MORINI, Enrico
La Chiesa Ortodossa. Storia, disciplina, culto
Edizioni Studio Domenicano, Bologna 1996, 511 pp.
INTRODUCCIÓN
Se trata de una obra escrita con la finalidad de acercar al lector católico el patrimonio espiritual de la Iglesia ortodoxa, convencido su autor de que "la aportación del oriente cristiano es esencial para vivir plenamente la catolicidad" (p.7) y desde esta perspectiva es necesario valorar el libro.
CONTENIDO
Está estructurado en tres
capítulos, conclusión y apéndice. En el primero, "La fisonomía de la
Ortodoxia", Morini traza las líneas maestras que definen la Iglesia
ortodoxa. Tras estudiar el significado de Ortodoxia (integridad de la fe que
debe ser profesada necesariamente para la salvación), el autor enjuicia las
distintas denominaciones con que ambas Iglesias se reconocen. Para Morini,
"la autodefinición de ambas Iglesias formulada sobre la base de dos
características diversas de la Iglesia indivisa representa, efectivamente, una
forma evidente de contraposición" (p.10). En efecto, tanto la ortodoxia
como la catolicidad resultan expresivas del elemento que origina la
contraposición entre ambas, ya sea la plena posesión de la ortodoxia de la fe
frente a una comunidad cristiana heterodoxa, ya sea la dimensión universal,
relegando a la otra a una desviación local de la Gran Iglesia indivisa del
primer milenio.
A continuación, el autor
describe las oscilaciones entre alteridad y complementariedad que caracterizan
sus relaciones, dedicando particular atención a los avances del movimiento
ecuménico. Morini afirma que la profundización en la complementariedad se debe
a la atención prestada a las cuestiones teológicas e históricas. El propio
autor señala las consecuencias, al indicar que "...el paso de una
concepción tradicional, según la cual el fiel ortodoxo se salva en la medida en
que no es responsable directo del cisma e ignorante inculpable de aquellas
verdades de fe enseñadas solamente en la plenitud de la comunión católica, al
reconocimiento de que la persistente situación de comunión imperfecta y no
visible con la Sede romana no impide a la Iglesia ortodoxa ser salvífica por sí
misma para sus fieles y encontrarse con la Iglesia católica en una mutua
relación de Iglesias hermanas" (p.17).
Por el contrario, la
alteridad persistente se debe a diferencias surgidas de cuestiones de carácter
antropológico-cultural. Morini se lamenta de este hecho, ya que "la aporía
teológica del cisma consiste en el hecho de que precisamente la diversidad
providencial de las dos Iglesias, expresión de su admirable complementariedad,
se ha convertido en pretexto para su recíproca enajenación. En efecto, la
tradición peculiar de cada una de ellas, mediante un proceso de absolutización
de sus formas, desarrollado simultáneamente en ambas, ha asumido la función,
del todo impropia, de parámetro de la ortodoxia doctrinal, transformando
fatalmente usanzas y costumbres “diversae in adversales contrariae”"
(p.20).
Para ilustrar hasta qué
punto esto es así, el autor se remonta al por él denominado helenismo
cristiano, origen cultural común a ambas iglesias, que evolucionará dando lugar
al imperio romano. A la luz de su matriz histórica, analiza la concepción
ortodoxa de la relación Iglesia-imperio, entendida como sinfonía o coordinación
de dos poderes distintos pero no autónomos, representados por las figuras del
emperador y del patriarca. A continuación, Morini estudia el exclusivismo
soteriológico, una de las notas distintivas de la Iglesia ortodoxa, y concluye
proponiendo una cuádruple caracterización de ésta: helenismo cultural, romanidad
ideológica, uniformidad religiosa y multietnicidad (cfr. p.57).
El segundo capítulo,
titulado "El devenir histórico de la Ortodoxia", recoge la dinámica
interna de la Iglesia ortodoxa, que se caracteriza por la tensión entre la
intransigencia y la condescendencia, patentes en el desarrollo del cisma
estudita, la controversia de Focio, la cuestión de la tetragamia de León IV el
Sabio, el cisma arsenita y la controversia esicástica. La segunda nota que
define el crecimiento de la Iglesia ortodoxa es la expansión evangelizadora,
realizada de acuerdo con una metodología misionera particular, que ha de hacer
frente, entre otros, al problema de la inculturación de la fe, resuelto
admirablemente por las figuras de Cirilo y Metodio. Otro rasgo fundamental es
su estrecha vinculación con la cuestión del nacimiento de las diversas
nacionalidades, que es ampliamente estudiada en los casos de Bulgaria, Rusia,
Serbia, Rumanía y Georgia.
El capítulo tercero
delinea "El perfil ideal de la Ortodoxia", compuesto por la santa
tradición, la forma y contenidos de la liturgia —a la que se dedica un
considerable espacio en el conjunto de la obra—, la disciplina canónica y los
diversos modelos de santidad. La relevancia de la santa tradición se manifiesta
en la inseparabilidad de Sagrada Escritura y Tradición, criterio hermenéutico
fundamental que goza de la misma autoridad que la Palabra revelada, así como el
preponderante lugar que ocupan los escritos de los Padres en la espiritualidad
de los creyentes.
La riqueza de la liturgia
ortodoxa permite descubrir en qué medida ésta constituye una dimensión esencial
en el proceso de cristificación del cristiano, en el cual los sacramentos son
la fuente de la gracia. Morini presenta en líneas generales el modo de celebrar
cada uno de ellos, indicando algunas de las semejanzas y diferencias existentes
entre la Iglesia católica y la ortodoxa. Aunque el autor no lo afirme
explícitamente, a partir de la exposición se puede concluir que, en el caso de
los sacramentos de la iniciación cristiana, los puntos divergentes obedecen más
bien a cuestiones de carácter formal (momento de su administración, ministro
ordinario, condiciones para la recepción de la eucaristía) nacidas de dos
tradiciones litúrgicas diversas.
Por el contrario, la
confesión, la unción de enfermos y especialmente el matrimonio presentan
diferencias que nacen de raíces más profundas. Así, el ministro del matrimonio
en la Iglesia ortodoxa es el sacerdote, cuestión que afecta a la esencia misma
del sacramento. En el caso de la confesión, la diferencia más notable se
encuentra en el modo de pronunciar la fórmula de la absolución, de carácter
impetratorio, no declaratorio; es de destacar también la ausencia de rejilla en
el confesionario, que obedece a razones de tipo pastoral. El óleo santo (unción
de enfermos) es administrado con mucha más frecuencia que en la Iglesia
católica, ya que se considera que todos los hombres son enfermos delante de
Dios como consecuencia de la naturaleza caída. Por último, cabe destacar que la
fundamentación teológica correspondiente a la consagración (sacramento del
orden) se remonta al tiempo de la Iglesia indivisa y su realización es de
origen apostólico; en este caso las diferencias surgen por cuestiones de
estructura de los órdenes mayores y menores. Seguidamente, Morini recoge una
minuciosa descripción de los ornamentos litúrgicos, mediante la cual se
completa la caracterización del orden sacerdotal en sus tres grados.
La disciplina canónica
presenta dos características en contraste con la Iglesia católica: el principio
de economía eclesiástica, su asistematicidad y su invariabilidad, que se
explica porque la Iglesia ortodoxa considera que los cánones son expresión viva
de la tradición divinamente inspirada.
Finalmente, los diversos
modelos de santidad constituyen una muestra viviente del proceso de
divinización del hombre operado por su incorporación al Cuerpo místico de
Cristo. Los rasgos arriba delineados se encarnan en algunas categorías propias
de la Iglesia ortodoxa, extrañas a la Iglesia católica, como es el caso de los
mártires etnográficos, o en la abundancia de emperadores-monjes u
obispos-príncipes que son propuestos como modelos de santidad. Mientras que el
proceso de canonización seguido en la Iglesia ortodoxa se asimila
paulatinamente a la praxis de la Iglesia católica, el modo de manifestar la
veneración por las reliquias de los santos, estrechamente vinculadas a la
figura del obispo y al altar y la especial atención prestada a fenómenos
relacionados con la incorrupción del cuerpo surgen como rasgos peculiares de la
fisonomía ortodoxa.
Concluye el libro con el
apartado "Ortodoxia y cristianismo", en el que se emite un juicio
valorativo sobre los aspectos con que la Iglesia ortodoxia puede contribuir al
cristianismo —así lo entiende Morini— en el ámbito de la liturgia, la
antropología y la ética. La principal aportación de la liturgia consistiría,
para el autor, en destacar la actualización en el tiempo de la obra salvífica
de Dios, contribuyendo a recuperar la dimensión de sacralidad del mundo frente
al creciente proceso de secularización.
A su vez, la antropología
se asienta sobre la verdad de que el hombre, creado a imagen y semejanza de
Dios, es icono de Cristo. La propuesta ortodoxa de un humanismo teándrico,
frente al pensamiento materialista, espiritualista o personalista, consiste en
considerar al hombre como centro de la creación precisamente por ser imagen del
Verbo encarnado. Más aún, desde la encarnación, el hombre y el mundo tienen su
fin en Cristo; la Iglesia se ordena ontológicamente a la realización de esa
tarea de divinización integral, en la que ésta debe asumir al mundo y no al
revés.
Estos principios
configuran una ética centrada en el proceso de cristificación o divinización
del hombre, en el que prevalece el ser sobre el obrar, la verdad sobre la
virtud. Se acentúa la pedagogía de la misericordia divina, que ve en el pecado
un acto de autoafirmación, contrario a la divinización del hombre y acude en su
remedio mediante la gracia dispensada a través de los sacramentos. En esta
dinámica de la salvación el concepto de ascesis ocupa un lugar central. Ésta es
entendida como la lucha de la persona redimida contra la naturaleza caída y se
halla fuertemente impregnada por una espiritualidad de carácter monacal, que se
presenta como el modelo ideal y universal de santidad. Por último, cabe
destacar la profunda piedad eucarística vivida en la Iglesia ortodoxa, derivada
del realismo sacramental.
El volumen facilita una
abundante y variada bibliografía, accesible al lector italiano, y se cierra con
un completo ciclo del calendario litúrgico de la Iglesia ortodoxa, en el que se
reconocen los distintos personajes que comparecen a lo largo de libro.
VALORACIÓN DOCTRINAL
Se puede afirmar que
Enrico Morini logra su propósito de "suscitar en el lector católico un
amor fraterno por la Iglesia ortodoxa oriental". A esto contribuye, en
buena medida, el tono general de la exposición, desarrollada en un clima de
loable objetividad y de sólido, y en ocasiones erudito, conocimiento de dicha
realidad eclesial. Sin embargo, en el conjunto de la obra se destacan algunas
expresiones que presentan de modo unilateral ciertos aspectos de la Iglesia
católica:
a) En primer lugar, el
libro contiene algunas afirmaciones en materia de ecumenismo en las que el autor
juzga precipitadamente la postura de la Iglesia católica. Así, por ejemplo,
Morini, junto a las alabanzas que dirige al movimiento ecuménico, en su doble
vertiente de alteridad y complementariedad, critica algunas indicaciones, que a
su juicio, dificultan la unión por subrayar la alteridad cultural existente
entre las dos Iglesias, viendo en ellas señales de que "la Iglesia
católica es progresivamente conducida por los influjos evidentes de la
“secularización”" (p.18). El autor parece perder de vista que éstas
responden más bien a motivos pastorales, como es el caso de las normas
referentes a la práctica del ayuno, simplificación de la liturgia o a
relajaciones en la práctica de ciertas normas disciplinares, como es la
obligatoriedad del uso del traje talar.
b) En segundo lugar, en
el modo de tratar la moral y los sacramentos en una y otra confesión, el autor
presenta una visión de la moral católica marcadamente juridicista, según la
cual ésta se reduce al cumplimiento de un código de conducta, cuya infracción
es el pecado, y que exige un castigo impuesto en la confesión sacramental,
basado en la satisfacción de una pena. En términos del autor, se trataría de un
maximalismo ético, paralelo a una Iglesia social, humana, que reduce su misión
salvadora al ejercicio de la caridad, entendida como mera filantropía.
Si bien es cierto que
esos aspectos, desgraciadamente, pueden ser llevados a su extremo en algunos
sectores de la Iglesia, no hay que olvidar que los elementos constantes del
magisterio perenne de la Iglesia católica, destacados con particular
insistencia durante el pontificado de Juan Pablo II son, entre otros, la
afirmación de que verdad y virtud no son inseparables, que ésta no se reduce a
un comportamiento, pues nace del amor y hunde sus raíces en el ser personal y
que la esencia del mensaje de salvación consiste en anunciar la misericordia de
Dios.
c) En tercer lugar, es
interesante subrayar la dificultad con que el lector católico se encuentra para
explicar el estatuto del laico y la dimensión secular de la Iglesia en la
Iglesia ortodoxa, aun dejando de lado el fuerte influjo del monaquismo,
especialmente presente en la ascética ortodoxa, que caracteriza toda su
espiritualidad y permea las páginas del libro. Es sabido que en la Iglesia
ortodoxa no se reconoce la legítima autonomía de lo temporal, que repercute en
la comprensión de la relación Iglesia-estado. Esta dificultad no sólo responde
a vicisitudes históricas, sino que se remonta a un presupuesto teológico, que
concibe el modelo de imperio cristiano, en el que se dan unidos el poder
espiritual y temporal, como icono o arquetipo ideal del reinado de Cristo.
A su vez, esta concepción
manifiesta la peculiar visión de la Encarnación del Verbo y de la dinámica de
salvación. Al acentuar la creación en Cristo y afirmar que El es el fin de la
Creación, se hace casi necesario que el Hijo de Dios asuma la naturaleza humana
para que ésta, junto a las demás realidades temporales pueda llegar a su
plenitud, que sería su divinización. A su vez, la salvación consiste en la
sacralización de las realidades creadas, desarrollada a través de la Iglesia
siguiendo un doble movimiento ascendente-descendente.
Esta postura teológica es
legítima, sin embargo, resulta problemático desligar la Encarnación de su
finalidad redentora, como parece que la teología ortodoxa —por lo que se
desprende del libro— realiza. En efecto, frente al extremo de afirmar que la
perfección del mundo radica en su divinización, sólo la encarnación redentora
puede indicar el punto medio entre una excesiva secularización y una exagerada
sacralización, al reconocer la autonomía y a la vez dependencia radical de la
creación respecto de Cristo.
En definitiva, el libro
de Morini constituye una interesante puerta de entrada al mundo de la Iglesia
ortodoxa, pues presenta los caracteres fundamentales de la Ortodoxia, su
historia y tradición litúrgica y canónica. Al mismo tiempo se espera la
anunciada segunda parte, en la que el autor desarrollará el patrimonio
teológico, atendiendo a los principales puntos de disenso con la cristiandad
occidental, sus instituciones, su historia más reciente y su configuración
actual, así como el fundamentalismo ortodoxo.
—Se trata de una buena
introducción histórico-cultural. No proporciona una exposición sistemática del patrimonio
teológico ortodoxo. Su lectura requiere una buena formación teológica.
—Sugerencia para el orden
de lectura: introducción, cap.1, cap.3, cap.2 y conclusiones. El capítulo 2 es
extenso y prolijo en datos históricos.
A.S. (1998)
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