NERUDA, Pablo
Canto general
Ed. Lumen, Colección El Bardo.
I. CARACTERIZACION GENERAL DE LA POESIA DE PABLO NERUDA.
Como observa de modo sintético Luis Sáinz de Medrano, la poesía de Pablo Neruda puede calificarse con un adjetivo elemental: poesía torrencial, en varios sentidos. En primer lugar, por la extensión de su producción poética, que parece fluir de modo incontrolado, como se manifiesta en el elevadísimo número de títulos de que está compuesta. De otra parte, es torrencial por la pasión irrefrenable que la anima[1]. Se trata, en efecto, de una producción que aparentemente consiste en un bullir espontáneo de sus pasiones vitales, que instantáneamente se versifican, aunque, como enseguida puede comprobarse, se halla sometida a una meditada y honda elaboración, como ocurre con todos los grandes poetas. En este sentido apunta también José Miguel Ibáñez Langlois, que reconoce en Neruda a un poeta más de naturaleza que de cultura[2], un poeta que, en definitiva, escribe, al menos en un primer momento, llevado de sus impulsos vitales más inmediatos, inspirado en la naturaleza circundante, por más que someta sus experiencias a una ulterior intelectualización, con acentos aparentemente metafísicos, como atestiguan sus tres Residencias.
Neruda acoge los distintos movimientos estéticos que su época le ofrece para integrarlos en sus preocupaciones inmediatas, dotándolos de un sentido muy personal. Sus imágenes raras veces suenan a servil imitación; por el contrario, parecen surgir de la inspiración más pura y se hallan dotadas de una riquísima carga semántica, como en el caso de la piedra, imagen recurrente en su poesía, que tendremos ocasión de comentar a propósito del Canto general.
No es esta la ocasión de exponer su dilatada trayectoria poética, pues nos limitaríamos, con tan breve espacio, a una mera divulgación simplificadora. Puede consultarse esta evolución de su poesía en la obra de Sáinz de Medrano, ya citada, que constituye la extraordinaria síntesis de un maestro bien conocedor del arte del poeta chileno.
Digamos sólo, por apuntar algunas notas, que su poesía se debate entre la preocupación intimista del yo lírico por su actitud ante las circunstancias que le rodean y la entrega a los otros, que más bien sería al nosotros, porque el poeta nunca se excluye de esa inmensa muchedumbre. Después de Crepusculario (1923), su primer libro, y de los célebres Veinte poemas de amor y una canción desesperada(1924), la primera Residencia en la tierra (1933)y la segunda (1935), Neruda llega a la tercera Residencia (1947), con el apartado España en el corazón, que constituye el conocido paso del yo al nosotros, a través del drama de la guerra civil española. Puntualicemos, de paso, que tal apartado había sido publicado como libro independiente en 1938, fecha simbólica que determina el punto de inflexión de la poesía nerudiana.
A partir de ahora el poeta inicia una apasionada tarea de cuestionamiento interior sobre la validez de sus antiguas creaciones, llegando a apostatar manifiestamente de algunas de ellas. En este contexto emerge en 1950 el Canto general, monumento épico en que Neruda contempla el pasado y el presente de América analizando sus gozos y su persistente dolor y haciendo profesión de su fe comunista.
En 1954 aparecen las Odas elementales, seguidas de las Nuevas odas elementales (1956) y el Tercer libro de las odas (1959), en los que el autor expresa su optimismo ante las mismas cosas que antes —especialmente en las dos primeras Residencias— había denostado. La evolución posterior de su creación poética viene dada por una oscilación entre su mundo interior y el compromiso altruista de corte marxista, indeterminación constante que con frecuencia somete al poeta a un apasionado desgarramiento. Como obra significativa, cabe señalar en este sentido el famoso Estravagario (1958), donde Neruda realiza un controvertido examen de sus anteriores inclinaciones y opta de nuevo por seguir indagando en su intimidad. Los libros posteriores de Neruda evidencian reiteradamente esa vitalidad del poeta, acosado por deberes y aspiraciones muy diversas.
II. PRIMER ACERCAMIENTO A CANTO GENERAL.
Este inmenso poemario se alza como obra de plenitud dentro de la nueva etapa que ha emprendido Neruda, de preocupación social y de compromiso. Pero no seríamos justos si nos conformáramos con esa definición, porque el libro de poemas, pese a la comprensible heterogeneidad con que se muestra, no es, salvo en ocasiones muy concretas, una obra de circunstancias. Canto general debe definirse ante todo como un poema épico monumental de América y de todo lo americano, por más que se trate de una épica comprometida con la situación del momento y con propuestas políticas que, a primera vista, rebasan las dimensiones de lo propiamente literario.
El libro se atiene a las circunstancias del presente, pero al mismo tiempo se remonta a los orígenes del continente, a lo legendario, para ofrecer desde ahí toda una visión de su historia, caracterizada, eso sí, por un punto de vista muy concreto del poeta. Canto general es el gran poema épico de América que muchos otros intentaron desde tiempo atrás y que no puede compararse con tales precedentes, como las Silvas americanas de Andrés Bello. Aunque resulte tal vez reiterativo, es necesario insistir, desde el plano propiamente poético, que la obra ha conseguido un extraordinario equilibrio entre lo heroico-mitológico, como corresponde a un poema de ese calibre, y la realidad presente, percibida de un modo dramático por el poeta.
El libro consta de quince apartados, de contenido diverso, que analizaremos con la Lógica concisión en el capítulo siguiente de nuestro trabajo.
III. DESCRIPCION DE CANTO GENERAL.
El primer apartado de la obra lleva por título "La lámpara en la tierra" y nos presenta a la naturaleza americana con ese sentido inaugural característico de las cosmogonías. En este punto hemos de observar una referencia, aunque sólo pertenezca al plano literario, al Génesis y, de otra parte, a las cosmogonías clásicas, como las Metamorfosis de Ovidio, modelos que Neruda no debió de desconocer.
El poeta nos ofrece una visión de la naturaleza, sin que aún se halle maculada por la presencia del hombre. El autor percibe en esa naturaleza la presencia de lo eterno, de lo que siempre ha sido y ha de permanecer, en una visión inmanentista del universo, como es esperable de su postura atea. Esa naturaleza primigenia, en estado puro, símbolo y realidad de lo eterno, aparece reiteradamente enaltecida desde el principio del libro:
Antes
de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales
(poema I)
Al mismo tiempo los diversos elementos de la naturaleza son tratados como fuentes de vida, como poseedores de la dignidad del ser vivo. Así lo expresa en el poema al Amazonas,
Amazonas,
capital
de las sílabas del agua,
padre
patriarca, eres
la
eternidad secreta
de las fecundaciones(...)
No obstante, es fácil observar el complejo proceso de elaboración que se ha operado en esa naturaleza aparentemente tan inmediata. Se trata de una elaboración simbólica, que recoge resonancias de las imágenes vanguardistas. Por tanto Neruda se ha remontado a los orígenes de América, a la naturaleza, que fue antes que la peluca y la casaca y, en definitiva, antes que el hombre con su poder destructor manifestado en tantas ocasiones.
El segundo apartado del libro es el célebre "Alturas de Macchu Picchu", donde se encuentran algunos de los poemas de mayor intensidad del libro. Neruda nos cuenta aquí su experiencia anterior, concebida como experiencia egocéntrica, la cual le ha producido un cansancio de todo lo artificial y una angustia ante la destrucción de la existencia, como nos había transmitido en las Residencias. Macchu Picchu le ofrece, desde su altura, una visión global del continente americano, con todas sus glorias y desastres presentes en un sólo golpe de vista. Es el momento en el que el poeta sitúa su evolución desde el yo al nosotros, como nos refiere el poema VI.
En el número IX Neruda experimenta, mediante la contemplación de toda América, una especie de éxtasis místico, que da lugar a una inusitada asociación de imágenes, donde encontramos uno de los momentos climáticos de todo el libro. En tal cadena interminable de imágenes audaces sobresale la piedra, símbolo máximo de lo imperecedero.
Pero enseguida el poeta advierte que ese éxtasis panamericano comienza a apartarle de su misión, el rescate del hombre. Como consecuencia, Neruda emprende la búsqueda del hombre, para la que es necesario contar la historia desde el principio, como ocurre en el apartado siguiente. Pero, aún dentro de este segundo capítulo, el poeta hace un llamamiento a todos los individuos que componen la vasta sociedad americana para que le refieran sus desgracias y descarguen sobre sus hombros los más hondos pesares:
Dadme
el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme
la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme
los cuerpos como imanes.
Acudid
a mis venas y a mi boca.
hablad por mis palabras y mi sangre.
(poema XII)
El poeta se configura, pues, como cantor y como redentor de América, aunque se trate de una redención humana —en la que el aspecto político ocupa un lugar preeminente—, al margen de cualquier salvación cristiana.
El tercer capítulo emprende ese recorrido histórico por el mundo hispanoamericano, que se inicia con la consideración de los conquistadores, juzgados desde el principio como depredadores del Nuevo Mundo. Es una larga cadena de denuestos dirigida hacia todos aquellos españoles que tomaron parte en la empresa colombina.
En el poema IV, por ejemplo, protesta diciendo que "Cortés no tiene pueblo, es rayo frío/ corazón muerto en la armadura". La naturaleza ahora se presenta como testigo de las atrocidades del hombre:
(el
río)
vio
arder en las hogueras, junto al agua,
raza y razón, cabezas juveniles.
(poema VI)
Núnez de Balboa es tratado como asesino (poema IX) y como hombre excepcional (poema X), por su descubrimiento del Pacífico. En esto volvemos a percibir el carácter pasional de la poesía nerudiana, que se decanta a rachas por aquellos motivos que primeramente actúan sobre el corazón del poeta. Ximénez de Quesada asesina a un príncipe indígena, que, no obstante, seguirá siendo testimonio eterno de la masacre:
ahora
quedan unas brasas
y
entre las cenizas los ojos
del príncipe que no se han cerrado.
(poema XII)
En el poema XIV nos tropezamos con algunas de esas sentencias de repulsa exprimidas del modo más primario: "Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura". Cuando se refiere a la muerte de Atahualpa emplea unos juegos de intensificación que constituyen una buena muestra del virtuosismo poético del libro "Bajo la dura noche dura...". Dentro de un metaforismo cosmológicamente muy compacto, el poeta expresa con frecuencia la analogía y la correspondencia entre la naturaleza y el hombre:
y
cuando tierra y aire y piedra y lluvia,
hoja,
raíz, perfume, aullido,
cubrieron
como un manto al hijo,
lo amaron o lo defendieron.
(poema XX)
A Alonso de Ercilla, sin embargo, se le juzga con la mayor benevolencia y se le aplica el calificativo de sonoro, por cuanto su mano no tocó la sangre. En el poema XXIV el poeta inserta un exabrupto del modo más coloquial:
De
dónde soy, me pregunto a veces, de dónde diablos
vengo,
qué día es hoy, qué pasa,
ronco, en medio del sueño, del árbol, de la noche...
Tal alternancia de registros es una muestra elocuente de la versatilidad del arte poético de Neruda. Más adelante, como un signo de mesura y de verosimilitud, el poeta realiza una valoración positiva de algunos aspectos de la colonización, que se cierra con el broche de oro "La luz vino a pesar de los puñales" (poema XXV).
Dentro del mismo apartado se incluye un poema relativo a los conquistadores del Perú y en él se expresa el más absoluto rechazo al fraile Luque, motivado por su labor evangelizadora, que, a juicio del poeta, se convierte en otro signo de destrucción. Aquí se encuentra uno de los momentos más nocivos de la obra, por cuanto la palabra poética actúa de modo envolvente, con la maestría que lo caracteriza, para esgrimir el ataque más radical contra la fe cristiana cifrado en la concepción de la Sagrada Eucaristía como conjuro y de la Santa Cruz como arma de lucha y de violencia (poema XIII).
El apartado cuarto lleva por título "Los libertadores" y comienza con un poema construido alrededor del símbolo del árbol, que representa a la América libre; un árbol que ha sido podado varias veces por la masacre, aunque renace continuamente con ansias de libertad.
Poéticamente constituye una perfecta simbología. En este apartado descuella el poema dedicado a Fray Bartolomé de las Casas, donde éste se trasplanta a una escena de la vida cotidiana de Neruda, en la que el poeta llega a casa fatigado después de la reunión del sindicato. En ese momento enlaza con Las Casas y de él realiza el poeta el más sentido panegírico: "Fue la razón tu material titánico./ Fue flor organizada tu estructura". A Caupolicán, el héroe del Arauco, se le considera como engendro espontáneo de la naturaleza, hecho en el que radica su virtud:
De
Caupolicán el Toqui es la mirada
hundida,
de universo montañoso,
los
ojos implacables de la tierra,
y
las mejillas del titán son muros
escalados por rayos y raíces.
(poema V)
Cuando se refiere su muerte, se intuye en ella la muerte del hombre americano pasado y futuro. Del Arauco también se nos narran las gestas de otros de sus héroes, como Lautaro: "Estudió para viento huracanado./ Se combatió hasta apagar la sangre./ Sólo entonces fue digno de su pueblo". El resto de la época colonial del Arauco se concibe como una lucha de trescientos años y como época de hipocresía, idea que estalla en apreciaciones no pocas veces irreverentes: "(...) el hereje, retorcido,/ hecho pavesa, recibía/ su cucharadita de Cristo" (poema XIV). Del denuesto del conquistador, por sanguinario, se pasa al colono, que merece la misma repulsa por muerto de hambre:
Se
adjudicaron
haciendas,
látigos, esclavos,
catecismos,
comisarias,
cepos,
conventillos, burdeles,
y
a todo esto llamaron
santa cultura occidental.
(poema XVI. El subrayado es mío)
En este tramo de nuestro recorrido puede comprobarse muy bien el cambio de registro que se ha verificado: continúan las enumeraciones, muchas veces caóticas, al modo surrealista; pero los términos son mucho más directos y aluden a objetos desnudos de empaque metafórico, para que surtan más efecto irónico. Por otra parte, al arzobispo de Nueva Granada, que prometió velar por los comuneros del Socorro en 1781, según nos cuenta el poeta, y que celebró una Misa, se le sentencia como perjuro.
A continuación (poemas XVIII y XIX) comienza el canto a la emancipación de América.
Tal proceso histórico se entiende como una fuente que brota del pueblo: "Hoy nacerás del pueblo como entonces./ Hoy saldrás del carbón y del rocío". Inmediatamente comienzan las odas a los innumerables héroes de la independencia hispanoamericana: O'Higgins, San Martín, cuyo poema concluye con unas imágenes muy singulares; Miranda, al que dedica una composición muy peculiar, de notable hermetismo significativo y con utilización de imágenes de tipo surrealista, chorreadas en una escritura automática, sin puntuación, con una sintaxis distorsionada, con asociaciones ilógicas y repeticiones caprichosas.
Destaca, asimismo, el poema al político chileno José Miguel Carrera, de la época de la emancipación, que pretende simular una tragedia, con una estructura articulada en las siguientes partes: Episodio, Coro, Episodio, Exodo, Coro y Antiestrofa. El personaje se presenta como héroe de la cultura y héroe de la acción. Es una composición muy auténtica, en la que Neruda ruega al biógrafo de Carrera, Pueyrredón, que no le cuente su desastroso final, petición que alcanza tonos hondamente dramáticos.
Y continúa la revisión de los distintos libertadores y prohombres, como José Martí, el mismo Abraham Lincoln, Sandino, donde la intención política emerge más inmediata. Algo semejante ocurre en el poema a Recabarron, fundador del Partido Comunista chileno, en el que hay mucho de arenga y de prosaísmo. Se salvan algunos versos más intensos: "todo cantó y luchó para vencer/ en la unidad del tiempo que amanece" (poema XXXVI).
El apartado quinto lleva por título "La arena traicionada" y constituye una reprobación de aquellos hijos de América que han contribuido a la destrucción de su tierra, como los dictadores, como Juan Manuel Rosas, que da pie a una reflexión sobre la masacre en Argentina; también los grupos sociales opresores, también los validos, los abogados del dólar, según la denominación del propio poeta; los diplomáticos, los hombres y mujeres de burdel, las empresas multinacionales, que cita y amenaza con sus nombres concretos... Se trata, por momentos, de la parte más circunstancial del libro, aunque alternada con fragmentos de mayor lirismo.
Neruda lleva a su plenitud la práctica de la poesía "impura", en la que todo cabe y en la que, a priori, ningún objeto es más poético que otro. También arremete contra los poetas celestes, en los que incluye a los que buscan la belleza en objetos banales y actúan con una conducta aristocrática o sólo se preocupan de su yo: poetas surrealistas, existenciales, etc. Por tanto, aquí también debe incluirse al anterior Neruda y él se hace consciente de ello, por lo que el poema adquiere el tono de un acto de arrepentimiento.
En el poema "Los llamo" invoca a distintos rebeldes que lucharon por la libertad. Como un ejemplo más de la reprobación de Neruda, citemos la composición que dedica a González Videla, el actual dictador de Chile:
Es
González Videla la rata que sacude
su
pelambrera llena de estiércol y de sangre
sobre la tierra mía que vendió(...)
El siguiente apartado, titulado "América, no invoco tu nombre en vano", presenta un carácter más descriptivo y más propicio para la penetración lírica. El poema "Juventud" contiene abundantes imágenes muy novedosas, que no conducen a una propuesta explícita, pero que poseen un gran valor expresivo, vinculado al expresionismo.
En todo el apartado Neruda toma conciencia de su comunión con la esencia de América, de la que él forma parte y a la que él necesita invocar. Se trata de un grito exasperado, muy congruente con la espontaneidad vital que anima toda la obra. Reincide en el tema de los dictadores y representa el contraste entre la vida alta de los mismos y la vida baja de los oprimidos, con la consiguiente persistencia y acumulación del odio:
El
odio se ha formado escama a escama,
golpe
a golpe, en el agua terrible del pantano,
con un hocico lleno de légamo y silencio.
(poema IX)
Curiosamente el poeta llega a deleitarse en la rosa (poema XIII), como si sintiera por momentos la necesidad de dar un espaldarazo al combate y recrearse en la belleza pura. La rosa se presenta como un signo de esperanza y simboliza los valores inmutables de la belleza americana. El poema final de este apartado concentra todo el mensaje. Su título es precisamente "América, no invoco tu nombre en vano" y en él se hacen presentes algunos términos filosóficos, pero empapados siempre de lo real y lo vivo: "soy y estoy en la luz.../ tu esencial aurora".
Y de esta manera llegamos al séptimo apartado, titulado "Canto general a Chile", que condensa en sí todo el proyecto del libro, tanto en el plano del contenido, con sus propuestas ideológicas, como en el plano de la elaboración formal. Recordemos que Canto general era, en principio, un canto a su país, que luego fue ampliado en una dimensión panamericana.
En el poema introductorio de este apartado Neruda reconoce sus raíces en la tierra chilena, ahora que se encuentra ausente, y se funde con ella. En la composición "Himno y regreso" realiza una valoración de todas las riquezas de la patria, en un tono muy personal, con especial afecto, en una conjunción de imágenes muy singulares, como "flora delgada del nitrato", "cambiar de rosa", etc. Nos situamos, pues, ante una exploración muy personal en la patria chilena, tanto en sus valores naturales como humanos.
En el poema X, dedicado a las zonas eriales, el poeta pide a la patria que le ofrezca sus elementos deteriorados para cargar con ellos. En resumen, el apartado continúa con el repaso a personajes concretos que hasta ahora han pasado inadvertidos. El lenguaje evidencia la presencia de la vanguardia, con atención a objetos como la locomotora y el foot-ball.
"La tierra se llama Juan" es el título del octavo apartado, en el que Neruda da cabida en su poema a la voz de los personajes humildes, que se presentan tan heroicos como los demás. Por ejemplo, en la composición primera, sobre Cristóbal Miranda, un palero —remador—, asistimos al testimonio de una persona corriente, que se expresa en el lenguaje más conversacional.
Algo semejante ocurre, por citar otro ejemplo, en el poema IV, dedicado a Olegario Sepúlveda, zapatero, donde se entreverán las metáforas más elementales, pero intensamente elaboradas:
Allí
grité dos días
pero
la boca se me llenó de tierra,
grité
más suavemente
hasta que me dormí para morir.
Evidentemente, la voz del personaje no ha perdido verosimilitud, adecuación a su condición, pero al mismo tiempo se hace patente la huella creadora del poeta. El siguiente poema sobre Arturo Carrión, navegante, presenta el estilo de una carta a su mujer, en la que se acumulan noticias cotidianas, pero dramáticas: es todo un chorro de noticias que parecen dichas de una sola respiración.
El poema VI, dedicado a Abraham Jesús Benito, nos acerca a la figura de un poeta popular; lógicamente, este tipo de poetas sí puede ser exaltado por Neruda. Los versos sobre Margarita Naranjo (poema VIII) ofrecen un especial dramatismo. Se nos cuenta que su marido fue llevado al paredón de fusilamientos, pero ella murió antes por la soledad. Impresiona que el lenguaje cotidiano sirva como cauce para expresar grandes desgracias.
El poema XVII lleva por título "La tierra se llama Juan" y Juan es el símbolo de todos los oprimidos,que luchan por su libertad y por la patria. Juan es el oprimido que contiene a todos: por eso muere y resucita siempre, para conseguir la victoria definitiva.
Es un concepto de martirio construido desde una óptica marxista según el propósito de la obra. En general, todo el apartado es conmovedor: se basa en la técnica del punto de vista y para ello recoge la voz de los personajes que raras veces habían intervenido en un poema épico.
Y ahora nos encontramos en un apartado, el noveno, titulado "Que despierte el leñador", que resulta de los más inesperados. En el poema inicial, Neruda amplía la esencia de América a América del Norte, de la que hasta ahora se nos había dicho muy poco. Alaba los valores naturales y técnicos de esta parte del continente; sólo se reprueba la guerra y su espíritu combativo:
"Es tu paz lo que amamos, no tu máscara". La tercera composición contiene un consejo y un ruego del poeta a Norteamérica, invitándola a tomar un cambio de rumbo y proponiéndole como modelo a la Unión Soviética, que, a juicio del autor, se hace fuerte sin destruir al débil. Al mismo tiempo, aprovecha para hacer un elogio a todos los gobernantes soviéticos, incluido Stalin, del que se dice que "tarde se apaga la luz de su cuarto", porque, en el parecer de Neruda, su vida es la patria y los demás.
Pero más adelante, en el poema IV, amenaza a América del Norte si oprime a la América hispana, porque a él le interesa, ante todo, salvar su tierra. "Que despierte el leñador" es el título del poema en que Neruda propone al hombre norteamericano que vuelva a ser como Abraham Lincoln, es decir, que sea un hombre sencillo. El leñador, por tanto, aparece dotado de un poderoso simbolismo: es el hombre que trabaja y gana su sustento.
"El fugitivo" es el apartado X, compuesto de trece poemas en los que el autor relata su experiencia personal desde el egocentrismo hasta la búsqueda y la unión con el pueblo. El marco ambiental es la noche, y en la noche realiza su recorrido por todos los espacios y conoce todas las miserias, porque la noche es el símbolo del dolor del pueblo.
En el cuarto poema Neruda narra la historia de un matrimonio que se había disuelto y que más tarde vuelve a unirse para recibir en su casa al poeta. En los oídos de este resuenan todas las calamidades cercanas.
Más adelante, en el XI, el autor vuelve a expresar esa necesidad de unión con los otros: "¿Qué puedes tú, maldito, contra el aire?" Como idea recurrente, aflora siempre el deseo de cargar con todos los dolores del pueblo, en un intento de concienciarse de continuo sobre su misión de redentor. El tono confesional, de autocrítica sobre su pasado y de concienciación de su actitud presente, prevalece en casi todo el apartado, aunque al final esa dimensión autobiográfica deja un amplio espacio a la dimensión profética: "hijos, hermanos desgranados/ por las viejas tormentas". La imaginería sigue siendo muy sutil, pero siempre vinculada a lo cotidiano y al tono conversacional que requieren estos poemas.
En el apartado XI, "Las flores de Punitaqui", Neruda reproduce poéticamente la campaña electoral que hizo por el norte de su país y en la que tuvo ocasión de tratar a gentes de condiciones de vida muy precarias. En el tercer poema amenaza a su interlocutor para no herir al hombre, al otro. Las imágenes de vida y de muerte aparecen admirablemente contrastadas.
El poema VI recoge el título de todo el apartado y en él explica el simbolismo de la flor: la flor, en efecto, representa lo más propio del hombre, el fruto de su cosecha personal, aunque en este caso —y aquí estriba el dramatismo— ese fruto es el dolor y la sangre. En los poemas siguientes reitera esa línea autobiográfica que hemos observado anteriormente: arrepentimiento de su egocentrismo anterior, apertura al nosotros y redención del dolor. En el poema XII, por ejemplo, enaltece a la tierra chilena porque "aquí encontré el amor", de manera que hasta los aspectos más personales se hallan proyectados hacia esa misión social de exaltación de la tierra.
En el apartado XII, "Los ríos del canto", Neruda se dirige, mediante distintas epístolas, a todos aquellos poetas que se solidarizan con el pueblo: Miguel Otero Silva, Rafael Alberti, González Carballo, Silvestre Revueltas, Miguel Hernández, etc. Por ejemplo, la epístola que dirige a Alberti (poema II) tiende hacia la técnica narrativa; se expande en largas tiradas de versos, porque trata de ser una poesía que lo diga todo, que cuente al máximo.
Las metáforas resultan más concretas: el propósito ahora es crear un lenguaje más desnudo y más confidencial. En la primera parte del poema Neruda recuerda su estancia en España y expresa a Alberti la identidad de la misión que anima a ambos. Más tarde realiza una apología de la poesía como instrumento de lucha y de victoria.
Y en este acelerado recorrido por el libro nos introducimos ya en el apartado XIII, titulado "Coral de año nuevo para la patria en tinieblas", en el que el poeta expresa todos los sentimientos que le remueven en su actual exilio.
El primer poema es un saludo a su patria: Neruda confiesa que sólo vive gracias a sus recuerdos de la tierra y la gente chilenas, al mismo tiempo que ansía identificarse plenamente con todos sus compatriotas. En el poema III, "Los héroes", trata de Félix Morales, pintor, y de Angel Veas, panadero. El pan que éste fabrica simboliza el alimento del pueblo. Ahora se intensifica el tono comprometido y circunstancial, por lo que las imágenes empiezan a perder entidad propia. Así transcurre el resto del apartado, aludiendo a distintas circunstancias de la política chilena, como el establecimiento de nuevas fronteras, la crueldad del dictador González Videla,etc. A pesar de ese carácter programático y circunstancial, los poemas evolucionan interiormente hacia un final apocalíptico: la promesa de una patria nueva. En el desarrollo siempre se manifiesta el deseo de rebeldía y de lucha.
En el apartado XIV,"El gran océano", advertimos un cambio de registro muy notable: sin desvincularse de la conciencia social, Neruda se recrea en la gran naturaleza chilena, centrándose en el mar, con una técnica barroca de corte gongorino. El lenguaje poético resulta, por tanto, más pretenciosamente elaborado. En el primer poema, más analítico y descriptivo, predomina la atención al objeto en sí: el mar, como fuerza que engendra fuerza, como energía que se genera a sí misma. La recreación culturalista se hace patente en poemas como el VII, siempre contenida por la imposición de lo inmediato: esta composición expresa la acción de la lluvia sobre las estatuas de Rapa Nui, en especial sobre una estatua femenina. La lluvia actúa produciendo un efecto erótico sobre la estatua, como atestiguan las imágenes empleadas. La estatua, por su parte, suscita en el poeta un anhelo de unión con ella, por cuanto representa lo permanente, lo imperecedero. Nuevamente asistimos a la productividad enorme que para Neruda posee el símbolo de la piedra: "Agua y piedra sostienen semillas y secretos".
El poema XIII viene dedicado a los puertos. Neruda realiza un recorrido por todos los puertos de la América hispana, desde Acapulco a Tierra del Fuego y todos ellos le invitan a una profunda reflexión: los de Méjico son más sensuales y alegres; los del sur, en cambio, son testigos de las crueldades del hombre. Los puertos, además, se llevan los tesoros del hombre: el oro, el amor verdadero..., según el entender de Neruda. Destaca como buen exponente de la poesía de este apartado la composición XVI, "El hombre en la nave", en la que el poeta sueña con su amor perdido y el mar se concibe como la liberación de las crueldades de la tierra. Se trata de un poema más hermético en su significado: las imágenes se hallan siempre vinculadas a la gran realidad del mar y resultan mucho menos violentas, menos elementales, más refinadas, por lo que Neruda ha sometido la primaria realidad del mar a un hondo proceso de creación poética. En este poema también hay romanticismo, pero muy descarnado, porque asistimos a una muerte muy real.
Y llegamos así a uno de los apartados más significativos de toda la obra: el último, titulado "Yo soy", donde Neruda, de un modo más sistemático, vuelve a hacer una revisión de toda su vida. Comienza con la descripción del ambiente rural de su infancia, donde no se alude para nada a la presencia del hombre (poema I).
El siguiente lleva por título "El hondero" y en él nos cuenta su descubrimiento del amor, con el que se hacen realidad sus sueños anteriores. Advertimos aquí ciertos acentos modernistas, presentes en sus primeros libros, en un intento de acomodar el lenguaje poético a los momentos juveniles que retratan estos poemas. Enseguida (poema IV) nos habla de "La casa", con una abierta delectación en la naturaleza, animada del idealismo juvenil. Destaca aquí la escena de su padre, ferroviario, que regresa a casa después de la faena y le trae noticias de la pobreza del pueblo. Puntualicemos que, a pesar de las evidentes resonancias modernistas, también se insertan apreciaciones más novedosas.
El poema X, "La guerra" cuenta sus vivencias en la guerra civil española. España viene simbolizada por una labradora, que es raptada por unos bandoleros que la encarnizan. El poeta comienza a moverse en un lenguaje más directo, tratando de reflejar el cambio que la guerra representó en su trayectoria poética.
El poema XXIII está dirigido "A todos los hombres": Neruda ofrece su casa, remanso de paz, a todos los que sufren. La siguiente composición, "A los nuevos poetas", constituye una amonestación para beber de la fuente de los poetas clásicos, de los que siempre ha de partir la verdadera poesía. Se trata de un momento interesantísimo del libro, por cuanto el autor, después de ofrecernos un material poético con pretensiones marcadamente populistas, advierte contra la tentación de dejarse arrollar por la circunstancia inmediata olvidando la búsqueda de la belleza poética, que nunca puede desvincularse de los clásicos. Con ello no renuncia de la finalidad social que reconoce muy eficaz en la poesía, pero Neruda no puede acallar tampoco el anhelo de perfección artística.
Frente a los clásicos, también admira el papel de Maiakovsky, el gran poeta de la revolución rusa, cuyo valor cifra en la creación de una metáfora nueva, lo cual, en el buen entender del autor, es lo interesante en poesía.
El poema XXVII viene dedicado "Al Partido", al que agradece toda su ayuda y la aportación positiva a su conducta: la unión con todos los hombres y, por tanto, la permanencia.
El último poema del libro, "Termino aquí", consiste en la necesaria despedida y colofón, y en él expresa la doble finalidad del libro: que sea brasa que queme y que sea fuerza para los demás. Considera su libro bajo el símbolo del pan, porque se trata del necesario alimento para todos los hombres. Termina con el lugar y la fecha. Las metáforas se hallan más próximas al tema y son, por tanto, más circunstanciales.
La métrica, como habremos podido intuir, es de lo más heterogéneo —romances, estrofas tradicionales, estructuras clásicas, modernistas, versolibrismo absoluto,etc.—, en un propósito que es precisamente no tener propósito general, sino el libre acomodarse a los distintos momentos de su canto, haciendo el mayor alarde de la espontánea vitalidad con que nacen estos versos.
Con Canto general Neruda ha conseguido dignificar a la poesía social", haciendo de ella, aparte de un instrumento de lucha, un cauce para realizar experimentos poéticos magistrales que otros poetas de corte "social" no lograron alcanzar. Es, sí, una poesía "impura", donde la circunstancia aparece redimida por la indudable calidad literaria de esta creación poética, a pesar de que atraviesa por zonas muy desiguales, que con frecuencia no se sitúan en el mismo valor.
VALORACION DOCTRINAL.
Aunque la propuesta marxista puede rastrearse en infinidad de poemas de este libro, hemos de advertir que no menos veces tal ideología concreta aparece diluida en virtud del fin estético que, indudablemente, también tiene presente el poeta. En este sentido viene muy bien observar que, si bien la apología de la lucha como medio de justicia social está en la base del extenso poemario, la preocupación social muchas veces se resuelve al margen de una ideología concreta y puede entenderse muy bien como pura preocupación por el hombre.
Citaré como ejemplo el grandioso apartado "Alturas de Macchu Picchu", donde el contenido propiamente político brilla por su ausencia, por más que se proclame una fraternidad universal que, lógicamente, no puede entenderse como negativa. Con todo, y puesto que lo ideológico marxista se filtra por numerosos resquicios de la obra, muchas veces de modo inadvertido, Canto General presenta serios inconvenientes doctrinales para un lector que adolezca de falta de criterio sólido sobre los presupuestos marxistas. Y todo ello a pesar de la extraordinaria calidad poética que Neruda alcanza en numerosísimas ocasiones dentro del libro.
De otra parte, hay otros motivos que hacen desaconsejable la lectura de Canto General, como la intencionada irreverencia hacia la doctrina cristiana, hacia las verdades fundamentales de la fe católica y hacia la propia Iglesia. Es verdad que tales denuestos se hacen muy patentes a cualquier lector, pero la dificultad estriba en lo envolvente y expresivo de la palabra poética que los transmite. En limitadas ocasiones —porque el aspecto religioso es ocasional— dichas acusaciones adoptan el tono grosero.
Lo erótico, sin embargo, emerge en momentos concretos bajo la forma de una extremada sensualidad poética, pero sin explicitaciones chabacanas. No es el erotismo una zona flaca en Canto General.
Para concluir, y para comprender mejor el mundo poético de Neruda, es oportuno señalar que nuestro autor se mueve en un ámbito pura y limitadamente terrenal. Su beligerancia de carácter social aparece determinada por la necesidad de construir un paraíso en la tierra, ajeno a toda trascendencia. Se trata, sí, de una cosmovisión radicalmente inmanentista que —eso sí—, en coherencia consigo misma, establece todos los medios para alcanzar su pretendida perfección. Tales aspectos podrán consultarse en el brillante estudio crítico de Ibáñez Langlois que hemos citado al comienzo.
Y, pese a todas las salvedades aquí expuestas, en Canto General, desde el punto de vista literario, hemos de reconocer muchas páginas que figuran entre las más altas de la poesía de lengua castellana de este siglo.
C.M.A. (1990)
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