Misal Romano completo, vol. I (Adviento—Pascua)
Texto litúrgico oficial, preparado por Andrés Pardo. Colaboradores Jesús Burgaleta y Julián Ruiz. Presentación de Vicente Enrique y Tarancón, Cardenal Arzobispo de Madrid.
BAC, Madrid 1973, 1.486 pp.
CONTENIDO
Es el primero de los dos volúmenes que integran este misal que es, en su estructura, parecido a los antiguos misales de fieles (17 x 11 cm.).
Comprende solos los textos castellanos, y las indicaciones sobre el particular son las siguientes: “Este Misal contiene textos oficiales aprobados por la Conferencia Episcopal Española y textos de experimentación autorizados ad interim por la Comisión Episcopal de Liturgia”. En el cuerpo del libro no hay ninguna distinción entre unos y otros. La propiedad de los primeros se registra a nombre de la Comisión Episcopal de Liturgia, y la de los otros a nombre del Secretariado Nacional de Liturgia (cfr. p. IV).
En los domingos y fiestas de precepto añade introducciones breves a cada una de las lecturas, un texto de meditación para la semana —frecuentemente tomado de las lecturas patrísticas del Breviario—, y una jaculatoria. En algunas de las introducciones se cita a autores protestantes: por ejemplo, en p. 55, a Karl Barth.
Con alguna frecuencia (por ejemplo, en los domingos 3, 4 y 7 de Pascua), el comentario doctrinal y exegético es idéntico para los tres ciclos de lecturas, a pesar de que las lecturas litúrgicas sean distintas.
Tiene también cinco apéndices, el último de los cuales agrupa algunos “himnos oracionales” tomados de la traducción castellana del Breviario.
VALORACIÓN CIENTÍFICA
Desde el punto de vista técnico —capacidad de unir los textos dispersos actualmente en tantos libros de altar— tiene cierta calidad. La presentación y la encuadernación han sido muy cuidadas.
A pesar de la inestabilidad litúrgica de los momentos actuales, el libro parece destinado a difundirse rápidamente y a ejercer un cierto influjo.
Lo primero que resulta sorprendente son los autores elegidos para preparar este “texto litúrgico oficial”. Burgaleta ha difundido públicamente —sobre todo en conferencias y artículos— diversas herejías, especialmente en relación a los Sacramentos. Junto con Pardo figura entre los autores del Misal de la Comunidad, aparecido en España en 1971, que contiene numerosos errores de tipo dogmático, y fue prohibido por algunos obispos españoles para sus diócesis.
En este caso, los autores —quizá para obtener mayor venta, cosa difícil si surgiera una nueva polémica en torno a la ortodoxia de sus comentarios— han intentado no usar frases que directamente pueden ser tachadas de heterodoxia. Han conseguido bastante, aunque una lectura atenta de los textos, muestra ya la incorrección doctrinal de bastantes expresiones, sobre todo teniendo en cuenta lo que realmente significan esas expresiones en el ambiente actual. De todas formas, lo más grave es el silencio con que se cubren bastantes verdades dogmáticas.
Los comentarios e introducciones de Pardo, Burgaleta y Ruiz resultan —de ordinario— bastante pobres, carentes de profundidad teológica y litúrgica: con mucha frecuencia son comentarios “moralizantes”, reducidos además a una religión puramente “horizontal”. Temas como la adoración, la acción de gracias, la reparación, etc., se omiten sistemáticamente, abundando en cambio las aplicaciones ascéticas a la cuestión social, a la urgencia del descubrimiento de los signos de los tiempos, etc. Así, por ejemplo, la esperanza queda reducida a una esperanza intramundana, reducida al plano de la justicia en la tierra: cfr. comentarios de las pp. 9 y 55; introducción de p. 914; “gracias a su impulso (del Espíritu Santo) se transforma el mundo, crece el amor, se alcanza la justicia... él nos garantiza la transformación definitiva de la existencia terrena” (p. 920).
Es llamativo —tanto que no puede menos de pensarse intencionado— el silencio en torno a la Santa Misa como Sacrificio y en relación con el Sacramento de la Penitencia.
Ni siquiera en la presentación del Misal se alude a que la Sagrada Eucaristía es sacrificio, y mucho menos a que es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario. Es significativo que la estampa que introduce el Canon sea de la Ultima Cena, y no una imagen del Señor en la Cruz.
La introducción a la Misa vespertina del Jueves Santo, dice así: “La Eucaristía es el Sacramento por excelencia. En él celebramos el memorial de la vida de Jesús: su entrega hasta la muerte por amor. El está realmente presente en su cuerpo roto y en su sangre derramada, para proclamar que el amor es el único mandamiento, en el que se resumen todos. Al celebrar este sacramento, la Iglesia es edificada como una comunión fraternal, y es confirmada en la misión de servir al mundo. El Jueves Santo, centrado en la institución de la Cena del Señor, es una ocasión única para que los creyentes admiremos el amor de Cristo y revisemos nuestra actitud al servicio fraternal” (p. 658).
En ninguna de las introducciones y comentarios a la liturgia del Viernes Santo aparece claro el carácter expiatorio de la muerte del Señor, ni que fue un sacrificio ofrecido a Dios Padre: “Hoy se celebra la gloriosa pasión de Jesús, su muerte victoriosa. Destaca, como símbolo de la salvación, la cruz del Señor. En la liturgia, el leño del Calvario no es sólo un suplicio, sino sobre todo la cruz exaltada... La cruz es la revelación de nuestro destino: el triunfo de Cristo es la victoria de todos. En Jesús, Dios nos promete la superación del vado de la muerte. El futuro del hombre está lleno de luz. La fe en la cruz está llena de esperanza” (p. 668).
He aquí cómo se evita cuidadosamente hablar del Sacramento de la Penitencia, incluso en la introducción a la Cuaresma: “Los formularios litúrgicos de la Cuaresma tienen un claro sentido bautismal y penitencial. La revisión cristiana ha de hacerse siempre alrededor de un punto de referencia: la opción bautismal, en la que orientamos nuestra vida según la palabra de Dios. Si hubiéramos roto esa opción, no tendríamos otro camino que volver a recomponerla por la penitencia realizada seriamente en la Iglesia. El camino de la conversión es siempre penitencial” (p. 437).
No resultan difíciles de encontrar defectos de forma, frases inexactas o poco correctas, etc.: “Jesús resucitado ha estrechado su solidaridad con todos los hombres” (p. 784); “el Padre y Jesús son una misma cosa, porque no ha hecho sino la voluntad del Padre, que permanece en él” (sic, con minúscula); y se añade a continuación: “si nos amamos, Dios permanece en nosotros” (entrecomillado de los autores) (p. 889).
En este sentido, la introducción a la Misa Crismal del Jueves Santo está particularmente llena de inexactitudes y ambigüedades en lo referente a la Unción de los enfermos, a la que no se llama Sacramento: “Con el óleo de los enfermos, éstos son aliviados de sus enfermedades... cuyo uso atestigua Santiago... La liturgia cristiana ha aceptado el uso del Antiguo Testamento en el que eran ungidos con el óleo de la consagración los reyes, sacerdotes y profetas...” (p. 642).
L.F.M.S. y T.S.
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