RAHNER, Karl
Sentido teológico de la muerte
Ed. Herder, Barcelona, 1969
I. Exposición del contenido
La presente obra aparece publicada por vez primera en Alemania, en el año 1958. La traducción española tiene su primera edición en 1965; la segunda en 1969.
El libro, de 128 páginas en la segunda edición española, consta de tres capítulos: el primero, más breve, constituye el acercamiento filosófico al fenómeno de la muerte y se titula "la muerte como hecho que afecta al hombre entero"; el segundo capitulo, "la muerte como consecuencia del pecado" inicia el tratamiento teológico de la cuestión, pero este esclarecimiento le exige al autor todavía precisiones acerca de lo que la muerte es desde la perspectiva filosófica; el capítulo titulado "La muerte como manifestación del conmorir con Cristo" incluye el mayor contenido teológico de la obra. El cuarto apartado de este capítulo, "excurso sobre el martirio" es una especie de apéndice y recoge también resumidamente cuestiones ya tratadas en páginas anteriores.
CAPITULO I. La muerte como hecho que afecta al hombre entero.
El aspecto filosóficamente quizás más relevante del primer capítulo es la afirmación de que "el hombre es una unidad de naturaleza y persona" (p.15) y que "la muerte, consiguientemente, ha de tener un aspecto natural y otro personal" (Ibid.). El aspecto natural de la muerte consiste en la separación del alma y el cuerpo, mientras que el aspecto personal viene establecido por el término del estado de viador.
La separación de alma y cuerpo, sostiene Rahner, no constituye una definición de la muerte humana, pues no aparece en ella lo específico del morir humano. "Puede tenerse como una descripción suficiente del término de la vida humana y animal desde el punto de vista biológico. Pero tiene el inconveniente de que no se fija en lo que pudiera diferenciar la muerte del hombre como tal, como ser completo y personal" (p. 20).
La separación del alma y el cuerpo lleva a Rahner a plantear una interpretación acerca del alma separada que, como él mismo reconoce, resulta "casi insólita enteología y en una antropología metafísica escolástica" (p. 22). Considera su novedad como una superación de "una mentalidad excesivamente neoplatónica, según la cual la separación del alma y del cuerpo importa una separación de aquélla del mundo: la oposición entre materia y espíritu importa, en esta mentalidad, una relación directamente proporcionada entre acercamiento a Dios y alejamiento de la materia" (Ibid.). La novedosa tesis rahneriana establece que el alma separada "empieza a abrirse a una nueva relación con el mundo en cuanto totalidad, empieza a abrirse de una manera más profunda y universal a cierta relación pancósmica con el mundo" (Ibid.). Para referirse a esta situación explica Rahner "que el alma, por la muerte no se convierte en acósmica, sino en pancósmica" (p. 24).
Intenta Rahner esclarecer metafísicamente la noción de pancosmicidad, que "no ha de interpretarse en el sentido de que por ella el mundo sea cuerpo del alma (...) ni tampoco se trata, naturalmente, de una omnipresencia del alma en la totalidad del cosmos" (Ibid.). "Acaso pueda significar que el alma, al abandonar en la muerte su forma corporal limitada y abrirse al todo, concurre de alguna manera a determinar el universo y lo determinaría precisamente como fondo de la vida personal de los otros en cuanto seres corpóreo — espirituales" (p. 25). En esta situación el alma ejercería "una influencia inmediata realizada dentro del mundo por la persona particular, en su relación real y ontológica con él, a la que se ha abierto con la muerte" (Ibid.).
Una confirmación de esta pancosmicidad la encuentra Rahner en la "relación pancósmica y natural" de los ángeles con el mundo; en la doctrina sobre el purgatorio y en la de la resurrección de los cuerpos que "no ha de entenderse, naturalmente, como pérdida de la clara abertura al mundo como todo, lograda en la muerte" (p. 28).
El aspecto personal de la muerte viene dado, según se ha dicho, en el término del estado de viador del hombre. Recoge Rahner la doctrina de fe al respecto según la cual "con la muerte, el hombre, aun como persona espiritual y moral adquiere carácter y consumación definitivos" (p. 29). La explicación efectuada acerca de este punto resulta atractiva. "Esta doctrina de la fe quiere decir que hay que tomar radicalmente en serio la presente vida. La vida es realmente histórica es decir, única e irrepetible" (p. 30). La constitución del hombre como naturaleza y persona, tal como es establecida por Rahner, le obliga a plantear dos dimensiones contrapuestas en la muerte, que será preciso unificar dialécticamente: la muerte "al mismo tiempo que madura desde dentro, supone a la vez rotura y término desde fuera, en velada unidad dialéctica" (p. 32). Consciente del problema que este planteamiento encierra, plantea la siguiente cuestión: "el hecho de que el hombre que libremente adopta una conducta buena o mala, adquiere su ser definitivo por la muerte, ¿es un momento interno de la misma muerte?. Porque puede pensarse en abstracto que este carácter definitivo del ser humano hubiera sido ligado a la muerte por un decreto libre, aunque sapientísimo, de Dios y que muerte y carácter definitivo del hombre no estuvieran, por consiguiente, intrínsecamente unidos" (p. 32). Es decir, el problema es si, por naturaleza, le corresponde a la muerte una cualidad tal que el hombre adquiere por ella su consumación definitiva y recibe el juicio de Dios; o si el juicio de Dios y la situación definitiva del hombre es extrínseco a la muerte misma. La respuesta de Rahner es que "el carácter definitivo del ser humano fruto de una decisión personal vital es un momento interno de la muerte, la cual viene a ser, por tanto, una acción espiritual y personal del hombre mismo" (p. 35). En la base de esta respuesta se encuentra la convicción de que "la muerte es por naturaleza la consumación de la vida temporal de la persona humana" (Ibid.). Así pues, la muerte que como acontecimiento de la persona es consumación y acción, como hecho biológico es destrucción y pasión. La muerte es, por tanto una "unidad dialéctica y ontológica de acción y pasión, de propia consumación activa desde dentro y determinación pasiva desde fuera" (p. 35).
CAPITULO II. La muerte como consecuencia del pecado
La dualidad, establecida en la primera parte, de elementos constitutivos de la muerte atraviesa las distintas cuestionas teológicas que, en torno a la muerte como consecuencia del pecado se abordan a lo largo de este segundo capítulo. En efecto, comprobaremos cómo en cada cuestión se halla presente la muerte en su aspecto de pasión y en su aspecto de acción consumativa.
El tema al que mayor atención presta Rahner en estos análisis es al esclarecimiento del contenido esencial natural de la muerte: si la muerte es, simultáneamente, efecto del pecado y "morir con Cristo, una correalización y aplicación de su muerte redentora" (p. 40), entonces "ha de tener algo en común y, como si dijéramos, neutral" (p. 41). ¿Qué es ese algo neutral que posibilita simultáneamente que la muerte sea consecuencia del pecado y redención?. La respuesta de Rahner es: "el carácter oculto de la muerte" (p. 43).
Qué quiera decir Rahner con la expresión "carácter oculto de la muerte" no parece sencillo de comprender. Este carácter oculto lo fundamenta repetidas veces en la presencia contradictoria de elementos a la que ya nos hemos referido: por una parte la muerte del hombre "como persona espiritual es activa consumación desde dentro" (p. 45), por otra "como término de un viviente material biológico, es a la vez, (...) rotura venida desde fuera, destrucción de su composición esencial" (Ibid.). De esta manera, un espectador ajeno no podrá saber nunca el verdadero sentido de la muerte: si, efectivamente, se ha cumplido esa consumación o, por el contrario, esa persona ha caído en la nada más vacía. Esto es así porque, sostiene Rahner, el "análisis del fenómeno de la muerte hace abstracción de la supervivencia o desaparición del hombre después de la muerte" (Ibid.). El conocimiento natural de la muerte no puede saber nada acerca del término al que conduce; esto hace insuperable su carácter velado. "El carácter oculto inderogable de la muerte del prójimo nace, pues, de la unidad de los dos aspectos de la misma. Y en este carácter oculto y la unidad, que le da origen, se basa el fundamento natural que posibilita el hecho de que la muerte concreta pueda ser acontecimiento de salvación o de perdición, fruto del pecado o de la fe formada" (p. 47).
En la tarea de conectar la muerte con el pecado, insiste Rahner en apoyarse en la doble caracterización de la muerte por referencia a su ser natural y a su ser personal. La muerte puede interpretarse y comprenderse como consecuencia del pecado en virtud del carácter pasivo en que se esconde la activa consumación de la muerte: "el hombre en la economía actual de la salvación vive su decisión definitiva, su muerte como acción, dentro del término vacío de la muerte como pasión y de este modo la muerte como acción queda velada en la muerte como pasión. Así adquiere expresión sensible la carencia de la justicia original. La muerte es, por consiguiente, castigo del pecado" (p. 48).
La muerte puede, además, vivirse — a lo largo de la vida — como pecado mortal cuando "el hombre no acepta ya la abertura de la muerte hacia Dios que radica en su carácter oculto" (p. 50). Es decir, el carácter oculto de la muerte impide que el hombre pueda disponer de sí claramente y le invita al hombre a abrirse a la incomprensibilidad de Dios. El pecado mortal en la muerte es el rechazo a esta invitación.
En relación con la muerte como consecuencia del pecado se plantea Rahner todavía dos cuestiones: una por relación al pecado original y otra referente al pecado personal.
Sobre la muerte y el pecado original la cuestión que ahora se suscita es la de si la muerte es castigo porque es la consecuencia natural del pecado o, si por el contrario, la muerte es consecuencia del pecado por ser castigo. Su respuesta, en referencia explícita a Santo Tomás, es que "la muerte primariamente es expresión e imagen en que se manifiesta la esencia del pecado en la corporeidad del hombre y por eso, y en ese sentido, secundariamente también castigo del pecado" (p. 55). Por ser expresión del pecado y poseer las mismas características de éste, la muerte provoca horror y temor, como imagen de la muerte eterna (cf. pp. 60 y 61).
Esta es la respuesta más coherente en Rahner pues es la única manera en que, quizás, pueda superarse la contradicción en la que parece incurrir al decirnos que la muerte es velada en su esencia natural y, a la vez, que la muerte, por ser castigo, es una muerte oculta.
En cuanto a la relación de la muerte con el pecado mortal personal, la tesis de Rahner es que "para el Nuevo Testamento la muerte tiene también una relación de efecto con los pecados personales graves no perdonados" (pp. 56-57).
Finalmente se ocupa el autor en este segundo capítulo de la relación entre la muerte y el demonio, deseando "ver de modo más fundamental esta relación" (p. 59). En este punto vuelve a aparecer la idea rahneriana de que los ángeles "por su misma esencia, a pesar y por razón justamente de su pura espiritualidad, tienen en principio una relación esencial con el mundo material" (Ibid.). Una relación, no con un cuerpo, sino pancósmica. Parece, pues, que la pancosmicidad marca un ideal, para Rahner, de relación de los seres espirituales con la materia.
A la hora de concretar la conexión entre los ángeles y la muerte, el pensamiento del teólogo alemán se torna extraño. Por una parte, se declara, sin ambages, el carácter positivo de la muerte que "no sólo significa fin y término, sino también consumación y perfección" (p. 59); consiguientemente, "el ángel tiene que querer la muerte del mundo" (p. 59). Pero inmediatamente añade que, si los ángeles se hubiesen mantenido en gracia, no desearían la muerte del mundo: "el mundo hubiera estado también por encima de la muerte" (Ibid). El pecado de los ángeles es el que les vuelve orgullosos y les lleva a desear una perfección del mundo fuera de la gracia, y, por ello, una consumación del mismo en la muerte: "en ella se expresa la voluntad diabólica de una perfección de su ser y del mundo sin la gracia" (p. 60)
CAPITULO III. La muerte como manifestación del conmorir con Cristo.
Señala Rahner en primer término la eficacia redentora de la muerte de Cristo. Según él, la muerte no es un medio especialmente apto para que Cristo obre nuestra redención, sino un medio absolutamente necesario; por ello, "nunca se podrá propiamente decir que Cristo nos hubiera podido también redimir por otra cualquiera acción moral que Dios hubiera aceptado como rescate nuestro" (p. 70). Apunta Rahner dos razones para justificar el valor redentor de la muerte: la primera es que la muerte "es la aparición, la expresión y manifestación visible del pecado en el mundo" (p. 69) y, a la vez, "por su carácter velado, la muerte de Cristo se hace expresión y corporeidad de su obediencia y amor, de la libre entrega a Dios de todo su ser creado" (Ibid). La segunda consideración mediante la que Rahner intenta justificar la necesidad de la muerte en orden a nuestra salvación es que "por la muerte de Cristo se abrió de un modo nuevo para el mundo entero aquella realidad espiritual que El poseía desde el principio y actuaba en su vida, cuya consumación llegaría por la muerte" (p. 71). Es decir, se apoya de nuevo en la idea de que la relación del alma al cuerpo limita la relación del hombre (también de Cristo) con el mundo y que con la muerte se rompe ese límite, alcanzándose, así, una especial apertura al mundo material. Insiste, además, en la positividad, en la virtualidad enriquecedora de la muerte, cuando concluye que "la realidad de Cristo fue consumada por la muerte y en ésta se incorporó a esta unidad del mundo. Así se convirtió en una determinación, en un principio interno del mundo entero y, consiguientemente, en un elemento existencial previo de toda vida personal. Esto quiere decir concretamente que el mundo como todo y como espacio del obrar personal de los hombres se ha hecho otro del que sería si Cristo no hubiera muerto" (p. 73). Se refuerza de esta manera la positividad de la muerte en su eficaz virtualidad.
La segunda cuestión abordada en el presente capítulo es la de la naturaleza propia de la muerte cristiana, habida cuenta de que esta es de naturaleza distinta a la del hombre no justificado por la gracia (cf. p. 75). Lo especifico de la muerte cristiana es, dice Rahner, el conmorir con Cristo, añadiendo inmediatamente que "la muerte es la culminación de la recepción y operación de la salud" (p.77). Esto encuentra su refrendo en que "la muerte como acción del hombre es el acontecimiento que concentra en la consumación física toda la acción personal de la vida del hombre (Ibid). La afirmación nuclear es, según se ha dicho, que la muerte del cristiano es participación, la más intensa, en la muerte de Cristo. Aparecen aquí fuertes afirmaciones sobre el papel de la muerte en la vida cristiana: "la tríada de fe esperanza y caridad hace de la muerte misma la más alta hazaña justamente de ese creer, esperar y amar" (p. 79) y "en la medida en que la fe, la esperanza y la caridad penetran en la muerte, adquieren el modo de existir propio de la vida cristiana en el presente eón" (p. 79-80).
Estas consideraciones se conectan con el pensamiento rahneriano presente en esta obra de que la muerte posee una magnitud axiológica, en virtud de su carácter activo, a lo largo de toda la vida. En virtud de la referida conexión, aborda el teólogo alemán una peculiar "lectura" de los sacramentos, en la que no sólo se establece que brotan de la muerte de Cristo, sino que guardan "una interna relación real con la muerte real del cristiano" (p. 82; cf. pp. 81 a 87).
II. VALORACIÓN DE LA OBRA
1. Análisis filosófico
En cierto sentido, esta obra de Rahner constituye la articulación en el contexto de la teología cristiana de las tesis filosóficas de Heidegger acerca de la muerte.
Analizado el pensamiento de Rahner sobre la muerte desde el punto de vista filosófico, lo más importante que debe ser destacado es el fondo antropológico en el que se inscribe.
Se habrá podido apreciar a lo largo de la exposición efectuada en el apartado anterior que una de las ideas en las que más insiste Rahner es en la consideración de la muerte humana como acción.
Rahner admite, efectivamente, que la muerte es pasión: el hombre no muere cuando quiere o porque quiera. La muerte adviene desde fuera, nos sorprende como el ladrón y trunca nuestros proyectos. La muerte representa, además, una destrucción de nuestro ser.
Pero, simultáneamente, la muerte humana es acción. El hombre no muere como los animales. El hombre sabe que muere y ello le permite vivir su muerte activamente, ya que por ella "el hombre, aun como persona espiritual y moral, adquiere carácter y consumación definitivos" (p. 29). En virtud de esto, no puede concebirse la muerte como algo puramente pasivo. Por eso afirma que la muerte "madura desde dentro" (p. 32); no es, para el hombre, pura exterioridad, algo que sólo tiene su causa en el desencadenamiento de un proceso fisiológico que termina con la existencia del sujeto. Conviene recordar ahora lo que ya se ha recogido en la exposición, cuando Rahner expresa que "el carácter definitivo del ser humano, fruto de una decisión personal vital es un momento interno de la muerte, la cual viene a ser, por tanto, una acción espiritual y personal del hombre mismo" (p. 23).
Cabe apreciar en todo esto una implícita primacía del carácter activo que Rahner asigna a la muerte, sobre el pasivo. La simultaneidad, no obstante, reconocida por Rahner de ambos aspectos es concebida como una unidad dialéctica de acción y pasión.
Efectivamente, la muerte posee para la existencia humana una significación altamente relevante, por cuanto constituye, según la doctrina tradicional, la conclusión del status viatoris y el comienzo del status termini.
Sin embargo, la interpretación efectuada por Rahner, interesante en cuanto intento de subrayar la significación de la muerte que se acaba de apuntar, no parece adecuada. Y esto por dos motivos:
El primero es lo que esta interpretación dice de la muerte; el segundo, las bases antropológicas que requiere lo que se dice sobre la muerte.
Lo que Rahner dice de la muerte es, a la postre, que la muerte posee un momento de acción subjetiva: en cierto sentido, la muerte es algo que el hombre hace, es la consumación que la persona efectúa de su vida. Esto equivale a reconocerle al hombre un cierto dominio de la muerte, una cierta libertad ante ella. Propicia esta interpretación una concepción de que es el hombre el que cierra libremente su curso terreno, su etapa de viador.
La base antropológica de esta interpretación, por su parte, apunta hacia un dualismo en el que, implícitamente, aunque explícitamente se proclame lo contrario, el hombre no es cuerpo y alma, sino, fundamentalmente un alma encarnada en un cuerpo.
La afirmación del carácter activo de la muerte pese al reconocimiento de la pasividad del morir, solo puede sustentarse si la muerte es, fundamentalmente, algo que acontece en el cuerpo. En la medida en que el alma o espíritu, como prefiere Rahner, no constituye una unidad con el cuerpo, la muerte será algo que no afecta a la libertad del espíritu humano. Por eso hemos leído que la muerte del hombre "como persona espiritual es activa consumación desde dentro" y que la muerte "como término de un viviente material biológico es, a la vez, (...) rotura venida desde fuera, destrucción de su composición esencial" (p. 45). Esta forma de expresarse posee un fuerte sabor dualista: da la impresión de que la muerte afecta directamente al cuerpo e indirectamente al alma.
El dualismo al que aquí se está haciendo referencia se confirma con la tesis rahneriana de la "pancosmicidad". Si se recuerda ahora lo que en su momento se dijo sobre esto, puede apreciarse la valoración positiva que sostiene Rahner de la relación del alma con el cosmos una vez acaecida la muerte. Al parecer, el alma gana tras la muerte en su relación con el mundo material. Dicho negativamente, Rahner considera el cuerpo un límite de la relación del alma con la materia. Esto exige haber considerado previamente la unión del alma con el cuerpo como un límite y no como constitutiva del ser humano. Por la muerte, según Rahner, el hombre logra una clara abertura al mundo.
Finalmente, parece confirmar una base antropológica dualista la insistencia en interpretar la negatividad de la muerte como ocultamiento. Al parecer, lo más grave de la muerte es su carácter oculto: el no manifestar el término al que conduce, su llegada como un ladrón. La destrucción del hombre (aunque perviva el alma espiritual) que la muerte representa no parece tener tanta importancia. Se traslada, parece, el peso del mal de la muerte a la conciencia: lo radicalmente malo de la muerte deja de ser, así, su carácter destructivo, para constituirlo su oscuridad: su falta de claridad ante la conciencia del que sufre.
2. Análisis teológico
Desde el punto de vista teológico, una apreciación llamativa es la necesidad de encontrar en la muerte algo neutral por lo que pueda ser simultáneamente expresión del pecado y corredención con Cristo (cf. pp. 41 y ss.). Cabría advertir aquí una confusión entre el plano ético y el ontológico. Efectivamente, para que la muerte de Cristo (y en unión con El la de los hombres) sea redentora es preciso que la muerte no sea éticamente pecaminosa, aunque sea fruto del pecado. La neutralidad ética de la muerte no significa, sin embargo, una neutralidad ontológica y por ello no hay ningún inconveniente en que, como señala Santo Tomás de Aquino, ontológicamente, la muerte sea mala.
Pues bien, Rahner parece considerar la muerte como algo neutral desde el punto de vista ontológico y ello como condición para que la muerte pueda llegar a ser redentora. Así, leemos que "si ahora nos preguntamos qué es en la esencia natural de la muerte lo que hace que este ser natural se transforme en acontecimiento de salud o perdición en lo que tiene de acción del hombre, podemos responder que esta transformación radica en el carácter oculto de la muerte" (p. 43). Es decir, para que el sujeto pueda hacer de su muerte un acontecimiento salvífico o pecaminoso la muerte ha de poseer una neutralidad en su ser natural. El error más grave de esta interpretación es que por este camino se omite la fundamentación divina del valor redentor de la muerte: habría que decir más bien, contra Rahner, que para que la muerte pueda ser redentora lo único que se requiere es que participe de la Redención obrada por Cristo, para lo cual no requiere ser entitativamente neutral, sino simplemente convertida por El en instrumento de salvación.
Cabe advertir en esta explicación del teólogo alemán una nueva traslación de los términos del problema al plano de la conciencia humana: efectivamente, la muerte de un hombre, si se asocia a la muerte de Cristo, puede obtener un valor redentor; pero no porque el hombre dé a su muerte ninguna virtualidad, sino porque participa de la virtualidad redentora de Cristo; no es la forma de vivir la muerte, el situarse frente a ella como aceptación, lo que obra propiamente su valor redentor, sino la muerte Redentora de Cristo. En esta línea, habría que cuestionarse cómo debe considerarse el valor redentor de la muerte del hombre. La exposición de Rahner puede, quizás, hacer pensar que es la actitud ante la muerte la que decide su posible valor redentor. Quizás sea más exacto afirmar que la muerte del hombre en gracia es redentora (en virtud de esa gracia), al margen de la disposición consciente que el sujeto adopte frente a ella (entre otras cosas, porque la muerte se presenta muchas veces sin dar oportunidad a plantearse nada: piénsese en la muerte de los niños, muertes fortuitas, etc.).
El traslado de la virtualidad redentora de la muerte a un aspecto inherente a ella y, por tanto, de orden natural y no estrictamente sobrenatural, se advierte con claridad a lo largo del capitulo III del libro. La tesis de Rahner es que necesariamente la Redención del hombre exigiría la muerte de Cristo (cf. exposición del capítulo III), lo cual supone adscribir a la naturaleza de la muerte algo que la haga capaz de redimirnos, perdiendo de vista la gratuidad del medio utilizado para nuestra salvación.
En este intento de justificar la muerte como medio necesario de nuestra salvación aparece de nuevo el trasfondo dualista ya señalado: por su muerte, Cristo se abre de uno modo nuevo para el mundo (cf. pp. 71 y ss.): parece que la separación del cuerpo por parte del alma de Cristo le sitúa mejor en relación con el mundo.
Respecto al valor que la muerte posee en la vida cristiana, la afirmación más radical de Rahner es la siguiente:
"podemos decir que la muerte es la culminación de la recepción y operación de la salud" (p. 77).
Convendría, quizás, decir a este respecto que no es propiamente la muerte tal consumación. Ciertamente, por la muerte participamos de una manera más plena en la muerte salvadora de Cristo, pero la "culminación de la recepción y operación de la salud" no la constituye la muerte, sino la vida celestial. Sería más correcto, quizás, decir que la muerte del cristiano constituye el modo más pleno de participar en la Muerte de Cristo.
Como resumen de lo que se ha venido diciendo, cabe decir que en la interpretación rahneriana de la muerte subyace una antropología dualista que concibe al ser humano, fundamentalmente, en términos de conciencia. En relación con ello, se desvirtúa el carácter sobrenatural del valor redentor de la muerte, que se traslada a la actitud consciente de aceptación de la Voluntad divina ante la muerte.
F.S.E. (1989)
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