METZ, Johannes Baptist

Nach dem Konzil - Wieder eine Gegenreformation?

Matthias-Grünewald-Verlag, Mainz 1969.

 

CONTENIDO DE LA OBRA

El autor - discípulo y colaborador de Karl Rahner, y actualmente profesor de Teología Fundamental en Münster - comienza haciendo un análisis de la situación del movimiento ecuménico. Afirma por una parte que el progreso del ecumenismo exige una profunda reforma de la Iglesia, de su praxis y sus estructuras; y por otra que la actual doctrina eclesiológica, con su defensa de la autoridad de la Iglesia y especialmente del Papado y su infalibili­dad, constituye una barrera para el desarrollo de este movimiento. Así, por ejemplo, según Metz, la encíclica Humanae vitae ha venido a aumentar las dificultades para un auténtico ecumenismo.

En la Iglesia postconciliar, continúa el autor, se aprecian con claridad los síntomas de una contrarreforma que se opone a que se realicen los cambios iniciados por el Vaticano II. Esa tendencia está siempre a favor de las intervenciones autoritarias desde arriba, y teme, en cambio, a la autoridad de la libertad.

Analiza a continuación algunos rasgos que, según él, caracterizan esta fuerza de oposición a la reforma iniciada después del último Concilio; fuerza que viene a identificar con el comportamiento institucionalizado de la Iglesia. Metz critica esta postura, especialmente por su falta de confianza en las fuerzas del espíritu; le acusa de pretender ahogar toda posibilidad de renovación, impidiendo la actuación de la libertad; de esa “libertad de los hijos de Dios que es prenda de la Buena Nueva”.

La institución nunca debe considerarse fin de sí misma, por lo cual, según el autor, la institución eclesiástica debe estar dispuesta a disolverse y desaparecer por amor al Reino de los Cielos, pues no puede ya convivir con el espíritu de libertad.

Hace luego una apología del movimiento reformador en general dentro de la Iglesia. En primer lugar quiere salvarlo de toda responsabilidad respecto a la desorientación actual, que no ha sido provocada - dice - por una teología crítica, sino por la misma “Iglesia-Institución”, quien por no permitir ninguna “libertad crítica” despierta la reacción de protesta en el “rebaño de Cristo”.

Por otra parte, añade, no puede acusarse a los “reformadores” de falta de fe, va que el espíritu que los anima no es comparable a una actitud liberal‑intelectualista, sino que es el espíritu nacido del Concilio, y supone una actitud auténticamente creyente. Ellos no quieren eliminar el escándalo de la Buena Nueva, sino más bien actualizar de manera adecuada el mensaje de Cristo en nuestro mundo y en la Iglesia.

E1 autor señala, no obstante, un peligro sutil para este nuevo dinamismo de la Iglesia postconciliar: el que a muchos teólogos “reformadores” les falte la “segunda valentía” de llevar hasta el fondo las reformas que tuvieron la “primera valentía” de sacar a luz con el Concilio. Es importante, sigue afirmando Metz, que esos teólogos sigan mostrando el valor de ser “democráticos”, de “permanecer estando de moda”, de no dejar de ser progresistas, incluso cuando la Iglesia empieza va a serlo.

Continúa luego la obra analizando otros elementos que pueden ser de importancia para el proceso ecuménico. Se confirma aquí la visión eclesiológica del autor, con una crítica particular al primado y a la infalibilidad del papa. Según Metz, en el Concilio nació una nueva imagen de la Iglesia, como “pueblo de Dios en peregrinación” (pilgerndes Gottesvolk), en contraposición a la idea de “Cuerpo Místico”, que según él ponía todo el énfasis en la estructura jerárquica (Cabeza y miembros) de la Iglesia. De ahí, el autor deduce que en el futuro el sentido de la autoridad y tareas eclesiásticas deberá comprenderse por esa visión de la Iglesia como Pueblo de Dios, recurriendo con frecuencia a la decisión de este Pueblo para determinar las funciones de la Autoridad.

Con respecto al Papado, considera Metz inadmisible la concepción “de vía estrecha” del Primado y de la Infalibilidad, tal como se ha fijado en la historia reciente de la Iglesia, que dificulta extraordinariamente el diálogo ecuménico. Afirma que, en esto, la Iglesia debe volver a la praxis primitiva del cristianismo, permitiendo y fomentando una franqueza crítica (kritische Öffentlichkeit), de la que - como por un proceso de experiencia de toda la Iglesia - surjan las definiciones dogmáticas. Nunca en la Iglesia primitiva - afirma el autor - tuvo lugar una definición de fe o sentencia doctrinal (Lehrentscheidung) de arriba a abajo.

En resumen, a la luz de la libertad de Religión (Religionsfreiheit) proclamada por el Vaticano II - sigue la exposición de Metz - , la Iglesia se comprende a sí misma como una Religión de la Libertad. Esta libertad no está condicionada por el primado de una verdad religiosa objetiva, sino que esa libertad es una verdad fundamental de la Revelación y del comportamiento religioso. En conformidad con estas ideas es como debe proceder la reforma de la Iglesia, cuyas estructuras actuales - del antiguo derecho antirrevolucionario - no pueden dar cabida a los derechos revolucionarios de la libertad.

Por otra parte, la Iglesia es vista por el autor en constante peregrinación hacia un “mundo lejano” (fremde Welt), que es la “Iglesia del Hijo”, y a la que la Iglesia realizada por los hombres no acaba nunca de llegar. Según Metz, ésta es también la base teológica del ecumenismo, pues este punto lejano es el lugar de encuentro de los cristianos en su caminar según la Buena Nueva común a todos; los cristianos se acercan al intentar valientemente superar sus tradiciones eclesiales, en un trascenderse ascendiendo hacia la “Iglesia del Hijo”, sirviendo así al Amor. Por eso, añade, el confesionalismo, a la luz de esta meta común a todos pero que ninguno alcanza, es algo tan peligroso como en otro terreno es el racismo en relación a la única humanidad.

VALORACIÓN CIENTÍFICA

Este libro carece de rigor científico; su tratamiento de las fuentes es unilateral y arbitrario; su método y conclusiones no ofrecen ninguna garantía especulativa, ni ocultan su dependencia de un juicio previo. El autor se basa con mucha frecuencia en textos de los documentos del Concilio Vaticano II sacados de su contexto e interpretados de modo indebido, para afirmar conclusiones que no sólo son contrarias a la doctrina de la Iglesia en general, sino que están en desacuerdo directo con las enseñanzas de este Concilio en particular.

La exposición es con frecuencia poco clara. incurre en contradicciones, tergiversa los conceptos v confunde los órdenes de la realidad y del pensamiento de modo notablemente continuo.

En resumen, es una obra poco seria, cargada de un cierto idealismo sin fundamento teológico alguno.

Dadas estas características, no es preciso detenerse demasiado en una valoración detallada del libro. Sin embargo, dado por una parte el relativo prestigio que tiene el autor en algunos ambientes, y por otra el frecuente recurso al Concilio Vaticano II para apoyar su tesis, es interesante detenerse algo más en la valoración doctrinal, analizando a la luz precisamente de este Concilio, las afirmaciones que Metz hace en su libro.

VALORACIÓN DOCTRINAL

Esta obra - como se desprende directamente de la exposición de su contenido - presenta múltiples aspectos insostenibles en relación con la doctrina de la Iglesia.

En el fondo de toda la exposición del autor, parece latir una comprensión de la realidad de la Iglesia en términos de pura dialéctica (reformadores-contrarreformadores; libertad-institución; Pueblo de Dios-Cuerpo Místico; crítica-infalibilidad; etc.), que se orienta hacia una síntesis superadora de toda tensión, representada - al parecer - por la “Iglesia del Hijo”, en aquel “mundo lejano” que el Hijo reclamó como “su propiedad”, pero que la Iglesia actual, realizada por los hombres, no llega nunca a alcanzar. Una tal concepción, olvida por completo la realidad del misterio de la Iglesia, y - en el fondo - el misterio de la Encarnación por el que el Hijo se encarnó no en un “mundo lejano”, sino en este mundo nuestro, para redimirnos del pecado y en el que fundó su Iglesia, no como una realidad sólo espiritual (o más bien ideal e inaccesible), sino como auténtica realidad histórica y trascendente, visible y espiritual, divina y humana a la vez.

El autor, queriendo apoyar sus tesis en el Vaticano II, parece ignorar los textos más significativos de ese mismo Concilio, en los que viene reafirmado el carácter esencialmente jerárquico de la Iglesia, la inseparabilidad de los elementos visibles y espirituales, divinos y humanos, etc. Cfr., por ejemplo, Const. Lumen gentium, n. 8, a y b.

La oposición entre Iglesia terrena o de los hombres, e Iglesia escatológica (la de la fremde Welt) o del Hijo, es aplicada también para basar la oposición entre Iglesia-Institución e Iglesia de .la Libertad. No sólo no tiene tampoco aquí en cuenta el autor la unidad - misteriosa, sobrenatural - de la Iglesia (cuya plenitud ciertamente no se alcanzará hasta el fin de los tiempos, pero que vive realmente en el tiempo presente), sino que no tiene en cuenta que la Iglesia es sociedad jerárquicamente organizada por voluntad expresa de Cristo, y que está - actualmente y siempre - dirigida por el Espíritu Santo. Es sorprendente, también aquí, la pretensión de Metz de atribuir al Vaticano II sus propias ideas, no teniendo en cuenta los textos con que el reciente Concilio expone la doctrina. Cfr., por ejemplo, Const. Gaudium et Spes, n. 40; Decr. Ad Gentes, n. 4.

Frente a la tesis del autor, según la cual debe superarse la estructura jerárquica de la Iglesia, y especialmente la doctrina acerca del primado e infalibilidad del papa, puede confrontarse Const. Lumen gentíum, n. 18.

El movimiento ecuménico viene presentado en este libro como elemento esencial y normativo en la vida de la Iglesia (lo cual está en consonancia con ese proceso dialéctico al que parece reducirse su concepción de la realidad eclesial), y en función del cual es analizado y juzgado cualquier otro elemento de la misma Iglesia. Este movimiento ecuménico exige una renovación de la praxis y estructuras de la Iglesia, que no supone para el autor un cambio accidental, sino que alcanza a aquellas estructuras que la Iglesia tiene por derecho divino, e incluso a su misma existencia y finalidad determinadas por Jesucristo. Todo esto, además de ir en contra del Magisterio anterior al Vaticano II, es opuesto a la noción de ecumenismo señalada por ese concilio: Cfr. Decr. Unitatis redintegratio, nn. 6 a, 7 a y 11 a.

Hay que hacer notar también que en este libro la libertad parece ser lo único que merece un valor absoluto: en un orden noético, a ella se somete toda verdad religiosa; en un orden práctico, a ella se subordina toda norma. Afirma Metz que el Concilio Vaticano II ha proclamado la libertad de Religión, abriendo camino a la Religión de la Libertad. Pero también en este punto su interpretación es parcial y ajena a la doctrina de ese Concilio: Cfr. Dignitatis humanae, n. 2 a, 2 b, 3 a, 11 a y 14 c.

Acerca de estos temas, además del Concilio Vaticano II, el Magisterio de la Iglesia ha declarado la recta doctrina en muchas ocasiones, lo que Metz olvida por completo. Cfr., por ejemplo: Conc. Vaticano I, Const. Dei Filius y Const. Pastor aeternus; León XIII, Enc. Sapientiae Christianae: ASS 22 (1889‑90); Enc. Satis cognitum: ASS 28 (1895‑96); S. Pío X, Decr. Lamentabili: ASS 40 (1907); Enc. Pascendi: ASS 40 (1907); Pío XII, Enc. Mystici Corporis: AAS 35 (1943) y Enc. Humani generis: AAS 42 (1950); etc.

D.E. y F.A.

 

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