PRADO JUNIOR, Caio

FORMAÇAO DO BRASIL CONTEMPORANEO. COLONIA

(Colonia es el subtítulo del primer volumen) Ed. Brasiliense, 6ª ed., 1961.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Introducción

            El autor comienza su obra caracterizando el inicio del siglo XIX como el período en que el Brasil colonial cede paso al Brasil contemporáneo. Según el autor, este período representaría, por un lado, la síntesis de 300 años de colonización, y, por otro, la clave para la interpretación de la historia de la nación en su desarrollo posterior. Con eso se quiere decir que el sistema colonial implantado por la metrópoli portuguesa estaba dejando paso a un Brasil transformado por las realizaciones humanas, y en el que «se concretan todos los elementos que constituyen un organismo social completo y distinto» (p. 6), aunque todavía anclado al pasado colonial. A pesar de las transformaciones geográficas, económicas, sociales y políticas, dichos elementos -si se excluyen algunas raras excepciones- no tenían aún una forma definitiva.

            En el terreno económico se verifica una marcada dependencia de los medios de producción respecto al mercado externo; en el terreno social habría, según el autor, grandes diferencias de nivel material y moral entre las clases socio-económicas.

            Para concluir, hace un esbozo del trabajo de este primer volumen, dedicado a los tres siglos del Brasil colonial y a su posterior evolución.

Sentido de la colonización

            En este apartado presenta la evolución histórica del Brasil como si se tratara de una línea de acontecimientos «que se suceden en orden riguroso, y siempre dirigidos en una determinada orientación» (p. 13), pero que admite un cambio de rumbo en función de acontecimientos que ocasionan transformaciones internas y profundas de su equilibrio de estructura. Es decir, trata de acomodar los sucesos y personas a la supuesta «marcha dialéctica de la historia» que, según su esquema marxista, también tiene que haber operado en el desarrollo de la historia brasileña.

            Portugal, a partir del siglo XV, iniciando sus conquistas en ultramar, se hace una potencia colonial.

            Ese proceso no es sino un aspecto más de la actividad colonizadora europea. Originariamente, tal actividad se limitaba al comercio continental, uniendo el Mediterráneo al mar del Norte a través de los Alpes, de los cantones suizos y de los centros comerciales del Rin. Después, pasando por el estrecho de Gibraltar, asume una mayor importancia la costa oceánica de los países que dan al Mediterráneo y al Atlántico. Le tocará a Portugal, mejor situado geográficamente, dirigir esa corriente inicial que, evitando las rutas tradicionales, va por la costa occidental africana hasta rodear el continente negro, buscando un contacto directo con la India y sus riquezas. Después, como es sabido, fueron los españoles, franceses, ingleses, holandeses..., quienes procuraron sacar provecho de la gran navegación oceánica. La era de los «descubrimientos» se identifica en la historia con la del comercio europeo. Es excepción la colonización del continente norteamericano, pues allí fueron motivos de orden político-religioso los que provocaron la corriente migratoria desde Inglaterra, Francia, Alemania meridional y Suiza, lo que determinó el establecimiento de una sociedad semejante a la europea.

            En el caso del área subtropical, la ocupación y población seguirá otro rumbo. Ante las dificultades ambientales típicas de los trópicos para un europeo, sólo una motivación muy fuerte podía justificar el abandono del propio hábitat para ir a vivir en zonas inhóspitas. El autor identifica tal motivación con la escasez de determinados productos alimenticios -como el azúcar, la pimienta, etc.- en Europa. Además, afirma, en el fondo se buscaba la realización de un «comercio rentable» que no supusiese trabajo propio, sino de los demás (mano de obra esclava) (cfr. p. 23). Por tanto, no podría ser otro el motivo para el autor, la ocupación portuguesa estaría motivada por causas fundamentalmente económicas.

            El caso brasileño presentaría cierto matiz peculiar, pues (recogiendo una cita de Gilberto Freire) «se ha hecho más por constituir en los trópicos una sociedad con características nacionales y cualidades de permanencia». Pero ese matiz pasará a un lugar secundario, ante las exigencias comerciales de Europa. Primero el azúcar, el tabaco y otros productos; más tarde el oro, los diamantes; después vendrá el algodón y luego el café. Las estructuras y la misma vida del país se organizarán, para el autor, en función de las actividades comerciales europeas.

Población

            Inicialmente procura describir la semejanza de la distribución de la población al inicio del siglo XVIII con la de nuestros días, para indicar los motivos que la justificaron: a) Ocupación y defensa del territorio que tocó a Portugal en la partición resultante del Tratado de Tordesillas. b) Los bandeirantes (pioneros que con recursos propios realizaron largas expediciones en busca de riquezas). c) Explotación de las minas descubiertas en el siglo XVII. d) Las misiones de los jesuitas. e) La migración de animales desde Minas y Pernambuco, que van ocupando extensiones siempre mayores.

            Al inicio del siglo XVIII, la población es aproximadamente de tres millones de habitantes, excluidos 300.000 indios que no forman parte de la colonización.

            Se atribuye a los religiosos de la Compañía de Jesús una función espiritual, pero entendida como «preludio del dominio temporal a que aspiraban» (p. 32), al establecerse en la vertiente oriental de los Andes; el autor afirma que tal plan fracasaría.

            La estructura de la población queda así caracterizada: el 60 por 100 de los habitantes se encuentra en la zona costera y se dedica a la agricultura. La población está compuesta por europeos y esclavos traídos de Africa. La dispersión hacia el interior tiene lugar al descubrirse el oro, en la primera mitad del siglo XVIII, en Minas Gerais, Guiabá y Goiás. Esto causó gran daño a la agricultura, aunque más tarde la situación se invirtió, con la decadencia de la minería.

            Siguen una serie de explicaciones sobre el porqué del movimiento de la población desde el interior hacia el litoral: el descenso de la ganadería en el nordeste debido a la gran sequía de 1771-73 (p. 68), que obliga a consumir la carne del Río Grande do Sul, etc., afirmando que esos movimientos de población constituyen experiencias en el ámbito de una incansable búsqueda del mejor sistema de vida. No se hacen con criterio racional, para establecer una sólida base económica; tienen como objetivo, una agricultura de oportunidad, que se desarrolla en función del comercio exterior. «Se cultiva la caña como se extrae el oro, como más tarde se plantará algodón o café: simple oportunidad del momento, determinada por el comercio exterior y lejano, un comercio inestable y siempre precario» (p. 67).

Razas

            Después de una presentación general del origen de las razas que componen el pueblo brasileño, trata más directamente del problema del indio (cfr. pp. 84 y ss.). Este es considerado por el colono como un elemento activo que participa de la colonización, y un trabajador aprovechable. Los colonos entran en choque con las misiones cristianas, especialmente con las de los jesuitas. Por una parte, la colonización -si bien era una «esclavitud sumaria y explotación brutal del indio» (p. 87)- intentaba sacar al indio de la selva para hacer de él un colono como los demás; por otra, la Compañía de Jesús, al crear las llamadas «reduçôes» (aglomeraciones indígenas bajo la autoridad de los jesuitas) contrarrestaban ese proceso de integración.

            Ese conflicto de intereses entre colonos y jesuitas dura dos siglos. El 7 de julio de 1755, el marqués de Pombal suprime el poder temporal de los jesuitas, y en 1759, por las discordias que se originaron, fueron expulsados del Brasil. Se ha dado, por tanto, una solución que favorece a la colonización, pero que «acepta la tesis jesuítica de la libertad de los indios, de la necesidad de educarlos y prepararles para la vida civilizada, sin hacerlos simples instrumentos de trabajo en las manos ávidas y brutales de los colonos...» (p. 88).

            Y, además, se adoptó la línea maestra de la organización de los jesuitas: concentración de los indios en poblaciones sujetas a un administrador que debía velar por su educación y por sus intereses, para defenderlos de los colonos.

            Por otro lado no quedaban los indios separados de la comunidad colonial, y no sólo se les imponía la lengua portuguesa y se permitía que se empleasen como trabajadores asalariados (tesis de los colonos), sino que se fomentaba el mayor intercambio posible entre las dos categorías de población.

            El negro, segundo grupo social brasileño importante, representa en la primera mitad del siglo XIX una tercera parte de la población del Brasil. Su función inicial como esclavo «... es otra circunstancia digna de notar que comprueba el carácter de la economía colonial, el esclavo negro significa sobre todo azúcar, algodón, oro, géneros que se exportan» (p. 230). Más tarde terminó por fundirse con las demás razas existentes en el país. De ahí nace lo que hoy podemos llamar la raza brasileña, bajo la huella del mestizaje.

            Un panorama étnico del Brasil se presenta resumidamente en la p. 106. Hay un fondo preponderante de mestizos, resultante, sobre todo, del cruce del blanco con el negro. Sobre ese fondo se dispondrán las tres grandes razas: el blanco, el negro y el indio. La distribución social, dice el autor, orienta al primer grupo hacia los niveles sociales más elevados, y a los otros hacia niveles inferiores.

Vida material

            Como hemos visto en la primera parte, para el autor el sentido que se daba a la economía de la colonia era «el de suministrar al comercio europeo algunos géneros tropicales o minerales de gran importancia: azúcar, algodón, oro...». «Nuestra economía se subordina enteramente a este fin; es decir, se organizará y funcionará para producir y exportar esos géneros».

            En esta segunda parte el autor dedica cerca de 150 páginas a describir cómo se organiza la producción de tales productos que constituyen la base de la riqueza y de las actividades de la Colonia. Tiene nueve capítulos: Economía; Gran labranza; Agricultura de subsistencia; Artes e industrias; Minería; Ganadería; Producciones extractivas; Comercio y Vías de Comunicación y Transporte.

            El primer capítulo es un resumen general de toda esta segunda parte y los demás son una exposición, documenta con sobreabundante bibliografía (que se cita al final del volumen) de autores como Augusto St. Hilaire, Gilberto Freire y otros. Nos limitamos, por eso, a describir ese primer capítulo en sus líneas fundamentales.

            La agricultura, como es lógico, se encuentra en la cumbre de la organización económica de la Colonia. Su elemento fundamental será la gran propiedad de monocultivo en la que trabajan esclavos. Los engenhos o fazendas -así se llamaban esas grandes propiedades- pertenecían a los colonos inmigrantes. En ellos se cultivaban productos de gran valor comercial, y por eso eran altamente lucrativos. La búsqueda del mayor lucro y el hecho de que la mano de obra esclava «no puede ser empleada en una explotación diversificada y de alto nivel técnico», justifican el monocultivo. Se trata de un sistema fundamental de la economía agraria brasileña.

            La minería, guardando las debidas proporciones, también se organizaba en grandes unidades en las que trabajaban eslavos. En cambio, en el tercer sector, el extractivo, se organizará de forma distinta, pues no tendrá por base la organización territorial; consiste prácticamente en la recolección de productos tropicales que nacen espontáneamente: el cacao, la zarzaparrilla, la nuez...

            A las tres actividades principales se unen algunas secundarias que no tienen como objetivo el comercio exterior; por ejemplo, la ganadería y el cultivo de algunos productos necesarios para el desarrollo de esas tres actividades básicas. Lo mismo debe decirse del reducido sector industrial (alfarerías, cerámica, curtidurías, fábricas de tejidos, etc.), son simple accesorio de los establecimientos agrícolas y mineros.

            «Brasil seguía siendo -según Prado Junior- tres siglos después del inicio de la colonización, aquella misma colonia visceralmente ligada (ya no hablo de subordinación político-administrativa), a la economía de Europa; mera suministradora de mercancía para su comercio» (p. 119). Por otro lado «se temía la concurrencia en una mercancía que, aunque no fuese natural del Reino, daba grandes lucros a su comercio; y también se temía la independencia económica de la Colonia, preludio de la política» (p. 224).

Vida social. Organización social

La población, a finales del siglo XVIII, estaba constituida por hombres libres, por negros y por los llamados «desclasificados».

Libres -los blancos- eran, en primer lugar, los señores de los engenhos, en quienes tuvo origen la sociedad patriarcal; los que tenían una profesión liberal -abogados, médicos...-; y los miembros del clero, que sobresalían por su condición intelectual.

El negro -sinónimo de esclavo»- era aprovechado por su señor única y exclusivamente como mano de obra en la producción de los bienes útiles para el comercio de la colonia.

«Desclasificados» eran la gran multitud (la mitad de la población: cerca de seis millones de habitantes) de los desocupados o con trabajos temporales. Las razones para que hubiera tantos son variadas, pero normalmente tienen sus raíces, según el autor, en el sentido que se dio a la colonización. «Lo que no es producción a gran escala de algunos productos de gran expansión comercial y destinados a la exportación es fatalmente relegado a un segundo plano mezquino y miserable... » «Así, los que se mantienen fuera del estrecho círculo de la gran labranza (casi todos excepto el señor y su esclavo) no tienen delante de sí ninguna perspectiva» (p. 283).

* * *

            Al hablar de la Administración, el autor procura confirmar el concepto, ya varias veces repetido, del sentido de la colonización.

            Su idea clave se centra en la existencia de dos órganos, que juntos acompañarán toda la vida de la Colonia: el Estado, es decir, la Monarquía portuguesa a través de sus gobernadores, y la Iglesia que, aunque ejercía clara influencia en la vida del colono en general, para el autor es «un simple departamento de la Administración portuguesa, y el clero secular y regular, sus funcionarios» (p. 331).

Prado Junior critica el modo de llevar la Administración colonial afirmando que fue un símil perfecto del utilizado en la Administración del reino de Portugal: carente de originalidad, con tendencia a «centralizar el poder y a concentrar las autoridades» (p. 300).

La religión, por su parte, sería un hábito perfectamente arraigado en la vida de los ciudadanos, pero sin ninguna influencia sincera en su comportamiento. Para ser más precisos, el autor no quiere averiguar si hubo o no influencia. Admite que hubo «un sentimiento religioso», pero resalta que los actos de religión existentes serían «algo necesario y fatal, como vestirse y comer en ciertas horas, seguir un régimen de vida común a todos. El ciudadano de la Colonia pasará los años de su existencia sin que se le ocurra tener, por un instante siquiera, la más tenue sospecha de que tales actos podrían serle dispensados» (p. 327).

Según Prado Junior, lo que de hecho importa es que la intervención de la Iglesia en la vida de la Administración pública, e incluso de los individuos, es determinante; y lo es por un motivo de base: la ineptitud de la corona, que se limitaba a gestionar, según esquemas utilizados en la Metrópoli, sus intereses relativos a la actividad mercantil que anteriormente se ha comentado.

Así, el autor considera «el clero de la colonia claramente superior a los funcionarios civiles, e incluso a cualquier otra particular categoría de la población colonial» (p. 336). Por otro lado, critica mordazmente al clero (incluyendo también bajo este concepto el gran número de religiosos que había en el país, y que llegaban a constituir mayoría) atribuyéndole de modo completamente gratuito un interés de lucro en su actividad espiritual.

Conclusiones; la vida social y política

            Inicialmente, Prado Junior identifica las características de la vida social y política de la Colonia, dando a entender que la esclavitud -aunque pueda parecer increíble- es el único elemento real y sólido de la organización de la Colonia. Lo que estaba al margen de la esclavitud, por regla general, carecería de organización. Por eso empieza en esa época un proceso de disgregación más o menos acentuado al faltar un nexo moral -en sentido amplio-, un conjunto de fuerzas de aglutinación, un complejo de relaciones humanas que mantuviera ligados y unidos a los individuos de esa sociedad.

            En segundo lugar, considera la presión exterior ejercida por el poder, por la autoridad y la acción de la Corona sobre la sociedad colonial. Afirma que un debilitamiento de ese poder llevó al país a las puertas de la anarquía, evitada únicamente por la constitución de un estado nacional, aunque establecido según los moldes administrativos y organizativos de la monarquía portuguesa.

            La fisonomía de la vida social y política del país estaría ligada, según el autor, a dos factores que regularán la personalidad del Brasil colonial al inicio del siglo XIX: el instinto económico y el sexual, dos instintos primarios del hombre. El primero explica la servidumbre que el colono impone al esclavo, «utilizándolo» para sus fines. El otro, determinando la prevalencia de los sentidos sobre la razón, acaba por llevar al colono a aprovecharse de sus esclavas. En cuanto a esto, echa la culpa a la religión por no haber tomado en serio la instrucción religiosa para preservar los principios morales y espirituales del pueblo. Dice que constituyen excepción los jesuitas «que puede afirmarse realizaron una obra más extensa y sistemática de instrucción y educación en la Colonia» (p. 355, nota 27).

            En el último capítulo de su libro, el autor intenta explicar cómo se produjo la reacción ante la situación de descomposición del sistema colonial, debida «a la incorporación apresurada de razas y culturas tan distintas entre sí, al trabajo servil, a la dispersión de la población» y a otros factores del género (p. 356). Sin duda, la independencia política de la Colonia podía contribuir de forma significativa para las perspectivas futuras del país, pero representaba solamente «el final de la escena, o mejor, el primer gran acontecimiento» (p. 357), de la historia brasileña.

            Al final del siglo XVIII comienzan a aparecer reformadores de tendencias opuestas que originan profundas contradicciones en el sistema colonial, «de las que brotan conflictos que agitan la sociedad, y brotará también la síntesis que pondrá término a esos conflictos» (p. 365). La primera de esas contradicciones es la escisión que se verifica entre propietarios -señores de engenho, latifundistas, etc.- y comerciantes, cada cual con intereses propios; los primeros como productores y, por tanto, acreedores, y los últimos como compradores, todos con problemas de insolvencia, especialmente por la crisis del azúcar, que tuvo lugar en esta época.

            Otra contradicción sería de tipo étnico. La amalgama de razas que se entrelazaban y a veces se enfrentaban, creó situaciones de conflicto difícilmente controlables.

            Tales contradicciones, unidas a otros factores que contribuyeron a aumentar los roces, serían, siempre, según el autor, los responsables de una situación que clamaba por una revisión de las relaciones colonia-metrópoli. La penetración de la masonería en Brasil contribuyó poderosamente a acelerar la reestructuración del camino emprendido por la independencia. La logia masónica europea apuntaba las miras de sus cañones contra la corona portuguesa. Su acción en la Colonia no habría sido, por tanto, más que una acción indirecta, «coincidente» con las circunstancias de la Colonia, para golpear a Portugal.

 

VALORACIÓN CRÍTICA

Prado Junior, nacido en 1907 y poseedor de una gran fortuna, es conocido en Brasil como historiador, economista y editor (Ed. Brasiliense). Nieto del diputado republicano Martinico Prado, gran cultivador de café, es uno de los marxistas más representativos del Brasil: militó en el Partido Comunista Brasileño y fue diputado por ese partido en la Asamblea legislativa de Sao Paulo. Entre sus obras principales están: Evolución política del Brasil, Formación del Brasil contemporáneo, Historia económica del Brasil; es también autor de URSS: un nuevo mundo, Dialéctica del conocimiento, etc. Ha dedicado gran parte de su actividad a la propagación de las ideas marxistas; para este fin constituyó su editorial.

Formación del Brasil contemporáneo quiere constituir una explicación de la situación económica, social e histórica de la colonia portuguesa de Brasil, y de la evolución que determinó la independencia de la metrópoli. El libro se encuadra, pues, dentro de la vasta gama de bibliografía que ha descrito e interpretado el tema de la colonización americana.

Los historiadores abordan el tema con distintos enfoques. Unos se limitan a describir los hechos tal como -según las fuentes que poseen- ocurrieron. Otros, además, los interpretan. Otros, por último, toman el camino inverso: fuerzan los hechos para acomodarlos a una explicación preestablecida. Entre estos últimos podrían encuadrarse todos aquellos que se han apresurado a dar una interpretación marxista a la colonización americana, entre los cuales -no es, por tanto, el único ni siquiera el primero (vid., p. ej., recensión a Martínez Peláez, La patria del criollo)- se encuentra Prado Junior.

Que un marxista como Prado Junior dé una interpretación de la colonización portuguesa del Brasil utilizando los moldes del materialismo dialéctico, no puede producir extrañeza. Es una postura tan «coherente» como -por apriorística y ajena a la realidad- falsa.

            Es un postulado apodíctico del marxismo que sólo las relaciones de producción (relaciones establecidas en base al trabajo humano; trabajo entendido como actividad sensible) tienen consistencia real; lo demás son superestructuras. El individuo (si es que se puede hablar con propiedad de individuo en el marxismo: cfr. en este punto recensiones a las obras de Marx, El Capital y Miseria de la Filosofía) no pasa de ser en cualquier caso más que una criatura social [1] de las relaciones de producción en continuo cambio.

            Así, analizar unos hechos bajo la óptica marxista implica siempre la aplicación de un mismo esquema preconcebido: la entera actividad humana, en toda su variedad, vendría determinada por la actividad productiva material; y como ésta se rige dialécticamente resolviéndose en lucha de clases, basta encontrar las clases que se oponen (tesis-antítesis) para conocer el porqué de la situación que se analiza (situación que ya previamente había sido declarada síntesis).

            Analizar cualquier situación histórica, económica o social desde el marxismo supone, pues, aplicar siempre el mismo guión rígido y apriorístico. El esquema de la lucha de clases sería, a juzgar por la utilización que el marxismo hace de él, universal e inequívocamente válido. Si se parte de la base, inamovible para el marxismo, de que la realidad se resuelve únicamente en la actividad humana material-sensible que fluye históricamente a través de un proceso dialéctico, cualquier situación histórico-económico-social puede justificarse según la aplicación del esquema apriorístico de la lucha de clases. La impostura y falsedad del planteamiento radica en el punto de partida, en su concepción filosófica, en la negación del ser, heredada de Hegel, y su substitución por el devenir de una conciencia universal.

            El libro de Prado no es más que la aplicación de este esquema a la colonización del Brasil y a su independencia. Aplicación que, por otra parte, carece de toda novedad. La absoluta carencia de elementos originales -el autor no hace ningún desarrollo personal que aporte lo más mínimo a la doctrina marxista-, hace superflua en cierto modo una crítica extensa a esta obra. Bastará recordar alguno de los apriorismos más genuinamente marxistas, en base a los cuales Prado elabora su «interpretación» histórica de la formación del Brasil contemporáneo:

1)                 Ataques a la religión y denigración sistemática de la Iglesia y de su esfuerzo evangelizador en Brasil (recuérdese la necesidad que el pensamiento marxista tiene de eliminar la religión, desde el momento en que ésta es considerada como la cumbre y más degradante de las alienaciones: vid. Introducción general a las recensiones, p. 11).

                        En este punto -y con apariencia de «objetividad», que lleva al autor a «reconocer» cierta acción social por parte de la Iglesia (cfr. p. 329)-, Prado Junior procura presentar siempre con tintes negativos la actuación de la Iglesia.

                        Como era de esperar, dada su óptica puramente materialista, desconoce o silencia lo referente a la actividad misionera de la Iglesia, que ve movida por intereses exclusivamente económicos o materiales (cuando habla de una función espiritual, «aclara» en seguida que no era más que el «preludio del dominio temporal a que aspiraban»): la Iglesia «ni siquiera pensó en tomar en serio la instrucción religiosa» (p. 354).

                        Además, para el autor, el dominio eclesial sobre la vida del colono era absoluto: «aunque su intimidad no fuese afectada, el colono sufría cruelmente la sanción de la opinión pública, que los sacerdotes fácilmente manejaban y alarmaban» (p. 329).

                        En su «objetividad» no le importa atribuir también a la Iglesia la responsabilidad de la corrupción que, según él, reinaba en la época.

2)         La marcha dialéctica de la historia. Aunque el autor no parece encontrar la síntesis, el resultado del proceso dialéctico no desaprovecha la oportunidad de reafirmar las proposiciones del materialismo histórico, y su plena «ortodoxia» en este punto: «Debemos añadir que aquella apariencia ilógica e incongruente de los hechos no sólo torna difícil su interpretación, sino que constituye la razón de la incerteza que presentan todas las situaciones semejantes a la que analizamos... Y aún después de aquellos hechos decisivos, ¿qué no pasará antes de que el proceso se complete enteramente con la solución de todas las contradicciones que se forman y surgen incesantemente? Es el eterno movimiento de la historia, del hombre y de todas las cosas, que no para y no cesa, y que nosotros, con los pobres instrumentos de comprensión y expresión no captamos, y, sobre todo, no podemos reproducir, sino una parcela ínfima, secciones desarregladas de una realidad que no se define estática, sino dinámicamente» (p. 396).

                        La realidad se define, pues, como puro devenir histórico que avanza dialécticamente. Dejando a un lado las dificultades que, incluso desde el punto de vista de la coherencia interna del sistema, entraña la asunción de la dialéctica hegeliana por parte del materialismo marxista (vid. Introducción general, p. 44), hay que tener en cuenta que -una vez aceptada- el marxismo se encuentra impelido necesariamente a acentuar las contradicciones para no correr el riesgo de que -con palabras de Marx- «la dialéctica no funcione».

                        Es este un empeño común de todo el marxismo que queda reflejado en estas páginas de Prado Junior: la búsqueda de las contradicciones -porque todo es fruto de «las profundas contradicciones del sistema colonial» (p. 363)- le lleva a descubrir oposiciones donde no las hay, o a exagerarlas y extrapolarlas cuando las hay. En este contexto aparecen las omnipresentes clases en su perpetuo enfrentamiento, razón de fondo de todos los sucesos que, para Prado Junior, determinan la historia del Brasil.

                        No puede, por tanto, extrañar que el autor prescinda de tantos otros factores -políticos, económicos, sociales, culturales...- que, sin duda, contribuyeron a la mudanza de rumbos con que se preparó el decisivo período que va desde 1800 a 1850. Prado Junior no habla, quizá porque no son reductibles a «contradicciones», de la formación de una élite intelectual; de la difusión de nuevas concepciones políticas fraguadas en Europa; de la implantación, todavía limitada e incipiente, de un sistema educacional; del crecimiento de la clase media; de la intensificación de la inmigración europea de cierto nivel tecnológico, etc.

3)         Sobrevaloración del concepto de clase y voluntad intencionada de enfrentar las clases en una lucha. Precisamente porque el método dialéctico avanza a partir de las oposiciones, el encontrarlas es un presupuesto del sistema, que deviene indispensable, y que se traduce para el marxismo en la afirmación incondicionada del enfrentamiento violento de las clases entre sí. De esta manera se entiende fácilmente que Prado ponga de inmediato la etiqueta de clase opresora o explotadora a los colonizadores y de clase oprimida o explotada a los indígenas.

                        No se trata de negar que haya clases, y aunque éstas se opongan a veces injustamente (aunque no toda desigualdad social sea injusta). Se trata simplemente de desmitificar el concepto abstracto con que Marx delineó la clase, convirtiendo un concepto sociológico fluctuante y contingente -que tiende cada vez más a difuminarse- en un mito.

4)         Determinismo histórico, social y económico, negador de la libertad humana. Para la «ortodoxia» marxista de Prado la historia avanza dialécticamente, la oposición dialéctica fundamental es la lucha de clases, y las clases, por último, son producto de las relaciones económicas de producción. De ahí el rígido determinismo al que el monismo marxista que Prado profesa no puede escapar. Las relaciones de producción no sólo condicionan las relaciones sociales, sino que se identifican. En consecuencia, la historia no la hacen ya las voluntades libres de los hombres, porque la historia no es otra cosa que el gigantesco devenir dialéctico de la acción humana productiva e impersonal. La persona, en un sistema de «totalidad» como el marxista, no cuenta. El marxismo, en su esfuerzo por prescindir completamente de Dios, pretende ingenuamente sustituirle, sacrificando para ello a los individuos en favor de la Humanidad, a los hombres en favor del Hombre.

                        Prado Junior no fija su atención en los hombres a la hora de analizar la historia brasileña, busca las supuestas contradicciones que, también supuestamente, han debido originar las relaciones productivas. Estas, a su vez, determinarían la actuación humana. El análisis histórico marxista no es sólo anticristiano, sino que (desde un punto de vista puramente natural) es inhumano.

            Se trata, pues, en conjunto, de un libro más de un marxista contemporáneo de escuela, que acepta la doctrina de Marx como le viene dada, aplicándola a una situación concreta: la colonización e independencia del Brasil. Situación que no puede por menos que resultar deformada, al abordarse desde una óptica que es, constitutivamente, unilateral y apriorística.

S.M.

 

Volver al Índice de las Recensiones del Opus Dei

Ver Índice de las notas bibliográficas del Opus Dei

Ir al INDEX del Opus Dei

Ir a Libros silenciados y Documentos internos (del Opus Dei)

Ir a la página principal

 

 



[1]              «Quien como yo, concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico-natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de las que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas» (K. Marx, Prólogo a la primera edición de El Capital).