Nacido en Atenas en
1936, Nicos Poulantzas residió en Francia desde 1960, y fue profesor de
Sociología Política de la Universidad de París hasta su muerte en 1979. Teórico
del marxismo, miembro del partido comunista griego, escribió varias obras sobre
los problemas del poder y del Estado. Desde Poder político y clases sociales
(1968) hasta El Estado, el poder y el socialismo (1978) su
preocupación central fue analizar el carácter del Estado en las sociedades
modernas.
En este estudio sobre el
fascismo, Poulantzas se ocupa de tres cuestiones principales (pp. 7-8): «el
fascismo como fenómeno político específico»; el fascismo como «forma particular
de régimen de la forma de Estado capitalista de excepción»; y «la política de
la III Internacional respecto al fascismo». Cabe decir que el objeto del libro
es doble: por un lado, el fascismo (nazismo alemán y fascismo italiano) en
cuanto partido y régimen político establecido, y por otro, la interpretación
marxista oficial de los años veinte y treinta acerca del fenómeno fascista,
postura que el autor critica duramente a lo largo del libro.
Poulantzas no ofrece una descripción pormenorizada de
este fenómeno, pues, como advierte al lector, «esto no es un estudio
historiográfico de los fascismos alemán e italiano, sino un estudio de teoría
política; es cierto, desde luego, que este estudio sólo puede ser realizado a
través de una investigación histórica profunda» (p. 9). Aunque lo histórico
sólo intervenga como elemento auxiliar, el autor aclara desde
el primer momento que esta obra es «un estudio de materialismo histórico» (p.
7), toma de partido inicial que va a condicionar todos los análisis.
CONTENIDO DE LA OBRA
2.1.
Índice.
-
Introducción (pp. 7-10).
-
Primera parte: La cuestión del
periodo de los fascismos (pp. 11-55).
1. Imperialismo y fascismo. A propósito del
capitalismo monopolista y de la cadena imperialista.
2. Los eslabones alemán e italiano: su
historia.
3. El período de los fascismos y la III
Internacional.
4. Conclusión: La transición hacia el capitalismo
monopolista y la «crisis económica».
-
Segunda parte: El fascismo y la
lucha de clases (pp. 57-68).
1.
La
crisis política: Fascismo y estado de excepción. El proceso de fascistización.
-
Tercera parte: Fascismo y clases
dominantes (pp. 69-144).
1. Proposiciones generales.
2. Alemania.
3. Italia.
-
Apéndice: La URSS y el Komintern
(pp. 241-253).
-
Quinta parte: Fascismo y pequeña
burguesía (pp. 255-291).
1. Preliminares relativos a la naturaleza de
clase de la pequeña burguesía y a la ideología pequeño-burguesa.
2. Proposiciones generales.
3. Alemania.
4.
Italia.
-
Sexta parte: El fascismo y el
campo (pp. 293-324).
1. Preliminares relativos a las clases
sociales en el campo.
2. Proposiciones generales.
3. Alemania.
4.
Italia.
-
Séptima parte: El Estado
fascista (pp. 325-391).
1. Preliminares relativos al aparato de Estado
y a los aparatos ideológicos.
2. Forma de estado de excepción y estado
fascista: tipo de Estado, forma de Estado y forma de régimen.
3. Proposiciones generales sobre la forma de
estado de expresión.
4. Proposiciones generales sobre el estado
fascista, forma de régimen de excepción.
5. Alemania.
6. Italia.
-
Conclusión (pp. 392-395).
El
contenido de esta obra puede dividirse en tres grandes bloques:
1º.) El fascismo, en general, en su
relación con los clásicos tópicos marxistas, inevitables al tratar de ese
movimiento político: imperialismo, capitalismo monopolista, crisis económica,
"cadena" imperialista con sus "eslabones" alemán e italiano,
lucha de clases, períodos y procesos históricos... A la vez, se analiza
especialmente la visión que el Komintern tenía del fascismo. Esto se
corresponde con las partes primera y segunda y con el apéndice de las pp. 241 y
ss., donde se trata de la persistencia de la burguesía en la URSS.
2º.) El segundo bloque estudia la
relación entre el fascismo y las clases sociales. Primero, respecto a la
burguesía y el proletariado -las dos clases más importantes y auténticas a los
ojos marxistas (partes tercera y cuarta, pp. 69 y ss., 145 y siguientes)-, y
luego en relación con la pequeña burguesía (tan importante en el caso fascista;
parte quinta, pp. 255 y ss.) y con las clases campesinas (pp. 293 y ss., sexta
parte).
El esquema seguido es, básicamente,
el mismo en estas cuatro clases. Poulantzas plantea, primero, la situación
económica, política e ideológica, junto con una revisión del panorama de los
partidos políticos existentes, con particular atención a los partidos
socialdemócratas y comunistas; todo ello lo sitúa, en la dinámica histórica
propia de la interpretación marxista, dentro de los típicos procesos
(ofensivos, defensivos, de derrota...), períodos y crisis. Después estudia el
caso de Alemania y, finalmente, de Italia.
3º.) El tercer bloque consiste en el
estudio del Estado fascista como Estado de excepción correspondiente a una
crisis política dentro del capitalismo.
2.2. Afirmaciones
y argumentaciones más importantes.
2.2.A. Fascismo e
imperialismo.
En
el primer bloque temático Poulantzas sitúa al fascismo en el
"estadio" imperialista del capitalismo, lo cual basta para concluir
que, ciertos factores considerados como causas fundamentales del fenómeno
fascista (particularidades económicas, políticas o bélicas de Alemania e
Italia) no son en realidad causas primeras del fascismo, sino elementos
integrantes de alguna de las coyunturas que son posibles en ese estadio
económico-político internacional (pp. 13 y 14). Poulantzas presenta el
imperialismo como un fenómeno complejo, irreductible al solo proceso económico;
es también político e ideológico, aunque los factores económicos sean los más
decisivos (pp. 14 y 19). Pero la III Internacional tenía una concepción
simplista del imperialismo -y, por tanto, del fascismo- como cuestión puramente
económica.
Ya
Lenin había criticado el economicismo de la Segunda Internacional, y en este
libro Poulantzas ataca repetidamente el economicismo del Komintern y de la
URSS, que produjo «ausencia de línea de masa» y «abandono progresivo del
internacionalismo proletario» (p. 14).
Los
tres errores indicados caracterizan los análisis que el marxismo oficial hizo
del fascismo no sólo en los años 20, sino hasta mucho tiempo después; y
explican el constante malentendimiento de los fascismos, al que nuestro autor
quiere poner punto final.
El
imperialismo era algo más que una circulación internacional de capitales o un
fenómeno de interpenetración económica; era una cadena, cuyos eslabones
(los diversos países) no tenían la misma solidez. Conforme a la
interpretación economicista de la Segunda Internacional, la revolución debía
haber estallado en Alemania, y no en Rusia, que no era un país industrializado
(según el clásico determinismo marxista, la revolución se producirá primero en
los países industrializados, siguiendo un economicismo determinista; en cambio,
se inició la revolución en Rusia, aunque no era el país económicamente más
preparado para la revolución [cfr. pp. 19-21]).
Según
Poulantzas, si en Alemania e Italia triunfó el fascismo y en Rusia se impuso la
revolución, fue porque estos países eran los eslabones más débiles de la cadena
(p. 22). Su debilidad explica que en los tres casos se alterara violentamente
el acontecer político.
En
diversos lugares vuelve Poulantzas a la carga contra las interpretaciones oficiales
-verdaderamente simplistas- del Komintern: economicismo mecanicista y
catastrofista, que no concebía el fascismo en Alemania, sino en Italia, por ser
un país semi-industrializado. Además, esa postura apenas concedía lugar a la
lucha de clases y carecía de una línea política de masas (pp. 34, 35, 36, 40,
44).
A
causa de esos criterios, la III Internacional consideraba al fascismo como un
estadio dentro del desarrollo natural de la democracia liberal burguesa, como
si entre ambos regímenes no hubiera más que una ligera diferencia de desarrollo
[1]
(p. 59). Frente a esta postura, Poulantzas mantiene que el proceso de
fascistización no puede ser comprendido más que «rompiendo enteramente con la
tesis del proceso orgánico y continuo, de hechura evolutivo-lineal, entre
democracia parlamentaria y fascismo» (p. 66).
Los
continuos ataques del autor a la línea marxista oficial de la Unión Soviética
(no la de la China de Mao, cfr. pp. 244, 248 y passim) nos
conducen al apéndice de las pp. 241-253, titulado L’URSS et le Komintern.
Poulantzas recalca los tres errores ya citados -economicismo, ausencia de una
línea de masas y abandono del internacionalismo proletario-, al tiempo que
recuerda los estrechos vínculos existentes entre la URSS, el Komintern y casi
todos los partidos comunistas de los diversos países, por ejemplo durante la
época del VI Congreso (1928). ¿Cuál es la causa de estas estrechas relaciones
entre la URSS y el Komintern, y de los errores de perspectiva en los análisis
oficiales de los marxistas de la época? Para responder a esta cuestión, dice el
autor, hay que analizar previamente la lucha de clases entre burguesía y
proletariado dentro de la propia URSS, y determinar la naturaleza de clase del
Estado soviético.
Diversos
autores han tratado de explicar las causas de esos problemas. Unos lo achacan a
la lucha interna de facciones en el seno del partido bolchevique (ej.: BROUÉ,
Pierre: Le Parti Bolchevik, 1963); otros, a los imperativos de la
política exterior de la URSS, o bien a las alternativas del partido bolchevique
en la política interior, con sus consiguientes efectos sobre el Komintern.
Sin
negar lo que puede haber de cierto en estas explicaciones, y tras llamar la
atención sobre el pensamiento de Mao, Poulantzas propone su propia solución: la
historia de la URSS post-revolucionaria ha de interpretarse también en términos
de lucha de clases, porque a pesar de la Revolución continúan existiendo
burguesía y proletariado. Es más: la burguesía ha logrado reconstituirse con
éxito, hasta alcanzar su implantación plena en la época de Stalin, y ha tomado
el poder en el Estado y en el partido. A la luz de la experiencia de China, se
comprende que la burguesía, sólidamente instalada en los aparatos del Estado
(incluido el aparato ideológico) produzca «la ausencia de democracia proletaria
en el seno del partido bolchevique, la concepción policial de la política por
la dirección de ese partido» (p. 251, nota 7), el determinismo económico que
inhibe la energía política, la ausencia de una línea política de masa "y
su corolario"; es decir, el abandono del internacionalismo proletario. A
partir de aquí, el error teórico y práctico acerca del fascismo va de soi. La
solución de Poulantzas es netamente marxista, como se puede ver.
2.2.B. Fascismo y clases
sociales.
Al
estudiar la relación entre el fascismo y las clases sociales (partes tercera,
cuarta, quinta y sexta), de nuevo el autor se opone a las simplificaciones del
Komintern, que identificaban lisa y llanamente dominación económica con
hegemonía política. La posición de Poulantzas es, también en este campo, mucho
más intelegente y elaborada que la del marxismo oficial (cfr. pp. 74, 76-79,
161-164). Al percibir la insuficiencia de la explicación de la historia
mediante la reducción a los procesos económicos, procura apurar todas las posibilidades
metodológicas del marxismo de Marx, Engels, Lenin y Mao, y por eso -como vamos
a ver- los aspectos ideológicos, políticos, culturales y religiosos, en el
fondo, continúan estando en función de la economía y la lucha de clases, aunque
se les llegue a reconocer una autonomía relativa. En realidad, lo que el autor
pone de manifiesto implícitamente, es que la historia no puede ser comprendida
con el método del materialismo histórico.
En
último término, la interpretación de Poulantzas no difiere esencialmente de la
"versión oficial" de la III Internacional, según lo cual el fascismo
era sólo un nuevo instrumento del gran capital financiero. Pero Poulantzas
admite también la existencia de elementos políticos en el proceso de
fascistización, como la crisis de la representación de los partidos y la crisis
ideológica. No obstante, la causalidad última de estos fenómenos políticos es
reconducible a los clásicos temas económicos y de lucha de clases.
También
recoge el autor que los partidos nazi y fascista se componían de personas de
procedencia social diversa, y no de una sola clase o fracción de clase. Aunque
la composición social de dichos partidos no fuese representativa de la
estructura social de Alemania o Italia, sí queda claro que los fascismos se
nutrían de muchas personas que no eran pequeños burgueses ni grandes
capitalistas.
Por
esta diversa extracción social, Poulantzas reconoce a los partidos nazi y
fascista mayor autonomía respecto al capital, contra la opinión de la III
Internacional, que los veía como simples agentes pagados o bandas armadas a
sueldo del gran capital (cfr. pp. 86, 88...).
Poulantzas
también admite, aunque un poco a regañadientes, que los dos regímenes fascistas
estudiados no produjeron la ruina económica que la III Internacional decía. El
autor reconoce los espectaculares resultados obtenidos en las recuperaciones
económicas de ambos países: mejoras en la producción industrial y agrícola;
modernización de la agricultura; paro y precios a niveles más que razonables,
etc. Dentro del impresionante progreso económico general, los sectores que
salieron peor parados fueron la pequeña burguesía y los obreros agrícolas.
También se promulgaron algunas interesantes normas legislativas de contenido
social ( vid. III, 2, II, Grand et moyen capital. Le fascisme, phénomène
“économiquement rétrograde”?, pp. 99 y ss.; también 120 y ss.; 145 y ss.).
Por lo
que se refiere a la ideología fascista, también Poulantzas se aparta de las
posturas marxistas clásicas, apurando al máximo las posibilidades
interpretativas que le ofrecen Marx, Engels, Lenin y Mao, pero sin alcanzar la
objetividad que exige el análisis científico. Poulantzas se ocupa de las
relaciones entre fascismo e ideología en diversos lugares del libro (III, 1, 5;
III, 2, III; III, 3, III; IV, 1, II; IV, 2, 1; IV, 3, II; V, 1; V, 2, III,
etc.), normalmente en relación con cada una de las formaciones sociales y con
las situaciones concretas de cada una de esas clases en los dos países
estudiados.
Basta
con apercibirse de este enfoque para darse cuenta de que la ideología fascista
aparece tratada en función del esquema de las clases sociales, pues para
Poulantzas no hay más que dos ideologías en sentido auténtico y estricto: la
burguesa y la proletaria. El autor atribuye gran importancia a la ideología,
dentro del esquema marxista, hasta el punto de escribir que no se puede
entender el fascismo sin comprender la crisis de la ideología de la clase
dominante, «verdadero “cimiento” de una formación social» (p. 77).
En
general, cabe decir que Poulantzas destaca dos aspectos de la ideología
fascista: el imperialista y el pequeño burgués (cfr. p. 275), los cuales
explican la convivencia de elementos muy distintos dentro del fascismo, con
tendencias que van desde lo imperialista hasta lo izquierdista. Dentro de esa
amalgama de elementos contradictorios, ya señalada por Togliatti (p. 275),
Poulantzas destaca los siguientes aspectos de la Ideología fascista (pp.
276-278):
a)
"Estatolátrico",
culto al estado, el individuo no es nada.
b)
Anti-jurídico,
culto de lo arbitrario.
c)
Elitista.
d)
Racista
antisemita.
e)
Nacionalista.
f)
Militarista.
g)
Anticlerical.
h)
Papel
especial de la familia (parece seguir al conocido autor freudo-marxista W.
Reich), institución ligada a las aspiraciones y representaciones de la pequeña
burguesía porque proporciona un comportamiento estanco, impermeable a la lucha
de clases y porque refuerza el sentimiento de jerarquía autoritaria propia del
imperialismo.
i)
Papel
especial de la educación.
j)
Aspecto
obscurantista y anti-intelectualista.
k)
Corporativismo.
Es
prácticamente imposible tratar tantas cuestiones con un mínimo de rigor en dos
páginas y media. Aquí Poulantzas incurre en la actitud simplificadora que
reprocha a la III Internacional. En cuanto a las omisiones, no cita a Nietzsche
ni a Chamberlain, tan imprescindibles en la formación de la ideología nazi.
Cabe
reprochar a Poulantzas, además de la rapidez y brevedad con que despacha todos
esos elementos, que no entra en un análisis sistemático de la ideología
fascista. A lo cual responde él que no es un verdadero objeto de investigación,
como lo son las ideologías burguesa y proletaria (pp. 275, 286, 290).
Esta
postura, aunque coherente con los planteamientos marxistas de base, es
inaceptable si pretendemos llegar a conocer bien el movimiento político que es
objeto de este libro. En primer lugar, al tratar estos temas es imprescindible
distinguir el nazismo alemán del fascismo italiano, cosa que Poulantzas,
prácticamente, no hace. En segundo lugar, es conocida la enorme importancia de
la ideología en el caso alemán, con sus incubaciones irracionalistas, racistas
y estatistas del siglo XIX, independientes de la problemática concreta de la
economía y de las clases en 1930.
Generalmente es admitida la extraordinaria
importancia de la gran depresión económica de 1929 en la implantación del
hitlerismo, pero no puede olvidarse la influencia no menos decisiva que tuvieron una serie de elementos ideológicos desvinculados de la
economía, y surgidos en el siglo XIX, como el culto a la violencia, el
superhombre, el mito de la superioridad de la inexistente raza aria y de todo
lo alemán, etc. Cualquier manual escolar no especializado (como, por ejemplo, Sociología
Política, de Duverger; Historia de la Teoría Política, de G. H.
Sabine, o Historia de las Ideas Políticas, de Theimer) ofrece muchísima
más información que Poulantzas en este punto, que es central en el presente
libro.
2.2.C.
El fascismo como Estado de excepción.
Este tema, desarrollado en la séptima parte del libro, comienza con una
especie de teoría general acerca del Estado y sus aparatos; sigue con un
estudio del Estado de excepción, y termina refiriéndose a los casos concretos
alemán e italiano.
Después
de describir el aparato represivo del estado con sus ramas especiales
(ejército, policía, administración, gobierno, tribunales), explica Poulantzas
que, según Gramsci, el Estado no sólo se compone del estricto aparato de fuerza
represiva, sino que incluye también las instituciones de hegemonía ideológica
aunque no sean directamente represivas ni estén formalmente incorporadas al
Estado: Iglesia, sindicatos, partidos, órganos de información y educación, etc.
Aunque admite una relativa autonomía de estas instituciones (pp. 327-338), da
por sentado que la distinción entre su carácter privado y el carácter público
del Estado es mera formalidad jurídica.
A
continuación, el autor explica los factores de diferenciación del Estado
fascista, de los tipos y formas de Estado y de las formas de régimen (pp.
339-341). Poulantzas afirma lo siguiente:
a) El Estado fascista es una forma del tipo de
Estado capitalista.
b) Es una forma de Estado específica, una
forma de Estado de excepción, que corresponde a una crisis política; por
lo cual presenta diferencias y semejanzas con los Estados de otros
países donde impere el capitalismo imperialista, según tengan o no crisis
políticas similares.
c) El Estado fascista constituye también una
forma de régimen.
Más
adelante, Poulantzas hace unas proposiciones generales sobre los rasgos del
Estado fascista como forma de régimen de excepción (pp. 363-367). Se trata de
cinco proposiciones más bien descriptivas, que, por otra parte, son razonables:
I.
Existencia de un partido para la
movilización permanente de las masas.
II.
Particulares relaciones,
variables según las etapas, entre el partido y el aparato estatal.
III.
Especial papel de la policía
política, que tiene un lugar dominante en el seno del aparato estatal.
IV.
Papel secundario del ejército en
relación a la policía política y a la administración burocrática.
V.
Reorganización de las relaciones
entre los aparatos ideológicos, con disminución de su autonomía relativa frente
al Estado. En el fascismo establecido disminuye el papel de la Iglesia y de la
escuela, frente a la tríada partido—medios de comunicación—familia.
Finalmente,
Poulantzas aplica este esquema general a los casos concretos alemán e italiano.
Hace algo de justicia al fascismo italiano al señalar que era menos totalitario
que el nazismo, pero ello no se debe -según nuestro autor- a las causas que
normalmente se suponen (ideológicas, psicológicas, falta de influencia de
Nietzsche, no antisemitismo...), sino a razones puramente económicas y de clase
(pp. 385-391).
Merece
la pena detener la atención brevemente en lo que se refiere al papel de la
Iglesia en Alemania e Italia (pp. 382, 390-391). En Alemania, Poulantzas dice
que la Iglesia católica apoyó al nazismo menos que el protestantismo; pero no
por razones doctrinales ni morales, sino porque la Iglesia Católica «estaba más
bien ligada al capital mediano», mientras que el protestantismo estaba
«profundamente unido a la gran propiedad rústica» (p. 382). Poulantzas dice
también que las iglesias (no dice cuáles en concreto) cumplieron un papel
policial ¡«a través de la confesión»! (p. 382). Por otra parte, admite el
anticristianismo del fascismo (especialmente en el caso alemán), a nivel
teórico e ideológico, pero dice que fue compatible con el apoyo real. Advierte
que en Italia la Iglesia salvó mucho más su autonomía frente al Estado, pero lo
achaca a que se conservó la autoridad de la jerarquía sobre el bajo clero, y
también la influencia sobre la familia (pp. 390-391). En resumen,
coherentemente con los prejuicios ideológicos del autor, también el caso de la
Iglesia en Italia viene explicado mediante razones económicas y de clase.
El
tratamiento que recibe la Iglesia es particularmente inexacto e injusto, pero
las bases marxistas de que parte el autor le impiden llegar a otras
conclusiones, puesto que no puede considerar a la Iglesia como una
institución que primaria y fundamentalmente se ocupa de la vida
espiritual de los hombres (aunque con repercusiones secundarias en lo
económico, lo cultural, etc.). Poulantzas escribe como si la Iglesia no hubiese
condenado en duros términos al nazismo mediante la Mit Brennender Sorge (1937)
(ni siquiera cita esta encíclica) y otros importantes documentos (Summi
Pontificatus, 1939; Nell’accogliere, 1945, etc.). En estos
documentos, la Iglesia condenó una serie de elementos inherentes al nazismo:
panteísmo, fatalismo, racismo, culto idolátrico a la raza y al Estado, negación
del Derecho natural, aniquilamiento del individuo, ataques sistemáticos a la
familia, a los jóvenes, a las organizaciones de inspiración católica
(organizaciones editoriales, prensa, asociaciones juveniles, etc.). Por otra
parte, es bien sabido que para los católicos alemanes el Tercer Reich no
significó precisamente una situación envidiable, y que muchos, como los cardenales
Faulhaber y Von Galera, se enfrentaron claramente a la política del régimen
hitleriano.
Poulantzas
omite todo eso para ocultar la realidad. En el caso de Italia únicamente
menciona la Non abbiamo bisogno, y la presenta falsamente como muestra
de las quejas del Papa por la «ingratitud del régimen». Sin embargo, cualquier
observador imparcial admitirá que los fascismos no fueron capaces de someter a
la Iglesia, ni en Italia ni en Alemania.
VALORACIÓN DEL LIBRO
Se
trata de un libro trabajado, escrito con una cantidad razonable de datos. La
metodología es clara: hay unos esquemas que se repiten, y que facilitan la
comprensión de la obra, aunque hagan pesada su lectura. Su coherencia interna,
la esquematización y la terminología precisa e inequívoca (al menos para un
marxista) le dan una apariencia científica mayor de la que posee.
El
idioma francés de Poulantzas es correcto, pero bastante pesado y engorroso, con
abundancia de largas oraciones, con muchas comas y subordinaciones que hacen
interminable la lectura del libro.
En
cuanto a la terminología, el autor utiliza un lenguaje especial, para iniciados,
a base de fórmulas y frases hechas que tienen un significado peculiar incluso
cuando las palabras utilizadas son normales y corrientes: M.P.C.,
"formaciones sociales", estadios, periodizaciones, fases o etapas del
proceso (defensiva, ofensiva, etc.), tipo de Estado, forma de Estado, forma de
régimen dentro de las formas y tipos de Estado... Los autores marxistas han
acuñado ya unos clichés o fórmulas que incomodan al lector no iniciado, y eso
hace más pesada la lectura.
El
libro rompe con algunos simplismos del pensamiento marxista tradicional, como
ya se ha podido ver a lo largo de la recensión. Sin embargo, no alcanza -ni
mucho menos- un nivel de objetividad razonable porque Poulantzas toma partido
desde el principio conforme a los cánones del materialismo histórico.
Este
prejuicio se nota, por ejemplo, en que no se detiene a justificar lo que para
no-marxistas sería necesario demostrar. Ejemplos simples: que realmente la
clase obrera se identifica con los partidos comunistas; que la revolución violenta
de tipo ruso y chino ha beneficiado a esas naciones; que los Estados y
regímenes políticos están al servicio de los intereses de una clase.
La
bibliografía mencionada es casi exclusivamente marxista, excepto cuando se
trata de cuestiones de detalle, que no afectan al fondo del asunto. El autor
procede con poco rigor, sin presentar la opinión de los autores contrarios.
El
libro resulta un típico producto del pensamiento ideológico, y no
del pensamiento lógico, racional y objetivo. El pensamiento ideológico
puede ir acompañado por tanto esfuerzo como el pensamiento científico, pero sus
frutos estarán siempre falseados. Es el carácter ideológico y apriorístico del
libro de Poulantzas lo que explica la omisión o el tratamiento defectuoso
de todo lo que no tiene mucho que ver con las cuestiones económicas y de clase.
Así ocurre en lo referente a la Religión y al desarrollo e incubación previa de
las ideologías fascistas; también el Derecho se despacha en breves y
apriorísticas páginas ( vid. 350-354). Para un marxista, esas realidades
no existen en sí mismas como objetos de estudio independientes, sino que
reciben su pleno sentido y significado en función de la economía y de las
clases sociales: «la ideología no es algo neutro en la sociedad: no
existen ideologías que no sean de clase» (p. 330; subr. original).
Por
este prejuicio ideológico, Poulantzas se ve obligado a recorrer interminables
vericuetos metodológicos para llegar a conclusiones sencillas. Cualquier
persona no marxista puede advertir con facilidad que el imperialismo «no
constituye un fenómeno reductible al solo proceso económico» (p. 19). Tampoco
hace falta mucho esfuerzo para comprender que la socialdemocracia alemana y el
nazismo eran cosas completamente diferentes, aunque Stalin, el Komintern y el
Partido Comunista alemán creyesen que ambos partidos eran identificables
(‘socialfacismo’, como decían los teóricos del Komintern; cfr. pp. 157-167). En
cuanto a la negación de que el fascismo fuese una simple banda armada a sueldo
del gran capital, como pretendían algunos teóricos de la III Internacional,
cabe decir lo mismo. En fin, los ejemplos podrían multiplicarse.
Aunque
Poulantzas rectifique en algunos aspectos la interpretación que la ortodoxia
marxista ha hecho del fascismo, ambas posturas están menos alejadas de lo que
el propio autor cree. Y difícilmente podría suceder de otro modo: ambas parten
de un esquema ideológico común, que les impide abordar el fenómeno en toda su
complejidad, pues las razones decisivas se buscan siempre en las relaciones
económicas. De este modo se falsea la explicación del fenómeno fascista y se
evapora la responsabilidad de sus autores. Lejos de poner punto final en esta
cuestión, el libro de Poulantzas demuestra que la crítica del fascismo no puede
ser hecha con rigor por otra ideología -la marxista- también opuesta a la
dignidad de la persona humana.
A.C.P.
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[1] Poulantzas admite diferencias importantes, aunque sin admitir una oposición radical, como suelen hacer los constitucionalistas occidentales (con razón, por otra parte). Sobre esto, véase la última parte del libro.