ROA BASTOS, Augusto

Vigilia del Almirante

Ed. Alfaguara, Madrid 1992

Roa Bastos y el Quinto Centenario del Descubrimiento americano

Como el mismo autor relata en las páginas que, bajo la rúbrica de "reconocimientos", coloca al final de la novela:

descubridora, que a todos nos concierne, me animó a tomar parte en ella de la única manera en que puedo hacerlo: en mi condición y dentro de las limitaciones de escritor, de hombre común y corriente, de latinoamericano de "dos mundos". Retomé los viejos apuntes, me sumergí en la vigilia imaginada del Almirante hacía más de cuarenta años y traté de narrarla como mejor pude, desde mi punto de vista personal, en la "omnubilación en marcha que es la historia", como bien la calificó el escéptico Cioran" (pp. 377-378)[1].

Recojo el párrafo entero ya que, a mi parecer, contiene las claves que permiten al lector situarse frente al texto. Este surge como escritura coyuntural en el marco de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento Americano que, en su momento, generó toda una corriente revisionista en su mayor parte destinada a avivar las brasas de la nunca extinguida "leyenda negra". Como se verá más adelante Roa Bastos toma partido a través de su alter-ego, un narrador voluntariamente parcial respecto del tema en cuestión, que tiene muy claras las ideas: el descubrimiento no fue sino un "encubrimiento, puesto que a las tierras recién descubiertas, superpuso sin más las del Oriente asiático" (p. 68). De hecho, el narrador titulará la parte XLVI: "Descubrimiento=encubrimiento". Según esta tesis, Cristóbal Colón no fue sino el iniciador del "holocausto" (p. 194), un "cómplice de los que, en nombre de Dios, produjeron la mayor matanza humana que vieron los siglos" (p. 199). La cuestión es aún más trágica si se añade que esos bárbaros españoles causantes de un expolio que se incrementará con los siglos, no son sino parte de un mundo que podría definirse como ..."una cultura en tinieblas. El otro, hacia el cual va (Colón) está envuelto en el resplandor de la naturaleza primigenia, en el hervor de culturas nacientes; incluso de algunas más antiguas que las europeas" (p. 204). Por si no estuviera claro, la parte XLVII confirma con las actuaciones humanas la superioridad natural del indígena frente al taimado español que lo único que busca es el oro. Y como colofón, en la parte final asistimos al espectacular cambio de testamento que realiza en el lecho de muerte un Colón arrepentido ..."de una conquista que —dice— yo he comenzado y que va contra todas las leyes de Dios y de los hombres (...) Los grandes daños y el holocausto de más de cien millones de indios deben ser reparados material y espiritualmente" (p. 374)[2].

En consecuencia, la tesis queda expuesta en toda su crudeza; y no extrañará al lector encontrar a lo largo de la novela varias referencias al ajuste de cuentas propio del Quinto Centenario

injusticia —se entiende—) y, peor aún, aumentada, enriquecida por los intereses y avideces de otros imperios más nuevos, arrogantes y poderosos" (p. 371)[3].

¿Una novela posmoderna?

La referencia al "escéptico Cioran" de este apartado de "reconocimientos" marca el tono y sitúa cronológicamente el texto. Vigilia del Almirante es un texto abierto, una novela posmoderna escrita por un hombre desencantado. En efecto, las denuncias están ahí pero prima la burla, la suave distancia satírica, el descreimiento de todo y de todos. Es la visión de un hombre mayor, tal vez de vuelta de muchas cosas ... Texto novelesco que no es sino la transcripción en este género —si puede hablarse así a fines del siglo XX— de unas tesis ensayísticas demasiado obvias, demasiado fáciles, tópicas o manidas. El narrador pesa mucho y ello va en detrimento de la figura colombina[4]. Colón pasa a ser un protagonista sin garra, sin auténticas pasiones, muy lejos de la caracterización agónica que supo crear Alejo Carpentier en El arpa y la sombra (1979), novela pionera en este tema. Volveré más despacio sobre esto al hablar de la estructura de la obra, caracterización de personajes y contexto literario. Por el momento puede decirse que habría que considerar en ese sentido al menos parcialmente fracasado el propósito del autor expuesto en el prólogo:

"Quiere este texto recuperar la carnadura del hombre común, oscuramente genial (...). Este hombre enigmático, tozudo, desmemoriado para todo lo que no fuera su obsesión, nos dejó su ausencia, su olvido. La historia le robó su nombre. Necesitó quinientos años para nacer como mito" (p. 11)[5].

Pues bien: tras la lectura de El arpa y la sombra sabemos de la "obsesión" colombina: aplicándose la profecía de Séneca, considerarse nuevo Moisés, para llegar por el oeste hacia un nuevo mundo —que tal vez fuera el Oriente de Marco Polo, Catay, Cipango...—. En pos del oro irá poco a poco tejiendo su nuevo estatuto de Xto ferens, para justificar la conquista americana ante los reyes de España y la historia posterior. Y en esa obsesión, el detonante será el relato del piloto, protonauta, pseudo-protodescubridor

de éste. En Vigilia..., la referencia al piloto aparece una y otra vez[6] como telón de fondo sobre el que, contrastadamente, Colón va tejiendo su aventura. Es uno de los múltiples puntos de contacto —seguramente voluntarios; por otra parte irremediables ya que suelen incidir en los datos históricos— entre ambas novelas. Pero en la de Roa, la figura del narrador Colón —quien monologa en primera persona— no es tan creíble, no impacta al lector —como sucede en el texto carpenteriano—.

El estatuto narrativo

Hay una tercera cuestión que me parece muy importante antes de pasar al análisis más pormenorizado del texto. Me refiero a su estatuto narrativo, derivado de los binomios historia/ficción; historia/mito que, en último término, se barajan a la luz del continuo replanteamiento de un último binomio oralidad/escritura con que el narrador entreteje el texto. El conocedor de Roa Bastos está acostumbrado a estos temas ya que sus dos grandes novelas —Hijo de hombre (1960) y Yo el Supremo (1974)— inciden una y otra vez en la idea de que la historia alimenta la ficción; exactamente igual que la oralidad está en el origen de ambas sustentándolas poderosamente[7]. El paraguayo, que ha escrito y disertado múltiples veces sobre estos temas, vuelve ahora a plantearlo desde el prólogo de Vigilia...:

"Este es un relato de ficción impura, o mixta, oscilante entre la realidad de la fábula y la fábula de la historia (...) Tanto las coincidencias como las discordancias, los anacronismos, inexactitudes y transgresiones con relación a los textos canónicos, son deliberados pero no arbitrarios ni caprichosos. Para la ficción no hay textos establecidos" (p. 11).

Declaración de principios que no es sino un "curarse en salud" ante la tinta vertida por los historiadores en torno al tema colombino —el hombre y el mito—. Pero que además parte de una premisa obvia en la estética del siglo XX: la total libertad de la ficción para establecer los textos; su estatuto parejo a la "historia verdadera". Si nos atenemos a escritores como Huidobro, Borges u Octavio Paz, es la palabra la que crea la realidad y no al revés. Aquí el narrador con el que se viene identificando Roa Bastos, da un paso más aludiendo implícitamente a la superioridad de las historias fingidas sobre las historias documentadas (pp. 78-79). Estas últimas buscan instaurar el orden, el logos tranquilizador... apoyándose en pruebas documentales y verificación de fuentes. Las primeras, por el contrario, ..."abren la imaginación al espectro incalculable del azar tanto en el pasado como en el futuro; abren la realidad al tejido de sus oscuras leyes" (p. 79). Sus inventores hablan, en último término, de sí mismos a través de los símbolos adecuados y no del lenguaje descriptivo. A veces —puede muy bien ser el caso del paraguayo, lo que abriría una nueva línea interpretativa de su novela— el narrador ..."finge escribir una historia para contar otra, oculta crepuscularmente en ella, como las escrituras superpuestas de los palimpsestos" (p. 79). De alguna forma Roa Bastos ya lo había anticipado en su prólogo: "un autor de historias fingidas escribe el libro que quiere leer y que no encuentra en ninguna parte (...). Es su sólo derecho. Su relativa justificación" (p. 12). Y eso es lo que el autor pretendió hacer con el tema colombino.

De lo que no cabe duda al lector es que la ficción —histórica o no— siempre es embaucadora para Roa. Un pequeño ejemplo lo pone de manifiesto. En un determinado momento del relato (parte IX), el narrador omnisciente se refiere al "sueño de la inundación de arena" —del Libro de las Memorias colombino— (pp. 77-78). Inmediatamente después cuenta cómo la relación del sueño fue suprimida, tal vez por Las Casas o su hijo y biógrafo Hernando Colón; sin saber que el Almirante la había contado previamente a Pedro Mártir de Anglería. A través de las Primeras Décadas del Orbe Nuevo de este último se convirtió en leyenda de dominio público. "Lo que confirma —concluye el narrador, alter-ego de Roa— el natural y simple hecho de que la tradición oral es la única fuente de comunicación que no se puede saquear, robar ni borrar" (p. 78).

El asunto obsesiona al paraguayo y vuelve a él de forma circular: en la parte XIX es el propio Almirante quien describe pormenorizadamente el sueño de la arena que crece incontenible hasta amenazar con enterrarle asfixiándole. Como antes, el relato da paso a la actitud reflexiva en este caso del Almirante, con quien se identifica Roa. Del sueño no quedan al final sino palabras, lo consignado en el Libro de las profecías o en las Memorias... Y para ellas, ficción y realidad se confunden:

"Cuando recuerdo un hecho pasado, mientras escribo estas Memorias, sólo existe lo que escribo" (p. 151).

"El habla y la escritura son siempre, inevitablemente, tomadas en préstamo de la palabra oral, a un hablante en trance de convertir su pensamiento en sonidos articulados. No nos podemos comunicar sino sobre este suelo arcaico. Tal es la naturaleza del robo originario que se perpetúa sin fin y hace de todo aquel que se quiere creador un mero repetidor inaugurante"... (p. 153).

En resumen: primacía de la oralidad, necesidad de vivificar en cada lectura lo escrito, que es lo que siempre hace el buen lector, reescribir y reinterpretar en cada lectura la historia más o menos oficial y muerta que llega hasta él en los viejos papeles. Pienso que la tesis del paraguayo queda muy clara en este monólogo colombino que transcribo a continuación:

"Y sólo así el que me lea sabrá lo que quise decir y no he podido decirlo antes de que él me leyera, siempre que él también reescriba el texto mientras lo lee y lo vivifique con el aliento de su propio espíritu, a cada página, a cada línea, a cada letra. Y sobre todo, esto es lo esencial, que vea y oiga lo que no está dicho ni escrito que llena el libro y lo sobrepasa. Un lector nato siempre lee dos libros a la vez: el escrito que tiene en sus manos, y que es mentiroso, y el que él escribe interiormente con su propia verdad" (p. 152).

Tesis en absoluto innovadora y cuyos presupuestos han sido apuntalados una y otra vez a lo largo de este siglo, en especial por la estética de la recepción. Tesis tal vez forzada —narrativamente hablando— en boca de un Colón moribundo, pero que zanja las posibles objeciones de cualquier futuro lector: no existe una verdadera historia de Colón; tampoco tiene sentido plantearse las divergencias entre un Colón literario y un Colón narrativo, o hasta dónde llega su mito hoy. Que cada lector lo reinvente al hilo de la lectura personal de textos como éste[8].

Estructura y punto de vista del narrador

En último término, tesis inscrita en la concepción posmoderna de esta novela que surge como obra abierta, sí, pero como un palimpsesto que permite el asalto al tema desde un doble flanco: el hombre Colón (fines del XV) y el mito colombino tras cinco años de historia y leyenda, en el filo de la celebración del Quinto Centenario. Y a ambos se accede desde ópticas convergentes: la personal (cómo se ve Colón a sí mismo) y la profesional (cómo lo enjuician los cronistas coetáneos —partes VIII, IX, XLVIII— o ciertas biografías apócrifas posteriores —partes XXI y XXII—)... Así se justifica una estructura mucho más innovadora que la de novelas anteriores —algo sobre lo que volveré más adelante—. Y así se muestra el mito en su gestación dependiente, no sólo de la historia más o menos tergiversada por la posteridad sino, sobre todo, de la capacidad de la ficción para sustentarlo. Para ejemplificar todo eso, Roa en su Vigilia del Almirante desdobla cronológicamente a éste como narrador: Colón vivirá su gesta como simple personaje de fines del siglo XV y la intentará transmitir al lector a través de su monólogo. Es lo que ocurre en las partes I-VIII; XIV-XX; XXVII-XXXIII y XXXVII-XLIV (con excepción de XXXIX). Pero en determinados momentos —concretamente en las partes VII, XI, XIII, XXVII, XLII, LII y LIII— se convertirá en un narrador cuya visión profética va más allá: conoce a sus exégetas Las Casas y Hernando Colón; incluso se asombra de sus interpretaciones. Sabe que está viviendo una aventura histórica excepcional y es consciente de estar gestando un mito. Un mito que valorará a través de una mirada que se proyecta desde fines del siglo XX hacia atrás, para esclarecer, disentir o simplemente admirarse de lo distantes que son los parámetros "historia oficial/mito".

Narrativamente hablando, el personaje Colón lo plantea como una posibilidad profética ligada a sus cálculos pitagóricos aprendidos a través de la cábala judía. En la parte XVIII que lleva ese título —Cábala— el narrador Colón, anclado en su travesía oceánica, confía a los papeles su sabiduría que le permite vaticinar el descubrimiento de América para el 13 de Octubre. No obstante, el mismo tono posmoderno de la escritura, deconstruye intertextualmente lo narrado al añadir una parodia del conocido poema de Vallejo "me moriré en París con aguacero/ un día del cual tengo ya el recuerdo/ (...) son testigos/ los días jueves y los huesos húmeros"...[9] Aquí el protagonista Colón escribe lo siguiente:

un día del cual tengo ya el recuerdo. Testigos son los días jueves y los huesos húmeros" (p. 144).

Prueba evidentísima de que el narrador del siglo XV avizora, en ocasiones, la historia desde los estertores del XX, identificándose con los seres sufrientes e incomprendidos como Vallejo, ¡cuya literatura conoce! ¿Anacronismo? ¿Parodia? Más bien acronía, intemporalidad, abolición de un tiempo engañoso, ficción humana a la que acabará superponiéndose el mito que, como se sabe, es circular y eterno. Y es que —como dirá el narrador omnisciente más adelante— ..."este hombre elegido por la casualidad está tratando de formar su leyenda" (p. 182). Y en esa leyenda habrá mucho de manipulación, de invención. El personaje lo sabe. "Soy un predestinado, un elegido de Dios. Lo ha dicho sin ambages otro elegido de Dios: Bartolomé de Las Casas" (P. 108). Hay cierta mofa en el personaje que "ajusta" su personalidad a lo que dirá la historia posterior; pero estableciendo una distancia infinita respecto a la "supuesta" validez de esos textos. Por eso en otro lugar de la novela, mientras escribe incansablemente durante la travesía del descubrimiento, monologa así:

"El dominico Las Casas y mi hijo Hernando reescribirán a su modo todos estos papeles borroneados de sudor y de mar. Pondrán en ellos cosas que no han sucedido o que han sucedido de otra manera, muchas cosas que no conozco y las más dellas solo para indisponerme con mis amigos portugueses, malquistarme con los soberanos" (p. 211).

"Luego acudirán cronistas, nautas sapientes de los archivos, cosmógrafos, doctores de la Santa Iglesia, novelistas de segundo orden, a deshacer con sus trujamanerías lo por mí no hecho; a inventarme fechos y fechos por los que nunca he pasado. Un documento prueba lo bueno y lo malo, y todo lo contrario. Con el mismo documento se pueden fabricar historias diferentes y hasta opuestas"... (p. 212).

Los textos son muy claros, explícitos e incluso abundantes, hasta el punto de conformar todo un apartado de teoría literaria que en absoluto queda al margen del relato, sino que sustenta éste. No podría concebirse Vigilia del Almirante si se prescindiera de una teoría que apuntala y justifica ese tipo de narrador ubicuo que es Cristóbal Colón, con capacidad de desdoblarse cronológicamente desde el siglo XV al XX. Otra cosa es que resulte creíble, convincente desde el punto de vista narrativo el que, por ejemplo en el instante de su muerte, pida disculpas por la locura de esta historia que es su vida, y se ponga a disertar así:

"Esta buena gente se ha quemado los ojos, despepitado el ánima, dejado la vida en la penosa y larga tarea de cinco cientos años para averiguar quién era yo. Cosa que me muero sin saberlo ¡loado sea Dios!, y que nadie sabrá jamás. Cada individuo es infinito y misterioso como el universo mismo (...). Por lo cual ninguna historia tiene principio ni fin y todas tienen tantos significados como lectores haya" (p. 370).

Argumento, estructura, cronotopo y personajes

Es tiempo ya, aunque algo se ha venido adelantando, de sintetizar el argumento de la novela, aludir a su estructura, fijar el cronotopo y decir algo sobre la caracterización de los personajes. El argumento es simple pero determina la estructura textual: como sucedía en El arpa y la sombra, Colón en su lecho de muerte en Valladolid reconstruye lo que ha sido su vida determinada por la aventura americana. Pero —y aquí está la novedad— no lo hace de forma lineal, sino que contempla en su memoria ese viaje emblemático del descubrimiento, resumen de todo su peregrinar:

"Con la cabeza sobre mi almohada de agonizante, en la desconchada habitación de mi eremitorio en Valladolid, contemplo con ojos de ahogado este viaje al infinito que resume todos mis viajes, mi destino de noches y días en peregrinación" (p. 20).

El argumento en absoluto es novedoso. Lo novedoso es la estructura en la que se engasta y los presupuestos que la sustentan. Porque, al contrario que Carpentier cuyo texto es una gran analepsis, un gran salto hacia el pasado, en el sentido de que desde el umbral de la muerte se va reconstruyendo la trayectoria vital colombina; Roa Bastos resume en cincuenta y tres "partes" —así denomina a los capítulos— la eterna vigilia del Almirante, desdoblándola en dos líneas narrativas: 1.— El final de la travesía que le lleva a América en su viaje descubridor... El lector conoce esa espera angustiosa de los tres últimos días de navegación con que se abre la novela a través del monólogo —escritura— del Almirante. Constituye el relato primero sobre el que se proyecta la analepsis, es decir, un salto hacia atrás en el que los dos narradores —Colón y otro anónimo, omnisciente— van reconstruyendo alternadamente la prehistoria vital colombina, sus motivaciones, sus pasos hasta llegar a ..."el sitio donde están varadas las naves del Descubrimiento sobre el mar óseo y putrefacto de algas" (p. 350). La gran analepsis se cierra en la parte XXXVII en que la tormenta desatranca las naves encalladas en el mar de Sargazos e impulsa la línea narrativa hacia adelante. En efecto, desde la parte XL, en que se produce el descubrimiento y toma de posesión del Nuevo Mundo, hasta la LI aproximadamente, el texto adopta un pseudocastellano medieval en el que se remedan el Diario, los Memoriales y las Cartas colombinas a los reyes católicos relatando la efemérides, el triunfal regreso a España; así como el posterior desengaño a la hora de conseguir reconocimientos.

2.— No obstante, a partir de la página 20 se pone de manifiesto que esa gran línea narrativa, a su vez, no es sino otra más amplia analepsis: la auténtica "vigilia" del Almirante, la definitiva es aquella que constituye la segunda línea narrativa, aquella en la que agonizante en Valladolid espera la muerte, mientras contempla en su memoria ese viaje emblemático (cfr. p. 350), resumen de todo su peregrinar. La travesía del Almirante, ese aparente relato primero, se convierte así en una gran analepsis temporal, simple recuerdo desde el lecho de muerte —al que, al margen de un par de breves referencias, se dedican sólo los dos últimos capítulos—.

Cuantitativamente minoritaria, esta referencia, no sólo sirve para enmarcar estructuralmente el relato, sino que va más allá. Está destinada a postular una acronía, una intemporalidad para el texto... Porque si bien es verdad que el narrador "parece" recordar desde su lecho de muerte el pasado, lo cierto es que lo contempla; más aún lo "recrea" de forma paralela a través de la escritura... Habla el narrador Colón:

"Con apenas trece años y diecisiete días de diferencia entre la eternidad y lo transitorio que huye, escribo a la vez en mi camareta de la nao y en mi cuartucho de Valladolid" (p. 117)[10].

En definitiva, es la palabra la que engendra el texto y eso es lo que importa. El narrador Colón que monologa recordando incesantemente no es sino una especie de fantasma para el que nunca existió la cárcel temporal. Recorre el texto arriba y abajo; por lo que puede decir al comenzar la parte XXXIV:

"Treinta y tres días —uno por cada año de la edad de Cristo piensa el Almirante— han pasado desde que las naves soltaron amarras en el puerto de Palos (...) o meses, o años, o siglos. Cinco siglos, para ser exactos. Y los que continuarán mientras dure la historia"... (p. 259).

Relato histórico y ahistórico, ubicado y desubicado a la vez, tejido sobre una historia muy conocida de la que se aprovechan muchos datos: las informaciones del piloto como telón de fondo del viaje; la figura de Santángel como primer mediador y persona que aporta el dinero para la expedición (cfr. p. 53); la profecía de Séneca y la consiguiente autoidentificación colombina con el elegido de los dioses (cfr. pp. 183, 256, 327); la animosidad que genera el Almirante a lo largo de la travesía contra Juan de la Cosa (cfr. p. 17), los hermanos Pinzón y los vizcaínos (cfr. p. 60); la manipulación de las distancias recorridas en el viaje hacia América por parte de un Colón que debe luchar contra la hostilidad de sus hombres (cfr. 131, 261, 265); la oferta del jubón de seda para el vigía (cfr. p. 56); la usurpación de los maravedís previstos como recompensa del descubrimiento para su amante Beatriz (cfr. 227)... y tantos otros pequeños detalles en los que coincide con Carpentier porque ambos se inspiran en sus biógrafos desde Hernando Colón hasta el imaginativo Juan Manzano[11]; sin olvidar las cartas colombinas y algunas crónicas que Carpentier parece conocer más de primera mano.

En general, las referencias históricas utilizadas en Vigilia del Almirante están más ajustadas a la historia oficial que aquellas con las que juega el cubano[12]. Por ejemplo, el papel que desempeñan los franciscanos y el confesor real (cfr. p. 31); o los "tira y afloja" de las capitulaciones llevadas a cabo a través de segundos, de forma que los reyes son casi siempre figuras lejanas (cfr. p. 39) —por contraposición a la historia amorosa que se teje entre Colón y la soberana a lo largo de El arpa y la sombra—. Las motivaciones de la gesta —lo que el narrador denomina "la santísima trinidad del descubrimiento": oro, posesión de tierras, expansión de la religión cristiana (cfr. p. 94), frente a la quimera del oro que se va tiñendo con el Xto ferens, es decir, sentirse portador de la fe para justificarse ante los demás en el caso de Carpentier... Habría que añadir que, frente a esa reivindicación colombina como elegido de Dios (cfr. p. 207) común al pensamiento del Almirante en ambas novelas, el narrador omnisciente de Vigilia... lo considera simplemente un instrumento ciego del azar; desautorizándole una y otra vez y completando esa actuación con una muy dura crítica de la conquista americana[13]. En las partes XXX y XXXII, sobre todo, se ridiculiza la religión a través de fray Buril, el fraile que va en la nave colombina y del que se resaltan siempre los límites. Mucho más grave es la acusación directa contra el confesor real de no haber guardado el "sigilo sacramental" (p. 107). La novela nunca se instala en una perspectiva religiosa, sino que por el contrario se tiende a denigrar lo trascendente. Sintagmas como "esclavitud teológica" por ejemplo (p. 178) recorren la novela, tiñéndola de amargura y sarcasmo; en definitiva, contaminándola con la ideología del autor.

Divergencias entre el personaje Colón y el narrador omnisciente

Este último dato abre un interesante tema de análisis que es el de las divergencias entre el personaje Colón y el narrador omnisciente, a la hora de caracterizar al Almirante y juzgar su gesta. Colón se sabe ególatra, ambicioso, luchador, aficionado a las mujeres —aunque proteste una y otra vez de su probada castidad en el Nuevo Mundo... La historia de su primer amor adolescente por Simonetta es revivida por él en la parte XV; y recreada posteriormente por una biografía apócrifa en el XXI —por cierto que este narrador apócrifo no difiere en nada del narrador omnisciente trasunto del propio Roa, que deambula con total libertad en el texto enjuiciando una y otra vez al genovés—. En contraposición al inocente relato rememorado por Colón ..."aquella porción de amor, aquella primera mujer que con su juventud y su inocencia me reveló el paraíso del amor único" (p. 130), en la parte XXI y en clave de parodia quijotesca —"en un lugar de Liguria de cuyo nombre no quiere acordarse"... (p. 161), su biógrafo teje la misma historia con los hilos de la más sutil pero también la más despiadada de las ironías. La distancia irónica acaba con la presunción de inocencia de quien no es sino un vil seductor que utiliza las artes de las "mil y una noches" para engatusar a la inocente Simonetta y hacerle un hijo. El retrato físico del futuro Almirante —simple cardador todavía— ya preconiza su carácter calculador:

"...este hombre de complexión recia, crecida estatura, seco de carnes, cara alargada y enjuta, frente espaciosa con una hinchada vena en la sien derecha. El ojo izquierdo empequeñecido por una cicatriz corrugada entre la frente y el pómulo torna inquietante y perturbadora su mirada"... (p. 161).

Por si el tipo no quedara claro, el retrato físico se completa con el moral:

"Consumado maestro en el arte de disimular (...) quiere saberlo todo, pero en definitiva no sabe sino lo que le interesa y todo muy mezclado y confundido" (pp. 162-163).

En realidad, como sucedía en las frenologías y fisiologías del determinista siglo XIX, a su biógrafo le interesa subrayar el hecho de que desde la adolescencia ya en el físico apuntan los caracteres que conformarán la actuación moral. Así es ..."la cara caprina del muchacho, afeada por una nariz algo protuberante y más que aguileña, la que seguramente reflejaba tempranamente su instinto rapaz" (p. 164).

En cambio Colón se juzga visionariamente como un "predestinado", "elegido por Dios", "nuevo Moisés" (pp. 108-111) ante el que arderá la zarza para señalarle como salvador por parte de una "Divina Providencia que me ha ordenado —piensa él— sacar de su esclavitud a esos pueblos sumidos en las tinieblas de la idolatría y la negación de Dios Nuestro Señor"... (p. 110). "Por eso mi voluntad es irreductible, infatigable, inmisericorde, casi sobrehumana"... (p. 111). La misma que le lleva a enfrentarse —en la parte XXXV— a toda su tripulación amotinada:

"Inmóvil y desafiante, la actitud del Almirante no admite réplica. Los domina la mirada que fulminan los ojos color ceniza, bajo párpados inflamados al rojo vivo" (p. 267).

Su orgullo de profeta que conversa con su Dios de tú a tú; sus mentiras destinadas a proteger su secreto; su megalomanía y debilidad son puestas de manifiesto por un narrador que lo diseca sin cariño alguno.

Pero es sobre todo en las partes XXIII-XXVI donde concentra de forma sistemática esa inquina que transparenta el pensamiento (la actitud) de Roa Bastos hacia "este hombre, elegido por la casualidad" (p. 182), "puente entre dos edades" (p. 183) para gestar una "hazaña inverosímil" (... ) "de la que él mismo no tiene la menor idea" (... y que) "es la palanca que levantará el mundo de la Edad Moderna" (p. 183). Descubridor de un mundo que inmediatamente encubre con su excesiva ambición; menospreciador de las gentes americanas (cfr. p. 185) aún así, ambiciona consolidar su poder absoluto a corto plazo (cfr. p. 190) y pasar a la posteridad a través de la escritura. Prácticamente desconocido y abandonado a la hora de morir, resurgirá casi al final del segundo milenio; y lo hará ..."como otro: la imagen de un hombre oscuro, sin rostro, sin nombre, sin edad, sin memoria; la leyenda de un hombre que quiso ser importante y que en realidad no importó a nadie" (p. 196).

En resumen: la carnadura del hombre mortal de ese desconocido ha tentado a Roa Bastos, escritor del siglo XX; le ha interesado hasta el punto de obligarle, no a descifrarla, sino a tomar partido en una polémica que, tal vez, nunca se cierre del todo.

Valoración doctrinal

La actitud decididamente crítica hacia la conquista y colonización americana que se considera un holocausto, un simple exterminio de seres inocentes y "más civilizados" que los europeos... La total ausencia de ideales que rezuma el texto... La acusación sacrílega de faltar al sigilo sacramental por parte de los confesores reales; la ridiculización de lo religioso en la figura de fray Buril... El sentimiento de que sólo la ambición (el oro), la fama y la violencia mueven la historia... lastran un relato que adolece de "adoctrinamiento" en el sentido tradicional; la leyenda negra continúa hoy. No existe nada semejante a una revisión desapasionada de la historia. Roa reivindica su derecho a decir "su" verdad y la dice... El desencanto posmoderno, vertido a través de una leve ironía, recorre el texto. Existen algunos detalles eróticos de cierto mal gusto.

 

                                                                                                                 M.C. (1996)

 

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[1] La obra aparece después de diecisiete años de silencio novelístico de Roa Bastos. También en el apartado de "reconocimientos", el autor recuerda que dejó estos papeles a unos amigos antes de salir para el destierro en 1947. ¿Verdad o subterfugio narrativo, para que no se le acuse de "oportunismo"? El lector puede elegir, pero el resultado es el mismo. Habrá que analizar la calidad textual, que es lo único importante.

[2] Ya en uno de los múltiples monólogos de la novela aparece esta intuición colombina: "e me pregunto tambien con algún repeluzno, si no seremos nosotros, "los hombres llegados del cielo", los canivales que venimos a despellejar e devorar a los gentiles" (p. 313).

[3] Cfr. al respecto las partes IX, XXIII, XXIV-XXVII y LII-LIII.

[4] En ese sentido, no se cumple lo que Roa asegura en el prólogo: "es por tanto una obra heterodoxa, ahistórica, acaso antihistórica, antimaniquea, lejos de la parodia o el pastiche, del anatema y la hagiografía"... (el subrayado es mío).

[5] El subrayado es mío.

[6] Cfr. pp. 20, 39, 47, 104, 154, 159, 209, 230, 242-244, 250, 256, 293...

[7] Cfr. al respecto CABALLERO, María, "Hijo de hombre", de la tradición oral al mito (en Augusto Roa Bastos. Antología narrativa y poética. Documentación y estudios. Suplementos Anthropos 25. Presentación y selección de textos de Paco Tovar. Barcelona, Abril 1991, pp. 183-188).

[8] Todavía en la parte XXXIV se lee lo siguiente: "En largo duelo anticipado ha venido tejiendo el Almirante la ficción embaucadora del Diario de a bordo. No es otra la función de la palabra escrita" (p. 260).

[9] VALLEJO, César, Piedra negra sobre una piedra blanca (en Obra poética completa. Madrid, Alianza Tres, 1982, p. 233). El mismo sentido lúdico o irónico tiene la referencia repetida en un par de ocasiones, al "Manual del perfecto inquisidor escrito por Pedro Páramo" —el conocido protagonista de la obra de Rulfo—. Cfr. parte X.

[10] El subrayado es mío.

[11] Cfr. MANZANO y MANZANO, Juan, Colón y su secreto. El predescubrimiento. Madrid, ICI, 1989; y Cristóbal Colón, 7 años decisivos (1485-1492). Madrid, ICI, 1989.

[12] Para comprobarlo basta partir de los textos colombinos. Cfr. Cristóbal Colón. Textos y documentos completos. Pról. y notas de Consuelo VARELA. Madrid, Alianza Universidad, 1989. Entre los estudios puede también consultarse: GIL, Juan, Colón y su tiempo. Madrid, Alianza Universidad, 1989; COMELLAS, José Luis, El cielo de Colón. Técnicas navales y astronómicas en el viaje del Descubrimiento. Madrid, Tabapress, 1991; y VARELA, Consuelo, Cristóbal Colón. Retrato de un hombre. Madrid, Alianza, 1992.

[13] Como ya se vio al comienzo del trabajo. Cfr. al respecto las pp. 194-199 porque sintetizan muy bien la postura del narrador, alter-ego de Roa Bastos.