MARX, Karl
Contribución a la crítica de la economía
política [1]
Ed. Comunicación, Serie B. Versión castellana por J. Merino.
La
Contribución a la crítica de la economía política, de K. Marx,
constituye el antecedente inmediato y directo de su obra más famosa, El
Capital. Una parte de esta última obra se encuentra ya escrita en la Contribución.
Por eso, cualquier análisis evaluatorio de El Capital es aplicable a
la Contribución, tanto en lo que se refiere a su contenido y
metodología, como a las conclusiones que puedan desprenderse de su lectura.
La
versión española de la Contribución que se comenta, ha sido ampliada con
una introducción a cargo de los editores, con una nota introductoria del autor
marxista M. Dobb y con tres apéndices: un prólogo del mismo Marx a la Contribución,
una recensión de Federico Engels ―alter ego de Marx, como
alguien le ha denominado― a esta obra y un conjunto de cartas escritas
por Marx a Lasalle y Engels a propósito de la Contribución.
La obra
propiamente dicha consta de un prefacio y dos capítulos: el primero, en el que
bajo el título de la mercancía Marx estudia de forma densa y prolija los
valores de uso y de cambio, y un segundo dedicado al análisis del dinero o la
circulación simple. Todo su vasto y ambicioso plan, que ―expone en su
carta a Engels de 2 de abril de 1858, habría de quedar reducido a dimensiones
mucho más modestas. Y así, en otra carta, hacia el 13 de enero de 1859,
comunica al mismo Engels que «a pesar de su título: El Capital en general,
estos fascículos no tienen todavía nada sobre el capital, sino sólo los
dos primeros capítulos: 1. La mercancía. 2. El dinero, o la circulación
simple... Si la cosa gusta, continúa Marx, podrá seguir rápidamente el tercer
capítulo sobre el capital». En realidad, como señala una nota a pie de página,
habrían de transcurrir ocho años antes de que se imprimiera el libro primero de
El Capital) [2].
De
toda la variedad de escritos que componen la obra, nos parece que merecen
subrayarse dos: el prefacio a la Contribución y la recensión de Engels.
Ambos ―sobre todo el primero― poseen una trascendencia doctrinal
que no se encuentra en el resto del libro. La propia Contribución es más
reflexión esforzada, aunque oscura y reiterativa, cuyo contenido se encuentra
hoy ampliamente superado. Marx mismo, en la carta a Engels que acaba de
mencionarse, señala que «como en la parte publicada, conforme a la naturaleza
misma de las cosas, los perros no podrán reducir su crítica a simples insultos
contra nuestra tendencia, y como el conjunto ofrece un tono extremadamente
serio y científico, obligo a esa canalla a tomar ulteriormente más en serio mis
conceptos sobre el capital. Independientemente de todos esos objetivos
prácticos, prosigue Marx, pienso además que el capítulo sobre el dinero será
interesante para los especialistas...». Afirma Marx el carácter aparentemente
aséptico del núcleo de la Contribución; sin embargo, como es natural, en
ella subyace el pensamiento intencionado del autor en torno a las relaciones
sociales, y su concepción económica y sociológica del mundo en genera. A pesar
de su pretendida neutralidad, no podía Marx, aun queriendo asegurar unos
niveles científicos rigurosos, desprenderse de las motivaciones que durante
toda su vida animaron su pensamiento y su obra.
Como
decíamos más arriba, son el célebre prefacio de la Contribución y la recensión
de Engels las partes con más alcance ideológico. A ellas vamos a referirnos a
continuación.
En
el prefacio, Marx explica el camino que le ha llevado a plantearse la
elaboración de un trabajo como el que pensaba abordar. «Mi estudio profesional
era la jurisprudencia, que, sin embargo, no continué más que de modo accesorio
respecto a la filosofía e historia». Por los años 1842‑1843 se vio
obligado, como redactor del diario Rheinische Zeitung a opinar sobre
«los llamados intereses materiales». «Las dimensiones del Landtag renano sobre
los delitos forestales y el parcelamiento de la propiedad rústica, la polémica
que M. von Schapper, primer presidente a la sazón de la provincia renana,
entabló con la Rheinische Zeitung, respecto a las condiciones de vida de
los aldeanos del Mosela, y, por último, las discusiones sobre el libre cambio y
la protección, me dieron los primeros motivos para ocuparme de las cuestiones
económicas».
Estas
circunstancias, junto a otras más ideológicas ―las vicisitudes del
socialismo y comunismo franceses― y, sobre todo, académicas ―una
revisión crítica de la Rechtsphilosophie de Hegel― llevaron a Marx
a afirmar uno de los pilares de su pensamiento: «que las relaciones jurídicas,
así como las formas de Estado, no pueden explicarse ni por sí mismas, ni por la
llamada evolución general del espíritu humano; que se originan más bien en las
condiciones materiales de existencia que Hegel, siguiendo el ejemplo de los
ingleses y franceses del siglo XVIII, comprendía bajo el nombre de «sociedad
civil»; pero que la anatomía de la sociedad hay que buscarla en la economía
política». De ahí el interés de Marx por la ciencia económica que entonces se
encontraba aún poco desarrollada, aunque la obra de los clásicos
―especialmente Adam Smith y David Ricardo― fuera, junto con el
pensamiento fisiocrático y el de los autores alemanes, importante y, por
supuesto, conocido por Marx.
Marx
decidió, así, criticar la visión de los clásicos, que habían olvidado, según
él, la conexión esencial de la economía con la enajenación existencial del
trabajador, y penetrar en el contenido de la ciencia económica para poder
ofrecer una explicación de lo que él llama «sistema de la economía burguesa»;
en definitiva, de lo que habría de llegar a ser la tesis del materialismo
histórico. Intento ciertamente ambicioso, demasiado ambicioso y preconcebido
como para poder obtener un resultado universalmente válido y libre de fisuras.
Los puntos fundamentales de esta concepción son los siguientes: a) «en la
producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas,
necesarias, independientes de su voluntad»; b) «el conjunto de estas relaciones
de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que
corresponden formas sociales determinadas de conciencia»; c) «el modo de
producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e
intelectual en general», de suerte que «no es la conciencia de los hombres la
que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que
determina su conciencia». Estos tres puntos se completan con una conclusión con
gran alcance ideológico: «durante el curso de su desarrollo, las fuerzas
productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de
producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las
relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces». Se
plantea así el presupuesto fundamental de la revolución social: es la tesis
materialista de que, al llegar a un cierto grado de su autodesarrollo, las
fuerzas sociales de producción (que es la esencia misma de lo real, en la
reducción materialista del devenir hegeliano) entran en contradicción con las
relaciones productivas anteriores que, en vez de servir a aquéllas, las
reprimen y obstaculizan, dando lugar al inevitable estallido de la Revolución
(esta dialéctica de oposición‑superación desaparecerá en la fase
socialista): para este punto, vid. Recensión a Lenin, El Estado y la
Revolución.
La
conciencia de una época debe explicarse, consiguientemente, por las
contradicciones de la vida material, «por el conflicto que existe entre las
fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción» (para Marx las
relaciones de producción consisten en el modo en que se organiza la sociedad,
para atender a su necesidad de producir). Esta es la esencia del pensamiento
marxista que aparece reiteradamente en sus obras más significativas.
Respecto
a la tesis del materialismo histórico expuesta por Marx, sobre y en torno a la
cual se construye toda su obra y la de los autores que han bebido de la fuente
de su maestro, cabe observar:
a) El
materialismo histórico de Marx es propiamente una tesis y no tan sólo un
método. No se trata exclusivamente de ver hasta qué punto la estructura
económica de cada sociedad ha influido en los demás aspectos de ella. Eso sería
un método, entre otros posibles y complementarios; pero en Marx se trata
del «único método» de la historia, porque ya se parte de la idea de que lo básico
en cada sociedad es su estructura económica, siendo tan sólo simple
«supraestructura» todo lo restante. También la religión formaría parte
integrante de esa supraestructura, a la que se considera como una rúbrica más
de las simples ideologías. Así afirma Marx que «el cambio que se produce en la
base económica trastorna, más o menos lenta o rápidamente, toda la colosal
superestructura. Al considerar tales trastornos, importa siempre distinguir
entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción
―que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y
naturales― y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o
filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los
hombres adquieren conciencia del conflicto y lo resuelven».
En suma: cuando se habla del marxismo como un método, se olvida con frecuencia, que lo que hay en Marx es una tesis esencialmente reduccionista de la vida social a su base económica. Y por más que se diga que Marx admite una cierta interacción entre la base y la supraestructura, lo decisivo para él son las fuerzas materiales de la producción y las correspondientes relaciones de producción. Todo esto está confirmado ―y conviene recordarlo a quienes tratan de quitarle importancia― en la frase ya citada: «No es la conciencia de los hombres lo que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es lo que determina su conciencia».
El
materialismo histórico como tesis es confirmado por Engels, a quien Marx
considera como su intérprete fiel, en la recensión que escribe sobre la Contribución:
«La tesis de que el modo de producción de la vida material condiciona el
proceso de la vida política, social y espiritual en general, y de que todas las
relaciones sociales y estatales, todos los sistemas religiosos y jurídicos,
todas las ideas que brotan en la historia, sólo pueden comprenderse cuando se
han comprendido las condiciones materiales de vida de la época en cuestión y se
ha sabido explicar todo aquello por dichas condiciones materiales, esa tesis
era un descubrimiento que venía a revolucionar no sólo la Economía, sino todas
las ciencias históricas».
Conviene
no olvidar el carácter radicalmente materialista de esta doctrina. Como botón
de muestra baste el comentario de Engels refiriéndose a las producciones
literarias del Partido: En todas ellas se señala, caso por caso, cómo la acción
brota siempre de impulsos directamente materiales y no de las frases que la
acompañan; lejos de ello, las frases políticas y jurídicas son otros tantos efectos
de los impulsos materiales, ni más ni menos que la acción política y sus
resultados.
b)
El materialismo histórico cae de lleno bajo la crítica general a todo
materialismo y bajo la crítica general a todo historicismo epistemológico. Por
lo que se refiere a lo primero, baste indicar dos puntos: 1) la imposibilidad
de explicar la vida psíquica y la conciencia moral con los postulados
materialistas; 2) en lo que atañe al historicismo, se trata, en resolución, de
una forma de relativismo escéptico.
c)
Por último, cabe afirmar la inconsistencia real de una tesis ―la del
materialismo histórico― cuya contrastación histórica la ha relativizado
con tanta frecuencia, anulando así sus pretensiones de validez general para
deducir de ello nada menos que una concepción de la existencia humana o unos
programas de acción Política, social y económica que tiendan al logro de una
sociedad sin clases, sin fricciones Y ―añadimos nosotros― sin
ideales.
El
segundo escrito, incluido en la edición que estamos reseñando, que merece una
atención especial, es la recensión escrita por F. Engels. Con gran devoción
comenta este autor la obra de su admirado amigo y maestro. La lectura de las
páginas de Engels resulta, al menos, clara y fluida, frente al estilo oscuro y
plúmbeo de los escritos de Marx, cuyo examen requiere ciertamente un esfuerzo
desproporcionado para todo aquel que quiera profundizar en el conocimiento de
la ciencia económica y que dispone, por tanto, también técnicamente más
provechosas.
Se
lamenta Engels del vacío mostrado en la ciencia alemana en lo que se refiere a
la Economía Política, achacándolo a la inexistencia en ese país de las
condiciones de las, modernas sociedades burguesas que constituyen el objeto de estudio
de dicha ciencia y que, según él, se registraron en Alemania con un notable
retraso. La Economía política alemana como ciencia con existencia propia,
señala Engels, surge en el momento en que conjuntan la explicación de los
primeros rudimentos de la economía política anglo‑francesa y la aparición
del partido proletario alemán. «Todo el contenido de la teoría de este partido
emanaba del estudio de la Economía política». La Economía política alemana,
concluye, se basa en la concepción materialista de la historia cuyos rasgos
había expuesto Marx en el prefacio que hemos comentado más arriba. Engels sigue
las huellas, una a una, de su maestro y con el desarrollo de «nuestra tesis
materialista» y su aplicación a los tiempos «actuales» se abre la perspectiva
de una potente revolución, «la revolución más potente de todos los tiempos». El
mismo Engels subraya cómo la concepción materialista de la historia rechaza de
plano «ya en sus primeras consecuencias» todo idealismo, aun el más disimulado;
con ella «quedan negadas todas las ideas tradicionales y usuales acerca de
cuanto es objeto de la historia». «La acción ―concluye Engels―
brota siempre de impulsos directamente materiales.»
Esta
nueva concepción teórica del mundo conducía ineludiblemente, según Marx y Engels,
al estudio de la economía; a un estudio, por otra parte, que no debía ocuparse
de problemas aislados, sino que tenía que constituir una síntesis sistemática
de todo el conjunto de la ciencia económica, que debía «desarrollar de un modo
coherente las leyes de la producción burguesa y del cambio burgués». «Y como
los economistas ―prosigue Engels― no son más que los intérpretes y
los apologistas de estas leyes, desarrollarlas es, al mismo tiempo, hacer la
crítica de toda la literatura económica».
Bien
se comprende, a partir de la lectura de los párrafos que acaban de señalarse,
que el ambicioso proyecto de Marx, tan fielmente elogiado por Engels, era hasta
plausible, pero acababa quedándose muy corto. En primer lugar, porque trataba
de construirse sobre una concepción limitada y errónea del mundo y del hombre.
En segundo lugar, porque implicaba más una invitación a la acción
revolucionaria que una explicación científica. Propúgnese aquélla si se quiere,
pero no trate de vestirse con ropaje de rigor científico. Esta aproximación
conducirá inevitablemente a la justificación de procesos y programas cuya base
científica tiene que ser endeble de necesidad. En tercer lugar, Marx y Engels
empequeñecían el objeto de la ciencia económica al reducirlo a la crítica de la
producción y el cambio burgueses. Bien se ha comprobado que la economía podía
tener un ámbito mucho más rico y amplio y que, en todo caso, aunque Marx
tratara de ampliar el alcance de la economía política tal como ésta se
encontraba en su época, introdujo al mismo tiempo valoraciones previas que le
mermaron bastante rigor científico.
Engels
se refiere más adelante al método que habría de adoptar la economía. Encuentra
los fundamentos en Hegel, y especialmente en su dialéctica. La concepción
hegeliana de la historia fue, según Engels, la premisa teórica directa de la
nueva concepción materialista. Con esta base filosófica, Marx comienza su
estudio de la economía política por la mercancía, por el momento en que se
cambian unos productos por otros de forma que se establece una relación entre
dos personas o comunidades. La economía trata así de relaciones entre personas,
y en última instancia entre clases. Conclusión que habría de tener amplias
derivaciones en toda la ideología marxista, ligada al enfrentamiento y a la
lucha de clases.
Examinadas
críticamente las dos partes principales, a nuestro juicio, de la presente
edición ―el prefacio de Marx y la recensión de Engels a la Contribución―
cabe ahora considerar el núcleo central del libro.
Como
se veía más arriba, para llegar a una comprensión más exacta y comprehensiva
del mundo capitalista y burgués, Marx considera necesario el estudio de la
economía. Un conocimiento más profundo de este campo del saber permitirá, según
él, llegar a la anatomía de la sociedad. Tras vicisitudes personales de todo
tipo y en medio de privaciones angustiosas, Marx establece un plan de trabajo
que lentamente y a duras penas va sacando adelante. Para examinar el sistema de
la economía burguesa fija el siguiente orden: Capital, Propiedad, Trabajo
asalariado; Estado, Comercio exterior, Mercado Mundial. Bajo los tres primeros
títulos, afirma, estudiará las condiciones económicas de existencia de las tres
grandes clases en las cuales se divide la sociedad burguesa moderna. A su vez,
la sección dedicada al capital comprende los siguientes capítulos: 1º. La
mercancía. 2º. La moneda o la circulación simple. 3º. El capital en general.
Como antes se dijo, sólo los dos primeros capítulos forman el contenido de la
Contribución. La obra sería completada en El Capital.
Vaya
por delante que el interés que para un economista hoy pueden tener estos dos
capítulos― la mercancía y el dinero o la circulación simple― es muy
limitado, por no decir irrelevante. En primer lugar, porque en El Capital (cfr.
Recensión) puede encontrarse un tratamiento más amplio y ligado a otros
aspectos más relevantes. En segundo lugar, porque el análisis., verdaderamente
denso y reiterativo, de la mercancía y del dinero no reviste hoy interés para
el cultivador de la ciencia económica. Especialmente la teoría y política
monetaria en su estado actual no precisan para nada del tratamiento marxista
del dinero. Existen algunos problemas, afirma un autor ―nada sospechoso
en este sentido― como O. Lange, ante los cuales la economía de Marx se
muestra impotente... ¿qué puede decirnos sobre los problemas esenciales de la
teoría monetaria y del crédito? Y añade más adelante, «la ciencia económica de
Marx constituye, una base muy poco sólida para dirigir un banco nacional o para
prever las consecuencias de un cambio del tipo de descuento».
En
cualquier caso, la teoría del valor‑trabajo, en cuanto cimiento de la
plusvalía, y la del beneficio constituyen dos pivotes fundamentales del
análisis marxista. En el primer ―capítulo, sobre la mercancía, Marx. se
detiene con extensión en el doble aspecto bajo el que se manifiesta la
mercancía: el valor de uso y el valor de cambio, que habían ya estudiado otros
economistas, especialmente A. Smith y D. Ricardo. El tratamiento analítico de
este último especialmente supera con mucho al de Marx y no se encuentra
motivado por una carga ideológica previa tan fuerte como en Marx.
Un
punto inicial en la elaboración de la ciencia económica había sido llegar a la
determinación del valor de las mercancías. Marx considera que los valores de
uso constituyen siempre su contenido, cualquiera que sea la forma social de la
riqueza. «Al probar el trigo no se conoce quién lo ha cultivado: siervo ruso,
modesto aldeano francés o capitalista inglés». Esta indiferencia hace que el
valor de uso como tal se halle para Marx fuera de la esfera de investigación de
la economía política.
Por
el contrario, sí es interesante para Marx, el valor de cambio que aparece
primeramente como una relación cuantitativa en la que los valores de uso son
intercambiables. El intercambio se efectúa en función del tiempo de trabajo,
que Marx llama consumado u objetivado: «todos los valores de cambio son equivalentes
en las proporciones en que contienen el mismo tiempo de trabajo consumado».
Para mejor comprender el hecho de que el valor de cambio está determinado por el tiempo de trabajo, Marx establece los siguientes puntos: 1) la reducción del trabajo al trabajo simple, sin calidad, por decirlo así; 2) el modo específico por el que el trabajo creador del valor de cambio, y por consiguiente productor de mercancías, es trabajo social, y 3) la diferencia entre el trabajo en cuanto que produce valores de uso y el trabajo en cuanto que produce valores de cambio [3].
Esta división
conduce a Marx a efectuar elucubraciones de todo tipo y esquiva así, aunque no
del todo, el mecanismo que la economía ha establecido para medir el valor de
las mercancías: el precio. El interés de Marx en ligar el trabajo al valor de
las mercancías es lógico si se tiene en cuenta la concepción materialista que
orienta su estudio, pero no posee más relevancia ―«no posee ninguna
virtud, afirma O. Lange, que la haga superior a la moderna teoría del
equilibrio económico»― para el análisis económico que la puramente
erudita de haber dejado a los autores marxistas la solución del llamado
problema de la transformación de valores y precios. Han llegado éstos, en un
esfuerzo por rehabilitar una teoría que había sido sometida a duros golpes por
parte de un Böhm‑Bawerk, de un Pareto o un Marshall, por ejemplo, y
recientemente por Samuelson y Weizsacker y habiendo sido incluso abandonada por
algunos marxistas, han llegado éstos, decimos, a niveles elevados de
sofisticación matemática y al despliegue de controversias muy matizadas con el
fin de lograr una construcción lógico‑matemática, pero prácticamente
inútiles desde el punto de vista de la explicación de la realidad económica.
tanto capitalista como socialista.
Sólo
al final del capítulo, Marx, alude al problema de la plusvalía, eslabón ligado
directamente a la teoría del valor-trabajo y que había de desarrollar en El
Capital. Este punto, que sí es relevante en el modelo marxista ―tal
vez sea la plusvalía el arma más incisiva con que puede atacarse al
capitalismo―, se escapa, pues, del presente comentario crítico a la Contribución.
(Ver Recensión a El Capital, pp. 147‑167)
En
el capítulo segundo, Marx estudia las medidas de los valores, las teorías sobre
la unidad de medida del dinero y las teorías sobre los instrumentos de
circulación y sobre la moneda. Como decíamos antes, para un economista actual
con una teoría monetaria en pleno apogeo, repleta de problemas sin resolver y
con amplias repercusiones en la política económica, la lectura de este capítulo
de Marx, que por otra parte exige un auténtico sacrificio, resulta superflua a
no ser que la erudición sea una preocupación dominante y se trate de estudiar a
Marx en sus últimos detalles, aunque éstos no constituyan una aportación
mínimamente interesante ―como es el caso de su tratamiento del
dinero― para el pensamiento actual.
De
otra parte, la forma es un obstáculo casi insalvable en la exposición de Marx.
Su estilo denso y atormentado hacen que el «coste de oportunidad» de la lectura
sea casi prohibitivo. El propio Marx se encontraba muy preocupado por este
aspecto de su trabajo. Así lo dice en sus cartas a Lasalle y Engels: «si
tuviera tiempo, calma y medios para elaborarlo todo, antes de entregarlo al
público, lo haría mucho más conciso».
Una
valoración final de la Contribución requeriría la crítica, desde un
punto de vista filosófico y doctrinal, del prefacio que contiene las líneas
esenciales de la tesis sobre el materialismo histórico, crítica que ya se ha
realizado en párrafos anteriores [4] y una
estimación de la validez y relevancia del contenido económico de la obra. Al
fin y al cabo, la intención explícita de Marx era abordar una construcción
total y sistemática de la economía política. Pues bien, desde el punto de vista
puramente económico, el juicio definitivo sobre la Contribución tiene
que ser negativo. Las ideas que aporta no poseen interés alguno en la fase
actual de desarrollo de la ciencia económica.
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J.I.
[1] Orig.: Zur Kritik der politischen Ókonomie, Berlín, 1859, Verlavon Franck Duncker. Puede encontrarse también en Karl Marx ― Friedrich Engels Werke, 13 Band, Dietz Verlag, Berlín, 1969, Institut für Marxismus Leninismus beim ZK der SED.
[2] De hecho, en el Libro I de El Capital, Marx recoge lo expuesto en la Contribución. Será interesante por tanto ver la Recensión a El Capital (pp. 1‑66, 131‑189), donde se expone y critica con detalle la doctrina de Marx sobre estos temas.
[3] Marx alaba a David Ricardo porque, contrariamente a Adam Smith, habría elaborado bien la determinación del valor de la mercancía por el tiempo de trabajo, demostrando que esta ley rige incluso en las condiciones burguesas de producción, que aparentemente la contradicen; y llega incluso a presentir que la realización de esa ley depende de determinadas condiciones históricas,: gran producción industrial y competencia ilimitada: es decir, la moderna sociedad burguesa. Y así, para Marx, es ésta la responsable de la «cosificación» alienante del trabajo humano, que la propiedad privada fija, impidiendo la recuperación.
[4] Cfr. también la Introducción general a estas Recensiones.