PRADO JUNIOR, Caio
FORMAÇAO DO BRASIL CONTEMPORANEO. COLONIA
(Colonia es el subtítulo del primer
volumen) Ed. Brasiliense, 6ª ed., 1961.
CONTENIDO DE LA OBRA
Introducción
El
autor comienza su obra caracterizando el inicio del siglo XIX como el
período en que el Brasil colonial cede paso al Brasil contemporáneo. Según el
autor, este período representaría, por un lado, la síntesis de 300 años de
colonización, y, por otro, la clave para la interpretación de la historia de la
nación en su desarrollo posterior. Con eso se quiere decir que el sistema
colonial implantado por la metrópoli portuguesa estaba dejando paso a un Brasil
transformado por las realizaciones humanas, y en el que «se concretan todos los
elementos que constituyen un organismo social completo y distinto» (p. 6),
aunque todavía anclado al pasado colonial. A pesar de las transformaciones
geográficas, económicas, sociales y políticas, dichos elementos -si se excluyen
algunas raras excepciones- no tenían aún una forma definitiva.
En
el terreno económico se verifica una marcada dependencia de los medios de
producción respecto al mercado externo; en el terreno social habría, según el
autor, grandes diferencias de nivel material y moral entre las clases
socio-económicas.
Para
concluir, hace un esbozo del trabajo de este primer volumen, dedicado a los
tres siglos del Brasil colonial y a su posterior evolución.
Sentido
de la colonización
En este apartado presenta la
evolución histórica del Brasil como si se tratara de una línea de
acontecimientos «que se suceden en orden riguroso, y siempre dirigidos en una
determinada orientación» (p. 13), pero que admite un cambio de rumbo en función
de acontecimientos que ocasionan transformaciones internas y profundas de su
equilibrio de estructura. Es decir, trata de acomodar los sucesos y personas a
la supuesta «marcha dialéctica de la historia» que, según su esquema marxista,
también tiene que haber operado en el desarrollo de la historia brasileña.
Portugal, a partir del siglo XV,
iniciando sus conquistas en ultramar, se hace una potencia colonial.
Ese proceso no es sino un aspecto más
de la actividad colonizadora europea. Originariamente, tal actividad se
limitaba al comercio continental, uniendo el Mediterráneo al mar del Norte a
través de los Alpes, de los cantones suizos y de los centros comerciales del
Rin. Después, pasando por el estrecho de Gibraltar, asume una mayor importancia
la costa oceánica de los países que dan al Mediterráneo y al Atlántico. Le
tocará a Portugal, mejor situado geográficamente, dirigir esa corriente inicial
que, evitando las rutas tradicionales, va por la costa occidental africana
hasta rodear el continente negro, buscando un contacto directo con la India y
sus riquezas. Después, como es sabido, fueron los españoles, franceses,
ingleses, holandeses..., quienes procuraron sacar provecho de la gran navegación
oceánica. La era de los «descubrimientos» se identifica en la historia con la
del comercio europeo. Es excepción la colonización del continente
norteamericano, pues allí fueron motivos de orden político-religioso los que
provocaron la corriente migratoria desde Inglaterra, Francia, Alemania
meridional y Suiza, lo que determinó el establecimiento de una sociedad
semejante a la europea.
En el caso del área subtropical, la
ocupación y población seguirá otro rumbo. Ante las dificultades ambientales
típicas de los trópicos para un europeo, sólo una motivación muy fuerte podía
justificar el abandono del propio hábitat para ir a vivir en zonas inhóspitas.
El autor identifica tal motivación con la escasez de determinados productos
alimenticios -como el azúcar, la pimienta, etc.- en Europa. Además, afirma, en
el fondo se buscaba la realización de un «comercio rentable» que no supusiese
trabajo propio, sino de los demás (mano de obra esclava) (cfr. p. 23). Por
tanto, no podría ser otro el motivo para el autor, la ocupación portuguesa
estaría motivada por causas fundamentalmente económicas.
El caso brasileño presentaría cierto
matiz peculiar, pues (recogiendo una cita de Gilberto Freire) «se ha hecho más
por constituir en los trópicos una sociedad con características nacionales y
cualidades de permanencia». Pero ese matiz pasará a un lugar secundario, ante
las exigencias comerciales de Europa. Primero el azúcar, el tabaco y otros
productos; más tarde el oro, los diamantes; después vendrá el algodón y luego
el café. Las estructuras y la misma vida del país se organizarán, para el
autor, en función de las actividades comerciales europeas.
Población
Inicialmente procura describir la
semejanza de la distribución de la población al inicio del siglo XVIII con
la de nuestros días, para indicar los motivos que la justificaron: a) Ocupación
y defensa del territorio que tocó a Portugal en la partición resultante del
Tratado de Tordesillas. b) Los bandeirantes (pioneros que con
recursos propios realizaron largas expediciones en busca de riquezas). c) Explotación
de las minas descubiertas en el siglo XVII. d) Las misiones de
los jesuitas. e) La migración de animales desde Minas y Pernambuco, que
van ocupando extensiones siempre mayores.
Al inicio del siglo XVIII, la
población es aproximadamente de tres millones de habitantes, excluidos 300.000
indios que no forman parte de la colonización.
Se atribuye a los religiosos de la
Compañía de Jesús una función espiritual, pero entendida como «preludio del
dominio temporal a que aspiraban» (p. 32), al establecerse en la vertiente
oriental de los Andes; el autor afirma que tal plan fracasaría.
La estructura de la población queda
así caracterizada: el 60 por 100 de los habitantes se encuentra en la zona
costera y se dedica a la agricultura. La población está compuesta por europeos
y esclavos traídos de Africa. La dispersión hacia el interior tiene lugar al
descubrirse el oro, en la primera mitad del siglo XVIII, en Minas
Gerais, Guiabá y Goiás. Esto causó gran daño a la agricultura, aunque más tarde
la situación se invirtió, con la decadencia de la minería.
Siguen una serie de explicaciones
sobre el porqué del movimiento de la población desde el interior hacia el
litoral: el descenso de la ganadería en el nordeste debido a la gran sequía de
1771-73 (p. 68), que obliga a consumir la carne del Río Grande do Sul, etc.,
afirmando que esos movimientos de población constituyen experiencias en el
ámbito de una incansable búsqueda del mejor sistema de vida. No se hacen con
criterio racional, para establecer una sólida base económica; tienen como
objetivo, una agricultura de oportunidad, que se desarrolla en función del
comercio exterior. «Se cultiva la caña como se extrae el oro, como más tarde se
plantará algodón o café: simple oportunidad del momento, determinada por el
comercio exterior y lejano, un comercio inestable y siempre precario» (p. 67).
Razas
Después de una presentación general
del origen de las razas que componen el pueblo brasileño, trata más
directamente del problema del indio (cfr. pp. 84 y ss.). Este es considerado
por el colono como un elemento activo que participa de la colonización, y un
trabajador aprovechable. Los colonos entran en choque con las misiones
cristianas, especialmente con las de los jesuitas. Por una parte, la colonización
-si bien era una «esclavitud sumaria y explotación brutal del indio» (p. 87)-
intentaba sacar al indio de la selva para hacer de él un colono como los demás;
por otra, la Compañía de Jesús, al crear las llamadas «reduçôes»
(aglomeraciones indígenas bajo la autoridad de los jesuitas) contrarrestaban
ese proceso de integración.
Ese conflicto de intereses entre
colonos y jesuitas dura dos siglos. El 7 de julio de 1755, el marqués de Pombal
suprime el poder temporal de los jesuitas, y en 1759, por las discordias que se
originaron, fueron expulsados del Brasil. Se ha dado, por tanto, una solución
que favorece a la colonización, pero que «acepta la tesis jesuítica de la
libertad de los indios, de la necesidad de educarlos y prepararles para la vida
civilizada, sin hacerlos simples instrumentos de trabajo en las manos ávidas y
brutales de los colonos...» (p. 88).
Y, además, se adoptó la línea
maestra de la organización de los jesuitas: concentración de los indios en
poblaciones sujetas a un administrador que debía velar por su educación y por
sus intereses, para defenderlos de los colonos.
Por otro lado no quedaban los indios
separados de la comunidad colonial, y no sólo se les imponía la lengua
portuguesa y se permitía que se empleasen como trabajadores asalariados (tesis
de los colonos), sino que se fomentaba el mayor intercambio posible entre las
dos categorías de población.
El negro, segundo grupo social
brasileño importante, representa en la primera mitad del siglo XIX una tercera
parte de la población del Brasil. Su función inicial como esclavo «... es otra
circunstancia digna de notar que comprueba el carácter de la economía colonial,
el esclavo negro significa sobre todo azúcar, algodón, oro, géneros que se
exportan» (p. 230). Más tarde terminó por fundirse con las demás razas
existentes en el país. De ahí nace lo que hoy podemos llamar la raza brasileña,
bajo la huella del mestizaje.
Un panorama étnico del Brasil se
presenta resumidamente en la p. 106. Hay un fondo preponderante de mestizos,
resultante, sobre todo, del cruce del blanco con el negro. Sobre ese fondo se
dispondrán las tres grandes razas: el blanco, el negro y el indio. La
distribución social, dice el autor, orienta al primer grupo hacia los niveles
sociales más elevados, y a los otros hacia niveles inferiores.
Vida material
Como hemos visto en la primera
parte, para el autor el sentido que se daba a la economía de la colonia era «el
de suministrar al comercio europeo algunos géneros tropicales o minerales de
gran importancia: azúcar, algodón, oro...». «Nuestra economía se subordina
enteramente a este fin; es decir, se organizará y funcionará para producir y
exportar esos géneros».
En esta segunda parte el autor
dedica cerca de 150 páginas a describir cómo se organiza la producción de tales
productos que constituyen la base de la riqueza y de las actividades de la
Colonia. Tiene nueve capítulos: Economía; Gran labranza; Agricultura de
subsistencia; Artes e industrias; Minería; Ganadería; Producciones extractivas;
Comercio y Vías de Comunicación y Transporte.
El primer capítulo es un resumen
general de toda esta segunda parte y los demás son una exposición, documenta
con sobreabundante bibliografía (que se cita al final del volumen) de autores
como Augusto St. Hilaire, Gilberto Freire y otros. Nos limitamos, por eso, a
describir ese primer capítulo en sus líneas fundamentales.
La agricultura, como es lógico, se
encuentra en la cumbre de la organización económica de la Colonia. Su elemento
fundamental será la gran propiedad de monocultivo en la que trabajan esclavos.
Los engenhos o fazendas -así se llamaban esas grandes
propiedades- pertenecían a los colonos inmigrantes. En ellos se cultivaban
productos de gran valor comercial, y por eso eran altamente lucrativos. La
búsqueda del mayor lucro y el hecho de que la mano de obra esclava «no puede
ser empleada en una explotación diversificada y de alto nivel técnico»,
justifican el monocultivo. Se trata de un sistema fundamental de la economía
agraria brasileña.
La minería, guardando las debidas
proporciones, también se organizaba en grandes unidades en las que trabajaban
eslavos. En cambio, en el tercer sector, el extractivo, se organizará de forma
distinta, pues no tendrá por base la organización territorial; consiste prácticamente
en la recolección de productos tropicales que nacen espontáneamente: el cacao,
la zarzaparrilla, la nuez...
A las tres actividades principales
se unen algunas secundarias que no tienen como objetivo el comercio exterior;
por ejemplo, la ganadería y el cultivo de algunos productos necesarios para el
desarrollo de esas tres actividades básicas. Lo mismo debe decirse del reducido
sector industrial (alfarerías, cerámica, curtidurías, fábricas de tejidos,
etc.), son simple accesorio de los establecimientos agrícolas y mineros.
«Brasil seguía siendo -según Prado
Junior- tres siglos después del inicio de la colonización, aquella misma
colonia visceralmente ligada (ya no hablo de subordinación
político-administrativa), a la economía de Europa; mera suministradora de
mercancía para su comercio» (p. 119). Por otro lado «se temía la concurrencia
en una mercancía que, aunque no fuese natural del Reino, daba grandes lucros a
su comercio; y también se temía la independencia económica de la Colonia,
preludio de la política» (p. 224).
Vida social. Organización social
La
población, a finales del siglo XVIII, estaba constituida por hombres libres,
por negros y por los llamados «desclasificados».
Libres -los
blancos- eran, en primer lugar, los señores de los engenhos, en quienes
tuvo origen la sociedad patriarcal; los que tenían una profesión liberal
-abogados, médicos...-; y los miembros del clero, que sobresalían por su
condición intelectual.
El negro
-sinónimo de esclavo»- era aprovechado por su señor única y exclusivamente como
mano de obra en la producción de los bienes útiles para el comercio de la
colonia.
«Desclasificados»
eran la gran multitud (la mitad de la población: cerca de seis millones de
habitantes) de los desocupados o con trabajos temporales. Las razones para que
hubiera tantos son variadas, pero normalmente tienen sus raíces, según el
autor, en el sentido que se dio a la colonización. «Lo que no es producción a
gran escala de algunos productos de gran expansión comercial y destinados a la
exportación es fatalmente relegado a un segundo plano mezquino y miserable... »
«Así, los que se mantienen fuera del estrecho círculo de la gran labranza (casi
todos excepto el señor y su esclavo) no tienen delante de sí ninguna
perspectiva» (p. 283).
* * *
Al hablar de la Administración, el
autor procura confirmar el concepto, ya varias veces repetido, del sentido de
la colonización.
Su idea clave se centra en la
existencia de dos órganos, que juntos acompañarán toda la vida de la Colonia:
el Estado, es decir, la Monarquía portuguesa a través de sus gobernadores, y la
Iglesia que, aunque ejercía clara influencia en la vida del colono en general,
para el autor es «un simple departamento de la Administración portuguesa, y el
clero secular y regular, sus funcionarios» (p. 331).
Prado Junior
critica el modo de llevar la Administración colonial afirmando que fue un símil
perfecto del utilizado en la Administración del reino de Portugal: carente de
originalidad, con tendencia a «centralizar el poder y a concentrar las
autoridades» (p. 300).
La religión,
por su parte, sería un hábito perfectamente arraigado en la vida de los
ciudadanos, pero sin ninguna influencia sincera en su comportamiento. Para ser
más precisos, el autor no quiere averiguar si hubo o no influencia. Admite que
hubo «un sentimiento religioso», pero resalta que los actos de religión
existentes serían «algo necesario y fatal, como vestirse y comer en ciertas
horas, seguir un régimen de vida común a todos. El ciudadano de la Colonia
pasará los años de su existencia sin que se le ocurra tener, por un instante
siquiera, la más tenue sospecha de que tales actos podrían serle dispensados»
(p. 327).
Según Prado
Junior, lo que de hecho importa es que la intervención de la Iglesia en
la vida de la Administración pública, e incluso de los individuos, es
determinante; y lo es por un motivo de base: la ineptitud de la corona, que se
limitaba a gestionar, según esquemas utilizados en la Metrópoli, sus intereses
relativos a la actividad mercantil que anteriormente se ha comentado.
Así, el
autor considera «el clero de la colonia claramente superior a los funcionarios
civiles, e incluso a cualquier otra particular categoría de la población
colonial» (p. 336). Por otro lado, critica mordazmente al clero (incluyendo
también bajo este concepto el gran número de religiosos que había en el país, y
que llegaban a constituir mayoría) atribuyéndole de modo completamente gratuito
un interés de lucro en su actividad espiritual.
Conclusiones; la vida social y
política
Inicialmente, Prado Junior
identifica las características de la vida social y política de la Colonia,
dando a entender que la esclavitud -aunque pueda parecer increíble- es el único
elemento real y sólido de la organización de la Colonia. Lo que estaba al
margen de la esclavitud, por regla general, carecería de organización. Por eso
empieza en esa época un proceso de disgregación más o menos acentuado al faltar
un nexo moral -en sentido amplio-, un conjunto de fuerzas de aglutinación, un
complejo de relaciones humanas que mantuviera ligados y unidos a los individuos
de esa sociedad.
En segundo lugar, considera la
presión exterior ejercida por el poder, por la autoridad y la acción de la
Corona sobre la sociedad colonial. Afirma que un debilitamiento de ese poder
llevó al país a las puertas de la anarquía, evitada únicamente por la
constitución de un estado nacional, aunque establecido según los moldes
administrativos y organizativos de la monarquía portuguesa.
La fisonomía de la vida social y
política del país estaría ligada, según el autor, a dos factores que regularán
la personalidad del Brasil colonial al inicio del siglo XIX: el instinto
económico y el sexual, dos instintos primarios del hombre. El primero explica
la servidumbre que el colono impone al esclavo, «utilizándolo» para sus fines.
El otro, determinando la prevalencia de los sentidos sobre la razón, acaba por
llevar al colono a aprovecharse de sus esclavas. En cuanto a esto, echa la
culpa a la religión por no haber tomado en serio la instrucción religiosa para
preservar los principios morales y espirituales del pueblo. Dice que
constituyen excepción los jesuitas «que puede afirmarse realizaron una obra más
extensa y sistemática de instrucción y educación en la Colonia» (p. 355, nota
27).
En el último capítulo de su libro,
el autor intenta explicar cómo se produjo la reacción ante la situación de
descomposición del sistema colonial, debida «a la incorporación apresurada de
razas y culturas tan distintas entre sí, al trabajo servil, a la dispersión de
la población» y a otros factores del género (p. 356). Sin duda, la
independencia política de la Colonia podía contribuir de forma significativa
para las perspectivas futuras del país, pero representaba solamente «el final
de la escena, o mejor, el primer gran acontecimiento» (p. 357), de la historia
brasileña.
Al final del siglo XVIII comienzan a
aparecer reformadores de tendencias opuestas que originan profundas
contradicciones en el sistema colonial, «de las que brotan conflictos que
agitan la sociedad, y brotará también la síntesis que pondrá término a esos
conflictos» (p. 365). La primera de esas contradicciones es la escisión que se
verifica entre propietarios -señores de engenho, latifundistas, etc.- y
comerciantes, cada cual con intereses propios; los primeros como productores y,
por tanto, acreedores, y los últimos como compradores, todos con problemas de
insolvencia, especialmente por la crisis del azúcar, que tuvo lugar en esta
época.
Otra contradicción sería de tipo
étnico. La amalgama de razas que se entrelazaban y a veces se enfrentaban, creó
situaciones de conflicto difícilmente controlables.
Tales contradicciones, unidas a
otros factores que contribuyeron a aumentar los roces, serían, siempre, según
el autor, los responsables de una situación que clamaba por una revisión de las
relaciones colonia-metrópoli. La penetración de la masonería en Brasil
contribuyó poderosamente a acelerar la reestructuración del camino emprendido
por la independencia. La logia masónica europea apuntaba las miras de sus cañones
contra la corona portuguesa. Su acción en la Colonia no habría sido, por tanto,
más que una acción indirecta, «coincidente» con las circunstancias de la
Colonia, para golpear a Portugal.
VALORACIÓN
CRÍTICA
Prado
Junior, nacido en 1907 y poseedor de una gran fortuna, es conocido en Brasil
como historiador, economista y editor (Ed. Brasiliense). Nieto del diputado
republicano Martinico Prado, gran cultivador de café, es uno de los marxistas
más representativos del Brasil: militó en el Partido Comunista Brasileño y fue
diputado por ese partido en la Asamblea legislativa de Sao Paulo. Entre sus
obras principales están: Evolución política del Brasil, Formación del
Brasil contemporáneo, Historia económica del Brasil; es también
autor de URSS: un nuevo mundo, Dialéctica del conocimiento, etc.
Ha dedicado gran parte de su actividad a la propagación de las ideas marxistas;
para este fin constituyó su editorial.
Formación
del Brasil contemporáneo quiere constituir una explicación de la situación económica, social e
histórica de la colonia portuguesa de Brasil, y de la evolución que determinó
la independencia de la metrópoli. El libro se encuadra, pues, dentro de la
vasta gama de bibliografía que ha descrito e interpretado el tema de la
colonización americana.
Los
historiadores abordan el tema con distintos enfoques. Unos se limitan a
describir los hechos tal como -según las fuentes que poseen- ocurrieron. Otros,
además, los interpretan. Otros, por último, toman el camino inverso: fuerzan
los hechos para acomodarlos a una explicación preestablecida. Entre estos
últimos podrían encuadrarse todos aquellos que se han apresurado a dar una
interpretación marxista a la colonización americana, entre los cuales -no es,
por tanto, el único ni siquiera el primero (vid., p. ej., recensión a Martínez
Peláez, La patria del criollo)- se encuentra Prado Junior.
Que un
marxista como Prado Junior dé una interpretación de la colonización portuguesa
del Brasil utilizando los moldes del materialismo dialéctico, no puede producir
extrañeza. Es una postura tan «coherente» como -por apriorística y ajena a la
realidad- falsa.
Es un postulado apodíctico del
marxismo que sólo las relaciones de producción (relaciones establecidas en base
al trabajo humano; trabajo entendido como actividad sensible) tienen
consistencia real; lo demás son superestructuras. El individuo (si es que se
puede hablar con propiedad de individuo en el marxismo: cfr. en este
punto recensiones a las obras de Marx, El Capital y Miseria de la
Filosofía) no pasa de ser en cualquier caso más que una criatura social
[1]
de las relaciones de producción en continuo cambio.
Así, analizar unos hechos bajo la
óptica marxista implica siempre la aplicación de un mismo esquema preconcebido:
la entera actividad humana, en toda su variedad, vendría determinada por la
actividad productiva material; y como ésta se rige dialécticamente
resolviéndose en lucha de clases, basta encontrar las clases que se oponen
(tesis-antítesis) para conocer el porqué de la situación que se analiza
(situación que ya previamente había sido declarada síntesis).
Analizar cualquier situación
histórica, económica o social desde el marxismo supone, pues, aplicar siempre
el mismo guión rígido y apriorístico. El esquema de la lucha de clases sería, a
juzgar por la utilización que el marxismo hace de él, universal e
inequívocamente válido. Si se parte de la base, inamovible para el marxismo, de
que la realidad se resuelve únicamente en la actividad humana material-sensible
que fluye históricamente a través de un proceso dialéctico, cualquier situación
histórico-económico-social puede justificarse según la aplicación del esquema
apriorístico de la lucha de clases. La impostura y falsedad del planteamiento
radica en el punto de partida, en su concepción filosófica, en la negación del
ser, heredada de Hegel, y su substitución por el devenir de una conciencia
universal.
El libro de Prado no es más que la
aplicación de este esquema a la colonización del Brasil y a su independencia.
Aplicación que, por otra parte, carece de toda novedad. La absoluta carencia de
elementos originales -el autor no hace ningún desarrollo personal que aporte lo
más mínimo a la doctrina marxista-, hace superflua en cierto modo una crítica
extensa a esta obra. Bastará recordar alguno de los apriorismos más
genuinamente marxistas, en base a los cuales Prado elabora su «interpretación»
histórica de la formación del Brasil contemporáneo:
1)
Ataques a la religión y denigración sistemática de la Iglesia y de su
esfuerzo evangelizador en Brasil (recuérdese la necesidad que el pensamiento marxista tiene de eliminar
la religión, desde el momento en que ésta es considerada como la cumbre y más
degradante de las alienaciones: vid. Introducción general a las
recensiones, p. 11).
En este punto -y con
apariencia de «objetividad», que lleva al autor a «reconocer» cierta acción
social por parte de la Iglesia (cfr. p. 329)-, Prado Junior procura presentar
siempre con tintes negativos la actuación de la Iglesia.
Como era de esperar,
dada su óptica puramente materialista, desconoce o silencia lo referente a la
actividad misionera de la Iglesia, que ve movida por intereses exclusivamente
económicos o materiales (cuando habla de una función espiritual, «aclara» en
seguida que no era más que el «preludio del dominio temporal a que aspiraban»):
la Iglesia «ni siquiera pensó en tomar en serio la instrucción religiosa» (p.
354).
Además, para el autor,
el dominio eclesial sobre la vida del colono era absoluto: «aunque su intimidad
no fuese afectada, el colono sufría cruelmente la sanción de la opinión
pública, que los sacerdotes fácilmente manejaban y alarmaban» (p. 329).
En su «objetividad» no
le importa atribuir también a la Iglesia la responsabilidad de la corrupción
que, según él, reinaba en la época.
2) La marcha dialéctica de la historia.
Aunque el autor no parece encontrar la síntesis, el resultado del
proceso dialéctico no desaprovecha la oportunidad de reafirmar las
proposiciones del materialismo histórico, y su plena «ortodoxia» en este punto:
«Debemos añadir que aquella apariencia ilógica e incongruente de los hechos no
sólo torna difícil su interpretación, sino que constituye la razón de la
incerteza que presentan todas las situaciones semejantes a la que analizamos...
Y aún después de aquellos hechos decisivos, ¿qué no pasará antes de que el
proceso se complete enteramente con la solución de todas las contradicciones
que se forman y surgen incesantemente? Es el eterno movimiento de la historia,
del hombre y de todas las cosas, que no para y no cesa, y que nosotros, con los
pobres instrumentos de comprensión y expresión no captamos, y, sobre todo, no
podemos reproducir, sino una parcela ínfima, secciones desarregladas de una
realidad que no se define estática, sino dinámicamente» (p. 396).
La realidad se define,
pues, como puro devenir histórico que avanza dialécticamente. Dejando a un lado
las dificultades que, incluso desde el punto de vista de la coherencia interna
del sistema, entraña la asunción de la dialéctica hegeliana por parte del
materialismo marxista (vid. Introducción general, p. 44), hay que tener
en cuenta que -una vez aceptada- el marxismo se encuentra impelido
necesariamente a acentuar las contradicciones para no correr el riesgo de
que -con palabras de Marx- «la dialéctica no funcione».
Es este un empeño común
de todo el marxismo que queda reflejado en estas páginas de Prado Junior: la
búsqueda de las contradicciones -porque todo es fruto de «las profundas
contradicciones del sistema colonial» (p. 363)- le lleva a descubrir
oposiciones donde no las hay, o a exagerarlas y extrapolarlas cuando las hay.
En este contexto aparecen las omnipresentes clases en su perpetuo enfrentamiento,
razón de fondo de todos los sucesos que, para Prado Junior, determinan la
historia del Brasil.
No puede, por tanto,
extrañar que el autor prescinda de tantos otros factores -políticos,
económicos, sociales, culturales...- que, sin duda, contribuyeron a la mudanza
de rumbos con que se preparó el decisivo período que va desde 1800 a 1850.
Prado Junior no habla, quizá porque no son reductibles a «contradicciones», de
la formación de una élite intelectual; de la difusión de nuevas concepciones
políticas fraguadas en Europa; de la implantación, todavía limitada e
incipiente, de un sistema educacional; del crecimiento de la clase media; de la
intensificación de la inmigración europea de cierto nivel tecnológico, etc.
3) Sobrevaloración del concepto de clase
y voluntad intencionada de enfrentar las clases en una lucha. Precisamente
porque el método dialéctico avanza a partir de las oposiciones, el encontrarlas
es un presupuesto del sistema, que deviene indispensable, y que se traduce para
el marxismo en la afirmación incondicionada del enfrentamiento violento de las
clases entre sí. De esta manera se entiende fácilmente que Prado ponga de
inmediato la etiqueta de clase opresora o explotadora a los
colonizadores y de clase oprimida o explotada a los indígenas.
No se trata de negar que
haya clases, y aunque éstas se opongan a veces injustamente (aunque no toda
desigualdad social sea injusta). Se trata simplemente de desmitificar el
concepto abstracto con que Marx delineó la clase, convirtiendo un
concepto sociológico fluctuante y contingente -que tiende cada vez más a
difuminarse- en un mito.
4) Determinismo histórico, social y
económico, negador de la libertad humana. Para la «ortodoxia» marxista de
Prado la historia avanza dialécticamente, la oposición dialéctica fundamental
es la lucha de clases, y las clases, por último, son producto de las relaciones
económicas de producción. De ahí el rígido determinismo al que el monismo
marxista que Prado profesa no puede escapar. Las relaciones de producción no sólo
condicionan las relaciones sociales, sino que se identifican. En consecuencia,
la historia no la hacen ya las voluntades libres de los hombres, porque la
historia no es otra cosa que el gigantesco devenir dialéctico de la acción
humana productiva e impersonal. La persona, en un sistema de «totalidad» como
el marxista, no cuenta. El marxismo, en su esfuerzo por prescindir
completamente de Dios, pretende ingenuamente sustituirle, sacrificando para
ello a los individuos en favor de la Humanidad, a los hombres en favor
del Hombre.
Prado Junior no fija su
atención en los hombres a la hora de analizar la historia brasileña, busca las
supuestas contradicciones que, también supuestamente, han debido originar las
relaciones productivas. Estas, a su vez, determinarían la actuación humana. El
análisis histórico marxista no es sólo anticristiano, sino que (desde un punto
de vista puramente natural) es inhumano.
Se
trata, pues, en conjunto, de un libro más de un marxista contemporáneo de
escuela, que acepta la doctrina de Marx como le viene dada, aplicándola a una
situación concreta: la colonización e independencia del Brasil. Situación que
no puede por menos que resultar deformada, al abordarse desde una óptica que
es, constitutivamente, unilateral y apriorística.
S.M.
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internos (del Opus Dei)
[1] «Quien como yo, concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de las que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas» (K. Marx, Prólogo a la primera edición de El Capital).