De Christusontmoeting als Sacrement der Godsontmoeting
Uitgevij H.
Nelissen, de Bilthoven (Holanda), 1964
(Traducción
castellana: Cristo, Sacramento del encuentro con Dios, Ed. Dinor, San
Sebastián 1966, 255 pp.).
CONTENIDO DE
LA OBRA
Este libro
viene a ser un resumen de otro más amplio titulado De Sacramentele
heilsekonomie publicado en 1952.
La idea
central de la obra es el carácter eminentemente cristológico de la Iglesia y de
los sacramentos, que viene dado por la dimensión sacramental de Cristo y
de la Iglesia.
Partiendo de
una noción amplia de sacramento, Cristo es considerado como el gran Sacramento,
como Sacramento de Dios, signo visible y revelador de la divinidad. El
encuentro con Cristo es así un encuentro con Dios. El autor hace un intento de
penetración en el misterio de Cristo, especialmente en su Humanidad, que viene
a ser como el sacramentum tantum (según la terminología clásica) de ese
sacramento original o fontal que es Cristo mismo.
Se considera
después a la Iglesia como sacramento de Cristo. Después de la exaltación
celeste de Cristo, es necesario - para el encuentro con Dios - que el hombre
pueda seguir en contacto con los misterios de la carne de Cristo. Esa
continuidad de la presencia de Cristo en el tiempo y en el espacio es
precisamente la Iglesia, que es por tanto, sacramento del Cristo celeste.
A partir de
estos dos principios fundamentales, Schillebeekx trata de los sacramentos en
sentido estricto, es decir, de los siete sacramentos de la Nueva Ley, siguiendo
un esquema análogo al de los tratados clásicos de teología sacramentaria. Sin
embargo, el orden es algo diverso y no del todo completo.
El índice
del libro - resumido - es el siguiente: Introducción: El encuentro personal con
Dios Capítulo 1: Cristo, Sacramento de Dios Capítulo 2: La Iglesia, Sacramento
del Cristo celestial Capítulo 3: El carácter eclesial de los sacramentos y sus
implicaciones
Capítulo 4:
La plena realidad de la esencia de los sacramentos: su fecundidad
Capítulo 5:
El encuentro eclesial con Cristo, como sacramento del encuentro con Dios:
efectos de los sacramentos
Capítulo 6:
Vida cristiana y vida sacramental
Capítulo 7:
La mística sacramental
Conclusión
VALORACIÓN
CIENTÍFICA
El valor
científico del libro varía de unos capítulos a otros. En conjunto se puede
decir que no aporta nada nuevo en cuanto al fondo de las cuestiones, pero
presenta una visión de conjunto -
cristológica y eclesiológica - que no siempre suele encontrarse en los tratados
clásicos, y que puede contribuir a una comprensión más unitaria de la economía
de la salvación.
El autor
consigue dar cierta viveza a la obra utilizando un lenguaje muy simbólico, que
en ocasiones ayuda a una profundización intuitiva, pero que con frecuencia
impide el rigor científico.
Probablemente
el mayor interés del libro radique en los dos primeros capítulos, aunque son,
por otra parte, los más afectados por la terminología no tradicional, y en
ocasiones contienen afirmaciones cuyo exacto contenido no queda claro
En los
restantes capítulos, sigue un esquema tradicional: pero al tratarlo sin
demasiada precisión, resulta a menudo poco elaborado, perdiendo entonces en
claridad y profundidad. Permanecen, no obstante, aquí y allá, aspectos de
indudable agudeza e interés.
Aun teniendo
en cuenta que la obra, por su brevedad, su método, su exposición, etc., no es
un tratado científico, se echa en falta una mayor fundamentación de las
afirmaciones asentadas y una matización, cuya carencia impide muchas veces
determinar su alcance preciso.
Por último,
cabe señalar la escasez de análisis de fuentes y aparato bibliográfico. Cita
con frecuencia a Santo Tomás, aunque alguna vez con cierta arbitrariedad (por
ejemplo, cuando en la p. 18 y en la p. 221, remite a S.Th., I‑II,
q.103, a.1, para apoyar su afirmación de que en los sacramentos en el
paganismo religioso hay una referencia oculta a Cristo: en realidad, en
este texto, Santo Tomás no se refiere a los ritos paganos, sino a ciertos actos
cultuales realizados ante legem, por varones santos muy singulares, y
movidos por Dios: quia etiam ante legem fuerunt quidam viri praecipui
prophetico spiritu pollentes... ex instinctu divino quasi ex quadam privata
lege...; habiendo citado en las objeciones anteriores al cuerpo del
artículo, el sacrificio de Abel, el de Abraham, el de Jacob, y el de
Melquisedec).
VALORACIÓN
DOCTRINAL
En las
cuestiones de fondo el autor se atiene de ordinario al Magisterio de la
Iglesia, al que cita con relativa frecuencia. Sin embargo, además de que no
siempre se distingue bien de lo que simplemente es opinión personal del autor
(cfr. por ejemplo, pp. 153-155, acerca de las condiciones en el sujeto para la
digna recepción del sacramento de la penitencia, y de la comunión y demás
sacramentos de vivos), no faltan ocasiones en que la referencia a la doctrina
del Magisterio no parece presentarse de modo objetivo, comportando un indudable
peligro de confusión.
Así por
ejemplo, cuando afirma que “la distinción entre alma de la Iglesia (comunión de
gracia interior con Cristo) y cuerpo de la Iglesia (sociedad visible con sus
miembros y jerarquía)... ha sido condenada hasta cierto punto por Pío XII” (p.
66), aparte de que resulta muy imprecisa la expresión condenar hasta cierto
punto, no aclara para nada que lo que el Papa Pío XII, en la enc. Mystici
Corporis, enseña ser contrario a la buena doctrina es la oposición entre
una Iglesia invisible, ideal, formada por la caridad, y una Iglesia jurídica,
con disciplina y ritos externos, pero sin la comunicación de una vida
sobrenatural, mostrando que, por el contrario, “estas dos realidades - como en
nosotros el cuerpo y el alma - se complementan y perfeccionan mutuamente y
proceden del mismo Salvador nuestro”. Sin embargo, en la misma encíclica habla
el Papa Pío XII, de que el Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, pues a
El ha de atribuirse que todas las partes estén unidas entre sí y con la Cabeza,
estando todo en la Cabeza y todo en el Cuerpo, El es principio vivificante,
etc., recogiendo así mismo la doctrina de León XIII en la enc. Divinum
illud: “mientras Cristo es la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu es su alma”.
Por otra parte, también en la Mystici Corporis queda claramente expuesto
que “no todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al
hombre del Cuerpo de la Iglesia”, y por tanto los pecadores, mientras no se
aparten por sí mismos o por la legítima autoridad, siguen siendo miembros de la
Iglesia, aunque hayan perdido la caridad y la gracia divina pecando.
En otro
lugar se acude al testimonio del Magisterio en forma que parece también algo
forzada. A propósito de la forma del sacramento de la Eucaristía (pp.
145‑148), resulta sorprendente que el autor no cite más que una
declaración del Santo Oficio del 23V‑1957; tras un análisis de este
documento, y sin mencionar para nada el Magisterio anterior de la Iglesia,
afirma: “Está fuera de duda que en Occidente el poder consecratorio consiste en
las palabras de la institución, llamada por esta razón entre nosotros consagración.
Pero esto no significa que siempre haya sido así, y menos todavía que tiene
que ser así en virtud de la institución de Cristo” .
El autor da
por sentado, sin ningún tipo de reserva crítica, que la epíclesis ha tenido en
otros tiempos “por lo menos una significación igualmente consecratoria”, y que
“ha habido liturgias en las que faltaban las palabras de la institución”. Por
otra parte, señala simplemente que “existe por el contrario en la Iglesia
]atina una fuerte tendencia a considerar las palabras de la institución como la
forma de la eucaristía establecida por Cristo”.
La
exposición de este punto resulta bastante confusa, si bien en líneas generales
podría quizá entenderse bien, dentro del contexto en que va situada, donde el
autor acaba de estudiar “la parte correspondiente a Cristo, a la Iglesia
apostólica y a la Iglesia post-apostólica en la determinación de la forma
material?” (pp. 135‑146). No puede olvidarse, concretamente, que la forma
del sacramento de la Eucaristía - aun prescindiendo de si fuera explícitamente
establecida como tal por Cristo - , según doctrina definida en el Concilio de
Florencia, “sunt verba Salvatoris, quibus hoc confecit sacramentum; sacerdos
enim in persona Christi loquens hoc conficit sacramentum. Nam ipsorum verborum
virtute substantia panis in corpus Christi, et substantia vini in sanguinem
convertuntur” (Decreto pro Armenis, Dz. 698; cfr. también, Decreto pro
Iacobitis, Dz. 715, y Conc. de Trento, sess. XIII, cap. 3, Dz. 876).
Otras
observaciones que implican alguna reserva de valor doctrinal, son las
siguientes:
a) En los
primeros capítulos del libro parece no estar bien precisada una cuestión de
fondo. El enfoque del autor parte de un breve análisis titulado “La humanidad a
la búsqueda del Sacramento de Dios” (pp. l5‑22), donde examina el
sacramento en el paganismo religioso y luego en Israel, para tratar después de
“Cristo, Sacramento del encuentro con Dios”. Aunque de hecho estas páginas,
pueden interpretarse correctamente, y no faltan en otros lugares afirmaciones
de la ineficacia del esfuerzo meramente humano para alcanzar una comunión
personal perfecta con Dios, la exposición no es lo suficientemente neta como
para evitar en su lectura el riesgo de concluir en forma indiscriminada, que el
sacramentalismo cristiano hunde sus raíces en el paganismo religioso, o de no
apreciar como se debe la iniciativa salvífica de Dios, que trasciende las
exigencias del orden natural.
b) En lo
referente al valor salvífico de los sacramentos del Antiguo Testamento (pp. 20‑22),
el autor afirma que el canon de Trento relativo a este tema debe interpretarse
de un modo adecuado, ya que puede decirse que daban “una gracia santificante de
adviento, de una espectación mesiánica...”. Esta afirmación de Schillebeeckx es
confusa, y si gracia santificante se toma en su sentido propio,
claramente errónea. En efecto, el canon de Trento dice:
“Si quis
dixerit, ea ipsa novae Legis sacramenta a sacramentis antiquae Legis non
differre, nisi quia caeremoniae sunt aliae et alii ritus externi: anathema sit”
(Dz. 845). Y la diferencia - no sólo externa - que este canon recuerda, ya
había sido precisada en declaraciones anteriores del Magisterio solemne. Por
ejemplo, en el Decreto pro Armenis del Concilio Florentino, se lee:
“Novae Legis septem sunt sacramenta: videlicet baptismus (...) et matrimonium,
quae multum a sacramentis differunt antiquae Legis. Illa enim non causabant
gratiam, sed solum per passionem Christi ... esse figurabant” (Dz.
695).
Por su
contexto, la frase de Schillebeeekx podría quizá entenderse correctamente, sin
embargo en sí misma es ambigua.
c) Sobre la kenosis
del Verbo (pp. 36‑40), el autor desarrolla una serie de ideas que
intentan penetrar en el misterio de Cristo “hecho carne de un linaje marcado
por la desobediencia o alejamiento de Dios...”. Explica este alejamiento de
Dios con referencia a Cristo antes de su glorificación, de modo sugestivo e
interesante, pero puede desorientar a quien no tenga ya una preparación
adecuada en la materia, por el uso de expresiones poco matizadas.
d) Al tratar
del valor salvífico de los sacramentos en algunas confesiones protestantes
(Capítulo 5, III), expone con cierta amplitud la concepción calvinista y
luterana de los sacramentos (pp. 211‑218), sin añadir comentario crítico
adecuado ni en el texto ni en notas. Esto podría resultar nocivo para un lector
que carezca de preparación suficiente, toda vez que comienza observando que los
católicos “aislamos excesivamente la terminología reformada de su propia esfera
de pensamiento mientras la examinamos partiendo del dogma y de la teología
católicas” (p. 212). El autor no repara en que este modo de proceder es
precisamente buen criterio para conservar la verdadera fe, y eso no quita que
los especialistas tendrán que estudiar, siempre con las debidas precauciones,
más a fondo los errores, examinándolos en el conjunto de la doctrina herética
correspondiente, para combatirlos mejor y exponer más claramente la verdad.
En este
mismo apartado, al tratar del valor de la cena evangélica entre algunos
protestantes, aunque deja claro que no se trata en absoluto de un sacramento
válido, tiene ciertas expresiones confusas (“Cuando el Consejo mundial de las
Iglesias - concluye por ejemplo, el autor - se reúne para llegar mediante
conversaciones teológicas a una unidad más amplia de la Iglesia, una cena
celebrada en común, contribuirá sin duda más a la unidad ecuménica que el
diálogo teológico, que sin embargo es también necesario” - p. 225-).
F.O.B.
y J.G.C.
Volver al Índice de las
Recensiones del Opus Dei
Ver Índice de las notas
bibliográficas del Opus Dei
Ir a Libros
silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)