(Orig.: Grundrisse der Kritik der politischen Okonomie (Rohentwurf)
1857‑1858, Dietz Verlag, Berlín, 1953) [1]
Los Grundrisse se
publicaron por primera vez en 1939‑41 por el Instituto Marx‑Engels‑Lenin
de Moscú. Recogían un grupo de manuscritos de Marx, hasta entonces inéditos en
gran parte, redactados en Londres, entre 1850‑1851 y, los más
importantes, entre mediados de 1857 y comienzos de 1859. Estos últimos son los
siete cuadernos que forman el corpus de la obra, y que el mismo Marx los
denominó «esquemas o líneas fundamentales». De hecho constituyen el «borrador»
de El Capital.
Aunque se puede decir que su contenido está en plena homogeneidad con los presupuestos teóricos expuestos en los Manuscritos de 1844, sin embargo contienen algunos elementos nuevos que, por otro lado, sólo en parte pasarán a El Capital. Su importancia también está ligada al hecho de que marcan el inicio de la tercera fase de los estudios marxistas (tras los períodos filosófico e histórico), es decir, la fase más economicista. Hay que tener en cuenta, además, que Marx interrumpió la redacción de los Grundrisse en 1857, precisamente para escribir la conocida «Introducción» a la Contribución a la crítica de la economía política (de la que todavía se sirven a manos llenas los marxistas contemporáneos), que representa una síntesis de las consideraciones que Marx desarrollará posteriormente en sus apuntes personales, y que recogió en esta obra el Instituto de Moscú.
Quizá debido a su carácter de apuntes personales, la lectura de los Grundrisse se encuentra entre las más complejas y difíciles de los escritos marxistas. Está llena de lagunas; el estilo es rapsódico, alusivo, lleno de ambigüedades que hacen difícil establecer con precisión el sentido de muchos pasajes. Su importancia dentro del sistema marxista radica en dos puntos fundamentalmente: 1) Desde el punto de vista histórico ―como apuntes privados de Marx―, ayudan a conocer su biografía intelectual y las bases de las que surgirá El Capital. 2) Se encuentran ya las matrices y coordenadas metodológicas entre las que Marx desarrollará toda su crítica a la economía burguesa.
Una mirada al índice, da una idea bastante aproximada de los principales temas tratados:
Vol. I (424 pp.).
― Introducción (producción, consumo, distribución, cambio, circulación).
1. Producción.
2. Relación general de la producción con la distribución, cambio, circulación, el cambio, el consumo.
3. El método de la economía política.
4. Producción. Medios de producción y relaciones de producción. Relaciones de producción y relaciones de tráfico. Formas del Estado y formas de la conciencia en relación a las relaciones de producción y de tráfico.
5. Relaciones jurídicas. Relaciones familiares.
II. El Dinero.
III. El Capital: el dinero como capital.
1. Proceso de producción del capital.
Vol. II (688 pp.).
III. El Capital (continuación).
2. Proceso de circulación del capital.
3. El capital fructífero. Transformación del plusvalor en ganancia.
Apéndice I (Bastiat y Carey ).
Apéndice II.
La estructura fragmentaria de la obra, hace difícil una valoración sistemática, porque falta un hilo conductor preciso en las reflexiones de Marx. Contrariamente a otras obras en las que sigue más claramente un esquema filosófico, histórico o económico, los Grundrisse están escritos en forma dialogal de investigación. El mismo Marx parece que tuvo la intención de darles más tarde un poco más de sistematicidad, pero la elaboración de El Capital le privó del tiempo para hacerlo.
De todos modos, aparecen algunos puntos de principal importancia:
a) Marx culmina su evolucionismo
unilineal, sólo anticipado a grandes rasgos en sus obras filosóficas. En otros
términos: la sociedad burguesa representaría la organización histórica de
producción más completa y desarrollada, que cumple y explica todas las formas
anteriores de la sociedad: «La economía burguesa proporciona la clave de la
economía antigua ... » (vol.
I, pp. 32‑33). Pese a
que muchos marxistas se afanen por tratar de demostrar que el esquema marxista
sería «evolucionista multilineal», los numerosos pasajes de esta' obra no dejan
lugar a dudas sobre el carácter unilineal del evolucionismo marxista. Hipótesis
que, como es sabido ha sido completamente rechazada en el último siglo.
b) Especialmente en la primera parte de esta obra, Marx pone especial énfasis en aplicar un esquema orgánico al estudio de la sociedad, en lugar del conocido esquema dialéctico de inspiración hegeliana. De aquí ha surgido el concepto de «formación histórico‑social» utilizado por sociólogos y antropólogos marxistas, y el concepto de «estructura dominante» elaborado por Althusser (cfr. Pour Marx, París, 1966), que hacen problemático el simplismo del esquema tesis‑antítesis‑síntesis. De todos modos esta interpretación «orgánica» cede el paso en las páginas siguientes al esquema dialéctico, de tal modo que Marx al final se decide por este último (cfr. Recensión a El Capital, pp. 183 ss.)
c) Respecto a la teoría económica, está sujeta a las mismas críticas que El Capital. Especialmente problemáticas resultan las teorías del valor‑trabajo y la llamada ley de beneficio decreciente.
d) También hay que mencionar la existencia de un aspecto de la teoría económica que sólo marginalmente volverá a aparecer en El Capital. Se trata de la teoría del general intellect (cfr. especialmente vol. II, pp. 400‑403), que ha sido objeto de mucha atención en algunos sectores marxistas, dando lugar a visiones escatológicas sobre la sociedad comunista (cfr. por ejemplo P. Bellasi y otros, Fabbrica e Societá, F. Angefl ed., Milano, 1973, Introducción). Resumiendo, para Marx, la acumulación de los conocimientos científicos dará lugar a una ciencia general (saber social general: general intellect), que llegará a ser la fuerza productiva inmediata, anulando la necesidad del trabajo y, con él, el tiempo de trabajo y el valor de cambio, que son las bases de la producción capitalista. Evidentemente es una hipótesis completamente determinista, que supone una visión mecanicista del hombre y una confianza iluminista en una ciencia tal que evite el esfuerzo del trabajo, asegurando ―por otra parte― todos los frutos que se derivan de él.
e) También hay que recordar que en los Grundrisse se encuentran las primeras reflexiones de Marx sobre «sobrepoblación», que después se recogerán en El Capital (cfr. libro I, c. 23, pr. 3, 4). El tratamiento del problema es completamente economicista: la producción‑reproducción del género humano seguiría las leyes dominantes de la producción de mercancías en el capitalismo. Para Marx, no cabría hablar de la población excedente en sentido absoluto, sino que la «sobrepoblación» sería siempre un problema relativo históricamente a un determinado sistema social y de producción (los principales textos en que se trata de este tema son: vol. I, pp. 414‑417; vol. II, pp. 268‑276).
En los Grundrisse, quizá debido a su carácter de apuntes personales no sistematizados, no aparecen unas «conclusiones generales» formalmente definidas. Su estructura interna está constituida por la crítica de los «economistas clásicos» (Smith, Malthus, Ricardo) y de la economía post‑ricardiana (Bastiat, Carey), más la primera formulación de los conceptos principales de su crítica a la economía política: plusvalor, capital vivo y muerto, la ley desigual de desarrollo, ley del beneficio decreciente, etc., que tomarán su forma definitiva en El Capital (cfr. Recensión, pp. 139‑146; 147‑154; 97‑100; 167 ss.).
En último análisis esta obra tiene la misma finalidad que el resto de las obras de carácter económico de Marx: afirmar que ―como consecuencia de la marcha dialéctica de la historia― el capitalismo tiene que ser una fuerza irresistible que acabe con la sociedad precedente, y prepare el paso para el advenimiento necesario de la sociedad comunista. Evidentemente, esa marcha dialéctica se afirma como un postulado, sin intentar. demostrarlo en ningún momento (cfr. Recensión a El Capital, pp. 148‑149).
Por otra parte, Marx exagera la importancia de las teorías económicas que prevalecieron en Inglaterra entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, pretendiendo explicar toda la historia de la humanidad a partir de la sociedad capitalista del laissez‑faire, que es erróneamente considerada como la forma más «madura» (en sentido materialista y ético a la vez) de sociedad. En este cuadro, el vicio científico de fondo de esta obra consiste en la reducción del hombre a homo öconomicus, deslumbrándose con la potencia transformadora del capitalismo como instrumento de «redención» (vid. Recensión a El Capital, pp. 155 ss.).
Aparte de las críticas de "carácter económico e histórico de que es susceptible esta obra, están también las críticas a sus principios filosóficos de fondo. La doctrina marxista ha sido desmentida por el análisis histórico‑económico, pero hay que recordar que en primer lugar hay que criticarla por sus fundamentos filosóficos (cfr. Recensión a El Capital, pp. 133‑135).
El materialismo se afirma gratuitamente desde la primera página, cuando Marx sitúa como punto de partida y ámbito exclusivo de su investigación «la producción material socialmente determinada por los individuos» (cfr. Recensión a El Capital, pp. 158‑160). Según Marx, la historia estaría constituida únicamente por hombres que manipulan la naturaleza: no deja ningún espacio por el que pueda entrar alguna trascendencia. Eso hace que sitúe a la religión en el mismo plano que la mitología griega, que en su opinión sería la fase «ingenua y pueril» de la historia humana. Marx afirma que la religión y el arte son una «superestructura», pero no puede explicar de ningún modo la permanente exigencia humana de un mundo que trascienda la materia; es más, confiesa abiertamente que hay una dificultad en un sistema teórico cuando admite que el arte y la épica griega siguen siendo modelos inalcanzables de verdad y de gozo estético no puramente sensible (vol. I, p. 40), también para el hombre moderno. La explicación que propone (según la cual el carácter excelso de la filosofía griega estaría determinado por las condiciones inmaduras de la sociedad y tecnología en que surgieron esas manifestaciones del espíritu humano) es una respuesta sencillamente absurda, una contradicción que nace precisamente de su concepción materialista (cfr. Recensión a El Capital, páginas 177‑79).
De este modo, el método dialéctico, aplicado retrospectivamente hasta los albores de la civilización, adultera por completo el sentido de la historia y de la acción humana. Como sucede, por ejemplo, en la total y radical incomprensión que Marx muestra por el fenómeno religioso en la Edad Media, que es considerado como superstición (cfr. también recensión a Rosa Luxembourg, la acumulación del Capital, pp. 17-18)
P.D.
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[1] Se cita por la edición italiana, Lineamenti fondamentali della critica del´economia politica, La Nuova Italia, Firenze 1968, vol. 1, 1970, vol. II.
[2] Para una crítica más detallada de los postulados y conclusiones de esta obra, nos remitimos a la crítica a El Capital. Iremos situando entre paréntesis las páginas de la recensión a esa obra, en que se refutan las tesis marxistas.