan, la autora pone de manifiesto entre otros, el caso de
las personas que han ocupado cargos directivos en las empresas y tienen que
jubilarse; y al mismo nivel, a los padres y madres de homosexuales que tienen
"que hacer frente a la homofobia de la sociedad" (p. 237).
e) La utilidad de las
analogías. Con este apartado, la autora propone confirmar que el recurso a
las analogías es una manera de franquear la invisibilidad. En primer lugar,
contrastando nuestras experiencias con las de otras personas que hayan pasado
por lo mismo, teniendo en cuenta que se trate de dos grupos discriminados. El
ejemplo al que se refiere la autora es la conocida frase de que "las
mujeres son los judíos del mundo".
En segundo lugar, propone
como método para contrastar nuestra visión de la realidad, "situar al
grupo poderoso en el lugar de las personas privadas de poder" (p. 243). Y
a modo de ejemplo se refiere a las amas de casa, contrastando su trabajo con el
de las mujeres que tienen doble jornada, dentro y fuera de la casa; para
concluir con el trabajo doméstico de los hombres, que al ser mínimo comparado
con las mujeres, situaría a los hombres como trabajadores a tiempo parcial.
La utilización de las
analogías sirve para la vida ordinaria. Steinem termina señalando que "la máxima
tradicional —trata a tu prójimo como a ti mismo— da por sentado que la
persona posee un grado saludable de autoestima e invita a actuar con empatía.
Pero para muchas personas que han visto socavada su autoestima, lo
revolucionario puede ser formularla a la inversa: Concédete el derecho a
recibir el mismo trato que otorgarías al prójimo" (p. 244).
f) El gran cambio de
paradigma es un apartado dedicado a constatar que más vale algo que nada, a
juicio de la propia autora. Sólo será posible cambiar si los hábitos negativos
se sustituyen por nuevos planteamientos positivos. Lo más importante para
conseguirlo es el cambio de paradigma: "la modificación del principio
organizador que informa nuestra autopercepción y nuestra concepción del
mundo" (p. 245).
La sociedad en la que
vivimos está dominada por el patriarcado y las divisiones raciales, y se da una
concepción lineal de las relaciones interpersonales, con una jerarquía que
sirve de patrón universal. Pero frente a ello, Steinem entiende que el viejo
paradigma empieza a resquebrajarse "y tenemos buenos motivos para intentar
cambiarlo, así como la oportunidad de empezar a atisbar el futuro a través de
sus grietas. La crisis ecológica es posiblemente la motivación más clara para
iniciar este cambio (...) Preocuparnos de ocupar nuestro lugar en la naturaleza
en vez de intentar conquistarla (...) Significa abandonar el pensamiento
binario y lineal, para adoptar un paradigma cíclico que constituye una nueva
declaración de interdependencia" (p. 247).
Otro de los motores del
cambio son los movimientos contra la colonización por razón de sexo y raza. Y
en ello ha jugado un papel indiscutible la revolución en las comunicaciones,
que ha permitido a todos el acceso a información igual. "Hasta la vaca
sagrada de la competitividad ha dejado de ser tan sagrada (...) ¿Lograremos
mejores resultados cuando intentamos superar a otras personas que trabajando en
colaboración con ellas o a solas?" (p. 248). Y como respuesta, la autora
afirma: "cuando las personas logran realizar su pleno potencial y ofrecer
su auténtica aportación, surge un nuevo paradigma de la circularidad. Un
círculo en estado estático y una espiral en movimiento. Una observación más
detallada de cada parte revela un microcosmos del conjunto. Adoptando conscientemente
este paradigma como principio organizador, obtendremos resultados marcadamente
no binarios, no lineales, no jerárquicos (...) Si adoptamos el círculo como
imagen organizadora de nuestro pensamiento, veremos cómo se difuminan progresivamente
las líneas y límites que nos aprisionan" (p. 249).
g) El último apartado de
este capítulo tiene por título Nuestro yo futuro. Cuenta la autora el
último momento del proceso de su meditación, para recuperar su yo interior,
cosa que hizo a través de su yo futuro, tratando de pensar en ella misma a
través del tiempo. Narra también experiencias de otras personas que también han
recurrido a ese yo futuro como vía para integrar su presente, o en otros casos,
para tomar decisiones muy vitales.
Para convencer de que
esto realmente es necesario, termina afirmando: "Integrar un yo futuro en
el presente nada tiene que ver con el hábito de perder el tiempo y malgastar la
vida pensando en el futuro en vez de ocuparnos del presente; de entregarnos a
ensueños mágicos sobre lo que podría ocurrir; de vivir una vida aplazada. Por
definición, sólo puede vivirse en el presente y lo único que existe es el
transcurso del tiempo. Pero cada persona es un holograma. En otras palabras, el
único medio para llegar a vernos, comprendernos y valorarnos es observarnos
desde todos los ángulos, dentro de un continuum que abarque el pasado,
el presente y el futuro. Los tres están en nosotros en cada instante" (p.
257).
5. La
sabiduría del cuerpo
a) Empecemos por el
cuerpo es el primer apartado. La postura es uno de los modos de analizar a
veces las reacciones humanas. "El dualismo occidental valora más la mente
que el cuerpo, el pensamiento por encima del sentimiento, con lo cual la
mayoría acabamos ignorando o considerando con escepticismo la idea de la
integración del soma y la psique en un solo campo energético unificado"
(p. 262). Para confirmar su afirmación, la autora se detiene en analizar la función
de la respiración, que según ella puede influir sobre nuestro estado de ánimo,
tomando como ejemplo el uso de la respiración en yoga. Lo mismo podría decirse
del tacto: "el contacto de unas manos que acarician nuestra piel o que
abrazan y sostienen nuestro cuerpo es nuestra primera vía de autopercepción y
constituye una necesidad permanente" (p. 264).
También la sexualidad
juega un papel importante, a juicio de Steinem (p. 266).
Las imágenes físicas y la
exploración del espacio son otros dos elementos a los que la autora también
presta atención. De modo que en el segundo caso, "la libertad para explorar
nuestro entorno y desarrollar nuestras capacidades físicas va unida al
desarrollo intelectual" (p. 268). Para confirmarlo, y siguiendo la misma
sistemática que en otros capítulos anteriores, la autora describe casos
concretos que avalan sus afirmaciones.
La conclusión es
preguntarse qué habría sido de nosotros si nuestra educación hubiese abarcado
nuestro cuerpo y nuestros cinco sentidos. Y para contestar cuenta la vida de la
antropóloga Margaret Mead, a la que desde niña trataron como mayor, y a la que
su madre y su abuela enseñaron todo rompiendo los moldes de la enseñanza
tradicional. De modo que esto le facilitó tender puentes con otras culturas,
ser rápida para visualizar y comprender las cosas, y un largo etcétera que la
diferenciaba de la media común. Por ello, concluye Steinem diciendo: "si
preguntamos a una persona occidental dónde reside el yo, no es raro que señale
la frente (escribe Houston), pero Margaret Mead respondía, sin darle mayor
importancia: en toda mi persona, naturalmente. También cabe la
posibilidad de que Margaret Mead no fuese una persona tan extraordinaria a fin
de cuentas, sino sólo una mujer corriente que gozó de unas oportunidades que
todo el mundo debería tener" (p. 283).
b) El segundo apartado se
llama Juzguemos los criterios de belleza. Fundamentalmente la autora
repasa los cánones que suelen utilizarse para calificar la belleza.
En un tipo de sociedad
propia de países agrícolas pobres, la gordura es un ideal femenino, de modo que
las mujeres delgadas son consideradas poco sensuales y no preparadas para un posible
parto. De otro modo, en las sociedades que ahora son más ricas, prima el
criterio de la delgadez. En todo caso, y con independencia del momento
histórico, Steinem señala que siempre se ha destacado como característica
femenina común la debilidad. "La culturas ricas pueden preferir a las
mujeres delgadas, y las culturas pobres a las gordas (...) pero todas las
culturas patriarcales idealizan, sexualizan y en general prefieren a las
mujeres débiles" (p. 285).
A ello hay que añadir que
el cuerpo masculino se trata como instrumento de poder, y por ello, más que por
su atracción, es frecuente que se juzgue por su apariencia. Sin embargo, también
los ideales físicos masculinos varían según las sociedades. Y en todo caso,
puede decirse que ahora "la musculatura masculina se ha convertido en un
lujo que denota ocio, disciplina, buena forma física, etc." (p. 286).
También hay que tener en
cuenta que los cánones de belleza han venido impuestos casi siempre por la
sociedad occidental, de manera que las mujeres de color han sido juzgadas de
acuerdo con los criterios de las mujeres blancas. Además, "las normas
políticas que favorecen la fortaleza física en el hombre y la debilidad en la
mujer también se aplican al vestido y al adorno del cuerpo. Las versiones
femeninas restringen la movilidad física, mientras las versiones masculinas
favorecen la libertad de movimientos" (p. 287). Y por último, la más
universal de las pautas de belleza asociadas al género es la que hace
referencia a la edad. Sin embargo, "la preferencia por las mujeres jóvenes
no obedece únicamente a razones sexuales. Con la edad también se adquiere mayor
autoridad y los cánones de belleza a menudo constituyen un medio para marginar
a las mujeres justo en el momento en que comienzan a acceder a espacios reales
de poder" (p. 288).
Por estas razones, la
autora concluye que la belleza más que una cuestión de apariencia física es un
criterio asociado a formas de comportamiento. "En las mujeres, se
privilegia el comportamiento sexual y reproductivo, mientras que en los hombres
se da mayor importancia a los aspectos económicos y productivos" (p. 289).
Quizá por ello, afirma que "los cánones de belleza masculinos o femeninos,
en realidad expresan cómo quiere la sociedad que nos comportemos o no nos
comportemos" (p. 290). Y eso explica que detrás de la forma de lo que se
considera bello, se encuentre la función de los comportamientos que se
consideran aceptables.
Baste pensar en la pauta
establecida por las medidas de la muñeca Barbie. Al margen de este negocio,
Steinem recuerda que solo en USA, unas 150.000 mujeres mueren víctimas de anorexia
cada año, y en la mayoría de los casos, son jóvenes brillantes y sensibles, en
todo caso presionadas por una sociedad que las sigue considerando decorativas y
perfectas.
También el recurso a la
cirugía estética por razones dudosas o claramente insanas está causando
estragos, especialmente en Estados Unidos, aunque no es un fenómeno exclusivo
de aquel país. En USA, el 87% de las personas que han sido objeto de estas
intervenciones son mujeres. Quizá las propuestas feministas han servido de
freno, pero no es menos cierto que siguen en aumento "desde los injertos
destinados a aumentar el volumen del pecho hasta la inmovilización de las
mandíbulas para garantizar la pérdida de peso" (p. 292). También por
mantener la delgadez, son las mujeres el grupo más extendido de fumadores que
se mantiene en Estados Unidos.
No obstante, y aunque en
menor medida, también los hombres están viviendo este afán por vivir de acuerdo
con los cánones de belleza establecidos, si bien en el caso de los hombres, los
esfuerzos de control parecen más dirigidos al comportamiento y expresión que a
la apariencia física.
"Si ni siquiera
nuestros cuerpos —su salud, su libertad de movimientos, su adorno, su uso— nos
pertenecen, ¿qué nos queda?" (p. 294). Y el mensaje de fondo, según la
autora es siempre el mismo: el poder de una mujer no abarca ni siquiera a los
confines de su piel. Es, en definitiva una pregunta que según Steinem se hacen
mujeres de países en los que se controla desde fuera su reproducción, como las
de aquellos países donde se les impide su poder de control; lo mismo que
mujeres que aman a otras mujeres, o hombres que aman a otros hombres.
"Ante la duda sobre
quién ostenta la propiedad de nuestros cuerpos es preciso reivindicar el
principio jurídico, ético y social de la integridad física, que garantiza a
cada persona el control sobre el universo delimitado por su propia piel"
(p. 295). Y esta es otra de las vías del nuevo paradigma al que antes se ha
referido la autora: "en vez de vernos bajo la luz ajena, buscamos brillar
con luz propia" (p. 296).
c) Nuestro cuerpo
imaginado es el tercer apartado de este capítulo, que empieza afirmando que
"el primer paso es comprender que la idea que tenemos de nuestro cuerpo no
corresponde a la realidad, que de hecho a menudo dista mucho de cualquier
posible realidad objetiva" (p. 298). Para afirmar que la percepción de la
realidad corporal no coincide con la realidad de hecho en el caso de las
mujeres. Pero tampoco en el caso de los hombres, aunque en sentido inverso.
"Los estudios señalan que mientras las mujeres distorsionan negativamente
sus cuerpos, los hombres hacen lo mismo, pero positivamente" (p. 300).
La cirugía estética, y
los procesos de adelgazamiento quizá son soluciones parciales, pero no agotan
el fondo de la cuestión. Hay que cuestionarse dónde está el origen de una
autoimagen corporal deficiente. Y esta es la única vía para recuperar la
autoestima. A partir de la propia experiencia, Steinem cuenta cómo permaneció
durante muchos años sometida a los criterios de moda establecidos desde fuera.
Y tuvo que llegar el feminismo para que ella se diera cuenta de que se había
venido fijando en la figura de cada momento, sin pararse a preguntar quién era
ella. "Puesto que mi imagen interna era mucho más real que la realidad
para mí, en ningún momento se me ocurrió examinar críticamente los orígenes
infantiles de esa autoimagen (...). Empecé a envidiar, juzgar o compadecer menos
a las mujeres en razón de su apariencia física, pues de pronto comprendí que es
imposible saber cómo se ve a sí misma otra persona" (p. 307).
Con todo, Steinem hace un
recuento rápido de sus esfuerzos por conseguir una propia imagen interior, que
acepte la visión externa del cuerpo. Y después de resaltar algunos recursos de
su infancia, afirma, utilizando unas palabras de Naomi Wolf: "una mujer
gana cuando decide que lo que cada una haga con su propio cuerpo es
exclusivamente asunto suyo" (p. 317).
d) La edad... y un
canto de alabanza es el título del último apartado de este capítulo. Parte
la autora de la declaración realizada por la socióloga Dorothy Dinnerstein:
"criarnos en una familia nos enseña dos lecciones vitales: a amar y a
convivir con otras personas que no comparten nuestros intereses, y a conocer lo
que podemos esperar de cada una de las diferentes etapas de la vida" (p.
318). Y añade Steinem que lo primero era acertado, y lo segundo algo obvio,
aunque ella tardó en descubrirlo.
En todo caso, ella
reconoce que "mi aparente convicción de ser inmortal y tener todo el
tiempo del mundo por delante no me ayudaba a planificar adecuadamente mi vida,
como mínimo" (p. 319). Los reclamos del cuerpo con el paso de los años, y
un diagnóstico inesperado de cáncer hicieron que cambiara de actitud: "mi
primera reacción ante el totalmente inesperado diagnóstico fue decirme
pensativa: conque así se acabará todo. La segunda fue pensar: he
tenido una vida espléndida (...). Lo que me preocupaba era envejecer, que
mi negación y mi actitud desafiante eran una respuesta ante el temor a tener
que abandonar no la vida, sino una manera de vivir" (p. 321).
Después del repaso
detallado a las consecuencias de la menopausia, y del envejecimiento, termina
este capítulo señalando que si loamos nuestros cuerpos, recibiremos sus
alabanzas.
6. Romance
y amor
a) Desaprender las
ideas románticas. Este es el primer apartado del capítulo seis, que empieza
con un resumen del argumento de "Cumbres borrascosas". La publicación
de la novela causó en su momento respuestas críticas controvertidas, que en
unos casos se mantuvieron con el tiempo y en otros desaparecieron.
Con todo, Steinem viene a
señalar que en la obra mencionada, Emily Brontë manifiesta el auténtico yo de
cualquier ser humano, es decir una personalidad que era a la vez
"masculina" y "femenina", aunque influida obviamente por
las condiciones de aislamiento en las que vivió (p. 331).
Posteriormente, Charlotte
Brontë publicó algunos poemas inéditos de su hermana, después de que ésta
falleciera. Y resalta Steinem que en alguno de los prefacios a las obras de
Emily, su hermana resalta no sólo la dimensión "femenina", sino que
justifica el hecho de que su hermana atribuyera a los personajes varones,
valores como la constancia y la ternura, tradicionalmente considerados
femeninos. "Emily consideraba sin duda que todas estas cualidades humanas
estaban presentes tanto en los hombres como en las mujeres" (p. 333). Con
los personajes de Cumbres borrascosas se confirma la visión de un yo en
el que lo masculino está completamente despojado de rasgos femeninos, y al
tiempo una personificación de lo femenino desgajado de todo lo masculino. Esa
brecha explica que la novela se mantenga a lo largo del tiempo. "Se
explica que muchas mujeres necesiten el amor romántico más que los hombres. Al
haberse etiquetado como masculinas, la mayor parte de las cualidades humanas,
dejando la consideración de femeninas sólo para unas pocas —y además
marginadas— las mujeres tienen aún mayor necesidad de proyectar en otro ser
humano ciertas partes vivificantes de su yo" (p. 335).
En definitiva, viene a
señalar que cada persona nace con un círculo completo de cualidades humanas, y
con una versión singular de las mismas. Pero al tiempo, la sociedad impone unos
papeles con una adscripción totalitaria de género, que supone una polarización
de lo femenino y lo masculino, y que al final, consagra "la mutilación
interna de nuestro yo íntegro" (p. 337). De manera que se admiran más las
cualidades masculinas, fomentando por esa vía una clara diferencia de proceso
en la autoestima de los niños y de las niñas. Y cuando la autoestima es baja,
tanto hombres como mujeres se desarrollan de una forma más polarizada.
"La inflexibilidad,
el dogmatismo, la competitividad, la conducta agresiva, el distanciamiento de
cualquier cualidad o persona femenina, la homofobia, la crueldad o incluso la
violencia, son las tradicionales máscaras de sexo que encubren una baja
autoestima entre los hombres. La sumisión, la dependencia, la necesidad de
aprobación masculina, el temor a los conflictos, la autoacusación y la
incapacidad para expresar enfado y la ira son las tradicionales máscaras de
sexo que encubren una baja autoestima entre las mujeres" (p. 338).
Con esta propuesta, la
autora afirma que el enamoramiento romántico viene a ser un afán de buscar en
el amor de otros, el que uno no tiene en sí mismo. Y por ese motivo, el
enamoramiento originado en un yo incompleto difícilmente terminara en amor, a
juicio de Steinem. "Una baja autoestima constituye probablemente la mayor
barrera real contra la intimidad" (p. 339). Al igual que los celos, que
suelen tener su origen en los sentimientos de inadecuación y carencia.
"Tal vez la prueba más importante de la fuerza de este paradigma romántico
—femenino/masculino— sea el hecho de que las parejas formadas por personas del
mismo sexo tampoco son inmunes a él" (p. 341), justificando esa situación
en el hecho de que "todos vivimos en la misma cultura y la mayoría hemos
nacido en familias que consideraban ese modelo como el único posible [se está
refiriendo al modelo varón/mujer]" (p. 341).
El resumen es que en
cualquier circunstancia resulta difícil alcanzar la integridad íntima que nos
deja libertad para amarnos y amar a otras personas gozosamente y sin trabas. Al
tiempo que entraría dentro del panorama cotidiano la destrucción personal que
supone la obsesión romántica, en los términos señalados.
Una mayor autoestima
terminaría con el amor romántico. "Con un reparto equitativo del poder y
de la autoestima entre mujeres y hombres, o entre amantes del mismo sexo, ambos
componentes de la pareja podrían gozar del placer de aprender y enseñar de esta
manera global, con los cinco sentidos, sin sentimientos de fragmentación,
enfado o abandono cuando el romance hubiese completado su curso (...) Como
cualquier otra enfermedad, el enamoramiento romántico nos revela muchas cosas
sobre nuestras carencias y sobre las posibles vías para remediarlas" (p.
343).
A partir de aquí, Steinem
cuenta su propia experiencia, enamorándose de un hombre del que no había sido
previamente amiga, y sobre todo, con unas diferencias esenciales en los planteamientos
más básicos de la vida. "Cometí todos los errores clásicos del
enamoramiento romántico, incluido uno en el que jamás había caído: enamorarme
de alguien por lo que yo necesitaba y no por quién era él" (p. 348). Y la
situación "fue la señal decisiva de la necesidad de comenzar a buscar las
soluciones dentro de mí misma en vez de dirigir la mirada afuera; dentro de
este cambio se inscribe el presente libro" (p. 350). Por eso, concluye en
que descubrir el propio yo es una experiencia mucho más fructífera y operativa
que cualquier amor romántico, que se busca en cualquier momento de la vida en
el que hay carencias que justificar. Y propone un ejercicio práctico: escribir
las características que desearía encontrar en un amante ideal. Serán las que faltan
a su persona.
b) El segundo y último
apartado de este capítulo se llama Aprender a amar. Para ello, ilustra
detalladamente el argumento de "Jane Eyre", escrita por Charlotte, la
hermana de Emily Brontë, intentando mostrar que no aborda un amor romántico,
sino otra forma distinta de relación. Utiliza como argumento decisivo, la
declaración de la protagonista al Sr. Rochester, después del incendio en el que
muere la esposa loca de éste: "te quiero más ahora que de verdad puedo
serte útil que (...) cuando sólo aceptabas el papel de dadivoso protector"
(p. 359).
El problema es que no es
sencillo hacer generalizaciones sobre el amor, ni éste suele ajustarse a un
argumento. "Cuando buscamos en otras personas una parte que nos falta, nos
olvidamos de su singularidad" (p. 360). Y esta afirmación la corrobora,
intentando demostrar las características propias de una relación homosexual:
— Cada componente de la
pareja se siente amado o amada por su yo auténtico (...).
— Cada cual sabe que
podría vivir sin el otro o la otra, pero no desea hacerlo (...).
— Hay abundante espacio
para el juego, la despreocupación y el humor (..).
— El amor no está
asociado al poder (...) (pp. 360-363).
A pesar de todo, Steinem
entiende que hay muchas más personas empeñadas en encontrar a la persona
adecuada, que en llegar a serlo. "Para la mayoría de mujeres y hombres,
las diferencias de sexo siguen estando, no obstante, nítidamente marcadas y las
consecuencias de su diferenciación se manifiestan de manera particularmente
dolorosa en las relaciones entre unos y otras" (p. 364).
La única solución que a
largo plazo se vislumbra está conectada con el cuidado de los hijos. "En
un estudio se comprobó que los padres solteros y las madres casadas con un
empleo remunerado, presentaban niveles casi idénticos de características
femeninas, pese a todos los años de socialización previa" (p. 365). Qué
pasaría si los hombres además de ocuparse del cuidado de los hijos, fueran
educados para tal fin: posiblemente, señala la autora, disminuiría el
desequilibrio que tanto hacer sufrir a hombres y mujeres y disminuiría la
violencia tanto pública como privada. Cuenta su relación con un hombre negro,
con el que conectó precisamente por su vertiente femenina, que de algún modo
coincidía con la vertiente masculina de la autora. Después de una temporada, y
tras algunas dificultades, cambió el tipo de relación. "Tanto él como yo
tenemos ahora otra pareja, pero, salvo ese aspecto privado de nuestra vida,
solemos consultarnos todas las demás cuestiones fundamentales" (p. 369).
La visión escéptica del
amor se mantiene hasta el final de este capítulo. "Todavía concebimos el
amor como algo con un final definitivamente feliz. Esto ya era un mito en el
siglo XIX" (p. 370). A ello hay que añadir la autonomía económica de las
mujeres, y en definitiva el hecho de que, según la autora, "más que una
etiqueta, la sexualidad parece ser un continuum" (p. 370). Quizá por esa
razón, concluye "necesitamos nada menos que una reformulación del mito del
amor" (p. 371).
7. Un
"yo" universal
Antes de iniciar cada uno
de los apartados, la autora utiliza una cita de Alan Watts, en la que se dice:
"no venimos a este mundo; brotamos de él, como las hojas de un árbol (...)
Cada individuo es una expresión de la totalidad del reino de la naturaleza, un
acto único del universo total".
a) Aprender a conocer
la naturaleza. "La mayoría de las personas conservan las huellas de
alguna temprana asociación que las induce a sentir atracción o rechazo hacia la
naturaleza" (p. 376). "Seguir nuestra atracción instintiva hacia tal
o cual parte de la naturaleza nos conduce a nuestras raíces naturales, pero en
muchos casos la educación nos ha desvinculado tanto de esos instintos que
asociamos cualquier progreso con el alejamiento de la naturaleza. Hemos aprendido
a responder a su fuerza con distanciamiento y temor "femeninos" o con
agresividad y control masculinos" (p. 378). Sin embargo, si la educación
nos ha llevado por este camino, se trata de revisarlo y a prender a desandarlo.
En este sentido, la
autora se refiere:
— al cuerpo: "desde
la concepción hasta su nacimiento, cada embrión humano recapitula de hecho
todas las fases de la evolución humana (...) en cada uno de nuestros cuerpos
están inscritos todos los procesos de la naturaleza" (p. 378).
— al lenguaje, y por ello
mantenemos, a juicio de Steinem expresiones que confirman nuestra conexión con
la naturaleza. "La naturaleza no es una metáfora para nosotros. Somos naturaleza"
(p. 379).
— a la cultura, y en este
ámbito, Steinem recuerda que una cultura en la que se subraya el postulado de
la superioridad humana frente a la naturaleza no podrá proponer una concepción
sobre la igualdad humana. Y seguramente por ello, es mucho más lento este
proceso que el de integrar lo masculino y lo femenino.
No tener en cuenta los
ciclos naturales, tanto en el caso de los hombres como de las mujeres supone
"una penalización para ambos sexos, a la vez que no se fomenta la
utilización positiva de los ciclos que podría lograrse aprendiendo a plegarse
al ritmo natural de la energía" (p. 380). Y lo mismo podría decirse de la
sensibilidad para la alternancia del día y de la noche. O la temperatura
corporal o la distribución temporal de los alimentos. "Para desprendernos
realmente de un yo artificial aprendido y descubrir nuestro yo auténtico,
debemos complementar la comprensión racional de ejemplos con el
restablecimiento de una conexión sensual inmediata con la naturaleza" (p.
381).
Para ilustrar estas
afirmaciones, Steinem cuenta la experiencia de Jean Liedloff, que como otras
personas asocia la pérdida del yo auténtico con una pérdida del mundo natural.
Por eso, hay grupos de contacto con la naturaleza, que sirven —a juicio de la
autora— para recuperar la confianza personal.
La utilización por parte
de muchas mujeres de una aproximación positiva a la naturaleza ha originado el
denominado ecofeminismo. Hay innumerables ejemplos y no sólo vividos por
las mujeres de la "gracia salvadora de la naturaleza" (p. 386). Entre
ellos, sitúa el cuidado de las plantas, que mejora la sensación de bienestar.
Cita para argumentar a autoras como Robin Morgan, o Diane Ackerman, ambas
naturalistas, que llegan a señalar que el cultivo de cualquier cosa es "la
mejor prueba de durabilidad y regeneración de la vida, la fuente más segura de
fe en una misma, en todos los aspectos" (p. 387).
b) Personas y otros
animales. "Solo quienes respetaban la naturaleza podían llamarla
suya" (p. 389): así inicia la autora este apartado segundo del último
capítulo, parafraseando el diálogo del Jefe Seattle, en nombre de algunos
pueblos indios americanos con el Presidente Pierce. En definitiva, la condición
era tratar a los animales como hermanos, y respetar la naturaleza.
Esta propuesta sin
embargo, se perdió con el tiempo, y la autora atribuye la pérdida a "varios
siglos de religiones que demonizan la naturaleza y han creado una jerarquía
ultraterrena" (p. 390). Ahí cita la autora a San Agustín, Santo Tomás, y a
Descartes. Y justifica el escándalo provocado por Darwin con la teoría
evolucionista, por intentar vincular a las personas con los animales. Esta
indignación, a juicio de Steinem fue "alimentada también por la represión
sexual, puesto que la Iglesia y muchas otras estructuras de la sociedad
patriarcal insistían en denostar los instintos animales salvo con fines
procreativos. Este deseo de reprimir una naturaleza sexual animal se halla en
parte detrás de la insistencia de los fundamentalismos religiosos en seguir
oponiéndose a las teorías evolucionistas incluso en la actualidad" (p.
391).
Sin embargo, esta
posición está cambiando gracias a algunos movimientos sociales que han
conseguido fomentar no sólo el respeto a la naturaleza, sino en algunos casos,
el vegetarianismo, e incluso la sustitución del cuero por la lona. En este
sentido, alega que las culturas antiguas utilizaban a los animales en la medida
en que los necesitaban, pero "no se regocijaban causando dolor o con
matanzas innecesarias, no alteraban el equilibrio del mundo natural" (p.
391). Pero esa actitud cambió radicalmente cuando las concepciones jerárquicas
transformaron la vida de los seres humanos.
La situación es ahora
controvertida. Y de hecho, cita el debate del Parlamento europeo para regular
los posibles derechos de los animales. "Hasta las corridas de toros
españolas, el más famoso de todos los espectáculos sádicos, comienzan a perder
popularidad, sobre todo entre las generaciones más jóvenes" (p. 393). De
un modo progresivo, la autora entiende que se está reconociendo que devaluar la
vida animal constituye una forma de devaluar la vida en general.
"Establecer un
vínculo con los animales es una de las vías para mejorar nuestro estado de
salud y reforzar la conciencia del propio yo" (p. 394). Según Steinem hay
estudios que vienen a demostrar que las personas que viven en compañía de
algunos animales tienen un ritmo cardíaco más moderado, y un menor nivel de
estrés, y esas personas manifiestan mayor grado de responsabilidad, independencia
y seguridad en sí mismas. Entre otros ejemplos, afirma que "en Ohio, logró
reducirse el índice de suicidios y depresiones entre los criminales psicópatas
cuando se autorizó a los presos a tener peces y pequeños animales en sus
celdas" (p. 395). Cuenta la experiencia del programa POWAR, destinado a
sacar a pasear a los animales de personas enfermas que no pueden cuidarlos, y
refiriéndose en concreto a la aplicación del programa en enfermos de sida,
afirma que "los animales les ofrecen el don más importante: sentirse
receptoras de un amor incondicional" (p. 396).
Los animales, insiste la
autora, son capaces de mejorar el estado de ánimo, la comunicación y la
autoestima de las personas, casi mejor que cualquier tipo de terapia. "Los
seres humanos salimos ganando, sin duda, al mantener un vínculo de empatía con
el resto del pasaje de la nave espacial Tierra" (p. 397).
En cierta manera, asegura
que los animales son un ejemplo de autoestima en la medida en que son
desinhibidos, seguros y fieles a sí mismos. "La autoestima es natural y
sólo los seres humanos crean desigualdades, por la sencilla razón de que creen
en ellas. Abrir nuestro corazón a los animales tal vez también pueda ayudarnos
a conectar mejor con nosotras o nosotros mismos" (p. 398).
c) Religión frente a
espiritualidad. Quizá sea este tercer apartado uno de los que mejor confirma
la visión de la autora. Parte de una cita del Nuevo Testamento, afirmando que
"el Reino de Dios está en vosotros" (Lc, 17, 20-21), al lado de citas
de oraciones paganas y del Upanishads, que promueven la necesidad de buscar los
misterios en el interior del propio corazón.
Empieza relatando la
historia de la madre de una amiga a la que no dejan ser diaconisa de su
iglesia, porque ésta da la confianza a los hombres y no a las mujeres, a pesar
de que aquellos llevan en muchos casos vidas no precisamente ejemplares.
"¿A cuántas mujeres han herido en el alma unas religiones que creen que
Dios es un hombre, y por tanto, sólo los hombres son divinos?" (p. 400).
"Por cada versículo que ella había logrado localizar sobre la igualdad de
las mujeres como creyentes, ellos podían encontrar diez que predicaban la
obediencia femenina" (p. 401). A ello hay que añadir la propuesta de Dios
de raza blanca, y varón. Y sin embargo, "cualquier religión cuyo dios se
parezca sospechosamente a la clase dominante poco tiene que ver con la
espiritualidad, que honra la divinidad en cada persona y nos hace sentir y
actuar de un modo distinto" (p. 401).
La autora reflexiona
sobre el matrimonio de sus padres, judío-cristiano, en el que ella no apreciaba
diferencias, precisamente porque ambas religiones la excluían de sus textos e
imaginería, y la hacían sentir sospechosa e impura. Sin embargo, al llegar a la
adolescencia, buscó refugio en la religión: “como innumerables mujeres antes y
después de mí, busqué en la religión la única fuerza que me parecía
suficientemente poderosa para amansar a los hombres violentos o al menos
protegerme de ellos si era obediente. Pero renunciar a la libertad a cambio de
protección es un trueque infantil, y la seguridad que pretendía resultó
ilusoria” (p. 402).
Steinem entiende que
asimiló por qué el fundamentalismo atrae a las mujeres, en la medida en que
ofrece seguridad a cambio de obediencia, y respetabilidad a cambio de libertad.
Por esa razón, entiende la lucha de algunas personas por reformar las
estructuras de su propia religión, incluyendo ahí desde la invocación de Mahoma
al margen del radicalismo, hasta los derechos de los homosexuales a
manifestarse como tales sin abandonar la religión, pasando por la autonomía de
los católicos de raza negra para constituir su propia iglesia. "Todas
estas acciones ayudan a las mujeres y hombres de todas las razas a ver a Dios
en cada una de ellas y ellos. Incluso el resurgir del fundamentalismo islámico
y otros fundamentalismos nacionalistas —anacronismos que sirvieron de excusa
para justificar una guerra interna contra las mujeres y una guerra exterior
contra otras religiones y naciones — parece más comprensible si se entiende en
parte como una reacción contra un Dios colonial que hirió en el alma a los
países del Tercer mundo" (p. 403).
Todo ello llevó a la
autora a la búsqueda de una espiritualidad más universal. Y a partir de ahí se
plantea preguntas como, por ejemplo, cómo se ha dado la escisión entre
sexualidad y espiritualidad, por qué rendir culto a un dios exclusivamente
masculino, y por qué renunciar al misterio del nacimiento a cambio del concepto
de la creación de la vida a partir del polvo.
Un recorrido por el Nilo
le sirve para repasar el simbolismo de diosas y dioses, unido a las campañas
militares y al hecho de que en la cúpula del poder hubiera habido un total de
tres faraonas que enviaron misiones comerciales a diferentes lugares. Sin
embargo, la pobreza y el distanciamiento del pueblo respecto a la realeza y a
la religión del dios sol, supusieron el inicio del carácter sagrado del mundo.
"Este descenso por el Nilo fue como revivir las etapas del patriarcado que
describe Joseph Campbell en The Masks of God, su estudio sobre la
mitología occidental: un mundo creado por una gran diosa, un mundo creado
conjuntamente por una diosa y su consorte, un mundo creado por un varón a
partir del cuerpo de la diosa y, finalmente, un mundo creado exclusivamente por
un dios masculino" (p. 408).
A pesar de todo, Steinem
entiende que todas las religiones conservan aún reminiscencias de una tradición
atenta a la voz interior, y que reconoce el valor sagrado de cada persona
individual y de la naturaleza. "Sólo debemos recordar algo: el problema
está en ver la santidad sólo en los demás o sólo en nosotros. La solución es
ver encarnado lo sagrado en nosotros y en todas las cosas vivas" (p. 409).
d) Posibilidades.
Con este apartado termina el último capítulo del libro. "Dos
características parecen distinguir a los seres humanos de otras formas de vida,
incluso de los animales, nuestros parientes evolutivos más próximos, y ser
orgánicamente inherentes, por tanto, a nuestra manera de vivir y de
sentir" (p. 410). Con ello, Steinem se refiere a la autoconciencia y a la
adaptabilidad. En el primer caso, asume que sólo los seres humanos somos
capaces de reflexionar; y en el segundo, que la flexibilidad humana permite la
adopción a nuevos entornos.
Ante las posibilidades de
una postura pesimista u optimista, la autora opta por la segunda, afirmando que
"los límites de lo que podría depararnos el futuro y lo que cada persona
podría llegar a ser los marcan sobre todo nuestras convicciones sobre lo que es
posible" (p. 415). Junto a ello, hay que tener en cuenta las nuevas
técnicas de estudio del cerebro, que confirman la posibilidad de mejorar, y de
mantener un alto nivel de autoestima.
Ante ello no faltan
quienes optan por el reverso negativo de la adaptabilidad, que lleva a cerrarse
al mundo y a no asumir la fe en las propias capacidades. "Cuando
utilizamos nuestros talentos, somos capaces de emplear al máximo nuestras
capacidades, utilizando la energía de la autoestima para activar la combinación
única de características humanas que cada uno de nosotros posee, y descubrir un
microcosmos del universo en nuestro interior" (p. 419). Somos, a juicio de
la autora, un microcosmos del universo y el universo es una réplica
macrocósmica de cada una y cada uno de nosotros. Del mismo modo que cada célula
contiene nuestro ser entero, cada sueño encierra toda nuestra identidad.
"Si los sueños no constituyesen ya una realidad interna, ni siquiera
podríamos soñarlos" (p. 420).
"Somos una multitud
de yoes (...). El lazo de unión entre todos estos yoes cambiantes
de infinitas reacciones y reapariciones es éste: en todos está siempre presente
una única auténtica voz interior. Confiad en ella" (p. 421).
Apéndice I. Guía para
la meditación
El apéndice incluye una
serie de instrucciones para la meditación, utilizando el método de la
inducción. En primer lugar, propone el acceso al espacio interior y la búsqueda
de la criatura del pasado, en el intento de encontrar a la criatura anterior.
Con ello se pretende reformular la respuesta emocional ante hechos pasados, que
obviamente no son cambiables.
Una vez realizado este
ejercicio, hay que recuperar el yo futuro también a través de la meditación.
"Lo extraordinario es que la comunicación con ese yo positivo le ayudará a
desarrollar las cualidades que ve en ella o en él y a completar las hazañas
aparentemente imposibles" (p. 432).
En definitiva, imaginar
la criatura del pasado y el yo futuro es lo que permite lograr la síntesis
entre pasado y futuro. El pasado aporta espontaneidad y creatividad; y el
futuro sabiduría y fortaleza. Eso facilita afrontar no sólo determinadas
circunstancias, sino a veces cada jornada.
Añade para finalizar una
serie de lecturas complementarias, que incluyen técnicas orientales de
meditación; medios para autocuración emocional y física; meditaciones guiadas y
rituales para mujeres, desde técnicas de relajación, hasta rememoración de
sueños y ceremonias wicca; así como teoría y práctica de la autohipnosis
como vía para conectar con el niño o la niña interiores, transformar mitos
familiares, favorecer la cicatrización de traumas, y desarrollar el yo auténtico.
Apéndice II.
Biblioterapia
Partiendo de que los
libros no pueden sustituir la experiencia propia, se proponen una relación de
lecturas variadas, clasificadas por la autora: desde libros para curar heridas
infantiles y otras experiencias dolorosas, hasta libros que ofrecen claves para
una educación reparadora, pasando por los que pueden sugerir nuevas paradigmas.
El libro, como ya se
afirmó en otro momento, tiene una mezcla importante de ámbitos. Aunque no sería
riguroso hacer un balance generalizado del contenido, sí pueden detectarse algunas
ideas de fondo que se van repitiendo en los distintos capítulos.
Quizá la más
significativa es la propuesta de la religión —cualquiera que sea, aunque en más
de una ocasión se refiere a la católica— que se entiende como vía para imponer
una sociedad jerarquizada, en la que el poder corresponde siempre a los
varones; o en la que de cualquier manera, no todas las personas son
consideradas en situación de igualdad. Seguramente por ello en algún momento
identifica religión y fundamentalismo (p. 172). Hay una visión de las religiones
siempre marcada por la idea del pecado, sin entender ni asumir el sentido del
amor de Dios hacia todas las personas. Tiene una afirmación especialmente
significativa y taxativa: "las religiones podrían dejar de decirnos que
somos seres innatamente marcados por el pecado y fomentar en cambio la
sublimidad y autoridad personal de cada uno de nosotros" (p. 205). Y la
visión negativa de la religión se propone al mismo nivel que los efectos
negativos de las empresas, el estamento militar y las cárceles (p. 205).
En más de una ocasión, se
atribuye a la religión o a grupos religiosos la crítica hacia algunas
propuestas sobre la autoestima. Muestra de ello es la narración de la autora
sobre el programa llevado a cabo en California, respecto al que afirma:
"Cuando el equipo operativo presentó su informe final, los medios de
comunicación dedicaron más espacio a las declaraciones de siete personas del
grupo que criticaron su filosofía (sobre todo por no reconocer al Dios eterno
como fuente original de cualquier mérito humano) (...). La propuesta fue
derrotada tras una campaña de la derecha religiosa (...) La propuesta fue
anatemizada como impía y peligrosa" (pp. 42-43).
Quizá de un modo más
puntual, y a raíz del comentario sobre la obra de Jane Eyre, afirma "con
diez años ya posee suficiente visión ética para discutir con su compañera,
mayor que ella, sobre la sabiduría de la máxima cristiana que recomienda
ofrecer la otra mejilla. Debo resistirme frente a quienes me castigan
injustamente (..). Esta capacidad para observarse con cierta perspectiva es
lo que, de hecho, le permite narrar su historia en primera persona" (p.
356).
Probablemente esta visión
deformada y peyorativa de lo que puede significar la religión, y en su caso el
cristianismo, queda completada con una perspectiva antropológica que podría denominarse
relativista, con la que se contempla el proceso de educación de la persona:
"una vez alcanzada la edad suficiente para haber completado nuestra
educación, para la mayoría el primer paso hacia la autoestima no consiste en
aprender sino en des-aprender algunas cosas. Antes de poder empezar a valorarnos
como somos, debemos desmitificar los poderes que nos han dictado cómo
deberíamos ser" (p. 141). Y podría reforzar esta visión, la afirmación
contenida posteriormente: "es importante recordar que fueron consideradas
(se está refiriendo a algunas teorías evolucionistas) respetables en su tiempo
y acoger con sano escepticismo otras teorías actualmente en boga, que con los
años podrían demostrarse igualmente engañosas, nocivas para la autoestima y
erróneas" (p. 181).
Probablemente también por
esa razón, la obediencia es siempre entendida en una perspectiva negativa, que
implica limitación del ejercicio de la libertad y que merma la autoestima (p.
47), lo que en ocasiones puede suponer un debilitamiento y menosprecio del yo,
que se materializa "en la constante incitación a la imitación, el
cumplimiento de instrucciones" (p. 105). Esta interpretación de la
obediencia está unida a su concepción del poder o de quien ostenta el poder,
que siempre se presenta como un medio para reprimir o imponer formas de conducta,
sin respetar lo que ella denomina el yo auténtico. En esta línea señala:
"los que mandan intentan convencernos de que todo el poder y el bienestar
proceden de fuera, que nuestra autoestima depende de que sepamos obedecer y
estar a la altura de las exigencias. Es interesante constatar, sin embargo, que
ni siquiera las culturas más totalitarias han logrado persuadir a todo el
mundo. Siempre ha habido visionarios y rebeldes empeñados en creer que cada ser
humano posee un centro interno de poder y sabiduría, llámese alma o yo
auténtico, Atman o espíritu" (p. 48).
Afirma que "el poder
del Estado no puede traspasar los límites de nuestra piel" (p. 67), aunque
las aplicaciones prácticas de esta afirmación al caso de la homosexualidad
habría que matizarlas.
Tiene algunas
interpretaciones acertadas sobre la consideración del feminismo, así como referencias
gratuitas y un tanto arbitrarias. Los valores tradicionalmente atribuidos a la
mujer son entendidos de un modo negativo, no mencionando siquiera las nuevas
versiones del neofeminismo, en las que se propone precisamente una
"feminización de la sociedad". La autora afirma: "si la
abnegación, la anulación de los deseos personales, la realización a través de
los demás, el temor al conflicto y la necesidad de aprobación se consideran
parte de la personalidad “natural” de la mujer, para qué buscar explicaciones
alternativas. Por suerte, las investigaciones feministas y la cada vez más
rápida difusión de la información en el mundo han permitido mostrar la presencia
de mujeres seguras y capaces en nuestra propia historia y en otras
culturas" (p. 154).
Esta visión parcial del
movimiento feminista coincide con la versión inicial del feminismo en el que se
pretende no tanto una igualdad entre varón y mujer, sino más bien el protagonismo
de las mujeres por encima de los hombres, en una especie de batalla que a
finales del siglo XX ha perdido fuerza por resultar en la práctica ineficaz.
Con independencia de las actuales posiciones en torno a la igualdad de
oportunidades para las mujeres, se nota el activismo de Steinem con el
feminismo americano potenciado sobre todo en la década de los sesenta, en el
que propuestas como el amor libre, el aborto, o la no vinculación a
instituciones como el matrimonio, eran consideradas como caminos necesarios
para la liberación de la mujer. Se pretendió no tanto la igualdad cuanto
sustituir al varón, dejando al margen la aportación de las mujeres. En este
sentido, es bien gráfica la afirmación de Steinem: "el feminismo acudiría
en mi ayuda y en la de millones de otras mujeres, alentándonos a intentar ser
nosotras mismas, casadas o solteras, y a comprender, en la brillante frase de
una feminista anónima, que podíamos convertirnos en los hombres que
deseábamos como maridos" (p. 345).
En esa misma línea se
sitúan las propuestas sobre la orientación sexual. Por ejemplo, Steinem parte
de una visión feminista, y en definitiva, de una visión de la persona que
necesariamente tiene que asumir cómo válida, en general, toda forma de relación
homosexual.
La hosexualidad es
planteada como un modo de vivir la sexualidad, que carece de posibles críticas.
"La ocultación de cualquier parte de nuestro yo auténtico también
constituye una muerte parcial. Millones de mujeres y de hombres han contribuido
a investir de enorme honestidad y valor el acto de “destaparse”, manifestando
públicamente su homosexualidad, hasta hacer de él un paradigma del
descubrimiento de nuestro yo auténtico. Nuestra verdad interior puede ser una
falsa vergüenza infantil o un auténtico talento, una identidad de grupo o
singular, en cualquier caso, sea cual sea, todas las personas necesitamos
“destaparnos” para manifestarnos públicamente como somos" (p. 68).
Esa declaración pública
coincide con la propuesta anterior ya mencionada, en la que afirma la necesidad
de des-aprender, en la medida en que lo aprendido cuando procede de una
autoridad externa, jerarquizada, no respeta ese yo auténtico sino que lo
limita. Y así, se permite hacer un balance comparativo entre la historia de M.
Murphy a la que se ha referido anteriormente, y la biografía de Gandhi.
"Gandhi continuó dividiendo su vida en un periodo anterior y otro
posterior a lo que él denominó “mis experimentos con la verdad”; esto es, la
renuncia a un yo falso, para aprender a confiar en su yo auténtico. La
experiencia de la humillación de la jerarquía le condujo a abandonar la
identificación con el modelo opresor, y gracias a ello descubrió un importante
secreto: un dirigente que se sitúa por encima de su pueblo no puede elevar su
autoestima" (p. 73).
De esta manera, asocia la
declaración de la orientación sexual con la identificación del yo auténtico, y
compara el proceso del descubrimiento de esa orientación con la organización social,
en el caso de Gandhi, confirmando de esta manera la mezcla de ámbitos que se
viene mencionando.
No deja de ser también
significativa su visión del cuerpo y de la sexualidad. Se habla de las
relaciones sexuales como una necesidad humana (pp. 294-295), y de la
masturbación como una reacción instintiva (p. 266). Y a esto hay que añadir una
concepción de la integridad física que dista bastante del respeto a la propia
persona. "Una de las mayores esperanzas es lograr el reconocimiento de la
integridad física como un derecho humano fundamental; un paraguas legal capaz
de garantizar el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su
sexualidad sin temor a ser castigadas, el derecho a la libertad reproductiva,
la protección de las mujeres pobres frente a su posible utilización como madres
de alquiler, de las personas pobres frente a las presiones encaminadas a
convertirlas en abastecedoras de trasplantes y transfusiones para los grupos
más acomodados, y todas las formas de apropiación y explotación de nuestros
cuerpos" (p. 67).
De acuerdo con ello, la
integridad física se identifica con el control sobre el propio cuerpo, que es
un modo de encontrar el verdadero yo (afirmación contenida también en la p.
295: "ante la duda sobre quién ostenta la propiedad de nuestros cuerpos es
preciso reivindicar el principio jurídico, ético y social de la integridad
física, que garantiza a cada persona el control sobre el universo delimitado
por su propia piel"). En ese sentido critica la prohibición de protestar
contra abortos ilegales argumentando que sólo pudiera haber una persona contraria
al aborto (p. 147); o señala entre las prioridades de las mujeres apalaches, al
mismo nivel, el acceso a los anticonceptivos y al permiso de conducir (p. 151).
Pero en todo caso, si se asume su propuesta sobre el propio cuerpo, podrían
justificarse prácticas como las mutilaciones femeninas en el caso de que
hubiera consentimiento de la mujer afectada, o cualquier otro tipo de práctica,
que encontraría el único límite en la propia decisión personal.
Como lógica consecuencia,
la orientación sexual vendría a ser considerada casi como una opción. Aunque no
lo afirma de un modo tan taxativo, entiende exactamente en los mismos términos
la homosexualidad, la heterosexualidad o la bisexualidad, considerando que en
todo caso se trata de no reprimir los propios sentimientos. En un momento
concreto se plantea por qué "algunas personas sienten atracción por las
personas de su mismo sexo, otras se sienten atraídas por el sexo opuesto, y
otras por determinadas personas concretas independientemente de su sexo"
(p. 202). Y justifica las diferentes posibilidades entendiendo que cada ser
humano tiene una personalidad única, que hay que respetar. Llegando a afirmar
que los avances de la ciencia están reconociendo "la existencia de un
misterio único, genéticamente codificado, propio de cada persona, y a valorar
los métodos educativos y pedagógicos respetuosos con la esencia íntima de cada
ser humano" (p. 203).
La sexualidad es
entendida sin ningún referente objetivo, de modo que las tendencias de cada uno
son las que condicionan el modo de vivirla. En todo caso, la sexualidad bien
vivida requiere a juicio de la autora, dejarnos guiar por el yo auténtico:
"si confiamos en él, seguimos sus indicaciones y escuchamos sus señales,
nuestro cuerpo podrá transportarnos a dimensiones que nuestra mente consciente
jamás sería capaz de imaginar" (p. 267). Llega a señalar que las personas
privadas de "toda vía de gratificación sexual regular sufren casi siempre
o muy a menudo una pérdida de la autoestima" (p. 266).
La visión de la
sexualidad se presenta así desvinculada del "mito del amor" (p. 371),
que en todo caso se formula como algo diferente de la propia relación sexual.
La autora, contando una experiencia suya, en la que estuvo viviendo con un
hombre durante varios años, relata cómo terminó, y afirma: "tanto él como
yo tenemos ahora otra pareja, pero salvo este aspecto privado de nuestra vida,
solemos consultarnos las demás cuestiones fundamentales" (p. 369). De esta
manera, confirma la autora por la vía de los hechos la distinción entre la
sexualidad y la relación personal, la diferencia a la que se ha referido en
otros momentos entre mente y cuerpo, como si realmente esa diferencia fuera
posible.
Probablemente, la
cuestión es la propia definición de autoestima, que se confunde con otros términos.
Desde un punto de vista puramente etimológico, identifica la autoestima con lo
que en castellano se llamaría amor propio o buena opinión de sí mismo (p. 44),
palabras que no necesariamente son sinónimas. Máxime cuando la autora señala
que la autoestima es la palabra francesa amor a sí mismo, que tampoco
coincidiría plenamente con las usadas en castellano (p. 44).
Por otra parte, a lo
largo del libro aparece unida la autoestima al proceso del ser queridos y
acogidos como personas. Concretamente en las pp. 88 y ss. narra su versión de
la autoestima, que empieza en el núcleo familiar. Y relata cómo su madre,
cuando tenía que decirles que no habían hecho algo correctamente, no les decía
que eran malas o buenas, sino que las quería mucho pero no le había gustado lo
que habían hecho las dos hermanas. "Esta seguridad de ser amadas y dignas
de cariño, valoradas y valiosas, tal como somos, independientemente de lo que
hagamos, es el punto de partida para la forma más fundamental de autoestima, lo
que en psicología se denomina autoestima global, caracteriológica, o esencial
(término más descriptivo, a mi entender, pues indica prioridad)" (p. 88).
Esa necesidad de todo ser
humano se manifiesta también en la necesidad de un entorno familiar, que en su
caso fracasó con la separación de sus padres, situación ésta que la autora
identifica en términos muy negativos para su educación y para su autoestima
(cfr. p. 52). Sin embargo, estas afirmaciones quedan diluidas posteriormente,
cuando la autora introduce las referencias a la imposición de determinadas
formas de conducta a través de la educación; o cuando interpreta todo lo que
viene de fuera en términos de sociedad jerarquizada, como ya se ha puesto de
manifiesto.
Por otra parte, desde una
perspectiva puramente antropológica hay algunas incoherencias difíciles de
asumir. Por ejemplo, hay un capítulo en el que se refiere a las familias
ficticias como núcleos de acogida que necesitamos todas las personas, pero
especialmente aquellas que no han encontrado en su familia la acogida
necesitada. Por una parte, afirma que la existencia de este tipo de grupos
afines muestra que la familia biológica no es la única unidad importante en la
sociedad (p. 235), pero al mismo tiempo atribuye a la familia psíquica los
principios que debería cubrir la familia biológica, siendo aquella un sustituto
de ésta. Afirma de hecho que la eficacia de la familia psíquica se basa en
cuatro principios: "que una persona que ha vivido algo sabe más al
respecto que las supuestas expertas; que las experiencias compartidas y un
deseo común de cambiar pueden crear un vínculo entre las personas; que debe
respetarse la confidencialidad y el compromiso mutuo; y que todas las personas
participen en el grupo sin que ninguna domine" (p. 235). Se busca así en
el exterior un marco que de algún modo pueda suplir la carencia de un núcleo
familiar. Lo que resulta paradójico, al leer las afirmaciones de la autora
sobre las lecciones que se aprenden en la familia: "a amar y convivir con
otras personas que no comparten nuestros intereses, y a conocer lo que podemos
esperar de cada una de las diferentes etapas de la vida" (p. 318)
(Teniendo en cuenta que habría que matizar esas dos lecciones).
Junto a esta necesidad,
dedica un apartado íntegro a los animales, llegando en algún momento a proponer
tratarlos como hermanos de los hombres, y afirmando que son el contrapunto para
incrementar la autoestima y fomentar la responsabilidad en los seres humanos
(p. 392 ss). Aprovecha la defensa de los animales para recalcar que las
religiones los ha demonizado, creando jerarquías ultraterrenas, afirmando que
"San Agustín excluyó a los animales del universo moral divino en el siglo
V; Santo Tomás de Aquino afirmó, en el siglo XIII, que el hombre estaba
autorizado para ejercer un poder ilimitado sobre los animales en virtud del
dominio que Dios había concedido a Adán sobre ellos" (p. 390). Y junto a
ello, utiliza la referencia a "lo natural" para hablar de la
autoestima en este contexto, lo que implica preguntarse cómo se podría definir
lo natural, si no hay nada que sea ultraterreno. "La autoestima es natural
y sólo los seres humanos crean desigualdades, por la sencilla razón de que
creen en ellas. Abrir nuestro corazón a los animales tal vez pueda también
ayudarnos a conectar mejor con nosotras o nosotros mismos" (p. 398).
El proceso de
recuperación de la autoestima requiere el recurso a la autohipnosis, y sobre
todo a la conjunción del pasado y el presente, a través de las técnicas de meditación.
Utiliza a modo de ejemplo las experiencias de Julie Andrews (p. 123) o de Alice
Miller (p. 130), para reforzar la eficacia de este recurso.
Tiene afirmaciones que
denotan la influencia de New Age en la autora. Por ejemplo, la referencia a la
gracia salvadora de la naturaleza (p. 386), la consideración de que somos
naturaleza (p. 379), o la descripción del conocimiento de la madre Tierra como
proceso de recuperación del yo (p. 380). En la misma línea, la consideración de
que la ecología es la solución a las formas de patriarcado (p. 249), o los
argumentos apoyados en el llamado paradigma circular (p. 249).
Por último, resulta muy
significativa la crítica abierta de Steinem a la visión de una religión que
propone a Dios como hombre/varón (p. 400), lo que le lleva a reiterar la visión
de la religión como un refugio respecto a los hombres, y en definitiva como una
forma de fundamentalismo (p. 402).
IV. Valoración de la obra
Como en casi todos los
textos, hay afirmaciones salvables, contradicciones, y también afirmaciones que
no resultan correctas.
Si hubiera que resumir
las afirmaciones que fundan la estructura del libro, podría señalarse lo
siguiente:
1. Propone una visión
negativa de Dios, y consecuentemente, de toda forma de religión.
2. Denota un desconocimiento
de lo que significa el amor de Dios hacia todas las personas, y respecto a la
propia condición de la persona.
3. Por una parte, define
la autoestima en términos de amor a uno mismo; y por otra, trata de descubrir
cuál es el yo auténtico que define al "uno mismo", lo que implica una
labor de revisión de la propia educación, y del propio camino personal.
4. De los argumentos del
libro, se deduce una búsqueda más o menos solapada de un ser que pueda
trascendernos, al que identifica con el yo universal; pero al mismo tiempo, no
coincide con una visión de Dios que para la autora es claramente negativa. Por
ello, recurre a la naturaleza y a los animales.
Como ya se afirmó en su
momento, la idea inicial del libro resulta positiva, en la medida en que la
autora trata de reflexionar sobre las razones por las que hay tantas mujeres
que no se incorporan a la sociedad en términos de igualdad respecto a los
hombres, por su falta de autoestima. Y a partir de ahí, desentraña lo que
significa la autoestima, y los medios para recuperarla. Para ello, presenta una
realidad de hecho: se han puesto muchos medios en favor de la igualdad de las
mujeres; se han multiplicado los mecanismos de acciones positivas para fomentar
la incorporación de mujeres a los distintos ámbitos normativos; ha habido una
movilización de la opinión pública mundial en favor de la igualdad... etc. Y
sin embargo, todo ello constituye un paquete de medidas que la autora denomina
"externas". De manera paralela, también se constata que muchas mujeres
no tienen confianza en ellas mismas, o en su caso, no terminan de asumir sus
posibilidades de actuación, lo que implica que hay algunas barreras a la
igualdad que son "internas". Por ese motivo, hace falta repasar la
propia autoestima, y poner los medios para que no sólo las mujeres, sino todo
ser humano recupere la confianza en sí mismo.
Sin embargo, esta idea
inicial empieza a desfigurarse cuando la autora avanza en su argumentación.
Para Steinem hay que bucear en la trayectoria y en la historia de cada persona,
y eso requiere un repaso a la definición de la familia tradicional (varón y
mujer, como núcleo de constitución de la familia), que califica de jerárquica;
a la finalidad de la educación, con la influencia clara de la religión,
especialmente de la católica, a la que la autora se refiere en innumerables
ocasiones a lo largo del libro; a la propia configuración de la sociedad, y a
conceptos políticos tradicionales.
Tiene algunas
afirmaciones buenas sobre la función de los hombres en la sociedad, o incluso
sobre temas más puntuales como las diferentes formas de obediencia. Pero al
mismo tiempo, carece de referencias objetivas para argumentar sobre la persona,
la familia, la trascendencia, etc.
Se detecta en los
argumentos un esfuerzo considerable por encontrar el por qué de todas estas
cuestiones, pero la influencia de New Age, y de algunas posiciones radicales de
distintos movimientos sociales, diluyen los intentos de Steinem.
En este sentido, resulta
especialmente gráfica la propia presentación del libro en la contraportada, que
muestra las líneas de fondo del mismo: "identifica las raíces sociales de
la carencia de autoestima con una estructura familiar jerárquica, un sistema
educativo uniformador basado en la competencia, el androcentrismo y etnocentrismo
de la ciencia y de las religiones monoteístas que identifican la divinidad con
un poder masculino. Denuncia el impacto de las estructuras de dominación sobre
los sentimientos de autoridad y valía personales. Critica las formas tradicionales
de crianza infantil, el uso de los tests en el sistema educativo, los
contenidos de la educación, la asignación de papeles según el género y la raza,
y destaca la importancia de desaprender lo aprendido cuando la educación
recibida fomenta el rechazo de la persona".
Es muy significativo el
intento de la autora por pensar y reflexionar sobre temas que no tienen fácil
solución; y por combinar la realidad de hecho en la que vive con los argumentos
para justificar ese tipo de conducta. Hay muchas formas de vida que da por
válidas, especialmente en el caso de los homosexuales, por su propia existencia
en el entorno social, y en todo caso, justificando que las personas hayan
llegado a ello por motivos variados.
Para leer el libro, hace
falta formación, no sólo en cuestiones directamente relacionadas con el
movimiento feminista, sino también filosóficas y teológicas, para deslindar en
cada caso de qué está hablando.
P.D.L.
(1998)
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[1] Hugh MISSILLDINE, Your Inner Child of the Past, traducido al castellano como Tu criatura interior del pasado.