MAURIAC, François
Thérèse Desqueyroux, 1ª edición, 1927[1].
I. RESUMEN
La novela está centrada en la psicología compleja del personaje
principal, que le da su título y del cual el autor dice que es un caos
viviente. Es la historia de un crimen cuyas motivaciones escapan a su autora,
Thérèse Desqueyroux. Es sobre todo la introspección que ésta realiza a raíz de
su crimen. Un autoanálisis que no consigue esclarecer los motivos que le
indujeron a no impedir que su marido se envenenara sin darse cuenta.
Capítulo I. Thérèse sale del juzgado con su abogado. Este comunica al padre de
su cliente, Jérôme Larroque, que la instrucción ha concluido con un
sobreseimiento.
Al darse cuenta de que tendrá que volver a ver a su marido —todavía
enfermo— y vivir con él, la Sra. Desqueyroux manifiesta su intención de volver
a casa de su padre, al cabo de unos días. Larroque le recuerda firmemente que
todo debe seguir como antes: Bernard, su marido, y ella, de cara a los demás,
deben ser como los dos dedos de la mano... hasta la muerte.
Capítulo II. Durante el viaje de vuelta a su casa, en Argelouse, la protagonista
toma conciencia de que todavía podría vivir con su marido si le cuenta todo lo
que hizo y pensó. Decide dedicar el tiempo del viaje para preparar esta
confesión.
La tarea no es fácil: ella no sabe por qué ha actuado así. El coche
llega a Nizan. Esta estación le recuerda sus viajes con su amiga Anne de la
Trave. Tendrá que hablar de Anne con Bernard. Thérèse sube al tren y se instala
en un compartimiento vacío.
Se pregunta cómo podrá explicar las cosas a su marido de modo que
pueda comprender y perdonar. Una serie de recuerdos de juventud le vienen a la
memoria y le parece que hay que remontarse a aquellos años para entender algo
de lo ocurrido. El tren llega a Uzeste: ya queda poco tiempo a la protagonista
para preparar su defensa.
Capítulo III. ¿Cómo llegaron Bernard y Thérèse a casarse?
Eran vecinos en Argelouse (Suroeste de Francia), donde pasaban las vacaciones.
Argelouse es el último lugar habitado antes de 80 kms. de landas que llegan
hasta el océano. Bernard estudiaba derecho en París pero se desplazaba allí,
durante la temporada de caza. Dedicaba poco tiempo a su familia: su padre había
fallecido, le quedaban su madre, su padrastro, M. de la Trave, y su hermanastra
Anne.
Con sus 26 años, Bernard, persona muy razonable, era un novio
indiferente que se casaba para organizar su vida. Thérèse admiraba en él
algunas cualidades: por ejemplo, cierta bondad y más finura que otros hombres
de las Landas.
Por otra parte, Thérèse era amiga de Anne: le hacía ilusión ser su
cuñada. También contaban, entre sus motivaciones, las 2000 hectáreas de Bernard
y sobre todo el deseo de situarse en la vida. En los días anteriores a su boda,
gozaba de una paz hasta entonces desconocida.
Capítulo IV. Esta paz ilusoria desaparece enseguida. El mismo día de la boda,
Thérèse tiene la certeza de estar perdida. Anne estaba enamorada de un joven
enfermo, Jean Azévédo. Thérèse se mostraba celosa de la dicha de su amiga: las
cartas recibía de ésta le daban un auténtico furor.
Después de una corta estancia en París, los recién casados vuelven a
Argelouse. Durante un último almuerzo en un restaurante, Thérèse se lanza en
una discusión sobre la familia de su marido. La noche siguiente no consigue
conciliar el sueño. Vuelve a leer la última carta de Anne, rompe todas sus
cartas y las tira por la ventana. También piensa tirarse por la ventana; pero
le parece que debía vivir para destrozar el amor de Anne, para hacerle ver que
la felicidad no existe: de este modo podrá ayudar a los padres de Anne que no
querían que su hija se casara con Azévédo: tenían el plan de casarla con el
hijo de un rico terrateniente de la comarca.
Capítulo V. Mientras el tren se acerca a Saint-Clair, Thérèse vuelve a pensar en
sus primeros meses con Bernard en casa de los Sres. de la Trave. Era una época
de tensión entre éstos y Anne, su hija. Durante una conversación nocturna, Anne
dice a Thérèse que tiene la certeza de triunfar y manifiesta la confianza que
tiene con ella.
Capítulo VI. Los de la Trave se van. Para Thérèse empieza un período de torpor.
Había prometido ver a Jean Azévédo pero lo dejaba siempre para después. En esta
misma temporada, Bernard piensa que es cardiaco, se angustia pensando en la
muerte. Thérèse duerme mal y muchas veces no se levanta antes del final de la
mañana. Cuando Bernard vuelve, le reprocha no haberse todavía entrevistado con Azévédo.
El tren llega a la penúltima estación. A Thérèse le gustaría hacer
comprender a su marido que ella nunca ha amado a Jean Azévédo y que éste no
tiene nada que ver con su crimen. En realidad, ella no se imaginaba que nadie
pudiera ser mejor marido que Bernard.
Un día, su marido se decide finalmente a ir a Burdeos para consultar a
un médico. Durante su ausencia, Thérèse da un paseo hacia un palomar
abandonado, muy frecuentado antaño por Anne y ella.
Allí encuentra a Jean. Thérèse le habla en tono de reproche,
haciéndose abogado de la familia de la Trave. Jean protesta diciendo que nunca
había pensado casarse con Anne. En el curso de la conversación, Thérèse queda
impresionada por la inteligencia de su interlocutor. Este la acompaña hasta
Argelouse. Habla de cantidad de temas sobre los que tiene puntos de vista
originales, que a Thérèse le parecen admirables. Por vez primera en su vida,
encontraba a un hombre para quien cuentan ante todo la lectura, la reflexión y
las cosas del espíritu. Al llegar, Thérèse y Jean no han resuelto nada acerca
de Anne, pero deciden volver a verse.
Capítulo VII. A su regreso de Burdeos, Bernard cuenta a
su mujer que el médico sólo le había encontrado anémico y que le había recetado
un tratamiento a base de arsénico. Thérèse le habla de su entrevista con
Azévédo e improvisa lo que, según ella, han decidido: Jean escribirá a Anne una
carta para quitarle toda esperanza.
Esta carta, Azévédo y ella la escribieron efectivamente más tarde con
motivo de otro encuentro. Durante los paseos sucesivos, Jean le animaba a
liberarse, a ser ella misma. Estas exhortaciones le causaban mucha impresión
cuando asistía a la cena de Bernard que, cansado de la caza, se adormecía cerca
de la chimenea.
Una noche, dos días después de que Jean se haya ido, Anne se presenta
en casa de Thérèse. Removida por la carta de Azévédo, se había escapado de
Biarritz para venir a verle. Se negaba a pensar que Jean se había marchado.
Quiso ir enseguida a su casa. Thérèse la acompaña y se encuentran con una casa
vacía. Vuelven a casa de Thérèse. Bernard las esperaba y, juez temible,
encierra a Anne en una habitación. Esto le hace pensar ahora a Thérèse que su
marido no le escuchará cuando le confiese todo.
Capítulo VIII. El silencio de Argelouse se hacía pesado
para Thérèse. Una carta escrita a Jean se había quedado sin contestación y los
libros que éste le había aconsejado le parecían incomprensibles. Los cuidados
que le prodigaba Bernard estaban destinados más que a ella a la criatura que
estaba por nacer.
Después del nacimiento de la pequeña Marie, el malestar de Thérèse iba
en aumento. Los demás la consideraban poco maternal con su hija. En cambio,
Anne revivía al cuidar la criatura.
Un día se declaró un gran incendio en los pinares. Bernard, preocupado
por ello, había tomado por distracción doble dosis de su medicina, sin que
Thérèse, agobiada por el calor, pensara en intervenir. Lo mismo volvió a
suceder y Thérèse no dijo nada. Tampoco avisó al médico cuando éste vino de
noche a atender a Bernard enfermo.
De algún modo, Thérèse había empezado a envenenar a su marido.
El tren llega a Saint-Clair. Todo el resto Bernard lo sabe. Su estado
había empeorado; Thérèse se ocupaba de él. La enfermedad se agravó súbitamente.
Tuvo que ingresar en una clínica. Se hablaba de una prescripción falsificada y
se sospechaba de Thérèse. Esta contestaba que la prescripción sospechosa se la
había dado un desconocido.
Capítulo IX. En Saint-Clair, Thérèse sube al carro que la lleva a casa. La
confesión que tanto le costó preparar se venía abajo: "lo más sencillo
será callarse". Tía Clara y Bernard vienen a su encuentro. Thérèse les
anuncia el sobreseimiento.
En el salón, Bernard le comunica su decisión. Las apariencias de la
unión se mantendrán. Pero Thérèse estará confinada en su cuarto, con libertad
sólo para andar por los bosques. La Sra. de la Trave cuidará de su hija.
Bernard teme, en efecto, por la vida de Marie, heredera de sus fincas: piensa
que el motivo del crimen ha sido la voluntad de despojarle. Al decir todo esto,
Bernard se pone contento y orgulloso de dominar por fin a su mujer. Si Thérèse
tratara de escaparse, la familia la citaría en justicia. El Sr. Larroque está
de acuerdo con este modo de proceder. Dicho esto, Bernard sube a su cuarto.
Capítulo X. Thérèse se ha quedado sola en el salón. Piensa en la confesión que
había preparado en vano. Se admira de haber dado tanta importancia a Azévédo.
¿No podría fugarse? No tiene dinero y sólo Bernard puede dárselo. Sube al
desván y encuentra un paquete que había escondido allí: cloroformo, aconitina,
digitalina. Piensa en los gestos que tendría que hacer para absorber el veneno,
para morir.
Baja y entra en la habitación de la pequeña Marie, le besa la mano
mientras se le saltan las lágrimas. Entra en su habitación, llena un vaso con
agua. Vacila, atemorizada. Echa el cloroformo. En aquel momento entra Balionte,
la sirvienta, para anunciarle la muerte de la tía Clara. Thérèse va al funeral
y, el domingo siguiente asiste a Misa, rodeada de su marido y de su suegra.
Capítulo XI. Estamos en otoño. La naturaleza se pone hermosa. Pero las veladas
resultan interminables. Thérèse no consigue conciliar el sueño. Durante el día
se va de paseo. Sin alegría. Tiene miedo de toparse con alguien. Sólo la Misa
del domingo le da algo de tranquilidad: le parece entonces que la gente está
menos severa con ella.
Un día de lluvia, baja a la cocina donde encuentra a Bernard, que la
echa. Le dice que al día siguiente él se marchará a Saint-Clair y que ella está
eximida de asistir a Misa. Al día siguiente, Thérèse fuma, se va a la cama por
la tarde, no cena. Con fiebre, se imagina su vida en París con Azévédo y sus
amigos. Ella les hablaría, les daría explicaciones. Al día siguiente, se queda
en cama, come poco, fuma. Así pasan los días. Thérèse se encierra en sus sueños.
Balionte la obliga a levantarse para arreglar la habitación; le quita los
cigarrillos. Durante la noche, la ventana se abre. Thérèse no tiene el coraje
de levantarse, deja caer las mantas para tener frío: quiere sufrir.
Capítulo XII. Bernard anuncia su llegada, por carta.
Estará acompañado de Anne y de su novio. Vienen a ver a Thérèse. Ella se
esfuerza por tomar contacto con la realidad: aprende de nuevo a comer, andar.
El coche de Bernard llega. Thérèse baja al salón. Cuando entra, su
apariencia causa estupor y conmiseración. Thérèse felicita a Anne, la cual le
da noticias de Marie. A Thérèse no se le había ocurrido preguntar por su hija.
Todos se levantan. Thérèse, agotada, pierde conocimiento. Bernard se asusta,
decide quedarse. Decide que Thérèse coma con él, como antes. Quiere que su
mujer se cure, y luego que desaparezca: después del matrimonio de Anne podrá
vivir en París.
Esta nueva situación es benéfica para Thérèse. Se admira de la
facilidad de la vida en común, de la libertad de cada uno respecto al otro.
Capítulo XIII. Una mañana de marzo, Bernard y Thérèse
charlan en la terraza de un café parisino. Bernard está a punto de regresar a
Argelouse. Experimenta tristeza en el momento de la despedida. Se pregunta:
¿por qué Thérèse ha querido su muerte? Thérèse percibe que ha llegado el
momento de hacer esta confesión preparada años atrás.
Intenta explicar la razón de su acto, al menos la que le viene a la
mente ahora. Le parece que ha querido suscitar en su marido precisamente esta
inquietud, esta curiosidad que él tiene en este momento. Bernard no acepta esta
explicación. Le parece que Thérèse se burla de él. Ante las otras razones que
da, Bernard ve sólo un intento de disculparse. Ella le habla de su empeño por
matar para ser ella misma. Bernard se pone nervioso, se hace menos asequible.
Thérèse le sugiere que ella podría volver a Argelouse de vez en cuando, para
sus cosas, para ver a Marie. Bernard contesta que volverá para las ceremonias
familiares. Thérèse intenta, en vano, reanudar la conversación. Bernard llama
un taxi y se va.
Thérèse se queda sola. Va a comer a un restaurante. Bebe un poco. Fuma
mucho. Se ríe sola. Se arregla. Ya en la calle, anda sin rumbo fijo.
II. COMPOSICIÓN LITERARIA
II.1 Situación geográfica
Los personajes viven en un mundo de provincia formado por las Landas y
el Bordelais, la región de Burdeos. Ir más allá (por ejemplo, a París o incluso
a Biarritz) es como viajar al extranjero. Más aún la vida de Thérèse y de
Bernard se desarrolla en un círculo todavía más estrecho, con un radio de 10
kms. a lo sumo, y con Argelouse en el centro.
II.2 Composición del relato
Se observa cierta alternancia entre capítulos largos y otros más
breves. De todos modos, la novela no es muy extensaa. La materia es bastante
densa y no se presta a largos desarrollos. Los más extensos son los capítulos
4, 6, 8, 12 (las bodas, el encuentro con Jean Azévédo, el crimen, la visita
hecha a Thérèse por Bernard y su familia).
La novela está constituida por una sucesión de dos grandes
movimientos. El primero culmina y se acaba en el capítulo 9. Se trata —en el
espacio— del regreso de Thérèse a Argelouse, cerca de Bernard; y, en el tiempo,
una vuelta a su pasado. Pero cuando Thérèse entra en la casa de Argelouse, todo
su pasado pasa de la luz a la sombra. Ya no se trata de comprender el pasado,
sino de oír de labios de Bernard cuál será su porvenir. A partir de ahora el relato
sigue simplemente un orden cronológico: la reclusión de Thérèse, la especie de
locura en la que cae poco a poco, los cuidados que le prodiga Bernard y la
libertad que éste concede a su mujer, con la prisa de quitársela de en medio.
Este primer movimiento llevaba a Thérèse a Argelouse y a su marido. En
los cuatro últimos capítulos, encontramos el segundo movimiento que aleja a
Thérèse de su país y de su marido. Ella huye y él rechaza a su esposa. Bernard
va a ayudarla a realizar su huida: por vez primera, trabajan al unísono.
Dos veces en la novela (la primera, a lo largo de los nueve primeros
capítulos, y fugazmente en el último), se desdibuja un movimiento que habría
acercado a los dos esposos, favoreciendo el restablecimiento de la pareja.
Hubiera bastado que Thérèse hablara y Bernard escuchase para que todo fuera
posible otra vez. Dos veces Thérèse está a punto de hacer su confesión. Las dos
veces, la confesión no tiene lugar. Porque a Thérèse le parece inútil: Bernard
no comprendería. Porque Bernard no tiene la paciencia de escuchar: desiste
después de un momento de atención y también porque efectivamente no comprende.
II.3 La acción: ausencia de acontecimientos
La acción es mínima: una confesión que no pudo realizarse; un perdón
que no ha sido pronunciado. Los dos esposos se separan. Nunca se han
comprendido.
Lo esencial de la aventura de Thérèse pertenece al pasado: un
homicidio inacabado; un crimen sin muerte de la víctima; un sobreseimiento. La
primera vez que se ve a Thérèse en la novela, al salir del juzgado, ya está
todo decidido. La novela termina cuando Bernard la deja sola en la terraza de
un café parisino. La novela se acaba sin resolver nada, precisamente en el
momento en el que al lector le habría gustado que empezase.
Mauriac, consciente de ello, ha vuelto a hablar de Thérèse en novelas
sucesivas. Sobre todo en La fin de la nuit (1935) en la que se ve a Thérèse que
vuelve a Argelouse y muere allí.
Thérèse Desqueyroux parece una novela inacabada. No lo es sin embargo,
porque intenta sólo describir el enfrentamiento sin salida de un hombre y una
mujer que se han casado sin amor. En los capítulos cumbres (9 y 13), se ve a
Bernard incapaz de decir una palabra cariñosa y una palabra de perdón que
hubieran podido salvar a Thérèse.
Más que una novela inacabada, es la novela de lo inacabado. No hay
nada definitivo, todo puede ser revocado, perdonado, todo es posible: el odio
puede transformarse en cariño, Thérèse podría volver con Bernard.
II.4 Thérèse y Mauriac
En diez capítulos de los trece, Thérèse está casi siempre sola. Sola
durante el viaje en tren (cap. 2-9), sola durante el tiempo de su secuestro
(cap. 10-11). No tiene nadie con quien hablar. Vive en el mundo de los
ensueños. En su casi totalidad, la novela es un largo soliloquio. A primera vista,
todo se ve desde la perspectiva de Thérèse.
A veces, el autor se contenta con escuchar a su personaje, pero las
más, el soliloquio de Thérèse se relata en tercera persona con estilo
indirecto: Thérèse pensaba que..., Thérèse recuerda que...
El novelista observa a su personaje y nos invita a acompañarle en esta
observación. El autor introduce sus propias reflexiones, de modo escueto pero
significativo. Los demás personajes dan también su modo de enjuiciar los
acontecimientos.
Todo esto explica la complejidad de la composición: hay varios puntos
de vista, pero, al mismo tiempo, todo gira en torno a Thérèse.
II.5 La historia de un monstruo
Dos tipos de justicia aparecen en la novela. Primero, la del juzgado
que concluye con un sobreseimiento gracias, entre otras cosas, a la deposición
pacificadora de Bernard. Pero hay sobre todo la justicia familiar. Y ésta ¡no
perdona! Thérèse comparece delante de su marido, en su propia casa, sin
testigos, sin defensor, sin que se le permita hablar. Cuando comparece, ya ha
sido juzgada y condenada por su familia. El juez, Bernard, no necesita ninguna
explicación, ya que "conoce" el motivo del crimen: Thérèse ha querido
desposeerle de sus pinos... Sólo al final de la novela, cuando Thérèse y él se
separan, Bernard vuelve sobre el móvil de la tentativa de homicidio y le hace
la pregunta esencial: "Thérèse.. je voulais vous demander... je voulais savoir... pourquoi avez-vous fait
cela?" (págs. 173-174).
Pero Bernard no tiene la paciencia de seguir a su mujer en el laberinto de sus
deseos. Así que no sabrá nada.
Thérèse, en cambio, se ha esforzado por descubrir el motivo
—desconocido para ella— del crimen, siguiendo paso a paso todo lo pasado. Los
hombres la juzgaron y no la reconocieron como culpable; su marido la juzgó y la
condenó; Thérèse se somete al juicio de su conciencia. Una conciencia que no se
piensa autorizada a distinguir el bien y el mal; una conciencia que se contenta
con distinguir lo verdadero y lo falso. A la pregunta de su marido, contesta: "J'allais vous répondre: 'je ne
sais pas pourquoi j'ai fait cela'; mais maintenant peut-être le sais-je,
figurez-vous! Il se pourrait que ce fût pour voir dans vos yeux une inquiétude,
une curiosité — du trouble enfin, tout ce que depuis une seconde j'y
découvre" (pág. 175). Ella
iba a contestar a su marido que no sabía por qué hizo aquello. Pero ahora,
quizás conozca el motivo de todo esto: ver en los ojos de Bernard una
inquietud... En definitiva, ninguna certeza, una hipótesis.
Thérèse sufre de no ser querida por su marido. Hay en ella algo de
locura y al mismo tiempo exigencia de claridad. Allí reside su monstruosidad.
Al principio, le faltó sinceridad. El primer gesto mortal lo hizo el
mismo Bernard: Thérèse no supo hablar cuando vio a su marido tomando arsénico
por segunda vez, cuando ya había tomado la dosis prescrita. Se calló "par
paresse, sans doute, par fatigue" (pág. 112). También, se calló delante
del médico. Así poco a poco el crimen tomaba consistencia.
¿Qué dice el autor acerca de la culpabilidad de Thérèse? Su responsabilidad
es a la vez afirmada y negada. Thérèse es culpable por haberse aproximado al
crimen, como uno que se expone al vértigo. Pero, según Mauriac, el crimen es
una realidad exterior a Thérèse, en el sentido de que cae en una trampa. Hay a
la vez voluntariedad y fatalidad.
II.6 Las causas de la monstruosidad
a) Thérèse se muestra despiadada hacia sus víctimas. Ninguna compasión
por el sufrimiento de Anne. Ve el sufrimiento de Bernard, un sufrimiento que no
acaba nunca, y se queda impertérrita. No piensa en los demás, por ejemplo en la
tía Clara que tanto había hecho por ella. No es que tuviera el corazón seco: se
la ve una vez llorar sobre su hija, Marie. Hubiera podido querer, si alguien
hubiera sabido despertar este corazón adormecido.
b) Ella es su propio mundo: "Je suis remplie
de moi-même... je m'occupe tout entière" (pág. 165). Se siente incapaz de salir de sí misma.
Voluntariamente o no, no se da a conocer a los demás, los engaña, lleva una
máscara. Su cara, sus palabras, son una perpetua mentira. ¿Cómo hubiera podido
su marido compadecerse de ella, ayudarla? Bernard piensa más en defenderse de
ella que en defenderla.
c) Thérèse es prisionera de sí misma. También lo son de algún modo los
demás personajes de la novela, salvo la tía Clara, la cual es muy servicial. No
hay comunicación entre ellos. Bernard, M. Larroque y los Sres. de la Trave no
se dan cuenta de su ceguera. Cada uno piensa en sus intereses. Juzgan a los
seres según las apariencias; ignoran las complicaciones psicológicas. Todo lo
tienen clasificado. El drama de Thérèse es que, con sus defectos, vive
precisamente entre estas personas.
d) También tiene influencia la educación de Thérèse. Poco tiempo
después de nacer, se murió su madre. Hace sus estudios en un liceo: su padre es
un señor anticlerical que no quiere comprometer su carrera política mandando a
su hija a un colegio católico. Su padre no la sigue en su educación
aparentemente correcta. Educada sin amor en un mundo sin Dios, Thérèse se
pierde en la soledad y en la desesperanza.
e) Por su matrimonio, Thérèse entra a formar parte de una familia
católica. Esto hubiera podido ser para ella la ocasión de descubrir el fin
sobrenatural de la vida humana, recibir el ejemplo de las virtudes cristianas,
ser llevada a Dios. Pero el catolicismo con el que se encontró era una religión
sin alma. El catolicismo tal como lo viven los de la Trave y Bernard
Desqueyroux no les compromete seriamente. Para ellos, "la propriété est l'unique bien
de ce monde" (pág. 80). Son
católicos que se contentan con la Misa dominical. No tienen espíritu de
oración. No tienen caridad. Su religión no les impide servir a otro maestro: el
dinero.
A través de ellos, como en otras novelas, Mauriac denuncia la
burguesía provinciana, católica por tradición, por respeto humano, por
obligación.
En algunos momentos, Thérèse, que no tiene formación religiosa, de
algún modo siente la proximidad de Dios, sin saber lo que esto significa. La
Misa dominical llega a ser para ella un punto de luz; es desde luego su única oportunidad
de salir de la casa donde está secuestrada. Thérèse se muestra impresionada por
el párroco que ve de lejos.
También la aproxima al Señor la muerte de la tía Clara. Mientras la
desesperanza conduce a Thérèse a la decisión de suicidarse, Clara se está
muriendo y esto lleva a Thérèse a renunciar a su proyecto.
Thérèse Desqueyroux es la novela de la insatisfacción y de la espera.
Espera de Dios que es todo lo contrario de lo que ocurre en el mundo de
Argelouse.
II.7 Personajes que influyen en Thérèse
a) Anne de la Trave era su amiga. Thérèse sentirá decepción y
odio, al darse cuenta de que Azévédo la quiere. Thérèse destruye una foto de
Jean. Esta destrucción en imagen es como su primer homicidio. A partir de este
momento, Thérèse se dedica a destruir el amor de Anne. Su golpe más duro será
la carta a Anne que Thérèse escribe con Jean. Con ella destroza a su amiga.
b) Jean Azévédo ocupa también un lugar esencial en la historia
del crimen de Thérèse. La había animado a liberarse. Le había dado cita para un
año después, seguro de que mientras tanto habría conseguido este propósito. Más
tarde, Thérèse se dará cuenta de la debilidad de esta moral que consistía en
atreverse a "être soi-même", ser uno mismo. A Thérèse le ha faltado
alguien que pudiera ayudarla frente a esta ética que cubría con hermosas
palabras una actitud monstruosa. Mauriac piensa sin duda que este alguien es
Dios. Un crítico literario ve en Azévédo una figura diabólica.
Cuando Jean se va, Thérèse, que sentía admiración por él, por su espíritu,
por su capacidad de expresarse bien, sufre un choque fuerte al comparar Bernard
con Azévédo. Su marido le parecía un ser vulgar, mediocre, un hombre sin
espíritu ni alma. Bernard aparece a sus ojos como una caricatura. De este modo
Jean también contribuye a hacer de ella una criminal, aunque sin incitarla al
homicidio.
III. PROCEDIMIENTOS LITERARIOS
Las novelas de Mauriac pertenecen al género psicológico. Lo importante
es lo interior. El autor da sobre todo un retrato moral de sus personajes.
El retrato físico es generalmente escueto. Sin embargo, los personajes viven
intensamente. Es significativo que en ellos los achaques sean más frecuentes
que la buena salud. Thérèse es una persona muy gastada en cuanto a la salud.
Como otros personajes de Mauriac, padece insomnios. Bernard, más robusto, tiene
problemas de salud. Azévédo, la tía Clara también están enfermos. Los
personajes secundarios, aparte de los magistrados, son médicos y un
farmacéutico. El mal es moral, pero tiene claras manifestaciones físicas.
El autor juzga a sus personajes. Tiene conmiseración por Thérèse, porque
ella es consciente de su propia miseria. En cambio, se muestra despiadado con
los demás personajes. Hablan con fórmulas estereotipadas, su lenguaje es
impersonal. Cada uno tiene su modo peculiar de utilizar lugares comunes, que
traiciona su modo particular de vivir en la mediocridad.
En cuanto a la descripción de los lugares, Mauriac da pinceladas
fugitivas, pero muy intensas. Los lugares son más que el marco de la novela,
tienen lazos sutiles con los personajes. Hay una correspondencia entre el
alma humana y la naturaleza (paisajes, vegetación, etc.).
IV. VALORACIÓN DOCTRINAL
Mauriac se ha presentado no como un novelista católico sino como un
católico que escribe novelas. "En efecto, no hay nada más lejos del tono
edificante y moralizador, que estos tumultuosos relatos interiores, que estas
descripciones de los abismos pascalianos del alma sin la Gracia" (F. J.
HERNÁNDEZ, voz Mauriac, en GER, vol. XV, p. 343).
Thérèse Desqueyroux es una de las obras maestras de Mauriac. El
ambiente de esta novela, como en tantas otras del autor, es un ambiente
enrarecido y asfixiante de unos héroes centrados en sí mismos. Tienen los
defectos de la burguesía provinciana; son personas introvertidas, que se
autoanalizan. Son casos interesantes para la psiquiatría.
Thérèse busca la paz. No la encuentra en sí misma, a pesar de sus
esfuerzos por sincerarse respecto a su pasado. No la encuentra en la religión
tal como la viven Bernard y los suyos, una religión meramente formal. Tampoco
la encuentra en su educación de corte laicista. De algún modo la encuentra en
Dios, a través de la imagen del sacerdote que ve de lejos, en la Misa del
domingo o en una persona como la tía Clara.
Thérèse Desqueyroux es una tragedia como las de Racine. Una tragedia
potente, de tono muy pesimista.
J.G.
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[1] Esta recensión se inspira fundamentalmente en el estudio que ha hecho de la novela Maurice MAUCUER, en la colección Profil d'une oeuvre, Hatier, París 1970.