MARX, Karl
El Capital. Crítica
de la Economía Política
Fondo de Cultura Económica, 5.ª ed. México,
1968. (Traducción castellana, por Wenceslao Roces).
Vol.
I El proceso de producción del capital, XXXIX + 769 págs.
Vol. II El proceso de circulación
del capital, 527 págs.
Vol.
III El proceso de la producción capitalista, en su conjunto, 953 págs.
Al
final de cada volumen, esta edición tiene un apéndice en el que se recogen
documentos, cartas, etc., que el traductor consideró útiles para mejor entender
la obra, y que guardan siempre estrecha relación con su contenido y redacción.
En
el Vol. III se insertan los índices de la obra: bibliográfico, general y de
materias.
I.
El Capital, la obra de madurez de Marx, no llegó a ver la luz por entero
en vida suya: sólo el primer volumen fue llevado hasta su término por él,
siendo publicado en 1867 en Alemania. Los volúmenes II y III, fueron editados
por F. Engels, respectivamente en 1885 y 1894, en base a los manuscritos
dejados por Marx.
Inicialmente
la obra había sido concebida en seis volúmenes (Cfr. carta a Engels del 2 de
abril de 1858), parte de cuyo contenido fue publicado en 1859, con el título Contribución
a la crítica de la economía política, del que inicialmente lo que hoy es El
Capital debería constituir la continuación, pero que en 1862 Marx
decidió dar al público independientemente (Cfr. carta a Kugelmann, del 28 de
diciembre de 1862) [1].
Marx
consumió gran parte de su vida en escribir esta obra. En 1851 daba por
terminados sus estudios de la economía clásica, e iniciaba la construcción de
su sistema: «llevo la cosa tan adelantada, que en cinco semanas terminaré con
toda esta basura económica ―escribía a Engels el 2 de abril de
1851―. Luego me dedicaré a elaborar en mi casa la Economía y en el Museum
me dedicaré a otra ciencia, pues ésta empieza a hastiarme» (Carta, I, p. 661).
El 14 de marzo de 1883, muere Marx ―más de 30 años después― sin
haberla terminado totalmente, después de muchísimas revisiones. Más de 15 años
antes había dado por concluida la primera redacción: «la situación, por lo que
a este maldito libro se refiere, es la siguiente ―escribía a Engels el 13
de febrero de 1866―; se ha terminado a fines de diciembre... aunque el
manuscrito, en su gigantesca forma actual no podría ser editado por nadie fuera
de mí mismo, ni siquiera por ti» (Carta, III, p. 829). Y ya en esas fechas
comentaba que, una vez lo hubiera terminado «me tendría completamente sin
cuidado que me tirasen hoy mismo o mañana al muladar, después de estirar la
pata» (III, p. 829).
No
se puede olvidar, por otra parte, que los Manuscritos de 1844 eran ya el
embrión de El Capital. Y que, desde que se decide a comenzarlo,
es su principal ocupación: el 31 de julio de 1865, escribía a Engels que podía
«estar seguro de que haré todo lo posible por dar cima cuanto antes a este
trabajo, que gravita sobre mí como una pesadilla... me impide hacer ninguna
otra cosa» (I, pp. 672‑73). Durante este tiempo, toda obra que pudiese
afectar, a su juicio, al contenido y éxito de El Capital, que aparezca
al público, es consultada. Y Marx, no se decide a lanzar una parte, hasta que
está seguro del resultado final: «no acierto a decidirme a mandar nada a la
imprenta antes de verlo todo terminado, cualesquiera que puedan ser sus
defectos, la ventaja de mis obras consiste en que forman un todo artístico, lo
que sólo se consigue con mi método de no dejar jamás que vayan a la imprenta
antes de que estén terminadas» (Carta de 31 de julio de 1865, I, p. 672).
II.
Esta obra, tan elaborada, tan pensada y tan extensa (unas 2.000 páginas) no es
nada sencilla de leer. Es difícil proseguir su lectura hasta el final, sin
tener que retroceder una y otra vez: porque hay un continuo referirse a
presupuestos sentados en las primeras nociones, que determinan el modo de
presentar las siguientes, haciendo costoso no perder el hilo; por el
significado nuevo que Marx da a los términos, que uno estaba acostumbrado a
manejar de otro modo en el lenguaje ordinario o científico, y que condicionan
la expresión de su pensamiento; en fin, el continuo juego entre apariencia y
realidad, la intercalación de pasajes históricos, u otros de puro razonamiento
matemático; y la extensión...
Aunque
Marx gusta hacer gala de que, prescindiendo del primer capítulo sobre la forma
del valor, no es un libro difícil de entender (cfr. Prólogo a la 1ª. ed., I p.
14), teme, sin embargo,, que el lector se canse: «el método de análisis
empleado por mí y que nadie hasta ahora había aplicado a los problemas
económicos, hace que la lectura de los primeros capítulos resulte bastante
gravosa, y cabe el peligro de que el público..., impaciente siempre por llegar
a los resultados, ansioso por encontrar la relación entre los principios
generales y los problemas que a él directamente le preocupan, tome miedo a la
obra, por no tenerlo todo a mano desde el primer momento» (Carta de Marx a M.
Lachátre, del 18 de marzo de 1872).
No
parece posible evitar en la exposición del contenido ―si se desea seguir
un desarrollo fiel al esquema y pasos del autor―, la complejidad, las
repeticiones y el ir y volver a los temas, que están en la obra original. Nos
parece esto más ventajoso, para hacerse cargo de cómo es El Capital, a
la solución frecuente en algunos comentaristas, de ordenar al propio gusto y
según un esquema distinto, los principales temas de esta obra de Marx.
Con
el fin, sin embargo, de facilitar desde el principio la comprensión, vamos a
trazar a continuación un resumen, muy sencillo y esquemático, de las ideas
fundamentales que vertebran el contenido de sus tres extensos volúmenes.
1. Teoría
del valor. El trabajo humano productivo es el motor de la historia humana.
La diferencia entre el trabajo humano y cualquier otra actividad de
transformación de la naturaleza, es que el resultado del trabajo es previamente
proyectado en el cerebro del obrero. Así, mientras las demás actividades de la
naturaleza no son racionales, el trabajo humano sí. Por eso, el hombre en el
trabajo transforma la naturaleza produciendo bienes de consumo humano,
enajenándose al trabajar y recuperándose de modo superior al percibir el fruto
de su trabajo. Por tanto, la vida del trabajador se objetiva en el producto,
que es trabajo humano materializado, coagulado.
Este
valor, que el trabajo añade a la materia, es lo que determina el valor
(objetivo), distinto del valor de uso. En una economía de mercado
―donde las cosas se producen para el mercado y se cambian por
dinero― el valor de cambio que rige la producción y circulación de
las mercancías es este valor objetivo: por tanto, el valor de las mercancías
depende exclusivamente del tiempo de trabajo medio socialmente
necesario para producirlas.
2.
Teoría del régimen de producción capitalista. Este régimen se inicia cuando
se disocian el trabajador y el resultado de su trabajo, es decir, el trabajo vivo
(fuerza de trabajo) y el trabajo muerto o acumulado (capital).
La
condición histórica para que así ocurra, es que quien dispone de los medios de
producción encuentre en el mercado trabajadores libres que necesiten
vender su fuerza de trabajo. Y la venden, como toda mercancía, por su valor de
cambio (tiempo de trabajo necesario para producir los medios de subsistencia
del trabajador); pero el poseedor de los medios de producción la consume
según su valor de uso, obteniendo como ganancia la diferencia: es decir, el
producto del tiempo de trabajo excedente a la subsistencia del obrero (salario),
del que se apropia sin pagarlo. Es el plusvalor.
El
capital, por tanto, no se invierte para producir mercancías sino para producir
plusvalor. La máxima obtención de plusvalor, y por ende la máxima explotación
posible del trabajador, constituye así la ley esencial del capital.
Con
el agravante de que el capital, gracias al plusvalor obtenido, no sólo crece
―se acumula― sino que sostiene y regula sus necesidades de trabajadores
(inmediatas o futuras: ejército industrial de reserva). El trabajo
muerto se yergue como independiente y extraño al trabajador que lo ha
producido, convertido en capital; y obliga al trabajador, para seguir
subsistiendo, no sólo a reproducirlo, sino a reproducirlo siempre aumentado
(con plusvalor). Y esto con la imperiosa necesidad de una ley física.
3.
Teoría de la circulación y reparto del plusvalor. La realidad del régimen
capitalista ―la producción del plusvalor como fin y su reparto entre los
capitalistas― circula disfrazada. Los conceptos tanto usuales como de la
ciencia económica anterior, se limitan a exponer la apariencia: lo que ocurre
en la superficie del régimen burgués. El salario, o precio de los medios de
subsistencia, se disfraza de precio de la totalidad del valor de la fuerza de
trabajo, el plusvalor de ganancia del empresario, interés del capital y renta
de la tierra.
La
realidad, sin embargo, no puede ser más que la que marca la teoría del valor:
el conjunto del plusvalor producido cada año por los trabajadores y arrebatado
por los capitalistas, se reparte luego entre toda la clase capitalista, en
proporción a su alícuota de capital: en eso se resumen el interés del capital y
la ganancia del empresario. La renta de tierra es una parte del plusvalor, que
el terrateniente extrae al capitalista agrícola.
Por
tanto, las relaciones económicas producen y ocultan relaciones sociales de
clase entre los trabajadores (que sólo pueden obtener del producto total los
medios para su subsistencia, a pesar de producirlo) y los capitalistas y
terratenientes. Estos tienen los títulos jurídicos (propiedad del capital y la
tierra), para quedarse con el trabajo excedente o plusvalor sin haberlo
producido y sin pagarlo. Y así existen tres clases sociales: trabajadores,
capitalistas y terratenientes.
4.
Teoría de la acumulación del capital, las crisis y muerte del régimen
capitalista. El sistema de producción capitalista consigue una gran
expansión de las fuerzas productivas ―de la productividad del trabajo―
y, por consiguiente, del desarrollo de la humanidad. Pero tiene una íntima y
fundamental contradicción entre su fin ―el aumento creciente del
plusvalor― y los medios por los que se propone conseguirlo ―el
desarrollo incondicionado de las fuerzas productivas―. El fin perseguido
por el capital se convierte así en un grillete de las fuerzas productivas que
despierta. Estallan por eso las crisis, que preludian la desaparición
definitiva de la era capitalista.
Será sustituida por la era
comunista, que conservará el adelanto continuo de las fuerzas productivas,
logrado por el, capitalismo, pero mejorado porque se distribuirá más
racionalmente su uso, con los planes económicos. Y el producto total de la
sociedad se distribuirá también más adecuadamente. Es decir, se producirá
racionalmente para satisfacer las necesidades ―no ya del capital:
plusvalor― sino de los trabajadores. El proceso de intercambio entre el
hombre y la, naturaleza, en que el trabajo consiste, se desarrollará de modo,
racional: la humanidad se hará racionalmente a sí misma, en lo que consiste su
perfección.
III.
Para facilitar tener a la vista, desde el principio, el entero contenido de El
Capital, se incluye a continuación un índice de los tres volúmenes,
desarrollado en las 17 secciones que comprende. Respecto a las seis primeras
secciones ―donde se sientan las bases principales― se desarrolla
también la subdivisión por capítulos en algún caso, se dan incluso las
subdivisiones internas de cada capítulo [2].
De
acuerdo con este índice, se realizará después la exposición. Y para guardar
siempre el paralelo con el original, al comienzo de cada apartado ―si en
el original está subdividido― se incluye el índice de las subdivisiones
que contiene la obra de Marx.
Por
último, con el mismo deseo de hacer más fácil la lectura y comprensión del
contenido, junto al título que lleva en el original, a veces, se añade entre
paréntesis un título que puede resultar más expresivo del contenido, y que
alude a las cuatro grandes temáticas de la obra de Marx, que acabamos de
resumir en el apartado anterior.
I. Libro primero: El proceso
de producción del capital.
A)
Sección primera: Mercancía y dinero (Teoría del valor).
a) Capítulo I: La mercancía:
1. Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor de cambio
(Teoría del trabajo como sustancia del valor).
2. Doble carácter del trabajo
representado por las mercancías (íd.: continuación).
3. La forma del
valor o valor de cambio. El fetichismo de la mercancía y su secreto (Teoría de
la ocultación de las relaciones sociales de trabajo, en la forma valor de la
mercancía).
b) Capítulo II: El proceso de cambio (Teoría de la forma jurídica como
disfraz de la forma económica).
c)
Capítulo III: El dinero o la circulación de las mercancías (Las relaciones entre valor y precio).
B) Sección segunda: La transformación del dinero
en capital: (Cap. IV)
(Teoría del proceso de producción capitalista).
1.
La fórmula general del capital.
2.
Contradicciones de la fórmula general.
3. Compra y venta de la fuerza de trabajo (La teoría de la existencia
de trabajadores libres, como condición para el plusvalor).
C) Secciones tercera a quinta
(Teoría del plusvalor: el plusvalor absoluto).
a)
Capítulo V: Proceso de trabajo de valorización (Noción de plusvalor).
1.
El trabajo es un proceso de intercambio
entre la naturaleza y el hombre.
2. Los instrumentos de trabajo que el hombre posee determinan su historia.
3. En este proceso, el trabajo se funde con el objeto: se hace objeto.
b) Capítulo VI: Capital constante y capital variable (Teoría del
trabajo como única fuente de plusvalor).
c) Capítulo VII: La cuota de plusvalía (Teoría del grado de
explotación del trabajo y su fórmula matemática).
d) Capítulo VIII: La jornada de trabajo (Teoría de la necesidad y los límites del plusvalor).
e) Capítulo IX: Cuota y masa de plusvalor (Teoría de la masa de dinero
necesaria, para que el dinero se convierta en plusvalor).
f) Capítulos X a XIII: (Teoría del plusvalor relativa ―segunda
forma del plusvalor― y los modos de explotación que lleva anejos).
g) Capítulos XIV a XVI (Sección sexta): La producción de la plusvalía
absoluta y relativa.
D)
Sección sexta: el salario (Cap. XVII‑XX).
E) Sección séptima: El proceso de acumulación del capital (Cap.
XXI‑XXV) (Teoría del capital y su progresiva concentración).
II. Libro segundo: El proceso
de circulación del capital.
A)
Sección primera: Las metamorfosis del capital y su cielo (Cap. DVI)
(Teoría de la circulación del capital).
B) Sección segunda: La rotación del capital (Cap. VII- XVII). (Id. continuación).
C) Sección tercera: La reproducción y circulación del capital
social en su conjunto (Cap. XVIII‑XXI) (Teoría de la acumulación del
capital).
III.
Libro tercero: El proceso de la producción capitalista, en su conjunto.
A) Sección primera: La transformación de la plusvalía en ganancia y
de la cuota de plusvalía en cuota de ganancia (Cap. IXI) (Teoría sobre el
modo en que la contabilidad capitalista oculta bajo la forma de ganancia del
capital, el plusvalor arrebatado al trabajador).
B) Sección segunda: Cómo se convierte la ganancia en ganancia media
(Cap. VIII‑XII) (Teoría de la ganancia media o de la
distribución del plusvalor entre todos los capitalistas).
C) Sección tercera: La ley de la tendencia decreciente de la cuota
de ganancia media (Cap. XIII‑XV). (Ley correspondiente y teoría de
las crisis).
D) Secciones cuarta a sexta: (Cap. XVI a XLVII) (Teoría sobre
las reglas y modos del reparto del plusvalor entre los distintos tipos de
capitalistas).
a) Sección cuarta: (Cap. XVI‑XX) Cómo se convierte el
capital-mercancías y el capital‑dinero en capital‑dinero y capital‑mercancías
del comercio (Teoría de la improductividad del comercio y el reparto
igualitario entre el capital comercial e industrial).
b) Sección quinta: Desdoblamiento de la ganancia en interés y
ganancia del empresario. El capital a interés (Cap. XXI‑XXXVI) (Teoría
del capital a interés: el interés como participación en el reparto del
plusvalor; razón de su carácter fijo frente a la ganancia media).
c) Sección sexta: Cómo se convierte la ganancia extraordinaria en
renta del suelo (Cap. XXXVII) (Teoría de la renta capitalista del suelo: la
renta como plusvalor que el terrateniente extrae al capitalista agrícola).
E) Sección séptima: Las rentas y sus fuentes (Capítulos XLVIII‑LII) (Para una teoría de las clases sociales).
IV. Queríamos
advertir, por último, que aunque habitualmente se cite según la edición
castellana del Fondo de Cultura Económica, se han hecho algunas correcciones
(por ejemplo, trabajo excedente, en lugar de trabajo sobrante; plusvalor
por plusvalía, etc.), cuando los términos estaban más consagrados en castellano
o eran más fieles al original. Para esta corrección se ha tenido en cuenta la
versión italiana de Editori Riuniti (Libro primo, traduzione de Delio
Cantimore, Introduzione de Maurice Dobb, Roma 1967; libro secondo, traduzione
di Ranieri Panzieri, Roma 1965; libro terzo, traduzione di Maria ―Luisa
Boggeri, Roma 1965), y el original alemán: Das Kapital, en la colección
de las obras completas de K. Marx‑F. Engels, editada en Berlín por la Dietz‑Vertag.
A.
Sección primera: Mercancía y Dinero (Teoría del valor) [3].
Capítulo Primero: La mercancía [4].
I.
Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor de cambio. (Teoría
del trabajo como sustancia del valor).
1.
La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista se nos
presenta como un inmenso arsenal de mercancías. La mercancía es un objeto
externo, una cosa, apta para satisfacer las necesidades humanas.
a)
La mercancía tiene un valor de uso: que es la utilidad específica que le
permite satisfacer una necesidad humana; cuál sea esta necesidad ―«que
brote por ejemplo del estómago o de la fantasía» (p. 3)― no importa. En
segundo lugar tiene un valor de cambio: que es aparentemente una
relación cuantitativa; la proporción con la cual se cambia por otro valor de
uso o por dinero.
b)
El valor de cambio no es más que la forma fenoménica ―el modo de
manifestarse en una economía capitalista del valor intrínseco de la
cosa: este punto es esencial para Marx.
A
primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, la
proporción en que se cambian valores de uso de una clase por valores de uso de
otra, relación que varía constantemente con los lugares y tiempos. Parece,
pues, como si el valor de cambio fuese algo puramente casual y relativo, como
si, por tanto, fuese una contradictio in adjecto la existencia de un
valor de cambio interno, inmanente a la mercancía. Pero observemos la cosa más
de cerca.
Una
determinada mercancía, un quarter de trigo por ejemplo, se cambia en las
más diversas proporciones por otras mercancías v. gr.: por x betún, por y seda,
z oro, etc. Pero como x betún, y seda, z oro, etc. representan el valor de
cambio de uno quarter de trigo, x betún, y seda, z oro, etc. tienen que
ser necesariamente valores de cambio permutables los unos por los otros o
iguales entre sí. De donde se sigue: que los diversos valores de cambio de la
misma mercancía expresan todos ellos algo igual; segundo, que el valor de
cambio no es ni puede ser más que la expresión (forma fenoménica) de un
contenido «forma, de manifestarse» (I, p. 4).
Este
algo común no puede consistir en una propiedad natural de las mercancías,
porque las propiedades materiales interesan sólo cuando las consideramos como
valores de uso y lo que caracteriza la relación de cambio es hacer abstracción
del valor de uso respectivo (se cambia, porque a cada uno no le interesa,
prescinde, del valor de uso de la propia mercancía). «Ahora bien, si
prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan una
cualidad: la de productos del trabajo» (I, p. S). Pero no productos de
diferenciable de un trabajo concreto, sino abstracto: al prescindir del valor
de uso, prescindimos de todos los elementos materiales y formas, y por tanto
del trabajo concreto que los ha producido. El residuo que nos queda es «un
simple coágulo de trabajo humano indistinto, es decir, de empleo de fuerza
humana de trabajo, sin atender para nada a la forma en que esta fuerza se
emplee. Estos objetos sólo nos dicen que en su producción se ha invertido
fuerza humana de trabajo, se ha acumulado trabajo humano» (I, p. 6).
2. El
trabajo humano acumulado es la fuente de valor: «un valor de uso, un
bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o materialización del
trabajo humano abstracto» (I, p. 6). Si la fuente o sustancia del valor
es el trabajo, la magnitud del valor se medirá «por la cantidad de sustancia
creadora de valor, es decir, de trabajo, que encierra», que se mide, a su
vez, por el tiempo de su duración (Ibídem).
Ha
de advertirse que el trabajo que constituye la sustancia del valor no es, según
Marx, el trabajo concreto empleado, sino la cantidad de fuerza de trabajo
medio, con un rendimiento medio, que es necesaria para elaborar un producto: es
decir, «la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario para su
producción» (I, p. 7).
II. Doble
carácter del trabajo representado por las mercancías (Teoría del trabajo
como sustancia del valor): pp. 8 a 14.
1.
Las dos caras de la mercancía ―el valor de uso y el valor de
cambio― sirven a Marx para delimitar en qué consiste este trabajo que es
la sustancia del valor.
a)
Como creador de valores de uso el trabajo es «condición de vida del
hombre, y condición independiente de todas las formas de sociedad, una
necesidad perenne y natural sin la que no se concebiría el intercambio orgánico
entre el hombre y la naturaleza ni, por consiguiente, la vida humana».
El hombre «no
puede proceder más que como procede la misma naturaleza, es decir, haciendo
que la materia cambie de forma» (I, p. 10) [5].
b)
Cuando se considera la mercancía como valor, al prescindir de la actividad
productiva y de la utilidad del trabajo, queda lo que todas las actividades
productivas tienen de común: «el ser un gasto productivo de cerebro humano, de
músculo, de nervios, de brazo, etc.». Aunque los distintos productos requieren
habilidades distintas en la fuerza de trabajo, «de suyo, el valor de la
mercancía sólo representa trabajo humano pura y simplemente... El trabajo
humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre
común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo, sin
necesidad de una especial educación». Y esto vale para todo trabajo: «El
trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado, o mejor
dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo
puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple» (I, pp. 11‑12).
2.
Esto explicaría, por el doble carácter del trabajo, algunas fluctuaciones
aparentemente anómalas del mercado: que, a medida que crezca la riqueza, pueda
disminuir la magnitud de valor que representa. Porque, con menor cantidad de
trabajo, se aumenta la productividad, pueden obtenerse más bienes útiles: y
así, aunque hay más riqueza, hay menos valor, porque hay menos fuerza de
trabajo.
En
suma, «todo trabajo es gasto de la fuerza humana de trabajo en el sentido
fisiológico y, como tal, forma el valor de la mercancía. Pero todo trabajo es,
de otra parte, gasto de la fuerza humana de trabajo bajo una forma especial y
encaminada a un fin y, como tal, como trabajo concreto y útil, produce los
valores de uso» (I, p. 14).
III. La forma
del valor o valor de cambio y IV. El fetichismo de la mercancía y su
secreto. pp. 14 a 47 (Teoría de la ocultación de las relaciones sociales de
trabajo en la forma de valor de la mercancía.)
1.
El trabajo humano, que es la sustancia del valor, en la economía
capitalista circula disfrazado de valor de cambio de la mercancía.
«En
las mercancías, la igualdad de los trabajos humanos asume la forma material de
una objetivación igual de valor de los productos del trabajo; el grado en que
se gasta la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su duración,
reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo y,
finalmente, las relaciones entre unos y otros productores, relaciones en que se
traduce la función social de sus trabajos, cobran la forma de una relación
social entre los propios productos de su trabajo» (I, p. 37).
La
mercancía consigue proyectar ante los hombres «el carácter social de su trabajo
como si fuera un carácter material de los propios productos de su trabajo», y
como si «la relación social que media entré los productores y el trabajo
colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos
objetos». Bajo la forma de mercancía, que reviste el valor o trabajo
incorporado, éste circula como objeto: «lo que aquí reviste, a los ojos de los
hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es
más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres. Por
eso, si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos que remontamos
a las regiones nebulosas del mundo de la religión, donde los productos de la
mente humana semejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente,
y relacionados entre sí y con los hombres. Así acontece en el mundo de las
mercancías con los productos de la mano del hombre» (I, pp. 37‑38).
2.
Marx explica el modo en que esto ocurría. Las mercancías poseen una doble
forma: su forma natural y la forma del valor. La forma de valor la tienen
en cuanto que son expresión de una misma unidad social del trabajo humano. La
forma de valor es una forma social: se revela en el cambio de unas mercancías
con otras (I, p. 22).
a)
La mercancía es valor de uso (objeto útil) y valor (trabajo humano): a partir
del momento que se cambia, el valor reviste una forma propia de manifestarse,
distinta de su forma natural, que es la forma simple del valor de cambio (p.
27), que la pone en relación con una mercancía concreta. El dinero no es más
que la forma desarrollada de valor que expresa su igualdad cualitativa y
su proporcionalidad cuantitativa con todas las demás mercancías, y que se
encuentra ya en germen en la forma simple de valor (I, p. 36).
b)
El valor de cambio puede separarse así del valor de uso y del valor, hasta el
punto de que no se perciba ningún lazo con ellos: esto es lo que ocurre
especialmente con la forma de valor elaborada o desarrollada que es el dinero.
No es el hecho de que se dé un valor de cambio lo que provoca la ilusión, sino
el que esa forma de valor pueda separarse totalmente de su origen. La relación
de la mercancía y del dinero con el trabajo social desaparecen, no se perciben:
y así dos relaciones entre trabajo social aparecen como relaciones entre cosas.
De este modo, «esa forma acabada del mundo de las mercancías ―la forma
dinero―, lejos de revelar el carácter social de los trabajos privados y,
por tanto, las relaciones sociales entre los productores privados, lo que hace
es encubrirlas» (I, p. 41).
3.
Para terminar de precisar el pensamiento de Marx, hace falta observar dos
cosas:
a)
Qué entiende Marx por trabajo, que se disfraza bajo la forma de mercancía:
«por mucho que difieran de los trabajos» es una «verdad fisiológica incontrovertible
que todas esas actividades son funciones del organismo humano y que cada una de
ellas, cualesquiera que sean su contenido y su forma, representa un gasto
esencial de cerebro humano, de nervios, músculos, sentidos, etc.» (I, p. 37).
b) Qué importancia tiene esta ocultación:
―
En una sociedad de productores de mercancías, cuyo régimen de producción
consiste en comportarse respecto a sus productos como mercancías, y en
relacionar sus trabajos privados revestidos de esa forma material, resulta que
«es el proceso de producción el que manda sobre el hombre, y no éste sobre el
proceso de producción» (I, p. 45);
―
el hecho de que la conciencia social burguesa lo admita como algo necesario,
prueba hasta qué punto «la estructura económica de la sociedad, es la base real
sobre la que se alza la superestructura jurídica y política y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social», y que «el régimen de
producción de la vida material condiciona todo el proceso de la vida social,
política y espiritual» (I, p. 46, nota 36) [6].
Capítulo Segundo: El proceso del cambio pp. 48 a 55 (La forma jurídica como
disfraz de la forma económica).
«Las
mercancías no pueden acudir por ellas solas al mercado, ni cambiarse por sí
mismas. Debemos pues volver la vista a sus guardianes, a los poseedores de
mercancías». Para que las cosas se relacionen unas con otras es necesario
que lo hagan sus guardianes «como personas cuyas voluntades moran
en aquellos objetos»: es decir, para que el disfraz sea efectivo, hace falta
que ambas personas actúen como propietarios privados, que cambien sus
mercancías por un acto de voluntad, que es una relación jurídica: «Esta relación
jurídica, que tiene por forma de expresión el contrato, es, hállese o no
legalmente reglamentado, una relación de voluntad en que se refleja la relación
económica. El contenido de esta relación jurídica o de voluntad lo da la
relación económica misma» (I, p. 48).
Sin
embargo, esta ocultación no es perfecta en el cambio directo, pues cada uno de
los cambiantes se interesa por la cosa del otro atendiendo a su valor de uso
(p. 51). Pero cuando producen, el valor de la mercancía es el tiempo de trabajo
necesario para producirla, y automáticamente el trabajo incorporado parece una
propiedad suya, que es su valor de cambio. De aquí, la magia del dinero: las
relaciones entre los hombres en su proceso de producción social, se ocultan
bajo «la forma material que revisten sus propias relaciones de
producción, sustraídas a su control y a sus actos individuales conscientes» (I,
p. 55).
Capítulo Tercero: El dinero o la circulación
de las mercancías. pp. 56 a
102. (Las relaciones entre valor y precio).
I. La distinción
entre valor y precio es importante para Marx: aunque una mercancía pueda poseer
diversos precios, según el mercado, sin embargo tiene, a los ojos de Marx, un
solo valor: el trabajo incorporado.
Tan
es así que una cosa puede tener un precio sin tener valor (es decir,
trabajo incorporado). Esta disociación posible entre precio y valor, acaba de
aclarar las metamorfosis fantásticas del régimen capitalista.
1.
La producción de una cosa, suponiendo que se mantienen constantes las
condiciones de producción, cuesta siempre el mismo tiempo de trabajo social.
«Esto es un hecho que no depende de la voluntad del productor... ni del
capricho de los demás poseedores de mercancías. La magnitud de valor de la
mercancía expresa, por tanto, una proporción necesaria, inmanente a su
proceso de creación, con el tiempo de trabajo social. Al cambiar la magnitud de
valor en el precio, esta proporción necesaria se revela como una proporción
entre una determinada mercancía y la mercancía dinero, desligada de ella». La
forma dinero puede así expresar tanto la magnitud de valor de una cosa, como el
más o el menos en que puede cotizarse en ciertas circunstancias: por tanto
envuelve «de suyo la posibilidad de una incongruencia cuantitativa entre
el precio y la magnitud de valor... y ello no supone un defecto de esta forma;
por el contrario, eso es precisamente lo que la capacita para ser la forma
adecuada de un régimen de producción en que la norma sólo puede imponerse como
un ciego promedio en medio de toda ausencia de normas» (I, p. 63)
2.
Lo que determina el valor es el coste de trabajo social necesario para producir
una cosa. El que el precio pueda separarse del valor, permite que las
mercancías circulen en cualesquiera condiciones. Estaríamos ante una de las
contradicciones internas del sistema capitalista, que para Marx explica que
pueda desenvolverse (I, pp. 64‑65).
II. Sin embargo,
si se observa el sucederse de los precios, añade, se nota que dan lugar a una
constante. Marx no ve en el mercado dos fuerzas ―la oferta y la
demanda―, sino tres. Junto a la oferta y la demanda, que son fuerzas
secundarias ―origen de los sucesivos precios―, hay una tercera
fuerza esencial, que es la que determina SU VALOR: el coste social de
trabajo de cada mercancía.
Las
oscilaciones de los precios, parecen obedecer a las decisiones de compradores y
vendedores: pero esto es una ilusión. Hay una ley rígida que en el fondo los
determina. «Si examinamos las tablas de precios relativas a un período de
cierta duración... quedaremos sorprendidos, ante todo, por los límites
relativamente restringidos entre que se mueven esas fluctuaciones y, en segundo
lugar de la regularidad de su recíproca compensación. Encontraremos la
dominante de las medias reguladoras cuya existencia en los fenómenos
sociales ha demostrado Quételet» (III, p. 795).
No
hay ninguna libertad en el proceso económico, sino una real necesidad, como en
toda la vida social [7].
B. Sección
segunda. Capítulo Cuarto: La transformación del dinero en capital: pp. 102
a 130 (Teoría del proceso de producción capitalista).
I.
La fórmula general del capital (pp. 103‑111):
1. El dinero
considerado como dinero y el dinero considerado como capital no se distinguen
más que por su diversa forma de circulación.
«La
forma directa de la circulación de mercancías es M‑D‑M, o sea,
transformación de la mercancía en dinero y de éste circulación... Fuera de la
circulación, el poseedor de mercancías no se relaciona más que con las
mercancías de su propiedad». A éstas, con su trabajo, puede añadirles valor,
pero no hacer que creen valor (I, p. 119). «Es imposible, por tanto, que el
productor de mercancías, fuera de la órbita de la circulación, sin entrar en
contacto con otros poseedores de mercancías, valorice su valor, transformando,
por tanto, el dinero en capital» (I, p. 120).
«Como
se ve, el capital no puede brotar de la circulación, ni puede brotar tampoco
fuera de la circulación... Por tanto, la transformación del dinero en capital
ha de investigarse en base a las leyes inmanentes al cambio de las
mercancías... Y el poseedor de dinero... tiene necesariamente que comprar las
mercancías por lo que valen y venderlas por su valor. Y, sin embargo, sacar al
final de este proceso, más valor del que invirtió... Tales son las condiciones
del problema» (I, p. 120) [8].
II. Compra y
venta de la fuerza de trabajo pp. 120‑129 (La teoría de la existencia
de trabajadores libres, como condición para el plusvalor).
1.
La valorización del dinero ―es decir, su conversión en capital― no
puede realizarse en la segunda fase de reventa, pues es sólo una conversión de
la mercancía de su forma natural a dinero (que no genera valor). Ha de darse en
la primera fase: D‑M. «Pero para poder obtener valor del consumo de una
mercancía, nuestro poseedor de dinero tiene que ser tan afortunado que, dentro
de la órbita de la circulación, en el mercado, descubra una mercancía cuyo
valor de uso posea la peregrina cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo
efectivo fuese... creación de valor. Y, en efecto, el poseedor de dinero
encuentra en el mercado esta mercancía específica: la capacidad de trabajo o la
fuerza de trabajo» (I, p. 121).
2.
Para que la fuerza de trabajo se presente como mercancía se requieren dos
condiciones: a) que sea ofrecida como mercancía por su propio poseedor; es
decir, que el trabajador sea su libre propietario y la ceda a otro, para su
disfrute, conservando la propiedad; b) en segundo lugar, que su poseedor, «no
pudiendo vender mercancías en que se materialice su trabajo, se vea obligado, a
vender como una mercancía su propia fuerza de trabajo, identificada con su
corporeidad viva» (I, p. 122).
Estas
condiciones no son comunes a todas las épocas de la historia. Por el contrario,
son «el fruto de un desarrollo histórico precedente, el producto de una larga
serie de transformaciones económicas... El capital sólo surge allí donde el
poseedor de medios de producción y de vida encuentra. en el mercado, al obrero
libre como vendedor de su fuerza de trabajo, y esta condición histórica
envuelve toda una historia universal. Por eso, el capital marca, desde su
aparición, una época en el proceso de la producción social» (I, p. 123).
3.
Las características de la fuerza de trabajo como mercancía, que hacen posible
el plusvalor, son para Marx:
a)
El valor de la fuerza de trabajo, como el de toda mercancía, se mide por
la cantidad de trabajo social medio materializado en ella: es decir, necesario
para producirla; para que exista un ser viviente, del cual la fuerza de trabajo
sea una aptitud. Por tanto, «el valor de la fuerza de trabajo es el valor
de los medios de vida necesarios para asegurar la subsistencia de su
poseedor» (I, p. 124).
‑
Los medios de vida necesarios en cada momento determinado son un factor
fijo. Marx no puede, sin embargo, dejar de reconocer su variabilidad en función
de un factor histórico-moral [9]: «el
volumen de las llamadas necesidades naturales, así como el modo de
satisfacerlas, son de suyo un producto histórico que depende, por tanto, en
gran parte, del nivel de cultura de un país y, sobre todo, entre otras cosas,
de las condiciones, los hábitos y las exigencias con que se haya formado la
clase de los obreros libres. A diferencia de las otras mercancías, la
valoración de la fuerza de trabajo encierra, pues, un elemento histórico moral.
Sin embargo, en un país y una época determinados, la suma media de los medios
de vida necesarios constituye un factor fijo» (I, p. 125).
‑
«El límite último o mínimo del valor de la fuerza de trabajo, lo señala el
valor de aquella masa de mercancías cuyo diario aprovisionamiento es
indispensable para el poseedor de la fuerza de trabajo, para el hombre, y que
sin ellos no podría renovar su proceso de vida; es decir, el valor de los
medios de vida físicamente indispensables» (I, p. 126).
b)
El valor de la fuerza de trabajo viene determinado por el costo de subsistencia
del trabajador, pero el valor producido con su consumo es mayor. «El proceso de
consumo de la fuerza de trabajo es, al mismo tiempo, el proceso de producción
de la mercancía y del plusvalor» (I, p. 128). Se ha explicado el misterio: todo
lo demás, será extraer consecuencias.
c)
El proceso de explotación del trabajador, que resulta, concluye Marx, se cubre,
sin embargo, con todos los requisitos legales.
Transcribo
un último párrafo del apartado, sugestivo en cuanto deja ver muy claro que, si
se ha de disentir de Marx, hay que llevar la cuestión hasta el fondo: «La
órbita de la circulación o del cambio de las mercancías, dentro de cuyas
fronteras se desarrolla la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en
realidad, el verdadero paraíso de los derechos del hombre. Dentro de estos
linderos, sólo reinan la libertad, la igualdad, la propiedad. La libertad,
contratan como hombres libres e iguales ante la ley... cada cual dispone y sólo
puede disponer de lo que es suyo (I.p.,128) [10]
C. Secciones tercera a quinta, pp. 130-473 (Teoría del
plusvalor: Sec. tercera: La producción de la plusvalía absoluta: cap. V‑IX,
pp. 130‑248; Sec. cuarta: La producción de la plusvalía relativa: cap. X‑XIV,
pp. 250‑423; Sección quinta: La producción de la plusvalía absoluta y
relativa; cap. XIV‑XVI,
pp. 422‑447) [11].
Capítulo quinto: proceso de trabajo y proceso
de valorización, pp. 131‑149
(Noción de plusvalor).
I. El proceso de
trabajo, en el sistema capitalista, engendra el plusvalor. Antes de analizar el
modo en que lo produce, Marx estudia el proceso de trabajo en general,
una de cuyas formas sociales concretas sería la producción capitalista, que
tiene como fin el plusvalor. Un análisis, por tanto, condicionante de toda su
teoría sobre la producción tanto en el capitalismo como en la sociedad
comunista.
1.
El trabajo es un proceso de intercambio entre la naturaleza y el hombre [12]: «El
trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre,
proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su
intercambio de materias con la naturaleza. En este proceso el hombre se
enfrenta como con un poder natural con la materia de la naturaleza. Pone en
acción las formas naturales que forman su corporeidad, los brazos y las
piernas, la cabeza y la mano, para de ese modo asimilarse bajo una forma útil
para su vida, las materias que la naturaleza le brinda. Y a la par que de ese
modo actúa sobre la naturaleza exterior a él y la transforma, transforma su
propia naturaleza, desarrollando las potencias que dormitan en él y sometiendo
el juego de sus fuerzas a su propia disciplina. Aquí no vamos a ocuparnos, pues
no nos interesan, de las primeras formas de trabajo, formas instintivas y de
tipo animal. Aquí partimos del supuesto del trabajo plasmado ya en una forma en
la que pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que
semejan a las manipulaciones del tejedor, y la construcción de los panales... a
un maestro de obras. Pero hay algo en que el peor maestro de obras aventaja a
la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la
proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que
antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir, un
resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se limita a hacer
cambiar de forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que al mismo
tiempo, realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como una ley las
modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su
voluntad. Y esta supeditación no constituye un acto aislado. Mientras
permanezca trabajando, además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero
ha de aportar esa voluntad consciente del fin a que llamamos atención, atención
que deberá ser tanto más reconcentrada cuanto menos atractivo sea el trabajo,
por su carácter o por su ejecución para quien lo realiza, es decir, cuanto
menos disfrute de él el obrero como de un juego de sus fuerzas físicas y
espirituales» (I, pp. 130‑131).
2. Los
instrumentos de trabajo que el hombre posee determinan su historia: Los trabajos
se diversifican y evolucionan gracias a los instrumentos que el hombre posee:
«El medio de trabajo es aquel objeto o conjunto de objetos que el obrero
interpone entre él y el objeto que trabaja y que le sirve para encauzar su actividad
sobre este objeto. El hombre se sirve de las cualidades mecánicas, físicas y
químicas de las cosas para utilizarlas, conforme al fin perseguido, como
instrumentos de actuación sobre otras cosas. El objeto que el obrero empuña
directamente ―si prescindimos de los víveres aptos para ser consumidos
sin más manipulación, de la fruta, por ejemplo, en cuyo caso sus instrumentos
de trabajo son sus propios órganos corporales― no es el objeto sobre que
trabaja, sino el instrumento de trabajo. De este modo, los productos de la
naturaleza se convierten directamente en órganos de la actividad del obrero,
órganos que él incorpora a sus propios órganos corporales, prolongando así, a
pesar de la Biblia, su estatura natural» (I, pp. 131‑132) [13].
«El uso y fabricación de medios de trabajo
... caracterizan el proceso de trabajo específicamente humano ... y nos sirven
para apreciar antiguas formaciones económicas de las sociedades ya sepultadas.
Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace,
sino el cómo se hace, con qué instrumentos de trabajo se hace» (I, p. 132).
«Aunque
los historiadores actuales desdeñan y omiten el desarrollo de la producción
material, y por tanto la base de toda la vida social y toda la historia real,
por lo menos para lo referente a la prehistoria se procede a base de
investigaciones de ciencias naturales y no a base de las llamadas
investigaciones históricas, clasificando los materiales o instrumentos y armas
en edad de piedra, edad del bronce y edad del hierro» (I, pp. 132‑133,
nota 6) [14].
Una
fase de esta historia, ligada a unas determinadas condiciones de trabajo, es el
capitalismo.
3.
En este proceso de transformación o cambio con la naturaleza, el trabajo se
funde con el objeto; se hace objeto: «En el proceso de trabajo la
actividad del hombre consigue, valiéndose del instrumento correspondiente,
transformar el objeto sobre que versa el trabajo con arreglo al fin perseguido.
Este proceso desemboca y se extingue en el producto. Su producto es un valor
de uso, tina materia dispuesta por la naturaleza y adaptada a las
necesidades humanas mediante un cambio de forma. El trabajo se compenetra y
confunde con su objeto. Se materializa en el objeto, al paso que éste se
elabora. Y lo que en el trabajador era dinamismo, es ahora el producto,
plasmado en lo que es, quietud» (I, p. 133).
El
trabajo se hace así instrumento de trabajo, medio de producción, incorporado a
un objeto. De este modo los productos del trabajo no «son solamente resultados
del proceso del trabajo, sino también condiciones de su existencia; además, su
incorporación al proceso de trabajo, es decir, su contacto con el trabajo vivo
es el único medio de conservar y realizar como valores de uso esos productos de
un trabajo anterior» (I, p. 135).
II. «El proceso
de trabajo, tal y como lo hemos estudiado, es decir, fijándonos sólo en sus
elementos simples y abstractos, es la actividad racional encaminada a la
producción de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al
servicio de las necesidades humanas, la condición general del intercambio entre
la naturaleza y el hombre, la condición natural eterna de la vida humana,
independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las
formas sociales por igual» (I, p. 136). Este proceso de trabajo como
proceso de consumo de la fuerza de trabajo por el capitalista, presenta dos
características:
1.
El obrero trabaja bajo el control del capitalista, que cuida de que nada
se desperdicie.
2.
«Pero hay algo más y es que el producto es propiedad del capitalista y
no del productor directo... El capitalista paga el valor de un día de fuerza de
trabajo. Es dueño, por tanto, de utilizar como le convenga el uso de esa fuerza
de trabajo... ni más ni menos que el de otra mercancía cualquiera... El proceso
de trabajo es un proceso entre objetos comprados por el capitalista, entre
objetos pertenecientes a él. Y el producto de este proceso le pertenece... ni
más ni menos que el producto del proceso de fermentación de vinos de su bodega»
(I, p. 137).
III. El plusvalor
surge ya con absoluta necesidad. La fuerza de trabajo cuesta lo que
cuesta la subsistencia del trabajador, pero su rendimiento, que va íntegro al
capitalista, vale más: todo lo que se produce durante un día de trabajo.
1.
El trabajo vivo que la fuerza de trabajo «puede desarrollar su costo
diario de conservación y su rendimiento diario son dos magnitudes
completamente distintas. La primera determina su valor de cambio, la segunda
forma su valor de uso. El que para alimentar y mantener en pie la fuerza de
trabajo durante veinticuatro horas haga falta media jornada de trabajo, no
quiere decir, ni mucho menos, que el obrero no pueda trabajar durante una jornada
entera... Y al hacerlo, éste (el capitalista) no se desvía un ápice de las
leyes eternas del cambio de mercancías. En efecto, el vendedor de la fuerza de
trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor de
cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener el primero sin desprenderse
del segundo. El valor de uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo,
deja de pertenecer a su vendedor ni más ni menos que al aceitero deja de
pertenecerle el valor de uso del aceite que venda... el hecho de que el valor
creado por su uso durante un día sea el doble del valor diario que encierra es
una suerte bastante grande para el comprador, pero no supone, ni mucho menos,
ninguna injusticia contra el vendedor» (I, pp. 144‑145).
2.
La diferencia entre el trabajo considerado como fuente de valor de uso y el
mismo trabajo en cuanto crea valor, origina el plusvalor en un proceso de
producción capitalista. Y el plusvalor, en esta forma primera (plusvalor
absoluto), «brota mediante un exceso cuantitativo de trabajo, prolongando la
duración misma del proceso de trabajo», más allá del tiempo necesario para el
sustento del trabajador (I, p. 148).
Capítulo sexto: Capital constante y capital
variable, pp. 150‑159
(El trabajo como única fuente de plusvalor).
I. Según Marx,
sólo el trabajo enriquece al capitalista: le produce plusvalor. De aquí, que
deseche la categoría tradicional en economía del capital «fijo» (instalaciones)
y «variable» (mercancías y fuerza de trabajo): a su juicio, no hace más que
ocultar la verdadera sustancia del proceso económico.
II. «La parte del
capital que se invierte en medíos de producción, es decir, materias
primas, materias auxiliares e instrumentos de trabajo, no cambia de magnitud
de valor en el proceso de producción. Teniendo esto en cuenta, le doy el
nombre de parte constante del capital, o más concisamente capital constante.
En cambio, la parte de capital que se invierte en fuerza de trabajo cambia
de valor en el proceso de producción. Además de reproducir su propia
equivalencia, crea un remanente, la plusvalía o plusvalor... se
convierte de magnitud constante en variable. Por eso le doy el nombre de ... capital
variable» (I, p. 158).
III. Los medios de
producción no pueden añadir al producto más valor del que ellos poseen, por
haber incorporado antes fuerza de trabajo: «no transferirían al producto ningún
valor si ellos mismos no hubieran tenido ninguno antes de incorporarse a este
proceso» (I, p. 155).
Capítulo séptimo: La cuota de plusvalía, pp. 160‑176 (Grado de explotación de la
fuerza de trabajo y su forma matemática).
I. El capital
desembolsado es (capital constante) c + (capital variable), v, que produce c +
v + p (plusvalor). Pero como el plusvalor depende sólo de v, lo que se valoriza
es v, por tanto la proporción de valorización vendrá dada por la relación p/v
(I, p. 163).
1.
Durante la jornada de trabajo, la parte «en que se produce el valor diario de
la fuerza de trabajo, digamos tres chelines, no hace más que producir un
equivalente del valor ya abonado a cambio de ella por el capitalista, por
tanto... presenta el carácter de una mera reproducción. La parte de la
jornada de trabajo en que se opera esta reproducción es la que yo llamo tiempo
de trabajo necesario, dando el nombre de trabajo necesario al desplegado
durante ella».
«La
segunda etapa del proceso, en la que el obrero rebasa las fronteras del trabajo
necesario, le cuesta evidentemente trabajo, supone fuerza de trabajo
desplegada, pero no crea valor alguno para él. Crea el plusvalor, que sonríe al
capitalista con todo el encanto de algo que brotase de la nada. Esta parte de
la jornada de trabajo es la que yo llamo tiempo de trabajo excedente,
dando el nombre trabajo excedente (surplus labour) al trabajo desplegado
en ella» (I, p. 164).
II. «Como el valor
del capital variable ―el valor de la fuerza de trabajo comprendida por
él―, y el valor de ésta determina la parte necesaria de la jornada de
trabajo, y a su vez la plusvalía está determinada por la parte restante de esta
jornada de trabajo, resulta que el plusvalor guarda con el capital variable la
misma relación que el trabajo excedente con el trabajo necesario, por donde la
cuota de plusvalía, p/v = (trabajo excedente) / (trabajo necesario), donde la «cuota
de plusvalía es la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza
de trabajo por el capital o del obrero por el capitalista» (I, p. 165).
Capítulo octavo: La jornada de trabajo, pp. 176‑241 (Teoría de los límites y
necesidad del plusvalor).
I. Si el plusvalor
depende de la cantidad de trabajo excedente que se extrae al trabajador,
evidentemente la duración de la jornada de trabajo marcará de algún modo los
límites del plusvalor (el plusvalor absoluto). Interesa, por tanto, determinar
el modo en que se delimita la jornada de trabajo.
1.
Por una parte, ciertas horas del día el trabajador las necesita para dormir,
comer, etc.: sino, moriría. «Aparte de este límite puramente físico, la
prolongación de la jornada de trabajo tropieza con ciertas fronteras de
carácter moral. El obrero necesita una parte del tiempo para satisfacer
necesidades espirituales y sociales cuyo número y extensión dependen del nivel
general de cultura. Como vemos, las oscilaciones de la jornada de trabajo se
contienen dentro de límites físicos y sociales. Pero unos y otros tienen un
carácter muy elástico y dejan el más amplio margen» (I, p. 178) [15].
2.
Dentro de este margen, el capitalista, para Marx, necesariamente tiende a
llevar al máximo la extensión. «Como capitalista, él no es más que capital personificado.
Su alma es el alma del capital. Y el capital no tiene más que un instinto
vital: el instinto de acrecentarse, de crear plusvalor, de absorber con su
parte constante, los medios de producción, la mayor masa de trabajo excedente.
El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más
que chupando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa. El
tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el cual el
capitalista consume la fuerza de trabajo que compró. Y el obrero que emplea
para sí su tiempo disponible roba al capitalista» (I, pp. 178‑179).
Esto
es una condición de la sociedad capitalista: por eso, en otras sociedades
económicas «en que no predomina el valor de cambio, sino el valor de
uso» el trabajo excedente que se absorbe al trabajador (vasallo, siervo,
esclavo) se halla más circunscrito a un sector de necesidades, «sin que del
carácter mismo de la producción brote un hambre insaciable de trabajo
excedente» (I. p. 181).
III. Pero de hecho
el trabajador intenta limitar la jornada de trabajo, ejerciendo con ello sus
derechos de vendedor de fuerza de trabajo, como el capitalista ejerce los suyos
de comprador. Y aquí aparece la lucha de clases. «Nos encontramos, pues, ante
una antinomia, ante dos derechos encontrados, sancionados y acuñados
ambos por la ley que rige el cambio de mercancías. Entre dos derechos iguales y
contrarios, decide la fuerza. Por eso, en la historia de la producción
capitalista, la reglamentación de la jornada de trabajo se nos revela como una
lucha que se libra en torno a los límites de la jornada; lucha ventilada entre
el capitalista universal, o sea, la clase capitalista, de un lado, y de otro el
obrero universal, o sea, la clase obrera» (I, p. 180).
A
continuación Marx, dedica un buen número de páginas a narrar en detalle la
historia de esa lucha, con abundantes citas de documentos que ilustrarían lo
ocurrido, especialmente en la industria inglesa, y proporcionarían las
tendencias generales. Se cuida de destacar, a este propósito los siguientes
puntos:
1.
El carácter insaciable con que el capitalista tiende a extender la duración de
la jornada: «En su impulso ciego y desmedido, en su hambre canina devoradora de
trabajo excedente, el capital no sólo derriba las barreras morales, sino que
derriba también las barreras puramente físicas de la jornada de trabajo. Usurpa
al obrero el tiempo de que necesita su cuerpo para crecer, desarrollarse y
conservarse sano... En vez de ser la conservación normal de la fuerza de
trabajo lo que trace el límite a la jornada, ocurre lo contrario: es el máximo
estrujamiento diario de aquélla el que determina, por muy violento y penoso que
resulte, el tipo de descanso del obrero. El capital no pregunta por el límite
de vida de trabajo. Lo que a él le interesa es, única y exclusivamente, el
máximo de fuerza de trabajo que puede movilizarse y ponerse en acción durante
una jornada. Y, para conseguir este rendimiento máximo, no tiene inconveniente
en abreviar la vida de la fuerza de trabajo, al modo como el agricultor
codicioso hace dar a la tierra un rendimiento intensivo desfalcando su
fertilidad» (I, pp. 207‑208).
2.
La delimitación de la jornada, es un producto de la lucha de clases, entre la
clase capitalista que necesariamente tiende a alargarla y la trabajadora, que
la restringe: «La implantación de una jornada normal de trabajo es el fruto de
una lucha multisecular entre capitalistas y obreros» (I, p. 212); «de una larga
y difícil guerra civil, más o menos encubierta, entre la clase capitalista y la
clase trabajadora» (I, p. 238).
IV. Marx añade que
no podía ser de otra manera: «En el mercado, el trabajador se enfrenta, como
poseedor de su mercancía (fuerza de trabajo), con otros poseedores de
mercancías, como uno entre tantos... Pero cerrado el trato, se descubre que el
obrero no era «ningún agente libre»; que, el momento en que se le deja
libertad para vender su fuerza de trabajo, es precisamente aquel en que se ve
obligado a venderla; que el capitalista, su vampiro, no ceja en su empeño de
explotarle mientras quede un músculo, un tendón, una gota de sangre que
chupar». Para defenderse «contra la serpiente de sus tormentos, los obreros no
tienen más remedio que apretar el cerco y arrancar, como clase, una ley al
Estado, un obstáculo social insuperable que les impida a ellos mismos venderse
y vender su descendencia como carne de muerte y esclavitud mediante un contrato
libre con el capital» (I, p. 241).
Capítulo nueve: cuota y masa de plusvalor, pp. 241‑249 (Teoría de la masa de
dinero necesaria, para que el dinero se convierta en capital).
I. El total del
plusvalor que obtiene el capitalista depende de la cuota de plusvalor y
el número de trabajadores (es decir, de la cuantía del capital
variable);
1.
Como «dado el valor de la fuerza de trabajo, la masa de plusvalía que
produce cada obrero depende de la cuota de plusvalía, tendremos esta
primera ley: la masa de plusvalía producida es igual a la magnitud del
capital variable desembolsado multiplicado por la cuota de plusvalía, o lo
que es lo mismo se determina por la relación compleja entre el número de las
fuerzas de trabajo explotadas simultáneamente por el mismo capitalista y el
grado de explotación de cada fuerza de trabajo por sí» (I, p. 242).
2.
De aquí, que el capitalista pueda obtener la misma masa de plusvalor, reduciendo
el capital variable pero aumentando la cuota de plusvalor. Por eso, el límite
absoluto de la jornada de trabajo pone un límite absoluto «a la posibilidad
de compensar la disminución del capital variable aumentado... el grado de
explotación de la fuerza de trabajo».
Esta segunda ley, o tendencia del capitalista a reducir el número de
obreros, está en aparente contradicción con otra ley del capital, que es
aumentar la masa del plusvalor; porque la masa de plusvalor, cuanto menor sea
el capital variable, se hace siempre más neta: por eso, el capitalista nunca
aumenta los trabajadores para obtener igual plusvalor, más que cuando desciende
la cuota de plusvalor, por tanto, no para ocupar más trabajadores, sino para
que no disminuya la marca de plusvalor (I, p. 244).
3.
Está claro, sin embargo, siempre según Marx, que manteniéndose la cuota de
plusvalía y el valor de la fuerza de trabajo, el capitalista aumentará, en lo
que pueda, el capital variable para incrementar la masa de plusvalor: «las
masas de valor y de plusvalor producidas por capitales distintos están,
suponiendo que se trate de valores dados y de grados de explotación de la
fuerza de trabajo, en razón directa a las magnitudes de la parte variable de
aquellos, es decir que las partes invertidas en fuerza viva de trabajo» (I, p.
245).
Hay,
en esto, un contraste con la experiencia, que Marx anuncia que resolverá más
adelante: «esta ley se halla manifiestamente en contradicción con la
experiencia basada en la observación vulgar. Todo el mundo sabe que el
fabricante de hilados que... invierte en proporción más capital constante que
variable, no obtiene por ello una ganancia menor que el panadero» (Ibídem)
[16].
II. De su
análisis, Marx concluye también que hace falta una cuantía determinada de
dinero a invertir en fuerza de trabajo, para que se produzca el nacimiento de
la producción capitalista, la conversión de dinero en capital: por ejemplo, un
obrero que «contase con medios de producción propios y se bastase a sí mismo
para vivir como obrero, sólo necesitaría trabajar el tiempo indispensable para
reproducir sus medios de vida» (I, p. 246). Por eso, «el poseedor de dinero o
de mercancías sólo se convierte en verdadero capitalista allí donde la suma
mínima desembolsada en la producción rebasa con mucho la tasa máxima medieval.
Aquí, como en las ciencias naturales, se confirma la exactitud de aquella ley
descubierta por Hegel en su Lógica, según la cual al llegar a un cierto
punto, los cambios puramente cuantitativos se truecan en diferencias
cualitativas» (I, p. 247). Este mínimum es variable según el momento y
circunstancias. Lo importante es analizar las consecuencias de esta
transformación del dinero en capital:
1.
Ante todo, «el capital va convirtiéndose en puesto de mando sobre el
trabajo... El capital personificado, el capitalista, se cuida de que
el obrero ejecute su trabajo puntualmente y con el grado de exigible intensidad»
(I, p. 248).
2.
«El capital va convirtiéndose, además, en un régimen coactivo que obliga
a la clase obrera a ejecutar más trabajo del que exige el estrecho círculo de
sus necesidades elementales. Como productor de laboriosidad ajena... sobrepuja
en energía, en desenfreno y en eficacia a todos los sistemas de producción
basados directamente en los trabajos forzados que le precedieron» (I, p. 248).
3.
Finalmente, se produce otra curiosa transformación. El dinero se hace fuente de
derechos sobre el trabajo ajeno: «La simple transformación del dinero en
factores materiales del proceso de producción, en medios de producción,
transforma a éstos en títulos jurídicos y en títulos de fuerza que dan a
quien los posee derecho a recibir de los demás trabajo y plusvalor» (I, p.
249).
Capítulo diez: Concepto de la plusvalía
relativa, pp. 250‑258.
Capítulo once: Cooperación, pp. 259‑271; Capítulo doce:
División del trabajo y manufactura, pp. 272‑301; Capítulo trece:
Maquinaria y gran industria, pp. 303‑424 (La segunda forma de
plusvalor o plusvalor relativo y las formas de explotación que lleva aneja).
I. La noción de plusvalor
relativo y su diferencia con el plusvalor absoluto.
1.
Hasta aquí, Marx ha analizado una sola forma de plusvalor: el plusvalor por
esencia, el plusvalor absoluto que nace de que la jornada de trabajo supera en
duración al tiempo necesario para la subsistencia del trabajador. Pero hay otro
modo de obtener plusvalor: «La plusvalía producida mediante la prolongación de la
jornada de trabajo es lo que llamo plusvalía absoluta; por el contrario, a la
que se logra reduciendo el tiempo de trabajo necesario, con el consiguiente
cambio en cuanto a la proporción de magnitudes entre ambas partes de la
jornada última de trabajo (la que mantiene al obrero y la que da plusvalor), la
designo con el nombre plusvalía relativa» (I, pp. 252‑253).
2.
«El hecho de que la plusvalía relativa aumente en razón directa al desarrollo
de la fuerza productiva del trabajo mientras que el valor de la mercancía
disminuya en razón inversa a este desarrollo, siendo, por tanto, el mismo
proceso que abarata la mercancía el que hace aumentar la plusvalía contenida en
ellas (además tiende a abaratar la mercancía que es el trabajo: ya que su valor
está determinado por el valor de las mercancías), nos aclara el misterio de que
el capitalista, a quien sólo interesa la producción de valor de cambio, tienda
sin embargo constantemente a reducir el valor de cambio de sus mercancías» (I,
p. 257).
La
consecuencia es que el desarrollo de la fuerza productiva ―lo que
se llama habitualmente productividad―, no tenga en la economía
capitalista ―según Marx― otra misión que facilitar el crecimiento
del plusvalor y la explotación del trabajador: «Como se ve, en la producción capitalista,
la economía del trabajo mediante el desarrollo de su fuerza productiva
no persigue como finalidad, ni mucho menos, acortar la jornada de trabajo.
Tiende simplemente a acortar el tiempo de trabajo socialmente necesario para la
producción de una determinada cantidad de mercancías... En la producción
capitalista, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo tiene como
finalidad acortar la parte de la jornada de trabajo durante la que el obrero
trabaja para sí mismo, con el fin de alargar de este modo la otra parte de la
jornada, durante la cual tiene que trabajar gratis para el capitalista. Al
examinar los diversos métodos de producción de la plusvalía relativa, que
pasamos a estudiar, veremos hasta qué punto puede alcanzarse este resultado sin
necesidad de abaratar las mercancías» (I, pp. 257‑258).
II. Las posibilidades
de aumentar el plusvalor, que entraña el desarrollo de la fuerza
productiva:
1.
En primer lugar está la composición, o posibilidad de organizar mejor la fuerza
de trabajo. Cuando son muchos los trabajadores, se consigue asegurar que todos
tengan el rendimiento medio: «La jornada total de trabajo de un
número relativamente grande de obreros que trabajan simultáneamente, dividida
por el número de obreros empleados, representa de por sí una jornada de
trabajo social medio» (I, p. 260). Además, el empleo simultáneo de ese
número relativamente grande de obreros revoluciona, también, las condiciones
objetivas del proceso de trabajo: se abaratan los medios de trabajo (I, p.
261). Por otra parte, la nueva fuerza no sólo mejora en rendimiento individual,
sino como masa: «la cooperación no tiende solamente a potenciar la
fuerza productiva individual, sino a crear una fuerza productiva con las
necesarias características de fuerza de masa... la fusión de muchas
energías en una, el simple contacto social, engendra en la
mayoría de los trabajos productivos una emulación y una excitación especial de
los espíritus vitales, que exaltan la capacidad individual de rendimiento de
cada obrero» (I, p. 262). Por último, el mando del capital se hace más eficaz,
porque lo que parecía una consecuencia puramente formal de que el obrero
trabajara para él, al ser muchos los obreros se convierte «en requisito
indispensable del propio proceso de trabajo, en una verdadera condición
material de la producción. Hoy las órdenes del capitalista en la fábrica son
tan indispensables como las órdenes del general en el campo de batalla» (I, p.
266): con esto controla y hace rendir más el trabajo.
2.
En segundo lugar, la división del trabajo: el obrero se convierte en obrero
parcial: «mediante el análisis de las actividades manuales, la
especificación de los instrumentos de trabajo, la formación de obreros
parciales, su agrupación y combinación en un mecanismo complejo, la división
manufacturera del trabajo crea la organización cualitativa y la
proporcionalidad cuantitativa de los procesos sociales de producción... esta
organización no es más que un método de creación de plusvalía relativa, un
procedimiento para incrementar las ganancias del capital ―la llamada
riqueza social, ,«riqueza de las naciones», etc.― a costa del trabajador.
Este método no sólo desarrolla la fuerza productiva social del trabajo para el
capitalista exclusivamente, en vez de desarrollarla para el obrero, sino que,
además, lo hace a fuerza de mutilar al obrero individual» (I, p. 297). Mientras
para la antigüedad, la división social del trabajo era la ocasión para aumentar
la calidad y el valor de uso, en la sociedad capitalista, la división
manufacturera del trabajo es ―según Marx un medio para producir con la
misma cantidad de trabajo más mercancías, que así se abaratan y provocan una
aceleración en la acumulación de capital (I, pp. 297‑298).
3.
Finalmente, con el perfeccionamiento de la maquinaria y la aparición de la gran
industria, se provocarían nuevos modos de incrementar el plusvalor: la
apropiación por el capital de las fuerzas de trabajo excedentes. El trabajo de
la mujer y del niño: «la maquinaria al hacer inútil la fuerza del músculo,
permite emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico
completo, que poseen en cambio una gran flexibilidad en sus miembros. El
trabajo de la mujer y del niño fue, por tanto, el primer grito de la aplicación
capitalista de la maquinaria. De este modo aquel instrumento gigantesco creado
para eliminar trabajo y obreros, se convertía inmediatamente en medio de
multiplicación del número de asalariados» (I, pp. 323‑324). Como
consecuencia se produciría también un fenómeno de prolongación de la jornada de
trabajo, por las mayores facilidades que encuentra, al aumentar la masa de los
trabajadores y disminuir el esfuerzo del trabajo (I, pp. 331 y ss.).
Finalmente, la íntensificación del trabajo: la plusvalía absoluta tendía a
incrementar la magnitud extensiva del trabajo, «dando por supuesto su, grado
de' intensidad. Aquí veremos como la magnitud extensiva se trueca en intensiva
o en magnitud de grado... Tan pronto como la ley impone la reducción de
la jornada de trabajo.... la máquina se convierte, en manos del capital, en un
medio objetivo y sistemáticamente aplicado para estrujar más trabajo dentro del
mismo tiempo» (I, pp. 337‑339). Así la máquina «amplía el material humano
de explotación del capital mediante la apropiación del trabajo de la mujer y el
niño; confisca la vida entera del obrero, al dilatar en proporciones desmedidas
la jornada de trabajo, y, con sus progresos... acaba convirtiéndose en un medio
sistemático para movilizar más trabajo en cada momento o explotar la fuerza de
trabajo de un modo cada vez más intensivo» (I, p. 346).
III. Marx resalta,
al narrar los hechos que ilustran su pensamiento, el carácter férreo de las
leyes que rigen el proceso histórico del capitalismo: no es sólo que haya
sucedido así, sino que en una sociedad capitalista no podía suceder de otra
manera [17].
1.
Una primera idea es importante: a veces los fines in mediatos del capitalista
parecen no coincidir con lo qut imperan esas leyes. No importa: «para los
efectos de nuestro análisis este resultado general es considerado como si fuese
un resultado inmediato y fin inmediato en cada caso concreto Cuando, por
ejemplo, un determinado capitalista abarata camisas intensificando la capacidad
productiva del trabajo, no es necesario que su intención sea, ni mucho menos,
disminuir proporcionalmente el valor de la fuerza de trabajo y, por tanto, el
tiempo de trabajo necesario; pues sólo contribuyendo de algún modo a este
resultado, contribuirá a elevar la cuota general de plusvalía. No hay
que confundir las ―tendencias generales y necesarias del capital con las
formas que revisten» (I, p. 253).
«Aquí
no se trata de analizar cómo se manifiestan en la dinámica externa de los
capitales las leyes inmanentes de la producción capitalista... como se
revelan en la conciencia del capitalista individual como motivos propulsores;
pero lo que desde luego puede asegurarse, por ser evidente, es que para
analizar científicamente el fenómeno de la concurrencia hace falta entender la
estructura interna del capital, del mismo modo que para interpretar el
movimiento aparente de los astros es indispensable conocer su movimiento real,
aunque imperceptible para los sentidos» (I, pp. 253‑254) [18].
2.
Cada una de las formas de explotación del trabajo, propias del plusvalor
relativo, constituye una necesidad del proceso de producción, ya que el mismo
«régimen capitalista de producción se nos presenta, como una necesidad
histórica para la transformación del proceso de trabajo en un proceso social»,
donde se intensifica la fuerza productiva como una exigencia intrínseca del
capital (I, p. 270). «El motivo propulsor y la finalidad determinante del
proceso de producción capitalista ―dada por la misma estructura del
capital― son, ante todo, obtener la mayor valorización posible del
capital, es decir, hacer que rinda el mayor plusvalor posible y que, por tanto,
el capitalista pueda explotar con la mayor intensidad la fuerza de trabajo» (I,
p. 267). La función de dirección del capitalista ha de convertirse así
inevitablemente ―más cuanto más se amplía el número de obreros en «una
función de explotación en el proceso social de trabajo, función determinada por
el inevitable antagonismo entre el explotador y la materia prima de su
explotación» (Ibidem).
El
mismo carácter de necesidad se encuentra en la especialización de los
trabajadores: «esta tendencia a convertir el trabajo parcial en profesión vitalicia
de un hombre, responde a la tendencia de las sociedades antiguas a declarar
hereditarias las profesiones, a petrificarlas en forma de castas o de
gremios, cuando se dan determinadas condiciones históricas que engendran en el
individuo una variabilidad incompatible con las castas. Las castas y los
gremios nacen de la misma ley natural que informa la diferenciación de plantas
y animales en especies y subespecies, con la diferencia de que, al llegar a un
cierto grado de madurez, el carácter hereditario de las castas o el
exclusivismo de los gremios son decretados como ley social» (I, p. 275). De
modo análogo, se multiplican los instrumentos de trabajo en el período
manufacturero y se adaptan «a las funciones especiales y exclusivas de los
operarios parciales» (I, p. 276) [19].
Igual
condición de necesidad se observa en la estructuración y progresiva ampliación
de las dimensiones de la empresa: «la existencia de un número relativamente
grande de obreros que trabajen bajo el mando del mismo capital es el punto natural
y primitivo de partida de la cooperación en general, y de la manufactura en
particular. A su vez, la división manufacturera del trabajo convierte en
necesidad técnica el incremento del número de obreros empleados. Ahora, es la
división del trabajo reinante la que prescribe a cada capitalista el mínimo de
obreros que ha de emplear... Por tanto, el volumen mínimo progresivo del
capital concentrado en manos de cada capitalista, o sea, la transformación
progresiva de los medios de vida y de los medios de producción de la sociedad
en capital, es una ley que brota del carácter técnico de la manufactura» (I, p.
293). Pero no son sólo las condiciones de dimensión, etc., las que quedan
determinadas, sino la actitud entera de los que participan en el proceso: «las
potencias espirituales de la producción amplían su escala sobre un aspecto a
costa de inhibirse en los demás. Lo que los obreros parciales pierden, se
concentra, enfrentándose con ellos, en el capital. Es el resultado de la
división manufacturera del trabajo el erigir frente a ellos, como propiedad
ajena y poder dominador, las potencias espirituales del proceso material de
producción.
Este
proceso de disociación comienza con la cooperación simple, donde el capitalista
representa frente a los obreros individuales la unidad y la voluntad del cuerpo
social del trabajo. El proceso sigue avanzando en la manufactura, que mutila al
obrero, al convertirlo en obrero parcial. Y se remata en la gran industria,
donde la ciencia es separada del trabajo como potencia independiente de
producción y aherrojada al servicio del capital» (I, p. 294).
3.
Pero lo decisivo es resaltar que esta radical necesidad con que aparece y se
desarrolla el fenómeno de producción, abarca a las condiciones de explotación
con que se trata al trabajador, que para Marx son algo inevitable una vez
iniciado el régimen capitalista.
Así
describe, por ejemplo, la prolongación de la jornada de trabajo, como
consecuencia de la maquinización: la máquina, medio para aumentar la
productividad, «como depositaria del capital, comienza siendo en las industrias
de que se adueña directamente, el medio más formidable para prolongar la
jornada de trabajo haciéndola rebasar todos los límites naturales... crea
nuevas condiciones, que permiten al capital dar rienda suelta a esta tendencia
constante suya... nuevos motivos que acicatean su avidez de trabajo ajeno.
Considerada como capital ―y en función de tal es como el autómata―,
la maquinaria encuentra en el capitalista conciencia y voluntad. Las máquinas
nacen, pues, dotadas de la tendencia a reducir a la mínima resistencia las
barreras naturales reacias, pero elásticas, que las oponen al hombre. Esta
resistencia tiende, además, a ceder ante la aparente facilidad del trabajo para
la máquina y ante la intervención del elemento femenino e infantil, más
adaptable y flexible» (I, p. 331).
Lo
mismo ocurre con la intensificación del trabajo: «Es evidente que, al progresar
la maquinaria, y con ella la experiencia de una clase especial de obreros
mecánicos, aumenta, por impulso natural, la velocidad y, por tanto, la
intensidad del trabajo» (I, p. 337). Tan pronto la ley impone la reducción de
la jornada de trabajo «la máquina se convierte en manos del capital, en un
medio objetivo y sistemáticamente aplicado para estrujar más trabajo dentro del
mismo tiempo» (I, p. 339).
Marx
habla del organismo del sistema maquinista como de una fuerza que, de
por sí, implanta la explotación: «Vimos después cómo la maquinaria amplía el
material humano de explotación del capital mediante la apropiación del trabajo
de la mujer y del niño; cómo confisca la vida entera del obrero, al dilatar en
proporciones desmedidas la jornada de trabajo, y cómo sus progresos, que
permiten fabricar una masa gigantesca de productos en un período cada vez
menor, acaban convirtiéndose en un medio sistemático de movilizar más trabajo
en cada momento o explotar la fuerza de trabajo de un modo cada vez más
intensivo» (I, pp. 345‑346).
Y
concluye, aunque esto no sea una condición necesaria de la máquina, lo es de su
empleo capitalista: «los antagonismos y contradicciones inseparables del empleo
capitalista de la maquinaria no brotan de la maquinaria misma, sino de su
empleo capitalista». La máquina de por sí acorta el tiempo del trabajo, pero
empleada «por el capitalista lo alarga... de por sí representa un triunfo del
hombre sobre la naturaleza, pero al ser empleada por el capitalista hace que el
hombre sea sojuzgado por las fuerzas naturales... de por sí, incrementa la riqueza
del productor, pero dado su empleo capitalista, lo empobrece, etc., etc.» (I,
pp. 366‑367).
En
suma, para Marx, del mismo modo con que el obrero se ve forzado a vender su
fuerza de trabajo, el capitalista lo está a explotarla, acabando por perturbar
«el metabolismo entre el hombre y la tierra» o, en general, entre el hombre y
la naturaleza, en que esencialmente consiste el trabajo, de modo que «la
producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del
proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes
originales de toda riqueza: la tierra y el hombre» (I, pp. 422‑424).
Capítulos catorce a dieciséis: La producción
de la plusvalía absoluta y relativa: XIV: Plusvalía absoluta y relativa; XV: Cambio de magnitud
del precio de la fuerza de trabajo y de la plusvalía; XVI: diversas
fórmulas para expresar la cuota de plusvalía.
Llegando
aquí, Marx resume los pasos dados hasta ahora. Primero: el proceso de trabajo
en abstracto, independiente de sus formas históricas, es un proceso entre el
hombre y la naturaleza, cuyo resultado es el producto, es decir la
transformación de la naturaleza por medio de un trabajo productivo del obrero
(I, p. 425). Segundo: este proceso ―proceso de trabajo― comienza
siendo puramente individual, y un solo obrero realiza todas las funciones. El
individuo no puede «actuar sobre la naturaleza sin poner en acción sus músculos
bajo la vigilancia de su propio cerebro. Y así como en el sistema fisiológico
colaboran y se complementan la cabeza y el brazo, en el proceso de trabajo se
aúnan el trabajo manual y el trabajo mental. Más tarde estos dos factores se
divorcian hasta enfrentarse como factores antagónicos y hostiles. El producto
deja de ser fruto directo del productor individual para convertirse en un
producto social, en el producto común de un obrero colectivo... ya no es
necesario tener una intervención manual directa en el trabajo basta con ser
órgano del obrero colectivo, con ejecutar una cualquiera de sus funciones
desdobladas» (I, p. 424). Tercero: una vez que se ha socializado el proceso de
intercambio entre el hombre y la naturaleza, puede aparecer el régimen
capitalista: lo que caracteriza es que ya no es sustancialmente producción de
mercancías, sino de plusvalor: «el obrero no produce para sí mismo sino para el
capital. Por eso, ahora no basta con que produzca en términos generales, sino
que ha de producir concretamente plusvalía. Dentro del capitalismo sólo es
productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalista o que trabaja
para hacer rentable el capital» (I, p. 426). Cuatro: por eso, para que haya
régimen capitalista se requiere que el hombre se sobreponga a su «primitivo
estado animal»; hasta que, por tanto, su trabajo no se socializa en cierto
grado, no se dan las condiciones en que puede nacer: «brota en un terreno
económico que es fruto de un largo proceso de evolución... producto de una
historia que llena miles de siglos» (I, p. 428). Quinto: hacen falta, en
concreto, una serie de condiciones naturales, que crean la posibilidad de un
trabajo excedente, y que marcan el punto en que puede comenzar el trabajo para
otros y, por tanto, el régimen capitalista (I, p. 430‑431).
El
plusvalor depende, una vez alcanzado el régimen en que se produce, de
tres factores: la duración de la jornada de trabajo; la intensidad normal
del trabajo; la fuerza productiva del trabajo. De las combinaciones de
estos tres elementos derivan las diversas posibilidades y grados de explotación
y por tanto la cuota de plusvalor (I, p. 435 y ss.).
La
fórmula de la cuota de plusvalor es (trabajo excedente)/(trabajo necesario); a
esta fórmula se pueden reducir todas las demás proporciones que la expresan.
D. Sección
sexta: El salario, pp. 448 a 473. Cap. XVII: Cómo el valor o precio de la
fuerza de trabajo se convierte en salario: pp. 448‑454; Cap. XVIII: El
salario por tiempo, pp, 445‑461; Cap. XIX: El salario por piezas, pp. 462‑468;
Cap. XX: Diferencias nacionales en los salarios, pp. 469‑473.
I. visto
superficialmente ―dice Marx― el salario se presenta como el precio
de trabajo. Pero en realidad lo que el obrero vende es su fuerza de trabajo (I,
pp. 448‑449). Lo que en la economía clásica se «llama Valor del
trabajo es, en realidad, valor de la fuerza de trabajo, que reside
en la personalidad del obrero» (I, p. 451). Amparada en este equívoco, la
economía llegó ―continúa― a enredos y contradicciones insolubles.
Por
ejemplo, al capitalista le interesa solamente la diferencia entre el precio de
la fuerza de trabajo (lo que paga) y el valor creado por el trabajador. Pero
«como, él procura comprar todas las mercancías lo más baratas que puede, cree
que su ganancia proviene siempre de esta sencilla malicia, es decir, del hecho
de comprar las cosas por menos de lo que valen y de venderlas por más de su
valor. No cae en la cuenta de que si realmente existiese algo como el valor
del trabajo y, al adquirirlo, pagase efectivamente ese valor, el capital no
existiría, ni su dinero podría, por tanto, convertirse en capital» (I, p. 453).
Así, concluye, se disimula la explotación del obrero.
II. Esto vale
tanto para el salario por tiempo, como para el salario a destajo.
Bajo
la forma de salario, se oculta siempre la compra de una cantidad de fuerza de
trabajo no retribuida: así el capitalista consigue ignorar «que el precio
normal del trabajo envuelve una determinada cantidad de trabajo no retribuido,
y que precisamente es este trabajo no retribuido la fuente normal de la que
proviene su ganancia» (I, p. 461).
Esta
transfiguración de la explotación del trabajador, se toma aún más perfecta en
el salario por piezas. El salario por piezas no es más que una modalidad del
salario por tiempo, pero en la que el obrero se halla «personalmente interesado
en desplegar su fuerza de trabajo con la mayor intensidad posible, lo que
permite al capitalista elevar más fácilmente el grado normal de intensidad del
trabajo. El obrero se halla también interesado personalmente en que la jornada
de trabajo se prolongue», pues con ello aumenta su salario (I, p. 465). En
conjunto, aumenta la facilidad para explotar la fuerza de trabajo, de modo que
el salario por piezas es la forma de salario que mejor cuadra al régimen
capitalista (I, p. 466).
E. Sección séptima: El proceso de acumulación del
capital: pp. 474‑658. (Teoría del capital y su progresiva concentración).
Cap. XXI: Reproducción simple: pp. 476487; Cap. XXII: Conversión de la
plusvalía en capital: pp. 488‑516; Cap. XXIII: La ley general de la
acumulación capitalista: pp. 517‑606; Cap. XXIV: La llamada acumulación
originaria: pp. 607‑649; Cap. XXV: La moderna teoría de la colonización:
pp. 650‑658).
I. Para Marx, el
capitalismo se define por ser un sistema de explotación necesaria del obrero,
que se agudiza progresivamente. En esta sección se ocupa de cómo nace y se
desarrolla el capital, dotado de esa necesidad intrínseca y progresiva de
explotar el trabajo.
1.
El proceso interno del capital sería el siguiente: su primera función es
convertir una suma de dinero en medios de producción y fuerza de trabajo. La segunda
fase, que se inicia tan pronto como esos dos factores se han convertido en
mercancías ―con un valor que excede al precio de sus partes
integrantes―, consiste en reconvertir esas mercancías en dinero. El
dinero se halla así dispuesto para repetir de nuevo las fases sucesivas, que
constituyen el ciclo de circulación del capital (I, p. 475).
Si
se contempla este proceso en su conjunto ―no un acto suelto―, se
disuelven, comenta Marx, las características aparentes con que la explotación
se disfraza: se ve que «es una
parte del producto
reproducido constantemente por el mismo obrero que vuelve constantemente a sus
manos en forma de salario» (I, p. 477) y no ya un dinero anterior del
capitalista. En efecto, si el plusvalor es de un décimo del capital, a los diez
años, ya no quedará nada de ese dinero: a partir de ese momento, «el valor de
este capital sólo representa el total de la plusvalía que se ha apropiado
gratuitamente. De su antiguo capital no queda ya ni un átomo de valor. Por
tanto, prescindiendo en absoluto de todo lo que sea acumulación, la mera
continuidad del proceso de producción, o sea, la simple reproducción,
transforma necesariamente todo capital, más tarde o más temprano, en capital
acumulado o plusvalía capitalizada. Aunque al lanzarse al proceso de
producción, fuese propiedad personalmente adquirida por el trabajo de quien lo
explota, antes o después se convierte forzosamente en valor apropiado sin
retribución» (I, p. 479).
2.
De aquí deduce otra importante conclusión. El divorcio entre capital y trabajo,
es decir, entre el producto del trabajo y el trabajo mismo, entre las
condiciones objetivas de trabajo y la fuerza subjetiva del trabajo, es la
premisa o punto de partida del proceso capitalista. Ahora, para Marx, se hace
patente que «lo que al principio no era más que un punto de partida acaba
produciéndose incesantemente, eternizándose como resultado propio de la
producción capitalista, por medio de la mera continuidad del proceso, por obra
de la simple reproducción» (I, p. 480).
II. Pero el
capital no se limita a reproducirse, sino que se acumula. El proceso que se
provoca es el siguiente: para poder crecer, el capital necesita contar con una
nueva afluencia de trabajo. Y «no pudiendo aumentar extensiva o intensivamente
la explotación de los obreros que ya trabajan, le es forzoso incorporar a la
producción fuerzas de trabajo adicionales. El mecanismo de la propia producción
capitalista se cuida también de resolver este problema, al reproducir la clase
obrera como una clase supeditada al salario, cuyos ingresos normales bastan no
sólo para asegurar su conservación, sino también para asegurar su
multiplicación» (I, pp. 489‑490). Con el plusvalor, el capital consigue
los medios para reproducir nuevos obreros: «la clase obrera con lo que trabaja
de más este año, crea el capital necesario para dar el año siguiente entrada al
trabajo adicional. Esto es lo que se llama producir capital con capital» (I, p.
491).
1.
Lo característico, por tanto, del proceso capitalista será la inversión del
sentido de la propiedad: «el capitalista compra siempre fuerza de trabajo y el
obrero la vende, e incluso admitimos que por todo su valor real. Pues bien, en
estas condiciones, la ley de la apropiación o ley de la propiedad privada, ley
que descansa en la producción y circulación de mercancías, se trueca, por su
misma dialéctica interna e inexorable, en lo contrario de lo que es. El cambio
de valores equivalentes que parecía ser la operación originaría, se tergiversa
de tal modo que el cambio es sólo aparente, puesto que, de un lado, la parte
del capital que se cambia por la fuerza de trabajo no es más que una parte del
producto de trabajo ajeno apropiado sin equivalente, y, de otro lado, su
productor, el obrero, no se limita a reponerlo, sino que tiene que reponerlo
con un nuevo superávit... La propiedad, vista del lado del capitalista, se
convierte en el derecho a apropiarse trabajo ajeno no retribuido, y vista del
lado del obrero, como la imposibilidad de hacer suyo el producto de su trabajo.
De este modo, el divorcio entre la propiedad y el trabajo se convierte en
consecuencia obligada de una ley que parecía basarse en la identidad de estos
dos factores» (I, pp. 491‑492).
2.
Y esto, no como una decisión del capitalista, sino como una pura necesidad del
proceso de producción: «este resultado se impone como inevitable tan pronto
como la fuerza de trabajo es vendida libremente por el obrero como una
mercancía. Pero éste es también el momento a partir del cual la producción de
mercancías se generaliza y se convierte en forma típica de producción... Decir
que la interposición de trabajo asalariado falsea la producción de mercancías,
equivale a decir que la producción de mercancías no debe desarrollarse si no
quiere verse falseada» (I, p. 495).
3.
Con el agravante, además, que es el propio trabajo asalariado quien eterniza al
capital: «El conservar los valores antiguos al crear otros nuevos es un don
natural del trabajo vivo. Al aumentar la eficacia, el volumen y el valor de los
medios de producción, es decir, con la acumulación que acompaña al desarrollo
de su fuerza productiva, el trabajo conserva y eterniza, por tanto, bajo una
forma constantemente nueva, un capital cada vez más voluminoso. Esta fuerza
natural del trabajo se presenta como una fuerza de propia conservación del
capital que se lo anexiona, del mismo modo que las fuerzas sociales productivas
de aquél pasan por ser cualidades propias de éste y la constante apropiación
del trabajo excedente por el capitalista creación espontánea constante del
valor del capital» (I, pp. 511‑512).
III. A
continuación, examina Marx las leyes que a su juicio rigen este proceso de
progresiva acumulación y concentración del capital.
1.
La acumulación del capital determina un aumento de la clase obrera. Supuesto
que el capital se compone de capital constante, o valor de los medios de
producción, y capital variable o valor de la fuerza de trabajo (composición de
valor), o de medios de producción y fuerza viva de trabajo (composición
técnica), es evidente que «el incremento del capital lleva consigo el
incremento de su parte variable, es decir, de la parte invertida en fuerza de
trabajo», si no el nuevo capital no sería productivo (I, p. 516). Y así llega
un momento en que las necesidades de la acumulación exceden a la oferta normal
de trabajo: los salarios suben y aumentan, en consecuencia, los hijos de los
obreros. Así «como la reproducción simple reproduce constantemente el propio
régimen del capital, de un lado capitalistas y de otro obreros asalariados, la
reproducción en escala ampliada, o sea, la acumulación, reproduce el régimen
del capital en una escala superior, crea en uno de los polos más capitalistas y
en el otro más obreros asalariados. La reproducción de la fuerza de trabajo,
obligada, quiéralo o no, a someterse incesantemente al capital como medio de
explotación, que no puede desprenderse de él y cuya esclavización al capital no
desaparece más que en apariencia porque cambien los capitalistas a quien se
vende, constituye en realidad uno de los factores de la reproducción del
capital.
La acumulación del capital supone, por tanto,
un aumento del proletariado»(I, p. 518).
La
«órbita de explotación de imperio del capital se va extendiendo con su propio
volumen y con la cifra de sus súbditos... sin que el que algunos obreros,
individualmente, vivan mejor, suprima la explotación del asalariado» (I, p.
521). No puede ser de otra manera, para Marx: la explotación es condición,
cualesquiera que sean las circunstancias y la actitud del capitalista. Y
argumenta: «en las controversias mantenidas acerca de este tema se olvida casi
siempre lo principal, a saber: la diferencia específica de la producción
capitalista. Aquí nadie compra la fuerza de trabajo para satisfacer, con sus
servicios o su producto, las necesidades personales del comprador. No, la
finalidad de éste sólo es explotar el capital, producir mercancías, que
encierran más trabajo del que paga el que se las apropia y que, por tanto,
contienen una parte de valor que al capitalista no le cuesta nada y que, sin
embargo, puede realizarse mediante la venta de las mercancías. La producción de
plusvalía, la obtención de lucro; tal es la ley absoluta de este sistema de
producción... por muy favorables que sean para el obrero las condiciones en que
vende su fuerza de trabajo, estas condiciones llevan consigo la necesidad de
volver a venderla constantemente y la reproducción constantemente ampliada de
la riqueza como capital» (p. 522). No puede nunca disminuir el trabajo no
retribuido al límite en que supusiera una amenaza para el sistema (I, p. 523).
La
relación entre capital y trabajo no es, como podría parecer, una relación entre
dos magnitudes independientes; es más bien, «en última instancia, pura y
simplemente, la relación entre el trabajo no retribuido (capital) y el trabajo
pagado de la misma población obrera». Existe, por tanto, una proporción entre
una y otra, necesaria para que siga la explotación, que el capital se encarga
de mantener: «excluye toda reducción del grado de explotación del trabajo o
toda alza del precio de éste que pueda hacer peligrar seriamente la reproducción
constante del régimen capitalista y la reproducción del capital sobre una
escala cada vez más alta. Y forzosamente tiene que ser así ―recalquemos
de nuevo, el carácter inevitable que para Marx tienen todas estas leyes―,
en un régimen de producción en que el obrero existe para las necesidades de
explotación de valores ya creados, en vez de existir la riqueza material para
las necesidades del desarrollo del obrero. Así como en las religiones vemos al
hombre esclavizado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción
capitalista le vemos esclavizado por los productos de su propio brazo» (I, p.
524).
2.
A medida que avanza el proceso de acumulación capitalista, el capital tiende
también a concentrarse y a centralizarse en pocas manos.
El
capitalismo supone una acumulación inicial de capital. Y una vez instaurado,
necesariamente tiende a impulsar esa acumulación. (I, p. 528). Cada capitalista
tiende a tener más medios ―así se concentra el capital― y a la vez
tienden a surgir otros capitalistas. Pero simultáneamente se observa otra
tendencia: «la concentración de los capitales ya existentes, de la acumulación
de su autonomía individual de la expropiación de unos capitalistas por otros,
de la acumulación de muchos capitales pequeños para formar unos cuantos
capitales grandes... Se trata de una verdadera centralización, que no debe
confundirse con la acumulación y la concentración» (I, p. 529).
Este
proceso, que Marx renuncia a estudiar con detalle (p. 530), es mucho más rápido
que el de la acumulación (531) y está favorecido por el crédito (pp. 530‑532).
3.
Por último, a medida que crece la acumulación capitalista tiende también a
variar la composición del capital, haciendo aumentar constantemente el capital
constante a costa del capital variable ―de la proporción entre capital y
obreros―: de este modo se produce una superpoblación relativa de
trabajadores que asegura trabajo vivo al capital y que los salarios sean bajos:
es el ejército industrial de reserva.
Con
el aumento de la magnitud del capital, «aumenta también la escala en que la
mayor atracción de obreros por parte del capital va unida a una mayor repulsión
de los mismos, aumenta la celeridad de los cambios operados en la composición
orgánica del capital» (I, p. 534): el capital se asegura así obreros
excedentes, que puede ocupar en las sucesivas ampliaciones, siempre en
proporción decreciente respecto a la cuantía de capital. «Si la existencia de
una superpoblación obrera es producto necesario de la acumulación o del
incremento de la riqueza dentro del régimen capitalista, esta superpoblación se
convierte a su vez en palanca de la acumulación del capital, más aún, en una de
las condiciones de vida del régimen capitalista de producción. Constituye un
ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al
capital de un modo tan absoluto como si se criase y se mantuviese a sus
expensas» (I, p. 535).
El
capital, por tanto, gracias al plusvalor que arrebata a los trabajadores, se
encarga también. de alimentar y adecuar el ritmo del crecimiento de la
población a sus propias necesidades, haciéndose suya la población que alimenta
a costa de explotar su trabajo. Y la ley que rige este proceso es la siguiente:
«cuanto mayores son la riqueza social, el capital en funciones y la intensidad
de su crecimiento, y mayores también, por tanto, la magnitud absoluta del
proletariado y la capacidad productiva de su trabajo, tanto mayor es el
ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla
por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud del
ejército industrial de reserva crece, por consiguiente, a medida que crecen las
potencias de la riqueza. Y cuanto mayor es este ejército de reserva en
proporción al ejército obrero en activo, más se extiende la masa de la
superpoblación consolidada, cuya miseria se halla en razón inversa a los
tormentos de su trabajo. Y finalmente, cuanto más crecen la miseria dentro de
la clase obrera y el ejército de reserva, más crece también el pauperismo
oficial. Tal es la ley general absoluta, de la acumulación capitalista» (I, p.
546).
En
el sistema capitalista, de modo semejante a como los métodos para mejorar la
producción se truecan en medios más eficaces de explotación del trabajador, de
incremento del plusvalor y de sometimiento al despotismo más odioso, igualmente
toda acumulación del capital incrementa también la explotación: «todos los
métodos de producción de plusvalía son, al mismo tiempo, métodos de acumulación
y todos los progresos de acumulación se convierten, a su vez, en medios de
desarrollo de aquellos métodos. De donde se sigue que, a medida que se acumula
el capital, tiene necesariamente que empeorar la situación del obrero,
cualquiera que sea su retribución, ya sea ésta alta o baja... lo que en un lado
es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, es decir, en la clase que
crea su propio producto como capital, acumulación de miseria, de tormentos de
trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral» (I,
pp. 546‑547).
Como
tantas veces, estos procesos necesarios de la sociedad, que Marx describe y
fija en minuciosas leyes, han sido absolutamente contradichos: son una ficción
absoluta, sin correspondencia real. Con todo, dedica 60 páginas, a ilustrar con
cálculos detallados, cómo se estaría cumpliendo esta ley en Irlanda e
Inglaterra, incluso pormenorizando por distritos.
IV. Una vez
aclarado qué sea la acumulación de capital Marx se propone desenmascarar
también el origen de lo llamada acumulación originaria: la primera producción
de capital, que habría dado lugar al régimen capitalista, y que justificaría
―a los ojos burgueses― la ganancia del capital
1.
Parte de la siguiente afirmación: «ni el dinero ni la mercancía son por el
capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos de
consumo. Necesitan convertirse en capital. Y, para ello, han de ocurrir una
serie de circunstancias concretas», que pueden resumirse en el divorcio entre
los obreros ―libres― que venden su fuerza de trabajo y la propiedad
sobre las condiciones de realización de su trabajo» (I, p. 608).
De
aquí deduce que «el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el
proceso de disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de
su trabajo, proceso que de una parte convierte en capital los medios sociales
de vida y de producción, mientras que de otra parte convierte a los productores
directos en obreros asalariados. La llamada acumulación originaria no
es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los
medios de producción» (I, p. 608).
2.
Este proceso tiene lugar en Europa, con precedentes en algunas ciudades del
Mediterráneo, durante el siglo xvi (I, p. 609). Sirve de base la expropiación
de la tierra al campesino, a lo que sigue la aparición de una abundante mano de
obra libre: ésta se empleará en las ciudades y en el mismo campo (p. 624 y
ss.). Además, en la agricultura, surge simultáneamente el arrendatario
capitalista, que explota a los jornaleros del campo (pp. 631 y ss.). De ahí, el
trabajo y el capital se trasladan a la industria (633 y ss.) y le forman su
mercado hasta que finalmente aparece el capitalista industrial (pp. 637 y ss.).
V. Al término de
este capítulo, Marx juzga, con el estilo característico de sus utopías proféticas,
el sentido y tendencia última del proceso de producción capitalista.
1.
La clave la daría la misma acumulación originaria o separación entre el
trabajador y los medios de producción. La acumulación originaria significa el
inicio de la sistemática explotación del productor directo o, lo que es lo
mismo, «la destrucción de la propiedad privada basada en el trabajo» (I,p.
647).
2.
La propiedad privada ―por oposición a la propiedad social o
colectiva― existe allí donde las condiciones externas y los instrumentos
de trabajo pertenecen en propiedad a los particulares. Representa un estadio
para el progreso: «la propiedad privada del trabajador sobre los medios de
producción es la base de la pequeña industria y ésta es una condición necesaria
para el desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del
propio trabajador» (I, Ibidem): es la etapa que corresponde al campesino dueño
de la tierra que trabaja, o al artesano dueño del instrumento con que opera.
Este régimen supone la diseminación de la tierra y de los demás medios de
producción: excluye la concentración de éstos y la división del trabajo. Por
eso, sólo es compatible con un desarrollo primitivo.
3.
Como no es perennemente válido, este régimen, «al llegar a un cierto grado de
progreso, él mismo alumbra los medios materiales para su destrucción. A partir
de este momento, en el seno de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se
sienten cohibidas por él. Hácese necesario destruirlo y es destruido. Su
destrucción, la transformación de los medios de producción individuales y
desperdigados en medios sociales y concentrados de producción... de la
propiedad raquítica de muchos en propiedad gigantesca de pocos..., la
expropiación de la gran masa del pueblo de la tierra y de los medios de vida e
instrumentos de trabajo, esta espantosa y difícil expropiación de la masa del
pueblo, forma la prehistoria del capital.
A
medida que este proceso de transformación corroe suficientemente la sociedad
antigua, se multiplican separados los proletarios y las condiciones de su
trabajo (el capital), el rumbo progresivo «de la socialización del trabajo y de
la transformación de la tierra y demás medios de producción en medios de
producción explotados socialmente, es decir colectivos, y por tanto, la marcha
ulterior de la expropiación de los propietarios privados, cobra una nueva
forma» (p. 248): la expropiación de los capitalistas.
En
una primera fase, dentro del mismo sistema capitalista, esto se produce por
virtud de las «leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la
centralización de los capitales. Cada capitalista desplaza a otros muchos.
Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos
capitalistas por unos pocos», se desarrolla la escala del proceso de producción
y por tanto de la explotación del trabajador y de la internacionalización del
capital (p. 248).
4.
Alumbramos así la última fase: «Conforme disminuye progresivamente el número de
magnates capitalistas que usurpan y monopolizan este proceso de transformación,
crece la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavización de la
degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase
obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más organizada
por el mecanismo del mismo proceso capitalista de producción. El monopolio del
capital se convierte en el grillete del régimen de producción que ha crecido
con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la
socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con
su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de
la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados» (I, pp.
648‑649).
5.
Marx está ahora en condiciones de hacer la síntesis de la realidad, en perfecta
consonancia con la dialéctica hegeliana: «El sistema de apropiación capitalista
que brota del régimen capitalista de producción, y por tanto de la propiedad
privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual,
basada en el propio trabajo. Pero la producción capitalista engendra, con la
fuerza inexorable de un proceso natural ―la insistencia de Marx en este
punto es constante―, su propia negación. Es la negación de la
negación. Esta no restaura la propiedad privada ya destruida, ―sino
una propiedad individual que recoge los progresos de la era capitalista: una
propiedad individual basada en la cooperación y en la posesión colectiva de la
tierra y de los medios de producción producidos por el propio trabajo» (I, p.
649).
Termina
Marx, haciendo notar que esta última fase será más sencilla y rápida que la
anterior: «allí se trataba de la expropiación de la masa del pueblo por unos
cuantos usurpadores; aquí de la expropiación de unos cuantos usurpadores por la
masa del pueblo» (I, p. 649).
VI. Añade, aún, un
último capítulo, en que describe cómo considera que se está haciendo en las
colonias el proceso de capitalización y proletarizacíón (pp. 650‑658).
En
el libro I, Marx ha analizado el proceso capitalista de producción en lo que,
para él, consiste su elemento definitorio: la producción de plusvalor, que
a su vez alimenta la conservación y aumento del capital. Para mostrar más claro
el nacimiento del plusvalor, tal como intenta probarlo, se había limitado a
contemplar las solas relaciones entre capitalista y obrero, que se disponen a
transformar la materia prima en mercancía; resignado uno a mal vivir y animado
el otro a hacerse con el plusvalor. Pero el plusvalor sólo se hace tangible
cuando las mercancías circulan: resulta preciso, por tanto, estudiar por entero
el proceso de circulación de capital, en el que tiene lugar el desarrollo de la
producción capitalista.
En
consecuencia, en el libro primero, «los cambios de forma y materia que el
capital experimenta dentro de la órbita de la circulación se daban por
supuestos, sin detenerse a estudiarlos. Se daba por supuesto, por tanto,
primero, que el capitalista vende el producto por su valor, y segundo, que
encuentra a su disposición los medios materiales de producción necesarios para
comenzar el nuevo proceso o proseguirlo ininterrumpidamente. El único acto de
la órbita de circulación en que necesitábamos detenernos allí era la compra y
la venta de la fuerza de trabajo, como condición fundamental de la producción
capitalista» (II, p. 315).
El
objeto del libro II será precisamente estudiar entero el proceso de circulación
y acumulación del capital social. Sustancialmente no añade nada nuevo a lo ya
dicho, sino que trata de probar cómo la tesis del libro I se desarrolla en el
proceso de la circulación global de la economía. En el libro III estudiará cómo
los capitalistas se distribuyen entre sí el plusvalor.
A. Sección
primera: Las metamorfosis del capital y su cielo: pp. 27‑135.
Capítulo I: El ciclo del capital‑dinero: p. 27‑52; Cap. II: El
ciclo del capital productivo: pp. 58‑77; Cap. III: El ciclo del capital‑mercancías:
pp. 78‑89; Cap. IV: Las tres fórmulas del proceso cíclico: pp. 91‑107;
Cap. V: El tiempo de circulación: p. 108‑114; Cap. VI: Los gastos de
circulación: p. 115‑135.
I. El proceso de
producción, que tiene como resultado el producto‑mercancía y como motivo
determinante la producción de plusvalor, no es más que una fase de un proceso
más amplio de circulación del capital. El capital comienza siendo dinero, se
transforma luego en medios de producción, para transformarse de nuevo en
mercancías, que recuperan finalmente la forma dinero: forma bajo la cual el
plusvalor se hace tangible. El capital vive por tanto bajo tres formas: como
dinero, como medios de producción invertidos en producir, y como mercancías
dispuestas a la venta. Marx dedica tres capítulos a analizar cada una de estas
formas, comenzando por la forma dinero que es la que define el ciclo
capitalista, dentro del cual operan las otras dos formas.
1.
El entero proceso cíclico del capital se desarrolla en tres fases:
«Primera
fase: El capitalista aparece
en el mercado de mercancías y en el mercado de trabajo como comprador; su
dinero se invierte en mercancías (incluida fuerza de trabajo); recorre el acto
de circulación D-M.
Segunda
fase: Consumo productivo por
el capitalista de las mercancías compradas. Aquél actúa como productor
capitalista de mercancías; su capital recorre el proceso de producción. El
resultado es: una mercancía de valor superior al de los elementos que la
producen.
Tercera
fase: El capitalista retorna
al mercado como vendedor; sus mercancías se convierten en dinero; recorre el
acto de circulación M‑D» (II, p. 27).
2.
Como se ve, el capital‑dinero aparece en dos fases del entero ciclo del
capital: al comienzo y al final. «Por tanto, la fórmula que expresa el ciclo
del capital‑dinero es: D‑M...P... M´―D'. Los puntos
indican la interrupción que supone el proceso de producción, y M' y D'
representan M y D incrementados por la plusvalía» (II, p. 27).
3.
Por su parte, el ciclo del capital productivo «presenta esta fórmula
general: P...M'―D―M ... P' que expresa «su proceso de producción
como proceso de reproducción» no sólo de sí mismo, sino de sí mismo con el
plusvalor (II, p. 58). Igual que en ciclo del capital‑dinero, la
producción aparecía como una interrupción y un mediador entre las dos fases de
la circulación, aquí la circulación del capital aparece como simple etapa
intermedia en el proceso de reproducción renovada del capital.
4.
Finalmente, la fórmula general del ciclo de capitalmercancías «es:
M´―D'―M...P...M". La diferencia entre esta tercera forma y las
dos anteriores radica en que «aquí la circulación total, con sus dos fases
opuestas, abre el ciclo, mientras que en la forma I (n. 2) la circulación es
interrumpida por el proceso de producción y en la forma II (n. 3) la
circulación total, con sus dos fases complementarias entre sí, aparece como
mediadora sólo del proceso de reproducción»; y en que aquí el punto inicial
debe ser M' porque «el ciclo del capital‑mercancías no se abre como un
valor‑capital puro y simple, sino con un valor‑capital incrementado
en forma de mercancías' incluyendo desde el primer momento no sólo el ciclo del
valor del capital existente en forma de mercancías, sino también el de la
plusvalía» (II, pp. 78‑79).
II. Estudiando así
el proceso cíclico del capital en sus tres formas (dinero, capital productivo,
mercancías), Marx se considera en condiciones de concluir:
1.
Que la obtención de plusvalor, que es lo que movía al capitalista individual,
es la condición determinante y que explica todo el proceso de circulación del
capital, en cada una de las tres formas del proceso cíclico, que
expresan el modo propio de circular en sus tres posibles formas. En efecto:
«Las
tres fórmulas pueden expresarse así, llamando Pc al proceso de circulación en
su conjunto:
I)
D―M…P...M'―D'
II) P
...Pc...P
III)
Pc...P(M')
Resumiendo
las tres fórmulas en su unidad, vemos que todas las premisas del proceso
aparecen como su resultado, como premisa producida por él mismo. Todos los
momentos aparecen aquí como punto de partida, punto de transición y punto de
retorno. El proceso en su conjunto se presenta como unidad del proceso de
producción y del proceso de circulación; el proceso de producción sirve de
mediador al proceso de circulación, y viceversa. Y la nota común a los tres
ciclos es la valorización del valor como finalidad determinante, como motivo
propulsor. En I esto se expresa en la misma fórmula, la fórmula II arranca de
P, del mismo proceso de valorización. En la fórmula III el proceso arranca del
valor valorizado y termina con el valor que se valoriza, aun cuando el
movimiento se repita en la misma fase» (II, p. 91).
2.
Así, podrá explicar como un proceso unitario la explotación de los trabajadores
por el capital social, sin que los actos individuales de este proceso
―pese a la apariencia que revista en cada caso― constituyan algo
más que una apariencia subjetiva de quien los contempla. En efecto: «en un
círculo que se halle en constante rotación, todo punto es al mismo tiempo punto
de partida y de retorno... por donde toda diferencia aparece como una
diferencia puramente formal y también como una diferencia puramente subjetiva,
que sólo existe para quien la contempla... En la medida en que cada uno de
estos ciclos se considera como forma especial del movimiento que recorren los
distintos capitales individuales, esta diferencia sólo existe, en efecto, como
algo puramente individual. Pero en realidad, todo el capital industrial aparece
bajo las tres formas al mismo tiempo» (II, p. 90‑91). En definitiva,
continúa, el verdadero ciclo del capital industrial, en su continuidad, no está
constituido sólo por la unidad del proceso de circulación y de producción, sino
por la unidad de los tres ciclos, que van recorriendo sus distintas partes, de
modo que los procesos de cada una «no son más que momentos simultáneos y
sucesivos del proceso total» (II, p. 94).
Esto
haría patente que el capital es una sustantivación de valor: algo que se
objetiva ―el capital es para Marx, trabajo humano objetivado, que no
regresa dialécticamente a satisfacer las necesidades del trabajador―,
imponiendo condiciones no sólo al trabajador, sino al mismo capitalista: «el
capital, como valor que se valoriza, no encierra solamente relaciones de clase,
un determinado carácter social, basado en la existencia del trabajo asalariado.
Es un movimiento, y no un estado yacente. Quienes consideran una pura
abstracción la sustantivación del valor olvidan que el movimiento del capital
industrial es precisamente esa abstracción hecha realidad... Los movimientos
del capital industrial aparecen como actos del capitalismo industrial
individual, en el sentido de que éste es quien actúa como comprador de
mercancías y de trabajo, como vendedor de mercancías y capitalista productivo,
haciendo posible, por tanto, mediante sus actos, la realización del ciclo» (II,
p. 94).
Se
comprende ahora mejor, por qué Marx postula continuamente una obediencia
mecánica del capitalista a lo que él considera que son las necesidades del
valor objetivado como capital. Esa radical ausencia de libertad con que el
capitalista sólo puede explotar al trabajador: «todo el carácter de la
producción capitalista está determinado por la valorización del valor del
capital desembolsado, es decir, en primer lugar, por la producción de la mayor
cantidad de plusvalía; y en segundo lugar, por la producción del capital, y
consiguientemente por la transformación de la plusvalía en capital. Pero, a su
vez, la acumulación o producción en escala ampliada, que, como medio para una
producción cada vez más extensa de plusvalía y, por tanto, para el
enriquecimiento del capitalista, aparece como la finalidad personal de éste y
va implícitamente en la tendencia general de la producción capitalista, se
convierte, al desarrollarse ―como hemos demostrado en el libro
primero―, en una necesidad para todo capitalista individual» (II, p. 71).
III. Finalmente analiza el tiempo que dura la circulación del capital y el gasto, no productivo, que esto representa, lo que le dará las bases para analizar cómo el tiempo de circulación ―el período durante el cual el capital recorre las diversas fases― influye sobre el volumen de la producción y de la cuota anual de plusvalor. Esto constituye el objeto de la sección siguiente.
B. Sección segunda: La rotación del
capital. (pp. 136‑313); cap. VII; Tiempo de rotación y número
de rotaciones (pp. 136‑139); cap. VIII: Capital fijo y capital circulante
(pp. 140‑162); cap. IX: La rotación global del capital desembolsado.
Ciclos de rotación (pp. 163‑168); cap. X y XI: Teorías sobre el capital
fijo y el capital circulante (pp. 169‑202); cap. XII: El período de
trabajo (pp. 203-211); cap. XIII: El tiempo de producción (pp. 212‑220);
cap. XIV: El tiempo de circulación (pp. 221‑228); capítulo XV: Cómo
influye el tiempo de rotación en la magnitud del capital desembolsado (pp. 229‑261);
cap. XVI: La rotación del capital variable (pp. 262‑285); cap. XVII: La
circulación de la plusvalía (pp. 286‑313).
I. Una vez
analizadas las diversas formas que el capital adopta en su ciclo y las
distintas formas del ciclo, Marx procede a analizar su rotación: es decir, de
un lado, cómo las diversas partes integrantes del capital (capital fijo y
capital circulante) recorren el ciclo de las diversas formas (dinero-capital,
capital‑productivo, capital‑mercancía) en distintos períodos y de
distintas maneras (pp. 140‑202). Y de otro lado, las circunstancias que
determinan la diversa duración del período de trabajo o producción (pp. 203‑220)
y del período de circulación (pp. 221‑228): su suma es el tiempo de
rotación.
Con
estas bases, trata de extraer las leyes según las cuales la duración del ciclo
y la relación entre las distintas partes que integran el capital influyen sobre
la magnitud que él mismo necesita tener y sobre la cuantía de la cuota anual de
plusvalor que permite obtener.
1.
Respecto al primer punto, la idea central es que cuanto mayor sea el tiempo de
rotación, mayor ha de ser la magnitud del capital desembolsado. Y que una parte
considerable del capital industrial debe revestir siempre la forma de capital‑dinero,
y una parte aún mayor debe revestirla transitoriamente (cfr. p. 254).
2.
Respecto al segundo punto, señala Marx que en tanto la composición y tiempo de
rotación influyen en la magnitud del capital necesario, lo hacen en la cuota
anual de plusvalor: como la composición de capital y su tiempo de rotación
«modifican la magnitud del capital‑dinero que debe desembolsarse para
movilizar durante un año una determinada cantidad de fuerza de trabajo», en la
misma medida determinan la cuota anual de plusvalor (II, p. 280), que será
mayor cuanto menos dure el tiempo de rotación.
Por
eso, en definitiva, «para el capitalista el tiempo de rotación de su capital es
el tiempo durante el cual debe tener desembolsado su capital para valorizarlo y
recobrarlo en su forma primitiva» (II, p. 139).
II.
Preocupación importante de Marx es demostrar que ninguna de las variables que
introduce el proceso de rotación (su tiempo de duración, diversos modos de
distribuirse el capital en sus diversas formas, a lo largo del ciclo, etc.),
altera la ley general de la producción de plusvalor: es decir, que éste depende
sólo «de la magnitud del capital variable empleado (= capital empleado en
fuerza de trabajo) y del grado de explotación del trabajo» (II, p. 280).
1.
Marx tropieza con una anomalía: si todas las demás condiciones permanecen
iguales, un capital variable de 500, que rote 10 veces al año y produzca una
plusvalía de 5.000, si rotase sólo una vez al año produciría una plusvalía de
sólo 500: «este fenómeno parece indicar «que la cuota de plusvalía no depende
sólo de la masa y del grado de explotación de la fuerza de trabajo movilizada
por el capital variable, sino, además, de factores inexplicables, procedentes
del proceso de circulación» (II, p. 265).
2. Una tal
anomalía, quebraría toda la teoría marxista del plusvalor: por eso, Marx
insiste en que es sólo aparente y da la siguiente explicación: es necesario
distinguir entre capital variable (es decir, invertido en fuerza
de trabajo y por tanto fuente única de plusvalor) empleado y desembolsado. Sólo
el primero produce plusvalor: «el capital variable desembolsado sólo funciona
como capital variable durante el tiempo en que realmente se le emplea, pero no
mientras se halla, aunque ya desembolsado, en reserva para ser empleado en el
momento oportuno. Sin embargo, todas las circunstancias que diferencian la
relación entre el capital variable desembolsado y el capital variable empleado
se resumen en la diferencia entre los períodos de rotación (determinada por la
diferencia en cuanto al período de trabajo, en cuanto al período de circulación
o en cuanto a ambos). La ley de producción de plusvalía es que, a igual cuota
de plusvalía, masas iguales de capital variable en acción producen masas
iguales de plusvalía. Si, por tanto, los capitalistas A y B emplean, en el
mismo período de tiempo y con la misma cuota de plusvalía, masas iguales de
capital variable, producirán necesariamente en el mismo espacio de tiempo masas
iguales de plusvalía, por mucho que difiera la proporción entre este capital
variable empleado en determinados períodos de tiempo y el capital variable
desembolsado durante el mismo, tiempo y por mucho que difiera también, por
tanto, la proporción entre las masas de plusvalía producidas y el capital
variable, no empleado, sino simplemente desembolsado. Las ,diferencias que
afectan a esta proporción, en vez de contradecir las leyes expuestas acerca de
la producción de plusvalía, lo que hacen es confirmarlas y son una consecuencia
inexcusable de ellas» (II, pp. 267‑268).
III. Al paso se
enfrenta con otra dificultad, de la que luego se ocupará con más detalle: la
afirmación de que pueda calificarse como trabajo productivo, el trabajo del
ganado de labor (III, p. 190, nota 2). La sola idea es para Marx un escándalo y
prueba de que no se comprende el papel que el trabajo realiza en el proceso de
valorización del valor.
Sin
embargo, es difícil ver por qué no es aplicable al capital empleado en sostener
ganado de labor, lo que Marx considera esencial para la definición de capital
variable: «lo esencial en el concepto de capital variable ―y, por tanto,
para la transformación de una suma cualquiera de valor en capital― es el
hecho de que el capitalista cambie una determinada suma de valor, una suma de
valor dada (y, en este sentido constante) por fuerza creadora de valor; una
magnitud de valor de producción de valor, por la fuerza que se valoriza a sí
misma (que produce más de lo que consume). El que el capitalista pague al
obrero en dinero o en medios de subsistencia no altera en lo más mínimo este
concepto esencial. Lo único que altera es la modalidad de existencia del valor
previamente desembolsado por él, que en un caso existe en forma de dinero... y
en otro en forma de medios de subsistencia» (II, p. 195).
La
distinción es difícil, realmente, si la palabra producción se emplea en sentido
económico: no en cambio, si se emplea en sentido ideológico. Si el valor, para
serlo ―económicamente― ha de proceder de trabajo humano [20].
C. Sección tercera: La reproducción
y circulación del capital social en su conjunto (p. 314‑465): Cap.
XVIII: Introducción (pp. 314‑320); Cap. XIX: Estudios anteriores sobre el
tema (pp. 321‑349); Cap. XX: Reproducción simple (pp. 350‑434);
Cap. XXI: La acumulación y la reproducción en escala amplia (pp. 435‑465).
I. Hasta ahora
Marx, se ha ocupado del proceso que describe el capital considerando una
fracción de capital ―el capital aislado de un capitalista―; en esta
sección se propone mostrar, conforme ha aludido ya repetidamente, cómo en
realidad ese proceso se realiza a nivel social. Es decir, cómo se coordinan los
distintos capitales parciales en el sistema capitalista.
1.
Aparentemente los capitalistas son independientes unos de otros. En realidad
forman una estrecha comunidad: de modo particular, gracias a los bancos y al
crédito, se procuran unos a otros el capital necesario al desarrollo
ininterrumpido de la producción capitalista. Los ciclos de los distintos
capitales individuales se entrelazan entre sí, se suponen y se condicionan
mutuamente unos a otros, originando en su conjunto el movimiento de la
totalidad del capital social. Es decir, pasa a ocuparse «del proceso de
circulación (forma en su conjunto del proceso de reproducción) de los capitales
individuales, considerados como partes integrantes del capital global de la
sociedad y, por tanto, el proceso de circulación de este capital social en su
conjunto» (II, p. 316).
2.
Lo definitivo, lo que tiene verdadera consistencia, lo más real es este proceso
del capital social: «cada capital de por sí no es más que una fracción
sustantivada, dotada, por decirlo así, de vida individual, del capital social
en conjunto, del mismo modo que cada capitalista de por sí, no es más que un
elemento individual de la clase capitalista. La dinámica del capital social se
halla formada por la totalidad de los movimientos de sus fracciones sustantivadas...
Cada metamorfosis del capital individual es un eslabón en el ciclo del capital
social... Este proceso de conjunto encierra tanto el consumo productivo (el
proceso inmediato de producción) y las mutaciones de forma (los cambios,
considerados en cuanto a la materia) mediante las cuales se efectúa, como el
consumo individual y las mutaciones de forma o cambios que lo hacen posible.
Encierra, de una parte, la inversión del capital variable en fuerza de trabajo
y, por tanto, la incorporación de ésta al proceso capitalista de producción, en
la que el obrero aparece como vendedor de su mercancía, de la fuerza de
trabajo, y el capitalista como comprador de la misma. Y de otra parte, en la
venta de las mercancías va implícita la compra de ellas por la clase obrera y,
por consiguiente el consumo individual de ésta. Aquí la clase obrera aparece
como compradora y los capitalistas como vendedores de mercancías a los
obreros». No falta nada, porque «la circulación del capital‑mercancías
incluye la circulación de la plusvalía y con ella, por tanto, las compras y las
ventas en que se traduce el consumo individual de los capitalistas, el consumo
de la plusvalía. El ciclo de los capitales individuales, englobados en el
capital social, es decir, considerados en su totalidad, abarca, por tanto, no
sólo la circulación del capital, sino también la circulación general de las
mercancías» (II, pp. 314‑315).
3.
Se entiende mejor así ―lo real, para Marx, es el género en su devenir
social, no el individuo― esa llamativa necesidad física con que
funcionaría cada capitalista individual, al margen de toda posible decisión de
conciencia: «puesto que la producción capitalista implica condiciones
independientes de la buena o mala voluntad de los hombres» (II, p. 366). Puesto
en marcha el capital social, cada uno de los elementos cumple su papel: si
suben o bajan los salarios, si hay crisis o no, el que un capitalista no pueda
tener otra mira que el plus‑valor o su modo de explotación de los
trabajadores, son todo consecuencia de las necesidades del proceso de
reproducción y circulación del capital social en su conjunto.
II. Este proceso
general de reproducción y circulación del capital comprende, por eso, tanto el
proceso inmediato de producción proceso de trabajo y valorización, cuyo resultado
es el producto‑mercancía y su fin la producción de plusvalor (II, p.
314), como el de circulación en sus dos fases (conversión del dinero en
mercancías, que son medios de producción y fuerza de trabajo conversión de las
mercancías, con el plusvalor incorporado, en dinero): es decir, la circulación
del capital y de las mercancías. Todo proceso de reproducción de un capital
incluye siempre el de producción inmediata y el de circulación del capital:
pero el proceso de reproducción del capital social en su conjunto, comprende
además la circulación de las mercancías. Es el todo.
1.
Recordemos que la reproducción del capital, según Marx, puede ser simple o en
escala ampliada. Y que es simple cuando el capitalista consume todo el
plusvalor, y se contenta con reinvertir el capital originario. Cuando, en
cambio, el capital individual o social, aumenta como tal al añadírsele
plusvalor, es decir, por la capitalización de éste, entonces estamos ante la
reproducción a escala ampliada o reproducción progresiva, que comporta la
acumulación del capital.
2.
En el libro I, Marx estudió esta acumulación sin aludir a los problemas
técnicos que presenta, que son abordados en cambio en este libro:
a)
En primer lugar, para capitalizar los plusvalores sucesivos es necesario comenzar
por transformarlos en dinero, cosa que no sería posible si los capitalistas no
encontraran quien dispusiera del dinero necesario para comprar los productos.
Marx plantea así el problema: en la circulación del dinero en un sistema
capitalista «sólo existen dos puntos de partida: el capitalista y el obrero.
Todas las demás categorías de personas tienen que obtener el dinero por los
servicios que prestan a estas dos clases, o, en la medida que lo reciban sin
contraprestación alguna, son copropietarios de la plusvalía en forma de renta,
de interés, etc. Pero el hecho de que la plusvalía no se quede íntegramente en
el bolsillo del capitalista industrial, sino que deba repartirla con otras
personas, nada tiene que ver con el problema de que estamos tratando. Lo que
interesa es saber cómo convierte en dinero su plusvalía y no cómo se distribuye
luego el dinero así obtenido. En cuanto al obrero ya hemos dicho que es
simplemente un punto de partida secundario, pues el punto primario de partida
del dinero que aquél lanza a la circulación es el capitalista» (II, pp. 298‑299).
Por tanto, partiendo de que el capitalista debe vender mercancías que contienen
una porción completamente nueva de plusvalor, ¿cómo se las arregla para meter
constantemente en circulación más dinero del que sustrae?: «la cuestión no
estriba, por consiguiente, en saber de dónde proviene la plusvalía, sino de
dónde proviene el dinero en que la plusvalía se convierte» (II, p. 295) [21]. La
solución, para Marx, es sencillísima: el mercado del oro: «si una parte de los
capitalistas retira constantemente de la circulación más dinero del que lanza a
ella, la parte que produce oro incorpora a ella, en cambio, constantemente, más
dinero del que toma de ella en medios de producción» (II, p. 301).
b)
En segundo lugar, para poder capitalizar hace falta poder transformar el nuevo
dinero en medios de producción suplementarios: máquinas, materias primas, mano
de obra, etcétera, que el capitalista ha de encontrar en cuantía suficiente e
inmediatamente disponibles. En el estudio del proceso de circulación del
capital social en su conjunto «ya no podemos limitarnos a dar por supuesto, como cuando
analizamos el valor de los productos de capital singular, que cada capitalista
puede convertir en dinero las partes integrantes de su capital mediante la
venta de su producto‑mercancías, para volverlo a transformar en capital
productivo, invirtiendo de nuevo aquel dinero en elementos de producción que se
le ofrecen en el mercado de mercancías» (II, p. 351): por la sencilla razón de
que ahora forman parte del mismo proceso del capital en su conjunto.
Para
explicarlo, parte de la distinción entre las dos grandes secciones de la
producción: la sección I, que fabrica los medios de producción (máquinas,
materia prima, etc.), y la sección II, que fabrica los bienes de consumo. El
proceso sería el siguiente: los capitalistas de la sección II adquieren sus
medios de producción a los de la sección I; con los salarios que pagan y el
plusvalor que consumen, por sí o compartiéndolo con otros (rentistas, etc.),
los capitalistas de ambas secciones aseguran el consumo de las mercancías
producidas en la sección II; mediante una serie de intercambios más
complicados, los capitalistas de la sección II y I consumen las mercancías que
ésta produce, obteniendo así también los de la sección I ―gracias a tales
cambios―, los medios de producción que necesitan.
Todo
esto exige unos equilibrios muy difíciles. Y en conjunto, hay una tendencia a
que el producto de la sección de bienes de producción sea superior
a la suma del capital constante
de las dos secciones y, a la vez, a que el producto de la sección de bienes de
consumo sea inferior a la suma del capital variable y del plusvalor de las dos secciones
juntas: lo que determina que una fracción del plusvalor haya de ser empleada en
acrecentar los medios de producción; y por consiguiente provoque un crecimiento
indefinido de la producción [22](cfr.
II, pp. 436‑452).
3.
Este difícil equilibrio del sistema capitalista explica su tendencia a las
crisis: «Cuando se realizan cambios puramente unilaterales, una masa de simples
compradores de una parte y de otra una masa de simples vendedores... el
equilibrio existe partiendo del supuesto de que coincidan el importe de las
compras unilaterales y de las ventas unilaterales. El hecho de que la
producción de mercancías sea la forma general de la producción capitalista
lleva ya implícita la función que desempeña en ella el capital‑dinero...
y engendra ciertas condiciones del cambio normal peculiares de este sistema de
producción, que son por tanto condiciones del desarrollo de la reproducción, lo
mismo en escala simple que en escala ampliada y que se truecan en otras tantas
condiciones de desarrollo anormal, en otras tantas posibilidades de crisis,
puesto que el mismo equilibrio constituye algo fortuito dentro de la estructura
elemental de este régimen de producción» (II, p. 440).
Marx
inicia el tercer libro, recordando que estudia, en el conjunto de la obra, la
totalidad de los fenómenos que integran el desarrollo de la sociedad
capitalista. Pero que en el «libro I se investigaron los fenómenos que ofrece
el proceso de producción capitalista considerado de por sí... Pero este
proceso directo de producción no llena toda la órbita de la vida del capital.
En el mundo de ―la realidad aparece completado por el proceso de
circulación, sobre el que versaron las investigaciones del libro H». Como
el proceso de circulación precisamente es el mediador para el proceso de
reproducción, el conjunto del proceso capitalista se muestra como la unidad
entre el proceso de circulación y de producción.
Desde
el comienzo, anuncia que su objeto no será «formular reflexiones generales
sobre esta unidad, sino, por el contrario, descubrir y exponer las formas
concretas del proceso de movimiento del capital considerado como un todo... Las
manifestaciones del capital, tal como se desarrollan en este libro, van
acercándose pues, gradualmente, a la forma bajo la que se presentan en la
superficie misma de la sociedad a través de la acción mutua de los diversos
capitales, a través de la concurrencia, y tal como se reflejan en la conciencia
habitual de los agentes de producción» (III, p. 45) [23].
El
reparto de las ganancias del capital constituye el centro de este tercer
libro: como la producción lo fue del primero y el mercado del segundo.
A. Sección primera: La transformación de la
plusvalía en ganancia y de la cuota de plusvalía en cuota de ganancia (Teoría sobre el modo en que la contabilidad
capitalista oculta bajo la forma de ganancia del capital lo que es el plusvalor
arrebatado al trabajador): Cap. I: Precio de costo y ganancia (pp. 45‑56);
Cap. II: La cuota de ganancia (pp. 57‑63); Cap. III: Relaciones entre la
cuota de ganancia y la cuota de plusvalía (pp. 64‑83); Cap. IV: Cómo
influye la rotación sobre la cuota de ganancia (pp. 84‑90); Cap. V:
Economía en el empleo del capital constante (pp. 90‑115); Cap. VI:
Influencia de los cambios de los precios (pp. 116‑149).
I. El precio de
coste de una mercancía es, para el capitalista, lo que le cuesta reponer
los medios de producción consumidos y la fuerza de trabajo empleado. «Claro
está que una cosa es lo que cuesta la mercancía al capitalista y otra cosa lo
que cuesta producir la mercancía. La parte del valor de la mercancía formada
por la plusvalía no le cuesta nada al capitalista, precisamente porque es al
obrero a quien cuesta trabajo no retribuido» (III, p. 46).
Para
el capitalista, dice Marx, la plusvalía puede revestir por este procedimiento
«la forma transfigurada de ganancia. Una suma de valor constituye
capital cuando se invierte para obtener una ganancia... Por consiguiente la
ganancia, tal como aquí se nos presenta, es lo mismo que la plusvalía, aunque
bajo una forma mixtificada, la cual corresponde, sin embargo, necesariamente,
al régimen de producción capitalista. Como en la formación aparente del precio
de coste no se manifiesta ninguna diferencia entre el capital constante y el
variable, es natural que la raíz de la transformación del valor producida
durante el proceso de producción se desplace del capital variable al capital en
su conjunto. Al aparecer el precio de trabajo en uno de sus polos, bajo la
forma transfigurada del salario, la plusvalía aparece en e otro polo bajo la
forma transfigurada de ganancia» (III, p. 53)
2.
Es interesante ver cómo Marx argumenta esta conclusión: plusvalor y ganancia
son lo mismo realmente. Sólo que uno está calculado respecto al capital total y
otro respecto al capital variable. El plusvalor queda así enmascarado en la
ganancia y, por tanto, la cuota de plusvalor en la cuota de ganancia: «tanto da
que el capitalista crea desembolsar el capital constante para obtener una
ganancia del capital variable o que, por el contrario, vea en el desembolso del
capital variable el medio de valorizar el capital constante; es decir, que
invierta el dinero en salarios para realizar el valor de las máquinas y las
materias primas o que, al revés, invierta el dinero en maquinaria y materias
primas para poder explotar el trabajo. En efecto, aunque sólo es la parte del
capital variable la que engendra plusvalía, la engendra única y exclusivamente
a condición de que se desembolsen las demás partes integrantes del capital, las
condiciones de producción del trabajo» (III, p. 57) [24].
3. En función de estas
premisas, Marx señala las relaciones entre la cuota de plusvalor y la cuota
de ganancia: «la ganancia del capitalismo proviene, pues, del hecho de que
se halla en condiciones de vender algo por lo que no ha pagado nada. La
plusvalía o, en su caso, la ganancia, consiste precisamente en el remanente del
valor de la mercancía sobre su precio de coste, es decir, en el remanente de la
suma total de trabajo contenido en la mercancía después de cubrir la suma de
trabajo retribuido que se encuentra en ella. La plusvalía es, pues, cualquiera
que sea la fuente de donde provenga, un remanente sobre el capital global
desembolsado. Por consiguiente, este remanente guarda con el capital global una relación que se expresa por el quebrado
p/C llamando C al capital total. Obtenemos así la cuota de ganancia p/C=p/c +
v, a diferencia de la cuota de plusvalía P/v» ( III, p.58).
4.
Todo aparece velado para el capitalista: lo que le interesa es la cuota de
ganancia, cuánto le producirá un capital en un determinado, montaje. El hábito
de considerar la cuota de ganancia y no de plusvalor crea en él la impresión
superficial de que el plusvalor sea producto de todo su capital: la explotación
del trabajador de que es responsable, queda así encubierta a sus ojos. «El modo
como la plusvalía se convierte en la forma de ganancia, mediante la transición
a través de la cuota de ganancia, no es sino la prolongación de la inversión de
sujeto y objeto operada ya durante el proceso de producción. Ya allí veíamos
cómo todas las fuerzas productivas subjetivas del trabajo se presentaban como fuerzas
productivas del capital. Por una parte, el valor, el trabajo pretérito que
domina sobre el trabajo vivo, se personifica sobre el capitalista; por otra
parte, el obrero aparece, a la inversa, como una fuerza de trabajo objetivada,
como una simple mercancía., Y esta relación invertida hace surgir
necesariamente, ya en el plano de las simples relaciones de producción, una
idea invertida congruente, una conciencia traspuesta, que los cambios y
modificaciones del verdadero proceso de circulación se encargan luego de
desarrollar» (III, p. 60). Una vez más ―conviene insistir―, Marx
condiciona toda la fuerza de su análisis a la verdad de su primera premisa: su
teoría de valor.
Y
así concluye: «por consiguiente, aunque la cuota de ganancia difiere
numéricamente de la cuota de plusvalía ―mientras que plusvalía y ganancia
son, en realidad, lo mismo e iguales numéricamente―, sin embargo, la
ganancia es una forma transfigurada de plusvalía, forma en la que se desdibujan
y se borran su origen y el secreto de su existencia. La ganancia no es más que
la forma en que se manifiesta la plusvalía, que sólo puede ponerse al desnudo
mediante el análisis, despojándola del ropaje de aquélla. En la plusvalía se
pone al desnudo la relación entre el capital y el trabajo. En cambio, en la
relación entre el capital y la ganancia, es decir, entre el capital y la
plusvalía ―tal como aparece: de una parte como el remanente sobre el
precio de coste de la mercancía realizado en el proceso de circulación y, de
otra parte, como un remanente que ha de determinarse más concretamente por su
relación con el capital total―, aparece el capital como una relación
consigo mismo, relación en la que se distingue una suma originaria de valor,
del valor nuevo añadido por él mismo. Existe la conciencia de que este valor
nuevo es engendrado por el capital a lo largo del proceso de producción y del
proceso de circulación. Pero el modo en que ocurre esto aparece mixtificado y
como fruto de cualidades misteriosas inherentes al propio capital.
Cuanto
más ahondamos en el proceso de valorización del capital más se mixtifica la
relación del capital y menos aparece el secreto de su organismo interno» (III,
p. 63).
II. De aquí se
sacan las siguientes conclusiones, según la interpretación de Marx: Marx:
Como
«la cuota de ganancia sólo expresa la proporción entre la masa de plusvalía
producida y el capital total invertido en su producción, es evidente que
cualquier acortamiento del período de rotación, por pequeño que sea, hace que
aumente la cuota de ganancia» (III, p. 84) y, por tanto, que en capitales de la
misma composición orgánica conceptual, a base de la misma cuota de plusvalía y
de la misma jornada de trabajo, las cuotas de ganancia de dos capitales se
hallan entre sí en razón inversa de sus tiempos de rotación» (III, p. 85). Y,
en consecuencia, que cuanto más rápido rota el capital variable y menor es su
proporción respecto al capital fijo ―es la tendencia de la industria
moderna― más se oculta y enmascara la explotación del trabajador.
2. De otra parte, como el abaratamiento de
los medios de producción no impide que aumente su suma absoluta de valor, el
capitalista entiende que el obrero está relacionado con que le compre mucho o
poco trabajo por el mismo dinero, pero se le oculta que, al abaratarse los
medios de producción, consigue también más plusvalor, a costa de los obreros de
otra rama (III, p. 97). Más aún, no lo advierten ni los propios obreros:
«cuando la productividad del trabajo en una rama de producción se traduce en el
abaratamiento y en el mejora miento de los medios de producción en otra rama,
sirviendo por tanto para la elevación de la cuota de ganancia de ésta, esta
trabazón general del trabajo social se les antoja a los obreros algo
absolutamente ajeno a ellos y que sólo afecta al capitalista, el único que
compra y se apropia de estos medios de producción. El proceso de circulación,
etc., se encarga de encubrir eficazmente el hecho de que el capitalista no hace
más que comprar el producto de los obreros de una rama ajena de producción con
el producto de los obreros de su propia rama y de que, por tanto, sólo dispone
del producto de los otros obreros por apropiarse gradualmente del suyo propio»
(III, pp. 98‑99). Los descubrimientos y avances en la productividad del
trabajo son un fruto del obrero combinada ―«sólo la experiencia del
obrero combinado descubre y revela dónde y cómo puede economizarse, etc.» (III,
p. 115)―: nacen de la socialización del trabajo. Sin embargo, sólo los
capitalistas se apropian de sus ventajas; más aún, cuanto menos audaces sean en
mejorar la producción, suelen llevar más ventaja: «por donde llegamos a la
conclusión de que casi siempre es la clase menos valiosa y más miserable de los
capitalistas de dinero la que obtiene los mayores beneficios de todas las
nuevas evoluciones conseguidas por la labor general del espíritu del hombre y
su aplicación social mediante el trabajo combinado» (III, p. 115) [25].
B.
Sección segunda: Cómo se convierte la ganancia en ganancia media: pp. 151‑212
(Teoría general del reparto del plusvalor entre todos los capitalistas: la gran
paradoja del plusvalor): Cap. VIII: Distinta composición orgánica de los
capitales en distintas ramas de producción y consiguiente diversidad de las
cuotas de ganancia (pp. 150160); Cap. IX: Cómo se forma una cuota general de
ganancia y cómo los valores de las mercancías se convierten en precios de
producción comercial (pp. 161); Cap. X: Nivelación de la cuota general de
ganancia por medio de la competencia. Precios comerciales y valores
comerciales. La ganancia extraordinaria (pp. 178‑201); Cap. XI: Cómo
influyen sobre los precios de producción las fluctuaciones generales de los
salarios (pp. 202‑206); Cap. XII: Adiciones (pp. 207‑212).
I. Marx, en toda
su obra, supone que la cuota de plusvalía es idéntica en un país dado: depende
del grado de explotación de la fuerza de trabajo en tal país. Ahora lo
reafirma: «en este capítulo damos por supuesto que el grado de explotación del
trabajo, y, por tanto, la cuota de plusvalía y la duración de la jornada de
trabajo en todas las ramas de la producción entre las que se divide el trabajo
social en un país dado, tienen la misma magnitud, son iguales... Y aunque la
compensación de los salarios y las jornadas de trabajo, y por tanto, la cuota
de plusvalía, entre las distintas ramas de producción, tropiece con muchos
obstáculos locales que la entorpecen... Y por muy importante que sea el estudio
de estas fricciones para cualquier trabajo especial sobre salarios, tratándose
de una investigación general de la producción capitalista debe prescindirse de
ellas, considerándolas como factores fortuitos y accidentales» (III, p. 150).
Da por sentado además ―es la tesis del capítulo anterior― que
permaneciendo «idéntica la cuota de plusvalía, puede aumentar o disminuir la
cuota de ganancia» (ibídem). Con estas bases, pasa a ocuparse «descendiendo
así al análisis de las formas reales que se encuentran en la sociedad», del
reparto de la ganancia total entre las distintas empresas de un país.
1.
Comienza por abordar una dificultad no pequeña: si la cuota de plusvalor en un
país es constante, hay que concluir que las industrias donde se emplee una mano
de obra proporcionalmente mayor ―es decir, las industrias de composición
orgánica inferior― tendrán los plusvalores, y las ganancias y cuotas de
ganancia más elevadas. En efecto, si la cuota de plusvalor es uniforme, el
plusvalor y por tanto la ganancia serán tanto mayores cuanto más numerosos sean
los obreros y la cuota de ganancia misma será tanto más elevada cuanto más
considerable sea el capital variable en relación al capital constante. Esto significa
que las empresas con instalaciones menos evolucionadas y modernas dan los
plusvalores, ganancias y cuotas de ganancia más elevadas.
No
escapó a Marx el alcance de esta contradicción con la experiencia, a la que
alude en el libro I (I, p. 244: cfr. supra).
Y tampoco a Engels
que le dedica casi por entero el prólogo del libro III, y no duda en afirmar
que mientras «la teoría enseña... que la plusvalía, partiendo de una cuota de
plusvalía dada, es proporcional al número de fuerzas de trabajo empleadas; en
cambio la experiencia... enseña que, partiendo de una cuota de ganancia media
dada, la ganancia es proporcional a la magnitud del capital global empleado»
(III, Prólogo, p. 17).
2. Veamos cómo Marx explica este punto,
a través precisamente de la cuota de ganancia media: de la conversión de la
ganancia en ganancia media.
a) Los capitales tienen una distinta
composición orgánica: en consecuencia, «capitales de igual magnitud, ponen
en movimiento cantidades muy distintas de trabajo» (según la mayor o menor
proporción entre el capital constante y variable) y, por tanto, «se apropian
cantidades muy distintas de trabajo excedente o producen masas muy diversas de
plusvalía. De aquí que las cuotas de ganancia que rigen originariamente en
distintas ramas de producción sean muy distintas» (III, p. 164). Concretamente,
serán mayores cuanto mayor sea la parte de capital variable: es decir, mayor el
número de trabajadores, en proporción a la suma del capital empleado en medios
de producción (es decir, cuanto menos modernizada esté una industria) [26]. Y
prosigue «estas cuotas de ganancia son compensadas entre sí por medio de la
concurrencia para formar una cuota general de ganancia, que representa la media
de todas aquellas cuotas de ganancia distintas. La ganancia que, con arreglo a
esta cuota general, corresponde a un capital de determinada magnitud,
cualquiera que sea su composición orgánica, recibe el nombre de ganancia media»
(III, p. 164).
b) Pero ¿cómo se
produce de hecho esta compensación, entre las industrias con una composición
del capital inferior (con mucha mano de obra) y superior (con poca mano de obra
proporcional)? [27] Marx lo explica así:
«aunque los capitalistas de las diversas esferas de producción, al vender sus
mercancías, retiren los valores capitales consumidos en la producción de estas
mercancías», no retiran en cambio «la plusvalía ni, por tanto, la ganancia
producida en su propia esfera al producirse estas mercancías, sino solamente
aquella plusvalía y, por tanto, aquellas ganancias correspondientes a la
plusvalía o a la ganancia total de la sociedad, sumadas todas las esferas de la
producción, en un período de tiempo dado, y divididas por igual entre las
distintas partes alícuotas del capital global» (III, p. 164). Es decir, en la
práctica, todos los capitalistas forman como una inmensa sociedad anónima, que
se reparte el producto social, en proporción a su alícuota de capital: «para lo
que atañe al reparto de la ganancia, los distintos capitalistas se consideran
como simples accionistas de una sociedad anónima en que los dividendos se
distribuyen porcentualmente y en que, por tanto, los diversos capitalistas sólo
se distinguen entre sí por la magnitud del capital invertido por cada uno de
ellos en la empresa colectiva, por su participación proporcional en la empresa
conjunta, por el número de sus acciones» (III, pp. 164‑165). Cada capitalista
retira la parte del precio de su mercancía que corresponde al precio de coste
íntegramente, pero «la otra parte integrante del precio de las mercancías, o
sea, la ganancia que se añade a este precio de coste, no se rige por la masa de
ganancia que este capital concreto produce en un período de tiempo dado en esta
esfera concreta de producción, sino por la masa de ganancia que corresponde por
término medio a cada capital invertido, considerado como parte alícuota del
capital total empleado en la producción conjunta durante un período de tiempo
dado... Sus precios de coste son específicos. El recargo de la ganancia añadido
a este precio de coste es independiente de su esfera especial de producción,
pues constituye simplemente la media porcentual del capital invertido» (III, p.
165). Con esto, quedaría claro cómo se forma la cuota general de ganancia.
c)
Ahora, hace falta mostrar cómo en la práctica se produce esa nivelación de
las ganancias entre las distintas industrias, cuyos capitales tengan una composición
distinta a la composición media, «porque tratándose de capitales de composición
media o parecida a la media, el precio de producción coincide total o
aproximadamente con el valor y la ganancia, con la plusvalía por ellos
obtenida» (III, p. 179). Para los capitales de distinta composición, en cambio,
el «problema es verdaderamente difícil ―recalca Marx―... puesto que
se trata evidentemente de un resultado que no puede constituir un punto de
partida» (III, p. 179). La solución la encuentra en la emigración de capitales
desde las industrias con menor plusvalor a las de plusvalor mayor, con
lo cual se rebajaría e igualaría uno a otro: «si las mercancías se vendiesen
por sus valores, se presentarían, como ya hemos visto, cuotas muy distintas de
ganancia entre las diversas esferas de producción, con arreglo a la distinta
composición orgánica de los capitales en ellas invertidos. Pero los capitales
se retiran de las esferas de producción en que la cuota de ganancia es baja,
para lanzarse a otras que arrojan una ganancia más alta. Este movimiento
constante de emigración e inmigración del capital, en una palabra, esta
distribución del capital entre las diversas esferas de producción atendiendo al
alza o baja de la cuota de ganancia, determina una relación entre la oferta y
la demanda, de tal naturaleza, que la ganancia media es la misma en las
diversas esferas de producción... El capital logra imponer en mayor o menor
medida esta nivelación... mayor, a medida que progresa la producción
capitalista» (III, p. 198).
3.
Todo estaría pues aclarado: pero conviene reparar un momento en cómo hemos
llegado a la solución. Donde habría más plusvalor es donde hay más capital
variable en proporción al constante, es decir las industrias menos mecanizadas,
que son las que producirían en realidad más riqueza. Sin embargo, las grandes
industrias mecanizadas, obtendrían la misma ganancia que éstas gracias a que el
capital tendería a emigrar desde las industrias mecanizadas a estas otras
industrias primitivas, pero mucho más productivas de plusvalor. Es difícil
aceptarlo. Incluso es difícil pensar que la teoría del plusvalor de Marx llegue
a este absurdo y, sin embargo, no es evitable comprobarlo: «Cualquiera que sea
la composición orgánica del capital industrial, ya se halle formado por una
cuarta parte de trabajo vivo y tres cuartas partes de trabajo muerto o, a la
inversa, por una cuarta parte de trabajo muerto y tres de trabajo vivo, y ya
absorba como ocurrirá en el primer caso tres veces más de trabajo excedente y
produzca tres veces más de plusvalía que en el segundo... el capital arroja
siempre la misma cantidad de ganancia» (III, p. 175).
Marx toma su
teoría de la cuota general de ganancia y su nivelación de los economistas
clásicos. Pero con una diferencia: ellos identificaban precio natural o
precio de producción y valor, Marx los separa. El primero marchará
aproximadamente por las mismas reglas que aquellos señalaban: el segundo con la
teoría del plusvalor: «El precio de producción lleva implícita la ganancia
media. Esto que nosotros llamamos precio de producción es, en realidad, lo
mismo que Adam Smith llama natural price (Ricardo, price of
production, cost of production) y los fisiócratas prix necessaire
―sin que ninguno de ellos, A. Smith, Ricardo ni los fisiócratas,
desarrolle la diferencia existente entre el precio de producción y el
valor―, porque este precio es, a la larga, lo que condiciona la oferta,
la reproducción de las mercancías de toda esfera especial de producción» (III,
p. 200). El precio natural o precio de producción ―que es el precio de
coste más la ganancia media, según Marx―, es efectivamente usado con
frecuencia por esos economistas, y Marx dice que pueden permitirse «hacerlo así
porque el precio de producción es ya de por sí una forma completamente enajenada
y prima facie absurda del valor de la mercancía; una forma que se
presenta en el plano de la concurrencia y, por tanto, en la conciencia del
capitalista vulgar y, también, como es lógico, en la del economista vulgar»
(III, p. 201). La teoría del valor añade, inevitablemente, a la tesis anterior,
que el plusvalor se produzca en las industrias con mayor proporción de capital
variable.
II. Conviene ahora
detenernos, aunque sea brevemente, en las consecuencias que Marx extrae del
modo en que ―supone― se realiza la nivelación de ganancias:
1.
Este mecanismo automático de distribución y reparto, crea una conciencia de
clase entre los capitalistas y un común interés en la mayor explotación posible
de la clase trabajadora: «cada capitalista de por sí, al igual que la totalidad
de los capitalistas de cada esfera especial de producción, se hallan
interesados, no sólo por simpatía general de clase, sino directamente, por
motivos económicos, en la explotación de la clase obrera en su conjunto por el
capital en bloque y en el grado de esta explotación, puesto que, presuponiendo
como dadas todas las demás circunstancias, entre ellas el valor del capital
constante invertido en su totalidad, la cuota de ganancia media depende del
grado total de explotación del trabajo total por el capital total.
La
ganancia media coincide con la plusvalía media que produce porcentualmente el
capital, y, por lo que a la ganancia se refiere, se comprende de suyo... En
realidad, el interés especial que un capitalista... tiene en la explotación de
los obreros empleados por él se limita a conseguir un lucro extraordinario...
Prescindiendo de esto, un capitalista que no emplease en su esfera de
producción ningún capital variable ni diese, por tanto, ocupación a ningún
obrero (lo que constituye en realidad una premisa exagerada) se hallaría tan
interesado en la explotación de la clase obrera por el capital y sacaría del
trabajo excedente no retribuido su parte correspondiente de ganancia como el
capitalista que (otra hipótesis absurda) sólo emplease capital variable, que
por tanto invirtiese en salarios todo su capital» (III, p. 199).
2.
La distinción entre el valor y el precio de producción, la forma de repartirse
los capitalistas el plusvalor, etc., hacen ver que «la oferta y la demanda,
cuando se las analiza a fondo, presuponen la existencia de las diversas clases
y subclases entre las que se reparte la renta total de la sociedad para ser
consumida por ellas como tal renta y de las que, por tanto, parte la demanda
formada por la renta; por otra parte ... 1 no se trata simplemente de obtener a
cambio de la masa de valor lanzada a la circulación en forma de mercancías una
masa de valor igual bajo otra forma distinta..., sino que se trata de sacar del
capital invertido la misma plusvalía, la misma ganancia que cualquier otro
capital de la misma magnitud ... » (III, p.; 197). Es decir, que nada puede
explicarse por las leyes de la oferta y la demanda, sino por la realidad de la
que son expresión, a saber «la relación de las distintas clases entre sí por su
respectiva posición económica: es decir, en primer lugar, por la proporción
existente entre la plusvalía total y el salario y, en segundo lugar, por la
proporción entre las diversas partes en que se descompone la plusvalía
(ganancia, interés, renta del suelo, impuestos, etc.)» (III, p. 185).
3.
En el conjunto del proceso de producción capitalista ―como en general en
cualquier proceso social―, y lo que hemos visto lo probaría, para Marx
«el individuo sólo actúa... como parte de un poder social, como átomo de la
masa, siendo bajo esta forma como la competencia hace valer el carácter social
de la producción y del consumo» (III, 196). Las leyes sociales se estudian en
«estado de pureza», aunque «en la realidad las cosas ocurren siempre
aproximadamente; pero la aproximación es tanto mayor cuanto más desarrollada se
halla la producción capitalista (o el desarrollo de cualquier forma social) y
más se elimina su mezcla y su entrelazamiento con los vestigios de sistemas
económicos anteriores» (III, p. 180).
C. Sección
tercera: La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (pp.
213‑263). (Ley correspondiente y teoría de las crisis): Cap. XIII: La ley
como tal (pp. 213231); Cap. XIV: Causas que contrarrestan la ley (pp. 232239);
Cap. XV: Desarrollo de las contradicciones internas de la ley (240‑263).
I. La cuota de
ganancia media es decreciente ―afirma Marx― y esto constituye la
gran contradicción interna del capitalismo: al mismo tiempo y por los mismos
motivos, las leyes internas del capital empujan al aumento del plusvalor y al
decrecimiento de la ganancia media. En la esencia misma del capitalismo se
darían «unas tendencias contradictorias que, mientras empujan hacia un aumento
de la cuota del plusvalor, influyen al mismo tiempo en la disminución del plusvalor
producido por un capital determinado y, por tanto, en el sentido de una
disminución de la cuota de ganancia» (III, p. 233): en definitiva, «el aumento
de la cuota de plusvalor y la disminución de la cuota de ganancia no son más
que formas particulares que constituyen la expresión capitalista de la
creciente productividad del trabajo» (III, p. 239). El capitalismo camina hacia
su destrucción.
1.
Marx desarrolla el tema, comenzando por formular la ley de la cuota
decreciente de la ganancia como tal. Es evidente, dice, que al aumentar el
capital constante, «la misma cuota de plusvalía, sin necesidad de que varíe
el grado de explotación del trabajo, se traduce en una cuota decreciente de
ganancia, puesto que al aumentar su volumen material, aumenta también, aunque
no en la misma proporción, el volumen del capital constante y, por tanto, el
capital en su conjunto» (III, pp. 213‑214). Y como, según se vio, es «ley
de la producción capitalista el que, conforme va desarrollándose, decrezca en
términos relativos el capital variable con respecto al constante» es, por
tanto, inevitable el resultado de «un descenso gradual de la cuota general
de ganancia, siempre y cuando permanezca invariable la cuota de plusvalía»
(III, p. 214). Se trata de una «expresión característica del régimen
capitalista de producción» en función del desarrollo ascendente de la fuerza
productiva social: «como la masa de trabajo vivo empleada disminuye
constantemente en proporción a la masa del trabajo materializado, de medios de
producción consumidos productivamente que pone en movimiento, es lógico que la
parte de este trabajo vivo que no se retribuye y se materializa en la plusvalía
guarde una proporción constantemente decreciente con el volumen del valor del
capital total invertido. Y esta proporción entre la masa de plusvalía y el
valor del capital total empleado constituye la cuota de ganancia, la cual,
tiene, por tanto, que disminuir constantemente» (III, p. 215).
Esta
ley «no puede ser más sencilla» y, sin embargo, ningún economista «había
logrado descubrirla hasta hoy», aunque todos (desde A. Smith) andaban
preocupados por descubrirla (Ibidem).
2.
Marx advierte, a continuación, que expondrá esta ley antes de estudiar el
reparto de la ganancia (objeto de las restantes secciones del libro), para
mostrar que es independiente del modo en que se realice el reparto: «la
ganancia a que nos estamos refiriendo no es más que un nombre distinto para
expresar la plusvalía misma, que se mide solamente en relación al capital
total, y no en relación al capital variable, del que emanan. El descenso de la
cuota de ganancia expresa, pues, la proporción decreciente de la plusvalía con
respecto al capital total invertido y es, por tanto, independiente de cualquier
eventual distribución de esta plusvalía entre distintas categorías» (III, p.
216).
Hace
notar luego ―y conviene tenerlo presente para evitar
simplificaciones― que el mismo desarrollo de la fuerza productiva del
trabajo, es decir, las «mismas leyes que se traducen en la baja relativa del
capital variable con respecto al capital total», y provocan el descenso de la
plusvalía media, producen el aumento de la fuerza de trabajo empleada y, por
tanto, de la «masa absoluta de plusvalía; y por consiguiente, de la ganancia»
(III, p. 221). En suma, «las mismas causas que producen la tendencia a la baja
general de la cuota de ganancia determinan una acumulación acelerada del
capital, y por tanto, el aumento de la magnitud absoluta o masa total del
trabajo excedente (de la plusvalía o ganancia) que se apropia; aunque en la
conciencia de los capitalistas, que son sus agentes, como todo se presenta
invertido, también aparece invertida esta ley», y piensan que es la
concurrencia lo que limita la ganancia (III, p. 225). De este modo el
capitalista se consuela, y vive sin advertir la amenaza de destrucción que pesa
sobre el capitalismo: «como en la competencia todo se presenta de un modo
falso, es decir, invertido, el capitalista individual puede imaginarse: 1, que
si bien disminuye su ganancia en cada mercancía al disminuir el precio de ésta,
en cambio obtiene una ganancia mayor con el aumento de la masa de las
mercancías vendidas; 2, que fija el precio de cada mercancía, obteniendo luego
el precio del producto total, cuando en realidad el procedimiento originario de
la división y la multiplicación sólo interviene en segundo plano, sobre la base
de aquella división de la plusvalía total entre los capitalistas» (III, p.
231).
II. Teniendo en
cuenta el crecimiento de la fuerza productiva del trabajo social, este decrecimiento
debería ser patente: sin embargo, no lo es. Otra contradicción con la realidad,
al menos aparente, que Marx explica así: «ello se debe indudablemente, al juego
de influencias que contrarrestan y neutralizan los efectos de esta ley general,
dándole simplemente el carácter de una tendencia, razón por la cual presentamos
aquí la baja de la cuota general de ganancia como una tendencia hacia la baja
simplemente» (III, p. 233).
Es
evidente que estas causas de compensación habrán de ser causas de aumento de la
cuota de plusvalor que, al crecer impide que disminuya o, al menos, retrasa la
disminución de la cuota de ganancia: sea incremento del plusvalor absoluto, por
aumento del grado de explotación del trabajo (pp. 233-235) o disminución del
salario (p. 233); sea del relativo, por abaratamiento de los elementos que
forman el capital constante (pp. 235‑236); en fin, la superpoblación
relativa (p. 236), el comercio exterior (pp. 237‑239) y el aumento del
capital por acciones (p. 239). Fenómenos todos ellos, ligados también al
crecimiento de la productividad social del trabajo.
III. Esto sentado,
Marx se detiene a analizar las contradicciones internas que la tendencia
decreciente de la cuota de ganancia comporta para el capitalismo, origen de las
crisis y causa de la necesaria destrucción del sistema capitalista.
1.
Si la teoría del plusvalor de Marx fuese cierta, tendríamos evidentemente que
«como la cuota de valorización del capital en su conjunto, la cuota de
ganancia, constituye el acicate de la producción capitalista (que tiene como
finalidad exclusiva la valorización del capital), su baja amortigua el ritmo de
la formación de nuevos capitales independientes, presentándose así como un
factor peligroso para el desarrollo de la producción capitalista; alienta la superproducción,
la especulación, las crisis, la existencia de capital sobrante junto a una
población sobrante» (III, p. 240).
Por
eso concluye, esta ley tiene aterrados a los economistas burgueses. Y los tiene
aterrados por que «consideran el régimen capitalista de producción como el
régimen absoluto», y advierten que «este régimen de producción se pone una
traba a sí mismo y no atribuyen esta traba a la producción misma, sino a la
naturaleza». No ven, en definitiva, más que un obstáculo insalvable al aumento
de la riqueza y no se dan cuenta de que «este peculiar obstáculo acredita
precisamente la limitación y el carácter puramente histórico, transitorio del
régimen capitalista de producción; atestigua que no se trata de un régimen
absoluto de producción de riqueza, sino que, lejos de ello, choca al llegar a
cierta etapa con su propio desarrollo ulterior» (III, pp. 240‑241).
Llegamos
así a un punto clave: no hay límite al crecimiento de la riqueza, porque el
límite que han averiguado los economistas como Ricardo es sólo el límite del
capitalismo: «el verdadero límite de la producción capitalista es el mismo
capital: el hecho de que, en ella, son el capital y su propia valorización lo
que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el fin de la producción;
el hecho de que aquí la producción sólo es producción para el capital y no, a
la inversa, los medios de producción simples medios para ampliar cada vez más
la estructura del proceso de vida de la sociedad de los productores. De aquí
que... el medio empleado ―desarrollo incondicional de las fuerzas
sociales productivas choca constantemente con el fin perseguido, que es un fin
limitado: la valorización del capital existente. Por consiguiente, si el
régimen capitalista de producción constituye un medio histórico para
desarrollar la capacidad productiva material y crear el mercado mundial
correspondiente, envuelve al propio tiempo una contradicción constante entre la
misión histórica y las condiciones sociales propias de producción del régimen»
(III, p. 248).
3.
Las principales manifestaciones de esta contradicción, entre aumento del
capital constante en relación al variable y aumento del plusvalor, son: un
impulso al crecimiento de la población real obrera, que pone simultáneamente en
juego factores que tienden a crear una superpoblación simplemente relativa;
además, «al mismo tiempo que disminuye la cuota de ganancia, aumenta la masa de
los capitales, y paralelamente con ello, se desarrolla una depreciación del
capital existente que contiene esta disminución, imprimiendo un impulso
acelerado a la acumulación del capital‑valor»; por último, a la vez «que
se desarrolla la capacidad productiva, se desarrolla también la composición más
alta del capital, la disminución relativa del capital variable con respecto al
capital constante» (III, p. 247).
Las
crisis son soluciones violentas y momentáneas a estas contradicciones,
«erupciones violentas que restablecen pasajeramente el equilibrio roto». Se va
así hacia la crisis definitiva: es lo que intuía Ricardo ―dice Marx―
en su temor a la disminución de la cuota de ganancia: el límite del sistema
capitalista, que es un paso necesario en la historia de la producción, «pero no
de un régimen absoluto, sino de un régimen puramente histórico, un sistema de
producción que corresponde a una cierta época limitada de desarrollo de las
condiciones materiales de producción» (III, p. 256).
D. Secciones
cuarta a sexta: (Teoría de la ganancia media o de la distribución del
plusvalor entre todos los capitalistas) (pp. 264‑753).
El
único que produce riqueza, piensa Marx, es el obrero; de esta riqueza recibe
sólo una pequeña parte: el resto, el plusvalor, se reparte entre los
capitalistas. A todos corresponde algo, incluso a los que no emplean su capital
en forma productiva: basta que intervengan en el proceso. La totalidad del
plusvalor se distribuye entre la totalidad de los capitalistas, en proporción a
su alícuota de capital. Marx va a mostrar cómo tiene lugar este reparto, que no
se ve aparentemente, pero que juzga evidente, y que explicaría la formación de
la cuota media de ganancia. Divide su estudio en tres secciones, según tres
tipos de capitalistas: los comerciantes, los empresarios y los propietarios de
tierras.
a) Sección cuarta: Cómo se convierte el capital‑mercancías
y el capital‑dinero en capital‑mercancías y capital‑dinero de
comercio (Teoría de la improductividad del comercio y el reparto
igualitario entre el capital comercial e industrial) (pp. 264-325). Cap. XVI:
El capital‑mercancías del comercio (pp. 264‑275); Cap. XVII: La
ganancia comercial (pp. 276‑294); Cap. XVIII: La rotación del capital
comercial. Los precios (pp. 295‑304); Capítulo XIX: El capital dinero del
comercio (pp. 306‑312); Cap. XX: Algunas consideraciones históricas sobre
el capital comercial (pp. 313‑325).
I. Comienza por el
capital comercial, sin duda el que a primera vista más contradice, con sus
ganancias, la teoría del trabajo‑valor. Entiende por capital comercial
el que actúa sólo en circulación: y la circulación, según Marx, no crea
ningún plusvalor. Sin embargo es evidente que este capital obtiene ganancias.
Se trata, por tanto, de averiguar de dónde proceden y cómo. Pero antes, es
necesario distinguir cuidadosamente el comercio propiamente dicho de todos los
procesos de producción que se mezclan con él, que efectivamente son fuente de
plusvalor.
1.
Los gastos puramente comerciales de circulación (excluyendo, por tanto, los
referentes a la expedición, el transporte, el almacenamiento, etc.) se reducen
a los gastos necesarios para realizar el valor de la mercancía, convirtiéndola
de mercancía en dinero o de dinero en mercancía para facilitar su cambio. Aquí
se prescinde totalmente de los eventuales procesos de producción que durante el
acto de circulación puedan persistir, ya que el negocio de circulación puede
existir separado totalmente de ellos. La verdadera industria del transporte y
de la expedición, por ejemplo, pueden ser y son ramas industriales
completamente distintas del comercio» (III, p. 282).
Conviene
tener presente, añade, que aun estas industrias anejas a la circulación, cuando
crean valor no lo hacen por acercar la mercancía al consumo ―esto nunca
crearía valorsino porque en esas industrias hay un capital constante que se
transmite a las mercancías y un capital variable ―trabajo humano―,
que se reproduce, añadiendo plusvalor.
Por
tanto, formalmente, desligada de todas sus industrias accesorias, la actividad
comercial consiste únicamente en comprar para revender: transformar las
mercancías en dinero o retransformar éste en mercancías. Un puro cambio de
forma de la mercancía, que, por tanto, no crea ningún plusvalor: «el capital
para el comercio de mercancías... no crea valor ni plusvalía y se limita a ser
vehículo a su realización y con ello, al mismo tiempo, contribuye al verdadero
cambio de las mercancías, a su paso de unas manos a otras, al metabolismo
social. Sin embargo, como la fase de circulación del capital... constituye una
fase del proceso de reproducción... tiene que arrojar la misma ganancia anual
media que el capital que funciona en las distintas ramas de la producción», si
no, se desplazaría a otro sector (III, pp. 276‑277).
2.
Se podría imaginar que esta ganancia depende del servicio que el comerciante
rinde al consumidor ayudándole a satisfacer sus necesidades: Marx rechaza
decididamente tal idea: «esta concepción... es absolutamente errónea. El valor
de uso de una mercancía es mayor en manos del consumidor que en manos del
productor sencillamente porque es en aquéllas donde se realiza. El valor de una
mercancía no se realiza... hasta que esta mercancía entra en la órbita de
consumo. En manos del productor sólo existe en forma potencial. Pero una
mercancía no se paga dos veces, primero por su valor de cambio y luego, además,
por su valor de uso. Al pagar su valor de cambio nos apropiamos de su valor de
uso. Y el valor de cambio no se incrementa en lo más mínimo por el hecho de que
la mercancía pase de manos del productor o del intermediario a manos del
consumidor» (III, p. 275, nota l). Como se sabe, el valor de uso para Marx
―aunque sea condición para el valor de cambio― no influye en la
cuantía de ese valor: no la altera.
También
podría pensarse que esta ganancia procede de que las mercancías se vendan por
mayor precio de aquél a que se han comprado; lo cual, reconoce, es un dato: «es
evidente que el comerciante sólo puede obtener su ganancia del precio de las
mercancías vendidas por él, y más, aún, que esta ganancia que obtiene en la
venta de sus mercancías tiene que ser necesariamente igual a la diferencia
existente entre su precio de compra y su precio de venta, igual a ese
superávit» (III, p. 277). Pero estamos ante una pura apariencia: no se ha
engendrado valor, por tanto, no puede haber ganancia sacada de ese valor nuevo.
Y, por ende, el plusvalor del que se apropia el comerciante tendrá que salir de
otro sitio: «el que la ganancia mercantil constituye un simple recargo, un alza
nominal del precio de las mercancías por encima de su valor, no pasa de ser una
mera apariencia» (III, p. 277).
II. Marx ha puesto
así las bases para explicar su teoría sobre la ganancia comercial: cómo toda
ganancia no es más que una porción del plusvalor global creado por los obreros
productivos. El único problema, por tanto, ha de ser el de averiguar cómo llega
a manos del comerciante: «puesto que el capital comercial no engendra por sí
ningún plusvalor, es evidente que la plusvalía que corresponde a este capital
en forma de ganancia media forma parte de la plusvalía producida por el capital
productivo total. Pero el problema está en saber cómo el capital comercial se
apropia de la parte que le corresponde dentro de la plusvalía o ganancia
producida por el capital productivo en general» (III, p. 277).
El
procedimiento sería muy sencillo: en realidad, lo que hace el comerciante, es
comprar al industrial las mercancías a un valor inferior al de su precio
verdadero de producción (el que tendría si el industrial vendiese directamente
sus mercancías). El comerciante no añade valor, y por tanto, no puede vender
«las mercancías por encima de su valor, o sobre su precio de producción
―nadie se las compraría de modo estable―», pero en cambio puede
vender con ganancia «precisamente porque las ha adquirido a los capitalistas
industriales por debajo de su valor o de su precio de producción» (III, p.
279). En definitiva, tanto el capitalista industrial como el comercial obtienen
sus ganancias del trabajo no pagado que el capitalista industrial arranca de
manos del trabajador: pero se apropian de este plusvalor de distintos modos: el
capitalista industrial «produce la plusvalía mediante la apropiación directa
del trabajo ajeno no retribuido. Aquel, en cambio, se apropia de una parte de
esta plusvalía haciendo que se la transfiera el capital industrial» (III, p.
287). El capitalista industrial, en definitiva, no siempre realiza la totalidad
del valor que ha enajenado al trabajador, sino que a veces deja a su colega
comerciante que cuide de obtener la ventaja de una parte.
El
capital comercial contribuye así a llevar a su tasa media la ganancia: «por
consiguiente, el capital comercial con. tribuye a la compensación de la
plusvalía para formar la ganancia media, a pesar de no entrar en la producción
de esta plusvalía. Por esto, la cuota general de ganancia implica ya la
deducción de la plusvalía correspondiente al capital comercial, es decir, una
deducción de la ganancia del capital industrial» (III, pp. 280‑281):
entra, como dice Marx, directamente en el reparto del botín, sin haberse
ocupado de producirlo.
b) Sección
quinta: Desdoblamiento de la ganancia en interés y ganancia del empresario:
pp. 326‑572 (Teoría del capital a interés: el interés como
participación en el reparto del plusvalor; razón de su carácter fijo, frente a
la ganancia media); Cap. XXI: El capital a interés (pp. 326‑343); Cap.
XXII División de la ganancia. Tipos de interés. Cuota «natural» del tipo de
interés (pp. 344‑353); Cap. XXIII: El interés y la ganancia del
empresario (pp. 355‑372); Capitulo XXIV: Exteriorización de la relación
del capital bajo la forma del capital a interés (pp. 373-380); Cap. XXV: El
crédito y el capital ficticio (pp. 381‑394) Cap. XXVI: La acumulación de
capital dinero y su influencia sobre el tipo de interés (pp. 395‑413);
Cap. XXVII: El papel del crédito en la producción capitalista (pp. 414‑419);
Capítulo XXVIII: Medios de circulación y capital (pp. 420436); Cap. XXIX: Las
partes integrantes del capital bancario (pp. 437‑447); Cap. XXX‑XXXII:
Capital dinero y capital efectivo (pp. 448‑487); Cap. XXXIII: El medio de
circulación bajo el sistema de crédito (pp. 488‑511); Cap. XXXIV: El currency
principle y la legislación bancaria inglesa desde 1844 (pp. 512‑528);
Cap. XXXV: Los metales preciosos y el curso del cambio (pp. 529‑554);
Capítulo XXXVI: Algunos rasgos precapitalistas (pp. 555‑572).
I. «Al considerar
por primera vez la cuota general o media de ganancia (sección II), aún no la
teníamos ante nosotros en su forma definitiva, ya que la compensación se
operaba simplemente como compensación entre los capitales industriales
invertidos en las diversas ramas de producción. Esta visión se completó en la
sección anterior, en que examinamos la participación del capital comercial en
esta compensación y la ganancia mercantil» (p. 326): quedó claro entonces, que
la cuota de ganancia media era la misma para el capital industrial y comercial.
Y por tanto, que en adelante no es necesario distinguirlos.
Precisada
y circunscrita así la imagen del reparto, Marx va a añadir una nueva variante:
la aclaración y presentación adecuada de otro sector de partícipes del reparto,
los capitalistas puros.
1.
Hasta ahora se había supuesto que los capitalistas industriales y comerciales
empleaban dinero propio. Pero sucede muchas veces que trabajan con capital
tomado a préstamo de un capitalista financiero y que para remunerarlo le pagan
un interés.
2.
Tenemos, pues, un segundo género de capital que no participa en la producción,
pero sí en el reparto de las ganancias: aquí, sin embargo, el problema no es,
como en el caso del capitalista comercial, averiguar el modo en que consigue
hacerse con su parte del plusvalor total de la sociedad (que tampoco produce ni
extrae directamente). El capitalista financiero consigue su parte porque el
prestatario ―capitalista industrial o comercial― se la paga como
interés.
El
problema en este caso, está en explicarse cómo se forma el precio del capital
(la cuota de interés): el precio del dinero prestado, a diferencia de las
mercancías, o de la fuerza de trabajo, está determinado únicamente, en última
instancia, por la concurrencia de oferta y demanda en el mercado de dinero. En
efecto, no existe una cuota «natural» de interés como hay en cambio un precio
natural de las mercancías (su valor, en una economía pura; su precio de
producción ―que incluye la cuota de ganancia―, en una economía
capitalista) o un salario natural (valor de los medios de sustentación del
obrero). Por tanto, la oferta y la demanda en lugar de estar determinadas por
el valor, serían enteramente determinantes de él: «considerar el interés como
precio del capital constituye de por sí una expresión absolutamente irracional.
Aquí nos encontramos con una mercancía que tiene un doble valor: de una parte,
un valor; de otra un precio distinto de este valor, cuando en realidad el
precio no es otra cosa que el valor expresado en dinero... ¿ Cómo, pues, ha de
tener una suma de valor un precio además de su propio precio expresado en su
propia forma de dinero? El precio no es otra cosa que el valor de la mercancía
(y así ocurre también con el precio de mercado, cuya diferencia respecto al
valor no es una diferencia cualitativa, sino simplemente cuantitativa). Un
precio cualitativamente distinto del valor constituye una contradicción
absurda» (III, pp. 340‑341).
No
se trata sino de una más entre las contradicciones características del sistema
capitalista; el capital se convierte en una mercancía especial: en dinero con
derecho a plusvalor. Conversión que es operada por su entrada en el mercado:
«el capital mismo sólo aparece aquí como una mercancía cuando se ofrece en el
mercado y cuando el valor en uso del dinero se enajena realmente como capital.
Y su valor de uso consiste en engendrar una ganancia. El valor del dinero o de
las mercancías consideradas como capital no se determina por su valor como
dinero o mercancías, sino por la cantidad de plusvalía que producen al
poseedor» (III, p. 341).
Así
se revelaría, dice Marx, cómo es la relación antagónica entre riqueza material
y trabajo, la razón de existencia del capital como tal, en cuanto «constituye
el título (esa relación con el obrero) y el medio para la apropiación del
trabajo ajeno, y no un trabajo cualquiera como contravalor por parte del
capitalista» (III, p. 342).
De
aquí el carácter peculiarísimo del precio del capital o interés, en cuanto se
determina sólo y exclusivamente por el mercado. Mientras el salario o las
mercancías tenían un precio natural, el interés no: «no existen límites
naturales para la cuota del tipo de interés. Allí donde la competencia no
determina sólo las fluctuaciones y desviaciones, donde por tanto cesa toda
determinación respecto al equilibrio de las fuerzas que se contrarrestan
mutuamente, lo que se trata de determinar es algo de por sí arbitrario y que
escapa a toda ley» (III, p. 342). Este peculiarísimo mercado, donde se cotiza algo
que no tiene en sí ningún valor, explicaría la uniformidad de la tasa de
interés a diferencia de la cuota de ganancia (que tiende a una media, pero es
distinta en las diversas ramas de producción) (III, pp. 352‑354): es lo
que se paga por el derecho a apropiarse de plusvalor, a participar en el
reparto general del plusvalor social.
II. Pero más
interesantes son las consecuencias para el modo de aparecer la realidad a los
capitalistas, que ―según Marx― este hecho implicaría.
1.
Marx lo razona así: como el empresario saca a su capital un rendimiento más
alto que la tasa de interés, se hace preciso distinguir esa parte de ganancia
que le queda después de cubrir los intereses normales, a la que se llama
«ganancia del empresario». Ahora bien ―continúa― «tan pronto como
una parte de la ganancia reviste con carácter general la forma de interés, la
diferencia entre la ganancia media y el interés, o la parte de la ganancia que
queda después de cubrir el interés, se convierte en una forma antitética del
interés: la de la ganancia del empresario. Estas dos formas, el interés y la
ganancia del empresario, sólo existen como formas antitéticas. No se refieren
pues por igual a la plusvalía, de la que no son más que partes plasmadas en
categorías, rúbricas o nombres distintos, sino que se refieren la una a la
otra. Una de las partes de la ganancia aparece como ganancia del empresario
pura y simplemente porque la otra se presenta bajo forma de interés» (III, p.
362).
El
hecho de que la ganancia del capitalista activo aparezca como «ganancia del
empresario» genera, en la conciencia de los interesados, un desplazamiento del
antagonismo capitalista: el capitalista «activo» se opone ahora al capitalista
«inactivo», y puede llegar a imaginarse que se encuentran en el mismo campo que
los trabajadores, considerando por ende su «ganancia de empresario» como
remuneración del propio trabajo. Cuando en realidad, según Marx, es el único
que se apropia inmediatamente de todo el plusvalor, y que luego está obligado a
dividirlo con un tercero. Así es como su ganancia puede aparecer, a los ojos
burgueses, como «salario» de su trabajo: «ser representante del capital en
acción no constituye una sinecura como el ser representante del capital a
interés ... La explotación del trabajo productivo cuesta un esfuerzo ... Por
oposición al interés, la ganancia del empresario aparece, pues, ante él como
algo independiente de la propiedad del capital, y más bien como resultado de
sus funciones de no propietario, de obrero. Va pues formándose en su cerebro la
idea de que su ganancia de empresario, lejos de hallarse en contradicción con
el trabajo asalariado y de ser trabajo ajeno no retribuido, representa, por el
contrario, su propio salario, un salario de vigilancia, ages of
superintendence of labour, un salario de categoría más alta que el del
simple obrero asalariado... Pierde completamente de vista que su función como
capitalista consiste en producir plusvalía, es decir, trabajo no retribuido, y
en producirla además en las condiciones más económicas, ante el hecho
antitético de que el capitalista percibe el interés aunque no desempeñe ninguna
función como capitalista, simplemente por ser propietario del capital y de que,
por el contrario, la ganancia del empresario corresponde al capitalista en activo
aunque no sea propietario del capital con que opera. La forma antagónica de las
dos partes en que se divide la ganancia y, por tanto, la plusvalía, hace que se
olvide que se trata simplemente de dos partes de la plusvalía, sin que su
división altere en lo más mínimo su naturaleza, su origen ni sus condiciones de
existencia» (III, p. 364). El razonamiento de Marx, va pues de triunfo en
triunfo: todo lo que en la realidad se ve distinto es mera apariencia. El
lector inevitablemente empieza a sospechar un engaño: el plusvalor se produce
sobre todo en aquellas empresas con muchos trabajadores y pocos medios de
producción, el comercio nada tiene que ver con el incremento de la riqueza sino
con la distribución del plusvalor, el empresario como tal no aporta nunca otro
trabajo que el de explotar a los trabajadores, los adelantos e inventos se
deben no a las personas sino al obrero colectivo...[28]
2. Toda esta parte del libro III, tiene
un carácter triunfante: Marx va aplastando dificultades. Engels, no duda en
expresar su entusiasmo en el prólogo: Marx aclara más de lo que él mismo
esperaba. Y así, concluye: la inversión que se produce en la conciencia del
capitalista, no es sino la repetición del «mismo fenómeno que veíamos../.. en
la sección II de este libro al tratar de los fundamentos de la compensación que
sirven de base a la ganancia media. Tales fundamentos de compensación, que
entran de modo determinado en la distribución del plusvalor, se tergiversan por
la mentalidad del capitalista para convertirse en las causas y los fundamentos
(subjetivos) de justificación de la ganancia misma» (III, p. 366).
3. Por último conviene advertir que Marx
admite una cierta creación de valor por el empresario, pero no porque trabaje
como capitalista, sino porque trabaja también independientemente de su
condición de tal. Por consiguiente esta parte de la plusvalía no tiene nada de
plusvalía, sino que es lo contrario de ella, un equivalente por el trabajo
realizado», aunque al trabajar como capitalista «el proceso de explotación
aparece aquí como un simple proceso de trabajo, con la diferencia que el
capitalista en activo realiza un trabajo distinto que los obreros» (III, p.
366).
Sin
embargo, este trabajo no puede confundirse con la fuente de la ganancia del
empresario, aunque esta confusión que comenzó «produciéndose por la forma
antagónica que el remanente de la ganancia sobre el interés presenta frente a
éste» se haya desarrollado «por la tendencia apologética a presentar la
ganancia, no como plusvalía, es decir, como trabajo no retribuido, sino como un
salario percibido por el propio capitalista a cambio del trabajo por él
realizado» (III, p. 371).
Prueba
de esta diferencia es que este trabajo de dirección se da no sólo en el régimen
capitalista sino «en todos aquellos trabajos en los que cooperan muchos
individuos, donde la cohesión y la unidad del proceso se personifican
necesariamente en una voluntad de mando y en funciones que no afectan sólo a
los trabajos parciales, sino a la actividad total del taller, como ocurre con
el director de una orquesta» (III, p. 367). Y más claramente aún, por el hecho
de que aún dentro del régimen capitalista, en la sociedad por acciones, este trabajo
se desarrolla por personas distintas y con independencia de la ganancia del
empresario: «las empresas por acciones que se desarrollan con el sistema de
crédito tienden a separar cada vez más este trabajo administrativo como
función, de la posesión del capital, sea propio o prestado, del mismo modo que
al desarrollarse la sociedad burguesa las funciones judiciales y
administrativas se van separando de la propiedad territorial, de la que eran
atributos en la época del feudalismo» (III, pp. 370‑371) [29].
III. Todo esto le permite concluir a Marx que el capital a interés, es el punto «donde la relación de capital cobra su forma más externa y más fetichista. Aquí nos encontramos con D‑D', dinero que engendra más dinero, valor que se valoriza a sí mismo, sin el proceso intermedio entre ambos extremos». En el capital activo, teníamos en efecto un proceso intermedio que se representa así: D‑M ... P ... M'‑D' (para el capital industrial) y D‑M‑D' (para el capital comercial). En el capital financiero sólo D‑D': el plusvalor parece provenir de una cosa, que es lo que le da precisamente su aspecto de fetiche. En el capital comercial, por ejemplo, la ganancia «se aparece como producto de una relación social y no como producto exclusivo de un objeto material» (III, p. 373). En el capital a interés o financiero «el dinero tiene la virtud de crear valor, de arrojar interés, lo mismo que el peral tiene la virtud de dar peras» (III, p. 374): «el engendrar dinero parece algo tan inherente al capital, bajo esta forma de capital‑dinero, como el crecimiento a los árboles» (III, p. 375).
c) Sección sexta: Cómo se convierte la ganancia
extraordinaria en renta del suelo (Teoría de la venta capitalista del
suelo: la renta como plusvalor que el terrateniente extrae al capitalista
agrícola) (pp. 573‑753); Cap. XXXVII: Introducción (p. 573-595); Cap. XXXVIII:
La renta diferencial. Generalidades (pp. 596‑603); Cap. XXXIX: Primera
forma de la renta diferencial (pp. 604‑624); Cap. XL: Segunda forma de la
renta diferencial (pp. 625‑635); Cap. XLI: La renta diferencial.
II.― Primer caso: precio de producción constante (pp. 636‑642);
Capítulo XLII La renta diferencial. II.― Segundo caso: precio de
producción decreciente (pp. 643657); Cap. XLIII: La renta diferencial.
II.― Tercer caso: precio de producción creciente. Resultados (pp.
658‑684); Cap. XLIV: Renta diferencial también en la tierra peor de
cultivo (pp. 685‑693); Capítulo XLV: La renta absoluta (pp. 694‑716);
Capítulo XLVI: Renta de solares. Renta de minas. Precio de la tierra (pp. 717‑724);
Cap. XLVII: Génesis de la renta capitalista del suelo (pp. 725‑753).
I. Los
propietarios de tierras no cooperan tampoco directamente en la producción y,
sin embargo, obtienen igualmente una parte del plusvalor, una ganancia. El
problema no es aquí el modo en que la obtienen ―es evidente que cobran
una renta―, ni tan sólo cómo se forma el precio de la tierra o renta del
suelo. El problema es más grave: cómo se coordina esta renta con la teoría
del valor y del plusvalor.
1.
El núcleo de esta segunda dificultad ―el precio de la tierra lo
trataremos luego― puede formularse así: a) es evidente que el capital
invertido en agricultura debe poder realizar y conservar para sí, al menos la
cuota de ganancia media. Si no la alcanzase, o fuese obligado a ceder una parte
al terrateniente, huiría de la agricultura para colocarse en la industria.
Es
evidente, sin embargo que paga una renta: renta que tendrá que provenir de una sobreganancia realizada
con el capital agrícola, en relación a la ganancia media. ¿De dónde sale esta
ganancia excedente?
2.
Marx encuentra dos explicaciones, o mejor dicho, dos formas de producirse este
exceso de ganancia: la primera la renta diferencial, que no le ofrece mayor dificultad. Y la
segunda: la renta absoluta.
Pero antes de pasar al detalle de la explicación, conviene tener presente ―para entender toda esta sección― la advertencia de que Marx estudia sólo la renta de aquellas tierras que están bajo el régimen capitalista de producción, cuya premisa es: «los verdaderos agricultores son obreros asalariados, empleados por un capitalista, el arrendatario, el cual no ve en la agricultura más que un campo especial de explotación del capital... Este arrendatario capitalista paga al terrateniente, al propietario de la tierra explotada por él, en determinados plazos, por ejemplo anualmente, una determinada suma de dinero contractualmente establecida (lo mismo que el prestamista del capital‑dinero paga el interés estipulado) ... » (III, p. 577). La propiedad territorial no es por sí misma capital, según Marx: por tanto en sí misma no le interesa; «sólo nos ocupamos de ella en la medida que una parte de la plusvalía producida por el capital va a parar a manos del terrateniente» (III, p. 573). Porque «sin esto sería incompleto el análisis del capital» (III, p. 574).
II. Marx desarrolla
así, la teoría de la renta del suelo. Si suponemos tres
terrenos de igual superficie que tengan una diferencia de fertilidad tal que,
empleados en ellos capitales de igual magnitud, produzcan el segundo el doble y
el tercero el cuádruplo del primero, puede decirse en líneas generales, que el
producto del tercer terreno valdrá ―dado su coste de producción―
cuatro veces menos que el del primero. Sin embargo, no por eso se venderá el
producto ―por ejemplo, trigo― cuatro veces más barato, ya que en el
mercado sólo hay un precio del trigo, que además ha de estar determinado por lo
que cuesta en el primer terreno, puesto que a ese precio se encuentran todavía
compradores [30].
1.
Es evidente con ello, que los capitales invertidos en el segundo y tercer
terreno producirán a sus propietarios una «plusganancia», equivalente al doble
o el triple del precio del producto obtenido en el primer terreno.
Esta
«plusganancia», a título de renta diferencial de los terrenos, sirve al capitalista para
pagar al terrateniente. Permanece, sin embargo, la dificultad para el primer terreno, en el
que no hay plusganancia que justifique la renta de la tierra a título de renta
diferencial. Evidentemente el capitalista obtendrá también una ganancia: la
ganancia media, sin la cual abandonaría la agricultura para dedicarse a otra
actividad. Pero no basta, puesto que aún los capitalistas que invierten sobre
terrenos peores pagan . una renta ya que «el hecho de que el arrendatario pueda
valorizar su capital, sacándole la ganancia corriente, a condición de no pagar
renta, no es razón para que el terrateniente ceda a aquél su tierra de un modo
desinteresado y se sienta lo bastante filántropo para implantar el credit gratuit a
favor de este colega» (III, p. 696). Es preciso que la renta tenga un origen
distinto que la fertilidad diferencial de los terrenos. Es lo que Marx llama la
renta absoluta.
2.
Pero ¿de dónde sale ésta renta absoluta?: de un mayor plusvalor obtenido en la
agricultura que, a diferencia de las otras ramas de producción, entra en el
juego de la compensación para la ganancia media, en forma diversa que los demás
capitales. Así lo expone Marx: «la esencia de la renta absoluta consiste, por
tanto, en lo siguiente: capitales de igual magnitud invertidos en distintas
ramas de la producción producen, a base de la misma cuota de plusvalía o del
mismo grado de explotación del trabajo, masas distintas de plusvalía según su
composición orgánica media. En la industria, estas masas distintas de plusvalía
se compensan a base de la ganancia media y se distribuyen por igual entre los
distintos capitales como entre partes alícuotas del capital social. Pero la
propiedad territorial, allí donde la producción necesita de la tierra, sea para
fines agrícolas, sea para la extracción de materias primas, impide que esta
compensación se efectúe respecto a los capitales invertidos en la tierra y
absorbe una parte de la plusvalía, que de otro modo entraría en el juego de la
compensación para formar la cuota general de la ganancia. La renta forma
entonces parte del valor, y más concretamente de la plusvalía de las
mercancías, con la diferencia que esta parte, en vez de ir a parar a la clase
capitalista que la ha extraído a los obreros, va a parar a los terratenientes
que se la extraen a los capitalistas» (III, p. 715).
Esta
explicación permite, en efecto, dar razón de la renta absoluta de un modo
coherente con la teoría del valor. Y se funda sobre dos presupuestos:
a)
Que en la agricultura la composición entre capital variable y capital
constante, sea superior a la normal: «el supuesto de que se parte en esta
operación, es que el capital agrícola pone en movimiento más trabajo que una
parte igual de capital no agrícola» (III, p. 715). Por tanto, produce más
plusvalor.
b)
Que en la agricultura, el capital consigue escapar parcialmente a la ley de la
compensación general de la cuota de ganancia, manteniendo los precios de
producción más altos de lo normal: «los precios de producción nacen de una
compensación entre los valores de las mercancías, la cual, después de reponer
los respectivos capitales‑valores invertidos en las distintas ramas de
producción, distribuye la plusvalía total, no en la proporción en que ha sido
producida en las distintas ramas y en la que, por tanto, se contiene en sus
productos respectivos sino en la proporción a la magnitud de los capitales
invertidos... Los capitales tienden por medio de la competencia a imponer
constantemente esta compensación... a no tolerar más ganancias excedentes que
aquellas que responden a la diferencia entre los valores y los precios de producción...
absorbiendo cuantas ganancias respondan a la diferencia entre el precio general
de producción regulador del mercado y los precios individuales de producción
distintos de aquél... eliminando cuántos obstáculos se oponen a esta
compensación... Esta premisa se funda, sin embargo... en el movimiento continuo
de emigración e inmigración de capitales... Y, por tanto, en que no haya ningún
obstáculo que... impida a la concurrencia de los capitales... reducir el valor
al precio de producción y por consiguiente distribuir la plusvalía excedente de
esta rama... entre todas las ramas. Si ocurriese lo contrario, si el capital
tropezase con una potencia extraña a la que no pudiera sobreponerse en modo
alguno o a la que sólo pudiera sobreponerse de un modo parcial, restringiendo
su inversión... o admitiéndola sólo en condiciones que excluyan en todo o en
parte aquella compensación... es indudable que, en las ramas de producción en
que tal ocurriese, el remanente del valor de las mercancías sobre su precio de
producción engendraría una ganancia excedente que podría convertirse en renta y
adquirir como tal una existencia sustantiva frente a la ganancia. Pues bien, la
propiedad territorial de esa potencia y esa barrera que se levanta ante el
capital deseoso de invertirse en la tierra o, si se quiere, es el terrateniente
el que se impone así ante el capitalista» (III, pp. 706‑707).
De
este modo, la porción del precio de los productos agrícolas que se transforma
en renta de la tierra sigue siendo una parte del valor de esos productos: es
decir, estos productos se venden siempre por su valor o por un valor inferior
que, sin embargo, es siempre superior a su precio de producción.« Y así, su
precio de monopolio no contradice la ley del valor porque «los productos agrícolas
se venderán siempre un precio de monopolio, no porque su precio sea superior su
valor, sino porque es igual a éste o inferior a él, pero desde luego superior a
su precio de producción» (III, p. 707). La ganancia, por tanto, incluida la
renta, procede del plusvalor.
No hay, con esto,
ya ninguna contradicción, siempre que esté probado que efectivamente el
plusvalor sea tan alto en la tierra, y siempre más alto que en la industria (si
no, no se podría retener una parte para renta, y habría que extraerla a la
industria, lo que no es admisible). Que de hecho «la composición orgánica del
capital agrícola sea más baja que la del capital medio, es un problema que sólo
puede resolverse con la ayuda de la estadística y en cuyo detalle huelga para
nuestros fines entrar. De todos modos podemos afirmar como algo evidente que
sólo bajo este supuesto puede el valor de los productos agrícolas ser
superiores a su precio de producción», es decir, su «plusvalor mayor que el de
los demás capitales». Curiosa forma de probar un hecho. Y concluye: «bastará
pues con que establezcamos la hipótesis. Al desaparecer ésta desaparece también
la forma de la renta que a ella corresponde» (III, p. 705) [31]. Y
más adelante añade: «reconocer que el fenómeno de la renta nacía de las
virtudes especiales de la tierra equivalía a renunciar al concepto mismo del
valor, y por consiguiente a toda posibilidad de conocimiento científico en este
terreno» (III, p. 725).
III. Con estas
bases explica también Marx, el precio de la tierra. No cabe duda que la tierra
―dice Marx― aunque sea un valor de uso, no tiene en sí, valor,
puesto que ningún trabajo está coagulado en ella. Y sin embargo en el
régimen capitalista tiene un precio.
1.
La solución sigue siendo distinguir entre la realidad y la apariencia: la
tierra sirve para procurarse renta, plusvalor, pero no lo tiene en sí; es un
título para arrebatarlo. Podría parecer que procura renta, porque tiene un
precio, consecuencia de su valor. No es así, sino al revés: tiene un precio
porque procura renta; no porque tenga valor, sino porque el propietario puede
procurarse en el sistema capitalista, sin contraprestación, una fracción del
plustrabajo: «ya hemos visto que todo ingreso determinado en dinero puede ser
capitalizado, es decir considerado como el interés de un capital imaginario...
La renta del suelo así capitalizada es la que constituye el precio de compra o
valor de la tierra, categoría a prima facie irracional... toda vez que
la tierra no es producto del trabajo ni puede por tanto tener un valor... Pero
detrás de esta forma irracional se esconde una relación real de producción»
(III, pp. 580‑581): el derecho del terrateniente a quedarse con parte del
plusvalor producido en la agricultura.
2.
El hecho de que sea la renta capitalizada, es decir ese tributo capitalizado,
lo que se presente como precio de la tierra y de que, por tanto, ésta pueda
venderse como cualquier otro artículo comercial, demuestra simplemente que es
el título de propiedad sobre el planeta que asiste a ciertas personas, lo que
les permite apropiarse como tributo una parte del trabajo excedente de la
sociedad... A sus ojos... la renta aparece simplemente como el interés del
capital con que ha comprado la tierra... Exactamente lo mismo que quien compra
un negro no cree que su derecho de propiedad sobre él se deba a la institución
de la esclavitud, sino a la operación de compraventa de la mercancía negra.
Pero la venta no crea el título, se limita a transferirlo. Lo que crea un
título son las relaciones de producción. Considerada desde el punto de vista de
una formación económica superior de la sociedad, la propiedad privada de
algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la
propiedad privada de un hombre sobre sus semejantes» (III, pp. 719‑720).
IV. Pero, ¿es
posible que se vivan tantas apariencias, sin advertirlas? ¿Es admisible un
engaño colectivo tan difundido en contra del sentido común? ¿No será extraño
que quienes viven en la sociedad capitalista no lo adviertan? Marx no duda en
responder: «la averiguación de las formas irracionales bajo las que aparecen y
se resumen prácticamente determinadas relaciones económicas les tienen
completamente sin cuidado a los representantes prácticos de estas relaciones,
en sus combinaciones y manejos; y como están acostumbrados a moverse dentro de
ellas, su inteligencia no se siente repelida lo más mínimo por tales
tergiversaciones... Puede aplicarse aquí lo que Hegel dice de ciertas fórmulas
matemáticas, a saber: que aquello que el sano sentido común cree irracional es
precisamente lo racional, y lo que él considera racional, es la irracionalidad
misma» (III, p. 722).
d) Sección séptima: Las rentas y sus fuentes
(pp. 754-818) (Para una teoría de las clases sociales): Capítulo XLVIII: La
fórmula trinitaria (pp. 754‑769); Cap. XLIX: Para el análisis del proceso
de producción (pp. 770‑787); Cap. L: La apariencia de la competencia (pp.
788‑809); Cap. LI: Relaciones de distribución y relaciones de producción
(pp. 810‑16); Cap. LII: Las clases (pp. 817‑818).
I. El Capital es
una obra inacabada. En la sección séptima, Marx se había propuesto estudiar las
tres grandes clases que componen la sociedad capitalista, correspondientes a
las tres gran formas de renta ―ganancia, renta del suelo y
salario―, de los capitalistas, terratenientes y obreros asalariados; y la
lucha de clases «inseparable de su existencia, como el resultado efectivo del
período capitalista» (p. 12 del prólogo de Engels, a este libro). El último
capítulo de esta sección, dedicado al tema de las clases sociales, sólo está
iniciado. Pero en los cuatro precedentes sienta las bases para determinar en
qué consisten las clases sociales, de acuerdo con su teoría del valor y del
plusvalor, en una sociedad capitalista. Advierte, sobre todo, que el fenómeno
de las clases, y su relación con la producción no es algo exclusivo del
capitalismo, sino común a toda forma de sociedad: «el proceso capitalista de
producción, al igual que cuantos le precedieron, se desarrolla bajo
determinadas condiciones materiales que son al mismo tiempo exponente de
determinadas relaciones sociales que los individuos contraen en el proceso de
reproducción de su vida. Lo mismo aquellas condiciones que estas relaciones
son, de una parte, premisas, y de otra parte, resultados y creaciones del
proceso capitalista de producción; son producidas y reproducidas por él» (III,
p. 758). Recogemos, a continuación, las ideas centrales que Marx expone en esta
parte inacabada.
II. Comienza por
llamar la atención en orden a un tema dominante ya en las secciones anteriores:
la falsedad de la apariencia de las relaciones económicas y sociales, en el
sistema capitalista, tal como se interpretan habitualmente.
1.
«Capital‑ganancia (beneficio del empresario más interés); tierra‑renta
del suelo; trabajo‑salario: he aquí la fórmula trinitaria que engloba todos
los secretos del proceso social de producción... Pero si examinamos con mayor
detenimiento esta trinidad económica, vemos: ... que las pretendidas fuentes de
la riqueza anual disponible corresponden a esferas completamente distintas y
que no guardan la menor analogía entre sí. Se parecen como pueden parecerse,
por ejemplo, los aranceles notariales, las zanahorias y la música... El capital
no es una cosa material, sino una determinada relación social de producción...
Y al lado de él aparece la tierra, la naturaleza inorgánica como tal. El valor
es trabajo. La plusvalía, valor de más, no puede ser por tanto tierra...
Finalmente, tenemos como tercer miembro de la combinación tripartita un simple
espectro: el trabajo, que no es sino una abstracción y que considerado de por
sí, no existe o que si admitimos lo que suponemos es la actividad productiva
del hombre en general, por medio de la cual se opera el metabolismo con la
naturaleza, despojado no sólo de toda forma y característica social, sino
incluso en su simple existencia natural, independiente de la sociedad,
sustraído a toda sociedad y como manifestación y afirmación de vida común al
hombre que no tiene todavía nada de social y al hombre social en cualquiera de
sus formas» (III, pp. 754‑755) [32].
A
pesar de lo absurdo que resulta considerar aquí las fuentes de riqueza, «no
debe causar asombro el que la economía vulgar se encuentre como el pez en el
agua precisamente bajo la forma más extraña de manifestarse las relaciones
económicas, en que éstas aparecen prima facie como contradicciones
perfectas y absurdas ―en realidad toda ciencia estaría de más, si la forma
de manifestarse las cosas y la esencia de éstas coincidiesen
directamente― y el que estas relaciones aparezcan tanto más evidentes
cuanto más se esconde la trabazón interna entre ellas y más familiares son a la
concepción corriente. Por eso la economía vulgar no tiene ni la más remota idea
de que la fórmula tripartita de que parte, a saber, tierra‑renta, capital‑interés,
trabajo‑salario o precio de trabajo encierra tres componentes prima
facie imposibles» (III, p. 757). En primer lugar se establece
―dice― una relación entre la tierra, como valor de uso, y la renta
de la tierra que es un valor de cambio, por tanto inconmensurables entre sí.
Después entre capital e interés: un valor que da más valor del que vale.
Finalmente entre trabajo y precio de trabajo: «hablar del precio del trabajo es
tan irracional como lo sería hablar de logaritmos amarillos» (Ibídem).
3.
Se trata de una mistificación general «que convierte las relaciones sociales de
las que son exponentes los elementos materiales de la riqueza en propiedades de
estas mismas cosas (mercancías), llegando incluso a convertir en un objeto
(dinero) la misma relación de producción». Hay que advertir, sin embargo, que
esta mistificación e inversión se da siempre donde circulan dinero y
mercancías. «Pero este mundo encantado e invertido se desarrolla todavía más
bajo el régimen capitalista de producción y con el capital, que constituye su
categoría dominante, su relación determinante de producción» (III, p. 765).
Todos los aspectos de la sociedad van sometiéndose a esta deformación, con
ritmo creciente. Marx hace un breve repaso: al desarrollarse el plusvalor
relativo, el capital «se convierte en una entidad ya muy mítica pues todas las
fuerzas sociales productivas del trabajo aparecen como propiedades suyas y no
del trabajo como tal» (III, p. 765). Esto se acentúa en el proceso de
circulación; si ya en el proceso de producción se oculta el plusvalor, mucho
más luego en la circulación: «tanto la reversión de los valores invertidos en
la producción como sobre todo la plusvalía encerrada en las mercancías aparece
como si, además de realizarse en la circulación, brotase de ella misma»;
apariencia que viene reforzada por los posibles engaños, astucia, etc., que
procuran una ganancia en el mercado, por el influjo del tiempo de circulación,
etc. (III, p. 766). Al unificarse el proceso de producción y circulación,
dentro de la circulación total del capital, que constituye el proceso real,
engendran «nuevas formas en las que se pierde cada vez más el pulso de la
conexión exterior, en las que las relaciones de producción se sustantivan unas
frente a las otras y las partes integrantes del valor cristalizan las unas
frente a las otras en formas independientes... La plusvalía en forma de
ganancia, ya no guarda relación solamente con el capital invertido en
salarios, sino con el capital en su conjunto. Todo esto va velando más y más la
verdadera naturaleza de la plusvalía y, por tanto, el verdadero mecanismo del
capital» (III, pp. 766-767). Se interpone luego el complicado proceso de la compensación
de los capitales, con el que la misma «ganancia media normal parece
inmanente al capital, independiente de la explotación; la explotación
anormal... sólo parece condicionar las divergencias con respecto a la ganancia
media, pero no ésta misma» (III, p. 767). Luego, «el desdoblamiento de la
ganancia en beneficio del empresario e interés, ... llevan a su término la
sustantivación de la forma de la plusvalía, la cristalización de su forma
frente a su sustancia, a su ser» (Ibídem). Y, «finalmente, aparece al lado del
capital como fuente independiente de plusvalía la propiedad territorial... con
lo que parece romperse definitivamente el nexo interno y cegarse completamente
su fuente, precisamente por la sustantivación mutua de las relaciones de
producción vinculadas a los diversos materiales del proceso de producción»
(III, p. 768).
III. Hace falta
pues retornar a ver las cosas como son, dice Marx, y entonces se descubre la
existencia de las clases: tanto las formas de distribución como de producción
vigentes en un momento concreto, son causa y, a la vez, expresión de las
relaciones sociales propias de una determinada etapa del
desarrollo del régimen de
producción. «Fijémonos, por lo demás, en las llamadas relaciones de
distribución. El salario presupone el trabajo asalariado, la ganancia, el
capital. Estas formas concretas de distribución suponen, pues, determinados
caracteres sociales en las condiciones de producción y determinadas relaciones
sociales de los agentes de producción. Las relaciones concretas de producción
son, pues, simplemente, la expresión de las relaciones de producción
históricamente determinadas... Las llamadas relaciones de distribución
responden, pues, a formas históricamente determinadas y específicamente
sociales del proceso de producción, de las que brotan, y a las relaciones que
los hombres contraen entre sí en el proceso de reproducción de su vida humana»
(III, pp. 814‑815).
Si
trabajo, capital y tierra son las tres situaciones sociales que determinan la
participación en el producto social, dentro del régimen capitalista, tendremos
como consecuencia las clases sociales de este régimen de producción: «Los
propietarios de simple fuerza de trabajo, los propietarios del capital y los
propietarios de las tierras, cuyas respectivas fuentes de ingresos son el
salario, la ganancia y la renta del suelo, es decir, los obreros asalariados,
los capitalistas y los terratenientes, forman las tres grandes clases de la
sociedad moderna, basada en el régimen capitalista de producción» (III, p.
817).
IV. Finalmente,
transcribimos dos afirmaciones de Marx, referentes al futuro de la sociedad
―después de la desaparición del capitalismo―, y a lo que el nuevo
régimen conservará de aquél:
1.
«Cuando desaparezca el régimen capitalista de producción, siempre y cuando
quede en pie el régimen de producción social, seguirá predominando la
determinación del valor, en el sentido que la regulación del tiempo de trabajo
y la distribución del trabajo social entre los diferentes grupos de producción
y, finalmente, la contabilidad acerca de todo esto, serán más esenciales que
nunca» (III, p. 787). Con esto Marx previene al posible pensamiento de que,
puesto que la ganancia proviene del trabajo no pagado que el capitalista extrae
al obrero, una vez desaparecida la propiedad privada de los medios de
producción, el trabajador debería obtener el producto integral de su trabajo.
Todas las funciones de reparto, sea para el consumo que para la inversión,
deben quitarse para siempre al individuo: el individuo sólo debe llegar a esos
beneficios a través de la mediación de la sociedad. Este fue también el tema de
la Crítica al Programa de Gotha.
Precisamente el
gran mérito del capitalismo consiste ―según Marx― en que «arranca
el trabajo excedente de un modo y bajo unas condiciones más favorables al
desarrollo de las fuentes productivas, de las relaciones sociales y de la
creación de los elementos para una nueva y más alta formación que las formas
anteriores de la esclavitud, la servidumbre, etc.» (III, p. 758). De este modo
ha creado los medios materiales «y el germen para las relaciones sociales que
en una forma superior permitirán a la sociedad vincular este trabajo excedente
con una mayor limitación del tiempo consagrado al trabajo material» (III, p.
759). La sociedad en efecto necesitará seguir vinculando una parte del
plusvalor para su desarrollo: con una doble diferencia, no tendrá el límite al
crecimiento de la riqueza que, según Marx, tiene la sociedad capitalista; y la
programación dejará más tiempo libre, después de satisfacer las necesidades que
supone el dominio de la naturaleza. «El reino de la libertad ―concluye
Marx― sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la
necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la
naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción
material. Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para
satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y
reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las
formas sociales y bajo todos los sistemas posibles de producción. A medida que
se desarrolla, desarrollándose con él sus necesidades, se extiende este reino
de la necesidad, pero al mismo tiempo se extienden también las fuerzas productivas
que satisfacen aquellas necesidades. La libertad, en este terreno, sólo puede
consistir en que el hombre socializado, los productores asociados,
regulen racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo
pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder
ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las
condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana [33].
Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo éste un reino de la necesidad»
(III, p. 759). Será la sociedad ―el hombre socializado como género―
quien determine a qué hay que aplicar el trabajo social y cómo se distribuye el
producto social; y previamente, cuánto hay que trabajar: es decir, el trabajo
que ha de hacer cada individuo, su horario de trabajo y la parte del producto
de su trabajo que puede quedarse. Todo ello, con una contabilidad aún más
estricta que la que lleva el capitalista, pero llevada por la sociedad [34]. Y
aquí viene la última promesa de Marx, lo que ocurre más allá del reino de la
producción y la necesidad: «Al otro lado de sus fronteras, comienza el
despliegue de las fuerzas humanas que se consideran como fin en sí, el
verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando
como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la
reducción de la jornada de trabajo» (III, p. 759) [35].
El
Capital despliega una visión del hombre y del mundo, con pretensión de
totalidad; arranca desde lo que, para Marx, constituye su, última causa: la
producción de bienes materiales. No se trata de una última causa del ser sino,
coherentemente con su riguroso planteamiento inmanentista, del obrar humano,
concebido como actividad sensible. Se comprende, por tanto, que una crítica a El
Capital será siempre insuficiente si no se remonta hasta la ciencia propia
de las últimas causas ―la metafísica del ser―, quizá por eso tan
detestada por Marx.
Aunque,
de acuerdo con ello, la crítica filosófica deberá estar presente en todo
momento, sin embargo hemos dividido la exposición en dos partes: la primera,
más directamente destinada a resaltar los postulados ―patentes en toda la
obra―, en función de las quiebras de El Capital, en cuanto
análisis de la producción material; quiebras que lo convertirían en una pura e
inexplicable incongruencia, si no fuera por tales postulados, que le confieren
su propia «credibilidad». En la segunda, en cambio, nos centraremos más
inmediatamente en la crítica misma de los postulados.
En
esta segunda parte, dedicamos un último apartado a explicar cuales son, en
profundidad, las razones de que una visión del mundo como la que sustenta Marx
pueda atraer y ser seguida.
Se
seguirá el siguiente orden:
VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA
A)
El
Capital: una obra de crítica filosófica a la economía política
B)
Las
ideas centrales del Capital y sus fracturas: el recurso a los postulados
1.
La noción de conocimiento científico de la
realidad, según Marx.
2.
La teoría del valor
3. La teoría del capital Y
del plusvalor: el proceso de producción capitalista.
4. La teoría de la ganancia
media y el reparto del plusvalor.
VALORACIÓN CONCLUSIVA DE SUS POSTULADOS LA FINALIDAD ÚLTIMA DE «EL CAPITAL»
A) Las tesis fundamentales de
«El Capital» y su concepción del hombre y del mundo
1.
Resumen general.
2.
El ateísmo fundante.
3.
La concepción del trabajo humano: la suprema explotación.
4.
El Capital y la libertad.
B) Por qué tienta el marxismo
A. «El Capital»: una obra de crítica
filosófica a la economía política
I. El Capital no
es una simple obra de economía, sino, sobre todo de filosofía: Marx subtitula
expresamente, «Crítica de la Economía política». Es decir, es una crítica a la
alienación económica que, dentro del pensamiento de Marx, representa la última
alienación que contiene en su raíz todas las demás: es el fundamento inmediato
de la praxis.
1.
Si Marx se ocupó de temas económicos es porque pensó que la economía ―o
desarrollo de la producción y consumo humanos, es la estructura última y
fundamental de la realidad: «la finalidad última de esta obra ―afirma
Marx expresamente en el Prólogo a la Primera edición― es, en efecto,
descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna...
la ley natural con arreglo a la cual se mueve» (I, p. XV).
2.
Para Marx no es el hombre quien hace la economía, sino la economía quien hace
al hombre: por eso, es la ciencia del hombre por antonomasia, la verdadera
antropología. El punto de partida es, por tanto, la negación misma de una
ciencia económica en el sentido habitual de la palabra. Basta recordar el
desprecio continuo que Marx manifiesta por los «economistas vulgares». Quien
tuviera alguna duda, podría releer el Prólogo de Marx a El Capital: «Un
par de palabras para evitar posibles equívocos... Quien como yo concibe el
desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico‑natural,
no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de las
que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por
encima de ellas» (I, p. XV). La economía es la ciencia del hombre, porque la
humanidad como tal se realiza en el proceso de producción, de modo que el
hombre como individuo es un producto del proceso concreto de producción.
II. Es esta la
clave que permite entender, en su verdadero alcance, el contenido de El
Capital:
1.
Cuando Marx habla del trabajo como sustancia del valor, por ejemplo, no se
puede entender en términos meramente económicos, sino de explicación radical de
la historia humana: si el hombre fuera pura actividad sensible de
autotransformación de la materia, el trabajo humano, es decir, el resultado de
esa, actividad sensible tendría un significado peculiarísimo, sería algo único
en el mundo. Si, además, la racionalidad fuese la ley misma de esa
autotransformación, racionalizar la producción y el consumo, sería el bien
supremo: y, por el contrario, no respetarla el único mal. Si se supone que el
producto económico es la actividad por la que el hombre pone el presupuesto de
esa autotransformación, y luego se le arrebata parte del resultado, es el
hombre mismo el que no se realiza.
Pero
todo esto tiene muy poco que ver con el valor económico de los bienes, en
cuanto tal: como teoría económica, la teoría del trabajo‑valor, dice
Schumpeter, «está muerta y sepultada» [36].
Pero como interpretación de la historia, no: basta pensar en el poder de
sugestión emocional que tiene la teoría del trabajo como fuente única del
valor: «si se supone que el valor del producto deriva sólo del trabajo, la ganancia
obtenida por el capitalista aparece como necesariamente arrancada al
trabajo...» [37].
Pero para suponer esto, hay que partir de que el trabajo productivo no se puede
connumerar con los restantes elementos naturales que intervienen en la
producción: y, para esto, suponer que el hombre es pura actividad sensible.
Ninguna
de las teorías económicas de Marx es aceptable sin el presupuesto de que la
economía es la ciencia de lo humano en cuanto tal: el «proceso de producción»
constituye el «proceso de creación y reproducción de la vida humana» (Cfr. III, p. 185).
2.
Marx no pretendió nunca hacer una economía como ciencia que explicara un
aspecto parcial de la realidad humana, de la actividad del hombre, sino como la
ciencia de las leyes que rigen el movimiento de la historia, que «no sólo son
independientes de la voluntad, la conciencia y la intención de los hombres,
sino que además determinan su voluntad, conciencia e intenciones ... »
(Postfacio a la 2.ª edición, XXII) [38].
Sólo teniéndolo presente se entiende El Capital.
Es
esto lo que explica la pervivencia de esta obra, pese a que sus tesis económicas
se hayan demostrado tantas veces falsas: perdura como visión del hombre y del
mundo, como proyecto de acción. Y ésta, también, es su falla radical, no sólo
en el terreno de una interpretación última de la historia, sino de las mismas
ideas económicas. El hombre no es esa pura actividad sensible como pretendía
Marx: cuando se toma una parte por el todo ―como hace Marx― no sólo
resulta falseado y violento el todo, sino también la parte. No son por tanto de
extrañar las quiebras que en el terreno económico han demostrado las ideas de
Marx.
B. Las ideas centrales de «El Capital» y sus
fracturas: el recurso a los
postulados.
1. La
noción de conocimiento científico de la realidad, según Marx.
I. Sería sugestivo contar las veces que, a lo
largo de la obra, Marx utiliza la palabra aparece (erscheint). Al
término de la lectura de los tres libros que lo componen, si se han aceptado
todos sus razonamientos centrales, uno estaría obligado a concluir que todas
las nociones económicas ―sobre la producción y consumo de bienes―
que proporcionan la experiencia y el sentido común, son un conjunto de falsas y
engañadoras apariencias. Ni una sola de sus teorías ―sobre el valor, el
plusvalor, la distribución de las riquezas, el capital, etc.― está en continuidad
con la experiencia: tanto los capitalistas, como los economistas y aún los
mismos obreros estarían ―en el capitalismo― viviendo en un mundo de
engaño, sin ser conscientes del verdadero sentido de las realidades que viven
cotidianamente.
1.
Todo el conocimiento del mundo del trabajo ―es decir, la producción de
mercancías, el intercambio entre el hombre y la naturaleza ―, anterior a
Marx, es tachado en El Capital de contrario a la ciencia: un
mundo de apariencias del que Marx habría dado por vez primera la interpretación
científica.
Es
importante recordar este punto, al iniciar una crítica a El Capital, fundada
en sus contradicciones con la realidad. Marx no se recata ―como hemos
visto― en poner de relieve que su pensamiento no está en continuidad
inmediata con la experiencia. Más aún, tal continuidad no le preocupa
demasiado: le interesa la continuidad con la teoría. El argumento supremo para
Marx no es el dato de experiencia, sino la necesidad de no renunciar a un
conocimiento científico de la realidad: la experiencia no es habitualmente
―para él― más que una apariencia.
2.
El examen detallado de estas contradicciones tiene, por tanto, para un marxista
una fuerza muy limitada, precisamente en función de su noción de la realidad.
Esto explica que, siendo ciertamente graves, no debiliten sin embargo las
convicciones marxistas.
Dentro
del sistema inmanentista, en que Marx se mueve, la razón mide la verdad y, por
tanto, la realidad de las cosas. Mientras cualquier persona, no sometida a las
categorías de ese pensamiento, tiene por firme que la verdad del conocimiento
es medida por la realidad, para un inmanentista por el contrario lo real se
identifica con lo racional. El verum ―la verdad― depende de
la adecuación de las cosas a la inteligencia divina, que mide sin ser medida la
verdad de las cosas; éstas, como medidas por Dios, miden la verdad de la
inteligencia creada, que, por tanto, es medida por la verdad de lo real sin
medirla. Para la versión inmanentista, en cambio, el verum no es una
relación de las cosas a la inteligencia divina, y, por ende, de las cosas para
con la inteligencia humana sino que es la relación (¿real?) que las cosas
hombre las entiende. La ciencia no sería sino esa misma medida. Lo que el hombre
no controla con su razón no es susceptible ―para un pensador
inmanentista― de plantearse siquiera si es real o no. Comentando el
recurso a la experiencia ― la poca utilidad que le reconocía― Marx
afirma, como Descartes, que le interesa más la explicación racional de un hecho
que no existe (recuérdese el caso de la renta absoluta) que la
comprobación de un dato que no sea racional.
Se
comprende que sea argumento válido ―para un marxista― el que, de
otro modo, debería renunciar a la teoría del valor‑trabajo: y que a tal
argumento pueda sacrificar datos evidentes de la experiencia que lo
contradigan. Un marxista no puede tolerar la incoherencia en el propio
pensamiento, pero sí la contradicción con la realidad: ya que, por principio,
para él lo real no es la realidad sino la teoría, la explicación racional del
mundo que se ha forjado. Y no tan sólo porque teoréticamente se encuentre así
en regla, sino porque en otro caso habría de renunciar a los postulados de la
propia concepción del mundo y del hombre, en los que fundamenta su conducta y
su vida.
Sucede
algo análogo ―aunque de signo contrario― que con el creyente: igual
que un cristiano está dispuesto con facilidad a renunciar a una teoría que
contradiga su fe, su real conocimiento de Dios, a un inmanentista no le cuesta
renunciar a un dato que contradice su teoría.
II. El interés,
por tanto, de destacar las fracturas de El Capital es, sobre todo, poner
de manifiesto los postulados en que sus teorías se fundan, y que es inevitable
abrazar, para que tales teorías no sean un puro juego: es ésta la quiebra
fundamental de El Capital. Ahí está lo que realmente lo explica y lo
que, para no ser menos coherentes que un marxista, habría de aceptar quien
pretendiese asumir las tesis fundamentales de El Capital.
1.
De otra parte, no se puede olvidar que la economía vulgar, como la llama
Marx y de cuyos estudios arranca, tiene también abundantes quiebras y
postulados por ser igualmente materialista. Bien es verdad que el materialismo
de un Adam Smith o un Ricardo es menos utópico, más realista. Es un
materialismo más parcial, más proporcionado al egoísmo humano. Esto hace que
posea ciertas ventajas prácticas para organizar económicamente la sociedad;
pero al mismo tiempo, que de algún modo tenga menos capacidad de atraer: no
intenta ser una visión total del mundo, se limita a ignorar otras dimensiones.
El
marxismo, no: es una interpretación global. Marx no pretende resolver unos
problemas económicos determinados, sino dar el sentido de toda la vida humana.
No se limita a ignorar la dimensión trascendente del hombre, sino que pretende
sustituirla. De ahí su extraño atractivo para los cristianos que están
perdiendo su fe y buscan algo con que sustituirla: «Lo que el marxismo es,
cuenta menos en el mundo que aquello que aporta a inmensas carestías de
esperanza. Se escribió una geografía del hambre. ¿Quién escribirá las
estadísticas de la desesperanza? Los mejores de sus creyentes son atraídos por
el marxismo tanto por la desesperación ante una técnica sin espíritu cuanto
frente a las miserias económicas... Las afirmaciones del marxismo pudieron
resonar en los oídos de un proletario mudo porque se encontraba en ellas la
gravedad de una esperanza religiosa. La esperanza cristiana había desaparecido
desde hacía tiempo, pero su lugar había quedado vacío. Bien lejos de ser una
nueva esperanza, lo que el marxismo produce es adaptado a la talla de una razón
ambiciosa, el sucedáneo de aquello que las generaciones precedentes habían
esperado de modo sobrenatural. El marxismo está en condiciones de impedir la
peor de las carencias de que el ateísmo es víctima: la desesperación, el
hacerse intolerable» [39]. Da
pena que estas palabras estén escritas por un católico.
2.
Volveremos más adelante sobre las raíces de este penoso atractivo que el
marxismo ejerce sobre los ambientes cristianos que se descomponen. Aquí nos
interesa sólo poner de relieve que El Capital, bajo la apariencia
de una ciencia positiva, ofrece una ideología radical del mundo: intenta
sustituirse no a la economía vulgar, sino a toda creencia en Dios. El
«materialismo científico» es la «ciencia» para construir un mundo sin Dios. Por
este motivo El Capital sigue vigente a pesar de sus contradicciones con
la realidad, a pesar de la demostrada falsedad de sus tesis económicas: vige
por sus postulados filosóficos, por su postura ante el mundo, por la finalidad
última para la que fue concebido y para la que lúcidamente fue escrito.
2. La teoría del valor.
I. En su esencia,
la teoría del valor afirma que la única fuente de creación de valor es el
trabajo humano: para Marx, como vimos, un «bien sólo encierra un valor por ser
encarnación o materialización de trabajo humano», de modo que el valor de cada
mercancía se mide «por la cantidad de sustancia creadora de valor, es decir, de
trabajo, que encierra» (I, p. 6). Con un matiz: no es el trabajo concreto
empleado el que determina el valor, sino la «cantidad de tiempo de trabajo
socialmente necesaria ―como media en una sociedad para su producción» (I,
p. 7).
1.
Este valor creado por el trabajo es la realidad determinante de toda la
actividad social, aunque en el capitalismo se procura ocultar que lo único que
todos persiguen es hacerse con este valor. Por su relación con el valor‑trabajo
surgen las nociones de plusvalor (la parte de valor que, por exceder a
las necesidades de subsistencia del trabajador, no vuelve a sus manos) y la de capital,
que es el dinero o la mercancía que «ha obtenido la virtud oculta y
misteriosa de engendrar valor por el hecho de ser valor» (I, 110) es decir de
apropiarse de un valor creado por otro; por el valor‑trabajo se explican
la ganancia media (reparto entre los capitalistas del plusvalor creado
por los trabajadores) o la renta del terrateniente (parte del plusvalor
con que se queda el dueño de la tierra), etc. Todo el mecanismo de la sociedad
capitalista se funda, para Marx, en esta creación de valor y en las
vicisitudes que implica su reparto: el capitalismo y la organización de la
sociedad capitalista (incluida las clases, el derecho, la religión, el estado,
etc.), son un modo de organizar la creación de valor ―bastante eficaz, y
necesario en una etapa de la sociedad ―; y, en cambio, un modo no
racional de distribuirlo. La totalidad de las tesis y nociones de El Capital
están ligadas de un modo u otro a la teoría del valor‑trabajo:
«aunque mi libro no contuviese capítulo alguno sobre el valor ―escribe
Marx en carta a Kugelmann ―, el análisis de las condiciones reales que yo
trazo encerraría ya la prueba y la demostración de la relación real de valor.
Las chácharas sobre la necesidad de probar el valor sólo se basan en la más,
completa ignorancia tanto del tema de que se trata como del método de la
ciencia en general» [40].
Todo el libro no es, en definitiva, más que una explicitación de la ley del
valor.
2.
La teoría del valor supone bastantes pasos: ruptura entre valor de uso y valor
de cambio; que el valor de cambio pueda revestir la forma de dinero o precio,
lo que provoca la posibilidad de «una incongruencia cuantitativa entre el
precio y la magnitud del valor»,cosa que no supone un defecto de esta forma
sino «precisamente lo que capacita para ser la forma adecuada de un régimen de
producción en que la norma», en lugar de ser un plan económico pensado, como
propugna Marx, sea «un ciego promedio en medio de toda ausencia de normas»,
como ocurre en el capitalismo. Así, el valor ―teniendo como única fuente
el trabajo humano― podría circular disfrazado de precio de la mercancía,
y como dependiendo de múltiples factores: el capital empleado en su producción,
las tierras utilizadas, la función del empresario, etcétera.
Hay
que tener en cuenta que este «ciego promedio» con que avanzaría el capitalismo,
siempre tendría un límite: el que permite el juego de la oferta y la demanda,
de acuerdo con las cuales fluctúan los precios como aproximaciones ―es el
modo de funcionar de la economía capitalista― al verdadero valor, que es
el coste social de trabajo de cada mercancía. Aparte de estas fluctuaciones,
como media, la mercancía se vende por su valor: por el coste de la fuerza de
trabajo empleada.
II. Todo esto es
coherente, pero ¿es posible esta ruptura entre la utilidad de la cosa y su
valor (o precio medio)? La experiencia prueba que no, y que, contrariamente a
lo que pretende Marx, el precio de las cosas se determina por factores
diversos, uno de los cuales ―sólo uno de los cuales es el trabajo.
1.
Recordemos algunos de los datos más claramente contradictorios:
a)
Es un hecho que se requiere aproximadamente el mismo tiempo de trabajo para
extraer una tonelada de antracita y una tonelada de carbón fósil y, sin
embargo, uno y otro producto tienen un precio muy distinto; su valor de cambio,
para el industrial, no depende sólo de la fuerza social de trabajo sino también
de las propiedades químicas, etc. de la materia prima. Y el ejemplo puede
repetirse.
b)
Por otra parte, reducir a superestructura del proceso de producción todo lo que
no sea trabajo productivo es una abstracción: «no se puede reducir el valor a
trabajo, aunque se vea en la actividad productiva del hombre ―como hace
Marx― su esencia social, porque esta actividad no puede ejercitarse sino
en un cuadro de relaciones humanas que no son todas reductibles a simples
relaciones de producción... apelar por ejemplo, para explicar la naturaleza del
capital al trabajo pasado, al trabajo muerto en contraposición al trabajo
vivo, es simplemente un modo de quitar de en medio el problema: hay un
momento en el cual, en la regresión de trabajo pasado a trabajo vivo, será
preciso llegar a un dato anterior al trabajo, o de naturaleza diferente a la
del trabajo, o de naturaleza diferente a la del trabajo, como es el consumo
diferido o el tiempo» [41].
Ignorarlo es sencillamente prescindir de la pregunta sobre el modo en que las
instituciones y formas de vida y de pensamiento influyen en la formación del
valor: lo cual no es equivalente a razonar el porqué no influyen y mucho menos
a probarlo.
c)
Se podrían traer también aquí las dificultades de los marxistas actuales para
determinar si el sector servicios es o no productivo, la improductividad del
comercio, etc.: y los graves problemas que todo esto provoca a los economistas
que mantienen la ortodoxia marxista.
d) En fin, dentro
de los temas que analizamos en la exposición del libro, podríamos recordar la
explicación de porqué el trabajo de los animales no es productivo (fuente de
valor económico o de plusvalor); o la posibilidad. que Marx admite expresamente,
de que «una cosa pueda tener un precio sin tener un valor (por
ejemplo, la tierra)». Aquí la expresión precio se hace imaginaria, «como
ciertas magnitudes de las matemáticas» (I, p. 63).
No es extraño que,
desde la aparición de El Capital, se acusase a Marx de no haber
probado la teoría del valor: Marx se indigna. Pero veamos su contestación, que
resulta muy significativa[42]:
pretender que pruebe su teoría del valor trabajo es ignorancia del tema de que
se trata y de la noción misma de ciencia. «Cualquier muchacho sabe que una
nación que dejase de trabajar, no digo durante un año, sino durante unas
cuantas semanas, estiraría la pata. Y sabe también que las masas de producto
correspondientes a las distintas necesidades reclaman masas distintas y
cuantitativamente determinadas del trabajo global de la sociedad. El que esta
necesidad de distribuir el trabajo social en determinadas proporciones no
resulte suprimida, ni mucho menos, por una determinada forma de la producción
social, sino que cambia simplemente su modo de manifestarse, es algo también
evidente por sí mismo. Las leyes naturales jamás pueden suprimirse. Lo único
que puede variar en situaciones históricas distintas es la forma en que estas
leyes se abren paso. Y en una sociedad donde la interdependencia del trabajo
social se hace valer mediante el cambio privado de los productos individuales
del trabajo, la forma en que esa distribución proporcional del trabajo se
impone es precisamente el valor de cambio de esos productos.
La
ciencia consiste precisamente en investigar cómo se impone la ley del valor.
Por tanto, si quisiéramos explicar de antemano todos los fenómenos que
aparentemente contradicen a esa ley, tendríamos que anteponer la ciencia a la
ciencia... El economista vulgar no tiene la más remota idea de que las
relaciones diarias y reales del cambio y las magnitudes del valor no pueden ser
directamente idénticas. La gracia de la sociedad burguesa consiste precisamente
en eso, en que a priori no existe en ella una regulación consciente, social, de
la producción. Lo racional y lo naturalmente necesario sólo se imponen en ella
como un ciego promedio; y el economista vulgar cree realizar un gran descubrimiento
cuando, frente al desenmascaramiento de la unidad interna, se obstina en
sostener que las cosas, en su modo de manifestarse, presentan otro aspecto: en
realidad, a lo que se aferra es a la apariencia de las cosas, aceptándola como
algo inapelable. Pero entonces, ¿para qué la ciencia?».
Es
evidente que el trabajo interviene en el valor de la mercancía; pero también
los bienes de producción, las instituciones sociales, etc.: de cualesquiera de
ellos se puede decir que, suprimidos de una sociedad, se paraliza la producción
de bienes. Sin embargo, para Marx esto no tiene la evidencia que ofrece la ley
del valor: al contrario, es una mera apariencia. Porque sólo una explicación de
la realidad puede ser científica, la que muestre que en todos los casos se
aplica la ley del valor. Pero, ¿por qué?
III. Por razones
doctrinales. A pesar de que la experiencia muestra que el valor de
cambio deriva no sólo del empleo del trabajo humano, sino de otra serie de
factores ―entre otros, la utilidad de la cosa, independientemente del
trabajo que ha costado producirla― Marx no puede aceptarlo.
1.
Si el hombre fuera sólo actividad sensible y único autor de sí mismo, toda la
fuerza de la historia debería consistir en la actividad sensible de producción:
la ley del valor no haría más que expresar la toma de conciencia de ese proceso
natural, por el que el hombre se autocrea como tal. De aquí, que de algún modo
la teoría del valor nazca con el trabajo humano mismo, se vaya haciendo
progresivamente más consciente, con el avanzar y los avatares de la perfección
del hombre: sería el único pensamiento capaz de captar y expresar lo que el
hombre es. En carta a Kugelmann, de 11 de julio de 1868, Marx lo expresa en
estos términos: «es cierto por otra parte, que la historia de la teoría
demuestra, como usted acertadamente supone, que el modo de concebir la relación
del valor ha sido siempre el mismo, más claro unas veces u otras más oscuro,
más nublado por ilusiones o con mayor precisión científica. Como el proceso
discursivo brota también de la realidad, es también un proceso natural, es
evidente que el pensamiento realmente capaz de comprender― ha de ser
siempre el mismo, y sólo puede distinguirse gradualmente por la fase de
desarrollo y también, en consecuencia, por el órgano con que se piensa. Todo lo
demás es pura charlatanería» [43].
2. Hemos llegado, finalmente, a la raíz de la teoría del valor:
ese único pensamiento con el que el hombre puede comprender su propio hacerse.
Para que el hombre sea para el hombre el ser supremo, es preciso encerrarse en
el monismo de la materia, que habrá de ser construida o, más aún, creada
―es la creación de valor― en cuanto humana, por el hombre. Pero un
hombre que no podrá ser más que la actividad consciente de la materia: el mismo
proceso natural de la materia hecho consciente. El hombre se distingue de los
demás animales por el trabajo: y el trabajo no es ahí más que la actividad
consciente de la materia: la diferencia entre la actividad de una abeja y un peón
―dice Marx― es el hecho de que el obrero «antes de ejecutar la
construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso del trabajo,
brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del
obrero: es decir, un resultado que tenía ya existencia ideal. El obrero no se
limita a hacer cambiar de forma la materia que ―le brinda la naturaleza,
sino que al mismo tiempo realiza en ella su fin, fin que él sabe que rige como
una ley de las modalidades de su actuación y al que tiene necesariamente que
supeditar su voluntad» (I, p. 130). El trabajo humano crea valor porque es la
actividad consciente de la materia. El hombre, pura materia, pero consciente de
la actividad de la materia, crea valor. Añade a la naturaleza algo que sólo él
puede añadir ―la humaniza ―; se comprende que el valor rija el
cambio y la producción. Y ésta es la grandeza del hombre: por eso, en
definitiva, las instituciones de un pueblo, su filosofía o su religión son un
resultado del sistema de producción: «aunque los historiadores actuales
desdeñan y omiten el desarrollo de la producción material, éste es... la base
de toda la vida social y toda la historia real» (I, p. 132, nota 6). Cuando el
hombre consiga que todo se rija conscientemente, por la ley del valor, habrá tocado
la cumbre de su perfección.
3.
Las cosas van aclarándose: si el trabajo productivo tiene este papel de motor
de toda la vida social y de la historia real ―es humanización del mundo,
creación de valor ―, es evidente que no podrá enumerarse con los demás
elementos que intervienen en el proceso de producción. Marx necesita distinguir
el trabajo humano de los restantes elementos que entran en el proceso
productivo con una radicalidad análoga a como la metafísica distingue entre la
Causa primera y las causas segundas. El trabajo ―creación de valor―
no se puede connumerar con la naturaleza porque la producción organizada es
precisamente la creación del hombre ―su autocreación― como ser
supremo. Por eso, le indigna que pueda decirse (II, p. 190, nota 2 y 322) que
es productivo el trabajo de los animales: del ganado de labor.
Su
absolutización del trabajo productivo es consecuencia de su reducción del ser
del hombre a actividad sensible consciente. La absolutización del fieri material,
exige tratar todos los demás elementos de la producción como si se comportaran,
en relación al trabajo, igual que la nada respecto a la acción creadora de
Dios. De aquí la necesidad de romper toda comunicación entre valor de uso y
valor, de aquí la misma terminología de creación de valor. De aquí,
la ley del valor.
Estos
son los presupuestos que, en definitiva, refuerzan a Marx a sostener la teoría
del valor, contra toda contradicción, como absoluta. No es el análisis de la
realidad económica, que como tal desdeña y califica de apariencia, en tanto no
coincida con la ley del valor: esa ley suprema del materialismo
dialéctico, de la autocreación del hombre por el hombre como actividad
consciente de la materia. A nadie le cabe sentirse obligado por un análisis de
la realidad a aceptar esta ley del valor: sólo por la virtud de los
presupuestos reseñados, Marx la adopta y la sostiene.
3.La teoría del capital y del plusvalor: el sistema capitalista.
I. Si la teoría
del valor es esencial para la concepción de Marx sobre el hombre y la producción,
vigente en cualquier economía basada en el cambio, igualmente esencial, para
explicar esa fase de la historia de la producción humana que es el capitalismo,
es su teoría del capital y del plusvalor.
1.
El dinero se convierte en capital, cuando entra en el mercado con el fin de
comprar mercancías para venderlas: fórmula que sería absurda si al final no se
pudiera encontrar con una suma de dinero «igual a la suma de dinero
primeramente desembolsada más un incremento de valor» (I, p. 107): el
plusvalor. Es decir, el capital es el dinero que entra en la circulación para
obtener plusvalor, de modo que el capitalista se caracteriza como tal, «como
capital personificado, dotado de conciencia y voluntad, en la medida que sus
operaciones no tienen más motivo propulsor que la apropiación progresiva de
riqueza abstracta» (I, p. 109).
Y
es posible que el capital intervenga en esas condiciones, sólo a condición de
que en el mercado «descubra una mercancía cuyo valor de uso posea la peregrina
cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo fuese creación de valor»
(I, p. 121): esta mercancía es la fuerza de trabajo del obrero
independiente, que se ve obligado a venderla no por el valor que es capaz de
producir, sino por el valor de los medios necesarios para su subsistencia.
Esto se produce, además, de
forma tal que la explotación del trabajador queda convenientemente oculta,
porque se paga el salario como valor del trabajo, cuando es en realidad sólo el
valor de la fuerza de trabajo (I, p. 451). Así el precio normal del trabajo
(salario) envuelve la adquisición de una determinada cantidad de trabajo no
retribuido, sin que el capitalista vea que «es este trabajo no retribuido la
fuente normal de la que proviene su ganancia» (I, p, 461). El colmo de esta
transfiguración del salario tiene lugar en el salario por piezas, en que el
mismo trabajador se empeña en hacer crecer el plusvalor (la cantidad de trabajo
no remunerado), para alcanzar su nivel de medios de subsistencia (I, p. 466).
2.
Es muy importante tener en cuenta que, para Marx, una vez iniciado el régimen
de producción capitalista, esta explotación del trabajador es una necesidad,
tanto para el capitalista como para el trabajador.
El
capitalista no es más que capital personificado. Su alma es el alma del
capital. Y el capital no tiene más que un instinto vital: «el instinto de
acrecentarse, de crear plusvalor ... » (I, p. 178). Por las necesidades mismas
de las condiciones de producción tiene «un hambre insaciable de trabajo
excedente» (I, p. 181): no puede sobrevivir de otra manera. Asimismo, el
trabajador a partir del momento en que se le deja libre para vender su fuerza
de trabajo queda obligado a venderla, mientras le quede «un músculo, un tendón,
una gota de sangre» el capitalista pueda chupar (I, p. 241).
Esta
necesidad, no se limita al hecho de la explotación, sino que abarca a todas las
condiciones de crueldad con que se verifica: «en su impulso ciego y desmedido,
en su hambre canina devoradora de trabajo excedente, el capital no sólo derriba
las barreras morales, sino que derriba también las barreras puramente físicas»
(I, p. 207). El aumento de la productividad, en el régimen capitalista, no
puede tener nunca por fin la mejora del trabajador, sino la del plusvalor y la
explotación: «la maquinaria se convierte en manos del capital, en un medio
objetivo y sistemáticamente aplicado para estrujar más trabajo dentro del mismo
tiempo» (I, p. 399): amplía el material humano de la explotación, con los niños
y mujeres, confisca la vida entera no sólo del obrero sino también de su
familia, se convierte en un medio de explotar cada vez más fuerza de trabajo y
de modo más intensivo.
Actúa
con tal necesidad, que no importa lo que el capitalista se propone subjetivamente,
para que de hecho explote al trabajador: al abaratar camisas, el capitalista
eleva el plusvalor ―con independencia de los que subjetivamente se
proponga― por elevar la productividad. Las leyes inmanentes del capital
se cumplen con independencia de «cómo se revelan a la conciencia del
capitalista individual como motivos propulsores» (I, p. 253). En rigor no
supone siquiera una injusticia: el hecho de comprar la fuerza. de trabajo por
su valor y poder venderla por el valor que crea «es una suerte bastante grande
para el comprador, pero no supone ni mucho menos una injusticia para el
vendedor» (I, p. 145). En el prólogo a El Capital Marx comenta que, en
su obra, «las figuras del capitalista y del terrateniente no aparecen pintadas
ni mucho menos de color de rosa», pero esto no significa tacharlos de injustos
ya que no se puede «hacer al individuo responsable de la existencia de
relaciones de las que él es socialmente criatura» (I, p. XV).
3.
Está claro, con tales premisas ―todo valor procede del trabajo y el
plusvalor no es más que trabajo no remunerado ―, que el plusvalor sólo
puede proceder del capital invertido en salarios o capital variable (I, p.
158). El plusvalor depende del número de obreros «explotados simultáneamente
por el mismo capitalista» y del grado de explotación de los mismos, que en
principio es constante en un país (I, p. 242).
4.
Por último, conviene advertir que no sólo el capital explota necesariamente a
los obreros, sino que una vez iniciado el proceso de producción capitalista,
éste se encarga automáticamente de reproducirse y reproducir a los obreros
necesarios para sostenerse y crecer. La separación entre capital y trabajo, es
decir entre el producto del trabajo mismo, no es sólo condición o punto de
partida del capitalismo, sino una situación que por sí misma tiende a
eternizarse: «la clase obrera con lo que trabaja de más este año, crea capital
necesario para dar al año siguiente entrada al trabajo adicional» (I, p. 491).
Con la acumulación «que acompaña al desarrollo de su fuerza productiva, el
trabajo conserva y eterniza, bajo una forma constantemente nueva, un capital
cada vez más voluminoso» (I, p. 511), que produce no sólo los obreros que
necesita sino un ejército de reserva, que asegura la mano de obra barata y su
fácil explotación.
Tanto
el aumento de productividad como la acumulación de capital, que son necesidades
intrínsecas de éste, son a la vez métodos de aumentar la explotación, de donde
se sigue que tiende necesariamente a empeorar la situación del trabajador,
porque «lo que en un lado es acumulación de riqueza es, en el polo contrario,
es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación de
miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo, de ignorancia y
degradación moral» (I, p. 547).
II. Lo mismo que
la teoría del valor, la teoría del sistema capitalista, se demuestra en
contraste con la experiencia: tanto por su continuidad con la teoría del valor,
como por lo que sustancialmente le añade. Es decir, que la esencia del sistema
capitalista de producción es la separación entre el trabajo y el resultado del
trabajo, que se enfrentan como capital y obrero, o mejor como clase capitalista
y clase obrera, separación que determina con absoluta necesidad todas sus leyes
internas de desarrollo: tanto la acumulación progresiva de capital como la
explotación creciente del obrero, porque el capital se mueve exclusivamente
para obtener plusvalor, es decir para explotar al obrero.
1. Comencemos por el proceso mismo de obtención del plusvalor, fin de
toda actividad capitalista. Como consecuencia inevitable de su continuidad con
la teoría del valor ―sólo el trabajo humano crea valor― resulta
obligado admitir que la mayor creación de plusvalor tendrá lugar, absoluta o
relativamente, en proporción a la cantidad, absoluta o relativa, de capital
variable: es decir, con mayor o menor capital total, producirá más plusvalor la
empresa que tenga más capital variable, más trabajadores; una panadería con 100
trabajadores, producirá más plusvalor que una fábrica de productos químicos de
instalaciones muy potentes y sólo 75 obreros. Siempre, suponiendo que las
condiciones generales ―como supone Marx― de grado de explotación
del trabajo, etc. son iguales en un país. Es tan evidente esta contradicción ―que
Marx no deja de señalarla: «esta ley se halla manifiestamente en contradicción
con la experiencia basada en la observación vulgar. Todo el mundo sabe que el
fabricante de hilado lo que... invierte en proporción más capital constante que
variable, no obtiene por ello menor ganancia que el panadero' a pesar de que
éste pone en movimiento mucho más capital variable que constante» (I, p. 245).
Marx
rechaza esta contradicción con lo que es la esencia de todas sus respuestas a
las aporías de la teoría del valor: la tesis, ya analizada, de la realidad como
lo racional y la experiencia como apariencia. Con un matiz: anuncia que su
explicación, que aplaza para el análisis de la ganancia media, va a ser
compleja: «para resolver esta contradicción aparente, necesitamos aún muchos
eslabones, del mismo modo que en álgebra elemental se necesitan muchos
eslabones para comprender que la expresión 0 / 0 ( cero dividido entre cero )
pueda representar una magnitud real... La Economía vulgar, incapaz de aprender
nada, se aferra aquí, como siempre, a las apariencias contra la ley que rige
los fenómenos. Cree, a diferencia de Spinoza que la ignorancia es una razón
suficiente» (I, p. 245).
Aplazamos,
igualmente, la crítica definitiva. De momento, resaltaremos sólo que esta
contradicción queda enterrada efectivamente gracias a la complejidad de la
explicación: para dar una respuesta, Marx pone de por medio, toda la intrincada
teoría del reparto del plusvalor total de la sociedad entre la totalidad de los
capitalistas. Además, la idea de que los aumentos de la productividad son
conquistas de la sociedad, no de nadie en concreto: así nunca la iniciativa del
capital será fuente de valor. Y como presupuesto parte de que sólo el trabajo
produce valor (fuente radical de toda ganancia): con la ruptura entre utilidad
y valor, etc., etc. Con estas bases, al centrar luego la explicación en la
igualdad de la ganancia (en el libro III), queda en penumbra que esta igualdad
se logra gracias, precisamente, a que el plusvalor producido por el panadero
permite alcanzar al fabricante de telas su ganancia media. La «apariencia»
quedaría así descalificada.
Entre
tanto, en espera de aclarar la raíz y fundamento de esta complejidad, puede
sernos útil recordar una vieja fábula: la de los vendedores de tejidos.
Ofrecían como mercancía unas telas muy valiosas, pero que estaban dotadas de la
particular cualidad de no ser vistas por los imbéciles. Gran revuelo en el
país: nadie se atreve a decir que no las ve, por el momento. Y así llegan hasta
venderlas al rey, y todo el pueblo las contempla entusiasmado. Se organiza una
gran ceremonia para celebrarlo; el rey se viste con las mejores galas, hechas
de las nuevas telas:
las ha elegido con aplauso de su elegancia por parte de los vendedores. Los
sastres reales aseguran haberlas confeccionado con gran esmero, y a buen
precio. De pronto un niño lanza un grito alarmante: ¡el rey va desnudo!; y,
como él, muchos cortesanos, que se habían también ataviado con las nuevas
telas. Se hace un silencio aterrador... y uno piensa que, ante ciertos
razonamientos complicados y en contraste con la experiencia resulta sugestiva
esta vieja narración. ¿No se alcanzarán ciertos prestigios científicos, con una
técnica semejante? No es fácil aclarar por qué sd considera científica la
afirmación de que las empresas que producen más plusvalor son, precisamente,
aquellas en que es menor la proporción de medios de producción, en relación al
número de trabajadores empleado.
2. Con esto, pasamos a la
segunda contradicción con la realidad: las exigencias progresivas y
crecientes de explotación, que habrían de caracterizar al sistema
capitalista. El contraste con la experiencia es también abierto: la producción
se ha desarrollado, en los países no comunistas, de modo muy diverso. De
ordinario, el crecimiento de la riqueza ha comportado una elevación de las
condiciones de vida de los trabajadores. Más aún, los, economistas señalan que
los grupos empresariales que han influido más fuertemente en la creación de la
riqueza, son quienes habitualmente han tratado mejor a los trabajadores. En
todo caso, la explotación progresiva prevista por Marx, no se ha realizado.
Y
esto ha influido, también, en la diversidad de situaciones de los obreros, que
ha hecho más, dificultoso mantener la famosa «conciencia de clase». Realmente,
poco ha quedado en pie de la profecía marxista: «conforme disminuye
progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan
este proceso de transformación, crece la masa de la miseria, la opresión, de la
esclavización, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la
rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más
unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista de
producción... se hace incompatible con su envoltura capitalista. Esta salta
hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los
expropiadores son expropiados» (I, pp. 648‑649).
III. Pese a esta
doble contradicción, tanto con el origen del plusvalor como respecto a
la creciente explotación, que evidentemente ponen en quiebra toda la concepción
del sistema capitalista, la teoría marxista sigue vigente. Igual que para la
teoría del valor, se hace así preciso acudir a los postulados que, en realidad,
la sostienen. De otro modo, valoraríamos demasiado poco las tesis de El Capital:
y negaríamos ingenuamente su real eficacia.
1.
Como punto de partida recordaremos que Marx se resiste a que sus estudios
―por ejemplo, sobre la acumulación originaria del capital― se tomen
como «una teoría filosófico‑histórica sobre la trayectoria general a que
se hallen sometidos fatalmente todos lo pueblos, cualesquiera que sean las
circunstancias históricas...» [44]; y
se resiste precisamente porque, estudiando los distintos procesos históricos
por separado «y comparándolos luego entre sí, encontraremos fácilmente la clave
para explicar estos fenómenos, resultado que jamás lograríamos, en cambio, con
la clave universal de una teoría general de la filosofía de la historia, cuya
mayor ventaja reside precisamente en el hecho de ser una teoría suprahistórica»
[45].
No se puede
olvidar la afirmación, esencial para el marxismo, de que ya basta de
interpretar el mundo: ¡lo que hay que hacer es transformarlo! Marx no escribió
El Capital para interpretar la historia, sino para hacerla: una concepción
del hombre, en definitiva, se revelará o no auténtica para un marxista, según
su capacidad para construir el mundo, no para interpretarlo; está escrita para
decidir lo que hay que hacer. Por eso, el hecho de que fomentar la lucha de
clases sirva para intervenir en la historia, es mucho más decisivo que el
observar que la historia no se explica por la sola lucha de clases. El dato de
que las previsiones de Marx sobre la evolución del régimen capitalista se hayan
demostrado falsas es casi anecdótico para un marxista, comparado con la
innegable fuente de poder social que encuentra en la teoría de la lucha de
clases.
2.
Mientras para una persona no sometida a los postulados de la filosofía de
inmanencia es evidente que lo que no lleva a conocer cómo son las cosas, no
capacita tampoco a obrar justamente; para un marxista este planteamiento carece
de sentido. No se trata de obrar justamente, sino de obrar.
Marx
se cuida de no centrar su crítica al capitalismo en que sea un sistema injusto,
su crítica radical consiste en resaltar que pone «grilletes al régimen de
producción». El que un sistema económico, sea o no injusto, en el fondo resulta
para Marx un planteamiento bastante cómico: ¡si la justicia no es más que un
segregado del régimen de producción! Es posible, por tanto crear una sociedad
burguesa que sea el paraíso de los, derechos del hombre: «la órbita de la
circulación o del cambio de mercancías, dentro de cuya frontera se desarrolla
la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad el verdadero
paraíso de los derechos del hombre» (I, p., 12&). ―
El
capitalismo tiene, por ende, para Marx una innegable grandeza en cuanto
«constituye un medio histórico para desarrollar la capacidad productiva
material y crear el mercado mundial― correspondiente» (III, p. 248). El
error del capitalismo radica en que no se da cuenta de que, a la vez, pone un
obstáculo insalvable al aumento de la riqueza: en que «el medio empleado
―desarrollo incondicional de las fuerzas sociales productivas―
choca constantemente con el fin perseguido. Por consiguiente, si el régimen
capitalista de producción constituye un medio histórico», de progreso,
«constituye al propio tiempo una contradicción constante entre esta misión
histórica y las condiciones sociales propias de la producción del régimen»
(III, Ibídem).
3.
Esto nos pone en la pista del verdadero presupuesto de su teoría del sistema
capitalista. Cuando Marx rechaza toda la intervención del hombre fundada en
ideales de justicia, cuando en consecuencia señala que el único fin del
capitalista es siempre el plusvalor y la explotación, no lo hace como fruto de
una experiencia de la historia ―que en realidad es diversa ―, sino
obligado por su concepción del hombre. La teoría del plusvalor y de la
explotación creciente, no deben conectarse a la observación de la realidad,
sino a las leyes inmanentes que ―si se admite una concepción marxista de
la vida― han de regir el desarrollo de la sociedad. Sólo a la luz de
estas exigencias adquiere su verdadero sentido, y se hace imprescindible: no
para la interpretación de la historia, sino para intervenir en ella, al modo
materialista.
Si
el hombre fuera pura actividad sensible, el trabajo productivo sería «la
condición natural eterna de la vida humana, independiente de las formas y
modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual» (I, p.
136), ese grado supremo de la evolución de la materia que es el intercambio
entre el hombre y la naturaleza, en el que el hombre ―o mejor la
humanidad― se realiza. La perfección suprema de este proceso, donde el
hombre alcanzaría su felicidad, sería la perfecta regulación racional del
mismo, de modo que nadie trabajara más de lo necesario, ni a nadie se
sustrajese una parte del producto superior a la necesaria para el desarrollo de
la sociedad: «cuando el hombre socializado, los productores asociados, regulen
racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo
su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego y la
llevan a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más
adecuadas y más dignas de su naturaleza humana» (III, p. 759).
Por
tanto, el capitalismo, al establecer la disociación entre .el obrero y la
propiedad sobre las condiciones de su trabajo, lo que ha establecido es la
disociación entre el obrero y su vida. Su vida que se coloca como extraña
frente a él: el obrero no produce para sí mismo sino para el capital. Produce
con su mismo esfuerzo' y de modo inevitable, el trabajo alienado en que el
capital consiste y que es la condición misma de la continuidad y exigencia de
su propia explotación: «el conservar los valores antiguos al crear otros nuevos
es un don natural del trabajo vivo. Al aumentar la eficacia, el volumen y el
valor de los medios de producción, es decir con la acumulación que acompaña al
desarrollo de su fuerza productiva, el trabajo conserva y eterniza, por tanto
―, bajo una forma constantemente nueva, un capital cada vez más
voluminoso» (I, p. 511). En definitiva, las relaciones entre el capital y el
trabajo no son más que las relaciones entre trabajo no retribuido (capital) y
trabajo pagado de los obreros; existe por tanto una proporción necesaria entre
una y otra que necesariamente excluye «toda reducción del grado de explotación
del trabajo... que pueda hacer peligrar seriamente la reproducción constante
del régimen». En lugar de trabaja para sus propias necesidades, «el obrero
existe para las necesidades de explotación de valores ya creados», existe para
prestar vida a la parte de su trabajo que se hace extraño a él, que se erige
frente a él, como una fuerza autónoma, ene miga y obligada a expropiarle: así:
«como en las religiones vemos al hombre esclavizado por las criaturas de su
propio cerebro, en la producción capitalista le vemos esclavizado por los
productos de su propio brazo» (I, p. 524).
En lugar del proceso racionalizado de la producción, donde el hombre
se hace a sí mismo como hombre, ha surgido un proceso donde el trabajador se
enajena a sí mismo como capital: un proceso irracional, surcado de
contradicciones, gracias a las cuales vive, pero que también decretan su muerte.
El gran mérito del capitalismo, de la sociedad privada capitalista, es el haber
conseguido «unas condiciones más favorables al desarrollo de las fuerzas
productivas ―es decir, de las fuerzas de la humanidad; más aún, de la
humanidad misma ―» (III, p. 758), pero al mismo tiempo la propiedad
privada es la condición para la disociación del hombre, de la humanidad, en
capital y trabajo, en capitalistas y trabajadores. La propiedad privada
capitalista tiene así la peculiar cualidad de que suprimirla es condición para
volver a un régimen racional de producción, pero conservarla lo es para que
perdure el régimen capitalista.
Se
comprende que, con estas bases, la idea misma de comportarse más justamente
dentro del régimen capitalista carece de sentido. Una vez el capital se disocia
del trabajo no puede vivir sino para explotar trabajo. Admitir otras
motivaciones sería negar que las leyes económicas de la producción mandan sobre
el hombre. Sería dar entrada a la idea anacrónica de que el hombre no es
materia consciente, que tiene alma, que en cualquier situación puede buscar la
justicia. Carece del más mínimo significado inteligible ―para Marx―
la existencia de un capital que no busca exclusivamente extraer plusvalor: por
tanto, niega su realidad; lo real es lo racional en su sistema.
4.
El hombre no puede regirse, si es pura materia, por otras leyes que las de la
producción. Por eso la propiedad privada tiene necesariamente que ser destruida
y sólo puede ser destruida por la lucha de clases.
Si
el hombre no fuera más que la misma actividad consciente de la materia, la
producción de bienes sería la autocreación del hombre, más plenamente lograda
en la medida misma que cumpliese conscientemente las leyes supremas de la
producción. Y esto con la misma necesidad radical que, para el hombre creado
por Dios, suponen los planes de gobierno divino. Así como el hombre alcanza su
fin y su perfección cumpliendo los planes divinos y, al mismo tiempo, no puede
frustrarlos más que subjetivamente, porque si no los cumple voluntariamente
será sometido a ellos en la sanción eterna; así para Marx, el hombre ―o
mejor la humanidad, de la que cada individuo no puede ser más que un momento
―, alcanzará su fin y se perfeccionará por el cumplimiento consciente de
las leyes de la producción, que tampoco puede frustrar más que estableciendo
una división (alienación) entre sí mismo y su trabajo, necesariamente destinada
a desaparecer por el imperio mismo de las fuerzas productivas, que generan la
progresiva división entre el capital y el trabajo, hasta producirse la quiebra
definitiva del sistema, y el paso a un sistema superior. Cuando la humanidad no
cumple conscientemente las leyes racionales de la producción, éstas no dejan de
actuar: se imponen al hombre, que las cumple ciegamente, ignorándolas, y a
través de las contradicciones internas que surgen en el sistema de producción
como consecuencia de no haberlas respetado: «lo racional y lo necesario sólo se
imponen en ella (la sociedad capitalista) como un ciego promedio» (Carta a
Kugelmann, cit., I, p. 706). Y éste es el castigo del hombre mismo: su
alienación, que las mismas leyes de la materia ―ahora manifestadas en la
lucha de clases― se encargarán de subsanar.
La
reducción de la creación del mundo material y espiritual al fieri de la
materia, condición para obrar racionalmente en el mundo como si Dios no
existiera, comporta reducir al hombre a actividad sensible consciente de la
materia, y hacer de las leyes de producción las leyes supremas de la
existencia. La materia, esencialmente sujeta a cambio, no puede pensarse como
el todo, como el ser supremo, más que causándose a sí misma, en continua
actividad: el carácter férreo y necesario con que aparecen en Marx las leyes de
la producción, no es más que la consecuencia inevitable del materialismo
dialéctico. Es decir, de pensar la materia como ser supremo, que se autocrea,
conforme a las leyes intangibles de su propio movimiento.
5.
Este es el secreto profundo de toda la
concepción de Marx sobre el sistema capitalista, de su racionalidad, de su
coherencia, de su capacidad para pasar por encima de los datos de experiencia
sin perder por ello su vigencia: el mundo es una materia que se autocrea.
Pero
una materia que se autocrea, un absoluto continuo en movimiento, constituye una
pura contradicción metafísica: sólo el Uno absolutamente inmutable ―en la
riqueza infinita de su operar― puede explicar el cambio y movimiento
inseparable de lo múltiple, en su composición y limitación; sólo el Absoluto
simplicísimo, en su infinitud de perfección y potencia, puede dar razón de la
infinitud de indigencia de que está transida la multiplicidad de la materia;
sólo remontándose hasta Dios la criatura inteligente y libre puede conocer, en
su semejanza y desemejanza con El, el fundamento de su ser finito, limitado,
participado. La idea de un absoluto material y continuamente mudante no es más
que el modo contradictorio en que el hombre puede pensarse como absoluto. De
alguna manera es, además, el primer castigo de ese intento orgulloso: para
pensarse como ser supremo, el hombre tiene que reducir ―como en un
escarnio de su afán de poder― la noción misma de ser al hacerse de la
materia.
En lugar del Ser
incausado que causa la multiplicidad de los entes, con su maravillosa
diversidad y armonía, desde la que el hombre por el privilegio de su
inteligencia y su libertad puede remontarse hasta el Creador; en lugar, por
tanto, de conocer y amar a Dios, en su infinita riqueza de la que toda otra
riqueza participa, el hombre acaba por pensar la totalidad absoluta como si
fuese una única materia, de la que él mismo no podría constituir más que un
momento fugaz y transeúnte, sometido a las férreas leyes de su evolución.
4. La teoría de la ganancia media y
el reparto del plusvalor.
I. En el libro I,
Marx ha expuesto sus tesis fundamentales: la teoría del valor («reducido
escuetamente a la cantidad de trabajo; el tiempo como medida del trabajo... El
valor como tal no tiene más materia que el trabajo mismo») [46], y
la teoría del proceso capitalista de producción (el capital como trabajo
arrebatado al obrero, como «valor puesto en circulación, valor que se conserva
y se incrementa en sí mismo»: es decir, que adquiere vida independiente del
obrero, y lo explota a la par que lo reproduce, mientras se reproduce, aumenta
y acumula) (Ibidem). En una síntesis esencial, por tanto, el libro I podría
resumirse así: todo el proceso de producción se funda en el trabajo, como
actividad sensible consciente de la materia; y el proceso capitalista de
producción se funda en el divorcio entre el trabajador y su trabajo, entre
trabajo y capital, disociación que engendra a la vez, un dinamismo y la
necesidad de la muerte.
Los
dos restantes libros tienen por objeto mostrar cómo realmente es así, a pesar
de la apariencia de que es todo lo contrario. El libro II estudia el proceso de
circulación del capital, tanto en su forma ―de dinero como en su
forma de mercancías, que ocultan la realidad de la explotación que se
produce en el proceso de producción: «esta circulación siempre, considerada de
por sí ―y esta circulación es la superficie de la sociedad burguesa en la
que aparecen diluidas las operaciones profundas de que brota ―, no acusa
diferencia alguna entre los sujetos del cambio, como no sea una diferencia
puramente formal y llamada a desaparecer. Es el reino de la libertad, la
igualdad y la propiedad basada en el trabajo... La ley de la apropiación dentro
de esta órbita, la apropiación del trabajo (ajeno), aparece como un cambio de
equivalentes, como si sólo reprodujera el valor bajo una encarnación distinta.
En una palabra, todo es aquí experiencia, pero en seguida veremos cómo todo
esto tiene un fin aterrador... [47]. Su
objeto es, por tanto, ilustrar cómo, bajo el proceso de circulación del
capital en sus diversas formas (mercancía, dinero, medios de producción),
lo que se oculta es la apropiación del plusvalor en el proceso de producción,
apropiación― que además se convierte en motor y condición de todo el
proceso de producción y circulación, imponiéndose como necesidad tanto al
capitalista individual como a la clase capitalista en su conjunto. La explotación
se oculta en un proceso de justo cambio.
Sustancialmente,
en consecuencia, cada capitalista deberá extraer a sus trabajadores todo el
plusvalor posible: y el plusvalor obtenido en cada empresa será proporcional al
número de fuerzas de trabajo empleadas, suponiendo constante el grado de
explotación de la fuerza de trabajo. Sin embargo, vemos contrariamente que los
capitalistas obtienen todos una ganancia sensiblemente igual a un tanto por
ciento común (cuota de ganancia media) no de su capital variable (o empleado
en fuerza de trabajo) sino de la totalidad de su capital. Pero esto no es más
que otro capítulo de engañosas apariencias: cada capitalista se apodera de un
plusvalor distinto, pero entre todos se lo reparten; el capitalista está
obligado por la concurrencia a repartir su plusvalor con los demás, pero cree
que la ganancia que consigue es el resultado de su esfuerzo. El reparto del
plusvalor arrebatado a los trabajadores, entre todos los capitalistas se oculta
bajo la ganancia media que cada uno piensa obtener con su esfuerzo. Este es el
objeto del libro III de El Capital.
El 26 de abril de
1868, Marx escribía a Engels para describirle los rasgos más esenciales, «la
marcha de la cosa», de este proceso: no llegan a seis páginas. Pero en ellas,
prácticamente todos los conceptos económicos y sociales son reducidos a
realidades contrarias: todo, efectivamente, es apariencia. Hablar de la
realidad se hace terriblemente complicado. Transcribimos los párrafos
fundamentales: «la ganancia no es... más que otro nombre u otra
categoría de la plusvalía. Como la forma del salario hace creer que se paga
todo el trabajo, la parte no retribuida de éste parece forzosamente como algo
que brota, no del trabajo sino del capital» y no de su parte variable, sino del
capital total. Esto da a la plusvalía la forma de ganancia, sin distinción
cuantitativa entre una cosa y otra. No es más que la forma ilusoria dé
manifestarse la misma cosa...
Además,
la parte consumida del capital es en la producción de la mercancía aparece ahora
como el precio de costo... desde su punto de vista, el trabajo no
retribuido que la mercancía encierra no entra en el precio de costo... Desde el
primer momento resulta que el capitalista puede vender la mercancía con
ganancia por menos de su valor (siempre y cuando sea por más de su precio de
costo), y ésta es la ley fundamental para comprender las compensaciones
operadas por la competencia...
La
producción de plusvalía, que vale tanto como decir la cuota de ganancia,
diferirá en las diferentes ramas de producción. Pero la competencia se encarga
de nivelar estas distintas cuotas de ganancia en torno a una cuota de ganancia
media o general. Esta, reducida a su expresión absoluta, no puede ser más que
la plusvalía producida anualmente por la clase capitalista en proporción al
capital desembolsado en su volumen social... Tal es la cuota general de
ganancia...
El
precio así nivelado, que distribuye por igual la plusvalía social entre las
masas de capital en proporción a su magnitud, es el precio de producción de las
mercancías, el centro en torno al cual giran las oscilaciones de los precios en
el mercado...
En
este capítulo habrá que investigar, además, las diversas causas de compensación
entre las distintas inversiones de capital, que al economista vulgar se le antojan
otras tantas causas de nacimiento de la ganancia».
Hasta
aquí, sólo ha tocado el tema del capital productivo. A continuación, pasa a
explicar cómo adquieren también una parte en el reparto del plusvalor de la
sociedad, los comerciantes ―cuyo capital es improductivo― y los
terratenientes, que no tienen capital. Y concluye: «llegamos por fin, a las formas
externas que sirven de punto de partida al economista vulgar: la renta del
suelo, que brota de la tierra; la ganancia (interés) del capital; el salario
del trabajo. Pero, enfocada desde nuestro punto de vista, la cosa presenta
ahora otro aspecto. El movimiento aparente se aclara... El movimiento general
de conjunto se esconde bajo esta forma aparente. Finalmente, como aquellas tres
(salario, renta del suelo, ganancia‑interés) constituyen las fuentes de
rentas de las tres clases, o sean, los terratenientes, los capitalistas y los
obreros asalariados, tenemos como final de todo la lucha de clases, a
donde viene a desembocar todo el movimiento y que nos da la clave para acabar
con toda esta basura ... » (III, Apéndice, pp. 832‑837).
En suma, todo se
entiende ―al final― siempre muy coherentemente, después de ese
larguísimo trayecto, con tantas fases, donde se hace difícil recordar la
multiplicidad de implicaciones que acumula cada concepto: uno podría pensar que
la riqueza procede de todos los factores de producción (capital trabajo, del
empresario y del obrero, etc.); pero no, Marx dice que sólo procede del
trabajo, aunque el capitalista piensa que sólo procede del capital. Claro que
no es la riqueza como tal de lo que Marx habla, sino de la riqueza en cuanto
aparece en un proceso de cambio. ¿Es que ya no es la misma? Naturalmente que
no: se ha desdoblado en valor de uso y valor de cambio; y así, una cantidad
igual o menor de valor ―de cambio: trabajo― puede representar una
cantidad creciente de valor ―de uso: riqueza―. Pero no se imagine
que el valor de cambio es el precio: esto sería así, si el cambio tuviera lugar
fuera del sistema capitalista. Pero en el sistema capitalista no: el precio
debe diferir necesariamente del valor. «Allí, por ejemplo, donde la composición
del capital es más alta (por ejemplo, 90 c ―capital constante― y 10
v ―capital variable―), éste es superior a su valor, y donde la composición
es más baja (por ejemplo, 70 c y 30 v) inferior a él» (III, p. 835). Es decir,
gracias a esto puede parecer que las empresas producen en proporción a su
capital total: pero sólo producen en proporción a su capital variable. El
resultado es que, gracias a toda esta serie de transformaciones, resulta
necesario que parezca que las empresas producen en proporción a su capital,
cuando sólo lo hacen en proporción a su capital variable. Claro que así no se
explica ni la renta del comerciante, ni la del terrateniente, ya que ni el
capital comercial ni la tierra son productivos. Pero si contemplamos el proceso
de circulación total, es decir el proceso de producción como parte del proceso
de circulación, se ve que aún cuando son improductivos, constituyen un título
para el reparto de la plusvalía.
Algo
semejante podría establecerse para la ganancia de empresario, el salario, el
precio de producción, etc. Los libros II y III detallan un proceso
complejísimo, con una doble virtud: mostrar que el proceso de producción no
puede ser lo que nos enseña la experiencia: en el proceso de circulación del
capital y distribución del plusvalor, las cosas se deforman
―necesariamente― hasta parecer muy distintas. En segundo lugar, que
esta deformación tiene por virtud precisamente provocar una apariencia que
―igualmente de modo necesario― presenta las cosas, como si fueran
tal como nos dictaba la experiencia. La ley del valor tiene así la
peculiarísima cualidad de que, en un sistema capitalista,. no puede aplicarse
más que bajo una apariencia deformada y contradictoria, pero que extrañamente
coincide por necesidad con lo que las cosas serían según la experiencia y el
sentido común.
II. Realmente
resultaría muy costoso y cansado descender al detalle, en la discusión de cada
una de estas afirmaciones. No nos interesa tampoco: nos basta con las
contradicciones tan abiertas con la realidad que hemos observado para la teoría
del valor y el plusvalor, y de las que lógicamente se resiente la teoría de la
ganancia media y su distribución, que en definitiva las coronan. Pero, sí
conviene destacar otro aspecto, ya insinuado antes: la terrible complejidad
―complejidad, no incoherencia― de El Capital.
1.
En su obra, Marx consigue eliminar del proceso de producción económica y
circulación de la riqueza factores tan evidentes como el peso de las decisiones
morales, y en general, libres, de los hombres que en él intervienen, o el
influjo de los elementos naturales físicos con base a los cuales tal proceso se
desarrolla, sin que su razonamiento muestre chocar de algún modo con la
realidad, gracias a la complejidad de que se reviste.
Conviene
subrayar este punto: la complejidad es a veces una gran arma del error. El
error, para no presentarse como una pura negación de verdad, se recubre de
complejidad: para decir que el trabajo es la fuente única de valor, de un modo
«creíble», hacen falta tres extensos volúmenes como los de El Capital. Y
esto, partiendo de un bagaje de conceptos, que se reciben ya hechos dentro
del pensamiento inmanentista en que Marx se mueve. La complejidad es, en
definitiva, el arma con que a veces la razón soslaya las grandes evidencias que
se presentan a la inteligencia humana.
Para
eludir la evidencia de que el hombre no es una pura actividad sensible, un
aumento de una materia única que se autocrea continuamente, hace falta
parapetarse en la complicación de un sistema laberíntico. La teoría del valor,
o del plusvalor, no dependen sólo de todas las demás críticas marxistas (la
crítica de la religión, de la filosofía, de la política etcétera), sino de
todos sus precedentes en Feuerbach y Hegel.
2.
En el mundo de lo real en que vivimos, la diversidad y la multiplicidad no es
nunca embrollo: al contrario, la multiplicidad de los entes, está marcada por
Dios con el orden. En Dios, todo el conjunto de sus perfecciones se dan en una
simplicísima unidad: las criaturas sólo pueden asemejarse y acercarse a la
riqueza infinita de su Creador, mediante su propia multiplicidad. Pero esto
implica que su multiplicidad nunca se constituya como oposición a la unidad,
sino al contrario como aspiración a ella. Tensión que se revela en el orden,
que es el modo en que la simplicidad divina se puede participar por la
multiplicidad de las criaturas.
Una
complejidad laberíntica y la confusión de lo contradictorio no son nunca
constitutivos de la realidad como tal, y menos aún de su perfeccionamiento: son
el refugio del error y del mal. Por eso, mientras la verdad es una los errores
pueden ser variadísimos y se oponen no sólo a la verdad, sino aún entre ellos
mismos.
La
fuerza de la verdad se revela en la hondura de los enunciados aparentemente
simples, pero de inagotable profundidad. La del error, en la complicación casi
infinita. El Capital no es un libro profundo, pero sí muy complicado: es
la complicada reducción del hombre a pura actividad sensible, de la historia de
los hombres a economía' del trabajo a la transformación de la materia, de la
libertad a la realización de un plan económico... de la creación al hacerse de
la materia, de Dios a la acción humana.
5. La teoría de la cuota decreciente de ganancia y de las crisis.
Constituye
el último gran punto de esta síntesis de la visión del mundo y del hombre que
ofrece Marx. Aunque Marx en el libro III de El Capital, trata este tema
antes que el reparto de la ganancia, lo hace sólo para demostrar que constituye
una tesis independiente de la forma en que se realice el reparto (III, p. 216):
es la expresión más radical de las contradicciones inherentes al sistema
capitalista, que exigen por su propia dinámica interna la superación por otro
sistema posterior.
1.
El crecimiento constante del capital ―que es también la causa del
incremento continuo de la productividad, hace que la masa de trabajo vivo
empleado «disminuya constantemente en proporción a la masa de trabajo
materializado, de medios de producción consumidos productivamente que pone en
movimiento» (III, p. 215): es decir, disminuye la parte de capital variable en
relación al capital constante y. por tanto, del plasvalor en relación al
capital total, y, en consecuencia, de la cuota de ganancia.
Es
verdad, continúa Marx, que esta disminución no siempre se manifiesta en forma
patente, porque hay una serie de tendencias ―fruto también de la
creciente productividad del trabajo― que contrarrestan parcialmente su
necesidad ineludible y hacen que aparezca sólo como una tendencia (III, p.
233).
2.
En cualquier caso, tal tendencia muestra que la producción capitalista está
abocada a destruirse, porque la propiedad privada del capital se constituye
necesariamente en límite al proceso de producción, después de haber sido su
mejor estímulo. Es la consecuencia de que el fin del capital no sea el consumo
del trabajador, sino la obtención de plusvalía: por eso las mismas fuerzas de
la creciente productividad social del trabajo que él ha puesto en marcha,
exigen su destrucción; llega un momento en que se encuentran coartadas por la
estructura capitalista. El medio empleado por el capital «desarrollo
incondicional de las fuerzas sociales productivas... choca constantemente con
el fin perseguido, que es un fin limitado: la valorización del capital. Por
consiguiente... » envuelve una contradicción constante entre su misión
histórica y su fin: entre el desarrollo incondicionado de la producción y el
crecimiento incondicional del plusvalor (III, p. 248).
3.
Las crisis periódicas no son más que las soluciones temporales, pasajeras y
violentas, indispensables para purgar los desajustes que provocan las
contradicciones internas del sistema, y que sucesivamente lo abocan a su destrucción
total (III, p. 247).
II. Queda, de este
modo, perfilado el movimiento dialéctico que recorrería la materia a través del
proceso de producción, en el transcurso de la era capitalista:
1.
El individuo humano se niega necesariamente en el trabajo: se objetiva, en el
sentido hegeliano. Sólo puede recuperarse consumiendo el producto: que es la
negación de la negación. Es la dialéctica inicial con la que el hombre se
realiza, humanizando el mundo: el modo en que la materia se hace humana.
2.
La propiedad privada individual basada en el trabajo, constituye la expresión
típica de esta fase inicial. El capitalismo ―con su necesaria y creciente
expropiación del fruto del trabajo ajeno― surge como negación de la
propiedad privada individual nacida del trabajo. Negación que es, a la vez y
contradictoriamente, la condición para el desarrollo creciente de las fuerzas
productivas (es decir, del hombre, de la humanidad) y el impedimento para que
el hombre se recupere en el fruto de su trabajo (en el adecuado consumo).
Mediante
esta contradicción íntima, el capitalismo lleva en su seno el germen de la
nueva negación, que se opone a la negación capitalista de la propiedad privada
individual nacida del trabajo: es decir, un nuevo modo de negación de la
negación primera en que el trabajo consiste. Una forma más elevada, por tanto,
de recuperación del trabajador en el consumo, conseguida con un empleo más
racional de las fuerzas productivas ―engendrado por la negación
capitalista― y una distribución más racional del producto.
Y
con ello el carácter inevitable con que toda negación arrastra su propia
negación: «la producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un
proceso natural, su propia negación. Es la negación de la negación. Esta
no restaura la propiedad privada ya destruida, sino una propiedad individual
que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad individual basada
en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de
producción producidos por el propio trabajo».(I, p. 649).
3.
En definitiva el progreso dialéctico de la materia ―el progreso humano
―, que inicialmente se contenía en la negación del hombre por el trabajo
y su afirmación por el consumo y la propiedad privada individual, se obtiene
ahora de un modo más perfecto por el segundo movimiento dialéctico de la
negación de la propiedad privada y la negación de su negación: es la era
comunista.
III. Será la era
del perfecto consumo. Es la gran promesa de El Capital: una perfecta
civilización del consumo. Pero, ¿qué quedará más allá de sus fronteras,
como base en definitiva para el próximo movimiento dialéctico de la materia?
«AI otro lado de sus fronteras, comienza el despliegue de las fuerzas humanas
que se consideran como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin
embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La
condición fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo» (III,
p. 759).
Puede
entreverse, quizá que el nuevo movimiento dialéctico de la materia ―es lo
que cree Marcuse― sea la negación de la producción por el placer: el
reino del placer incondicionado. Nada más apropiado como último sentido de la
materia sensible, que el goce sensible: vislumbrar el progreso de la humanidad,
o desarrollo dialéctico de la materia sensible y en abocar todas las fuerzas
humanas al placer sensible. Posiblemente, no quepa soñar una reducción más
brutal del fin y de la dignidad del hombre, ni por tanto, más coherente con las
bases marxistas: una materia que se autocrea.
A. Las
tesis fundamentales y su concepción del hombre y
del mundo.
1. Resumen general.
I. El punto de
partida de El Capital es que lo que define al hombre es su trabajo:
que tiene una capacidad de transformar la materia, proyectando antes en su
cerebro esa transformación, y por tanto pudiendo ordenarla racionalmente.
1.
El trabajo es un proceso de intercambio entre el hombre y la naturaleza, que se
diferencia de todos los demás porque el obrero es capaz de proyectar
previamente en su cerebro la transformación deseada. Por eso, a diferencia de
todos los demás seres, el hombre en esa transformación realiza su fin. El
hombre es también pura materia, pero emerge entre todos los seres del universo,
por esa capacidad suya: el hombre y el trabajo humano aparecen, allá donde
aparece en la materia esta capacidad de evolución conforme a módulos
racionales, pensados.
2.
Al trabajar, ese ser que es el hombre, se objetiva en el producto. El producto
del trabajo es un valor de uso, una materia dispuesta por la naturaleza
y adaptada las necesidades humanas ―humanizada― por un cambio de
forma, realizado mediante el trabajo; y que está dispuesta para ser gozada o
consumida por los trabajadores.
3.
Dejando a un lado las fases primitivas de ese proceso, llega un momento en que
se va generalizando una economía de cambio. Los trabajadores no producen
directamente para consumir el valor de uso de los productos, sino para cambiarlos
por otros: ocurre así porque es una necesidad para el crecimiento de la
productividad del trabajo.
En
este momento sucede algo muy singular: las cosas producidas no se pueden
cambiar por sus valores de uso, que son intercambiables. Y entonces se cambian
por algo que todos los productos tienen en común: su valor, es decir el tiempo
de trabajo social necesario para producirlas. El valor de los bienes para
el cambio ―las mercancías― se mide por tanto y sólo por el tiempo
de trabajo necesario.
Aquí está en sus
líneas esenciales la teoría del valor.
4.
Termina de dibujar esta primera piedra sobre la que se asienta El Capital
de Marx, el que todas estas transformaciones y cambios, que se operan a
partir del trabajo, son leyes de la evolución de la materia, que se
cumplen con el rigor de cualquier proceso natural: la ley del valor es algo
absoluto. Si los hombres no la descubren, se cumplirá igualmente, aunque de un
modo ciego. La ley del valor rige el cambio de los productos también cuando los
hombres piensan estar organizando su intercambio con otros productos. La
circulación se funda en el valor, imaginen los hombres lo que imaginen sobre
los principios de su funcionamiento. Por eso, los modos de producción definen
las distintas épocas de la historia, y todas las instituciones sociales son
consecuencia del modo en que está organizada la producción.
II. La era
capitalista, una de esas eras de la producción y, por tanto, de la historia,
comienza en el momento en que se separan el trabajador y la propiedad del
producto de su trabajo, el trabajo vivo y el trabajo acumulado en el producto,
el trabajo y el capital.
1.
La condición histórica para que esto ocurra es que quien dispone de medios de
producción encuentre en el mercado trabajadores libres, que necesitan vender su
fuerza de trabajo porque carecen de los medios de producción. Y que exista
además el dinero como forma general de cambio.
Cuando
así ocurre, el poseedor de dinero puede acudir al mercado, para comprar trabajo
humano. Y compra el trabajo humano por su valor de cambio, es decir el salario
o valor de los medios necesarios para su subsistencia (lo que cuesta que esa
mercancía, que es el trabajador, esté en el mercado). El poseedor de dinero,
que al realizar esta inversión se ha convertido en capitalista, utiliza el
trabajo ajeno en la producción organizada; lo consume según su valor de uso,
es decir como fuerza de trabajo, que naturalmente es superior a su valor
de cambio.
De
este modo, al vender luego las mercancías producidas puede embolsarse todo
aquel valor producido por la fuerza de trabajo que exceda al valor de los
medios de subsistencia del trabajador: se ha quedado con una parte del valor,
es decir del producto del trabajo, no pagado: es el plusvalor.
Tenemos
ya también en sus líneas esenciales la teoría del plusvalor, del trabajo
no pagado o trabajo excedente, de que se apropia el capital.
2.
Una vez experimentado este buen negocio, el capital no vive ya más para la
producción de mercancías, sino para la producción de plusvalor. El único fin
del capital es la obtención de plusvalor, la valorización del valor: ésta es la
ley fundamental del régimen capitalista de producción.
Primeramente
tratará de aumentar el plusvalor, mediante la prolongación de la jornada de
trabajo, es decir del tiempo de trabajo excedente o no pagado: plusvalor
absoluto. Cuando se encuentre con las barreras físicas de la vida del
trabajador recurrirá a reducir el tiempo de trabajo necesario para producir las
mercancías con las que automáticamente, aun permaneciendo igual la jornada de
trabajo, aumenta el tiempo de trabajo no pagado: el plusvalor relativo.
3.
Como el salario es una forma transfigurada de la compra de la fuerza de
trabajo, que oculta el tiempo de trabajo excedente no pagado, se produce una
inversión de todos los conceptos económicos, que es característica del
capitalismo. La plusvalía se disfraza de ganancia del capital, en sus
diversas formas: ganancia del empresario, interés del capital, etc. El precio
real de costo (que incluiría también el trabajo excedente) se
transforma en precio de producción (que incluye sólo la ganancia media),
y así se puede pensar que la ganancia es fruto del capital. La natural
diferencia entre capital constante (empleado en medios de producción) y capital
variable (empleado en fuerza de trabajo), se transforma en la de capital
fijo y capital circulante, etc.
4. Con el plusvalor obtenido ―y como una necesidad del
crecimiento de la productividad y de su propia conservación― el capital
no sólo crece, se acumula, sino que sostiene y regula la fuerza de trabajo que
necesita, y aún crea una fuerza sobrante ―el ejército industrial de
reserva ―que le garantiza que pueda seguir aumentando el número de
trabajadores empleados, con un grado de explotación conveniente.
Y
aunque esto se hace gracias al trabajo no pagado de los obreros, parece que sea
una propiedad del capital. La propiedad privada, en el sistema capitalista se
ha trocado, por su misma dialéctica interna e inexorable, en lo contrario de lo
que es: el derecho a apropiarse de trabajo ajeno no retribuido para el
capitalista, y para el obrero la necesidad continua de reponer la parte del
producto de su trabajo entregada sin equivalente, y de reponerla con un
superávit, sin posibilidad de hacer nunca suyo el producto de su trabajo. La
ley de la propiedad privada se convierte en el fundamento imperativo de un
continuo divorcio entre la propiedad y el trabajo.
Y
todo ello, no como fruto de una decisión del capitalista industrial, sino como
una necesidad del proceso de producción capitalista, que se paralizaría si no
obtuviera plusvalor, y para el que todo medio de aumento de la productividad ha
de ser necesariamente un medio de incrementar el plusvalor.
Se
produce de este modo una progresiva acumulación del capital, que exige
simultáneamente una progresiva pauperización de la clase obrera, como polo
opuesto. Tenemos en sus líneas generales la teoría del proceso de producción
capitalista, que se completa con la teoría general de la ganancia media
o del reparto del plusvalor entre todos los capitalistas.
Esta
teoría complementaria de la cuota de ganancia media, no es más que el conjunto
de explicaciones que mostrarían que la renta de la tierra, la ganancia
del empresario y el interés del capital (industrial, comercial o
financiero), consisten en ser el sistema de reparto del plusvalor, gracias
al imperio de la competencia.
III. La
disociación operada entre el trabajo vivo (trabajador, obrero) y trabajo muerto
acumulado (capital), que se ha erguido como una fuerza extraña al trabajador
sometiéndolo a un duro proceso de explotación, al mismo tiempo que elevaba
enormemente la productividad de la fuerza social del trabajo, se muestra en
consecuencia surcada por innumerables contradicciones, que a la larga provocan
con absoluta necesidad su destrucción.
1.
Es éste el último de los grandes núcleos de El Capital: la teoría de la
tendencia decreciente de la ganancia media, de las crisis, de las
contradicciones inherentes al sistema capitalista, dentro de las cuales vive y
que preludian su destrucción.
2.
Pero las condiciones materiales que hacen posible el proceso de producción
capitalista son, al mismo tiempo, exponente de determinadas relaciones
sociales, que los individuos contraen a lo largo de ese proceso de producción,
que es el mismo proceso de producción y reproducción de la vida humana.
Condiciones y relaciones que son, en parte, resultado, del proceso capitalista
de producción. Consecuencia de esta producción y reproducción constante de
relaciones sociales son las clases, que, por las contradicciones internas
propias del sistema capitalista, originan necesariamente la lucha de clases.
3. El proceso de
producción y reproducción del capital, que es el proceso
mismo de producción de la vida humana, en el sistema capitalista, es como una
explosión de las fuerzas productivas del trabajo. Pero una explosión ciega, surcada de contradicciones insalvables, un
proceso en el que los dos momentos de la vida humana ―la producción y el
consumo― están disociados, como consecuencia de la disociación entre el
trabajador y el producto de su trabajo. Esto cuyas fuerzas alientan ya en el
capitalismo especialmente por la colectivización de los medios pocas manos y la
socialización del proceso de producción que comporta― y que a la vez que
provocan y anuncian su destrucción, crean los elementos para una nueva y más
alta forma de producción: la era comunista en que la propiedad colectiva
socialista de los medios de producción, permitirá al hombre regular
racionalmente su intercambio de materias con la naturaleza, en que el
incremento de su fuerza productiva se desarrollará armónicamente para la
satisfacción de sus necesidades.
2. El ateísmo fundante.
I. La concepción
del hombre y la humanidad, que presenta El Capital, sólo es imaginable
desde un materialismo convencidamente creído; «creído», Porque nadie puede
conocer el universo y el hombre como pura materia, ya que no lo son, y la
experiencia proporciona abundantes datos de que la materia no es la única
realidad, más aún, que como tal realidad no puede subsistir ni explicarse por
sí misma. Hace falta una libre decisión de la voluntad para prescindir de todos
esos datos que la experiencia continuamente suministra.
1.
El Capital manifiesta la convicción de un materialismo pacíficamente
poseído: no discutido. Un materialismo, por tanto, que tiene un fundamento
anterior: la negación de Dios. Sólo la negación de Dios, permite pensar
pacíficamente el mundo como una materia autónoma origen de sí misma, y reducir
el alma y sus relaciones con Dios a una manifestación alienada de la evolución
de la materia, del proceso de producción.
2.
Pero cómo es posible que un hombre tenga semejante convicción, y de modo tan
firme que llegue a plantear una construcción del mundo donde no sólo prescinde
sino cuyo objetivo sea eliminar toda manifestación de Dios, del alma humana
inmortal... ¡hasta considerarlos como un modo de disfrazar los desajustes en el
proceso de producción!, que impide remediarlos.
Evidentemente,
una tal concepción del hombre no puede haber surgido como consecuencia de los
esfuerzos y dificultades propios del intento de organizar la producción. Ha de
haber nacido en un proceso previo: el proceso de progresiva ,eliminación de
Dios, como condición para la autoafirmación del hombre, del «pensamiento
moderno».
3.
El materialismo de El Capital, no es el materialismo ingenuo de una
simple negación de las realidades superiores a la materia, es un materialismo
dialéctico, en el que el hombre ―aunque sea como ser genérico y reducido
a la materia le afirma orgullosamente como creador de sí mismo. El Capital
no es materialista por un mero prescindir de Dios, sino por la pretensión
sistemática de eliminarlo de la vida humana, como el mayor obstáculo para la
autorrealización del ―hombre.
Dentro de El Capital, el ateísmo no es algo accidental,
y ni siquiera un medio o una táctica: es el presupuesto, el punto de partida
siempre actuante, la premisa del intento no ya de pensar, sino de construir un
mundo donde no quede espacio para Dios.
II. El ateísmo no
es pues una más de sus tesis: es la tesis fundante de la coherencia de
todas las demás teorías. La diferencia entre el materialismo mecanicista, que
tanto criticaba Marx, y el materialismo dialéctico es que sólo este segundo
está fundado sobre el ateísmo como una afirmación positiva y determinante de la
concepción del mundo y del hombre. No es ya que el hombre sea materia, y viva
en ella, ciegamente sometido a sus leyes: es que el hombre es el momento cumbre
del dinamismo de la materia, su momento consciente, donde la materia se piensa
por fin a sí misma como el absoluto, donde el hombre consigue ser finalmente el
dios de sí mismo después de reducirse a la materia. Es para poder
afirmarse como ser supremo, por lo que el hombre se ha reducido a materia en
El Capital.
3. La concepción del trabajo humano:
la suprema explotación.
I. Para Marx el
trabajo es la fuente única de creación de valor: aparentemente es una gran
exaltación del trabajo. Es la gran realidad gracias a la cual la humanidad
emerge de la materia. Pero repasemos lo que Marx piensa sobre esta gran
realidad.
1.
El trabajo es un proceso de intercambio entre el hombre y naturaleza: «un
proceso de intercambio de materias con la naturaleza». Este proceso,
inicialmente común a los demás animales, se hace propiamente humano, cuando el
hombre antes de realizarlo, lo «proyecta en su cerebro» (I, p. 130). Este
proceso superior, que es el proceso del cerebro, que distingue al hombre del
animal y a unos hombres de otros, «es también un proceso natural» que brota
igualmente de la materia, hasta el punto de que en realidad todos los
pensamientos de los hombres son un único pensamiento: «es indudable que el
pensamiento realmente capaz de comprender tiene que ser siempre el mismo y sólo
puede distinguirse gradualmente por la fase de desarrollo y también,
consiguientemente, por el órgano con que se piensa. Todo lo demás es pura
charlatanería» (I, p. 705). Terminando el arreglo del último libro de El
Capital, Engels se lamentaba de que «cuando se tienen ya más de 70 años,
las fibras cerebrales de Meynert en que se condensa la capacidad de asociación
trabajan con una lentitud fatal; ya no se vencen tan fácilmente y tan
rápidamente como antes las interrupciones en los trabajos teóricos difíciles»
(Prólogo al vol. III de El Capital, p. 8).
Esto
implica que haya una estricta continuidad entre los órganos humanos y los
instrumentos de trabajo: por ejemplo, en el caso del trabajo de la digestión
«los instrumentos de trabajo son sus propios órganos corporales». Por eso, «los
productos de la naturaleza se convierten directamente en órganos de la
actividad del obrero, órganos que él incorpora a sus propios órganos
corporales» (I, p. 131). Gracias a esto, el trabajo humano es poderoso, hasta
el punto de que la Providencia puede considerarse como el injusto límite que la
Biblia imponía a la autosuficiencia humana. El hombre puede añadir los codos
que quiera a su estatura.
2. En el
trabajo el hombre realiza su fin: la transformación consciente de la
materia. Un «fin que él sabe que rige como una ley las modalidades de su
actuación y al que tiene necesariamente que supeditar su voluntad. Y esta
supeditación no constituye un acto aislado. Mientras permanezca trabajando,
además de esforzar los órganos que trabajan, el obrero ha de apartar la
voluntad consciente del fin, a lo que llamamos atención, atención que será
tanto más reconcentrada cuanto menos atractivo sea el trabajo» (I, p. 131).
El
fin del trabajador es el producto: el valor. Eso tan importante y que consiste
en ser el resultado de «un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de
nervios, de brazo, etc.» (I, p. 11). Por eso, por mucho que difieran unos
productos de otros, unos trabajos de otros, es «una verdad fisiológica
incontrovertible que todas esas actividades son funciones del organismo humano
y que cada una de ellas, cualesquiera que sean su contenido y su forma,
representa un gasto esencial de cerebro humano, de nervios, músculos, sentidos,
etc.» (I, p. 37).
II. Es de este
producto ―de una parte de este producto de lo que el capitalista
expropiaría al trabajador: de una parcela de gasto fisiológico. Marx no
alcanza a ver nada más; en su miope minimización del hombre y del trabajo, no
quedan otros horizontes.
1.
Evidentemente, el trabajo supera en mucho al producto económico, al desgaste de
materia muscular y nerviosa Parte de la imponente grandeza natural del hombre,
consiste en que hay cosas infinitamente valiosas en su vida, que nadie le puede
arrebatar: puede amar en el trabajo.
Como
criatura espiritual el hombre tiene capacidad no sólo de hacer cosas, sino de
perfeccionarse él mismo con su obrar. Cuanto más perfecta es una criatura mayor
entidad alcanza la perfección que consigue con sus actos: sólo en los entes
inanimados la acción es mero resultado; todo ente vivo obra de tal manera que
sus acciones ―en cuanto ser vivo dejan en él la perfección del acto que
obra, además de poder comunicar su perfección a otro; las criaturas
intelectuales alcanzan el máximo grado en este tipo de operaciones que son el
conocimiento y el amor.
El
gran privilegio del hombre es que puede conocer y amar a Dios, y en Dios y por
Dios a todas las criaturas, y porque las ama, servirlas: la mujer que trabaja
en una familia ― a la que por ejemplo le pagan unas monedas menos de lo
que se debería no tiene impedido este privilegio de conocer, amar y servir. Y
cuando hace bien su trabajo con amor de Dios y afán de hacer felices a los
demás, puede tener una vida de una grandeza muy superior a la de aquellos a
quienes sirve. Todo lo que pueden quitarle son unas miserables monedas. El
hombre no se realiza en el producto material de su trabajo, sino de modo mucho
más alto y que no se le puede arrebatar cuando se le arrebata ese producto
material. Ya un animal, por ser viviente, tiene más dignidad que la de
consistir en el producto de su acción.
2.
Se hace interesante considerar, ahora, la crueldad de la expropiación que
Marx infiere a los trabajadores, cuando reduce toda la dignidad de su trabajo a
la de su producto material: una tal concepción del trabajo, niega al hombre el
derecho mismo a ser hombre, a vivir, trabajar y ser feliz como tal. No se puede
olvidar que la teoría del plusvalor se basa en este concepto del trabajo. Y que
la teoría de la lucha de clases como motor de la sociedad depende de la teoría
del plusvalor.
Por
eso, la terrible impostura de El Capital consiste en que, bajo la
apariencia de defender a los trabajadores de la injusta expropiación de una
parte del valor económico de su producto, se les expropia de mucho más: de todo
el horizonte que el trabajo tiene para una criatura espiritual y libre, que es
necesario abandonar en el momento mismo, y en la misma medida en que uno se
rija por los criterios marxistas. Tanto más cuánto más radicalmente se entregue
a sus principios: porque, efectivamente, como ya señalaba Marx ―la
religión es el opio del pueblo ―, cuanto más se tiene una concepción
espiritual de la vida, más imposible es someterse a esos criterios marxistas.
Un
hombre que sabe de su alma y su destino eterno, conoce que ni el valor
económico del producto de su trabajo es lo más importante que consigue al
trabajar, ni la lucha de clases el modo recto de defender sus derechos. Cuando
el hombre no ignora su alma es por naturaleza rebelde al marxismo.
4. El Capital y la libertad,
I. Aunque sea muy
brevemente, también porque Marx es poco amigo de hablar de libertad [48], nos
interesa tocar este tema, para terminar de dibujar su pensamiento sobre el
obrar humano.
1.
Si lo específico del trabajo humano es que, a diferencia de los animales, puede
planear antes lo que realiza y de este modo cumplir conscientemente las leyes
del proceso de producción, «la libertad en este terreno sólo puede consistir en
que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su
intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en
vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con
el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más
dignas de su naturaleza humana» (III, p. 759).
La
libertad, por tanto, no puede consistir más que en el cumplimiento del plan
económico trazado por la sociedad. Como para el cristiano ejercer la libertad
significa cumplir la ley de Dios (que le libera de todo lo que le impide vivir
conforme a, su dignidad de hijo de Dios: la esclavitud del pecado, la
esclavitud de la carne, la esclavitud del demonio, etc.), para el hombre que
Marx concibe, ser libre significa cumplir el plan económico (que es lo que
libera al hombre de todo lo que impide su dignidad humana: es decir, su
capacidad de hacer consciente y racionalmente su intercambio de materias con la
naturaleza).
2.
Hasta tal punto la libertad consiste en esto y sólo en esto, que en el régimen
comunista el obrero no podrá tener otra libertad, en toda la parte de la
jornada que será necesaria dedicar al trabajo: otro sentido de la libertad sólo
cabe en relación al tiempo libre, al tiempo que queda después de la jornada de
trabajo. La producción es una necesidad del hombre, que en la era comunista
seguirá siendo un reino de la necesidad. «Al otro lado de sus fronteras
comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí,
el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando
como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la
reducción de la jornada de trabajo» (III, p. 759).
Resulta
demoledora esta estratificación de la libertad, que sólo sería verdadera
libertad fuera del trabajo A la vez, un hombre no podría considerarse libre
mientras trabajara y la postrera dignidad del trabajo sería la de un reino
donde el hombre nunca podrá ser verdaderamente libre.
3. La libertad en definitiva ―para
Marx― no está en el hombre como tal, sino como fruto del proceso de
producción. Mientras éste no está racionalmente planificado, ni siquiera puede
existir libertad: sin planificación comunista, «sólo reinan la libertad, la
igualdad, la propiedad y Bentham... bajo los auspicios de una providencia
omniastuta... El antiguo poseedor del dinero abre la marcha convertido en
capitalista, y tras él viene el poseedor de la fuerza de trabajo, transformado
en obrero suyo; aquél pisando recio y sonriendo desdeñoso, todo ajetreado; éste
tímido y receloso, de mala gana, como quien va a vender su propio pellejo y
sabe la suerte que le aguarda: que se lo curtan» (I, pp. 128‑129): éste
es «en realidad, el verdadero paraíso de los derechos del hombre» (I, p. 128).
Y,
en la economía planificada comunista, la libertad consiste en cumplir el plan
de la producción donde «la regulación del tiempo de trabajo y la distribución
del trabajo social entre los diferentes grupos de producción, y, finalmente, la
contabilidad acerca de todo esto, serán más esenciales que nunca» (III, p.
787). Y, finalmente, para el tiempo libre, la producción conquista la verdadera
libertad: el juego de las fuerzas humanas que no tienen otro fin que ellas
mismas, siempre a condición de no interferir en el plan económico de
producción.
II. Todo El
Capital no tiene otro fin que conseguir esta docilidad de los individuos al
plan: si los individuos son algo mejor, es en la medida en que se cumpla mejor
el plan de producción. Y lógicamente había de ser así, si la esencia del hombre
es la actividad sensible, la actividad productora racionalizable. En la medida
que un hombre se identifica con los principios marxistas, se va haciendo más
dócil a los intereses del plan social de la producción: es decir, a los
intereses y proyectos de los que hacen, controlan e imponen ese plan social. La
libertad no puede concebirse ya como docilidad a Dios, sino como docilidad a
quien en cierto modo ha querido convertirse en dios, a quien tiene el poder de
dirigir el movimiento dialéctico de la materia, que se ha sustituido al poder
creador de Dios: por eso Dios estorba tanto.
B. Por qué tienta el marxismo
I. La lectura
detenida de El Capital ―«mi obra fundamental, diría Marx; hasta
ahora todo lo que he hecho son pequeñeces»― [49] el
análisis de sus postulados y conclusiones, de su concepto del hombre, del
trabajo, de la libertad, etc., llevan a formularse la pregunta de por qué
tientan de hecho sus ideas. Ya que la vigencia práctica del marxismo es
evidente en muchos sectores, aparte de los millones de personas que viven a la
fuerza bajo sus postulados.
1. Parece claro que no sirve como respuesta la explicación ingenua sobre los valores humanos y de justicia que el marxismo encerraría: no puede ser un amor a la libertad, o la dignidad del trabajo o de las personas lo que empuje hacia el marxismo, dado su concepto de la libertad, del trabajo o del hombre. Quien, de un modo real y profundo, busca la dignidad del trabajo de un ser inteligente y libre, el respeto a la dignidad de la persona, que tiene alma inmortal y un destino trascendente, o su libertad, no puede sentir atractivo sino más bien repugnancia, por la actitud que Marx toma ante todas estas realidades.
2.
Y esto nos proporciona la primera clave: para que el marxismo sea tentador hace
falta que las verdades fundamentales de la existencia e inmortalidad del alma
humana, de la acción creadora con que Dios nos ha sacado de la nada y nos
conserva en el ser, y del influjo sobrenatural de la gracia, cuenten poco. En
el momento mismo en que sobre estas realidades comienza una duda práctica, es
decir en el momento que el mundo de nuestra vida material parece mucho más real
que el alma o Dios o la gracia, la tentación marxista puede infiltrarse. No
hace falta haber llegado ni mucho menos al ateísmo, basta un agnosticismo
teórico o, al menos práctico, que considera estas verdades, como una
posibilidad interesante pero no la inmediata y más importante, basta pensar que
el mundo material que el hombre puede controlar es la instancia verdaderamente
urgente, para que el marxismo adquiera el tinte de algo con valores.
Cuando
una sociedad, por ejemplo, concibe el bien común como algo material ―el
bienestar material ―, y se ven como intromisiones de la religión en la
política, la defensa de los principios de la ley natural sobre el matrimonio,
la vida, la verdad, la existencia de Dios, esa sociedad comienza a estar indefensa
frente al marxismo. Si es posible separar radicalmente las verdades
espirituales, que quedarían como patrimonio de la conciencia privada, y sujetas
a todo tipo de pluralismos, del incremento y reparto de la riqueza, la tutela
del ambiente, etc., que serían el mundo de la autonomía temporal; es decir, si
el bien común temporal es un bien común material, independiente de lo que
ocurre en las almas, el marxismo empieza a ser una presentación «legítima» del
problema. Si se trata de construir este mundo como un mundo puramente material,
lo difícil es rechazar la crítica de Marx a Hegel; si Dios y el alma no son
realidades más fuertes que la materia, si en definitiva forman parte del mundo
de las ideas que no debe inmiscuirse y estorbar la urgente tarea de la
economía, ¿qué pensar de estas palabras?: «mi método dialéctico no sólo es
fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo,
la antítesis de él. Para Hegel el proceso del pensamiento, al que él convierte
incluso, bajo el nombre de idea, en un sujeto con vida propia, es el demiurgo
de lo real, y esto es la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí, lo
ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la
cabeza del hombre» (Prólogo a El Capital, I, XXIII).
Si
el ,bien común material se independiza, teórica y prácticamente del bien común
espiritual, es decir, de Dios ―y esto ocurre, en toda sociedad para la
que la existencia de Dios y todas las verdades que dependen de esta primera
verdad, son el objeto propio y por excelencia del pluralismo (de lo simplemente
opinable, de lo incierto), inmediatamente tiene sentido la tentación marxista.
3.
Y lo mismo puede decirse si por espíritu, o realidades espirituales, no se
entiende ya a Dios y al alma humana inmortal, sino las creaciones de la razón,
el «espíritu objetivo» y demás «sucedáneos» semejantes: «el hecho de que la
dialéctica sufra en manos de Hegel una mixtificación, no obsta para que este
filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus
formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica aparece en
él invertida, puesta cabeza abajo. No hay más que darle ―la vuelta, mejor
dicho ponerla de pie, y en seguida se descubre bajo la corteza mística la
semilla racional» (Prólogo a El Capital, I, p. XXIV).
4.
El marxismo hace de la organización de este mundo material, en cuanto puramente
material, el fin incondicionado de toda actividad humana. En la medida que el
bienestar material su busca sin condiciones y como meta suprema y primordial,
el hombre se convierte a las criaturas hasta el olvido de Dios; y, por
lo que en esto hay de tentador, es por lo que tienta el marxismo. El primer
fundamento que explica la tentación marxista está, pues, en la esencia misma
del pecado: la conversio ad creaturas, hasta el odio de Dios. Por eso,
el marxismo puede atraer a un cristiano, tanto más, cuanto más indefenso esté
respecto a ese atractivo de lo material, a esa tentación de poner su esperanza
en las cosas de la tierra. Y por ende, el extraño complejo de inferioridad que
algunos sienten. ante el marxismo, no es más que una manifestación de lo lejano
e hipotético que ven a Dios, y de la fuerza que está adquiriendo la tentación
de esa conversio incondicionada.
II. Por otra
parte, a medida que la duda sobre Dios se va instalando, que el hombre
establece más definitivamente en este mundo su ciudad permanente, que más se
embebe en construirla a su gusto, más se impacienta ante todo lo que no sea
flexible a su acción. En estas condiciones, una doctrina que no se proponga ya
interpretar el mundo sino construirlo, se hace evidentemente sugestiva.
Para
el hombre que se sabe criatura, destinado a conocer y a gozar a Dios, lo
importante no es construir sino conocer cuál es la voluntad divina para
cumplirla: el hombre está en este mundo para ir a Dios, y el mundo es el lugar
donde él se decide a encontrarle. Descubre así esa especial grandeza de todas
las realidades, en tanto que pueden y deben conducir a Dios: es lo que
supremamente le atrae.
Cuando,
en cambio, esto se olvida, y lo que se quiere es hacerse un mundo a su medida,
la idea de dedicarse sin más dilaciones a construirlo se impone. En
consecuencia, el desagrado ante todo lo que se resista aumenta. El hombre
experimenta de modo vivo la tentación de la voluntad de poder. La idea
misma de una providencia omnipotente le irrita: no le basta ya instalarse en
esta vida, quiere que nadie le impida hacerla a su gusto y cuanto antes. En
estas condiciones el «plan omnipotente» ―y más aún participar en
él― tienta evidentemente. El hombre sueña con facilidad en ser protagonista
de la historia: nada casi le puede sonar más halagüeño. Basta ya de interpretar
al mundo, hagámoslo: hombres de todo el mundo y toda creencia, para quienes
Dios ya no cuenta, uníos. ...Et Dominus irridebit eos (Ps. II).
R.G.H.
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[1] Apéndice del Tomo 1, respectivamente, pp. 661‑665 y 667‑668.
[2] Se ha preferido no recoger más, pues el gran número de capítulos de la obra (en total 98) dificultaría el uso cómodo del índice. En los demás casos la subdivisión de capítulos se encuentra al comienzo de cada sección.
[3] junto al título original, se pone entre paréntesis ―como advertimos en la introducción― que responde al contenido fundamental de uno o varios apartados, que resumen los pasos o principios básicos, en que se estructura el pensamiento del autor, y de acuerdo con los cuales ―por razones de claridad― se ha ordenado esta exposición.
[4] Este capítulo se expone con especial detalle porque es, según afirma Marx, «el de más difícil comprensión» y donde «se resume el contenido de» la Contribución a la crítica de la economía política del que «el primer volumen del Capital constituye la continuación» (Marx, Prólogo a la primera edición, p. 13), y contiene las bases de todo el resto de la obra.
[5] El trabajo no es, pues, para Marx la única fuente de valor de uso: el valor de uso depende a la vez del trabajo y de la materia. Pero sí es la fuente única del valor intrínseco por el que se regula la producción y el cambio.
[6] Está claro que para Marx, el mundo de lo espiritual no es más que una superestructura de la materia.
[7] En carta a Kugelman de 3 de marzo de 1868, Marx insiste en esta necesidad de los fenómenos sociales. Y da las raíces de su convicción. Las estadísticas de Quételet, decía, demuestran «que las condiciones fundamentales de la sociedad burguesa moderna, producen, en el interior de una determinada esfera nacional de esta sociedad, un número medio de crímenes». Estos crímenes, añade, «apenas se observan en gran número, revelan, en su frecuencia y en su género, una regularidad análoga a la de los fenómenos de la naturaleza. Le parece tan cierto que considera difícil determinar «en cuál de los dos campos» (el mundo físico o la vida social) «las causas agentes determinan sus efectos con mayor regularidad» (Werke, vol. 32, p. 596).
[8] Conviene subrayar el sentido fuerte de la necesidad con que, según Marx, se imponen estas leyes: el poseedor de capital, es absorbido por el capital y ha de comportarse según sus leyes. Todas las afirmaciones de este apartado, o son una simpleza, o significan que el capitalista actúa de un modo plenamente necesario, con la necesidad de un proceso natural. Esto es lo que efectivamente entiende Mary, para quien ni siquiera se puede decir que el capitalista actúe injustamente: está tan sometido al proceso social como el trabajador (Cfr. I, Prólogo, p. 15).
[9] Es importante destacar este reconocimiento que le impone la realidad, pero que de admitirlo en su sentido pleno, haría quebrar toda su teoría. Por eso conviene retener, no sólo esa afirmación sino ―a menos de caer en la superficialidad más absoluta― el uso que va a hacer de ella, hasta negarla.
[10] Si no se tiene una concepción del hombre y de la sociedad más profunda o mejor fundamentada que la de las «declaraciones de los derechos del hombre», es preciso reconocerlo, resulta difícil contradecir a Marx
[11] A partir de este punto, sintetizamos la exposición, ya que las bases fundamentales están asentadas. Nos limitaremos a dar la línea general, y los pasos más importantes, que completan la comprensión del pensamiento de Marx. Siempre daremos la correspondencia de los capítulos, para que se facilite seguir el original.
[12] Esta subdivisión, y las dos siguientes, han parecido útiles por la importancia del tema; pero son nuestras, no del original.
[13] Alude a Mat. VI, 27: «Non potestis servire Deo et mammonae; ideo dico vobis, ne sollicitis sitis animae vestrae quid manducatis, neque corpore vestro quid induamini. Nonne anima est plus quam esca, et corpus plus quam vestimentum? Respicite volatilia caeli, quoniam non serunt, neque metunt, …./.. neque congregant in horrea, et Pater vester caelestis pascit illa. Nonne vos magis pluris estis filis? Quis autem vestrum cogitans potest adicere ad staturam suam cubitum unum. Et de vestimento quid sollicitis estis? Considerate lilia agri, quomodo crescunt; non laborant neque nent. Dico autem vobis, quoniam nec Salomon in omni gloria sua copertus est sicut unum ex istis. Si autem foenura agri, quod hodie est et cras in clibanum mittitur, Deus sic vestit, quanto magis vos modicae fidei! Nolite ergo solliciti esse dicentes: Quid manducabimus, aut quod bibemus, aut quo operimur? Haec emnia gentes inquirunt; scit enim Pater vester, quia his omnibus indigetis. Quaerite primum regnum Dei, et iustitiam eius, et haec omnia adiecentur vobis». Es claro que este pasaje tendría que irritar a Marx: el alma, la providencia, la prioridad de los bienes espirituales, el carácter de añadidura de todo lo temporal, la limitación de las fuerzas humanas: todo lo contrario de su intento.
[14] Es llamativa esta inversión entre cultura e instrumentos, como si los instrumentos determinasen el pensamiento y no al revés: pero es absolutamente coherente en Marx. Si el hombre ha de crear la verdad en lugar de conocerla, en definitiva, es imprescindible que sus instrumentos y su hacer material, determinen su cultura.
[15] Fronteras de carácter moral: como siempre que aparece esta palabra en Marx, tiene un sentido muy peculiar. Evidentemente, no lo que conocemos como moral: algo que decidimos hacer bien o mal. Es sencillamente un producto del nivel de cultura: que lo es a su vez del de producción.
[16] Es continuo, en El Capital, este tipo de contrastes: esta no continuidad de la ciencia con el sentido común, con la observación «vulgar», con la apariencia». Veremos que depende de una noción de lo real; y que en éste, como en otros casos, no consigue resolver la contradicción con la realidad.
[17] Prescindimos, en este sentido, de analizar la certeza de estos datos, o la parcialidad de su exposición. Nos interesan más directamente los razonamientos de Marx. Por otra parte, es conocido que hoy esa situación no subsiste.
[18] No puede menos de recordarse la importancia que Marx concedía a las estadísticas de Quételet (cfr., supra); o su recomendación de aplicar a la historia los métodos de las ciencias naturales.
[19] Para corroborar al acierto de la afirmación que acabamos de transcribir, acude a Darwin: «En su transcendental obra, Sobre el origen de las especies, dice Darwin, refiriéndose a los órganos de los animales y de las plantas: cuando el mismo órgano tiene a su cargo diferentes funciones, puede encontrarse una explicación a su mutabilidad en el hecho de que la educación natural no conserva o evita las pequeñas desviaciones de forma tan minuciosa como tratándose de órganos destinados a una sola función concreta. Así por ejemplo, los cuchillos destinados a cortar diversos objetos son, siempre, sobre poco más o menos de la misma forma; en cambio las herramientas destinadas a un determinado uso presentan una forma distinta para cada uso» (I, p. 276, nota 6).
[20] Es significativo, sobre este carácter ideológico, los argumentos con que discute a Adam Smith, el carácter productivo del trabajo del ganado de labor: «... reincide por completo en los errores fisiocráticos... no sólo son trabajadores productivos los jornaleros, sino que es también productivo el ganado de labor (frase que envuelve por cierto una gran fineza para los jornaleros)» (II, p. 322). Y luego: «Prescindiremos aquí en absoluto del hecho de que el ejemplo escogido por A. Smith es muy poco afortunado. El valor del trigo sólo se descompone en salario (A. Smith dice: salario o sustento de los obreros o del ganado de labor), ganancia y renta concibiendo los medios de nutrición del ganado de labor como el salario de este ganado y al ganado mismo como obreros asalariados, lo que equivale, a su vez, a concebir a los obreros como ganado de labor» (II, p. 333, nota 6). La verdad es que, una vez puesta la diferencia entre el trabajo humano y el del ganado en que uno produce plusvalor y el otro no, resulta igualmente difícil distinguirlos.
[21] Es verdaderamente llamativo el planteamiento: a Marx no le preocupa quién consume las mercancías ―‑si se producen más, alguien ha de consumirlas, y según sus presupuestos, el consumo de los trabajadores tiende a reducirse, y el número de los integrantes de la clase capitalista, también‑, sino de dónde sale el dinero para pagarlas. Sólo le preocupa que no haya quiebras en el proceso formal de su razonamiento: la realidad como tal, hace tiempo que ha dejado de ser medida de su pensamiento. El problema que debería plantearse es cómo aumenta la demanda real del mercado, si el capital crece mucho más que el consumo, y por tanto, se hace cada vez mayor la producción que el consumo. No le importa, le interesa sólo que no fallen sus fórmulas, sus razonamientos, complicados, difíciles de entender muchas veces, y que inevitablemente van produciendo en el lector ―a medida que logra darse cuenta de cómo soslaya los verdaderos problemas― una más profunda desconfianza, una sensación de ser burlado.
[22] Se acentúa, por tanto, el problema: de dónde surge la creciente demanda precisa para absorber la creciente producción? Porque, si sólo creciese la producción de medios de producción (de modo fundamental), manteniéndose esencialmente igual ―‑o siempre proporcionalmente reducida cada vez más― la producción de bienes de consumo, lo único que se conseguiría es hacer cada vez más complicada la producción de los bienes de consumo proporcionalmente cada vez más escasos. Pero a Marx no le preocupa este problema: lo que le preocupa es que no se contradiga la ley fundamental de la producción de plusvalor. No le importa dejar oscuro un punto de la importancia de éste, fuente de infinitas discusiones entre los economistas de la escolástica marxista.
[23] Este párrafo refleja, una vez más, el inmanentismo de Marx para el que lo real no es lo concreto, sino lo genérico, lo abstracto ―lo dialécticamente pensado‑; lo concreto es más bien la apariencia de lo real: el modo de aparecer lo real a las conciencias vulgares.
[24] Con el mismo fundamento ~‑o mejor dicho, con más― se podría decir: tanto da que Marx piense que el plusvalor procede del capital variable o de todo el capital. En efecto, aunque es todo el capital el que engendra plusvalor; lo engendra única y exclusivamente a condición de que desembolse el capital variable. Una vez más, se ve que si la teoría del valor de Marx no se sostiene, ninguna de las tesis de El Capital se sostiene en el plano económico. Y como Marx no ha llegado a probarla nunca, nunca ha llegado a probar nada.
[25] Es interesante retener el continuo empleo que hace Marx de términos abstractos ―el obrero combinado, el espíritu humano― como si fueran realidades concretas que tuvieran «experiencias», hiciesen una labor», etc.
[26] La mayor ganancia originaria de las industrias con más mano de obra es consecuencia necesaria de la teoría del valor. No se aduce, sin embargo, prueba alguna: más aún, la realidad parece ser contraria. Marx la califica, entonces, de apariencia: el presupuesto ―siempre gratuito, no probado― es la teoría del valor.
[27] Que es, según Marx, sorprendentemente de las primeras en favor de las segundas.
[28] Es digno de destacarse que en Marx, la apariencia no es aquello a través de lo que podemos conocer una realidad más profunda. que la apariencia sólo tenuemente manifiesta. Al contrario la apariencia cela cuidadosamente una realidad invertida, absolutamente contraria a lo que representa. Uno no puede menos de acordarse del geniecillo maléfico de Descartes, con que quería justificar también la duda metódica: la hipótesis curiosa de que lo que conocemos es un continuo engaño, parece hacerse realidad en Marx. En definitiva, es una consecuencia del pensamiento de inmanencia: el pensamiento es más real que la realidad. Todo El Capital es una prueba continua de esta curiosa actitud: lo real es la teoría del plusvalor de Marx; y todo lo que no concuerda son apariencias, cada vez más difíciles de expresar. Es verdaderamente curioso que siga hablando de realismo.
[29] Poco imaginó Marx, cuál sería en el futuro la situación de estos «omnipotentes» capitalistas con acciones, respecto a los «modestos» funcionarios que desarrollan los trabajos de gerencia.
[30] No está claro cómo concuerda esta afirmación con la teoría del valor: ¿será que la productividad de la tierra influye, en este caso, en el valor? Marx parece acudir a que no es la tierra la que influye en el valor, sino la productividad del trabajo, en esa tierra. Pero esto implicaría reducir la teoría del trabajo‑valor a un puro juego de palabras. En cualquier caso no explica cómo se compagina este tipo de renta diferencial, con la teoría del valor. Otra de sus muchas quiebras.
[31] Otro punto, por tanto, sin demostrar: Y un
punto importante. En carta de 9 de agosto de 1862, a Engels, Marx afirmaba: «Lo
único que tengo que probar teóricamente es la posibilidad de la renta absoluta sin infringir la
ley del valor. Este es el punto en torno al cual gira el problema teórico de los fisiócratas hasta nuestros días. Ricardo
niega esta posibilidad; yo la afirmo» (Anexo al Vol. cit. p. 828).
Es interesante resaltar que
casi cada vez que Marx emplea, en El Capital, la palabra teóricamente,
alude a la concordancia con su teoría del valor: y a la concordancia
formal, no de los hechos. Que las estadísticas den o no
ese resultado no importa. Si no lo dieran ―‑como es contrario a la
teoría del valor‑, bastaría negar el hecho de la renta absoluta.
Parece cierto, sin embargo, que en la agricultura altamente mecanizada la composición del capital agrícola es superior ―contrariamente a lo preconizado por Marx― a la media del capital industrial. Y se sigue pagando renta de la tierra.
[32] Punto importante para Marx: si no es por la sociedad, resultaría muy difícil separar el trabajo humano ―tal como él lo concibe― del trabajo animal.
[33] La libertad consistiría, así, en la sumisión a la programación económica: y, por tanto, no habría libertad mientras no hubiera programación económica. Es verdaderamente radical el reduccionismo marxista: la libertad humana es esencialmente energía activa para incorporarse al orden de la providencia, al plan de Dios para ir a Dios. Al sustituir a Dios por el «hombre productor», la ley divina se sustituye por el programa económico.
[34] No podemos olvidar que la sociedad así entendida es el resultado de una abstracción: y una abstracción no, ejerce poderes. Poderes que alguien trata de justificar, en nombre de una abstracción, para poder ejercerlos a su arbitrio― Lo que sí es real es la autoridad social, que cuando es justa se preocupa de conseguir el bien común de los individuos: en definitiva, hablar realistamente de sociedad implica decir, pero no más, que existe un bien común a los individuos un orden a su último fin que es común, que la autoridad debe reconocer y proteger, y por tanto una coordinación de los hombres entre sí.
[35] Poco dice Marx de este reino de la libertad: unas fuerzas que son fin de sí mismas. Algo inevitable para Marx, para quien el hombre es el fin de sí mismo: el ser supremo para el hombre, es el hombre. Una libertad sin fin, cuya condición es la reducción de la jornada de trabajo: porque si no tampoco hay libertad. Libertad sería así identidad perfecta del deseo sensible y su satisfacción, en una perfecta identidad de hombre y sociedad como sustancia única.
[36] Cit. por A. Piettre, Marx e marxisme, 4.5 ed. Paris, 1966, p. 49, nota 3.
[37] F. Perroux, La valeur, Paris 1943, p. 53.
[38] De un comentario a El Capital, en un periódico ruso, recogido con elogio en dicho prólogo, sobre el método de El Capital.
[39] M. Delbrel, Ville marxiste, terre de mission, Paris 1957, pp. 49‑50, 57. Cit. elogiosamente, como apóstol cristiano, por P. D. Dognin, Introduzione a Karl Marx, Roma, 1972.
[40] Carta de 11 de junio de 1868, en Anexo al Tomo I, p. 705
[41] H. Chambre, Da Karl Marx a Mao Tsé-Tung, Brescia 1964, p. 118. En el mismo sentido, L. Lavelle, Traité des valeurs, Paris 1955, II, p. 216.
[42] carta a Kugelmann, cit., pp. 705-706.
[43] De la misma carta, loc. cit., p. 705.
[44] Carta de Marx a la revista rusa Otietschestwenie Sapiski, fines de 1877. Tomo I, apéndice, pp. 710‑712.
[45] Carta a Otietschestwenie Sapiski, cit.
[46] Carta de Marx a Engels, de 25 abril 1858, exponiendo la síntesis de El Capital. Vol. 1, p. 661‑665.
[47] Carta del 25 de abril de 1858, (I, pp. 664‑665).
[48] En los tres extensos volúmenes de El Capital, Marx habla sólo dos veces del concepto de libertad: una para decir que la libertad en el sistema capitalista no es más que una apariencia (I, pp. 1.28‑129); la libertad, igualdad y propiedad de las declaraciones de derechos del hombre son un burla. La segunda para dibujar lo que sería la libertad en un régimen comunista (III, p. 759).
[49] Carta a Engels, del 7 de julio de 1866 (I, p. 674).