REGAN,
George M.
New
Trends in Moral Theology (A Survey of Fundamental Moral Themes)
Newman
Press, New York 1971, 213 pp.
CONTENIDO DE LA OBRA
Con objeto de hacer una síntesis de los
temas más tratados por los moralistas contemporáneos, esta obra cubre, en diez
capítulos, las siguientes materias:
1. Naturaleza de la Teología Moral.
2. Panorama histórico de la Teología
Moral.
3. Renovación de esta disciplina.
4. Jesucristo como fuente y norma de la
moral cristiana.
5 La llamada de Dios y la respuesta del
hombre.
6. Libertad y caridad.
7. Virtudes, normas, y el mandamiento de
la caridad: análisis de la moral de situación.
8. La ley natural y la moral cristiana.
9. La conciencia cristiana.
10. Libertad y responsabilidad moral.
VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA
Afirma el autor en el prefacio que
intenta sintetizar y resumir en pocas páginas la abundante literatura sobre
estos temas, dispersa en trabajos monográficos y en revistas especializadas.
Por tratarse de una síntesis y resumen de las teorías de otros autores, procura
destacar la bibliografía, hacia la que remite frecuentemente al lector. Estas
indicaciones bibliográficas revelan una acusada parcialidad en favor de algunos
autores más o menos de moda.
A pesar de que el libro va dirigido a
estudiantes de Teología en los seminarios, y a otras personas que se preparan
para labores de catequesis, su lenguaje es poco didáctico, a veces complicado,
y con frecuencia impreciso. No faltan tampoco una serie de lugares comunes,
tópicos propios de la nueva jerga teológico-clerical que algunos autores han
adoptado en los últimos años; aunque el autor trata de mantener un lenguaje
moderado, sin una crítica demagógica de la doctrina tradicional.
Por estas razones, y principalmente por
las mismas limitaciones que el autor se ha impuesto, el valor científico del
libro es muy escaso. Sin embargo, su análisis puede ser útil, pues muestra las
desviaciones doctrinales de algunas corrientes contemporáneas de la Teología
Moral.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Regan resume las teorías de algunos
autores contemporáneos, pretendiendo compaginarlas con la doctrina tradicional.
Su intento resulta fallido, y la obra adolece de los defectos doctrinales de
las teorías que presenta.
1 Sobre las fuentes de 1a Teología
Moral
a) Se acude con frecuencia a la Sagrada
Escritura para asentar con mayor profundidad las bases escriturísticas de
algunos conceptos fundamentales. Este es el aspecto más positivo del libro
(cfr. capítulos 4 y 5), pero el método empleado adolece del grave inconveniente
de ignorar el concepto de inspiración, básico para el estudio de la Sagrada
Escritura.
Como consecuencia de este defecto
fundamental, la Sagrada Escritura queda reducida a un documento de valor
puramente humano, sujeto a interpretación crítica. En este sentido, las
expresiones equívocas son muy frecuentes: “los autores del Nuevo Testamento se
encuentran en una situación histórica que ejerce gran influencia en el
contenido y en la finalidad de sus escritos” (p. 195; “las reflexiones de San
Pablo y de la primitiva comunidad cristiana constituyen el comienzo de la
Teología Moral” (p. 219; “con fines didácticos, el pueblo judío presenta a Dios
como manifestándose al hombre (en las personas de Adán y Eva) desde el
principio de la creación” (p. 209).
b) La Tradición, mencionada solamente en
una ocasión, no se presenta como cauce de la Revelación, sino como reflexión
teológica (cfr. p. 159).
c) El valor del Magisterio de la Iglesia
queda también diluido. El lector saca la conclusión de que la eficacia del
Magisterio está condicionada por la aceptación general de los fieles (pp.
11-14). Se niega, además, de modo explícito la doctrina reiterada por el
Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, n. 25) acerca del asentimiento que
se debe prestar al Magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no
hable ex cathedra. Ante estas enseñanzas, Regan defiende una actitud no
de “obediencia, asentimiento, sumisión o aceptación; sino más bien una actitud
de docilidad, apertura, reverencia, respeto y cuidadosa reflexión que, por lo
general, aunque no siempre, llevará al asentimiento” (pp. 140).
Finalmente propone que, entre las
fuentes de una Teología Moral renovada, se incluya a autores no católicos.
Conclusión lógica para quien, descartando o debilitando la función del
Magisterio, ha convertido la Teología Moral en una especie de ética natural.
2: Sobre la Ley eterna
En el estudio de los planes divinos de
salvación, sobre bases escriturísticas, quiere prescindir del concepto de ley,
para sustituirlo por el de la Alianza entre Dios y su pueblo, iniciada con el
pueblo judío y completada en Cristo por la Nueva Alianza. Se presenta así el
orden moral como una invitación, a la que se añadiría el aliciente de la
fidelidad a la alianza que el cristiano ha concluido con Dios. De esta manera -
sostiene Regan - se nos presentan los planes divinos depurados de tonos
legalistas.
Es cierto que el cumplimiento del orden
moral no se ofrece al hombre con necesidad física, sino como obligación moral.
Conviene también afirmar el contenido profundo de la ley divina, en cuyo
cumplimiento encuentra el hombre la realización y plenitud de su propio ser, de
modo que la ley divina no consiste en la exigencia de una conducta superficial
desligada de las necesidades más profundas del ser humano. Pero todo esto no
permite prescindir del concepto de ley, sustituyéndolo por otros términos más
suaves (norma, criterio, ejemplo, invitación, etc.), a riesgo de reducir el
carácter universal y obligatorio del orden moral. Los planes divinos no
constituyen sólo una invitación, sino también una obligación. Cristo no es sólo
modelo, ejemplo, inspiración, sino también legislador (cfr. Dz 831). Por otra
parte, la Alianza de Dios con el hombre no es una especie de “acuerdo entre caballeros”,
sino una fuente de ley v un fundamento de obligatoriedad, como puede deducirse
de la más elemental exégesis el concepto bíblico de Alianza.
En el deseo de suprimir la ley del
vocabulario de la Teología Moral, se aprecia una razón más profunda: debilitar
los criterios objetivos de moralidad, y permitir el uso de criterios subjetivos
en la resolución de cada situación concreta. Tal actitud lleva al autor a
encontrar cierta oposición entre la palabra de Dios, que invita, y “la ley y
las obras de la ley” (pp. 40-41). Y en consecuencia a disminuir
considerablemente la obligatoriedad de la ley de la Iglesia. La obediencia a la
ley de la Iglesia - dice - es sólo un modo de prepararse para esa decisión de
conciencia, de la que el individuo es totalmente responsable (p. 77). Esta
ambigua afirmación es falsa, pues no distingue la ley de la Iglesia, de origen
divino - con respecto a la cual no se puede hablar de autonomía de la
conciencia - , de la ley humana eclesiástica, que sólo dejaría de obligar en
conciencia si llegara a contradecir la ley eterna.
3. Sobre la Ley natural
A partir del principio de que no todas
las conclusiones de la Ley natural son de por sí evidentes, reduce la
obligatoriedad de esta ley a la de aquellos principios que - según su opinión -
parecen más básicos. Llega así a la conclusión de que, ante una situación que
encierre cierta complejidad, en la que los principios de la Ley natural no sean
evidentes, es permisible llegar a una decisión moral apelando al sentimiento
moral o a cierta vaga intuición subjetiva.
Parece que quiere compaginar de este
modo las exigencias de un orden moral objetivo, con las soluciones propugnadas
por el subjetivismo moral, lo cual es imposible. La Teología Moral siempre ha
reconocido que la ignorancia invencible excusa de culpabilidad, pero a la vez
recuerda la obligación de formarse una conciencia verdadera, cosa imposible
para quien, abdicando del uso de la razón, se dejara llevar por un vago
sentimiento no fundamentado en criterios objetivos. Además, en el caso de los
católicos, corresponde a la Iglesia interpretar auténticamente la ley natural
(cfr. Paulo VI, Humane Vitae, n. 4), facilitando al creyente el
conocimiento cierto de los principios y consecuencias de esa ley.
4. Sobre la moral de situación
Regan se inclina por una versión
ecléctica del situacionismo. Defiende la existencia de ciertas normas de
moralidad, con carácter universal, que no admiten excepción en ningún caso;
pero por otra parte acepta la posibilidad de que haya algunas situaciones para
las que no exista norma, o en las que las normas morales se contradigan. En
esos casos - dice - se debe acudir a la “ley de la caridad”, ya que las normas
generales - si las hubiera en tal situación - serían sólo indicaciones, máximas
morales que reflejan una acumulación de experiencia, pero que no obligan en esa
situación concreta.
Aunque esta versión ecléctica del
situacionismo parezca querer salvar las bases de la moralidad objetiva, en
realidad viene a proponer que se acuda al dictado de una vaga intuición o
sentido moral en aquellas situaciones en las que surja cierta complejidad
Planteamiento para el que es plenamente válida la reprobación del situacionismo
hecha por Pío XII (cfr. Allocutio, 23-TII-1952; Instrucción del Santo
Oficio, 2-II-1956: Dz .3918 y 3920).
La moral católica admite la posibilidad
de que el sujeto ignore la existencia de la ley moral o se encuentre incierto
ante una aparente contradicción entre las normas morales. Esta ignorancia puede
ser incluso invencible - y en ese caso excusa de culpabilidad moral - , pero lo
que Regan propone - junto con los defensores del situacionismo - es el abandono
de los criterios objetivos en toda decisión moral que implique cierta
complejidad. En consecuencia, se abandona también el principio según el cual no
es lícito actuar con una conciencia venciblemente errónea, ya que ése sería
frecuentemente el estado de conciencia del que no acudiera a los criterios
objetivos para hallar la solución moral de una situación compleja.
5. Sobre la conciencia
Al tratar de la conciencia distingue
entre un juicio objetivo y uno subjetivo. El primero versa sobre la moralidad
objetiva del acto, y el segundo sobre el efecto subjetivo - de disminución o de
plenitud - que ese acto produce en el sujeto.
No parece lógico, sin embargo, hablar de
un juicio subjetivo de la conciencia, ya que el acto de ésta consiste
eminentemente en un juicio objetivo sobre la moralidad del acto concreto. Junto
a este juicio, el sujeto aprecia un sentimiento de satisfacción o
insatisfacción, según que el acto corresponda o contradiga la norma objetiva de
moralidad; este sentimiento (o voz de la conciencia) es una consecuencia
inmediata del juicio objetivo sobre la moralidad. El sujeto puede siempre
preguntarse si un acto moral le es satisfactorio o no, si le llena o no, pero
esto no será un juicio moral o un juicio de conciencia, sino un juicio acerca
de la conveniencia o disconveniencia del acto, de acuerdo con otros criterios.
La conciencia bien formada aprecia - por lo menos por la fe, si no puede hacerlo
por la razón - que la fidelidad a las normas objetivas es subjetivamente
beneficiosa, pero no juzga a la inversa, es decir, deduciendo la moralidad del
beneficio subjetivo que parezca resultar del acto (cfr. Paulo VI, Allocutio,
13-II-1969).
Al introducir la idea del juicio
subjetivo de la conciencia, no se consigue una síntesis, sino una subversión de
la doctrina de la Iglesia. A este juicio subjetivo, que a veces aparece
descrito como si fuera una intuición o un sentimiento moral, adjudica el autor
una certeza arbitraria, hasta el punto de defender la posibilidad de que, bajo
la influencia de la gracia, pueda el cristiano llegar a decisiones contrarias a
la ley moral universal (p. 166).
Tal proposición está expresamente
condenada por el Concilio de Trento (cfr. Dz 804).
6. Responsabilidad y libertad
La moral tradicional fundamenta la
doctrina de la responsabilidad moral en la norma. Esto - dice Regan - tiene el
peligro de reducir la responsabilidad del hombre ante Dios al simple
cumplimiento - más o menos externo o superficial - de la norma moral. Para
evitar ese peligro propone la teoría de la “opción fundamental”, desarrollada
por Rahner y Metz.
Para Rahner - dice Regan - toda persona
ejerce una opción fundamental que tiene lugar en el centro de su personalidad.
Consiste en una disposición total y definitiva de uno mismo con respecto a
Dios. En esa opción fundamental el sujeto ejerce su libertad con la mayor
plenitud existencial. El área de gravedad moral radica precisamente en esta
opción fundamental, ya que a través de ella convierte el hombre toda su
existencia en buena o mala.
Aunque tal disposición radical de uno
mismo con respecto a Dios no se realiza en un solo acto, sino a través de toda
una vida, y por medio de una serie de acciones y decisiones, el sujeto ejerce
también otras opciones de tipo periférico. Estas se realizan con plena libertad
sólo en la medida en que participan de aquella opción fundamental o actitud
radical del individuo con respecto a Dios. Las opciones particulares o periféricas
tienden a manifestar o a oscurecer la opción fundamental, según estén en
consonancia o disonancia con ella.
Del modo como se presenta esta teoría se
deducen, por lo menos, las siguientes consecuencias: a) sólo los actos
concretos que participan de esa opción fundamental son libres y llevan consigo
una responsabilidad moral; b) el pecado no viene constituido por una acción
aislada, sino más bien por una actitud global de rechazo de Dios; c) la
gravedad moral queda reducida a la opción fundamental por la que se rechace a
Dios.
Conviene advertir que esta teoría de la
opción fundamental - con sus aplicaciones morales - se encuentra hoy día muy
extendida a nivel de catequesis, cursos de formación del clero, libros de
divulgación, etc. La conclusión práctica que de ella se desprende es la
siguiente: se excusa de responsabilidad moral grave a toda acción que no se
realice con desprecio formal de Dios.
Dentro de la teoría de la opción
fundamental recoge Regan ideas de Rahner sobre los “cristianos anónimos”, para
analizar responsabilidad moral de los no cristianos. Estos - dice Regan -
pueden encontrar a Cristo en la profundidad de su propio ser, donde se le
conoce sólo implícitamente, aunque se le rechace a nivel de conocimiento
explícito. Siguiendo a Rahner explica luego que el conocimiento de cualquier
ser contingente implica un conocimiento de Dios. En cualquier acto humano de
conocimiento o en cualquier ejercicio de la libertad humana, Dios está presente
como elemento previo, de tal modo que en cualquiera de esos actos el hombre
adquiere una experiencia de Dios, aunque sea solamente implícita y ni siquiera
consciente. A través de lo finito el hombre toma una posición ante Dios, de tal
manera que una actitud recta o errónea con respecto al orden finito implica una
afirmación o negación respecto de Dios (pp. 192 y ss.).
Sin entrar en la cuestión dogmática de
que Dios se encuentra como elemento previo en cualquier acto del conocimiento y
del ejercicio de la libertad (cfr. Recensiones, Rahner, K.: Hörer des
Wortes, p. 28 v ss.), lo expuesto anteriormente parece contradecir la
doctrina de la Iglesia. Pues si bien es cierto que la voluntad de Dios se
manifiesta también al no creyente, a través de la Ley natural, no es eso lo que
aquí se propone, sino todo lo contrario: sería suficiente para la justificación
de los no creyentes un cierto sentido moral, subjetivo y humanitarista. La
Iglesia ha exigido siempre en cambio la búsqueda honesta de los principios
objetivos de la moralidad (cfr. Dz 377; Concilio Vaticano II, Gaudium et
Spes, n. 16). La misma experiencia pastoral atestigua que el que desea
sinceramente hacer el bien, aunque no sea creyente, no se conforma con su
propia vaga intuición, sino que busca una certeza objetiva: la de la Ley
natural.
I.
G.
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II.