STALIN, José

MATERIALISMO DIALÉCTICO Y MATERIALISMO HISTÓRICO

(Se cita por la edición italiana: Materialismo dialettico e materialismo storico, Piccola Biblioteca marxista, n. 29, Roma, 1950, 62 pp.).

(La traducción castellana de las citas textuales es nuestra).

 

CONTENIDO

            «El materialismo dialéctico es la concepción del mundo del partido marxista leninista. Se llama materialismo dialéctico porque su modo de considerar los fenómenos de la naturaleza, y su método para investigarlos es dialéctico, mientras que su interpretación, su concepción de estos fenómenos, su teoría, es materialista.

            El materialismo histórico extiende los principios del materialismo dialéctico al estudio de la vida social, aplicándolos a los fenómenos de la vida social, al estudio de la sociedad, al estudio de la historia de la sociedad» (p. 9).

            Así comienza Stalin este breve ensayo, escrito en 1937, que forma parte del Capítulo IV de la Historia del Partido Comunista bolchevique (Ediciones políticas del Estado, Moscú, 1945). Su finalidad es exponer, de modo breve y asequible, el significado de los términos materialismo dialéctico y materialismo histórico.

            Comienza indicando el origen del método dialéctico. Marx y Engels invocan a Hegel como al filósofo que fijó los rasgos fundamentales de la dialéctica. No quiere esto decir —aclara Stalin— que la dialéctica hegeliana sea idéntica a la marxista: de hecho sólo han tomado de ella su «núcleo racional», desarrollando la dialéctica y dejando de lado la corteza idealista. En efecto, como dice Marx en El Capital, para Hegel la idea «es el demiurgo (el creador) de la realidad, la cual es sólo la manifestación extrínseca de la Idea. Para mí, por el contrario, el elemento ideal no es más que el elemento material, trasladado y colocado en el cerebro del hombre».

            Cuando hablan de su materialismo, Marx y Engels citan a Feuerbach. Pero de éste —cuyo idealismo, dice Engels, queda patente en su filosofía de la religión y de la ética— toman únicamente su «núcleo esencial», desarrollándolo «en una teoría filosófico–científica del materialismo y rechazando los añadidos idealistas y ético–religiosos» (p. 10).

 

I.          La dialéctica

 

            «En su esencia, la dialéctica es lo diametralmente opuesto a la metafísica» (p. 11).

            A continuación explica Stalin los rasgos fundamentales del método dialéctico marxista, que va introduciendo con el estribillo: «contrariamente a la metafísica...». De cada uno saca dos o tres consecuencias, que encabeza siempre con un «por esto...».

 

            a) La dialéctica «considera la naturaleza no como un amasijo casual de objetos... sino como un todo coherente único, en el cual los objetos, los fenómenos, están orgánicamente relacionados entre sí, dependen uno del otro y se condicionan recíprocamente» (p. 11). De ahí que ningún fenómeno de la naturaleza pueda entenderse si se toma aisladamente; sólo se entenderá al considerarlo condicionado por los fenómenos que lo rodean;

            b) «considera la naturaleza no como un estado de reposo y de inmovilidad... sino como un estado de movimiento y de cambio perpetuos, de renovación y de desarrollo incesantes, donde siempre hay algo que nace y se desarrolla, algo que se disgrega y desaparece» (p. 12). Como consecuencia, este método exige que los fenómenos sean también considerados desde el punto de vista de su movimiento, teniendo en cuenta que «sólo lo que nace y se desarrolla es invencible» (p. 12) [1];

            c) «considera el proceso de desarrollo no como un simple proceso de crecimiento, en el cual los cambios cuantitativos no llevan a cambios cualitativos, sino como un desarrollo que pasa de cambios cuantitativos insignificantes y latentes a cambios abiertos y radicales, a cambios cualitativos, un desarrollo en el que los cambios cualitativos no se producen gradualmente, sino rápidamente, de improviso, a saltos de un estado a otro, y no se producen por casualidad, sino según leyes objetivas, como resultado de la acumulación de imperceptibles y graduales cambios cuantitativos» (p. 13). De ahí que el proceso de desarrollo deba concebirse como «un movimiento progresivo, ascendente, como el paso del viejo estado cualitativo a un nuevo estado cualitativo, como un desarrollo de lo simple a lo complejo, del inferior al superior» (p. 13).

            En este caso, y dada la trascendencia del tema, Stalin considera necesario justificar tal postulado. Lo hace recurriendo a argumentos de autoridad: cuatro citas de Engels.

            «La naturaleza, dice Engels, es el criterio de prueba de la dialéctica», y ésta, según ha demostrado la ciencia, «procede dialécticamente y no metafísicamente..., no se mueve en la eterna uniformidad de un círculo que se repite de continuo, sino que recorre una verdadera historia... Darwin ha asestado a la concepción metafísica de la naturaleza el golpe más vigoroso con su demostración de que toda la naturaleza, como hoy existe, plantas y animales, y consiguientemente el hombre, es el producto de un proceso de desarrollo que ha durado millones de años» (pp. 13–14, tomada del Anti–Dühring) (el subrayado es mío).

            «En la física... cada cambio es una conversión de cantidad en cualidad, una consecuencia de variaciones cuantitativas de la cantidad de movimiento... existente en el cuerpo o comunicado a él... Las llamadas constantes de la física... no son en la mayoría de los casos más que índices de puntos nodales, en los cuales adición o sustracción cuantitativa de movimiento provocan variaciones cualitativas en el estado del cuerpo en cuestión, en los cuales por tanto la cantidad se cambia en cualidad» (pp. 14–15, tomada de Dialéctica de la naturaleza);

            d) «la dialéctica parte del principio de que los objetos y los fenómenos de la naturaleza implican contradicciones internas, puesto que todos tienen un lado negativo y un lado positivo, un pasado y un porvenir, elementos que van pereciendo y elementos que se desarrollan, y que la lucha entre estos opuestos, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que muere y lo que nace, entre lo que va pereciendo y lo que se desarrolla, es el contenido íntimo del proceso de desarrollo, el contenido íntimo de la transformación de los cambios cuantitativos en cambios cualitativos» (p. 16). Consecuentemente, ese proceso que va de lo inferior a lo superior se realiza a través de «el manifestarse de las contradicciones inherentes a los objetos, a los fenómenos, a través de una ‘lucha’ de las tendencias opuestas, que actúan sobre la base de estas contradicciones» (p. 16).

            Y de nuevo confronta la ortodoxia de estas afirmaciones con sus autoridades: «La dialéctica... es el estudio de las contradicciones en la misma esencia de las cosas»; «el desarrollo es la lucha de los opuestos» (Lenin).

            Explicados los rasgos fundamentales del método dialéctico, prosigue Stalin con una rotunda declaración: «No es difícil comprender de cuán grande importancia sea extender los principios del método dialéctico al estudio de la vida social, al estudio de la historia de la sociedad, de cuán grande importancia sea la aplicación de estos principios a la historia de la sociedad, a la actividad práctica del partido del proletariado» (p. 17), porque —deduce fácilmente de las premisas colocadas— «está claro que cada régimen social y cada movimiento social, deben ser juzgados en la historia no desde el punto de vista de la ‘justicia eterna’ o de cualquier otra idea preconcebida... sino desde el punto de vista de las condiciones que han generado aquel régimen o aquel movimiento social, y con las que están ligados» (p. 17).

            «Está claro que sin este método histórico en el estudio de los fenómenos sociales no es posible que la ciencia histórica exista y se desarrolle; puesto que sólo un método tal impide a la ciencia histórica convertirse en un caos de contingencias y en un cúmulo de errores absurdos» (p. 18).

            «Todo depende de las condiciones, del lugar y del tiempo», concluye Stalin, tras hablar de lo perfectamente lógico y comprensible que era el régimen de la esclavitud en la comunidad primitiva, y lo «contrarrevolucionario» que sería reivindicar la república democrática burguesa en las actuales condiciones de la URSS, pues supondría un paso atrás respecto a la república soviética.

            Siguen una serie de consecuencias introducidas siempre por un «prosigamos». De cada una deduce otras implicaciones, que encabeza a su vez por un «esto quiere decir que...»:

—«ya no existen regímenes sociales ‘inmutables’, ni ‘principios eternos’ de propiedad privada y de explotación, ni ‘ideas eternas’ de sumisión de los campesinos a los propietarios de las tierras, y de los obreros a los capitalistas» (p. 18)

 · de aquí que el régimen capitalista pueda ser sustituido por el socialista como aquél sustituyó al feudal

 · hay que fundar la propia acción sobre los estratos que se desarrollan y tienen ante sí el porvenir, aunque no sean en ese momento la fuerza predominante: es lo que hicieron, dice Stalin, los marxistas en Rusia en el decenio 1880–1890, apoyándose en el proletariado y no en los campesinos

 · «esto quiere decir que para no equivocarse en política es necesario mirar adelante y no atrás» (p. 19)

—«está claro que los movimientos revolucionarios realizados por las clases oprimidas representan un fenómeno absolutamente natural e inevitable» (p. 19), deduce de esa ley del desarrollo que habla del paso de cambios cuantitativos lentos a bruscos y rápidos cambios cualitativos

 · el paso del capitalismo al socialismo y la liberación de la clase obrera puede hacerse únicamente mediante un violento cambio cualitativo del régimen capitalista: la revolución

 · «esto quiere decir que para no equivocarse en política es necesario ser un revolucionario y no un reformista» (p. 19)

—«está claro que la lucha de clases del proletariado es un fenómeno absolutamente natural e inevitable» (p. 20)

 · no hay que disimular las contradicciones del régimen capitalista, sino denunciarlas y ponerlas en evidencia; no hay que sofocar la lucha de clases, sino llevarla hasta el final (cfr. ibid.).

 · para no equivocarse en política hay que conducir una política proletaria intransigente de clase, no una política reformista, o de conciliación, o de «integración» del capitalismo en el socialismo (cfr. ibid.).

            Stalin termina este apartado diciendo: «Así se presenta el método dialéctico marxista, en su aplicación a la vida social, a la historia de la sociedad» (p. 20).

 

II.        «El materialismo filosófico marxista es, por su naturaleza, lo opuesto exactamente al idealismo filosófico» (p. 20).

            Siguen los rasgos fundamentales de dicho materialismo, introducidos también con el estribillo: «contrariamente al idealismo...».

            a) «contrariamente al idealismo, que considera el mundo como la encarnación de la ‘idea absoluta’, del ‘espíritu universal’, de la ‘conciencia’, el materialismo filosófico de Marx parte del principio de que el mundo es, por su naturaleza, material» (p. 20).

            Stalin lo «demuestra» con dos citas: una de Engels; la segunda de Heráclito: «el mundo es un todo único que no fue creado por ningún dios, ni por ningún hombre, sino que fue, es y será una llama eternamente viva, que se reanima y se extingue según leyes determinadas». Lenin había calificado esta definición como «una excelente exposición de los principios del materialismo dialéctico» (Cuadernos de filosofía) (citado en p. 21), y en el índice de nombres del final del libro se dirá que la doctrina de Heráclito «fue una genial intuición de la dialéctica materialista» (p. 61);

            b) «el materialismo filosófico marxista parte del principio de que la materia, la naturaleza, el ser, es una realidad objetiva, existente fuera e independientemente de la conciencia; que la materia es el primer dato... mientras que la conciencia es el dato secundario, es un dato derivado, porque es el reflejo de la materia, el reflejo del ser» (p. 22).

            También el pensamiento «es un producto de la materia, cuando ésta ha alcanzado en su desarrollo un alto grado de perfección... es el producto del cerebro, y el cerebro es el órgano del pensamiento... no se puede por lo tanto separar el pensamiento de la materia, si no se quiere caer en un error mayúsculo» (p. 22).

            Dada la importancia de este punto, parecería necesaria una explicación más detallada. Pero resulta totalmente superflua, cuando pueden darse tantos argumentos de autoridad para sostenerla: Stalin recoge algunas citas de Marx, Engels y Lenin, con enunciados tan apodícticos como los suyos: «Nuestra conciencia y nuestro pensamiento, por muy suprasensibles que parezcan, son el producto de un órgano material, el cerebro... el mismo espíritu no es otra cosa que el producto más alto de la materia» (Engels, L. Feuerbach); «no se puede separar el pensamiento de la materia pensante» (Marx, La sagrada familia); «el cuadro del mundo... muestra cómo la materia se mueve y cómo ‘la materia piensa’» (Lenin, Materialismo y empiriocriticismo).

            Resulta particularmente significativa una cita de Engels, en la que, tras afirmar que el problema supremo de toda la filosofía es el de la relación del pensamiento con el ser, del espíritu con la naturaleza, dice que tal problema ha dividido a los filósofos en dos grandes campos: los que «afirmaban la prioridad del espíritu en relación con la naturaleza... formaban el campo del idealismo. Los que afirmaban la prioridad de la naturaleza pertenecían a la escuela diversa del materialismo» (Engels, L. Feuerbach).

            El planteamiento resulta lógico —aunque no por ello menos simplista— teniendo presente el valor absoluto que el marxismo postula para el método dialéctico. Según éste, el idealismo de Hegel representaría el culmen de toda la filosofía anterior, que contendría en sí todo lo que de positivo se había ido aportando a lo largo de los siglos. Sólo caben, por tanto, dos filosofías: la idealista de Hegel y el materialismo marxista.

            c) contrariamente al idealismo que no cree en la validez del movimiento, y para el que el mundo está lleno de «cosas en sí», incognoscibles, «el materialismo filosófico marxista parte del principio de que el mundo y sus leyes son perfectamente cognoscibles, de que nuestro conocimiento de las leyes de la naturaleza, convalidado por la experiencia, por la práctica, es un conocimiento válido, que tiene el valor de una verdad objetiva; de que en el mundo no existen cosas incognoscibles sino únicamente cosas todavía desconocidas, que serán descubiertas y conocidas, gracias a la ciencia y a la práctica» (p. 24).

            «Si existe una verdad objetiva (como piensan los materialistas) ... todo fideísmo debe ser rechazado en modo absoluto» (Lenin, Materialismo y empiriocriticismo).

            Stalin repite, para terminar esta exposición de los rasgos fundamentales del materialismo filosófico marxista, la misma frase que utilizó para señalar la importancia de las aplicaciones de la dialéctica a la historia, etc. (cfr. p. 4 de la recensión), sin más que sustituir «método dialéctico» por «materialismo filosófico».

            También en perfecto paralelismo con el apartado anterior, pasa a deducir una serie de consecuencias —encabezadas con un «si es verdad que...»— de las que a su vez deduce otras, introducidas por «esto quiere decir que...»:

—«los lazos y el condicionamiento recíproco entre los fenómenos de la vida social representan... no contingencias, sino leyes necesarias del desarrollo social» (p. 26).

 · así, el estudio de la sociedad se convierte en una ciencia.

 · la actividad práctica del partido del proletariado debe fundarse no «en las exigencias de la ‘razón’, de la ‘moral universal’, etc., sino sobre las leyes del desarrollo de la sociedad» (p. 26).

—la vida social y el desarrollo de la sociedad son también cognoscibles, y los datos de la ciencia sobre las leyes del desarrollo de la sociedad tienen valor de verdad objetiva.

 · la ciencia de la historia de la sociedad puede llegar a ser una ciencia tan exacta como la biología, «capaz de utilizar las leyes del desarrollo de la sociedad para servirse de ellas en la práctica» (p. 26).

 · «el socialismo, de sueño que era en un porvenir mejor del género humano, se convierte en una ciencia» (p. 27).

 · el ligamen entre la ciencia y la actividad práctica, la unidad entre la teoría y la práctica, debe ser «la estrella que guía la ruta del partido del proletariado» (p. 27).

            No parece darse cuenta Stalin de que a la vez que rechaza unos «principios inmutables», una «moral universal», etc., está imponiendo unos principios absolutos que él mismo califica de «inevitables», una moral —«estrella que guía...»—, etcétera.

—«la vida material de la sociedad, su ser, es también el primer dato, mientras que su vida espiritual es el dato secundario, derivado... la vida material de la sociedad es una realidad objetiva, que existe independientemente de la voluntad de los hombres, mientras que la vida espiritual de la sociedad es un reflejo de esta realidad objetiva, un reflejo del ser» (p. 27).

 · «como es el ser social, como son las condiciones de la vida material de la sociedad, tales son las ideas, las concepciones políticas, las instituciones políticas de la sociedad» (p. 28), sencillamente porque éstas no son más que reflejo de aquéllas.

 · «para no equivocarse en política», el partido debe basar su acción en las condiciones concretas de la vida material, y no en los abstractos «principios de la razón humana», o en los «loables deseos de los ‘grandes hombres’».

            Son las condiciones materiales —que más tarde reducirá Stalin a las condiciones económicas— de un determinado período de la historia, las que determinan por completo todas las demás actividades, ideas, concepciones, etc., de los hombres. Una vez más, la libertad humana queda totalmente anulada: «no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino que, al contrario, es su ser social el que determina su conciencia» (Marx, Para la crítica de la economía política, citado en p. 28).

            Termina este apartado con una referencia al papel de esas ideas y teorías sociales en la vida de la sociedad. En efecto, si bien su origen viene determinado por las condiciones de la vida material, no puede negarse su importancia y función en la historia. Aquí Stalin introduce una sencilla separación entre «ideas y teorías viejas, propias de otros tiempos, que sirven a los intereses de las fuerzas sociales en declive», cuya función es frenar el desarrollo y progreso de la sociedad; e «ideas y teorías nuevas, de vanguardia, que sirven a los intereses de las fuerzas de vanguardia de la sociedad» (p. 30), y cuya función sería agilizar el progreso y el desarrollo de la misma.

            Las nuevas surgen «sólo cuando el desarrollo de la vida material de la sociedad coloca la sociedad frente a nuevos deberes» (p. 30). Una vez «surgidas» se abren camino, «se convierten en patrimonio de las masas populares, las movilizan, las organizan contra las fuerzas moribundas de la sociedad» (p. 31), facilitando de este modo su abatimiento. Así, estas ideas sociales actúan, a su vez, sobre la sociedad.

            De aquí la necesidad de que el partido del proletariado —para poder actuar sobre las condiciones de la vida material de la sociedad y acelerar su desarrollo— se apoye en una teoría social de vanguardia, capaz de «poner en movimiento las grandes masas populares, capaz de movilizarlas y de organizarlas en el gran ejército del partido del proletariado pronto a destrozar las fuerzas reaccionarias y a abrir camino a las fuerzas de vanguardia de la sociedad» (p. 32).

            Esta teoría social, mediante la cual puede resolverse la cuestión de las relaciones «entre el ser social y la conciencia social, entre las condiciones de desarrollo de la vida material y el desarrollo de la vida espiritual de la sociedad» (p. 32) no puede ser otra que el materialismo histórico.

 

III.       El materialismo histórico

 

            Lo único que queda por aclarar, dice Stalin al introducir este apartado, es lo que entiende el materialismo histórico por «condiciones de la vida material de la sociedad, determinantes, en último análisis, de la fisionomía de la sociedad, de sus ideas, concepciones, instituciones, política, etc.» (p. 33).

            Seguidamente, a diferencia del método apriorístico seguido en los apartados anteriores, Stalin intenta seguir un método deductivo, para llegar a determinar esas condiciones. Decimos «intenta» porque, en el fondo, las afirmaciones de Stalin siguen teniendo el mismo carácter definitorio y absoluto de las páginas anteriores.

            Antes de llegar a la solución definitiva, analiza dos posibles condiciones de la vida material: el ambiente geográfico y el aumento y densidad de la población. La línea del razonamiento para cada uno de ellos es totalmente superponible: «sin duda» es una de esas condiciones; ¿es la principal? «El materialismo histórico responde negativamente a esta pregunta»; «indudablemente» influye en el desarrollo de la sociedad, pero no es una influencia determinante. Sigue un ejemplo que confirma lo anterior.

            El ambiente geográfico no puede ser la fuerza determinante, puesto que ha permanecido prácticamente invariado en los últimos tres mil años. Durante ese mismo tiempo han desaparecido tres ordenamientos sociales en Europa Occidental —comunidad primitiva, esclavitud, régimen feudal— y cuatro en la Oriental.

            Tampoco el aumento de la población, sin más, explica las razones por las que a la comunidad primitiva suceda precisamente la esclavitud, y a ésta el régimen feudal y no otro cualquiera. En efecto, Bélgica, a pesar de tener una densidad de población 19 veces mayor que la de USA está menos desarrollada socialmente que ésta; y a pesar de ser 26 veces más densa que la URSS, está en relación con ella «retrasada en una entera época histórica, porque allí domina el régimen capitalista, mientras que la URSS ha puesto ya fin al capitalismo e instaurado el régimen socialista» (p. 36).

            Stalin llega por fin a la solución: «El materialismo histórico considera que esta fuerza es el modo en que se obtienen los medios de subsistencia necesarios para la vida de los hombres, el modo de producción de los bienes materiales —alimentos, vestidos, zapatos, pisos, combustibles, instrumentos de producción, etc.— necesarios para que la sociedad pueda vivir y desarrollarse» (p. 36).

            La producción, el modo de producción, incluye en sí dos aspectos fundamentales: las fuerzas productivas —donde se agrupan los instrumentos de producción, los hombres que los mueven gracias a una cierta experiencia de la producción y hábitos de trabajo— y las relaciones de producción entre los hombres, ya que éstos «luchan contra la naturaleza y explotan la naturaleza para la producción de bienes materiales, no aisladamente los unos de los otros... sino en común, en grupos, en sociedad. Por eso la producción es siempre, en cualquier tipo de condiciones, una producción social» (p. 37). Una vez más, la persona humana queda diluida y absorbida en el ser social, en la sociedad, en la humanidad como género.

            Ya sólo quedan por considerar algunas características o particularidades de la producción. Aquí Stalin —manteniendo el mismo tono categórico de todo el libro— no consigue un estricto paralelismo en la exposición de las tres particularidades, quizá por el amplio espacio dedicado a la segunda.

            a) «La primera particularidad de la producción consiste en el hecho de que no permanece nunca por un largo período en un punto determinado, sino que está en continuo cambio y desarrollo» (p. 38). Estos cambios provocan «inevitablemente» cambios en el régimen social, en la vida espiritual, en las instituciones políticas. «Cual es el modo de vida de los hombres, tal es su modo de pensar» (p. 39).

            Y siguen una serie de consecuencias, encabezadas cada una con «quiere decir que...»:

—«la historia del desarrollo de la sociedad es, sobre todo... historia del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción entre los hombres» (p. 39). El papel primordial de la historia será por tanto estudiar y descubrir las leyes de desarrollo de ambos aspectos;

—«es, sobre todo, historia de las masas trabajadoras, que son las fuerzas fundamentales del proceso de producción», y no puede reducirse «a las gestas de los reyes o de los caudillos, a las gestas de los ‘conquistadores’ o de los ‘sojuzgadores’ de Estados» (p. 40);

—la clave del estudio de las leyes de la historia hay que buscarla «no en el cerebro de los hombres, y ni siquiera en las concepciones e ideas de la sociedad, sino en el modo de producción practicado por la sociedad en cada período histórico determinado, en la economía de la sociedad» (p. 40);

—«para no equivocarse en política» el partido del proletariado debe tener muy presentes estos puntos.

            b) «la segunda particularidad de la producción consiste en el hecho de que sus cambios y su desarrollo comienzan siempre con los de las fuerzas productivas y, antes que nada, con el cambio y el desarrollo de los instrumentos de producción» (p. 41); seguidamente y en función de tales cambios, se modifican también las relaciones de producción.

            Sin embargo, «las relaciones de producción actúan, a su vez, en el desarrollo de las fuerzas productivas, apresurándolo o frenándolo» (p. 41). Ambos aspectos —sea cual fuere el retraso de las relaciones de producción respecto al desarrollo de las fuerzas productivas— deben acabar por corresponderse; de lo contrario se produciría una crisis de producción, una destrucción de fuerzas productivas.

            Éste es el motivo, continúa Stalin, de las crisis económicas de los países capitalistas, donde existe un flagrante desacuerdo entre la propiedad privada capitalista de los medios de producción y el carácter social de las fuerzas productivas.

            «Por el contrario, la economía nacional socialista de la URSS, donde la propiedad social de los medios de producción está en perfecto acuerdo con el carácter social del proceso de producción y donde, por eso, no existen crisis económicas, ni se distinguen fuerzas productivas, es un ejemplo de perfecto acuerdo entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas» (p. 42).

            Las relaciones de producción indican, además, a disposición de quién se encuentran los medios de producción. Sólo caben, para Stalin, dos posibilidades: o «a disposición de toda la sociedad», o «a disposición de individuos singulares, de grupos, de clases que los utilizan para la explotación de otros individuos, grupos o clases» (p. 43).

            Stalin ofrece a continuación el cuadro esquemático del desarrollo de las fuerzas productivas a lo largo de la historia, del que se servirá a continuación para estudiar los cinco tipos fundamentales de relaciones de producción que conoce la historia: «cuales son las fuerzas productivas, tales deben ser las relaciones de producción» (p. 43).

            En el desarrollo de las fuerzas productivas se han ido dando, según Stalin, los pasos siguientes: de los primeros instrumentos de piedra al arco y las flechas, y con ello del modo de vida basado en la caza a los primeros pasos del pastoreo; siguen los instrumentos metálicos y consiguientemente la agricultura; instrumentos metálicos más perfeccionados, fragua a fuelle, terracotas y desarrollo de los distintos oficios y tipos de artesanos; aparición de las máquinas, y consiguiente paso de la producción artesana manufacturada a la industria mecanizada; la gran industria mecanizada moderna. Al mismo tiempo, han ido cambiando y desarrollándose los hombres, sus experiencias productivas, sus hábitos de trabajo. Y con todos ellos, las relaciones de producción (cfr. ibid.).

            «La historia conoce cinco tipos fundamentales de relaciones de producción: la comunidad primitiva, la esclavitud, el régimen feudal, el régimen capitalista y el régimen socialista» (p. 44).

            Teniendo en cuenta que Stalin reduce la historia de la humanidad al estudio de las leyes que rigen los distintos sistemas de relaciones de producción, en tan pocas palabras ha resumido toda la historia de la humanidad, todos sus progresos y descubrimientos, toda la riqueza de su espiritualidad, su arte, su literatura, su filosofía, su teología...: porque todo esto se reduce en definitiva a sus relaciones de producción correspondientes, de las que se originan y son consecuencia necesaria e inevitable.

            1. En la comunidad primitiva, «la propiedad social de los medios de producción constituye la base de las relaciones de producción» (p. 44). Por necesidades de subsistencia los hombres deben trabajar en común, y el trabajo colectivo lleva consigo la propiedad colectiva, tanto de los medios de producción como de los productos. «No se tiene todavía noción de la propiedad privada... no existen todavía ni explotación, ni clases» (p. 45).

            2. Con la esclavitud, la base de las relaciones de producción pasa a ser «la propiedad del patrono de esclavos sobre los medios de producción y también sobre el productor, el esclavo» (p. 45). Con los instrumentos de metal, surgen la agricultura y el pastoreo, los diversos oficios, el comercio, y «se hace posible la acumulación de riqueza en las manos de pocos, la acumulación real de los medios de producción en las manos de una minoría... la sumisión de la mayoría a la minoría» (p. 46). El trabajo común y libre ha sido sustituido por el trabajo forzado de los esclavos, explotados por patronos que no trabajan y son los propietarios absolutos; la propiedad común ha sido sustituida por la privada.

            «Ricos y pobres, explotadores y explotados, hombres que tienen todos los derechos y hombres que no tienen ninguno, una áspera lucha de clases entre los unos y los otros: tal es el cuadro del régimen de esclavos» (p. 46).

            3. «Bajo el régimen feudal la base de las relaciones de producción está constituida por la propiedad del señor feudal sobre los medios de producción, y por su propiedad limitada sobre el productor, sobre el siervo» (p. 46). Existe también la propiedad privada del campesino y del artesano.

            Para Stalin este mitigarse de la explotación del esclavo no es más que una consecuencia de las características de las mismas fuerzas de producción —instrumentos de hierro, perfeccionamiento de la agricultura, industria vinícola, manufacturas, etc.— que exigen en el trabajador cierta iniciativa e interés por el trabajo. El régimen feudal renuncia al esclavo que carecía de ambas, porque prefiere al siervo: de esta manera podrá sacar más provecho.

            «La propiedad privada... continúa desarrollándose... La lucha de clases entre explotadores y explotados es la característica fundamental del régimen feudal» (p. 47).

            Historia universal del odio y del resentimiento: a esto reduce Stalin la historia de la humanidad. Reducción lógica si tenemos en cuenta que —como hemos visto en las «aplicaciones» que obtiene Stalin de la dialéctica— el marxismo debe fomentar dicho odio a toda costa, precisamente para llevar adelante la lucha de clases (cfr. p. 6 de esta recensión).

            4. «Bajo el régimen capitalista la base de las relaciones de producción está constituida por la propiedad capitalista de los medios de producción, mientras que la propiedad sobre los productores, sobre los obreros asalariados ya no existe» (p. 47). Estos ya no son esclavos, pero para no morir de hambre deben vender su fuerza–trabajo al capitalista que los explota. Los nobles han sido sustituidos por grandes agencias capitalistas.

            También aquí, la aparente mejoría en las condiciones de vida del trabajador, el desarrollo de su propiedad privada, etcétera, son simples exigencias de las nuevas fuerzas de producción —fábricas, maquinarias, etc.— que necesitan servidores más inteligentes y avanzados.

            Pero mientras, en los estados anteriores, las relaciones de producción se correspondían «esencialmente» con el estado de las fuerzas productivas, aquí entran en contradicciones irreversibles e insolubles. En efecto, el carácter social del proceso de producción —especialmente acentuado en el capitalismo, con sus inmensas fábricas y talleres que agrupan a millones de obreros— es incompatible con la propiedad privada capitalista de los medios de producción. Estas contradicciones se ponen de manifiesto en las crisis periódicas de sobreproducción, que traen como consecuencia la ruina de los pequeños y medios propietarios a los que convierten en proletarios, destrucción de fuerzas productivas, millones de hombres desocupados y hambrientos, etc.

            También esto indica que «el capitalismo lleva dentro de sí una revolución, llamada a sustituir la actual propiedad capitalista de los medios de producción por la propiedad socialista. Esto quiere decir que una agudísima lucha de clases entre explotadores y explotados es el rasgo característico esencial del régimen capitalista» (pp. 49–50).

            5. «En el régimen socialista, que, por el momento, existe sólo en la URSS, la propiedad social de los medios de producción constituye la base de las relaciones de producción. Aquí no existen ya ni explotadores ni explotados. Los productos vienen repartidos según el trabajo cumplido y según el principio: ‘el que no trabaja no come’. Las relaciones entre los hombres en el proceso de producción son relaciones de colaboración fraterna y de mutua ayuda socialista entre trabajadores libres de la explotación. Aquí las relaciones de producción corresponden perfectamente al estado de las fuerzas productivas» (p. 50).

            Por eso, sigue, aquí no hay crisis de sobreproducción, y las fuerzas productivas se desarrollan a un ritmo acelerado.

            Stalin parece haberse adelantado, en esta descripción, un período al desarrollo de la historia. Prácticamente nos ha descrito el paraíso comunista, sin necesidad de pasar previamente por la dictadura del proletariado.

            Y termina esta parte con dos citas de Marx y una de Engels que confirman la ortodoxia de sus afirmaciones. En ellas tampoco se da ningún argumento o explicación en favor de los postulados de Stalin: simplemente se dice lo mismo con otras palabras. Únicamente hay unas palabras de Marx que suenan a nuevas: «El empleo y la creación de los medios de trabajo aunque se encuentren en germen en algunas especies animales, caracterizan eminentemente el proceso del trabajo humano. Por esto Franklin define al hombre como a tool–making animal, un animal fabricante de instrumentos» (El Capital). Realmente, después de leer estas líneas, resulta sorprendente oír hablar todavía de las aportaciones del marxismo en pro de la dignidad de la persona humana.

            c) «La tercera particularidad de la producción está en que el surgir de las nuevas fuerzas productivas y de las relaciones de producción correspondientes, no sucede fuera del viejo régimen, después de su desaparición, sino en el seno mismo del viejo régimen, no es el resultado de una acción premeditada y consciente de los hombres, sino que sucede espontáneamente, independientemente de la conciencia y de la voluntad de los hombres» (p. 52).

            Stalin da dos razones para «explicar» esa necesidad, y consiguiente falta absoluta de libertad, por parte de la persona humana: «los hombres no son libres en la elección de este o aquel modo de producción... cada generación está obligada, en un primer momento, a aceptar todo lo que encuentra ya pronto en el dominio de la producción»; en segundo lugar, «porque los hombres, perfeccionando... este o aquel elemento de las fuerzas productivas, no tienen la conciencia y la comprensión, ni reflexionan en los resultados sociales a los que aquellos perfeccionamientos deben llevar» (p. 53).

            En efecto, sigue explicando, cuando algunos miembros de la comunidad primitiva empezaron a utilizar instrumentos de metal ignoraban que aquello «debía llevar, al fin, al régimen de esclavos» (p. 53). Tampoco la joven burguesía europea sabía, cuando comenzó a construir las grandes manufacturas, que aquella «pequeña» innovación debía llevar a la revolución contra la monarquía y la nobleza, que apreciaban y deseaban. Y otro tanto puede decirse de los capitalistas que al introducir en Rusia las grandes industrias mecanizadas ignoraban que aquello debía llevar a la revolución socialista (cfr. p. 55). En los tres casos, «su actividad consciente no superaba el contorno de sus intereses cotidianos, puramente prácticos» (p. 55).

            Continúa Stalin: ese necesario cumplimiento del materialismo histórico no lleva consigo su realización pacífica. El cambio se realiza espontáneamente, independiente de la voluntad de los hombres, hasta que las nuevas fuerzas productivas han madurado. Llegado ese momento, «las relaciones de producción existentes y las clases dominantes que las personifican se transforman en una barrera ‘insalvable’, que sólo puede ser quitada del medio por la actividad consciente de las nuevas clases, por la acción violenta de estas clases, por la revolución... El proceso espontáneo de desarrollo cede el puesto a la actividad consciente de los hombres, el desarrollo pacífico a un cambio violento, la evolución a la revolución» (p. 56).

            No resulta especialmente alentador el margen de libertad que Stalin concede a la persona humana: de una parte, introducir pequeños cambios en las fuerzas productivas que —independientemente de su voluntad, sin que ni siquiera pueda imaginarlo— llevan a transformaciones gigantescas, muchas veces contrarias a sus deseos, y que significan incluso la destrucción de lo que amaba o admiraba; de otra parte le queda «la actividad consciente», que en realidad no es libertad, porque no es otra cosa que una necesidad hecha consciente, de la revolución violenta inevitable.

            «La violencia, sigue Stalin citando El Capital, es la levadura de toda vieja sociedad, que lleva en sí una sociedad nueva». De ahí la función inmensa de las ideas sociales surgidas de las nuevas necesidades económicas de la sociedad. Ellas «organizan y movilizan las masas», que crean un nuevo poder revolucionario con el que suprimen al viejo régimen e instauran el nuevo.

            Tras una larga cita de Marx que expone la sustancia del materialismo histórico, Stalin acaba con el mismo tono con que comenzó: «He aquí lo que enseña el materialismo marxista, aplicado a la vida social, a la historia de la sociedad. Tales son los rasgos fundamentales del materialismo dialéctico e histórico» (p. 58).

 

 

VALORACIÓN CIENTÍFICA

 

            La figura de Stalin ha dominado la URSS durante casi treinta años. En todo ese tiempo fue considerado —junto con Marx, Engels y Lenin— como uno de los grandes del marxismo. A los pocos años de su muerte, su figura cayó en desgracia, y se inició el llamado proceso de «desestalinización».

            Stalin nació en 1879. Había comenzado a estudiar para pope, pero fue expulsado del seminario por difundir propaganda subversiva. Se convierte en un revolucionario profesional, por lo que en varias ocasiones es deportado a Siberia, la última de ellas en los años 1913–1917. Liberado por la revolución de febrero, tomó parte con Lenin en la de octubre, haciéndose cargo de la dirección de la «Pravda», diario en cuya fundación había intervenido años antes. En 1922 es Secretario General del Partido. A la muerte de Lenin (1924), y a pesar de que éste en su testamento aconseja que sea apartado del Secretariado, Stalin consigue hacerse con el poder, dominando la oposición de Trotsky, Zinoviev, Kamenev y otros.

            En 1934 es asesinado Kirov, uno de sus colaboradores. Stalin desencadena como consecuencia sus tristemente famosas «purgas», que provocan la muerte de millares de personas, consideradas como enemigos políticos. Son ejecutados entre otros Kamenev, Zinoviev, Bonkharim, Rykhow, Yagoda, etc.

            Muere en 1953, cuando según algunos de sus historiadores, preparaba otra purga semejante a la de los años 30, entre los miembros de su Politburó.

            En 1956, durante el XX Congreso del Partido Comunista Soviético, Khrushchev en un «discurso secreto», lanzará tremendas acusaciones contra Stalin, revelando algunos de los crímenes cometidos durante su mandato, condenando su «culto a la personalidad», y restableciendo los «principios leninistas» de la vida del Partido y de la dirección colectiva.

            En 1961, durante el XXII Congreso del Partido, al defender la «desestalinización», algunos oradores, y especialmente Khrushchev en su discurso resumen del 27 de octubre, revelaron por vez primera públicamente una serie de detalles sobre las actividades de Stalin, conocidos previamente tan sólo dentro de los círculos íntimos del Partido, a raíz del discurso de 1956. Se habla por ejemplo —incluyendo en la acusación a los miembros del grupo que llaman Antipartido, formado por los principales colaboradores de Stalin: Molotov, Malenkov, Kaganovich y Voroshilov— de que «había escarnecido de modo flagrante los principios leninistas del liderazgo, cometido actos arbitrarios y permitido abusos de poder... miles de personas absolutamente inocentes habían perecido... muchos dirigentes del Partido, hombres de Estado y jefes militares perdieron sus vidas». Se describen con todo lujo de detalles algunos de sus crímenes, y se da a entender que Stalin pudo muy bien estar involucrado personalmente en el asesinato de Kirov, que le habría servido como pretexto para desencadenar sus purgas y represiones.

            En lo que a este libro se refiere Stalin parece mantenerse en la «ortodoxia» marxista más estricta. De hecho, las historias oficiales de la URSS posteriores a la desestalinización (cfr. La Historia del Partido Comunista de la URSS, dirigida por B.N. Ponomarev, aparecida en Rusia en 1959), únicamente le achaca una ruptura, en los años 1937–1938, entre la teoría y la práctica, que le llevó al culto a la personalidad, y a la violación de la legalidad socialista, con represiones en masa [2].

            Además, sus trabajos sobre el materialismo dialéctico e histórico, son considerados por los estudiosos como fieles exposiciones–modelo de la doctrina marxista–leninista. Aunque estudiaremos este punto en la valoración de fondo, ya podemos adelantar que Stalin no hace aquí ninguna aportación al marxismo–leninismo clásico.

            El libro tiene carácter de exposición divulgativa. Forma parte de una Enciclopedia, y quizá sea éste el motivo de su brevedad y concisión.

            Como hemos hecho notar al hablar del contenido, la exposición de Stalin es totalmente categórica y apriorística. A lo largo del libro no se presentan casi nunca argumentos en apoyo de sus enunciados. Parece como si el contenido de todas las afirmaciones que se van haciendo, se considerara evidente e irrefutable para todo el mundo, siendo continuas las frases del tipo de «está claro», «esto quiere decir que», etc., a la hora de introducir simples postulados apriorísticos.

            En este sentido, el argumento de autoridad al que con cierta frecuencia recurre Stalin —citando a Marx, Engels y Lenin—, no soluciona nada. Esas citas lo único que demuestran es que Stalin no se aparta de esos autores. Normalmente son enunciados tan categóricos y rotundos como los suyos, que repiten lo que Stalin ha dicho poco antes, con otras —a veces incluso las mismas— palabras.

            El lenguaje resulta pobre, y con frecuencia, especialmente cuando se describe la situación en la URSS, demagógico.

            Otro tanto cabe decir del esquema general del libro. Como divulgación puede resultar eficaz, pues precisamente su sencillez, su monotonía y su repetición continua de las mismas ideas, contribuyen a facilitar que se graben bien los postulados fundamentales que Stalin quiere definir.

 

 

VALORACIÓN DE FONDO

 

            Por tratarse de una exposición clásica de la doctrina del marxismo–leninismo, sirve especialmente para este punto lo que se dice en la Introducción general, al estudiar estos aspectos. Aquí nos limitaremos a algunas observaciones de detalle [3].

 

1.         La dialéctica

 

            En el desarrollo de este apartado, Stalin se basa principalmente en la Dialéctica de la Naturaleza de Engels, cuyo contenido fundamental resume y esquematiza. En efecto, una vez señalada la naturaleza como «un todo coherente único», que se encuentra en un estado de movimiento y cambio perpetuos, las dos características restantes que Stalin indica a continuación, coinciden con dos de las leyes de la dialéctica señaladas por Engels en dicha obra (cfr. Recensión): ley de la conversión de la cantidad en cualidad y viceversa, y ley de la compenetración de los opuestos (penetración mutua de los contrastes).

            No se menciona en cambio la ley de la negación de la negación, que según Engels formaría parte fundamental de las leyes de la dialéctica [4].

            Conviene recordar aquí el carácter de enunciados apriorísticos que tiene el libro de Stalin. Cabría suponer que, al menos en lo referente a este apartado, su fundamentación se da por supuesta en la obra de Engels. Sin embargo, al estudiar dicha obra (cfr. Recensión), se observa que también en ella se consideran como evidentes y de posesión pacífica, los mismos presupuestos gratuitos que utiliza Stalin.

            Quizá sea interesante recorrer brevemente las características que Stalin señala al exponer la dialéctica:

            a) Se presenta la naturaleza como un «todo coherente único... de fenómenos». Resulta sorprendente que no explique cómo puede darse una tal unidad coherente. El fenómeno limita su realidad al simple aparecer, no se considera en él un principio y un fin... ¿cómo puede hablarse entonces de un todo coherente y único?, ¿cómo pueden relacionarse orgánicamente entre ellos o condicionarse e influirse mutuamente? Son cuestiones que para Stalin no parecen necesitar de ninguna explicación.

            b) Al enunciar la segunda característica de la dialéctica, Stalin introduce el movimiento en esa naturaleza, añadiendo más adelante que se trata de un movimiento ascendente y progresivo. Tanto una como otra afirmación resultan totalmente nuevas con respecto a la anterior, y no aclara Stalin de dónde las hace derivar.

            «Evidentemente existe en el hombre, y antes todavía en los animales, una percepción del movimiento local como tal, pero ésta se realiza en la esfera perceptiva, primaria, es decir neutra, de las componentes formales que son el espacio y el tiempo, de la cual deriva el significado de las cosas mismas. Que se trate después de un ‘desarrollo’, es decir, de un movimiento perfeccionador de los seres es un paso ulterior no justificado desde el primero, y todavía menos cuando se mantiene válida la posición inicial de fenomenismo» (Fabro, o.c., p. LXXIII).

            c) Tampoco se justifica para nada la tercera afirmación, referente a los saltos dialécticos, ascendentes y positivos, y la transformación de cambios cuantitativos en cambios cualitativos.

            Además, no parece correcto hablar de cambios de cantidad en cualidad. Incluso en los mismos ejemplos que se citan de Engels, parece más científico hablar de cambios cuantitativos que llevan consigo cambios de cualidad. Pero lo que resulta totalmente insostenible es el cambio cuantitativo que provoca saltos de orden totalmente distinto, como pueden ser el plano de la naturaleza animal y el humano, poseedor de inteligencia y voluntad, potencias en sí mismas ajenas al orden animal.

            Por otra parte, se acoge el evolucionismo —al que Marx había calificado de fundamento de su teoría (cfr. Introducción general)— como algo absolutamente demostrado, cuando ni siquiera en la actualidad pasa de ser una simple hipótesis.

            d) La lucha de los opuestos, ley de la dialéctica hegeliana, estaba fundamentada para Hegel en el Absoluto, en quien colocaba el término y en un cierto sentido también el origen de la dialéctica. Pero el marxismo elimina toda referencia al Absoluto, y prescinde de toda esencia o realidad de valor absoluto, reduciendo la realidad a dos grupos de fenómenos: la naturaleza y el hombre.

            Con tales presupuestos, esta lucha de fenómenos «no puede tener ni un origen ni un fin: el origen reclama el fundamento y el fin exige la razón de fundamento, que faltan en el marxismo» (Fabro, o.c., p. LXXVI).

            Resulta curioso además —lógico, si se tiene en cuenta el valor absoluto que se atribuye a la dialéctica, pero no por eso científico— el concepto de metafísica de Stalin. En realidad está pensando en el materialismo mecanicista. Es éste quien considera a la naturaleza como un «amasijo casual de objetos», como un «estado de reposo e inmovilidad». La metafísica del ser, por el contrario, considera la causalidad como una evidencia inmediata, una realidad per se nota, que no necesita demostración: resulta absurdo por tanto atribuirle una tal concepción de la naturaleza. Y lo mismo cabe decir del movimiento —otra realidad que según Stalin le resulta totalmente desconocida—, que la metafísica del ser explica adecuadamente por medio del binomio potencia–acto, principios metafísicos reales del ente.

            Para una persona normal, que busca en cada suceso la causa o el conjunto de causas, no puede por menos de resultar sorprendente —y despertarle cierto recelo— la dialéctica marxista, capaz en su simplicidad de «deducir» y «explicar» perfectamente —como puede comprobarse repasando las consecuencias que deduce Stalin— acontecimientos tan diversos como el paso de un cuerpo del estado líquido al estado gaseoso, el proceso de «hominización», la necesidad de la revolución, o el surgir de la esclavitud en la sociedad primitiva.

 

2.         El materialismo dialéctico

 

            Como es sabido, éste es uno de los puntos que ha provocado más críticas, e incluso más divisiones en el seno del marxismo. En efecto, resulta difícil sacar una idea clara de la noción de materia para el marxismo, a pesar de ser un elemento fundamental en dicho sistema.

            Para Marx —al menos para el Marx juvenil— no corresponde a lo que el sentido común entiende como tal, no es algo en sí, sino que se trata de un proceso de la acción sensible humana, y no existe independientemente de ella (cfr. Introducción general).

            La Dialéctica de la Naturaleza de Engels constituye, en este sentido, una cierta novedad. A partir de esta obra, algunos autores marxistas hablarán de un materialismo dialéctico trascendental o exterior al hombre, de un materialismo dialéctico realista. Aquí parece encuadrarse el materialismo presentado por Stalin.

            Sin embargo, Marx había reprochado siempre a Feuerbach que hubiera concebido una naturaleza en cierto modo independiente del hombre (cfr. la primera de las Tesis sobre Feuerbach), y, en consecuencia, para Marx únicamente puede haber dialéctica cuando el hombre está presente en la naturaleza. De ahí su poco entusiasmo ante la dialéctica aplicada a la naturaleza que propugna Engels, aunque nunca la repudiase.

            Este punto, como decimos, queda bastante confuso para los mismos teóricos marxistas. No faltan quienes consideran la exposición del materialismo, tal y como la hace Stalin basándose en Engels, como una simple versión popular, una manera de hacer entender a sus seguidores lo que en su formulación original les resultaría prácticamente ininteligible. En este sentido puede resultar útil, pero —reprochan algunos— convierte el materialismo marxista en una nueva versión de los materialismos mecanicistas.

            Especialmente entre los teóricos marxistas de Occidente, el materialismo dialéctico no ha suscitado gran entusiasmo, y no le reconocen otro valor que el nexo que pretende establecer entre filosofía y ciencia y entre filosofía y praxis. Por otra parte, es sabido que este materialismo dialéctico suscitó la hilaridad de Einstein, que B. Croce lo definió como «una variante del hegelianismo deteriorado» (Il «signor Dühring» en «Quaderni della Critica», n. 13, marzo 1949, p. 57), que Gramsci tuvo fuertes reservas en relación con él (cfr. Quaderni del carcere, nn. 11 y 15), etc.

            De hecho, ni Engels ni Stalin —al menos en esta obra—, explican cómo pueden compaginarse los dos términos, materialismo y dialéctica, de esta doctrina. La reducción de lo real a lo puramente material, imposibilita la dialéctica, pues, como hemos visto más arriba, elimina su fundamento (cfr. también la Introducción general).

            «Ninguno de los dos términos (materialismo, dialéctica) es capaz de aclararse formando un par ideológico mínimamente aceptable y la proclamada síntesis de los mismos como ‘materialismo dialéctico’, repetida ad nauseam desde hace más de un siglo, reduplica la falta de significación y constituye el ‘semantema suicida’ por excelencia, semejante al cual nunca había aparecido uno en casi tres milenios de historia del pensamiento humano. El materialismo, el idealismo y la dialéctica pueden tener un significado propio y una coherencia interna propia; el ‘materialismo dialéctico’ no lo ha tenido jamás ni puede tenerlo nunca, por la simple razón de que cada uno de los términos destruye al otro» (Fabro, o.c., p. CXIV).

            Además, las elucubraciones del materialismo dialéctico, encuentran siempre otro punto tremendamente oscuro e insoluble: la aparición del pensamiento humano. No supone ninguna explicación el limitarse a enunciar, como hace Stalin, el error que supone separar el pensamiento de la materia; o las citas de Marx, Engels y Lenin, tan categóricas y faltas de argumentos como las suyas. Tampoco resulta suficiente referirse —Stalin no lo hace aquí, pero es la explicación clásica del marxismo— al factor trabajo como elemento hominizador de un animal.

            Si un paso de este tipo —entre el reino animal y el hombre, inteligente y libre— hubiera tenido lugar (el evolucionismo mitigado tampoco pasa por ahora de ser una teoría), exigiría la intervención de un poder trascendente infinito —Dios—, único capaz de crear el alma humana, espiritual e inmortal. Porque únicamente un alma de este tipo —agere sequitur esse— puede explicar las operaciones espirituales (abstracción, reflexión sobre los propios actos, etc.), propias del hombre.

            Pero el marxismo es ateo, y en este punto sus intentos de explicación no pueden ser más que pobres e insuficientes.

 

3.         El materialismo histórico

 

            En la exposición de este punto, Stalin se ciñe estrictamente a la doctrina de Marx, y los distintos puntos que señala no son sino un desglosar la cita de éste colocada al final del apartado.

            No menciona sin embargo para nada lo referente a la dictadura del proletariado, y sus descripciones del momento histórico que atraviesa la URSS son más propias del paraíso comunista, que según los marxistas, debe suceder a dicha dictadura.

            Tampoco hace mención de Lenin, y sus principios sobre las elites que deben guiar el Partido del proletariado, aunque parece indudable que —al menos en la práctica— compartió dichas teorías. En este sentido —abundando en lo dicho en el párrafo anterior— no distingue en su exposición los pasos a que, en la instauración del definitivo paraíso comunista, alude Lenin en su obra El Estado y la Revolución (cfr. Recensión): socialismo —que Marx llamaba primera fase del comunismo— y comunismo, una vez que «los hombres estén de tal modo acostumbrados a observar las reglas fundamentales de la convivencia social y el trabajo haya llegado a ser de tal modo productivo, que trabajen voluntariamente según su capacidad» (Lenin).

            Como en los apartados anteriores, Stalin no da aquí una explicación sobre el materialismo histórico. Se limita a dar una serie de definiciones apriorísticas, de las que se sirve —al menos eso piensa él— para explicar en menos de diez páginas toda la historia universal. Ni siquiera considera necesario aludir aunque fuera brevemente, a las cuestiones que se plantean inmediatamente al leer sus postulados: ¿por qué la dialéctica, que ha sido hasta entonces el motor universal, ha de detenerse una vez llegado el comunismo?, ¿por qué no podrá suceder en el comunismo lo que sucedió en la sociedad primitiva, donde parece que existía también la propiedad colectiva tanto de los medios de producción como de los productos?... Son cuestiones que se han planteado algunos teóricos marxistas, sin llegar a una solución satisfactoria: resulta caduco «pretender que (la dialéctica) desemboque en un fin de la historia o en una revolución permanente, en un régimen que, siendo la negación de sí mismo no tenga necesidad de ser negado desde fuera» (Merleau–Ponty, Les Aventures de la dialectique).

            No aparece en ningún momento justificada la simplista reducción de la historia humana a la pura economía, a las meras relaciones de producción, al modo de producción de los bienes materiales. Y como en casos anteriores, tampoco cabe dar una supuesta fundamentación en los clásicos del marxismo: al estudiar la exposición de tales clásicos (cfr. Recensiones a El manifiesto del Partido Comunista, o El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado) se comprueba lo gratuito de tales reducciones.

            Pero es que además, en la época de Stalin, la misma fuerza de los hechos —a cuya exposición limitan los marxistas sus argumentos— está desmintiendo, con la realización del Partido Comunista en Rusia, algunas de las predicciones hechas por Marx, basándose en el materialismo histórico. Por ejemplo, había anunciado (cfr. La Ideología alemana) que el comunismo debería realizarse universalmente, sin que ningún comunismo nacional pudiera ser verdadero comunismo o etapa hacia el comunismo universal. La misma dictadura del proletariado de la época de Stalin —con todo el conjunto de atrocidades admitido por los mismos marxistas— no parece coincidir con la definición de Lenin de tal dictadura como «la democracia más completa».

            Resulta difícil compaginar algunos de los datos descritos por Stalin sobre la situación en la URSS —el «perfecto acuerdo entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas», o «las relaciones de colaboración fraterna y de mutua ayuda socialista entre trabajadores libres de la explotación», o la ausencia de crisis económicas— con algunos de los pocos hechos conocidos de la historia rusa de esa época: la revolución de los «Koulats» (pequeños propietarios campesinos) contra la colectivación de las tierras, sofocada con millares de muertos entre los años 1930–33; las dos épocas de terrible hambre en Rusia 1921–22; 1930–33); la deportación masiva de siete naciones minoritarias de Rusia, con un total de más de un millón de personas; etc.

            Pero quizá lo que más llame la atención en estas consideraciones de Stalin, sea la negación tan radical de la libertad del hombre, que suponen. Son continuas sus referencias a cambios «inevitables»; determinismo por parte de la economía, de todo lo que Stalin considera como sus infraestructuras; hechos que suceden «independientemente de la conciencia y de la voluntad de los hombres»; la lucha de clases como «fenómeno absolutamente natural e inevitable»; etc.

            Se habla sí, de una actividad consciente para la introducción de la violencia y de la Revolución... pero —aparte de que tales hechos resultan también un «fenómeno natural e inevitable» (cfr. p. 19)— se trata de una actividad de las «nuevas clases» (cfr. p. 56), es decir, del hombre como género, como ser social, como «conjunto de relaciones sociales» (así define Marx la esencia del hombre en la sexta tesis sobre Feuerbach).

            La persona humana, individual y libre, se pierde en el marxismo, sumida en un ser social, determinado y prefijado a su vez por las condiciones materiales.

 

4.         El ateísmo

 

            Aunque no se trata explícitamente de este tema en el libro, parece interesante referirse brevemente a él.

            Stalin, al dirigirse a un público al que considera ya ateo, no hace ninguna alusión directa al tema de Dios. Ni siquiera le parece necesario mencionarlo como un factor más de los dependientes de las condiciones económicas de la sociedad.

            Sí hay algunas referencias a temas relacionados con la religión, son frases que Stalin pone entre comillas, y para referirse a su completa desaparición histórica: un régimen social no debe ser juzgado en la historia «desde el punto de vista de la ‘justicia eterna’ o de cualquier otra idea preconcebida» (p. 17); «ya no existen regímenes sociales ‘inmutables’, ni ‘principios eternos’ de propiedad privada y de explotación, ni ‘ideas eternas’ de sumisión de los campesinos...» (p. 18); la actividad práctica del partido no debe fundarse en las «exigencias de la ‘razón’, de la ‘moral universal’» (p. 26); etc.

            Sin embargo, «liberando» a la humanidad de los principios eternos e inmutables de la religión, Stalin —el marxismo— no duda en imponer sus propios principios —al leer la obra de Stalin se tiene a veces la sensación de estar leyendo un «catecismo marxista»—, de tal forma que parecen convertir al marxismo en una religión sin Dios. Para ello parece que ha bastado realizar unas cuantas sustituciones: Dios por el género humano; Jesucristo por el proletariado; la Redención por la Revolución; el Magisterio de la Iglesia, por las obras de Marx, Engels y Lenin; la ley del amor al prójimo por la ley del odio y del resentimiento; la moral cristiana por la praxis marxista; la libertad de hijos de Dios por el determinismo económico; la vida eterna por el utópico y degradante paraíso marxista...

            No podemos menos que recordar las palabras de San Pablo: «lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a oscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles... trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos, amén» (Rom. I, 18–23, 25).

G.L.S.

 

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[1] Conviene advertir que Stalin no ha justificado hasta ahora —y lo mismo debe tenerse en cuenta para todo el resto del libro— ninguna de sus afirmaciones. Se limita a enunciar una serie de postulados, cuya evidencia parece dar por supuesta, y de los que no queda más que sacar una serie de consecuencias, cuyo ligamen con los enunciados puede resultar más o menos patente, pero que tampoco se justifican.

 

[2] Resulta interesante observar los esfuerzos que se realizan en dicha historia, por resolver el problema que significa Stalin para la historia del marxismo, que ha de suponerse incluida en el movimiento progresivo y ascendente de la dialéctica. Para salvar la difícil situación —además de declarar que no ha sido Stalin quien ha gobernado como tirano del partido durante esos treinta años, sino el partido, del que Stalin no sería más que un instrumento— no se duda en deformar constantemente la historia.

 

[3] Para estas observaciones, especialmente en lo que se refiere a los dos primeros apartados, nos ha sido muy útil el libro de C. Fabro, Materialismo díalettico e materialismo storico, ed. La Scuola, Brescia, 1962.

 

[4] A raíz de la desestalinización, parece ser que la filosofía oficial soviética ha reasumido de nuevo, al menos formalmente, esta ley de la dialéctica (cfr. Bernard Jeu, La filosofía soviética contemporánea, Città Nuova editrice, Roma, 1974).