Opera Omnia
I. INTRODUCCIÓN
A. Vida
B. Obras
ÍNDICE
II. ASPECTOS PRINCIPALES DEL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE
A. La instauración de una nueva cultura
B. El hombre y el mundo en Nietzsche
1. Presupuestos que influyeron en la filosofía nietzschiana
2. E1 hombre y la moral
a) El hombre como sistema de fuerzas contrapuestas
b) La moral
- La crítica Nietzschiana a la moral
- La evolución de la moral
- La moral de los señores y la moral de los esclavos
3. Concepción irracionalista del mundo
C. Negación de Dios y divinización del hombre
1. La negación de Dios
2. El superhombre
III. VALORACIÓN DEL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE
A. Negativismo
B. Crítica al racionalismo y al cristianismo
C Limitaciones de la teoría Nietzschiana sobre la vida instintiva
D. “Emancipación” de Dios, pero dominado por fuerzas ciegas
E. Conclusión
I. INTRODUCCIÓN
A. Vida
Friedrich Nietzsche nace en 1844 en Röcken, cerca de Leipzig, en el seno de una familia en la que tanto su padre como varios de sus tíos y abuelos son pastores protestantes. Estudia en la escuela de Pforta y cursa filosofía clásica en Bonn y en Leipzig. Durante el primer semestre de Bonn asiste también a un curso de teología. En Leipzig se entusiasma con la filosofía de Schopenhauer y conoce personalmente a R. Wagner, que tendrá un gran influjo en sus primeros pasos en la filosofía. A los 24 años es ya profesor de filología clásica en la Universidad de Basilea. Allí entra en contacto con J. Burckhardt y con el teólogo protestante F. Overbeck. Interviene en la guerra francoprusiana de 1870-71, como voluntario en el cuerpo de sanidad, durante algunos meses, donde contrae una grave dolencia de disentería y difteria. Desde entonces, su salud queda afectada: durante al resto de su vida sufrirá terribles dolores de cabeza que, posteriormente, se unirán a pérdidas temporales de la razón. Esto motiva su prematuro retiro de la docencia en 1877. A partir de esta fecha lleva una vida errante por diversas ciudades de Suiza, Francia e Italia. En 1889 pierde definitivamente la razón, hasta su muerte en el año 1900.
B. Obras
Las principales obras de Nietzsche se pueden agrupar en tres períodos:
a) al primer
período pertenece Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik (“El
origen de la tragedia en el espíritu de la música”), escrita en 1871. Las obras
de esta época denotan un gran influjo de las óperas de R. Wagner, y están
impregnadas de mitología, folklore y “espíritu del pueblo” (Volksgeist);
b) entre las obras del segundo período, cabe citar Menschliches, Allzumenschliches (“Humano, demasiado humano”), de 1881, y Die fröhliche Wissenschaft (“La gaya ciencia”), de 1882. En ellas aparece un Nietzsche teorético, positivista, intelectual, indudablemente influenciado por los ilustrados franceses y por el positivismo inglés. Las figuras de referencia no son ya Schopenhauer y Wagner, sino Voltaire y Descartes;
c) el tercer período es ya la época de madurez - si se puede llamar así - del pensamiento de Nietzsche. En él se encuadran sus obras más conocidas, como Also sprach Zarathustra (“Así habló Zaratustra”), escrita en 1883‑85; Inseits von Gut und Böse (“Más allá del bien y del mal”), de 1886; Zur Genealogie der Moral, del año 1887. En este período aparecen los temas más característicos de la filosofía nietzschiana: la “muerte” de Dios, el Superhombre, etc. En los escritos de 1888 (Ecce homo, Die Antichrist), se ven ya algunas señales de la crisis de locura que, a partir de enero de 1889, le priva para siempre de la posibilidad de continuar escribiendo. Después de la muerte de Nietzsche, su hermana Elisabeth y su fiel amanuense Peter Gast, reuniendo a su modo diversos escritos que Nietzsche había dejado, publicaron en Leipzig, el año 1901, la obra Der Wille zu Macht (“La voluntad de poder”). La investigación posterior criticó duramente esta edición, por descubrir en ella una ordenación arbitraria de materiales y algunas manipulaciones del texto. Sin embargo, estas deficiencias no parecen afectar a la esencia del pensamiento de Nietzsche, ni cambian el sentido de los textos, que son todos del autor.
II. ASPECTOS PRINCIPALES DEL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE .
A. La
instauración de una nueva cultura
Poco tiempo después de la muerte de Friedrich Wilhem Nietzsche, hubo ya autores que reconocieron en él a un pensador deseoso de dar al mundo una nueva filosofía de la cultura, de índole aristocrática e inmanentista, no limitada a los confines nacionales, sino destinada a ser la base de una nueva cultura europea que sustituyera a la de su tiempo, y que fuera capaz de producir hombres verdaderamente grandes. Según él, correspondía al filósofo - esto es, a él - la tarea de crear esa cultura y de convertirse en el maestro y modelo de la nueva humanidad.
Ya antes de 1878, concebía con suficiente claridad los requisitos de este nuevo ideal de cultura. Lo había ido entreviendo a través[1] de sus estudios filológicos, sobre todo de los clásicos griegos, a los que se había dedicado desde los estudios secundarios en el colegio de Pforta (1858‑64)” y que después perfeccionó en la Universidad de Leipzig (1865‑69). A estas reflexiones sobre la cultura griega se debe añadir el influjo del voluntarismo de Schopenhauer ‑que le duraría incluso después de haber renegado de esta filosofía‑ , del positivismo biológico y del naturalismo evolucionista de tipo darwiniano.
El proyecto es hecho público por vez primera en El origen de la tragedia en el espíritu de la música, publicada en 1872, y que muchos consideran un escrito programático, por lo menos en lo que se refiere a las ideas básicas que serán desarrolladas posteriormente en otras obras, en las cuales no tendrá ya importancia decisiva el influjo de la filosofía de Schopenhauer.
Nietzsche, descontento de la mediocridad de sus contemporáneos, quiere llegar a ser un modelo de gran hombre, un maestro capaz de suscitar en el mundo otros personajes grandes, que tengan ambiciones sin límites y que sepan potenciar las propias dotes naturales para llevar a cabo esas ambiciones.
Admira las grandes pasiones de los antiguos héroes de la literatura griega. Propone una concepción trágica de la vida, como la que nos presentan los antiguos poetas griegos: una exaltación gozosa, espontánea y natural de las fuerzas instintivas ‑no frenadas por la razón, pero dotadas de una sabiduría innata potencial‑ , que forman un todo armonioso en el que, incluso los conflictos más violentos, pueden ser resueltos en un gozo estético, no turbado por ninguna fealdad.
Se trata de la plena actuación de aquel factor instintivo que Nietzsche llama dionisiaco, simbolizado por Dionisos, el dios de la alegría exuberante, de las fuerzas profundas que hacen posible el sucederse cíclico de la muerte invernal, del renacimiento primaveral, de la maduración de los frutos en el verano y del inevitable declinar del otoño. Hay, por tanto, fuerza, potente desarrollo, y también trágica caída y muerte, pero todo empapado de una belleza estética que, con una maravillosa espontaneidad natural, confiere medida, sentido y forma a las fuerzas naturales e instintivas: se trata del factor que Nietzsche llama apolíneo, de Apolo, dios de la armonía y de la perfecta belleza clásica.
Lo dionisiaco y lo apolíneo, afirma Nietzsche, confluyen, se penetran recíprocamente, para crear personalidades potentes y armoniosas. Esta armonía no es, sin embargo, fruto de la mortificación de las pasiones, sino que resulta de su natural, espontáneo e instintivo canalizamiento hacia un fin grandioso y bello. Esto comporta el rechazo de todas las formas de la ascética tradicional, por lo menos de aquellas que Nietzsche considera como tales, y también el rechazo del libertinaje, ya que éste sería el fin de la vida, la destrucción de la armonía. Podría parecer que esta afirmación nietzschiana significa la vuelta al ideal moral de la filosofía antigua, precristiana y arreligiosa, que ponía el fin de la moralidad en el perfecto y armonioso desarrollo de las facultades humanas. Solo que, para Nietzsche, este ideal debería ser alcanzado no con esfuerzos que mortificaran los instintos sometiéndolos a la voluntad, sino con una espontaneidad natural.
Esta concepción de la moral que - según Nietzsche - tenían los antiguos griegos, empezó a desvirtuarse con la filosofía de Sócrates, que más tarde - en opinión suya - produciría la moral cristiana. El ideal presocrático era, según Nietzsche, la grandeza heroica, dominada por el destino y, sin embargo, optimista, porque se trataba de la celebración gozosa de la vida, ennoblecida por el culto a las formas perfectas. Con Sócrates, afirma, comienza la decadencia: Sócrates es el inventor de la lógica, que mortifica la vida, aprisiona las energías vitales en los estrechos límites de la racionalidad, y exige renuncias en nombre de la razón mezquina, madre de la mediocridad. Para sostener la racionalidad, el filósofo ateniense postula un mundo distinto al de los fenómenos: el mundo de la verdad en sí, de la justicia en sí, de la bondad en sí. Esto trae como consecuencia necesaria la creencia en la sustancialidad del alma, en su supervivencia después de la muerte, en la felicidad celestial que sería el premio a las renuncias exigidas a la exuberancia de las fuerzas vitales del individuo humano.
Sócrates es, por tanto, un decadente, el iniciador y padre de la decadencia cultural que, con la ayuda del cristianismo, no cesa de hacer progresos continuos hasta nuestros días.
Contra esta decadencia, que no produce más que hombres mediocres o incluso mezquinos, Nietzsche proclama la necesidad de renovar la humanidad con la vuelta al ideal humano de la era presocrática.
B. El hombre
y el mundo en Nietzsche
Antes de examinar la concepción que Nietzsche tiene del mundo y del hombre, parece conveniente ver, aunque sea brevemente, los motivos, tanto de la propia personalidad de Nietzsche como filosóficos, que le indujeron a la formación de su sistema.
1.
Presupuestos que influyeron en la filosofía Nietzschiana
Como se acaba de señalar, el nuevo ideal humano propuesto por Nietzsche no es de inspiración cristiana, sino que procede de la idealización de la antigüedad griega: es un ideal estético que lo aleja cada vez más de la fe en Dios, hasta desembocar en un humanismo ateo, e incluso antiteísta.
Puede llamar la atención que el hijo de un pastor protestante, cuyos abuelos y tíos eran pastores luteranos, haya podido llegar tan lejos: hasta renegar de Dios, declarar la “muerte de Dios” y presumir de ser su asesino. Las circunstancias de su vida, los estudios de su infancia y juventud y los influjos que poco a poco fue sufriendo, sirven para ilustrar este proceso.
En primer lugar, habría que señalar, como factor importantísimo, el falso modelo de vida cristiana que contempla Nietzsche desde su niñez, y del que renegará más tarde: el luteranismo de su familia, aparentemente cristiano en las formas, pero profundamente corrompido en su raíz, es decir, en las verdades más fundamentales sobre Dios, el hombre, la libertad, el estado de naturaleza caída, etc. No hay que olvidar que cuando Nietzsche critica demoledoramente el cristianismo, critica el único cristianismo que conoce: el protestantismo. Una vez más, la deformación de la verdad cristiana que comenzó con Lutero, va a producir consecuencias trágicas.
La prematura muerte de su padre, cuando Nietzsche apenas tenía cinco años, le privó de una guía en los estudios. El mismo, en un intento autobiográfico, el año 1864, lo explicaría así: “entre las piedras miliares que hasta ahora han marcado los períodos de mi vida, citaré sobre todo dos: la muerte de mi padre, pastor rural en Röcken, junto a Lützen, con el consiguiente traslado de nuestra familia a Naumburg, suceso que cierra los primeros cinco años de mi vida. Después, mi traslado del Liceo de Naumburg a la escuela de Pforta, que cae en mi decimocuarto año de edad. Poco sé de los primerísimos años de mi infancia... Sin duda, he tenido unos padres excelentes, y estoy convencido de que la muerte de un padre extraordinario como el mío me privó, por una parte, de la guía y apoyo paternos para la vida futura, y por otra infundió en mi alma los gérmenes de un temperamento austero y contemplativo.
Tal vez fue un mal que todo mi desarrollo a partir de aquel punto no fuera vigilado por un ojo viril, y que en su lugar, la curiosidad, o también, quizá, la sed de saber, me hicieran acercarme con el más grande desorden a las materias más dispares”[2].
Parece que un factor decisivo en su alejamiento del luteranismo fue la lectura de Emerson, pastor protestante que cuando constató que su filosofía no era compatible con la fe que debía anunciar desde el púlpito, abandonó su iglesia. Algún año antes, Nietzsche quería ser también pastor protestante, como sus antepasados. Sin embargo, parece que en 1864 empezó a estudiar teología, ya sin entusiasmo. En el primer año de sus estudios teológicos en Bonn, la lectura de La vida de Jesús de David Strauss le indujo a no acercarse más a la S. Cena, según el rito luterano, en la Pascua de 1865, y a abandonar, en otoño de ese mismo año, la teología, para dedicarse a los estudios filosóficos. Lo confirman en esta nueva dirección sus primeros éxitos: sus ensayos filológicos son publicados en las mismas revistas que publican los estudios de sus profesores, y el 13 de febrero de 1869, antes de haber obtenido la licenciatura, es invitado a ocupar la cátedra de filología clásica en la Universidad de Basilea (Suiza). Allí hace amistad con el historiador Jakob Burckhardt y con el teólogo Franz Overbeck, que influyen notablemente en el ánimo del joven profesor de filología. Por otra parte, la familiaridad con Richard Wagner, entregado a la tarea de renovación de la música, le anima en su ambición de acometer la obra de renovación de toda la cultura contemporánea.
A todo esto hay que añadir el influjo no despreciable del voluntarismo de Schopenhauer, que le lleva a reaccionar violentamente contra lo que él llama “racionalismo”. El paladín de este racionalismo sería - para Nietzsche - Sócrates, de quien son deudoras la mayor parte de las filosofías y sistemas de pensamiento posteriores, entre los cuales coloca Nietzsche al cristianismo. Nietzsche acusa al cristianismo de haber creado una “moral de esclavos” que ensalza como virtudes cualidades propias de las personas débiles, como la pobreza, la compasión, la humildad, etc.... virtudes cuyo objetivo primario sería, para Nietzsche, poner un freno a la espontaneidad natural de los instintos dominadores que caracterizan a los hombres verdaderamente grandes.
Otra fuente importante del pensamiento de Nietzsche, ya señalada anteriormente, es el positivismo biológico y el naturalismo evolucionista de corte darwiniano, que se nota, sobre todo, en las obras del segundo período, es decir, entre 1878 y 1882.
2. El hombre
y la moral
a) El hombre
como sistema de fuerzas contrapuestas
Nietzsche estaba convencido de que para llevar a cabo la reforma de la cultura europea, era necesario encontrar nuevas bases filosóficas, diametralmente opuestas a las de su tiempo, fundadas, según él, en el socratismo.
En su análisis, la filosofía de Sócrates representa la filosofía del ser que, con la ayuda del principio de identidad, permitiría afirmar la existencia de sustancias inmutables y, en consecuencia, de verdades eternas. Nietzsche, en cambio, situándose en la línea de Heráclito, se propone revalorizar el devenir y lo que llama la “índole contradictoria” del mundo real. La contradicción es, según él, el constitutivo más profundo de la realidad: es el mundo de las fuerzas instintivas en continua lucha por afirmarse cada una sobre las demás, y ser la fuerza dominante. Una lucha constante, que se realiza en el inconsciente, y de la que sólo percibimos el resultado. El único criterio que siguen estas fuerzas instintivas es la utilidad, con vistas a la autoafirmación y al predominio. Lo que nosotros llamamos “razonamiento” según las leyes de la lógica, no es - según Nietzsche - más que un proceso salido a la superficie de la conciencia, producido por fuerzas ciegas, inconscientes e irracionales, dominadas por las tendencias completamente alógicas del autopotenciamiento y del predominio[3]. Se sigue de aquí que la verdad no es algo objetivo sino subjetivo (es verdad aquello que sirve para la propia afirmación), y también, que demostrar la naturaleza contradictoria de una afirmación no es refutarla, ya que aquello que es contradictorio puede ser válido; y es válido si sirve para el potenciamiento de la vida (Ibidem).
La filosofía socrática del ser ha de ser sustituida, por tanto, por la del devenir, ya que no es el ser la verdadera realidad sino el devenir (naturalmente, Nietzsche no explica cómo puede darse devenir, sin ser; cambio, sin un sujeto que cambie. También es evidente que desconoce la profundidad del análisis aristotélicotomista de las relaciones entre ser y devenir, teniendo un concepto del ser que se aproxima más bien al de Parménides). ¿Cómo ha podido nacer entonces la filosofía del ser?, se pregunta Nietzsche. La respuesta, según él, es que ha nacido a consecuencia de un gran equívoco: el de haber dado a las leyes de la gramática una interpretación “real”, tomando el sujeto de un juicio por una sustancia real; y confundiendo la cópula verbal con la inmutabilidad del ser; y la relación entre sujeto y predicado con la validez del principio de identidad[4].
En consecuencia, el hombre, para Nietzsche, no es una substancia, un yo entendido como centro estable y activo, como un sujeto permanente de acciones y pasiones. En lugar de la unidad sustancial hay una multiplicidad de energías instintivas en permanente lucha. Una de ellas prevalece y polariza todas las demás. Es la que constituye el centro de ese sistema de fuerzas y que es lo que nosotros acostumbramos a llamar “persona”. Se trata, sin embargo, de un centro móvil: no domina y polariza todas las demás fuerzas de una vez para siempre. Por eso, en otro momento, otra fuerza se puede hacer con el poder y constituir otro centro, otra “persona”. Podría darse el caso también de que ninguna de las dos fuerzas más potentes lograra imponerse; entonces se constituirían dos sistemas en lucha, el fenómeno de la escisión de la personalidad.
Esta lucha se desarrolla en el inconsciente. La conciencia misma no es más que el resultado de esa lucha venido a la superficie. Según Nietzsche, la conciencia humana está hoy demasiado desarrollada, mientras que, para vivir, bastaría un mínimo de conciencia. El actual desarrollo hipertrófico de ésta no es indispensable: es debido a la sociedad en que vivimos, es el producto de la necesidad de comunicarnos con los demás individuos, es resultado del lenguaje. Este, a su vez, es un producto social no sólo no indispensable, sino incluso dañino al individuo, en cuanto que, para la conservación y potenciamiento de la vida, la acción instintiva es más segura que la acción consciente y racional.
b) La Moral
La critica Nietzschiana a la moral
De esta concepción del hombre se derivan, como es obvio, graves consecuencias para la moral. Si todo en nosotros está determinado por las relaciones de unas fuerzas en lucha, entonces la libertad es un engaño, una ilusión. En efecto, no somos nosotros los que queremos y obramos, sino los instintos. Nada es bueno o malo en sí, sino útil o dañino para la conservación de la vida. No hay pecado. Todos los actos que realizamos son completamente inocentes .
Los argumentos en que Nietzsche basa su crítica en la moral son reducibles a uno: el bien y el mal, que toda moral señala y atribuye a los actos humanos, son para Nietzsche construcciones arbitrarias. Lo mismo que la naturaleza, cuando nos envía una tormenta que arrasa algo construido por la mano del hombre no es ni mala ni buena, un hombre que haga daño es totalmente inocente.
En opinión de Nietzsche, la religión y la moral sufrirán un golpe de muerte una vez que se haya demostrado que son manifestaciones parasitarias de la vida, y que la pujanza de la vida misma las condena a desaparecer. El único sentido de la vida es su fuerza de surgimiento, su voluntad de poder. La vida dota a unos espléndidamente, y a otros con escasez. Los primeros deben dominar sobre los demás. La única función de los “esclavos” será la de obedecer. Esa es la moral de Nietzsche, que, según él, es la moral que corresponde naturalmente al hombre por su condición propia. Esa es la moral que, siempre en opinión de Nietzsche, el socratismo primero y, posteriormente, el cristianismo, han destruido, creando en su lugar la “moral de esclavos” a la que Nietzsche considera como la rebelión de los débiles frente a los fuertes y sabios.
Por eso, Nietzsche se califica a sí mismo de “inmoralista”. No pretende construir una moral, sino destruir la moral existente. Su moral es propiamente una ausencia de moral, de reglas. Un “dejar hacer” a las fuerzas ciegas de la naturaleza. La moral, tal como se entiende en el mundo occidental, no es - según Nietzsche - más que una “tiranía” contra la naturaleza, una “coacción prolongada”. La moral enseña un conjunto de leyes arbitrarias que tratan de coartar las fuerzas de la vida instintiva. Las normas y deberes morales son, pues, contrarios a la libre expresión de la vida[5].
La evolución de la moral
En La Genealogía de la Moral, Nietzsche trata de explicar el origen de los conceptos de bien y de mal. Lo hace por dos vías: la filológica o etimológica, y la histórica. Según la primera vía, afirma, lo bueno en un principio hacía referencia a lo noble, a lo distinguido en el rango social, mientras que malo era sinónimo de plebeyo, de esclavo. La transformación de este sentido en el de mal o bien moral, sólo se verificó - dice Nietzsche - en la guerra de los Treinta años. Estas investigaciones filológicas son - el mismo Nietzsche parece concederlo en algunos momentos - de muy poco valor y un tanto arbitrarias; en su momento, fueron duramente criticadas por la mayor parte de los filólogos contemporáneos suyos.
En la segunda vía, la histórica, Nietzsche distingue dos períodos en la evolución de la moral. El primero sería el período premoral, que es el período prehistórico, el más largo de la vida humana. En esta era no había Estado que dictara norma alguna. Los hombres se regían sólo por sus instintos, fundamentalmente por el de conservación y el de la búsqueda del placer: lo bueno sería aquello que ayudara a la conservación de la vida o produjera placer. Lo demás sería malo. Regía, por tanto, la ley del más fuerte.
El segundo período que señala Nietzsche es el de la moral de las costumbres, que surge con la aparición del Estado. Antes de que hubiera Estado, el individuo más fuerte trataba con dureza a los demás, que eran sus esclavos; pero, cuando aparecía otro más fuerte que él tomaba su puesto, y así sucesivamente. Por eso no se podía hablar de la existencia de una moral. Para que ésta surja, hace falta que un individuo más fuerte o un individuo colectivo someta a todos los demás, los saque de su aislamiento, y los ordene de modo estable en una asociación. Así nace el Estado y a la vez la moral. Esta, al principio, no es más que la coacción que subyuga a los débiles, que con el tiempo se convierte en costumbre, y posteriormente en una libre obediencia. Después, “como todo lo que es habitual y natural desde largo tiempo, se torna placentero y toma el nombre de virtud”[6].
En esta época, pues, lo bueno ya no será el criterio de utilidad del individuo, sino el de la sociedad. La moralidad consistirá en la obediencia a las costumbres, cualquiera que sean éstas. Lo malo, en cambio, será aquello que se oponga a las normas que rigen esa comunidad y será castigado con penas que la propia comunidad establece con vistas a su conservación[7].
De aquí se deriva que lo bueno y lo malo dependerán de las costumbres de los pueblos: “todas las cosas buenas fueron en otro tiempo malas”[8]. Cuando surgen hombres fuertes, capaces de devolver mal por mal, rompen la moralidad entonces vigente y establecen sus propias leyes. Por tanto, vuelve aquí la vieja idea de Nietzsche: “bueno” será el poderoso, el capaz de imponer a los demás su propia ley; “malo” será el plebeyo, el débil, el incapaz de nada que no sea obedecer. A este último grupo, los poderosos le harán creer que será bueno el que obedezca y malo el que no se conforme a las costumbres establecidas.
La moral de
los señores y la moral de los esclavos
De lo dicho en el apartado anterior ya se vislumbra la distinción que Nietzsche hace entre la “moral de los señores” y la de “los esclavos”.
Para los
señores o dominadores, “la antítesis de lo bueno y de lo malo equivale a la de noble
y despreciable''[9].
Ellos tienen el derecho a determinar el valor moral de todas las acciones, no
tienen necesidad de ratificación. Deciden lo que es bueno o malo, son creadores
de valores[10].
La “moral de los esclavos”, en cambio, es la antítesis de la anterior. Es la propia de los débiles y oprimidos. Su nota característica es el pesimismo y la desconfianza. Como no pueden afirmarse, comienzan por negar, por condenar los valores de los nobles. Una vez denigrado el señor como malo, proceden a alabar las cualidades que sirven para suavizar la existencia de los que sufren: la comprensión, la paciencia, la diligencia...
Estos “esclavos” son los que al rebelarse movidos por el “resentimiento”, originan el tercer estadio en la evolución de la moral: el de la moral de esclavos. La rebelión nació en el pueblo judío y fue continuada por el cristianismo, que acabó derrotando a Roma, que sería, según Nietzsche, el representante de los señores. No obstante, dice, esa lucha no ha terminado, aunque los esclavos en la actualidad llevan ventaja. Nietzsche piensa que en el mundo moderno están mezcladas - en gran confusión y continua lucha - las dos razas, las dos morales. La decadencia europea que Nietzsche no se cansa de lamentar, procedería de la imposición de esa “moral del rebaño”, como califica a la moral cristiana.
Además, denuncia como último resultado de esta degradación, los movimientos democráticos y socialistas de su época, caracterizados por el afán de igualar a todos los hombres, impidiendo que nadie descuelle sobre los demás; son, en definitiva, los idealizadores de la mediocridad.
3.
Concepción irracionalista del mundo
Como el hombre, tampoco el mundo puede ser una sustancia. No puede ser ni una sustancia viviente, ni una máquina que funciona según unas leyes. En el mundo no hay ni causalidad ni finalidad. No hay orden sino caos, movimiento caótico con choques inevitables que producen mecánicamente los diversos fenómenos. El orden y los movimientos regulares que creemos descubrir en el mundo no son más que excepciones, y se refieren sólo a las esferas más cercanas a nosotros. Todo en el mundo es producto del azar, del fortuito concurso de fuerzas ciegas[11], En otras palabras, el mundo no ha sido creado por nadie, no hay Dios, no hay Providencia; no hay ningún ser inteligente que lo ordene; nadie es responsable de lo que sucede y no hay nadie a quien debamos o podamos rendir cuentas de nuestras propias acciones.
El mundo es, pues, para Nietzsche, un conjunto de fuerzas, con infinitas variaciones, que están en constante acción y movimiento. De los cambios y combinaciones de estas fuerzas brotan la vida y todos los seres del universo.
C. Negación de Dios y divinización del hombre
1. La negación de Dios
Con todas estas premisas, el paso a la negación de Dios y a la divinización de sí mismo era inevitable. Parece que, al principio, Nietzsche se oponía sólo a Jesucristo, a su doctrina, al Evangelio, sin rechazar explícitamente a Dios. Pero enseguida se dio cuenta de que no podía negar a Jesucristo sin negar a Dios; más aún, como afirmaría continuamente en el Zaratustra, sin matar a Dios: muerto Dios por el hombre, no hay ningún ser superior a él que le pueda imponer leyes; y el hombre, sin tener que responder ante nadie, podrá superar sus propios límites, produciendo el superhombre, o, mejor, el más allá del hombre (Ubermensch), y ocupar el lugar de Dios. En Así habló Zaratustra está continuamente sobreentendida la afirmación de que no puede aceptar la existencia de dioses, porque le resultaría insoportable el pensamiento de no serlo él mismo.
En los últimos meses de su vida consciente, da el paso definitivo: primero se identifica con el Anticristo, y como tal pretende legislar para extirpar el cristianismo. En el “Ecce homo” de 1888, Nietzsche se complace no sólo en haber descubierto un nuevo ideal humano, una nueva grandeza humana capaz de sustituir al ideal cristiano, sino de haberlo realizado hasta el punto de presentarse a sí mismo como modelo de la nueva humanidad. En ese sentido, son significativos los títulos de los capítulos de este libro: “¿Por qué soy tan sabio?”; “¿Por qué soy tan sagaz?”; “¿Por qué escribo libros tan buenos?”, etc. Ya el título “Ecce homo” sugiere una comparación - evidentemente a favor del autor del libro - entre Nuestro Señor martirizado y presentado por Pilato a los judíos, y el propio Nietzsche, que se presenta a sí mismo como el modelo de hombre perfecto.
El 30 de
septiembre de 1888, termina su obra “El anticristo”, y enseguida añade una “ley
contra el cristianismo”, fechada ese mismo día, que pasa a ser el día 1 ° del
año 1 ° de la nueva cronología que pretende instaurar, en oposición a la que
comienza con el nacimiento de Cristo. Esta “ley” ordena la guerra mortal contra
el “vicio”, es decir, contra el cristianismo. La firma “El Anticristo”. La
identificación con la divinidad es ya plena al inicio de la locura de los
primeros días de enero de 1889. En las cartas que escribió en esta época firma
con el nombre de Dionisos o del Crucificado.
Parece justificado ver en las manifestaciones de feroz anticristianismo de 1888 y de los primeros días de 1889 signos de esa crisis mental que hasta entonces se presentaba sólo intermitentemente y que desde enero de 1889 hasta su muerte fue continua. No merecen, por tanto, estos fenómenos mayor atención que la que merece la locura misma. Sin embargo, no debemos olvidar que el anticristianismo de Nietzsche tiene una fecha muy anterior al inicio de la locura intermitente y continua. Las críticas que aquí se hacen se refieren al pensamiento nietzschiano anterior a este período.
La negación de Dios y el gloriarse de ser su asesino parece que en Nietzsche tiene una doble fuente:
La primera es la herencia del ateísmo de matriz idealista, que considera a Dios como una idea formada por nosotros mismos. Si es una idea nuestra, igual que podemos formarla podemos deshacerla. Pero la fórmula preferida por Nietzsche - ”Dios ha muerto” - , que emplea en Así habló Zaratustra, parece que le fue sugerida por el poeta Heinrich Heine: se trata de una lucha abierta contra el cristianismo y contra cualquier forma de fe en Dios.
La otra fuente es más personal de Nietzsche. Algunas expresiones que usa al negar la existencia de Dios, parecen inspiradas en el resentimiento provocado por las adversidades de su vida. A la prematura muerte de su padre, y a la precaria salud del joven Friedrich, que ya en los años de Pforta (1858‑64) sufre fuertes dolores de cabeza, por los cuales tiene que pedir el retiro de la cátedra en Basilea (1879), añádase además la difícil situación económica de su madre, cuando quedó viuda. Todo esto humillaba los sueños de grandeza de Nietzsche, que se sentía portador de un destino grandioso (compositor y músico, maestro sólo igualado por Heine en el uso de la lengua alemana y, sobre todo, maestro y modelo de una nueva cultura europea). Algunos párrafos de sus obras dan la impresión de que no logró superar este fuerte resentimiento, que le llevó a no “perdonar a Dios” la humillación que le producían sus limitaciones[12].
La negación de Dios está presente, directa o indirectamente, en todos los temas principales de su filosofía: en la concepción del mundo como un caos, en la negación de todo tipo de causas, y, de modo expreso, de la Causa Primera, en la negación de la substancia, del espíritu, del alma...
El ateísmo de Nietzsche es propuesto como un a priori. Es la postura propia de la nueva cultura que él propugna, pues llega a afirmar que no se necesitan pruebas para demostrar que Dios no existe, ya que toda deducción racional se apoya en falsos supuestos y en el engaño de la lógica. Dios y la moral que en El se basa, dice Nietzsche, son enemigos de la vida, y esto basta para negar su existencia. Así, en una de sus últimas obras, presenta a Zaratustra como el profeta que anuncia la muerte de Dios y el advenimiento del Superhombre, que le sustituirá.
2. El
Superhombre
Ya en La genealogía de la moral, Nietzsche había anunciado la creación del “hombre del porvenir”, del hombre superior que ha de realizar la liberación del mundo a través de la transmutación de todos los valores de la vulgar “moral de rebaño”. Será el “anticristo”, el vencedor de Dios.
Este hombre del porvenir se identifica con el Superhombre del Zaratustra. El hombre que traerá el sentido a la tierra, y que es la afirmación de la vida corporal; el hombre que ama el cuerpo con sus instintos y desprecia el alma con sus ilusiones ultraterrestres.
El Superhombre es el creador de valores, el que crea el bien y el mal de las cosas, y por tanto, también será el transmutador de todos los valores de la moral de los esclavos.
El Superhombre de Nietzsche es fundamentalmente un símbolo, el nuevo tipo de la nueva raza de hombres nobles que se han superado a sí mismos. A estos hombres superiores, Nietzsche les dirige, en el libro IV del Zaratustra, la exhortación a superarse, a ser como dioses, a suplantar al Dios que ha muerto: En la plaza pública, ante el populacho que grita: “No hay hombres superiores: todos somos iguales; ante Dios todos somos iguales”, Zaratustra apostrofa a sus “hombres superiores”: “¡Pero si ese Dios ha muerto! (...) Hombres superiores, ese Dios ha sido vuestro mayor peligro (...), ahora queremos nosotros (...) que viva el Superhombres[13].
Así pues, si - como afirma Nietzsche - “Dios ha muerto”, no hay nadie que prohiba al hombre que “se realice” como le plazca, que pueda llegar a ser algo superior a lo que hoy es; que sea el Superhombre, el suplantador de Dios, que no reconoce otro legislador, otra norma de acción, que no sea la propia voluntad de poder.
Pero todavía queda un cabo suelto: ¿qué pasa después de la muerte? Porque, ¿de qué le sirve al Superhombre su voluntad de poder, la capacidad de imponer a los hombres débiles sus propias normas, el suplantar a Dios, si después de la muerte queda reducido a una serie de partículas materiales? Nietzsche pretende solucionar este problema con el mito del eterno retorno: el eterno movimiento cíclico que periódicamente vuelve a producir los mismos hechos, los mismos individuos, las mismas circunstancias de vida en que habíamos pasado nuestra existencia precedente. Pero no se entiende cómo es posible hacer compatible este movimiento cíclico - y, por tanto, previsto, ordenado - , con la precedente afirmación del caos del mundo.
El eterno retorno entendido como una continua apertura a lo que viene después, sin que haya un fin, no se sabe bien (y deja perplejos a no pocos seguidores de Nietzsche) cómo se puede colocar en un sistema filosófico que niega toda estructura determinada en el mundo. Es una tesis afirmada - como muchas otras de Nietzsche - no en base a principios racionales; no es la conclusión de un razonamiento, sino un postulado, una opción para hacer superflua la existencia de Dios, para no correr el riesgo de admitir la realidad de algo espiritual como es el alma humana.
III. VALORACIÓN DEL PENSAMIENTO DE NIETZSCHE
A. Negativismo
Nietzsche es, sin duda, un pensador original - a veces, clarividente - , y un escritor de mérito. Pero su filosofía es reflejo de una mente excéntrica y desequilibrada: la mente de un enfermo con atisbos de locura. Siempre enfermo, luchó desaforadamente contra la enfermedad, el pesimismo, la decadencia y el nihilismo con que, según él, van marcadas la cultura y filosofía occidentales, la religión y el cristianismo. Sin embargo, construyó una filosofía que podría ser llamada filosofía de la negatividad o nihilismo. Un pensamiento que sólo se dirige a destruir todos los valores de bien y de verdad sin poner nada en su lugar.
B. Crítica
al racionalismo y al cristianismo
En su deseo de renovar la cultura europea, Nietzsche reacciona con energía contra los factores que, en su opinión, son la causa de la decadencia: el racionalismo y el cristianismo.
Culpa al culto de la razón, de haber suscitado e hinchado, hasta convertirlas en ley, ciertas exigencias artificiales de la racionalidad, encaminadas a mortificar las fuerzas exuberantes de la naturaleza humana. Estas exigencias “racionales” habrían impedido el crecimiento natural y armonioso del hombre, encerrando inevitablemente al individuo en la mediocridad.
Nietzsche no logró entender correctamente la racionalidad, como aquello que distingue esencialmente al hombre de los animales y constituye su dignidad. No veía más que enormes exageraciones e injustificadas invasiones en el campo de la naturaleza. Por reacción, declaró que la racionalidad no podía ser considerada como un dato originario de la naturaleza humana, sino sólo como un producto de las fuerzas irracionales.
Acusa al cristianismo - al único cristianismo que conoce, el luterano, con la típica separación entre fe y vida, y entre razón y fe - de haber humillado al hombre para exaltar más a Dios; de haber humillado a los individuos fuertes y geniales por demasiada compasión con los débiles; y de haber igualado en la mediocridad a todos los hombres.
Para combatirlo, niega la existencia de Dios y proclama el concurso fortuito de las fueras ciegas de la naturaleza como la única causa de todo, afirmando que lo instintivo debe ser considerado como el constitutivo más profundo del hombre y la única causa de todo aquello que piensa y que hace. Los instintos quedan así completamente libres de cualquier control y guía externa, y el hombre es declarado no responsable ante nadie, estableciendo de modo radical la ley del más fuerte.
C. Limitaciones de la teoría Nietzschiana sobre la vida instintiva Parece fuera de duda que Nietzsche ha hecho algunos descubrimientos parcialmente válidos, en especial sobre el inconsciente y sus fuerzas, sobre los que construyó sus teorías acerca de las tendencias instintivas como guías naturales y legítimas del hombre en la tarea de su plena auto-realización.
Pero la euforia de esos hallazgos y, más aún, su posición prejudicial antiteísta, le impidieron hacer ciertas matizaciones indispensables, sin las que sus críticas pierden fundamento. Para indicar algún ejemplo, apenas distingue entre tendencias innatas y tendencias adquiridas por la repetición de actos, y la costumbre. En su precipitación, todo lo juzga innato, olvidando que los hábitos morales requieren repetición de actos, esfuerzo de la voluntad y, por tanto, un motivo, un fin. Pero la finalidad cae fuera de la perspectiva de Nietzsche porque requiere a su vez conocimiento racional del fin, mientras que para él todo son impulsos ciegos, lo cual es una simplificación inadmisible. También pasa por alto las relaciones entre conocimiento y pasiones; no se da cuenta de que las tendencias no se actúan sin estar referidas a un objeto concreto, presentado por medio de la percepción sensitiva. Pero esto a Nietzsche no le preocupa, porque la teoría de Schopenhauer de la voluntad originaria, inconsciente e instintiva, y las teorías mecanicistas-selectivas del positivismo le parecen suficientes para explicarlo todo.
Si hubiese profundizado en su análisis acerca de la vida instintiva, y hecho las debidas distinciones, quizá habría evitado el determinismo psicológico en el que cayó; en lugar de someter al hombre al curso fatal de los eventos internos y externos, producidos con necesidad por ciertas fuerzas elementales, habría descubierto probablemente las tendencias naturales finalizadas, debidas al Autor de la naturaleza, y ciertas tendencias en parte heredadas y en parte adquiridas por nosotros mismos con nuestro modo habitual de comportamiento. De este modo, habría quizá descubierto la dignidad humana y su libre creatividad, objetivo que perseguía con tanto apasionamiento, y que, contrariamente a lo que él suponía, no es ni suprimido ni amenazado - sino hecho posible - por la existencia de Dios.
D. “Emancipado''
de Dios, pero dominado por fuerzas ciegas
Nietzsche quiso garantizar al hombre la libertad de realizarse a sí mismo, pero no tuvo la paciencia de examinar hasta el fondo la supuesta incompatibilidad entre la libertad del hombre y el poder de Dios. No tenía esta paciencia porque era ateo ya antes, y porque su ateísmo, o mejor, antiteísmo, hacía tiempo que le había privado de la sensibilidad por este tema.
Según él, era necesario escoger entre Dios y el hombre, como entre dos enemigos irreconciliables. El hombre debe realizarse - argumentaba - ; pero no puede realizarse si no es libre; y no es libre si Dios existe; por tanto, Dios no existe. De hecho, si Dios existe, el hombre debe observar sus leyes y por eso no es libre de hacer lo que quiera o de ser lo que desee ser; pero si Dios no existe, no hay nadie que le pueda imponer leyes, se convierte él mismo en la única regla de sus acciones y de su destino, sin que deba rendir cuentas a nadie. No comprendió Nietzsche que las leyes morales no limitan la libertad del hombre, sino que marcan el camino que debe seguir para comportarse como hombre. Concebía la ley moral como algo exclusivamente extrínseco al hombre, en lugar de comprender al hombre como creado según esas leyes, que son las que convienen a su naturaleza.
Para obtener una pretendida “libertad” con respecto al Legislador divino, y a su Ley, Nietzsche sacrifica el libre arbitrio humano. El hombre, según él, no es libre, porque todos sus actos, sean cognoscitivos o volitivos, están determinados por el ciego conflicto entre las fuerzas elementales. Lo que nosotros conocemos y queremos no es más que la decisión, venida a la superficie de la conciencia, que se ha tomado en el inconsciente. Pensamos lo que esas fuerzas, determinadas ciegamente a la autoafirmación y al autopotenciamiento, nos hacen pensar, y queremos lo que las mismas tendencias nos hacen querer.
Esta es la ceguera producida por el antiteísmo de Nietzsche: para no tener que reconocer a Dios y para reivindicar la libertad moral en las relaciones con Dios, Nietzsche no tiene ningún inconveniente en renunciar a la libertad psicológica y en admitir el dominio tiránico de las ciegas fuerzas inferiores. Por desafiar a Dios y competir con El, está dispuesto a rebajarse al nivel de los animales.
En estas condiciones es impropio hablar de libertad de cualquier género. No es libre de Dios ni de la Ley divina quien es simplemente incapaz de optar por Dios o contra Dios, de observar una ley - cualquiera que sea ésta - o de no observar ninguna. Más aún, no puede ser ni siquiera legislador para sí mismo, pues todo lo que quiere y fija como fin de sus acciones y de su propia existencia, no es resultado de una libre elección suya sino de los instintos que lo dominan. No es, por tanto, libre de la ley, sino incapaz de decidir en favor o en contra de la ley.
Así pues, ¿qué sentido tiene entonces hablar de autorrealización o de esfuerzos para superarse a sí mismo? Incluso en el caso de que consiguiéramos realizar algo, no podríamos atribuírnoslo a nosotros: lo habrían hecho - quién sabe cómo y por qué - los instintos existentes en nosotros, de los que no somos más que sujetos pasivos.
¿En qué consistirá, por tanto, la renovación de la cultura, tantas veces proclamada por Nietzsche? Rechazada la guía de la ley divina, los instintos nos empujarán más allá de la mediocridad, pero no para convertirnos en grandes hombres, sino más bien para realizar la grandeza en el campo de su competencia: en el de la animalidad. Y si los actos de los instintos liberados de toda ley y de toda forma de racionalidad no son tachados de criminales, será sólo porque Nietzsche ha declarado que desde ahora somos irresponsables de todas las acciones que realizamos.
E. Conclusión
La tragedia de Nietzsche - porque es justo hablar de tragedia en quien ha querido renovar todo y ha caído más abajo que los detestados “mediocres” - deriva del hecho de haber heredado un concepto equivocado de Dios y de la libertad humana: para él, la libertad es la pura posibilidad ilimitada e incondicionada de hacer lo que cada uno quiera; y Dios, una simple idea producida por la mente humana, el “ser” que aspira al primer puesto en el mundo y que, por tanto, envidia nuestra libertad e intenta imponerse y dominar a los hombres.
Junto a esto, es necesario señalar también en la base de los errores de Nietzsche, una actitud intelectual de una arrogancia sin límites, que le llevó, paradójicamente, a caer esclavo de los instintos, al nivel de las bestias, por negarse a reconocer y someterse, servir y amar a Dios.
A.I. y M.O.
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[1] Las líneas generales de esta Recesión han sido tomadas de ISZAK, Angelico, O.P., Il tragico equivoco della libertà nell’ umanesimo ateo di Friedrich Nietzsche, en “Sacra Doctrina'' (1979), pp. 229-253, del que se han transcrito numerosos párrafos textuales.
[2] Mi vida. Escritos autobiográficos, 1856‑1869, pp. 143‑144 (citado según la traducción italiana de M. Carpitella, Adelphi, Milano 1978).
[3] Cfr. Más allá del bien y del mal, c. 1
[4] EL crepúsculo de los ídolos. c. 1.
[5] Cfr. Voluntad de poder, II, n. 254 y Más allá del bien y del mal, sec. 5, n. 188
[6] Humano, demasiado humano, lib. 1, n. 99.
[7] Cfr. Ibidem, lib. 1, n. 96
[8] Ibidem
[9] Más allá del bien y del mal, sec. 9, 1l. 260.
[10] Cfr. Ibidem.
[11] Cfr. La gaya ciencia, lib. III, n 109.
[12] Cfr. p. ej., Humano, demasiado humano, lib. 2, p. 1', n. 22; Ecce Homo, passim; Genealogía de la moral, tr. 3, n. 27; Así habló Zaratustra, passim, etc...
[13] Así habló Zaratustra. cap. “Del hombre superior”, nn. 1‑20.