La Filosofía de la Praxis
Ed. Grijalbo, México 1967
CONTENIDO DE LA OBRA
El autor,
filósofo mexicano nacido en España, catedrático del Colegio de Filosofía de la
Universidad de México, hace en esta obra un estudio bastante profundo de la praxis,
si bien ceñido al ámbito ideológico marxista.
El contenido
de la obra se proyecta bajo la frase de Marx que encabeza el estudio: “Los
filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que
se trata es de transformarlo”. La praxis en cuanto proceso de transformación
del mundo material - la producción - y del mundo social - las relaciones de
producción - , es reconocida y analizada como categoría filosófica básica del
marxismo.
Sánchez
Vázquez, si bien define la praxis en general como actividad que se adecua
a unos fines prefijados de antemano, de hecho reduce su significado a la acción
productiva material. Para el filósofo mexicano, el factor primario de la
modificación del hombre y de la sociedad es la producción; de ahí que, en su
obra, praxis viene a identificarse con praxis material productiva, y que
a propósito de la referencia etimológica que hace al inicio de su estudio,
afirme: “si quisiéramos ser rigurosamente fieles al significado originario del
término griego correspondiente, deberíamos decir poiesis donde decimos praxis”
(p. 14)[1].
La primera
parte del libro constituye un preámbulo histórico al estudio - más sistemático
- de los capítulos siguientes. En ella analiza, con trazos bastante originales,
el iter ideológico que va desde la concepción hegeliana de la actividad
del Espíritu Absoluto, pasando por la antropologización hecha
por Feuerbach, a la practificación productiva y revolucionaria llevada a
cabo por Marx de lo que, en el autor de la Fenomenología del Espíritu, era
sólo acción del pensamiento o de la conciencia.
La praxis,
para Sánchez Vázquez, como para Marx, abarca esencialmente la praxis
productiva - transformación de la naturaleza por el trabajo del hombre - y
la praxis revolucionaria - transformación de la sociedad por la acción de
los hombres - ambas son formas inseparables de la praxis total social (cfr.
p. 39). El autor analiza los constitutivos esenciales de la praxis productiva,
revolucionaria y artística, aportando un estudio interesante de los caracteres
en que dichas modalidades de praxis pueden configurarse: praxis creadora
imitativa o reiterativa; praxis burocrática; praxis intencional o
inintencional; etc. Sin duda estos elementos, como descripción
fenomenológica presentada con limpieza de términos filosóficos, podrían resultar
materia apta para una reflexión más amplia sobre la praxis en general, y no
limitada a la praxis productiva, revolucionaria y artística, como hace, en
cambio, Sánchez Vázquez.
En el
epílogo de su obra, trata el autor de lo que podría llamarse proyección futura
de la praxis. Presenta ahí una praxis social consonante con un plan integral de
la producción y que requiere necesariamente la revolución superadora de las
estructuras capitalistas; ésta es - según el autor - la praxis propiamente
intencional, cuyos resultados son idénticos a los pretendidos y que en fin,
arrancaría de cuajo la irracionalidad de la historia.
VALORACIÓN
CIENTÍFICA
En esta obra
se reconoce un trabajo serio, realizado con rigor científico y erudición
bibliográfica notable. No cabe duda, también, que dentro del ámbito ideológico
marxista en el que se mueve, no se limita a una mera interpretación histórica
de las grandes fuentes de la ortodoxia comunista (Marx, Engels, Lenin) - a
quienes, no obstante, recurre constantemente - , sino que aporta elementos de
reflexión filosófica personal.
Hay sin
embargo, una limitación que, en cierto modo, violenta todo el trabajo de
Sánchez Vázquez, y que quizá precisamente por el valor que deba reconocerse a
su aportación, se pone más de manifiesto todavía. En efecto, muchos de los
elementos constitutivos de la praxis marxista expuestos por el autor, son en
realidad los mismos elementos de la praxis en cuanto tal, aptos para un estudio
de la realización práctica en su sentido más radical, desvinculado del nexo
marxista que lo delimita y empequeñece. No obstante, el autor parece reducir el
campo visual de su especulación, apuntando a una identificación entre praxis
filosófica y praxis marxista, hasta el punto de que la oposición a la
revolución marxista es calificada de antipraxis (p. 312 y passim).
Quizá haya
que buscar en ese planteamiento de fondo, la razón de una serie de indebidas
reducciones e incluso contradicciones de hecho, que pueden observarse a lo
largo del libro. Resulta confuso, para empezar, el alcance mismo que Sánchez
Vázquez, ciñéndose a las categorías marxistas, quiere dar a la filosofía de
la praxis. Si lo que pretende es tan sólo una filosofía práctica, como
instrumento ideológico para la transformación del mundo material y social, no cabe
duda que la filosofía de Marx es, en este sentido, una filosofía práctica, pero
no es la única: toda filosofía es, en alguna medida, transformadora del mundo;
el marxismo, si bien se arrogue el ser la única doctrina pretendidamente
práctica, según el autor - lo cual, como cuestión de hecho, ya es muy
discutible - , no puede llamarse con propiedad filosofía de la praxis, sino
en todo caso, filosofía de una praxis.
Más aún, el
marxismo es una teoría inmanente a una praxis; de ahí su intrínseca contradicción
- común, por cierto, a todo pensamiento de raíz inmanentista - al pretender
revestirse de una certeza dogmática, no reconociendo, sin embargo, otro
absoluto objetivo que su misma praxis. De ahí también, las continuas tensiones
- más o menos veladas - en el mundo comunista para mantener la identidad entre
una ortodoxia inamovible y una praxis cuya variabilidad tiene, de hecho,
muy poco que ver - incluso en los países comunistas - con aquella filosofía, y
mucho, en cambio, con el desarrollo de las ciencias positivas, la técnica y un
sin fin de factores humanos, en forma bastante diversa por cierto de la
concebida por Marx.
Esto mismo
lleva también a considerar que si el autor entiende la filosofía de la praxis
como un auténtico estudio per causas remotas de la praxis tal como se da
o pudiera darse, su intento corre entonces el serio peligro de quedarse en el
mismo umbral histórico de la filosofía de la praxis, al considerar tan sólo los
elementos de una dinámica social tal como eran concebidos por Marx hace ya más
de cien anos. Por más que se insista en que toda realización práctica del
hombre se resume estructuralmente en la praxis productiva y revolucionaria,
resulta patente que este rígido esquema puede servir para explicar la praxis
vista por Marx, pero resulta absolutamente insuficiente no sólo va para un
estudio de la praxis personal humana en general, sino incluso para interpretar
el factum actual de la praxis, tanto en el mundo occidental como en el
mundo soviético.
Aun
admitiendo - sin conceder - la doble componente de la praxis total social en
forma de práctica productiva y práctica revolucionaria, la misma
inseparabilidad de ambas formas expuestas por el autor, muestra su mutuo
condicionamiento; ahora bien, así como Sánchez Vázquez se detiene a considerar
la variabilidad histórica de la praxis revolucionaria en el encuadre
marxista general, cabría esperar que hiciera otro tanto por lo menos, con la
variabilidad histórica de la praxis productiva, dado que desde los
tiempos de Karl Marx a hoy ha cambiado también el modo práctico de llevar a
cabo realizaciones de toda índole y las relaciones implicadas en ellas. Para el
autor, sin embargo, la historia en este aspecto parece haberse detenido, y
teniendo en cuenta el carácter esencial que concede a la praxis productiva,
resulta difícil entender esa falta de interés por el estudio de la misma en su
auténtica realidad actual.
Así por
ejemplo, entre otras lagunas - notorias, desde luego, en un estudio que se
ocupa de la praxis productiva, y explicables más por la ideología del autor que
por negligencia - puede señalarse en este sentido el hecho de que la referencia
a los sistemas occidentales de producción - bajo los que se elabora un 80% de
los productos mundiales - ocupa en su obra menos de cinco páginas. La incidencia
de la técnica moderna en la praxis productiva es dejada en la sombra, y las
transformaciones sociales operadas a raíz de la creciente tecnificación
moderna, son englobadas bajo la etiqueta de utilitarismo, pragmatismo,
burguesía, praxis cotidiana, etc., o bien reducidas a la estricta tensión
obrero-patronal de contexto decimonónico.
Es
particularmente interesante observar que Sánchez Vázquez no sólo no da a la praxis
directiva un papel preponderante, como elemento común a toda otra praxis
(no hay actividad que se adecue a fines prefijados, sin dirección), sino que ni
siquiera se tropieza con ella en un análisis de más de 300 páginas sobre la
praxis, y justamente sobre la praxis productiva. Una vez más aparece la
insuficiencia del esquema marxista, para el que todo fenómeno de las relaciones
de producción se encuadra en dos polos antitéticos: operario y capital,
identificando con éste último la dirección; cuando hoy resulta innegable la
constatación - incluso en el mundo soviético - de una función directiva - el management
- que se configura como elemento propio y necesario, junto al elemento
operativo y al instrumental (capital, sea privado o sea propiedad del Estado),
en toda empresa moderna, sin que pueda reducirse a uno ni a otro.
El autor
manifiesta que no pretende hacer una filosofía global de la praxis; pero, con
el instrumental filosófico elegido, no podría hacerlo aunque lo pretendiera. En
efecto, la limitación conceptual e histórica - fáctica - de la base marxista a
la que va unida su investigación, da como resultado paradójico una filosofía de
la praxis muy poco filosófica y muy poco práctica, ya que no es adecuada ni
para interpretar radicalmente una realidad actual, ni - por sí misma - para
transformarla.
La misma
identificación que hace, al comienzo de su obra, entre praxis y poiesis, a
la vista de estas consideraciones, parece tener ahora un alcance mayor que el
de una mera cuestión etimológica o metodológica. Si para el autor, donde dice praxis
podría decir poiesis, es porque según él lo primario en la
modificación del hombre y de la sociedad es la praxis productiva, vista en el
íntimo contacto del hombre con la materia - directamente o a través de la
máquina - , a la que están supeditadas la acción personal del hombre, su
comportamiento y sus decisiones. De ahí que el autor ignore en su obra todo lo
que la filosofía ha dicho sobre la praxis en el sentido griego original de la
palabra, desde los análisis hechos por Aristóteles en su Ética a Nicómaco, acerca
del entendimiento práctico del hombre, a los estudios fenomenológicos sobre las
decisiones humanas debidos a algunos existencialistas, pasando por el profundo
análisis de los actos humanos hecho por Santo Tomás en la II‑II de su Summa
Theologiae, por citar sólo tres momentos de una abundante especulación
filosófica que no puede dejarse de lado hablando de praxis, aunque se
concrete en la praxis productiva, a no ser que la acción propiamente humana, de
dimensiones éticas, sea algo secundario, supeditado en todo caso a la poiesis,
como es el caso de esta obra.
Sánchez
Vázquez, más que una identificación metodológica entre praxis y poiesis, hace
en realidad una separación radical indebida entre ambas, olvidando que incluso
en la praxis productiva, el contacto inmediato con la materia lejos de ser el
elemento más importante, es su eslabón ínfimo perdido en una concatenación
previa de otras praxis - organización, motivación, planeamiento, competencia,
enseñanza, dirección, etc. - en las que el entendimiento práctico del hombre
adquiere una relevancia muy superior.
Finalmente,
la planeación absoluta de la producción en forma estrictamente intencional, que
Sánchez Vázquez presenta como proyección futura de la praxis total social, reviste
caracteres de utopía. No sólo bastaría para verlo, considerar que en los países
donde se ha llevado a cabo la revolución necesaria según el autor - conforme a
la doctrina marxista - para posibilitar tales resultados, se está muy lejos de
conseguir ese planeamiento racional absoluto; sino que, ante todo, es preciso
observar que el factor producción no es condicionante absoluto de la historia y
por tanto, su planeamiento idéntico a los resultados es imposible. Y esto por
dos razones básicas:
—por parte
de la materia, porque el hombre al no ser el creador de la misma, no alcanza a
dominarla de modo absoluto;
—por parte
del hombre mismo, porque toda realización práctica humana lleva en su seno una
carga de incertidumbre y riesgo, por lo que en rigor, no es teóricamente
objetivable en abstracto, sino sólo experimentable en concreto; de ahí que la
corrección de la teoría que implica toda praxis, no es necesaria tan sólo por
lo imprevisible exterior u objetivo - como quiere el autor (cfr. pp. 197‑200)
- , sino que hay otro imprevisible más indomable todavía, que es mi
capacidad práctica de llevar a cabo lo planeado, tal como fue planeado.
Como el autor, según ya hemos visto, desde el principio de su obra ha eliminado
de su praxis todo lo que se refiere a la praxis interna personal del
hombre, se comprende que no sepa hacerse cuestión de este principalísimo asunto
y así es como llega a una absoluta intencionalidad práctica de la praxis
social total, sin problema teórico alguno.
VALORACIÓN
DOCTRINAL
Como puede
va verse por el análisis hecho hasta aquí, la obra presenta los inconvenientes
doctrinales propios del materialismo dialéctico. Esta postura filosófica parece
imbuir todo el contenido del estudio realizado por Sánchez Vázquez y, si desde
el punto de vista científico se han visto algunas de las limitaciones a que le
fuerza, hay que decir que doctrinalmente es incompatible con una concepción
cristiana del hombre, de la sociedad, de la historia y del mundo.
Es
significativo, en este sentido, observar lo que en relación al último de los
aspectos analizados en la valoración científica - la proyección futura de la
praxis - , se puede deducir respecto al papel fundamental de la producción en
la actividad humana. En algunos pasajes se afirma rotundamente la praxis
productiva como constitutivo y fin esencial del hombre: “El hombre se
define esencialmente por la producción...” (p. 335); “El hombre... no es sólo
un ser de necesidades, sino el ser que inventa o crea sus propias necesidades.
Sólo el hombre puede darse a sí mismo el estímulo de la producción, en forma de
necesidades que van creándose en un proceso sin fin” (p. 118). Hay que
reconocer, evidentemente, a la praxis productiva un valor que no puede
desgajarse del contexto cultural humano; pero elevar este valor a la categoría
esencial del hombre es precisamente destruir al hombre y con él todos los
valores humanos.
Podría
afirmarse ciertamente con Sánchez Vázquez que “La riqueza de las necesidades
humanas no puede tener fin” (p. 314); pero nuestro autor tiene una idea muy
pobre de esa riqueza al pensar que puede colmarse sólo con la praxis
productiva, o al afirmar que el espiritualismo cumple desde hace 25 siglos una
función social regresiva (cfr. p. 326). El espiritualismo - aun fuera de la luz
de la Revelación, pero mientras sea conforme a los dictados de la ley natural -
ha tenido en estos 25 siglos, por lo menos una fecundidad en la praxis
personal, social, artística y en la actividad teórica, que nadie puede negar;
si esto se califica de regresión, es sin duda porque no se deja otra finalidad
para el hombre que la praxis productiva, de la que paradójicamente, sin
embargo, debe liberarse - según reconoce el mismo autor - en la medida que
alcance un cierto nivel de organización racional (cfr p. 326).
Más que
simples contradicciones internas, estas paradojas revelan de nuevo la
identificación que está en la base del estudio hecho por Sánchez Vázquez entre praxis
filosófica y praxis Marxista. Partiendo de esta identidad es lógico ver la
praxis material productiva como factor primario y esencial del
perfeccionamiento humano y social, es lógico tener la praxis revolucionaria por
una forma necesaria de la praxis total social, inseparablemente unida a la
praxis productiva. El autor sigue siendo consecuente al considerar que, una vez
practificada la materia social por la consumación de la praxis
revolucionaria, se abre la puerta al último grado de esa continua
transformación social en sentido perfectivo (resultados idénticos a los planes)
que constituye la absoluta racionalización de la sociedad y de la historia.
Finalmente, permanece fiel a su punto de partida, cuando considera cualquier
actividad humana, fuera del ámbito marxista, como una función social regresiva,
por no ser praxis, más aún por ser antipraxis si se resiste de
algún modo a la implacable evolución revelada por esta filosofía.
Resulta
interesante cotejar estos aspectos con algunos documentos del Magisterio de la
Iglesia a propósito del materialismo dialéctico e histórico o del comunismo.
Así, por ejemplo, puede leerse en la Encíclica Divini Redemptoris de Pío
XI (19-III-1937; AAS 29 (1937) pp. 65‑106), hablando acerca de la
doctrina marxista:
“Esta
doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia con sus fuerzas
ciegas, la cual por evolución llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad,
por su parte, no es más que una apariencia y forma de la materia, que
evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un
perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin
clases... Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los
comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis
final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las
diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para
que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de
una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente todas las
fuerzas que resistan esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin
distinción alguna, aniquiladas como enemigas del género humano” (Doctrina
Pontificia, vol. III, B.A.C. Madrid 1959, pp. 843 y ss.).
En la misma
encíclica, se pone de manifiesto la incompatibilidad de estas ideas con la fe y
la moral católica.
Pío XII, en
la Encíclica Humani generis (12-VIII-19S0; AAS 42 (1950) pp. 561‑577),
saliendo al paso de aquellos que “parecen insinuar que cualquier filosofía o
doctrina, con algunas añadiduras o correcciones, si fuese menester pueden
compaginarse con el dogma católico”, claramente señala la misma
incompatibilidad por lo que se refiere al “materialismo, histórico éste o
dialéctico...” (Denz. 2323; cfr. Denz. 2305).
C.Ll.C.
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[1] En griego clásico, poiesis significa literalmente producción (construcción, composición, etc.); mientras que praxis significa la acción misma de llevar a cabo algo, el actuar mismo según un fin, la conducta práctica, el modo de actuar (l'aggire italiano).