SAMPEDRO, José Luis
Las fuerzas económicas de nuestro tiempo
Ediciones Guadarrama, Madrid 1975
INDICE GENERAL DEL LIBRO
Capítulo 1. Introducción
Capítulo 2. Trata de la explosión demográfica para poner de relieve sus componentes técnicas y sociales, de las que —según el autor— se derivan las razones para esperar la progresiva racionalización de la natalidad en los próximos lustros.
Capítulo 3. Análisis de las fuerzas técnicas (la aceleración técnica).
Capítulo 4. Análisis de las fuerzas sociales (la evolución social).
Capítulo 5. Sistemas resultantes de las diversas combinaciones de organizaciones sociales con niveles técnicos.
Capítulo 6. La evolución de los países capitalistas, a través de la planificación hacia una forma futura de socialismo.
Capítulo 7. La evolución de los países socialistas actuales, a través de la descentralización hacia ese nuevo socialismo.
Capítulo 9. En el umbral del siglo XXI.
EXAMEN DEL CONTENIDO DE LA OBRA
Capítulo 1: Introducción
El objeto del libro, en palabras del propio autor, es "indagar las fuerzas económicas que nos impelen, sistematizándolas y agrupándolas en las tres categorías de la explosión demográfica, la aceleración técnica y la evolución social" (p. 14). A continuación afirma que "todo el dinamismo económico de nuestro tiempo puede explicarse combinando factores componentes de esos tres haces de influencias que, en realidad, pueden reducirse a dos, pues la explosión demográfica moderna es la resultante del progreso técnico dentro de un marco social donde no se registra una evolución paralela".
Capítulo 2: La explosión demográfica
Es simplemente una de las descripciones tan frecuentes de los peligros de un crecimiento excesivo de la población, y del problema que podría suponer dada la escasez de recursos mundiales. No es un estudio demográfico, ya que se limita a manejar tasas globales de crecimiento —diferencia entre tasa de natalidad y tasa de mortalidad— sin atender a su evolución al variar la estructura de edades de la población.
Tiende a dramatizar las consecuencias, intentando llevar al lector a la convicción de la necesidad de regular la natalidad. Para el autor éste es un tema de "racionalidad", y confía en que esa "racionalidad" humana acabará por vencer los "prejuicios y dogmas" que se oponen a esta regulación, y el problema dejará de serlo.
Parece aceptar como principio intangible el de la libre decisión de la pareja. Pero, afirma, "tal libertad no existe, aunque se proclame oficialmente, allí donde se impone un dogma, se prohíbe la información contrastada y se penalizan los medios necesarios para limitar los nacimientos, si tal es la decisión de la pareja".
Termina el capítulo afirmando en tono dramático que "el moderno desbordamiento de la población mundial amenaza con prolongar innecesariamente el hambre de dos tercios de la Humanidad, retrasando su progreso técnico y social". En ningún momento se plantea el problema de la moralidad de los medios que puedan usarse para limitar los nacimientos.
Capítulo 3: La aceleración técnica
Tras una serie de anécdotas acerca de algunos descubrimientos técnicos y la mayor o menor resistencia de diversos colectivos sociales para la aplicación de aquellos descubrimientos, acaba concluyendo que a partir de Newton "la relación entre el hombre y el cosmos ya no es el mito ni el dogma, sino una formulación de ecuaciones. La lenta incubación ha terminado. Empieza su carrera la aceleración técnica y la explosión demográfica. Nace nuestro mundo moderno" (p. 60).
Un poco más adelante, afirma (p. 61): "No se entenderá bien el fenómeno técnico si no se percibe que su radical esencia consiste en pretender la máxima racionalización del comportamiento. El técnico no acepta las normas tradicionales ni las cosas tal como son dadas".
Menciona también los peligros de la técnica debidos al hecho de que (p. 64) "el hombre técnico busca, por encima de todo, la eficacia y, dada esa actitud, es forzoso que la busque en todas direcciones". Pero, según el autor, "bastaría que la eficacia material no fuera un valor supremo para que prevaleciesen otras formas de conducta" respetando así otros valores que, de otro modo, la técnica tendería a ignorar al aplicar sus soluciones. Que se verifique o no esta subordinación dependerá, pues, de la estructura de las sociedades en cuyo seno pueden cristalizar las decisiones tecnificadoras.
Capítulo 4: La evolución social
Las ideas expuestas en este capítulo pueden condensarse, según el propio autor, en dos afirmaciones (p. 95). "La primera sostiene que, contra lo mantenido por ciertos determinismos históricos demasiado simplistas, el progreso técnico no basta a explicar todo el proceso de la evolución humana, y por eso hemos de razonar teniendo además en cuenta los factores sociales. Si aquello bastara, estos factores no añadirían nada a nuestros datos, pues el rumbo seguido por la transformación técnica sería suficiente para señalarnos las tendencias de toda nuestra evolución en el futuro inmediato... Por otra parte, basta contemplar el panorama mundial presente para encontrar diferentes sistemas de organización social con un mismo nivel técnico.
"La interpretación marxista de la historia, aún insistiendo en las relaciones productivas como base del desarrollo social, no es tan unilateralmente técnica como pretenden algunos de sus contradictores. El marxismo afirma la existencia de una conciencia social integrada por las ideas y opiniones humanas, que en ciertos casos concretos puede ejercer una influencia activa sobre el desarrollo, aunque en otras ocasiones frene la evolución... La necesidad de complementar el análisis basado en la técnica con el estudio de las fuerzas sociales, aparece así reconocida incluso por una filosofía tan rigurosa en subrayar el peso de los factores económicos y materiales.
"En suma, la técnica no lo explica todo. Pero, una vez admitido así, debemos formular una segunda afirmación en el sentido de que, para comprender la dinámica del mundo económico moderno, las fuerzas técnicas son absolutamente indispensables. Justamente la crisis actual en Occidente es que se sigue manteniendo un sistema social creado en su día para administrar un nivel de la técnica absolutamente superado ya por la historia: de ahí las contradicciones en que se debate el capitalismo. Al mismo tiempo, en los países emergentes del Tercer Mundo, la inyección desde el exterior de una nueva técnica, para lograr la creciente productividad que exige el desarrollo, está resquebrajando los esquemas tradicionales en que se inspiraba la urdimbre social. Así, en todos los niveles, la evolución resulta condicionada por la interacción entre las fuerzas técnicas y las sociales".
En el análisis que le ha llevado a formular este resumen podemos encontrar (p. 84) el reconocimiento de que "Las decisiones humanas son, en definitiva, las que introducen la técnica y esas decisiones dependen en muy gran parte de la actitud social ante los diversos problemas". Un poco más adelante (p. 88) clasifica esos factores sociales en dos tipos fundamentales: "Distinguimos así dos tipos de tejidos sociales surgiendo del telar de la historia: uno en que las líneas del dibujo están determinadas sobre todo por la trama técnica y racional; otro en que esas líneas resultan de la contextura y distribución de los hilos en la urdimbre milenaria".
Para el autor, el impulso de satisfacer necesidades materiales en las sociedades tradicionales les lleva a utilizar esa nueva técnica —que ha sido descubierta y esta siendo utilizada por las sociedades avanzadas—, resquebrajando en ese proceso su organización tradicional.
Capítulo 5: Los sistemas resultantes
En este capítulo se trata de "clasificar los sistemas económicos vigentes en el mundo". El autor entiende por sistema económico "el conjunto de relaciones básicas, técnicas e institucionales que caracterizan la estructura económica global de una colectividad y determinan el sentido general de sus decisiones, así como los cauces predominantes de su actividad". Así pues, "las relaciones humanas que caracterizan el sistema son tanto de carácter técnico como institucional o social, puesto que así son las dos clases de fuerzas tenidas en cuenta... Además, esas relaciones determinan la actividad económica en una doble vertiente: la de las decisiones fundamentales adoptadas por esa colectividad y la de los cauces por los cuales se desarrollarán esas decisiones; es decir, qué metas se adoptan y por qué vías han de alcanzarse" (p. 103). El autor afirma que la "urdimbre social" determina las metas y el nivel técnico los modos concretos de alcanzarlas. Más adelante (p. 104) dice: "Por otra parte al limitarnos a combinar solamente lo técnico y lo sociológico no prescindimos de nada importante. En efecto, lo principal en cualquier economía es saber "qué" "cómo" y "para quién" se produce. Pues bien, el "qué" y el "para quién" es determinado más bien por las preferencias sociales respecto a los artículos más necesarios y a los criterios según los cuales van a quedar distribuidos esos bienes entre la población; mientras que el "cómo" se produce lo determina sobre todo el estado de la técnica... En conclusión, al caracterizar los sistemas económicos exclusivamente a base de las dos coordenadas técnica y social, no se omite nada esencial porque se contesta implícitamente a esas tres preguntas del "qué", "para quién" y "cómo" se produce.
Reconociendo la "ausencia de medidas adecuadas para situar inequívocamente a cada nación en unas escalas técnicas y sociológicas" (p. 104), se limita a clasificar los niveles técnicos en "alto", "medio" y "bajo". Dada la mayor dificultad que reviste una clasificación en la escala sociológica, el autor concluye (p. 109): "Por eso, me veo obligado a intentar una diferenciación a base de un sólo criterio social, con destacada relevancia para la evolución hacia el futuro. Ese criterio va a ser la propiedad privada o pública de los bienes de capital, ya que (p. 109) "... : el centro de los impulsos sociales al desarrollo son las decisiones relativas al empleo de los bienes de capital disponibles" y "Por eso ya se percibió hace mucho tiempo la importancia de las instituciones relativas a la propiedad de los bienes de producción. Por eso el socialismo reivindica la propiedad pública de esos bienes, pues sabe muy bien que el empleo del capital por sus propietarios privados se inspira en criterios de lucro o preferencias personales, que no coinciden necesariamente con los intereses generales. Suele ser mejor negocio producir, por ejemplo, una bebida alcohólica que fundar un colegio. El resultado es la ya conocida "sociedad opulenta", en la que abundan los televisores y las neveras, mientras que escasean las escuelas primarias o los hospitales".
Un poco más adelante reconoce que (p. 110) Se debe distinguir entre la propiedad privada o publica de los bienes de producción y la capacidad de decisión en cuanto a su uso y a la nueva creación de los mismos mediante la inversión" y, en consecuencia, propone que la escala sociológica se establezca de tal modo que "nos encontraremos a un extremo de la escala con un máximo de decisiones privadas acerca del empleo del capital y de la inversión, mientras que en el otro polo esas decisiones serán en su mayor parte de carácter público y centralizado. El primer caso coincidirá más bien con las economías de mercado, basadas en la propiedad privada del capital, mientras que el segundo estará integrado por las economías socialistas".
Combinando la escala de niveles técnicos (alto, medio y bajo) con la escala sociológica (decisiones públicas y centralizadas —socialismo— o decisiones privadas o de mercado —capitalismo—) puede elaborarse una tipología de los distintos sistemas vigentes: socialistas emergentes (nivel técnico bajo), socialistas y socialistas mixtos (nivel técnico alto), capitalistas mixtos y capitalistas (nivel técnico alto), capitalistas intermedios (nivel técnico medio), tradicionales mixtas (nivel técnico bajo pero con tendencia a la planificación central) y tradicionales (nivel técnico bajo con decisiones privadas). Alguna de las combinaciones posibles no es utilizada por no existir países en esa situación concreta.
Un breve análisis del proceso por el que han aparecido los sistemas actuales lleva a concluir al autor la tendencia del socialismo a implantarse progresivamente cada vez en más países a partir de la revolución soviética de 1917 pues, según sus palabras, "la novedad llamó en el acto la atención de los pueblos poco desarrollados, que hasta entonces sólo podían imitar al único modelo disponible: el capitalista" (p. 117). Y no sólo eso, sino que, incluso en los países capitalistas, "los deseosos de una evolución rápida en sus respectivos países empezaron ya a volver sus ojos hacia la posibilidad socialista".
Capítulo 6: Hacia la planificación
Tras una breve exposición histórica del nacimiento y desarrollo de la industria y las finanzas en una economía liberal, concluye (p. 132): "Debemos percatarnos bien de que el capitalismo no es más que otra etapa de la historia... Importa subrayarlo así cuando las fórmulas oficiales repiten constantemente que sólo en el sistema capitalista alcanza el hombre la libertad, recordando que la organización política del sistema fue el liberalismo y su consigna el laissez faire. Pero ha pasado ya mucho tiempo y han cambiado muchas cosas, desde la época en que los primeros capitalistas mercantiles encarnaban una actitud racional y un espíritu de lucro enfrentados con las innumerables trabas de la sociedad tradicional. Los poderes económicos actuales ya no se interesan por el liberalismo ni por el laissez faire, sino por una disciplinada organización que les favorezca, en las condiciones de la técnica moderna, lo mismo que les favoreció la libertad en el pasado. En todo ello no hacen sino ser fieles a su actitud racional, que no es incompatible con la libre espontaneidad del laissez faire... La implantación de la libertad de mercado fue consecuencia de un cálculo razonable; la falta de plan de laissez faire equivalía a un plan". Si el resto de los grupos sociales se prestaron a salir de sus baluartes económicos y aceptaron la lucha en aquel terreno libre donde los empresarios eran los más fuertes, se debe sobre todo a que no pudieron evitarlo aunque también fue factor coadyudante "la ideología que presentaba ese campo de lucha como el "orden natural" de la sociedad, conciliando la lógica con la fe y una atractiva arquitectura intelectual con la más prometedora esperanza para el futuro. Su libertad —la de los capitalistas— se convirtió en La Libertad mediante aquella ideología... popularizada por Adan Smith en su fórmula de la mano invisible" (p. 133).
Tras una breve crítica del liberalismo individualista con el que "los economistas redujeron al hombre... al vaivén centrífugo y centrípeto de sólo dos impulsos: la pérdida y la ganancia... y la misma psicología se hace capitalista" concluye diciendo "Librémonos por tanto del prejuicio consistente en creer que el único orden natural es el del liberalismo capitalista".
En su análisis de la evolución posterior del capitalismo, el autor apunta que, como consecuencia del progreso técnico y el desarrollo de las grandes organizaciones, se ha ido despersonalizando la dirección de las empresas. Por otra parte, el Estado cada vez interviene más en la economía de manera que "La ola racionalizadora, que empezó creando el primer capitalismo y la técnica, nos ha traído hasta la organización. Y en tanto continúe impulsándonos, esa organización implica un Estado con funciones de director de orquesta económica nacional..."
"La concepción del gobierno como una especie de árbitro pasivo... ha sido sustituida por la del Estado director imponiendo el tono y el compás al que han de atenerse los instrumentistas; es decir, las unidades económicas de decisión con carácter privado.. La Segunda Guerra Mundial suministró la prueba de que tal sistema es mucho más productivo, y ese criterio es decisivo en un mundo preocupado por la eficacia económica para el crecimiento o el desarrollo" (p. 154); cita en apoyo de esta tesis un libro de un profesor de Yale para mostrar que incluso hay autores conservadores que ya no creen en la mayor eficacia de una economía de mercado, aunque la acepten por razón del servicio que presta a la libertad tanto política como económica.
En definitiva, concluye el autor, "no parece que a la gente le interese mucho pagar la libertad al coste de una menor eficiencia. A los millones de personas que no consiguen comer bastante en toda su vida no les interesa gozar de su actual libertad para morirse de hambre por las calles... Cuando los actuales herederos del liberalismo tratan de conservar lo más posible de sus antiguas posiciones a base de sugestionarnos con las ventajas de la libertad (después de reconocer su error cuando atribuían mayor eficiencia a la economía de mercado) llevan el debate a un terreno aún más frágil para ellos, pues provocan inmediatamente en el adversario la pregunta de cuál es esa libertad y, sobre todo, para quién es esa libertad" (p. 155).
Aparte de esas cuestiones, lo que no ofrece duda para el autor es que "la urdimbre económica de la sociedad capitalista tiende. a estar más planificada cada día. Las fuerzas económicas actuales conducen a ese resultado... Al considerar el progreso técnico y sus consecuencias en el campo de la concentración interna de las empresas y en el de la regulación estatal de la economía" (p. 155).
Sobre esta base, el autor afirma que la tendencia de los sistemas capitalistas actuales es la de una creciente planificación por parte del Estado y la de un crecimiento hacia niveles técnicos más altos. De todos modos "no tiene sentido discutir si el capitalismo actual tiende a convertirse o no en el socialismo que hoy conocemos porque... sólo llevaría, en todo caso, al socialismo del futuro" (p. 159).
Capítulo 7: Hacia el nuevo socialismo
Tras una exposición de los cambios ocurridos en Rusia desde la Revolución de 1917, concluye el autor: "Por consiguiente, para poder comprender los cambios ocurridos no es de ningún modo necesario interpretarlos como rectificación del socialismo. La evolución del sistema viene impulsada por las mismas fuerzas estudiadas hasta aquí: la aceleración técnica y la transformación social, actuando interdependientemente (p. 192).
La aceleración técnica ha hecho imposible la centralización excesiva de las decisiones. "Los intentos, por parte de la generación más vieja, de resolver los problemas apelando a la virtud casi dogmática de algunas consignas leninistas y stalinianas se han ido estrellando cada vez más contra los hechos. Así se ha ido pasando desde la época en que se recelaba de la estadística o de la teoría económica... hacia una nueva etapa en la que ciencias poco menos que prohibidas antes por el dogma han empezado a ser intensamente cultivadas... La raíz de los cambios consiste por de pronto en un proceso de racionalización más rápidamente consumado que en la historia del capitalismo" (p. 192).
Junto a los efectos de esa influencia técnica "tenemos los factores sociológicos generales provocados por la emergencia biológica de una nueva generación... que reclama para el ciudadano las ventajas materiales propias de una gran nación" (p. 194).
Sobre la base de su análisis de socialismo soviético el autor concluye: "Por consiguiente, los países socialistas tienden a evolucionar hacia un nivel técnico superior, al mismo tiempo que mantienen su propiedad pública de los bienes de producción y su planificación central de la economía, pero con una urdimbre social en la que se vean más atendidos que hasta ahora los móviles del consumidor y las iniciativas de los gerentes o de los diversos escalones intermedios que adoptan decisiones en cada rama productiva, como son las nuevas agrupaciones (p. 195).
De todos modos advierte que "la mayor atención al consumidor y al empresario no puede interpretarse como retorno al capitalismo". No hay una "convergencia" si se entiende ésta "como la vía hacia un sistema compuesto por capitalismo y socialismo mezclados. Esa mezcla quedaría toda ella definida por la clase social en el poder (no por los mecanismos técnicos, adaptables a cualquier caso), y, hoy por hoy, ambos sistemas conservan lo esencial de cada uno, a saber: que mientras en el capitalismo son los grandes grupos privados los que llevan la batuta para las decisiones básicas, de acuerdo con sus intereses, en el socialismo ese poder ha sido destronado por la propiedad pública de los bienes de producción... Andando el tiempo el resultado no será una convergencia, sino la marcha hacia el socialismo del futuro" (p. 197).
Capítulo 8: Los países emergentes
En este capítulo el autor se limita a analizar grandes bloques de países en los que encuentra las mismas tendencias "Hacia la planificación en el mundo capitalista; hacia cierta descentralización en el socialista. En los países emergentes, hacia una dirección económica central, organizada entre el capitalismo de Estado y el socialismo más avanzado, con más probabilidades a favor de alguna forma de socialismo, pues ha pasado ya en esos países la oportunidad capitalista" (p. 233)
Capítulo 9: En el umbral del siglo XXI
El autor se limita a afirmar la validez de las tendencias expuestas, a los diez años de la primera redacción del libro.
VALORACION CIENTIFICA
Resulta difícil valorar científicamente la obra porque es más bien un medio divulgador de propaganda de las ideas socialistas del autor, que una exposición que formule rigurosamente una teoría y se trate de probarla. Por ello, en su forma, se limita a ilustrar con algunos hechos históricos un cierto hilo argumental, cuyo apoyo viene dado por interpretaciones, con frecuencia bastante superficiales y unilaterales, de los hechos históricos reseñados. Conviene señalar al respecto que el lector debe ir precavido contra el tono de seguridad del autor, que escribe como si estuviese divulgando cosas elementales y totalmente establecidas desde un punto de vista científico. De hecho, es cuestionable prácticamente cada una de las interpretaciones y, en algunos casos, hasta la propia reseña de hechos históricos. Algunas muestras al respecto: "El cristianismo empezó siendo un claro enemigo de la técnica por su desinterés ante lo material... Todavía en el siglo XV tenía vigencia la ética económica de la Iglesia, compendiada en la máxima de que el hombre puede negociar sin incurrir por eso en pecado pero sin poder ser así nunca grato a Dios en esa actividad" (p. 57). En la página 58 se menciona a Santo Tomás de Aquino destrozando a bastonazos un ingenioso robot que, según el autor, había construido San Alberto Magno. Hablando de los descubrimientos de Newton termina "La relación entre el hombre y el cosmos ya no es el mito ni el dogma, sino una formulación en ecuaciones" (p. 60). "Los mercaderes apoyaban la ciencia pensando, con razón, que aquellos experimentos demolerían las ideologías no racionales en que se basaba el poder real" (p. 70). No seria difícil seguir acumulando citas de este corte, en las que se formulan, como si fuese algo evidente y más allá de toda duda, interpretaciones simplistas y unilaterales. de fenómenos históricos de gran complejidad.
La tesis central del libro es la de que la realidad económica viene configurada por el juego de las fuerzas técnicas y sociales. Es claro que a ese nivel de abstracción, y dado el grado de ambigüedad de los conceptos empleados en su formulación, más que una tesis es una tautología. El pensamiento del autor parece que concreta aquella vaga formulación cuando, en el capítulo 5, la reduce a la siguiente: Un sistema económico —que es lo que caracteriza la estructura económica global de una colectividad— viene exclusivamente determinado por sus coordenadas técnicas y sociales y "no se omite nada esencial (al reducirlo a estas coordenadas) porque se contesta implícitamente a esas tres preguntas del "qué", "para quién" y "cómo" se produce" (p. 104). Parecería lógico que el autor tratase, a partir de esa formulación, de darle un contenido definiendo rigurosamente lo que entiende por dimensión técnica, por dimensión social de un sistema económico y el modo en que ambas variables interaccionan para configurar un estado particular de dicho sistema. Pues bien, todo lo que encontramos al respecto es una metáfora machaconamente repetida en la que "las fuerzas técnicas y las sociales pueden compararse a la trama y la urdimbre de ese "telar del tiempo" en que trabaja el Espíritu de la Tierra (según unos famosos versos del Fausto)" (p. 14). Esa imagen poética le servirá para evitar el razonamiento riguroso limitándose a hablar de la "lanzadera técnica" y de la "urdimbre social".
A la hora de concretar lo que se contiene en la "dimensión técnica" nos encontramos con que en su concepción de la técnica incluye nada menos que la visión racional y científica de la realidad que supera todas las visiones anteriores ideológicas, dogmáticas y, en general, no científicas. Claro está que otras veces se refiere a la técnica en su sentido más corriente, como el dominio de los procesos de construcción de artefactos. Cuando maneja el concepto en el plano literario resulta ser un concepto equívoco. Cuando quiere manejarlo en concreto para caracterizar los sistemas económicos lo acaba reduciendo a una serie de índices como el de la producción de energía eléctrica y similares.
Al plantearse con urgencia el problema de "medir" —en el capítulo 5— el grado de desarrollo técnico presente en un sistema económico, deja de lado, como cuestión trivial y sin importancia, la de definir qué es lo que mide. Así, el lector poco avisado puede que siga pensando que el autor le lleva a clasificar una colectividad poco menos que según su nivel de sabiduría (visión racional profunda de la realidad) cuando la está clasificando de acuerdo con su nivel de producción de acero per cápita y similares. Bajo la equivocidad del concepto de "técnica" en la mente del autor ambas realidades caben sobradamente, como si nada las diferenciase. La vieja distinción aristotélica entre arte o técnica y prudencia —como virtudes cognoscitivas bien distintas de la mente humana— queda cuidadosamente borrada en la noción de técnica como simple capacidad de hacer cosas que utiliza el autor. Según le conviene hará hincapié en uno u otro aspecto de ese ambiguo concepto de técnica ya que dentro de él viene a incluir todo lo que de valioso pueda tener el conocimiento humano para configurar el mundo de acuerdo con sus necesidades.
Mucho más grave es el proceso que sigue para dar algún contenido a la variable "urdimbre social" de un sistema. Después de decirnos que esa "dimensión social" de un sistema es lo que explica las decisiones fundamentales que allí se toman, que es lo que determina el "qué" y "para quién" se produce —cosa harto discutible a no ser que se incluya dentro de la "dimensión social" prácticamente todo lo específicamente humano de una colectividad— acaba reduciendo toda esa riqueza de contenido de "lo social" a una sola variable: la propiedad privada o pública de los bienes de capital. Además, la postura del autor al respecto es bien clara —y por cierto "dogmática— "el empleo del capital por sus propietarios privados se inspira en criterios de lucro o preferencias personales, que no coinciden necesariamente con los intereses generales" (p. 109).
Es de lamentar que no diga expresamente lo que constituye su "dogma" fundamental —la postura que trata de ilustrar sin sacarla jamás a la luz para argumentarla— a saber: con la simple eliminación de la propiedad privada de los bienes de producción la "urdimbre social" sería de tal calidad que necesariamente se produciría aquello que más se precise y para quien más lo necesite, sin más limite que el que venga dado por el desarrollo técnico. Sin ese supuesto de base, todo el libro carece de sentido.
Por otra parte, el libro busca tan sólo ilustrar esa vieja creencia marxista, introduciéndola subrepticiamente a base de acumular interpretaciones de hechos históricos que se fuerzan en esa dirección. Tal vez la más chocante de las afirmaciones del autor sea la referente a la pretendida superioridad de un sistema socialista sobre uno de libre empresa en cuanto a su eficacia para la producción de bienes. Por supuesto no es la eficacia de un sistema el único criterio —ni siquiera el más importante— a la hora de evaluarlo (nadie aceptaría, por ejemplo, que fuese mejor un sistema basado en la esclavitud que otro que respetase la dignidad de la persona aunque en alguna circunstancia particular se pudiesen producir más bienes con el primero). Pero, en cualquier caso, lo que muy pocos economistas aceptarían —a menos que estén cegados por prejuicios ideológicos— es que un sistema de dirección económica central sea, en general, más eficaz desde el punto de vista productivo que uno de libre empresa. Más bien, casi toda la evidencia acumulada al respecto apunta en la otra dirección.
Al final, el argumento del autor podría sintetizarse del siguiente modo: a) El sistema socialista es el más racional para organizar la actividad económica; b) El desarrollo técnico implica necesariamente una mayor racionalidad de comportamiento en cualquier colectivo; c) El desarrollo técnico es inevitable. Entonces se sigue que, inevitablemente, las sociedades humanas, al desarrollarse técnicamente, llegarán también de modo necesario a organizarse de modo socialista. Como puede apreciarse las tesis de partida nada tienen de científico y no son más que otras tantas fórmulas dogmáticas con las que se pueden enunciar algunas tesis marxistas.
VALORACION DOCTRINAL
Es una obra marxista, en la que todos los fenómenos históricos son interpretados dentro del materialismo más puro. En ningún momento se contempla la posibilidad de la acción humana, sobre la base de fuerzas distintas de las puramente materiales.
Puede ser especialmente dañino por el tono mesurado y aparentemente abierto que, debido a la falta de rigor, el autor puede usar frecuentemente al tratar ciertos temas.
El esquema interpretativo es, sin embargo, en lo esencial, rigurosamente marxista.
J.P.L. (1981)
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