OPARIN,
A. I.
EL ORIGEN DE LA VIDA
(Original ruso: Proissojdenie Jien, Editorial Nauka, Moscú, 1938).
Versión castellana de Domingo Orozco, M., a partir de la primera edición rusa
de 1938. Editorial Grijalbo, México, 1968.
CONTENIDO DE LA OBRA
El Índice es el siguiente:
Pp.
1. La lucha
del materialismo contra el idealismo y
la religión en torno al origen de la vida 7
2. Teorías de
la continuidad de la vida 27
3. Origen
primitivo de las sustancias orgánicas más
simples: los hidrocarburos y sus
derivados 45
4. Origen de
las proteínas primitivas 67
5. Origen de las primitivas
formaciones coloidales 85
6. Organización del protoplasma
vivo 99
7. Origen de los organismos
primitivos 117
Conclusión 145
1. La
lucha del materialismo contra el idealismo y la religión en torno al origen de
la vida.
«¿Qué
es la vida, cuál es su origen? ¿Cómo han surgido los seres vivos que nos
rodean?» (p. 9). Así inicia Oparin el relato de su investigación. Su
planteamiento no sólo abarca el campo de la Ciencia, de la investigación
positiva, sino que trasciende a un planteamiento filosófico: «En las distintas
épocas y en los diferentes grados del desarrollo cultural, al problema del
origen de la vida se le daban soluciones diversas, pero siempre se ha entablado
en torno a él una encarnizada lucha ideológica entre los dos campos filosóficos
irreconciliables: el materialismo y el idealismo» (p. 9).
En este artículo, Oparin
revela la posición filosófica con la que orienta su trabajo. Su obra no tiene
una finalidad propiamente científica, sino fundamentalmente apologética:
defender el materialismo dialéctico como «la única filosofía acertada y
científica» (p. 22), y éste será el modo de abordar todo el problema del origen
de la vida.
Por ello, la misma
definición de la vida como «una forma especial del movimiento de la materia»
(p. 23), le lleva a oponerse, por principio, a cualquier otra consideración
acerca de la naturaleza de la vida, que no sea materialista. Se excluye así el
diálogo científico, por una postura radicalmente fija desde el inicio, al
juzgar a las demás equivocadas a priori.
Su misma concepción de
la vida le lleva a señalar el método de investigación: si la materia se mueve
constantemente, nunca está en reposo, «se desarrolla», sube nuevos peldaños
adquiriendo formas de movimiento más complejas, y más perfectas, «nuevas
cualidades», el camino que Oparin ha de seguir entonces para solucionar el
problema del origen de la vida no puede ser otro que «el estudio del desarrollo
histórico de la materia» (p. 23), y por ello hay que recurrir al estudio de
esas transformaciones, «a la historia de la formación y del desarrollo de
nuestro planeta» (p. 23).
Oparin se opone al
mendelismo-morganismo por principio (p. 22). Al mismo tiempo vemos que es esta
postura la que define su camino científico.
En este artículo Oparin
enumera algunas posiciones filosóficas opuestas al materialismo: «el
curso de la historia hizo que en los siglos siguientes se desarrollase y
llegase a predominar una concepción enemiga del materialismo, la concepción
idealista de Platón» (p. 14), en torno al origen de la vida. Con ese mismo fin
reproduce la teoría de Aristóteles acerca de los principios del ser (materia y
forma), criticándola sin realmente entenderla, y haciendo más bien un
planteamiento equívoco al referido a la materia que carece de vida (cfr. ibid.).
Su posición materialista
y atea, y cómo lo enuncia el título de este artículo, lleva a Oparin a atacar
la doctrina católica, sin comprender la esencia y naturaleza de aquello que no
respeta.
Las falsas ideas que
expone en este punto son fruto de su profundo desconocimiento de este tema
espiritual. Sin embargo, expondremos esto al final de esta recensión,
cuando se haga la valoración crítica de fondo.
Para fundamentar su
postura cita a Engels (pp. 20 y 24), Lenin (p. 24) y Stalin (p. 24) como postuladores
del camino evolucionista, así como a sus compatriotas Timiriazev y Komarov
(p. 25), quienes también señalan como una convicción este paso de lo
inanimado a lo animado por el simple condicionamiento del desarrollo histórico.
Se queja de que, ante el
problema del origen de la vida, muchos naturalistas siguen manteniendo «el
viejo método metafísico de abordar este problema» (p. 20), a pesar del ejemplo
materialista dado por Darwin.
2. Teorías de la continuidad
de la vida.
Oparin inicia este
artículo reconociendo el valor de las experiencias de Pasteur para demostrar la
imposibilidad, en las condiciones actuales, de la autogeneración de la vida (p.
32). Lord Kelvin lo interpretó de modo absoluto, comparando la fijeza de este
razonamiento al de la inmutabilidad de la ley de gravitación universal (ibid.).
Oparin, en cambio,
piensa que nada se opone a la posibilidad de la generación de la vida en otra
época o en otras circunstancias.
Para algunos autores, si
la vida no se puede generar a partir de la materia inanimada, la vida debería
ser eterna. Por ello, en la p. 33 se dispone a recoger dos teorías
fundamentales basadas en la concepción de la continuidad de la vida: la teoría
de Preyer de la eternidad de la vida, y la teoría del cosmozoa o de la panspermia.
Preyer rechaza que la
vida pueda provenir de lo que no vive. Oparin, en cambio, piensa en la masa
líquida e ígnea de la tierra en su estado original como un único y vigoroso
organismo; el proceso de solidificación, de enfriamiento, determinó la
diferenciación entre lo inanimado —lo sólido—, y lo animado —los gases y
líquidos— que adquirieron gradualmente el aspecto de protoplasma, constituyendo
lo que hoy se considera vivo (pp. 34-35).
Los partidarios de la
teoría del cosmozoa «afirman que la vida ha existido eternamente, que
jamás se ha creado, ni ha surgido de la materia muerta. Pero de ser así,
¿cuándo se originó la vida sobre la tierra?» (p. 36). Se emitió la idea de que
los gérmenes de la vida llegaron a la Tierra desde los espacios interestelares
e interplanetarios.
Oparin se detiene a
considerar las teorías de Richter, H. von Helmholtz y Arrhenius, que coinciden
en el fondo, con diferentes matices. Richter supone que a causa de «los
enérgicos movimientos de los cuerpos cósmicos se desprenderían pequeños
fragmentos de partículas sólidas, los cuales serían capaces de trasladar a
otros lugares desde dichos cuerpos cósmicos, esporos vivos de microorganismos»
(p. 36). Estas partículas accidentalmente podrían llegar a otros cuerpos
cósmicos con condiciones favorables de vida y se desarrollarían. Igualmente,
Hehnholtz, aunque no está plenamente convencido de su razonamiento, piensa que
el vehículo para que los gérmenes vivos llegaran a la Tierra han sido los
meteoritos (p. 38).
Arrhenius resucitó esta
teoría a principios del s. XX, pero basándose en que las corrientes de aire
ascendentes «pueden transportar diminutas partículas a alturas superiores a
cien kilómetros alrededor de la superficie de la tierra. En las capas
superiores de la atmósfera, y debido a numerosas causas, se producen siempre
descargas eléctricas capaces de lanzar las partículas fuera de la atmósfera
terrestre, hacia los espacios interplanetarios, donde son impulsados cada vez
más lejos por una fuerza unilateral de los rayos solares» (p. 40). El
movimiento de estas partículas puede producirse alejándose o acercándose al
Sol. En este caso «los gérmenes vivos llevados al espacio interestelar pueden
coincidir con partículas de polvo cósmico de volumen relativamente grande.
Cuando un esporo se adhiere a una partícula de diámetro superior a 0,0015 mm.,
su movimiento se invierte y entonces se dirige hacia el Sol, debido a que el impulso
de la luz ya no es capaz de vencer la gravitación de las partículas pesadas
hacia el Sol» (p. 40). Así es como Arrhenius piensa que la Tierra se cubrió con
esporos de microorganismos que llegaron a nuestro sistema solar desde otros
mundos estelares.
Oparin no acepta esta
teoría, basado en que los resultados de la investigación actual la contradicen;
y por sistema, para él la vida tiene principio, no es eterna (cfr. p. 41).
Oparin recoge las
conclusiones del astrónomo inglés Jeans: por una parte la probabilidad de que
una estrella se transforme en un sol rodeado de planetas se halla en la
proporción de uno a cien mil; según esto, dicho autor concluye que la
existencia de la vida debe estar circunscrita a una insignificante parte del
universo (cfr. p. 42).
Efectivamente, la enorme
duración de los viajes de estos organismos vivos hace difícil pensar que puedan
darse esos traslados. Si esos organismos no mueren por las reacciones
fotoquímicas provocadas por los rayos ultravioletas, podrían morir por la acción
de las radiaciones cósmicas que no sólo producen alteraciones químicas, sino
que dan lugar también a cambios intratómicos.
Por eso, Oparin aduce
como conclusión final: «Debemos, pues, abandonar la idea de que los gérmenes
vivos sean transportados hacia la Tierra desde los espacios cósmicos, y buscar
las fuentes de la vida en los límites de nuestro planeta» (p. 44).
3. Origen primitivo de las
sustancias orgánicas más simples: los hidrocarburos y sus derivados.
En este artículo Oparin examina «la primera etapa, la más prolongada tal
vez, de la evolución de la materia. Esta etapa marca el paso de los átomos
dispersos de las ardientes atmósferas estelares a las sustancias orgánicas más
simples, disueltas en la primitiva capa acuosa de la Tierra» (p. 66).
Sin las sustancias
orgánicas la vida es inconcebible. «Por eso, la etapa inicial del origen de la
vida debió ser la formación de esas sustancias, la producción del material
básico que más tarde habría de servir para la formación de todos los seres
vivos» (p. 47).
Treinta años antes —es
decir, en 1908—, Oparin abordaba por primera vez el problema del origen de la
vida. Entonces el origen primitivo de las sustancias orgánicas le pareció «un
problema sumamente enigmático y hasta inaccesible al entendimiento y al
estudio» (p. 48).
La dificultad máxima que
hallaba era la idea general en la ciencia de ese tiempo de «que las sustancias
orgánicas no pueden originarse en la Tierra, en condiciones naturales, más que
a través de un proceso biogenético; es decir, solamente con el concurso de los
organismos» (p. 49).
Oparin investiga si es
posible la formación de sustancias orgánicas por una vía abiogenética, fuera de
nuestro planeta. Se sirve para ello, de la exacta descripción del espectroscopio
acerca de la composición química de las atmósferas estelares. Podríamos resumir
así los datos que aporta:
a)
En las estrellas más calientes
(tipo O y B, temperaturas en la superficie entre 20.000-28.800° y
15.000-20.000°, respectivamente) se ha hallado carbono, pero en forma atómica
(pp. 49-50).
b)
Conforme la temperatura de las
estrellas es más baja, el espectroscopio señala unas franjas que denotan la
presencia de hidrocarburos en esa atmósfera. En las estrellas blancas tipo A
(temperatura en la superficie, 12.000°) estas franjas son tenues. La máxima
nitidez se adquiere en las estrellas rojas (temperatura en la superficie,
4.000º).
c)
El Sol pertenece a las estrellas
amarillas tipo G (temperatura en la superficie, 5.800-6.300°). Los análisis
espectroscópicos han demostrado que parte del carbono se encuentra combinado
con el hidrógeno (CH = metino) y con el nitrógeno (CN = cianógeno).
De ahí Oparin concluyó: «En la
atmósfera de las estrellas más calientes, el carbono se encuentra en la forma
de átomos libres y dispersos. En el Sol, ya lo vemos, en parte, formando
combinaciones químicas, constituyendo moléculas de hidrocarburos, de cianógeno
y de dicarbono» (p. 54).
Oparin se fija también en la
atmósfera de Júpiter, que está constituida en gran parte por amoníaco y metano,
y aunque supone que hay también hidrocarburos, éstos se encuentran -por las
bajas temperaturas- en estado líquido o sólido.
Para Oparin tiene importancia
excepcional el estudio de los meteoritos que caen en la tierra, ya que su
composición química es parecida al núcleo de la Tierra. En ellos se ha
descubierto la presencia de carburos (cogenita) e hidrocarburos (cfr. p. 55).
Concluye Oparin que en estos cuerpos se han formado estas sustancias por vía
abiogenética; es decir, sin ninguna relación a la vida.
De aquí se remonta en el tiempo para pensar
que lo que actualmente sucede en dichos cuerpos es lo que sucedió en los
orígenes de la Tierra. La Geología señala parecida composición química del
núcleo de la tierra y de los meteoritos de hierro, y que aparecen
carburos en ambos. También en la superficie de la tierra abundan rocas de
hierro natural con abundancia de cogenita, «como el hierro de Ovifaq», que en
un tiempo pasado se confundieron con meteoritos.
La explicación
actual, añade Oparin, es que proceden de alguna erupción en la tierra, y que en
contacto con el agua o el vapor de agua de la atmósfera primitiva los carburos
de hierro y de otros metales dieron lugar a los hidrocarburos (cfr. p. 59).
Este sería el camino
que Oparin determina para la aparición de las sustancias orgánicas en la época
primitiva. Después, estos hidrocarburos se oxidarían en contacto con el agua y
darían lugar a diversos alcoholes, aldehídos, cetonas y ácidos (cfr. p. 61).
Serían sustancias compuestas de carbono, hidrógeno y oxígeno. A ellas se uniría
el nitrógeno y se formaron las sales amónicas, las amidas, las aminas, etc.
(cfr. p. 64).
Resume Oparin estas
ideas: «Por consiguiente, en el mismo momento en que se formó en la superficie
terrestre la hidrosfera, en las aguas del océano primitivo debieron
constituirse las diferentes sustancias que se originaron del carbono y a las
que con todo fundamento podemos dar el nombre de sustancias orgánicas
primitivas, a pesar de que su aparición es muy anterior a la de los primeros
seres vivientes» (p. 64).
4.
Origen de las proteínas primitivas.
En este artículo,
Oparin señala el avance de la química de siglo XIX y XX, al permitir obtener
por vía química, a partir de los hidrocarburos y sus derivados más simples como
material básico, innumerable variedad de sustancias que son típicas de los
organismos (p. 69).
Las experiencias de
laboratorio siguen caminos diferentes que el ser vivo, pero «las
transformaciones químicas experimentadas por las sustancias orgánicas en la
célula viva tienen por base tres tipos de reacciones de carácter fundamental»
(condensación, polimerización y oxidación, y sus reacciones inversas) (p. 71).
Así todos los procesos químicos que se efectúan en el organismo vivo pueden «en
última instancia reducirse a estas reacciones sencillas o a una suma de ellas»
(p. 71).
«Todo consiste,
únicamente, en el orden en que se suceden las reacciones de distinto tipo» (p.
72).
Y concluye este
razonamiento señalando el origen de la diversidad de las sustancias: «Vemos,
pues, que la complejidad y la diversidad de las sustancias que se forman en los
organismos vivos dependen únicamente de la complejidad y la diversidad con que
se combinan las reacciones simples de los tipos que hemos expuesto más arriba»
(p. 72).
Una característica
común de todas estas reacciones es «que se producen con la participación
inmediata de los elementos del agua. Estos se combinan con los átomos de
carbono de la molécula de la sustancia orgánica, o bien se desprenden, se separan
de ella. Esta reacción entre los elementos del agua y los cuerpos orgánicos
forma la base de todo el proceso vital. Gracias a ella tienen lugar las
numerosas transformaciones de las sustancias orgánicas que se producen hoy día
en condiciones naturales, dentro de los organismos» (p. 72).
Enumera después dos
ejemplos, aunque -añade- se podrían citar centenares de ejemplos semejantes,
«para dar una idea de esa capacidad tan manifiesta de las sustancias orgánicas
más sencillas de transformarse en cuerpos más complejos y de elevado peso
molecular, cuando se guardan simplemente sus soluciones acuosas» (p. 73).
a)
A. Butlerov, en 1861, demostró
que si se disuelve formalina en agua de cal y se guarda esta solución en un
lugar templado, al cabo de cierto tiempo se observa que la solución adquiere
sabor dulce (se comprobó posteriormente que seis moléculas de formalina, en
esas condiciones, se combinan entre ellas para formar una molécula de azúcar).
b)
O. Baj conservó durante mucho tiempo una mezcla de
soluciones acuosas de formalina y de cianuro potásico y observó que de esta
mezcla se podía separar una sustancia nitrogenada de gran peso molecular y que
daba algunas reacciones distintas de las proteínas.
Después de estas
experiencias, Oparin realiza un salto brusco a la consideración de las
condiciones en las aguas del océano primitivo, pensando que no eran muy
distintas a las que se pueden reproducir en los laboratorios: «Por eso podemos
suponer que en cualquier lugar de aquel océano, en cualquier laguna o charco en
proceso de desecación, debieron formarse las mismas sustancias orgánicas
complejas que se produjeron en el matraz de Butlerov y en la vasija de Baj...».
Y añade a continuación: «Claro está que en esa solución de sustancias orgánicas
muy simples, como eran las aguas del océano primitivo, las reacciones no se
producían en determinada sucesión, no seguían ningún orden. Más bien tenían un
carácter desordenado y caótico. Las sustancias químicas podían sufrir a la vez
diversas transformaciones químicas, seguir diversos caminos químicos, dando
origen a múltiples y diversos productos. Pero desde el primer momento se pone
de manifiesto determinada tendencia general a la síntesis de sustancias cada
vez más complejas y de peso molecular más y más elevado. De aquí que en las
aguas tibias del océano primitivo de la Tierra surgieran sustancias orgánicas
de elevado peso molecular, semejantes a las que ahora hallamos en los animales
y en los vegetales» (p. 74).
A continuación,
Oparin presta especial atención a la formación de las sustancias proteicas en
esas condiciones, porque se ha demostrado que participan directa y activamente
en el recambio de sustancias y en otros fenómenos de la vida: «Por
consiguiente, el origen de las proteínas constituye un importante eslabón del
proceso evolutivo seguido por la materia, de este proceso que ha dado origen a
los seres vivos» (p. 75).
En las páginas siguientes, hace un breve
resumen de los adelantos logrados últimamente por la química de las proteínas,
destacando el conocimiento profundo que se tiene de los aminoácidos como
«ladrillos», dice, que integran la molécula de cualquier proteína.
Podríamos resumir las ideas que expone en los
siguientes apartados:
a) En la molécula
proteínica los aminoácidos se unen entre sí por enlaces químicos especiales
formando una larga cadena.
b) Puede variar su
número de algunos centenares a varios miles según las distintas proteínas.
c) Las propiedades
químicas y físicas de cualquiera de las proteínas conocidas dependen
cardinalmente de los aminoácidos de que están compuestas.
d) Estas propiedades
no sólo dependen del número y de la diversidad de los aminoácidos que componen
su molécula, sino también del orden en que estos aminoácidos están ensartados
uno tras otro en la cadena proteínica.
e) Se conocen en la
actualidad cerca de treinta aminoácidos distintos que entran en la composición
de las proteínas naturales.
f) Existe una variedad
infinita de proteína. En cada ser vivo, en cada uno de sus órganos hay
centenares, miles de proteínas diferentes, y cada especie animal o vegetal
posee sus proteínas propias, exclusivas de su especie.
g) Esta extraordinaria
variedad de proteínas dificulta obtenerlas por vía artificial.
h) Se pueden obtener
artificialmente estos aminoácidos, se pueden formar largas cadenas de
aminoácidos, pero no basta para reproducir las proteínas naturales.
i) Se ha logrado
determinar el orden de colocación de los aminoácidos en algunas sustancias
proteínicas simples.
j) Nadie duda ya de la
posibilidad de obtener proteínas por vía artificial: es cuestión de tiempo.
Podríamos enumerar más conclusiones de la ciencia de su tiempo. Sin
embargo, el interés de Oparin no es poder sintetizar las proteínas ahora, sino
si anteriormente fue posible que se sintetizaran las sustancias proteínicas por
vía natural. La dificultad para unir varios de estos aminoácidos, para formar
sustancias proteinoides estriba en una gran barrera energética. Sin embargo,
dice, se ha logrado (Breslev, en Leningrado) reducir el consumo con una presión
exterior de varios miles de atmósferas. A partir de aminoácidos pudo sintetizar
polipéptidos, con el concurso de grandes presiones.
Y concluye Oparin toda esta exposición de datos de la experiencia
actual, con la extensión de esta síntesis de sustancias proteinoides a una
época remota de la Tierra en que en su capa acuosa pudieron formarse.
«Naturalmente, estas proteínas primitivas no podían ser exactamente
iguales a ninguna de las proteínas que existen en la actualidad, pero se
asemejaban a las proteínas que conocemos. En sus moléculas, los aminoácidos
estaban unidos por los mismos enlaces que en las proteínas actuales. La única
diferencia consistía en que la disposición de los aminoácidos en las cadenas
proteínicas era distinta, menos ordenada» (p. 82). Estas proteínas tenían unas
posibilidades químicas enormes; al igual que «el átomo de carbono de la
atmósfera estelar no era aún una sustancia orgánica, pero su extraordinaria
aptitud para combinarse con el hidrógeno, el oxígeno y el nitrógeno llevaba
implícita la posibilidad, en determinadas condiciones de existencia, de dar
origen a la formación de sustancias orgánicas» (p. 83), las proteínas
primitivas habrían de conducir forzosamente, en determinadas condiciones del
desarrollo de la materia, a la formación de los seres vivos.
Aunque estas sustancias proteinoides se hubieran formado en el océano
primitivo de la Tierra, aún eran piezas sueltas: faltaba aún la estructura, la
organización que distingue a todos los seres vivos.
Por eso es necesario terminar este artículo recalcando una idea que
anteriormente fijara Oparin: «Sin embargo, debemos tener presente que las
moléculas de aminoácidos que forman la cadena proteínica no están unidas entre
sí de cualquier modo, al azar, sino en un orden riguroso, propio y exclusivo de
la proteína» (p. 78).
5. Origen de las primitivas formaciones
coloidales.
En este artículo
seguiremos el pensamiento de Oparin, en gran parte, con sus mismas palabras.
El estudio de las
diversas soluciones de las sustancias orgánicas «muestran que en ellas las
distintas partículas están distribuidas de un modo más o menos regular por todo
el volumen del disolvente, hallándose en constante y desordenado movimiento»
(p. 88).
«Ahora bien,
nosotros no podemos concebir un organismo que no tenga una estructura precisa y
esté íntegramente disuelto en el medio ambiente (...). Por eso, en el camino
que va de las sustancias orgánicas a los seres vivos debieron aparecer unas
formas individuales, unos sistemas espacialmente delimitados con respecto al
medio ambiente y con una determinada disposición de las partículas de la
materia» (p. 88).
«Las partículas de
los cuerpos de elevado peso molecular dan soluciones coloidales, que se
distinguen por su relativa inestabilidad. Bajo la influencia de diversos
factores, estas partículas tienen la tendencia a combinarse entre sí y a formar
verdaderos enjambres, a los que se da el nombre de agregados o complejos» (p.
89).
«Si mezclamos
distintas proteínas resulta que en estos casos se produce, como si dijéramos,
un amontonamiento de moléculas en determinados lugares de la mezcla. Por eso, a
las gotas así formadas se les dio el nombre de coacervados (del latín acervus,
montón)» (p. 90).
«Al someter a un
análisis químico a los coacervados y el líquido que les rodea se puede observar
que toda la sustancia coloidal (...), se ha concentrado en los coacervados y
que en el medio ambiente circundante casi no quedan moléculas de esta sustancia
(...). A ellos se debe la propiedad tan característica de los coacervados de
que sus gotas, a pesar de ser líquidas y estar empapadas en agua, nunca se
mezclan con la solución acuosa que les rodea» (p. 90).
«Según han
demostrado trabajos realizados en estos últimos años, el protoplasma se
encuentra, efectivamente, en estado coacervático» (p. 93).
«Una particularidad
interesante de los coacervados es que, a pesar de su consistencia líquida,
tienen cierta estructura» ( ibid.).
Sin embargo, Oparin
es consciente de que esta estructura es muy débil, pues a veces pequeñas variaciones
en las fuerzas hidrófilas o electrostáticas pueden modificar la disposición de
sus partículas o que se desintegre el coacervado. A veces también la estructura
se complica y se hace más estable (cfr. ibid.).
Algunas de las
propiedades de los coacervados proceden de esa forma rudimentaria de
organización de la materia ciertamente aún muy primitiva y sumamente inestable;
una de esas propiedades es la de absorber distintas sustancias que se
encuentran en la solución, que en algunos casos pueden dar lugar a reacciones
químicas con las sustancias del propio coacervado, y que por ello pueda
aumentar de volumen o incluso cambiar sensiblemente su composición química (p.
94).
Oparin lleva estas
ideas a los cuerpos proteinoides de elevado peso molecular que se formaron en
la primitiva capa acuosa de la Tierra, que por su proximidad y abundancia
inexorablemente debieron dar lugar a coacervados. De este modo «esa separación
de los coacervados pudo crear la unidad dialéctica entre el organismo y el
medio, factor decisivo en el progreso del origen y desarrollo de la vida en la
Tierra» (p. 96).
Estos coacervados
aún no son seres vivos, pues en ellos «no había esa ‘armonía’ estructural, esa
adaptación de la organización interna al desempeño de determinadas funciones
vitales en condiciones concretas de existencia tan características del
protoplasma de todos los seres vivos sin excepción» (p. 97).
Reconoce finalmente
Oparin que, en la organización del ser vivo, no bastan las leyes
físico-químicas: «esta adaptación a las condiciones del medio ambiente no podía
ser el resultado de simples leyes físicas o químicas. Tampoco bastan para
explicarla las leyes de la química coloidal. Por eso, al originarse los seres
vivos primitivos, debieron aparecer, en el proceso evolutivo de la materia,
nuevas leyes, que tenían ya un carácter biológico» (p. 97).
6. Organización del protoplasma vivo.
En ese artículo,
Oparin se opone a la concepción mecanicista de la organización del protoplasma,
y propone que el protoplasma sea considerado «un coacervado complejo, integrado
por gran número de sustancias orgánicas de elevado peso molecular, entre las
que figuran, en primer término las proteínas y los lipoides» (pp. 101-102).
Describe la estructura del protoplasma del modo ya conocido. Sin embargo, la
importancia de esta descripción es su naturaleza coacervática; llama la
atención que el protoplasma se pueda formar como por agregación de sustancias,
sin unidad previa anterior.
La principal
manifestación del proceso vital «es el recambio de sustancias; es decir, la
interacción química de las distintas partes que integran el protoplasma. Por
eso, el elemento más esencial de la organización del protoplasma no es la
disposición de sus partes en el espacio (como ocurre en la máquina), sino un
determinado orden de los procesos químicos en el tiempo, su combinación
armónica tendiente a conservar el sistema vital en su conjunto» (p. 103).
Por ello, «para la
organización del protoplasma tiene una importancia esencial la existencia de
una determinada y sutil estructura interna. Pero, a pesar de todo, lo decisivo
en este caso es la organización en el tiempo, cierta armonía de los procesos
que se operan en el protoplasma» (p. 104).
Según esto, «todo
ser vivo es también un sistema dinámico» (p. 105), y «estas reacciones no se
producen al azar, caóticamente, sino en sucesión rigurosa, en determinado orden
armónico» (p. 106). A continuación Oparin señala la diferencia entre los
procesos de la fermentación alcohólica y la fermentación láctica del azúcar,
para concluir: «este orden forma la base de todos los fenómenos vitales
conocidos» (p. 106).
La misma conclusión
se obtiene en el estudio de la síntesis de las diversas sustancias en el
protoplasma: «para que se forme un cuerpo químico complejo, característico de
un determinado ser vivo, se requiere que muchas decenas, centenares e incluso
miles de reacciones se sucedan en un orden «regular», rigurosamente
establecido, base de la existencia del protoplasma» (pp. 107-108). Del mismo
modo en la síntesis de las proteínas a partir de los aminoácidos «intervienen
muchas reacciones, que se producen en ordenada sucesión. Únicamente gracias a
la rigurosa armonía, a la ordenada sucesión de estas reacciones, en el
protoplasma vivo se da ese ritmo estructural, esa regularidad en la sucesión de
los aminoácidos, que observamos en las proteínas actuales» (p. 109).
Por tanto, hay un
orden en la organización del protoplasma. Oparin piensa que este orden «no es
algo externo, independiente de la materia viva» (p. 109). Y en cambio piensa
que «la velocidad, la dirección y la concatenación de las distintas reacciones
-todo eso que constituye el orden que estamos examinando-, dependen por entero
de las relaciones físicas y químicas que se establecen en el protoplasma vivo»
(p. 109).
Esta enorme
velocidad en los procesos realizados en el protoplasma es debido a la presencia
de unos catalizadores biológicos, los fermentos, que además «son también un
mecanismo químico interno, gracias al cual esos procesos son llevados por un
cauce bien concreto» (p. 112), debido precisamente a su extraordinaria
especificidad que les permite formar uniones complejas sólo con determinadas
sustancias y que catalicen sólo determinadas reacciones; «cada una de las
proteínas-fermentos puede catalizar con carácter específico una sola reacción y
únicamente el conjunto de las acciones de todas ellas, combinadas de un modo
bien preciso, permite ese orden regular de los fenómenos que constituyen la
base del metabolismo» (p. 112). Esta regulación es también rigurosamente cuantitativa
en la acción catalítica de las proteínas.
Todo esto lleva a
Oparin a afirmar que «ese orden, tan característico de la organización del
protoplasma, tiene por base las propiedades químicas de las sustancias que
integran la materia viva. La gran diversidad de sustancias existentes y su
excepcional capacidad de dar origen a reacciones químicas, encierran la
posibilidad de infinitas modificaciones y transformaciones químicas» (p. 115).
Las conclusiones
últimas de este artículo son sumamente expresivas. El orden específico de los
seres vivos, y de las diversas reacciones químicas propias del metabolismo
obliga a Oparin a hablar de un fin en todas ellas, que sería el elemento
diferencial entre los seres vivos y lo inorgánico: «El orden citado sigue una determinada
dirección, tiende a un determinado fin, y esta circunstancia, propia de la
vida, tiene gran importancia, pues establece una diferencia de principio entre
los organismos vivos y todos los sistemas del mundo inorgánico» (p. 115).
«Todos los eslabones
de esta organización pueden ser estudiados y comprendidos por nosotros con el
concurso de las leyes físicas y químicas. De este modo podemos saber por qué se
origina en el protoplasma tal o cual sustancia o estructura y cómo esta
sustancia o esta estructura influye sobre la velocidad y la sucesión de las
reacciones químicas, sobre la correlación entre la síntesis y la
desintegración... » (p. 116).
La penúltima
conclusión de este artículo es -a pesar de sus pretensiones- una renuncia a dar
explicación científica a todo el planteamiento del problema de la vida, una
solución postulatoria desde el punto de vista filosófico desde el cual ha
enfocado en realidad todo el trabajo: «Pero el conocimiento de las leyes
citadas y el estudio del protoplasma en su aspecto actual no nos permitirán
jamás, por sí solos, responder a la pregunta de por qué todo este orden vital
es como es, por qué es tan «armónico», por qué está tan en consonancia con las
condiciones del medio ambiente. Para responder a estas preguntas es preciso
estudiar la materia en su desarrollo histórico» (p. 116).
Por tanto es
necesario postular, como Oparin lo hace, una solución al origen de la vida: «la
unidad dialéctica organismo-medio, que sólo pudo surgir sobre la base de la
formación de sistemas individuales de orden plurimolecular, fue lo que
determinó la aparición de la vida y todo su desarrollo ulterior en nuestro
planeta» (p. 116).
Hemos recogido con
prolijidad las citas de Oparin en este artículo, pues nos parece que es un paso
fundamental en el proceso de explicación del origen de la vida lo que queda sin
respuesta.
7. Origen de los organismos primitivos.
En este artículo expone Oparin todas
las propiedades de los coacervados primitivos, que no siendo seres vivos
llevaban «latente la posibilidad de dar origen, en determinadas condiciones del
desarrollo, a la formación de los sistemas vivos primarios» (p. 119).
Indica que «tal
situación es propia también de todas las etapas anteriores de la evolución de
la materia» (p. 119). Por eso, «en las asombrosas propiedades de los átomos de
carbono de los cuerpos cósmicos se hallaba latente la posibilidad de formar
hidrocarburos y sus derivados más simples» (p. 119). Y del mismo modo «las
propiedades de las proteínas encerraba ya la posibilidad de originar
coacervados complejos» (p. 119). Y también en esta individualización de las
gotas respecto del medio exterior hallábase implícita la garantía de su
ulterior desarrollo (cfr. p. 119). Todas estas afirmaciones son coherentes con
su pensamiento; sin embargo, no expresa su fundamento.
«Dos coacervados
surgidos en la misma solución acuosa (y al mismo tiempo) se diferencian en
cierto grado por su composición y su estructura interna, lo que ya señala una
velocidad y dirección de las distintas reacciones químicas» (p. 120).
Hay, pues, una
relación entre la estructura individual u organización de esa gota y las
transformaciones que se operan en ella. Estas reacciones químicas, al principio
realizadas de modo más o menos desordenado, dieron lugar a que en algunos
coacervados creciera la estabilidad («reacción útil») y en otros se aumentara
la inestabilidad («reacción perjudicial»), con su consiguiente desaparición. De
esta manera los coacervados adquieren individualidad, pues su destino lo determinan
ahora las relaciones entre las condiciones del medio ambiente y la propia
estructura específica de la gota, del coacervado.
Oparin
inmediatamente analiza «cuál pudo haber sido el destino de cualquiera de ellos»
(p. 121). Los coacervados toman del medio algunas sustancias con lo cual
crecen, y se producen en ellos procesos de síntesis y desintegración de
sustancias, con diferente velocidad según las condiciones del medio exterior y
la organización físico-química interna del coacervado. Solamente subsistieron
los coacervados que tenían cierta estabilidad dinámica. Así hubo gotas
«desafortunadas» que desaparecieron; y gotas más «afortunadas», más
organizadas. Estas gotas «no sólo debieron conservarse, sino también aumentar
de volumen y de peso; es decir, debieron crecer (...); cada una de esas gotas,
al aumentar de tamaño, por la influencia de causas puramente mecánicas hubieron
de dividirse en distintas partes, en varios trozos» (p. 123). Aparecen así
gotas «hijas». De este modo crece la sustancia organizada, a la vez que crecían
las gotas coacerváticas en la superficie de la tierra, se modificaba
constantemente la calidad de su propia organización, «y estas modificaciones
realizábanse en determinado sentido, precisamente en el sentido que daba origen
a un orden de los procesos químicos que había de asegurar la autoconservación y
la autorrenovación constante de todo el sistema en su conjunto» (p. 124).
Del mismo modo que
aumentaba su estabilidad había de incrementarse el dinamismo de estos sistemas
hacia un aumento de velocidad de las reacciones: «sólo podían seguir creciendo
y desarrollándose las formas en cuya organización se habían producido cambios
esenciales que aceleraban muy considerablemente la velocidad de las reacciones
químicas y establecían a la vez en ellas cierta coordinación, cierto orden» (p.
124).
Al considerar la
actividad catalítica de los fermentos toma como ejemplo la diferente actividad
del hierro inorgánico y el hierro incorporado en la catalasa, que es tan enorme
que Oparin llega a exclamar: «¡Pese a todo el perfeccionamiento de nuestra
técnica industrial, todavía no hemos conseguido el grado de ‘racionalización’
alcanzado por la naturaleza!» (p. 125).
La extraordinaria
potencia del fermento que sólo se consigue cuando estas partes se combinan
entre sí de un modo preciso, y que es debida a una relación específica entre su
estructura química y la función fisiológica, sólo pudo originarse, afirma
Oparin, por el perfeccionamiento de esos sistemas y «la adaptación de su
estructura a la función que desempeñan en las condiciones de existencia dadas»
(p. 126). El aceleramiento de las distintas reacciones únicamente pudo lograrse
merced a la acción de catalizadores inorgánicos (sales de calcio, de hierro, de
cobre, etc.); y sólo quedaban aquellas combinaciones que «cumplían sus
funciones con la máxima rapidez y del modo más racional» (p. 126). Los
catalizadores inorgánicos fueron sustituidos gradualmente por los fermentos más
complejos al complicarse las formas coloidales, dotados de una gigantesca actividad
y de un efecto sumamente específico por el cual sólo ejercían su acción sobre
determinadas reacciones. Y los sistemas coloidales que permanecieron lograron
su estabilidad cuando en los procesos de síntesis «se estableció cierta
repetición regular, cierto ritmo» (p. 126).
No interesaban esas
combinaciones que se producían accidentalmente, sino la repetición constante de
una determinada combinación, la aparición de cierta concordancia en las
reacciones, que aseguraba la síntesis regular de esa combinación en el curso de
la proliferación de la sustancia organizada: «Así fue como surgió ese fenómeno
al que hoy denominamos capacidad de regeneración del protoplasma» (p. 128).
Así la estructura
inestable y fugaz de los coacervados primitivos debió reemplazarse «por una
organización especial dinámicamente estable que les asegurase el predominio de
las reacciones fermentativas de síntesis sobre las de desintegración» (p. 128).
Culmina Oparin este
desarrollo, antes de explicar la evolución de los seres primitivos, con una
afirmación nada evidente: «en fin de cuentas, ese proceso condujo a la
aparición de una forma cualitativamente nueva de la existencia de la materia.
Así fue como se produjo ese «salto» dialéctico que significó la aparición de
los seres vivos más simples en la superficie de la Tierra» (p. 129).
La relación que
hace de la evolución de los seres primitivos en las distintas edades de la
tierra, no tiene un valor especial, pues no demuestra sino que describe, expone
las mismas ideas que se encuentran en tantos manuales, pero sin ningún nexo
causal: el paso evolutivo se considera algo dado, sin explicar tampoco cómo se
ha dado.
Conclusión
El mismo autor
realiza en esta conclusión de su trabajo un resumen abreviado de las ideas que
expone como fases sucesivas del proceso evolutivo.
Ya en sus líneas
generales, y en algún momento con más detenimiento, han sido expuestas en la
exposición, de cada uno de los artículos. Aquí recogeremos algunas de esas
ideas más importantes de modo esquemático.
1. La tierra se forma
de la masa gaseosa que se separa del Sol. Nada se dice acerca del origen del
Sol: implícitamente se postula la existencia eterna y no-creada de la materia.
Presencia del carbono y de otros elementos en la atmósfera solar, que pasan a
la tierra.
2. Enfriamiento de la
tierra que permite la formación de carburos.
3. Primitiva atmósfera
reductora (sin oxígeno y sin nitrógeno), llena de vapor de agua supercalentado,
que en contacto con los carburos, por oxidación con el oxígeno del agua, da
lugar a la formación de los hidrocarburos y sus derivados (alcoholes,
aldehídos, cetonas, ácidos orgánicos, etc.) y sucesiva reacción con el amoníaco
de la superficie de la tierra, y se producen las aminas, amidas, etc.
4. Enfriamiento aún
mayor que permite la condensación del vapor acuosa y aparición de una envoltura
de agua caliente alrededor de la tierra, ya con sustancias orgánicas, que por
su «aptitud» para reaccionar químicamente producirían sustancias complejas como
las proteínas y las que constituyen actualmente a los animales y vegetales.
5. Estas sustancias
están dispersas en lagos y mares en estado coloidal.
6. Al mezclarse
soluciones coloidales de diversas sustancias se originan los coacervados: se
separan del medio por alguna membrana más o menos marcada.
7. Aparición de alguna
estructura elemental en los coacervados por la «disposición de sus partes».
8. Los coacervados
adquieren, pues, individualidad y su destino depende de su estructura y de las
condiciones del medio.
9. Se produce el
crecimiento de los coacervados por la absorción de sustancias del medio.
10.
En este crecimiento hay un proceso de selección
natural: unos coacervados progresan en estabilidad y estructura; otros
desaparecen. Se dividen los coacervados y se multiplica así la materia
organizada y cada vez más compleja.
11.
La rapidez para absorber sustancias del medio
determina el progreso del sistema coloidal.
Es, en rasgos generales, el
resumen de los pasos que señala Oparin en esta evolución, que realmente él
mismo concluye de una forma muy brusca: «Se produciría así un proceso
particular de selección en virtud del cual se originarían sistemas coloidales
con una organización fisicoquímica muy desarrollada, o sea, los organismos
primarios más sencillos» (p. 152).
Extraña que el autor, después
del breve resumen que hace, escriba: «Este breve resumen pretende demostrar la
evolución gradual de las sustancias orgánicas y la manera por la que, partiendo
de las propiedades primarias y más simples de la materia, se van adquiriendo
paso a paso nuevas propiedades sujetas a leyes de orden superior» (p. 152); lo
que no parece demostrativo, sino simplemente una aserción categórica.
VALORACIÓN TÉCNICA Y
METODOLÓGICA
Es bien sabido cómo la
concepción global del mundo en los científicos rusos viene determinada por la
filosofía del materialismo dialéctico que profesan. Esta filosofía es la que
impulsa todo el trabajo de Oparin. De ello se siguen numerosas consecuencias en
cuanto al valor metodológico de su investigación. Vamos a enumerar tan sólo
algunas, pues serían, de otro modo, las mismas objeciones que se le pueden
dirigir al marxismo, como teoría del conocimiento y sistema para explicar el
mundo.
1. Oparin renuncia a
explicar el origen de la vida, de los seres vivos, desde un punto de vista
científico positivo, adoptando el materialismo dialéctico, como el enfoque
filosófico y el método para realizar su investigación. Precisamente una cita
que recoge de Engels nos da a entender que el problema no lo resuelve por vía
de la ciencia, sino de la filosofía, y ni aún así lo resuelve: «Engels afirma
que una filosofía materialista firme puede avanzar muy poco en la tentativa de
resolver el problema del origen de la vida. La vida nunca ha surgido
espontáneamente, ni ha existido eternamente. Por tanto, debe ser el resultado
de una larga evolución de la materia, siendo su origen un simple paso en el
curso de su desenvolvimiento histórico» (p. 33).
2. Pero también
renuncia a explicar el origen de la vida, de los seres vivos, desde un punto de
vista filosófico. El método usado por Oparin en este libro es simplemente
descriptivo de unas hipótesis, expositivo en muchos de los pasos fundamentales;
no es una explicación, una determinación de la causalidad de ese proceso.
Característico del método de las ciencias
experimentales es proceder a la demostración de una hipótesis por la
experiencia, la observación de ese fenómeno particular. Si la hipótesis no
tiene su comprobación en y por la experiencia, la teoría aún es provisional y
no demuestra nada.
Concretamente en esta obra hemos visto ya
cómo la constante presencia del enfoque materialista le lleva a emplear
soluciones, ya dadas en ese sistema filosófico a priori, que serían
hipótesis de trabajo en la investigación científica, y no demostraciones,
cuando con el método científico no es posible dar la solución adecuada. Más
adelante nos referiremos al salto dialéctico entre lo inorgánico y el ser vivo.
3. Carencia de rigor
en el uso del método de las ciencias comparadas, tan necesario en este tipo de
investigaciones: «el caso es que la vida no puede haber existido siempre. La
combinación compleja de manifestaciones y propiedades características de la
vida debe haber surgido en el proceso de la evolución de la materia. En estas
páginas hemos realizado un modesto ensayo para descubrir la evolución, sin
perder contacto con los hechos científicamente establecidos» (p. 149).
El método
científico comparativo que emplea para apoyar sus hipótesis no ofrece reparo
cuando describe las investigaciones actuales y los éxitos alcanzados por las
mismas. En cambio, cuando esos mismos resultados actuales reciben el paso
comparativo, la inferencia: «igual debió suceder en el origen» no es ya una
experiencia válida, ni una demostración, sino una suposición, una hipótesis de
trabajo. Hemos visto en el artículo 6, en la cita de la p. 116 subrayada por
nosotros, cómo Oparin mismo piensa que este método, por sí sólo, no da solución
al problema del origen de la vida. Sin embargo es el método que utiliza para
demostrar su hipótesis.
Precisamente al no
poder demostrar por vía científica cómo se origina la vida, se ha de valer de
su mismo planteamiento filosófico para darle solución. Lo que es más
sorprendente aún en un sistema que, como el marxismo, se pretende «científico»
y no «filosófico».
4. Al partir de
nociones de la realidad, ya con este enfoque marxista, la solución científica
no le importa tanto o no se da, como veremos en algunos ejemplos:
a)
Noción de materia: parte de la teoría de O. Shmidt
sobre la formación de nuestro planeta como de un postulado. Con ello deja sin
explicación el origen de la materia, por ejemplo del Sol. Además se opone a
cualquier noción de creación: postula la materia increada; además confundiendo
la idea de creación con la de inicio en el tiempo.
b)
Noción de vida: propone una noción filosófica y no
biológica. Parte de la definición del materialismo dialéctico acerca de la
vida: que es de naturaleza material y una forma especial del movimiento de la
materia, que surge de esa misma materia, en el proceso del desarrollo del
mundo, como una nueva cualidad. Con ello se postula también que sea la vida,
desde un punto de vista filosófico, cuando desde un punto de vista biológico
los científicos prefieren hablar de seres vivos y procesos vitales, declarando
así la dificultad para esa ciencia de establecer una noción clara de la vida
según los conocimientos actuales, lo que no obstan para que se conozcan muy a
fondo las propiedades de los seres vivos.
c)
Noción de la naturaleza: el materialismo dialéctico
considera la naturaleza como un todo unitario, en continuo devenir, evolución,
y en ella se dan procesos aislados: se plantea así la unidad del mundo de lo
inorgánico y de lo viviente. Sin embargo, ante la diferencia de comportamiento,
Oparin ve necesario introducir unas leyes biológicas superiores a las
fisicoquímicas que regulen a los seres vivos, cualitativamente superiores a lo
inorgánico. Oparin no da explicación de dónde surgen estas leyes superiores,
sencillamente postula su necesidad.
d)
Noción de salto dialéctico: en varias ocasiones Oparin
expresa la necesidad de dar este salto dialéctico para pasar de lo inorgánico a
lo orgánico y al ser vivo. Este salto es algo brusco, paso súbito (a veces
puede ser de larga duración) a otra cualidad que se da en el tiempo
precisamente precedido de una acumulación de modificaciones cuantitativas. Es
en la p. 129 del libro, como hemos señalado en el artículo 7, donde resulta más
evidente que para pasar de lo inorgánico a lo orgánico y al ser vivo se
postula, sin más, el salto dialéctico como una necesidad del desarrollo
histórico de la materia.
Con ello el problema que
origina todo su estudio se resuelve en el mismo momento de plantearlo, al dar
esta solución a priori. El salto dialéctico de la materia
orgánica al ser vivo queda sin explicación ninguna en esta obra, y así resuelve
Oparin el problema del origen de la vida.
5. Finalidad en los
procesos de la evolución: expresamente hemos señalado esta direccionalidad de
los procesos químicos al exponer el contenido de la obra.
Contrariamente a los
presupuestos del materialismo dialéctico que niega toda finalidad en la
naturaleza, las investigaciones positivas actuales manifiestan con más
insistencia y cada vez con más claridad que los procesos de organización de la
materia desde lo inorgánico hasta el ser vivo parecen tener una finalidad en
todo momento. Es algo que Oparin se ve obligado a admitir, que le sorprende y
le lleva a afirmar la existencia de una «racionalidad» de los procesos de la
materia.
Esta finalidad no se explica
solamente con la existencia de las leyes fisicoquímicas o biológicas, es
necesario explicar la necesidad de la causalidad que estas leyes determinan. Si
no, caeríamos en una falsa explicación atribuyendo a la materia una inmanencia
de la finalidad de su actividad, que no explica nada. Se ve necesario recurrir
a un principio de causalidad exterior a la materia. Sin embargo, Oparin
prefiere admitir la existencia de una ley natural de la materia en evolución, o
lo que es igual, una inmanencia racional de la materia.
De varios modos hemos recogido
las expresiones de Oparin en las que atribuye a la materia la virtualidad de
toda la evolución: son evoluciones necesarias. Sorprende que la materia sea tan
sabia, que el hombre sea la forma más perfecta de autodesarrollo de la materia,
y que, en cambio, el científico que intenta formular cómo es el proceso de
la evolución de la materia hasta el ser vivo, termine su obra declarando que
aún la ciencia «está muy lejos de tener un conocimiento comprensivo de los
organismos vivos...» (p. 154).
6. Panteísmo: es muy
fácil comprender que todas esas cualidades que se atribuyen a la materia la
conviertan en algo que tienen las características de las afirmaciones
panteístas. La materia es increada, es el ser primero, se mueve a sí misma, se
dirige en la evolución perfectiva, se da nuevas leyes cada vez más perfectas...
Como se ve, no es fácil escapar a un panteísmo si se pretende construir una
cosmología atea, que tenga en cuenta la realidad.
7. Estructura y
funcionalidad, selección natural y azar. Llama la atención que Oparin atribuya
tan claramente una intención general a los fenómenos, excluyendo radicalmente
una inteligencia creadora, ordenadora, que se llegue a una determinada
estructura por la vía de la selección natural, que no viene determinada por
nada: nadie organiza la materia. Aunque Oparin rechaza el azar como principio
ordenador, cae en él al no admitir más que la virtualidad de la materia para
producir esa ordenación.
8. Los coacervados:
nos detendremos brevemente en este punto fundamental de su investigación. Hemos
visto cómo el autor afirma que los coacervados no son seres vivos, y también
cómo postula la necesidad del salto dialéctico para que a partir de ellos se
originen los seres vivos.
Cabe señalar, en primer lugar,
que su teoría no fue aceptada entre muchos científicos rusos (cfr. Gustav A.
Wetter, El materialismo dialéctico, Ed. Taurus, Madrid, 1963, p. 512).
En segundo lugar, se ha de
tener en cuenta que es una hipótesis de trabajo y que, por tanto, la
investigación la ha de comprobar.
En tercer lugar, el modelo de
los coacervados es aún hoy muy discutido, pues los coacervados sencillos tienen
una vida muy corta debido a su inestabilidad en relación al medio, y los
coacervados complejos se forman de sólo dos clases de moléculas iguales.
Podríamos concluir: «es
aconsejable, por lo tanto, no sobrestimar la coacervación. Difícilmente ha
podido producir los organismos primitivos; por el contrario, es del todo
posible que dentro de la célula ya existente se forme por coacervación una
especie de subdivisión, ‘una compartimentación’» (cfr. Hans Joachim Bogen, El
libro de la Biología moderna, Ediciones Omega, S.A. Barcelona, 1969, p.
301).
VALORACIÓN
CONCLUSIVA
1. Actitud científica predeterminada.
«Los adelantos de
las Ciencias Naturales modernas, que han logrado descubrir (¿?) las leyes que
presidieron el origen y el desarrollo de la vida, asestan golpes cada vez más
contundentes al idealismo y a la metafísica, a toda la ideología reaccionaria
del imperialismo» (p. 148). Esta es la euforia de Oparin, sin base en la
realidad. Es conocido cómo la ciencia actual contradice constantemente la
concesión materialista de la realidad.
2. Juicios sobre el idealismo.
Los juicios que
Oparin hace sobre el idealismo, y por ende sobre la religión, carecen de valor
por excesivamente generales: no demuestra nada, ya que engloba cualquier
postura filosófica que no sea materialista, y que por ese hecho, se convierte
en falsa para ellos.
3. Oposición a las enseñanzas de la
Biblia.
Las afirmaciones
negativas, falsas, acerca de la Biblia revelan el desconocimiento que tiene el
autor de las Sagradas Escrituras, y de la fe de la Iglesia. Nos detendremos un
momento en ellas:
a) La Biblia, palabra
divina: Oparin afirma con ligereza: «Para explicar el origen de la vida, el
cristianismo primitivo se basaba en la Biblia, la cual a su vez había copiado
de las leyendas místicas de Egipto y Babilonia» (p. 15). Por el contrario, el
Pentateuco tiene como autor a Moisés inspirado por Dios (cfr. Denzinger, nn.
1.997-2.000) y de ningún modo procede de fábulas tomadas de mitologías y
cosmogonías de los pueblos antiguos (cfr. Denzinger, n. 2.122).
b) La narración de la
creación es realmente historia, aunque no narración de carácter científico: las
Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia proclaman, efectivamente, el
sentido literal histórico de los hechos narrados en los tres primeros capítulos
del Génesis. El mismo Magisterio de la Iglesia enseña que no fue la intención
del autor sagrado, al escribir el primer capítulo del Génesis enseñar de modo
científico la íntima constitución de las cosas visibles y el orden completo de
la creación, sino dar más bien a su nación una noticia popular, verdadera, pero
acomodada a los sentidos, a la capacidad y el uso del lenguaje común de los
tiempos (cfr. Denzinger, n. 2.127).
También claramente
enseña la Iglesia que no se puede poner en duda el sentido literal histórico,
donde se trata de hechos narrados en esos mismos capítulos, que tocan los
fundamentos de la religión cristiana, como son, entre otros, la creación de
todas las cosas hechas por Dios al principio del tiempo; la peculiar creación
del hombre; la formación de la primera mujer del primer hombre; la unidad del
linaje humano... (cfr. Denzinger, n. 2.123).
En ningún momento
encontramos en el Magisterio de la Iglesia una afirmación como la siguiente:
«El acto creador del divino habría hecho aparecer en la Tierra de golpe y en
forma acabada, los primeros antepasados de todos los animales y de todas las
plantas que pueblan actualmente nuestro planeta» (p. 12). Esto lo afirma
Oparin.
c) La Biblia y la
duración de la creación: es bien sabido que el Magisterio de la Iglesia admite
interpretar el sentido de la voz día (Yom) empleada en la narración de la
creación en seis días, de dos modos: como un día natural y como un espacio
indeterminado de tiempo. En el primer caso tiene un sentido religioso; en el
segundo se hace perfectamente compatible la narración del Génesis con los
descubrimientos actuales acerca de las distintas edades sobre la tierra (cfr.
Denzinger, n. 2.128). A pesar de esta claridad de la vida, doctrina católica y
de conocer la narración del Génesis (la recoge en la p. 12 de su libro), Oparin
se empeña en hablar de «cuentos inocentes» y de «ignorancia e interpretación
simplista».
4. El Magisterio de la Iglesia y el
evolucionismo.
El Magisterio de la Iglesia enseña la
creación ex nihilo por Dios, y una particular intervención de Dios en el
origen del hombre.
No es su misión
explicar más cosas de las fundamentales para dar a conocer la intervención de
Dios en el origen de los seres, a fin de fundamentar la fe. Por ello no es
cierto, como Oparin afirma, que «la vida es una manifestación del ser divino, y
por eso el hombre no puede conocer la esencia de la vida, ni mucho menos
aprender a regularla. Tal es la conclusión fundamental de todas las religiones
sobre la naturaleza de la vida, y no se concibe ninguna doctrina religiosa que
no llegue a esa conclusión» (pp. 10-11). Puede bastar para desmentirlo la
dedicación de muchos católicos a la investigación precisamente en este tema, y
la doctrina del Magisterio que, desde luego, dice todo lo contrario a lo que
Oparin acaba de afirmar: «Por eso el Magisterio de la Iglesia no prohibe que,
según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, se
trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo,
de la doctrina del ‘evolucionismo’, en cuanto busca el origen del cuerpo humano
en una materia viva y preexistente (pues las almas nos manda la fe católica
sostener que son creadas inmediatamente por Dios); pero de manera que con la
debida gravedad, moderación y templanza se sopesen y examinen las razones de
una y otra opinión; es decir, de los que admiten y niegan la evolución, y con
tal de que todos estén dispuestos a obedecer al juicio de la Iglesia, a quien
Cristo encomendó el cargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras
y defender los dogmas de la fe» (Denzinger, n. 2.327).
Por otra parte,
aunque algunos estadios de la historia de la evolución que Oparin presenta son
admitidos por algunos científicos actuales, vemos que otros no son ciertos, ni
científicamente demostrados. Especialmente carecen de valor demostrativo tanto
su argumentación en el paso trascendental -la aparición del ser vivo-, cuanto
la aparición del hombre. Fundamentalmente falta un conocimiento causal del
origen de la vida y del hombre.
J.F.T.S.
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