ROBINSON, John A. T.

Honest to God

Student Christian Movement Press (SCM Press), London 1963.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El autor —obispo anglicano de Woolwich, zona del sur de Londres, y ex-profesor de Cambridge— presenta este libro como una reflexión personal sobre la situación actual del cristianismo; reflexión nacida del convencimiento de que el cristianismo, tal como es predicado tradicionalmente, no consigue afectar al hombre de hoy, al modern secular and scientific man, dice Robinson.

Esa reflexión se articula del modo siguiente:

1. Comienza con la afirmación de que es necesaria una “revolución copernicana” en el cristianismo. La predicación cristiana primitiva —afirma Robinson— comenzó hablando de un Dios que estaba “en los cielos”, por encima del hombre. Esas imágenes cosmológicas fueron pronto abandonadas, pero lo que se hizo —continúa argumentando— fue pasar a una imagen de Dios que si bien ya no está encima de los hombres (up there), está sin embargo fuera (out there). La imagen que se da de Dios, dice, es la de un ser que está más allá del mundo y de la historia, y por tanto ajeno y lejano al hombre. Es necesario —concluye— cambiar todo eso, realizando una revolución tan profunda como la que debió de representar el abandono de la imaginería cosmológica.

2. Ese programa lo precisa en los capítulos segundo y tercero, que constituyen el eje del libro, y cuyos títulos respectivos son: El fin del ateísmo y El fondo de nuestro ser.

a) Es necesario en primer lugar —afirma— superar el teísmo, es decir, el convencimiento de que para hablar de Dios hay que comenzar por una reflexión metafísica sobre el ser. Por ese camino se llega a la presentación de Dios como un ser perfectísimo y personal, y, por eso mismo, ajeno al hombre y a su vida.

b) El camino que hay que seguir es —dice, acudiendo a una frase de Paul Tillich— presentar a Dios como el fondo de nuestro ser. El cristianismo afirma como punto fundamental la realidad y la ley del amor. Pues bien, el amor se experimenta en las relaciones interpersonales; no puede haber referencia a Dios sino con ocasión de esas relaciones. Lo fundamental es la afirmación de que esas relaciones son profundas, llenas de sentido.

c) Esa nueva manera de presentar las cosas, tiene consecuencias revolucionarias. Para el teísmo —comenta—, decir que Dios era personal, equivale a afirmar que existe un ser perfectísimo y eterno, dotado de inteligencia y voluntad. Para la nueva manera de reflexión “cristiana” esa misma frase equivale a afirmar que el sentido de la realidad es personal, que las personas están llenas de valor y transcendencia.

d) Al llegar a este punto, Robinson se pregunta a sí mismo si lo que está haciendo no es caer en la postura de Feuerbach y reducir la teología a antropología. No, responde: lo que la Escritura dice no es que el amor es Dios, sino que Dios es amor. Sin embargo continúa negándose a hablar directamente de Dios. El cristianismo —concluye— es mucho más que un humanismo, pues supone un acto de fe extremadamente valeroso: la afirmación de que las personas valen, de que el amor es posible y es lo más importante.

3. En el capítulo cuarto, aplica esas ideas a la Cristología. Cristo con su vida, siendo un hombre para los otros—como decía Dietrich Bonhoeffer—, nos revela el fondo personal de la realidad: en él tenemos la manifestación suprema de la apertura de lo humano hacia el fondo y la profundidad del ser.

4. Los capítulos siguientes tratan de cuestiones más prácticas. Uno se ocupa del tema de “la santidad mundana”, para insistir en la necesidad de santificar las realidades profanas. El otro de “la nueva moralidad”, es decir de la manera en que hay que presentar la moral al hombre de hoy, plenamente responsable de lo secular: hace falta, dice, no una moral de la ley, sino una moral de la caridad y de la situación.

5. La obra se cierra con un capítulo sobre las cosas viejas y las nuevas. Ya al principio del libro, Robinson había escrito que, en su búsqueda de una nueva forma de presentar el cristianismo, se había sentido impresionado por Paul Tillich, y su crítica de lo sobrenatural o milagroso; por Bonhoeffer, y su afirmación de que es necesario un cristianismo no religioso; y por Rudolf Bultmann, y su programa de la desmitización. En este último capítulo recoge esa afirmación de nuevo y muestra algunas de las implicaciones o consecuencias prácticas que de ahí se derivan.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Dar un juicio científico sobre Honest to God es imposible. Porque el libro se sitúa fuera del ámbito de la ciencia. Desde el punto de vista científico, no aporta cosas profundas o nuevas. Es en realidad una yuxtaposición de doctrinas y autores no sólo diversos, sino contrapuestos entre sí.

El éxito que en ciertos ambientes ha tenido Honest to God se explica, no por su valor científico, sino por otras razones. Se trata de un libro escrito con agilidad y viveza, que da una imagen del cristianismo que puede corresponder a algunas actitudes de fondo más o menos difusas en la sociedad actual. Es decir, ha sabido recoger y sintetizar una serie de actitudes que estaban en el ambiente, dándoles una coherencia no intelectual, pero sí vital, y exponiéndolas de manera tajante: es decir, describiendo una ideología que resulta fácilmente asimilable y comunicable

VALORACIÓN DOCTRINAL.

Como se ve por la exposición hecha antes, el centro del libro lo constituye la doctrina sobre Dios. Así lo han visto todos los que lo han comentado, y así lo hacía ver el propio Robinson, cuando, para lanzar su libro, publicaba pocos días antes (el 16 de marzo de 1963) un artículo en el semanario The Observer bajo el título Nuestra imagen de Dios debe cambiar. Para analizar el libro desde una perspectiva doctrinal, es éste el punto en el que es necesario detenerse más.

a) Se advierte enseguida que el lenguaje de Robinson es confuso. Una de sus intenciones fundamentales es poner de relieve los aspectos prácticos del cristianismo, y evitar que el nombre de Dios quede reducido a una afirmación teórica que no tiene consecuencias en la vida. Esa intención es loable, pero tal como resulta expuesta por él, desemboca en un confusionismo total sobre el tema de Dios.

b) Robinson no se pronuncia nunca directamente sobre la realidad y la trascendencia de Dios. El desprecio a la metafísica, que manifiesta repetidas veces, y muchas de sus expresiones formales parecen negar esa trascendencia y tender a la identificación de Dios con la autotrascendencia del espíritu. Robinson —como se ha dicho antes— se defiende de esa acusación, pero su defensa no pasa de ser meramente verbal y no clarifica el tema.

c) Por todo eso —sean cuales sean las auténticas ideas de su autor— Honest to God resulta una obra de tono agnóstico y conduce de hecho al agnosticismo.

d) Hay que tener en cuenta que la lectura de este libro produce la sensación de estar ante un autor “huidizo”; es decir, cuando alguna afirmación puede llevarle demasiado lejos, lo advierte y afirma que no es ésa su intención, pero sin embargo no corrige el punto de partida. Es obvio que todo eso aumenta la confusión, y deja al lector —si no está muy bien formado— totalmente indefenso, sobre todo si se tiene en cuenta la forma caricaturesca e injusta, con que, para dar relieve a sus ideas, es descrita la predicación tradicional cristiana.

Frente a la actitud que se deriva de las afirmaciones y del tono de la obra de Robinson, habría que recordar las definiciones del Concilio Vaticano I, la doctrina de la Encíclica Pascendi y la de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre la posibilidad de conocer a Dios, el valor intelectual de nuestro conocimiento y la dignificación del hombre precisamente en ese conocimiento de Dios.

Además de los errores referentes a Dios, se pueden señalar otras desviaciones:

a) la Cristología, como es lógico, resulta afectada por la ambigüedad y confusionismo con que es expuesta la doctrina sobre Dios;

b) la teoría moral, en buena parte, cae dentro de la ética de situación que fue condenada por el Santo Oficio en 1956 (DS 3918-3921): es decir, incide en un subjetivismo moral.

J.L.I.

 

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