La Biblia
ante el “más allá”. ¿Inmortalidad o resurrección?
Ed. Fax
(Actualidad Bíblica. Brevior), Madrid 1973, 261 pp.
CONTENIDO
El autor,
cuyas obras versan en gran parte sobre la desmitización, intenta en este libro
presentar en forma “razonable”, al “hombre moderno”, la fe en la resurrección
de la carne. Teniendo en el fondo el concepto de resurrección de Jesucristo
mantenido por Léon-Dufour, elabora una reinterpretación de las tesis
resurreccionistas (sic), planteadas antes con “error dualista”, y presentadas
ahora a partir de la imagen de un supuesto “hombre bíblico”, que no esperaría
resucitar, sino vivir siempre con una vida libre de las limitaciones que impone
la materia.
Tiene un
pensamiento básico que determina el contenido del libro: el concepto de
resurrección debe ser entendido desde la antropología, y no ésta desde la fe en
la resurrección.
El libro se
compone de los siguientes capítulos: I Resurrección del hombre y revelación de
Dios; II Sentido de la vida y sentido de la muerte; III Triunfo de la vida
sobre la muerte; IV Jesús de Nazaret ante el más allá; V Resurrección y fe
pascual; VI Hacia una dimensión nueva de la fe resurreccionista.
VALORACIÓN
CIENTÍFICA
El libro
carece de interés. De estilo literario confuso e impreciso, está lleno de
contradicciones internas, desconoce la Teología tradicional y maltrata el
pensamiento de los autores que cita.
Así define,
por ejemplo, la resurrección: “El dogma resurreccionista garantiza al cristiano
que, tras su muerte física, lejos de desintegrarse o volver a la nada, recibirá
la vida nueva que le permitirá ser eternamente feliz” (p. 23). Y más adelante:
“1. La resurrección participada por cada uno de los justos en el momento de
morir recibe el nombre de vida ininterrumpida. 2. La vida ininterrumpida
participada por la comunidad en el momento del fin recibe el nombre de
resurrección” (p. 248).
He aquí cómo
describe la doctrina de la Fe, que llama especulaciones de los teólogos: “Pero
cuantas especulaciones esbozan los teólogos para cimentar sus postulados suelen
anclarse en el dualismo helénico, que tanto eco ha hallado en la tradición
cristiana. ¿Cómo explicar el destino del hombre en el más allá? Muy sencillo:
después de la muerte, el alma del individuo sube al cielo para gozar de Dios,
en espera del momento (=fin del mundo) en que de nuevo pueda unirse al cuerpo
resucitado y vivir eternamente en el cielo. (Tal solución ha abierto las
puertas a la tan aireada escatología intermedia). Tal solución supone que
sólo el elemento corporal del hombre resucitará al fin de los tiempos. El
alma, por el contrario, comienza a gozar de Dios a partir del momento mismo de
la muerte. Esto constituye una clara dicotomía antropológica, en virtud de la
cual viene a ser el elemento bueno del hombre, mientras el cuerpo es como la
sede de todos los instintos malos. Lo que importa, pues, de verdad es asegurar
la salvación del alma. ¿Y el cuerpo? Su destino inmediato es el sepulcro... Tal
explicación encaja a la perfección con la tesis del dualismo filosófico, tan
aireada en la historia del cristianismo. Pero el hombre de hoy piensa ya de
forma muy distinta y se resiste por lo mismo a seguir aceptando las soluciones
elaboradas en un sistema de pensar que le resulta extraño y anacrónico. La
psicología moderna rechaza todos los condicionamientos de toda dicotomía antropológica”
(p. 27).
Si el
lector, molesto por la clara ironía con que es expuesta la doctrina de la Fe,
espera encontrar alguna defensa del cuerpo humano por parte del autor, se
equivoca. Salas afirma que el cuerpo no debe resucitar, ya que en el más allá
no es necesaria la materia: “¿Qué sucederá entonces con la carne? Esta era sólo
necesaria mientras el individuo estaba sujeto a las leyes de la materia.
Por tanto, al hollar el umbral de un mundo regido por los postulados
espirituales, la sarx (=basar-carne) no tiene ya razón de ser. ¿Cómo
garantizar la identidad del individuo en ambas fases de su existencia? En
virtud de su soma (=basar‑cuerpo). Este sigue siendo el mismo en el más
allá. En tal caso, la vida futura - aunque nueva en su enfoque a causa del ruah
- conserva idéntico principio de individuación=soma” (p. 206).
El autor,
que en los puntos delicados - esperanza y muerte - sigue a Moltmann y Boros,
concibe la muerte como liberación de la materia: “En tal caso, la muerte física
se presenta como culminación de un complicado proceso liberador que se inicia
con el momento de nacer. ¿De qué intenta liberarse el hombre? De su propia
limitación. Y ésta le viene impuesta - dejando a un lado el peso del pecado -
por su naturaleza humana, que se sabe tremendamente coartada mientras se
desenvuelve en un mundo regido por leyes físico-naturales. ¿Qué papel juega
entonces la muerte física? Libra al individuo de las leyes del mundo presente,
con el cual logra sustraerse a su vez a todos sus condicionamientos. “Qué le
impide en tal caso conseguir su plena realización? Nada en absoluto” (p. 253).
Salas
condena la doctrina de la Fe como dualista - entendiendo que aprecia al alma y
considera al cuerpo sede de los malos instintos - , y nos sorprende con la
afirmación de que la muerte perfecciona por sí misma al hombre, precisamente
porque le libera de la estrechez de su cuerpo. Una sola ventaja tiene el libro:
poner de manifiesto el subyacente desprecio al cuerpo - en definitiva al plan
creador - que parece manifestarse en quienes hablan de la volatilización del
cuerpo de Cristo en el sepulcro y “reinterpretan” el concepto de resurrección.
VALORACIÓN
DOCTRINAL
Sería
prolijo enumerar los errores contenidos en este libro, a pesar de las
constantes protestas de ortodoxia de su autor. Baste decir que se confunde
inmortalidad con resurrección - se niega, por tanto, la resurrección - , se
niega la escatología intermedia, no se habla en momento alguno de lo
sobrenatural, etc.
Una cosa más
debe añadirse: toda la exégesis realizada por Salas es fruto de una adhesión
incondicional y acrítica al método de la historia de la redacción. Con este
método y sus prejuicios, estima que el Señor en la discusión con los saduceos
sobre la resurrección (Mc. 12, 18-27), no hablaría de la resurrección de
la carne, sino de protección eterna del justo, además de considerar como
más probable que el texto que ahora poseemos sea una reelaboración de los
discípulos tras la experiencia de la resurrección de Jesús (cfr. pp.
132-134). También, después de poner en duda que Jesús profetizase su
resurrección (Mc. 8, 31; 9, 31; 10, 33-34), se inclina a interpretar
estos textos en el sentido de que el Señor hablaría no de resucitar tras la
muerte, sino de que viviría siempre: “Se ve, pues, cómo la teología sinóptica,
haciendo extensiva a la resurrección la expresión con que Jesús anunciara su
muerte (Mc. 14, 41), no hizo sino explicitar todo el contenido
soteriológico de tal anuncio. Si Jesús muriendo vence a la misma muerte ¿no
supone tal triunfo la idea de una auténtica resurrección? Por supuesto.
Obsérvese cómo en tales circunstancias - aunque parezca paradoja - resucita
muriendo. Es decir, entre ambas realidades no parece existir diferenciación
cronológica. Por consiguiente, ¿qué sería la resurrección de Jesucristo? Como
un tránsito de este mundo (=signo de muerte) al mundo nuevo ( = signo de vida)”
(pp. 138-139).
Como se ve,
Salas ha tomado en toda su radicalidad la afirmación de que en la muerte se
realiza el hombre. Por eso, confunde resurrección con inmortalidad y llama
resurrección al momento de morir. El “mortem nostram moriendo destruxit et
vitam resurgendo reparavit” es cambiado por esta otra fórmula: resucita
muriendo.
En resumen,
el contenido del libro es incompatible con la Fe cristiana.
L.F.M.S.
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