Ensayo de interpretación de la realidad colonial guatemalteca. 1ª.
edición. Editorial Universitaria. Guatemala, 1970. 786 pp.
El libro consta de ocho capítulos. Según el autor, el
cometido de este libro es intentar «dar un paso en la labor interpretativa de
nuestro pasado» (p. 7). Aclara más su intención diciendo: «La historia
interpretativa, realizada bajo las normas que aquí se adoptan, no da por hecha
y sabida la síntesis del período: estudiado..., sino que la. realiza como su
labor fundamental, y es en la manera de sintetizar donde se encuentra el
carácter interpretativo que a esta investigación se le atribuye» (p. 8). La
manera de sintetizar será el modo marxista de concebir la historia: únicamente
como resultado de la lucha de clases y teniendo por motor solamente lo
económico. No interesan en esta investigación los «hechos más ruidosos», sino
los que operan en la base de la estructura de la sociedad y determinan sus
características más importantes e imprimen ciertas tendencias a su desarrollo
(cfr. p. 8). Según esto, «ensayar la interpretación del proceso colonial
guatemalteco ―propósito de este libro― es investigar los fenómenos
básicos de nuestra sociedad en aquel período y demostrar cómo ellos
condicionaron sus modalidades más notorias. Es, en dos palabras, explicar la
vida colonial haciendo referencia a sus fundamentos» (p. 8).
Los documentos que más utilizará a lo largo de su
explicación, además de su documento básico, que es la Recordación Florida *, son textos de Cortés y Larraz,
Ximénez, García Peláez, Remesal, Agia y Anales de los Cakchiqueles.
El libro supone, según el autor, un lector culto, pero
no especializado. Cada parte del libro prepara «para pasar a niveles de mayor
hondura y complejidad», y el resultado ha de ser «una imagen nueva de las
raíces de Guatemala, una imagen más dinámica y, desde luego, más seria» (p.
13).
Capítulo primero. Los
criollos.
a) Infancia y toma de conciencia. ―Tomando
como héroe al cronista del XVII don Antonio de Fuentes y Guzmán, se describe la
vida urbana de aquellas épocas y se coloca, de un lado, «la soberbia» de los
conquistadores y sus descendientes, y del otro, «la sumisión» de los indios que
a las casas «llegaban siempre como portadores de algún beneficio» (p. 19) y, a
pesar de eso, siempre despreciados. Indudablemente, el futuro cronista no
comprendería estas contradicciones; sin embargo, «poco a poco fue
desarrollándose en él la noción de sus intereses, y su mente fue aceptando
todos aquellos prejuicios y muchos más. Llegado a la madurez se aficionó por
las letras y escribió una riquísima y extensa crónica del Reino de Guatemala en
el siglo XVII. En ella dejó plasmadas, sin que fuera esa su intención, todas
las formas de conciencia propias de su clase social» (p. 20).
b) Herencia de poder. ―Guzmán «no era sólo
un descendiente de conquistadores, sino que era, además, un heredero de la
conquista», de los que habían sometido a los indígenas «al dominio de los
nuevos amos» (pp. 20‑23). Le correspondía, por tanto, disfrutar del
trabajo de sus abuelos.
c) Prejuicio de superioridad. ―En él, como
en todos los de su clase, «se daba por supuesto que el origen español acarreaba
superioridad frente a los sectores indígenas y mestizos» (p. 24). «Todas las
buenas cualidades que (ellos) encontraban en sí mismos ―ya fueran reales
o imaginarias―, así como las ventajas inherentes a su posición social,
eran explicadas por ellos invocando una superioridad innata y fatal, que
compartían con el español». «Era una superioridad que sencillamente se traía»
(p. 24). «Coincidían ciertos rasgos raciales con ciertos niveles de desarrollo
humano; y de allí deducían los criollos (los herederos), sin tomarse más
trabajos, una relación de causa y efecto: los blancos eran superiores porque
eran blancos y los indios eran inferiores porque eran indios» (p. 25). La raza,
por sí misma, no hace historia, dice Martínez, «no es factor que determine nada
de importancia en el proceso social». Hay que buscar, entonces, la verdadera
causa de esta superioridad.
d) Superioridad efectiva. ―En este punto,
Martínez sintetiza así la conquista de América: «...la conquista de América fue
el triunfo de unos cuantos grupos de aventureros, desarrapados y alejados de su
ambiente, sobre vigorosas organizaciones indígenas que vivían a lo largo de
inmensos territorios» (p. 25). ¿Cómo fue posible esto? Por ser España en el XVI
uno de los países más desarrollados del mundo: buenos caballos, buenas espadas
y la pólvora, éstos fueron los tres factores tecnológicos «decisivos de la
superioridad bélica de los conquistadores» (p. 27). No debe subestimarse,
indudablemente, «el esfuerzo creador que realizaba el pueblo español en aquel
momento»; pero lo que ocurre es que las grandes gestas de los pueblos
son resultado de coyunturas históricas ciegas, afirma seriamente Martínez,
lo cual equivale a decir, poco más o menos, que España descubrió y conquistó
América por casualidad... (p. 27).
e) Superioridad de los conquistadores.―¿
Dónde estaba, pues, la verdadera superioridad de éstos aventureros
desarrapados? En «la fuerza bruta», que los convirtió en «amos», porque «la
lucha armada fue solamente un medio, un recurso para llegar al sometimiento
económico, ya que éste fue el momento decisivo de la conquista. Y aún puede
demostrarse que la evangelización fue una tercera fase: sometimiento
ideológico, necesario, al igual que la fase militar, para la consolidación de
la conquista económica» (p. 31). El momento «determinante y decisivo» de la
conquista es el momento económico, el que determina la inferioridad económica,
social e intelectual del indio (p. 34). Todo el complejo proceso de la
conquista puede reducirse, según Martínez, al siguiente esquema causal: a)
inferioridad tecnológica, y por ende, de cultura general, en el momento de los
primeros contactos y las luchas armadas; b) sometimiento económico y conversión
del indio en fuente de riqueza para el nuevo grupo dominante: esclavitud y
servidumbre; c) de allí inferioridad general permanente, derivada de las
condiciones a que quedaron reducidos los nativos (p. 35).
f) Clase dominante a medias. ―Los
criollos nunca tuvieron en sus manos el gobierno de la provincia. La Corona
española, al verse precisada a estimular y premiar a los conquistadores y a
quienes quisieran venir a poblar América, «creó una contradicción fundamental
entre los intereses de los colonizadores y los de la Corona» p. 36). Es el
comienzo de un proceso de tres siglos ―«forcejeo constante entre los
funcionarios reales y los criollos como clase social― que culminará con
la Independencia. El criollo se forjaba una ideología de clase con fórmulas
justificadoras de una situación de privilegio, «fórmulas veladas de ataque y
defensa frente a lo español» (p. 37).
g) Motivaciones de la Recordación Florida.
―Martínez encuentra las siguientes motivaciones en Guzmán para escribir
la Recordación Florida: peticiones reales ya en el XVI, pidiendo que se
redactasen informes y relatos sobre la realidad geográfica y política de la
provincia (Guzmán mismo expresa esta motivación); aspiración a obtener el
título de cronista del Reino (es cierto que Guzmán gestionó ese título que no
llegó a alcanzar); corregir las alteraciones de la edición española de la
Historia verdadera, de Bernal Díaz del Castillo, antepasado suyo. Estas
correcciones acaba olvidándolas. «Y esta inconsecuencia ―dice
Martínez― pone al desnudo, en el umbral mismo de la Recordación, en qué
medida está toda ella empujada por móviles enraizados en una conciencia de
clase» (p. 41). Otra razón dada por Guzmán es «el amor a la patria, que me
arrebata ... ».
h) Defensa del patrimonio y nacimiento de la patria.
―«¿Sentimiento de la patria en el siglo XVII? ¿Patria cuando faltaba
mucho más de un siglo para la Independencia? », se pregunta Martínez, y él
mismo responde: «Sí. La Recordación Florida es el primer documento en que se
manifiesta, de manera clara y vehemente, la idea y la emoción de una patria
guatemalteca» (p. 42). Pero después de esta afirmación problematiza tanto la
idea de patria, que acaba negando lo que ha afirmado. Falta perspectiva
histórica. Cae en un subjetivismo que le permite todo. Lo mismo le ocurre al
señalar «las cuatro raíces de la patria criolla»: la conquista, la tierra, los
indios y España (p. 44).
Capítulo segundo. Las
dos Españas.
a) Gachupines. ―En la mentalidad del
criollo había dos Españas: una, la conquistadora, «sublime, llena de hidalguía
y de elevadas miras»; otra, la mezquina, representada por funcionarios de
espíritu calculador y por barcadas de emigrantes que ambicionaban una tajada
del Nuevo Mundo (p. 51). La idealización de la conquista se debe a los criollos
(p. 51).
b) Causas de la idealización. ―Primera
causa, la gratitud, pues a los conquistadores debían lo que estaban gozando y
disfrutando. En ese agradecimiento se esconden «implicaciones sociales y
mecanismo de defensa» (p. 53): «engrandecer los méritos de la conquista era un
modo de reforzar los derechos y merecimientos de los descendientes de los
conquistadores» (p. 54); «manteniendo viva y muy presente la continuidad
ideológica entre la conquista y los criollos, éstos trataban, sin lograrlo, de
cerrarle las puertas a los nuevos inmigrantes españoles» (p. 54).
c) El héroe bribón .―Con estas
palabras se refiere a Pedro de Alvarado, a quien se habría convertido, «por
obra de los criollos, en un semidiós adornado de virtudes que nunca tuvo».
Indudablemente, Pedro de Alvarado, según las noticias que de él dan Bernal,
Remesal, las Actas del Cabildo de Guatemala, el juicio que se siguió contra él
en México y los papeles del obispo Marroquín (pp. 57‑60), no fue un
hombre de reputación tan grande como su valentía guerrera. Martínez aprovecha
las páginas que Guzmán dedica a don Pedro para afirmarse en su tesis de que «la
idealización de la conquista de América fue obra de los cronistas e
historiadores criollos, en tanto que fueron voceros de su clase social. Fuentes
y Guzmán cumplió ese cometido para Guatemala, movido por las exigencias de
clase ya señaladas. De ahí que resulte superficial contentarse con calificarlo
de fanático, cuando su fanatismo es un dato histórico del mayor interés que
reclama una adecuada interpretación» (p. 61).
d) Brutalidad de la primera etapa colonizadora.
―Está marcada por la aparición del repartimiento y la encomienda,
«verdaderos ejes del sistema colonial», y sintetizan la lucha librada entre «el
poder centralizador del imperio y el poder local de los conquistadores y
colonos y sus descendientes» (p. 62). «El repartimiento tenía dos aspectos,
pues consistía en repartir tierras y también indios para trabajarlas». «La
encomienda primitiva era en realidad un pretexto para repartirse los indios y
explotarlos, y como ninguna instancia superior controlaba lo que se hacía con
ellos, vinieron a estar, de hecho, esclavizados». Esta esclavitud no estaba
legalmente autorizada, pero «era una esclavitud virtual». El Requerimiento
de Palacios Rubios no era sino un permiso, con base legal, para esclavizar
«a aquellos indígenas que presentaran una terca resistencia armada» (p. 69).
e) Los defensores de indios y causas de su éxito.
―Se refiere a las órdenes religiosas. El hecho de que «la voz más
poderosa en defensa de los indios» haya sido la de los dominicos lo explica
porque era la orden religiosa «que se hallaba más vinculada al trono de España
y más identificada con los intereses de la Corona» (p. 69). La causa económica
profunda de la defensa que hacían era la de ser «una importante fuerza política
aliada de la Corona». Ni siquiera se le ocurre pensar que pudiera existir otra
causa. Su afirmación es rotunda. Sus argumentos: que el General de la Orden de
Santo Domingo, fray García de Loaisa era el confesor de Carlos V y era el
presidente y fundador y organizador del Consejo Real Supremo de las Indias
(agosto 1525). Rechaza Martínez el que los dominicos actuaran como «la
conciencia de España»: defendían «los intereses de la monarquía, enfrentada a
la voracidad de conquistadores y colonos» (p. 69), Se advierte claramente la
postura intelectual de Martínez: no admite como causas decisivas y profundas
más que las económicas, y como móviles, sólo los políticos en cuanto
propulsores de lo económico. Llega a afirmar: «La línea política adoptada por
la orden de dominicos, vinculada a la política imperial de recuperación de los
indios para la Corona, estimuló la vocación humanitaria de los mejores hombres de
aquella orden y atrajo a sus claustros a otros más» (p. 70).
f) Leyes Nuevas y la abolición de la esclavitud de
indios. ―Fray Bartolomé de las Casas, en su defensa del indio, es
escuchado. Ahora bien: ¿cuál «fue el factor determinante?»... Lo fue el hecho
de que supo hallar el punto de contacto entre el mejoramiento de los indios y
el mejoramiento de las entradas del rey» (p. 72). (¿Tampoco había, entonces,
tal vocación humanitaria?) Así surgen las Leyes Nuevas, promulgadas en
noviembre de 1542 y que eran «un golpe formidable a la esclavización de
indios». El alegato por estas leyes «sirve para demostrar ―a quien
todavía lo dude― que el principio motor de la conquista y colonización
española de América fue la perspectiva, por parte de los autores de esta vasta
empresa, de un enriquecimiento rápido a costa de los indios y una existencia
parasitaria sobre bases esclavistas» (p. 78).
Desde un punto de vista moral ―«si tal abstracción
existiera en algún modo», observa el autor, convencido de que no se puede dar
la moral ni el desinterés y menos aún la caridad entre los hombres―,
«ninguna esclavitud tendría justificación». Ahora bien: el hecho de sustituir a
los esclavos indios por esclavos negros pone de manifiesto «cómo las instancias
morales estuvieron condicionadas por motivos de carácter económico en todo el
conflicto de la esclavitud» (p. 82). «Reflexionen ―concluye
Martínez― sobre esto quienes creen, equivocándose, que las ideas morales
determinan a la economía, y no al revés ... » (p. 83).
Capítulo tercero. Las
dos Españas (continuación).
a) Nace la encomienda ―Las Leyes
Nuevas marcan otra etapa. La nueva encomienda supone un gran avance, sin dejar
de ser fuente de abusos y extralimitaciones. Según el autor, si se desea
conocer una institución colonial implicada en la explotación del indio, deben
estudiarse sus anomalías («estudiarla es analizar sus anomalías»); de otro modo
no se podría comprender la realidad. «En esas instituciones las anomalías eran
lo normal» (p. 90).
b) Los encomenderos. ―La encomienda
―concesión que el rey hacía por méritos de conquista y de
colonización― fue una «transacción, un arreglo conciliatorio que ponía a
los indios como tributarios bajo el control del rey y que satisfacía al mismo
tiempo la tendencia parasitaria del núcleo más conspicuo de conquistadores y
primeros pobladores» (p. 94). Si bien importante, no fue decisiva: «...el
repartimiento fue el factor determinante ―para Martínez― de las más
acusadas modalidades de la mentalidad criolla» (p. 96). c) El sínodo .
―Se refiere a la cuota que los encomenderos debían pagar a los frailes
por adoctrinar a los indios» (p. 98). «Lo cual ―dice Martínez― era
perfectamente razonable' porque, en la medida que aquellos religiosos
inculcaban en los indios una doctrina de mansedumbre, obediencia y resignación,
les prestaban a los encomenderos un valiosísimo servicio» (p. 99). Denota un
desconocimiento craso del cristianismo, explicable cuando como punto de partida
está el rechazo de lo sobrenatural.
d) Los doctrineros. ―Se propone señalar
―a través de los datos de Fuentes y Guzmán― «las relaciones entre
religiosos, hacendados y encomenderos en torno al pueblo de indios», después de
las Nuevas Leyes, relaciones que a menudo eran tensas y, en la práctica, casi
nunca concordaban.
e) Los criollos y la burocracia. ―A pesar
de la situación ventajosa de los criollos, también los había pobres que
buscaban donde colocarse.
f) Desplazamiento y renovación en la clase criolla.
―Se refiere a la llegada de los inmigrantes, la presión que ejercen sobre
los criollos y la lucha de estos últimos por defenderse, teniendo como
resultado «la renovación de la clase criolla con nuevos elementos y su
conservación como tal clase social» (p. 112).
g) Causas del menosprecio del español hacia
los criollos. ― Cita a Gage *
como testigo del menosprecio de que eran objeto los criollos («medios indios»,
«incapaces de gobernar a los demás») por parte de los españoles (« advenedizos
»). «Pero la verdad ―dice Martínez ―es que el criollo estaba
efectivamente sugestionado y convencido de la superioridad de lo español» (p.
117).
h) Ventajas del inmigrante frente al criollo.
―Venían con privilegios ya obtenidos. Con lo cual, desde el primer
momento se encontraban en situación ventajosa. «Eran, en su mayoría, gente
explotada que traía el decidido y bien fundamentado propósito de convertirse en
explotadora. El promedio de esa gente debe haber tenido unas aptitudes y una
energía superiores a las del criollo medio. No por motivos de un más cercano
origen español ni porque la sangre de los criollos se maleara bajo el clima de las
colonias, sino porque los hombres son producto del régimen económico y del
estrato social en que se forman» (p. 122). De acuerdo con su modo de
pensar marxista, al hablar de esto el autor siempre es dogmático y
exclusivista.
i) La patria de los criollos como idea de contenido
reaccionario. ―La idea de patria de Fuentes y Guzmán resulta
―dice Martínez― que es una idea de contenido reaccionario: «era una
respuesta ante la amenaza de transformación que iba implícita en la política
imperial y en el arribo de inmigrantes» (p. 125): «...la Recordación Florida
es de veras una recordación, un volver la mirada atrás, hacia
tiempos que al autor se le antojaban florecientes y prósperos» (p. 126). Una
pregunta se hace aquí Martínez: ¿sería ésa la idea de patria de los que
dirigieron la emancipación? «¿Fue la Independencia un hecho revolucionario o
fue la implantación de la patria de los criollos?» (p. 127).
Capítulo cuarto. Tierra
milagrosa.
a) La patria como paisaje. ―La Recordación
Florida es «un inmenso paisaje». «El relato emerge a veces ―dice
Martínez con el ímpetu desordenado de las plantas trepadoras, y cuando adopta
un tono culto recuerda ciertamente la riqueza recargada de los retablos
barrocos; pero los problemas de construcción que presenta la obra encierran
significados ideológicos que van mucho más allá de una pura cuestión de estilo
(p. 136). Martínez analiza algunas disgresiones del texto para demostrar sus
aseveraciones anteriores en cuanto a los criollos, metidos en lo complejo de la
realidad de las dos Españas. En diez páginas, da una interpretación socio‑económica
de la Recordación Florida. Fuentes y Guzmán no podría haber escrito sino
llevado de la necesidad de clase y de la ideología de clase.
b) La política agraria colonial y el latifundismo.
―La primera descansa, según Martínez, en cuatro principios
coloniales: 1, el señorío de la Corona sobre la tierra de las provincias; 2, la
tierra como aliciente de colonización; 3, la tierra como fuente de ingresos
para la Corona (usurpación‑composición); 4, la defensa de las tierras de
indios. Y hay un quinto principio que se desprende de las leyes, como los
anteriores, y que «nos es revelado por hechos de gran trascendencia consignados
en documentos de otra naturaleza: es el principio de bloqueo agrario e los mestizos»
(p. 159).
En cuanto al latifundismo, nace de la figura de la
composición o arreglo de las tierras poseídas sin título y por las cuales había
que pagar para normalizar la situación.
Los principios antes señalados «actuaban
unilateralmente, fomentaban el latifundio desde el ángulo de los intereses de
la Corona»: el primero y el segundo engendraron al grupo inicial de los
latifundistas; el tercero y el quinto lo estimularon a engrandecerse (p. 161).
c) Tierras de indios. ―En la distribución
de las tierras están, en primer lugar, los ejidos; en segundo lugar, las
tierras comunes, de comunidad, comunes de sementera, comunes de labranza o de
labranza y sementera. «En principio, todo pueblo de indios, desde el acto mismo
de su organización como pueblo colonial, dispuso de unas tierras cedidas por el
rey. Eran de propiedad común, administradas por el cabildo o ayuntamiento de
indios» (p. 167). Además de los ejidos y tierras de labranza, los hubo que
pertenecían en particular a ciertos indios.
d) Un caso de «diligencias» para obtener tierras.
―Martínez analiza la solicitud de tierras hecha por Alonso Alvarez de
Santizo, vecino de la ciudad de Guatemala, en enero de 1602. Presidía la
Audiencia de Guatemala don Alonso Criado de Castilla. Alvarez de Santizo aduce
en su solicitud que es hijo legítimo de Alonso de Luarca, uno de los
conquistadores de la provincia; añade que tiene hijas legítimas «para poner en
estado» y que no las ha puesto conforme a su calidad por la necesidad que tenía
(p. 172). Se refieren los trámites en los que, se supone, habrá habido trampas
para conseguir las tierras: se han presentado como sin dueño, teniéndolo; como
pertenecientes a unos, correspondiendo a otros.
Casos así produjeron el desequilibrio en la tenencia de
tierras que nunca era sometida a revisión. El primer proyecto de reforma
agraria en Guatemala se esbozó en 1810 (p. 184).
e) Necesidad de reforma agraria antes de la Independencia.
―Es un breve estudio sobre los «Apuntamientos sobre Agricultura y
Comercio del Reyno de Guatemala», redactados en 1810 por una comisión del
Consulado de Comercio de la ciudad de Guatemala. El documento había sido pedido
por Antonio Larrazábal, diputado por la ciudad en las Cortes de Cádiz. El
proyecto de reforma agraria formaba parte de este documento (p. 185). Según sus
datos, el origen o causa primaria de los atrasos del Reyno es que «las tierras
se hallan distribuidas en posesiones inmensas entre pocos individuos, con
enorme perjuicio de los muchos que forman la masa del Estado ... » (p. 89). La idea
medular del proyecto es que a los indios hay que darles tierra en propiedad, y
a los ladinos * también, en parcelas
proporcionadas a sus necesidades y al número de hijos que tengan. Es la manera
de convertirlos en verdaderos agricultores, lo que no llegarán a ser mientras
carezcan de tierra o la tengan sin el aliciente de ser suya propia (p. 192).
Del proyecto, Martínez saca tres conclusiones: «Primera
y principal: que el desarrollo del latifundismo llegó a bloquear, todavía
durante la colonia, el desarrollo económico de los indios y de las capas medias
en crecimiento ... » «Segunda: las tierras comunales de indios no eran
suficientes para sacarlos de la miseria, debido a las usurpaciones, mala
distribución, por los servicios forzados.» Tercera: al final de la colonia, el
problema se había agudizado «como consecuencia del crecimiento demográfico de
las capas medias» (c. 193).
Además de ese documento, Martínez cita el documento
escrito de José Bustamante y Guerra, de 3 de mayo de 1813 y dirigido al Consejo
de Regencia, exponiendo los principios que rigen su gobierno. En él sostiene la
necesidad de una amplia repartición de tierras entre la gente pobre (p. 194).
Capítulo quinto. El
indio.
a) La negación del indio como necesidad de
clase. ―Análisis de la posición del criollo frente al indio y las
contradicciones que presenta la Recordación Florida al tratar el mismo
tema según se trate de defender los propios derechos o de ensalzar a los
antepasados. Contradicciones en cuanto al carácter del indio, sus defectos, su
actitud religiosa (pp. 199‑204).
b) Paganismo muerto y paganismo vivo.
―Exposición superficial del catolicismo y de la labor de evangelización
de los misioneros, a quienes siempre trata como «agentes de la Corona».
La resistencia evidente de los indios a convertirse al
cristianismo favorece, según Martínez, la hipótesis de que «había una estrecha
relación entre la supervivencia del paganismo y la resistencia de los indios
frente a la dominación colonial.... una manera de oponerse a su conquista
espiritual y, por ende, una manifestación peculiar de la lucha de
clases» (pp. 213‑214).
c) Los tres grandes prejuicios en su relación
con el trabajo forzado. ―Tres son los prejuicios que se mantuvieron
respecto a los indios y que nunca fueron superados: son haraganes―;
inclinados al vicio; no padecen pobreza, pues viven conformes y tranquilos.
d) La pretendida «holgazanería» como resistencia.
―El resistirse a trabajar o usar trucos en el trabajo no habría sido
sino un modo de resistir a un trabajo opresor y sin remuneración alguna, un
resistirse a trabajar en malas condiciones y sólo para provecho de otros (p.
231).
e) Los prejuicios menores: la desconfianza del indio.
―La desconfianza está de sobra justificada por la actitud de
desprecio, de explotación y de castigo, junto con una insensibilidad para los
valores propios de los naturales (p. 241).
f) La falsa defensa del indio y sus motivaciones de
clase. ―La falsa defensa la encuentra Martínez en la Recordación
Florida, en aquellos pasajes en los cuales se habla de la salud, del
bienestar de los indios; pero sólo por razones de conservar una buena mano de
obra abundante. «El criollismo es la ideología de los criollos, y éstos son el
grupo social de latifundistas explotadores de indios siervos. Siendo así, la
defensa criollista no puede ir más allá de procurar que los indios no se acaben
y que sigan siendo indios» (p. 249). «Sería erróneo suponer que el no desear la
destrucción de los nativos equivalía, en el criollo, a desear su prosperidad»
(p. 249).
g) El indio como elemento de la patria del
criollo. ―«El indio está allí para servir.» «En la patria del criollo
el indio es y debe ser el complemento de la tierra» (pp. 255‑256).
Capítulo sexto. El
mestizaje y las capas medias.
a) En este capítulo se trata de los diversos grupos que
formaban la sociedad colonial. Se pregunta el autor si se debe hablar de castas
o capas: indios, españoles, negros; criollos, mestizos, zambos.
Gráficamente se representa la situación por un triángulo
invertido: en el ángulo superior derecho la Monarquía, representada por sus
funcionarios; en el ángulo superior izquierdo, nobleza, terratenientes,
criollos; en el ángulo inferior, los indios. Las capas medias serían: la media
alta urbana, la media alta rural, artesanal proveedora, mestizos, plebe, media
baja rural, indios ricos, negros.
Los artesanos no habrían formado clase ni capa social.
La capa media urbana estaría formada especialmente por la Iglesia y el
Ejército, que son instituciones y «que no nos desorienten», dice Martínez,
porque no son las instituciones «quienes mueven la historia, sino los grupos
socio‑económicos: las clases y las capas, actuando también, naturalmente,
en el seno de las instituciones» (p. 328).
La independencia la habría llevado a cabo la capa media
alta urbana con la capa media alta rural.
b) Las capas medias en la dinámica de clases.
―El autor trata de «sintetizar el desarrollo de las capas medias,
incorporándolas al esquema de la lucha de clases básica» (p. 350).
c) Villas y rancherías. ―Describe la
miseria en que se encontraban indios y ladinos. Los hacendados «no tenían
ningún interés en que sus mozos colonos estuvieran bajo el control ideológico
de la Iglesia» (p. 384).
Rechaza que la razón de los errores coloniales haya sido
el incumplimiento de las leyes: no se puede atribuir a las leyes «una fuerza de
determinación histórica que nunca han tenido ni pueden tener» (p. 370).
El ladino no tenía «el trauma de un pasado destruido»;
no solidarizado con nadie, tiene que haber sido «individualista, y por tanto,
inmoral». La moralidad, para el autor, ya se ve que consiste en la solidaridad.
d) Ladinos en pueblos de indios. ―Describe
la situación de los ladinos en los pueblos de indios y la necesidad que tenían
de tierra propia. Cita a Antonio García Redondo (Memoria sobre el fomento de
las cosechas de cacao, 1799) y comenta: «La idea central..., que en
realidad no es un principio liberal, sino democrático roussoniano, es tan
verdadera que resulta subversiva hasta en nuestros días: aquel que no tiene
propiedad en el país que habita es un extranjero en dicho país» (p. 402).
e) Las capas medias en la patria del criollo.
―Se refiere a los maestros, oficiales, aprendices y peones. Las ciudades
eran testimonio «del esfuerzo de los indios, de la plebe y de los artesanos»,
ciudades construidas y mantenidas para los españoles y sus descendientes por
esas capas media. El criollo, dice Martínez, «es por definición el latifundista
explotador de siervos indios» (p. 422).
Capítulo séptimo.
Pueblos de indios.
La reducción y los pueblos. ―La reducción
de indios fue una medida fundamental del proyecto político implícito en las
Leyes Nuevas. Consistía en reducir a poblados de tipo español a todos los
indios que vivían en poblaciones disgregadas o en las haciendas y los montes.
Pero también en esto, como en las reparticiones y encomiendas, Martínez
encuentra sólo males (según su principio de investigación: las anomalías): «La
reducción fue un chantaje de grandes proporciones» (p. 450), escribe, aunque
las Leyes Nuevas venían a transformar radicalmente la situación de los indios y
a poner fin «a la etapa feroz de la conquista y de la explotación sin freno»
(p. 445).
Con esto se buscaba, entre otras cosas, dice Martínez,
transformar a los indios en «vasallos libres»; pero esto «fracasó en todas las
colonias» (p. 460). Es abolida la esclavitud; pero aparece el trabajo forzado,
tolerado y luego legalizado (p. 462), un trabajo sin remuneración o con una
simulación de pago como en el trabajo a destajo. Las anomalías y abusos se
multiplican en los repartimientos, propiciados por las autoridades, entre las
cuales la figura del Corregidor ocupa el primer lugar.
El régimen colonial fue un régimen de terror para el
indio» (p. 518), y este terror se establecía sobre estas premisas: 1, población
indígena aprisionada en un régimen económico que le cerraba toda posibilidad de
superación; 2, los indios recibían sólo los elementos de cultura absolutamente
indispensables para proseguir su explotación (p. 519). Las citas para este tema
las toma Martínez, sobre todo, de Cortés y Larraz y de las declaraciones hechas
en 1663 por los religiosos franciscanos en el Escrito elevado al Consejo de
Indias por los religiosos del Convento de san Francisco de Guatemala, en apoyo
del Fiscal de la Audiencia Lic. Don Pedro Fraso, en su gestión para abolir los
repartimientos de indios en Guatemala (Archivo General de Indias, Sevilla).
Junto a los corregidores aparecen también los indios
ricos, aprovechándose del trabajo de los demás indios. A raíz de esto,
Martínez señala lo que para él es el principio histórico de los procesos que
estudia: «La disposición que muestran los hombres para explotarse unos a otros
no tiene nada que ver con la raza, sino que está determinada por la circunstancia
de que, una vez ingresada la sociedad al régimen de explotación y de clases, la
propia explotación se convierte en el procedimiento principal y casi exclusivo
para alcanzar la prosperidad» (p. 556).
La evasión de los indios que huían de los repartimientos
es para el autor otro argumento en favor de la explotación inicua de que eran
objeto: se buscaba controlarlos para que pagaran tributo.
Al final del capítulo, el autor se pregunta: «¿Qué nos
hemos propuesto al presentar el pueblo de indios colonial como una
concentración de tributación y de trabajadores forzados? ¿Qué justifica este
fatigoso examen de los sistemas de explotación que operaban en el seno de los
pueblos?» (p. 564)... Lo justifica su proyección sobre el presente: las
características de los personajes de esos sistemas «modelaron a su vez las
características del criollo: contribuyeron a su riqueza y bienestar,
configuraron su actitud frente a los otros grupos sociales, y especialmente sus
mecanismos de autosugestión para justificar su conducta frente al indio;
incluso, quizá, su necesidad de obsequiar belleza y riqueza a las imágenes de
su religión, en una mágica compensación de la ruina que sus negocios llevaban a
los pueblos» (p. 565).
Capítulo octavo. La
colonia y nosotros (Reflexiones finales).
En este capítulo contiene las siguientes cuestiones:
1. La colonia fue la formación y consolidación de una estructura social
que no ha sido revolucionada todavía (p. 574). 2. Problema de la cultura del
indio: «la perduración de las lenguas... respondió a las exigencias de la
conformación del siervo colonial y de su explotación» (p. 606). «Las lenguas
perduraron porque el indio halló en ellas un elemento de defensa en la lucha
con el explotador y porque el explotador halló en ellas un elemento de
debilidad que convenía de manera inmejorable al siervo» (p. 602). Rechaza el
culturalismo ―presentar el problema del indio como un problema de
cultura―, porque esto lleva al racismo, ocultando «las raíces económicas
y estructurales del problema...» (p. 603). Busca afirmar el pasado para negarlo
y volver a afirmar... (p. 607). Los indios dejarán sus idiomas cuando sientan
la necesidad de equipar su intelecto con nuevos elementos sin esperar
traducciones «a veinte idiomas estrechos y de escasa difusión» (p. 609).
El autor, en sus reflexiones, se va alejando cada vez
más de su «rigor científico» para caer en discutibles condenas, por ejemplo,
cuando arremete contra los que experimentan «satisfacción escuchando la chirimía
y contemplando el baile de la conquista» (p. 612).
Su lucha no es por el indio guatemalteco, sino por los
explotados; los indios le interesan «no en tanto que son indios, sino en tanto
que son explotados» (p. 617), con lo cual tampoco le interesa mucho la patria
del criollo ni la historia, sino la solución ideológica que él considera la
única posible: renegar el pasado e implantar la lucha de clases.
La tercera cuestión es el carácter feudal del régimen
colonial español. Para él fue «una proyección del capitalismo», y el indio «fue
el resultado de la explotación feudal impuesta por el régimen colonial, el cual
fue, a su vez. una proyección del capitalismo español» (p. 620).
Cuarta cuestión: todo esto de ninguna manera ha de
llevar a una actitud antiespañola, porque «nunca estuvo la sociedad
guatemalteca... dominada por la sociedad española en conjunto». Los
menesterosos de España eran tan explotados como los indios y los ladinos
menesterosos.
Y por último: al estudiar a Fuentes y Guzmán y
confrontar la patria del criollo con la patria que quisiéramos, termina e
autor, hemos podido comprobar «que la idea de patria también tiene un
desarrollo histórico, y que su trayectoria va des de una patria de pocos hacia
una patria de todos» (p. 624).
El autor subraya que se trata de explicar; pero se
olvida de señalar que, de acuerdo con esto, caben otras muchas explicaciones.
Habría que añadir que en este caso se trata de ensayar la explicación marxista
de una realidad.
En algunas secciones del trabajo no se llegan a formular
tesis, sino hipótesis que para confirmarse necesitarían una información más
amplia (p. 8). Hay que advertir que el autor toma como documento básico para su
ensayo la Recordación Florida y que cuando acude a otros documentos
siempre lo hace sólo para confirmar la explicación que él ha dado de ese
documento base. Ha querido llamar ensayo al conjunto, dice, a pesar de pensar
que ha encontrado y está proponiendo «claves de interpretación plenamente
válidas y quizá definitivas » (p. 9).
Señala qué entiende él por bases de la sociedad cuando
afirma: «Un estudio que pretende ir a las bases de la sociedad colonial tiene
que referirse constantemente al trabajo de los indios y de los ladinos menesterosos,
a las diversas formas en que fueron explotados, a las pugnas que por ese motivo
se daban entre los grupos dominados y los dominantes, y aun entre estos últimos
disputándose el dominio de aquello» (p. 9). Es decir, el ensayo tiene una
limitación precisa, ya que no se tratará de una referencia constante, sino que
el tema mismo del ensayo serán los indios oprimidos y los ladinos menesterosos.
Para dejar claro su pensamiento, precisa el significado de las palabras
explotación y clases sociales, que advierte estarán presentes en todo el
ensayo. Y así explotación es «un fenómeno de relación económica a través
del cual una persona o un grupo humano se apropia de valores creados por el
trabajo de otro hombre o grupo, entendido que este último se ve obligado a
tolerar dicha relación por las circunstancias diversas, como puede serlo el
estar físicamente forzado a tolerarla o el no disponer de medios de producción
para trabajar por cuenta propia» (p. 10). Clase social «es un conjunto numeroso
de personas que, en el seno de una sociedad, presentan modos de vida semejantes
e intereses comunes, determinados, unos y otros, por el papel común que dichas
personas desempeñan en el régimen económico de dicha sociedad y especialmente
en el régimen de propiedad» (p. 10). A estos conceptos debe añadirse el
criterio determinista a seguir en esta explicación de la historia: «En ningún
punto de este trabajo se quiere juzgar a los hombres o a los grupos aludidos;
en ningún momento se sugiere que pudieron haber actuado de manera distinta de
como lo hicieron. Se sostiene, muy al contrario, que no les habría sido posible
comportarse ni pensar en otra forma, porque su conducta estaba modelada por
factores históricos más poderosos que su voluntad» (pp. 10‑11). No
hallaremos aquí, por lo tanto, ninguna responsabilidad histórica en los hombres
de la colonia, porque no podían actuar de manera distinta de como lo hicieron.
Al final deberemos encontrarnos sólo con unos factores históricos que nos
plantearán el problema de si surgieron por generación espontánea o si entrañan
alguna responsabilidad personal. Estas contradicciones se acentúan cuando el
autor señala que espera, como fruto de su trabajo histórico, que nos demos
cuenta de que «nuestra afirmación como pueblo exige que aprendamos a renegar de
nuestro pasado en tanto que es un pasado colonial; o lo que es lo mismo: la
necesidad de reconocernos y afirmarnos más bien en nuestras posibilidades
latentes proyectadas hacia el porvenir» (p. 12). Como hombres tenemos las
posibilidades de todos los hombres. En cuanto a renegar de nuestro pasado sólo
porque es colonial, es algo tan absurdo como abrazarnos al pasado sólo porque
es pasado. Un análisis científico, como el autor quiere, debe reconocer que no
todo el pasado es malo sólo porque es pasado y colonial ni que todas las
posibilidades latentes son buenas. Con tales premisas, ya se ve que cuando el
autor dice que «... el lector abierto a la verdad encontrará en él, si tal cosa
busca, sólidos puntos de apoyo...», no está hablando de la verdad, sino
de su explicación.
El esquema causal que establece (causas: inferioridad
cultural, sometimiento económico; efectos: esclavitud, servidumbre inferioridad
general permanente) lleva a hacer la siguiente pregunta: ¿no se daba ya antes,
de acuerdo con esto, esa inferioridad y servidumbre? De hecho los documentos
prehispánicos hablan de la esclavitud y servidumbre de los pueblos, sobre todo
después de las guerras comarcales. La crueldad y la esclavitud no eran
desconocidas en la América prehispánica. El español se injerta en esta realidad
y aporta lo suyo, con su trabajo y sus valores.
No alcanza a explicar la situación del criollo. Por
reducirlo todo a lo económico, prefiere hablar de fórmulas contradictorias en
los criollos, negarles la capacidad patriótica, su aptitud para captar los
valores nativos (de los cuales no expone ni demuestra ninguno). Podríamos
afirmar perfectamente que para Martínez los criollos son nulos porque son
criollos.
Parece un argumento muy endeble el de los olvidos de
Fuentes y Guzmán, para pasar a afirmar que toda la Recordación Florida
«está empujada por móviles enraizados en una conciencia de clase» (p. 41).
Desde luego, sería más correcto poner como móvil que empuja toda la obra lo que
Fuentes y Guzmán mismo dice (no lo que suponemos): «El amor a la patria que me
arrebata» (p. 42). El mismo Martínez lo reconoce al comentar esa cita, aunque
luego «lo olvida»: «La Recordación Florida ―dice― es fruto
de un sentimiento hondo, apremiante y persistente, que el cronista declara en
la introducción de la obra, y que, según se comprueba al leerla, anima todas
sus páginas, desde el principio hasta el fin» (p. 42). No concuerdan unas
afirmaciones con otras.
Señala como causa de la idealización la gratitud, que
ocultaba un interés y nada más que interés. No admite que pudiera darse algo
noble en aquellos criollos: una concepción materialista, no del criollo, sino
del hombre. El autor, a su vez, pues comete una idealización del criollo, del
español y del indio porque tiene un concepto ideológico (materialista) del
hombre.
Una vez que el autor ha declarado su intención de interpretar
la historia, puede el lector saber a qué atenerse: no estamos frente a
hechos ―éstos no interesan―, sino frente a interpretaciones, y
en el caso presente se ha decidido que sea una interpretación económica. Queda
patente cuando se refiere a las órdenes religiosas y pretende presentarlas, sin
más ni más, como aliadas políticas de un poder explotador, agentes del
capitalismo español. Basta conocer someramente la vida de las órdenes
mendicantes, lo que supone venir a evangelizar un continente (que no era
Jauja), para encontrar una gran incoherencia entre el hecho histórico de la
evangelización, los hombres que la hicieron, las obras con que la llevaron a
cabo, y la interpretación económica que se le quiere dar. Aumenta la
incomprensión cuando el autor llama vocación humanitaria el recuperar a
los indios para la Corona, entendiéndose por vocación humanitaria la vocación
religiosa, y que ese objetivo fue la causa de más vocaciones para esas órdenes
(p. 70). Nos encontramos con algo que resiste a la interpretación puramente
económica; pero al autor este dato no le interesa. Le interesa más el dato
histórico de los adjetivos que Fuentes y Guzmán escribió refiriéndose a don
Pedro de Alvarado y a los olvidos que sufrió a lo largo de su obra.
«El principio motor de la conquista y la colonización fue el
enriquecimiento rápido a costa de los indios y una existencia parasitaria sobre
bases esclavistas» (p. 78). En el prólogo advertía que algunas veces no
ofrecería tesis, sino hipótesis que necesitarían de una más abundante
documentación. Es indudable que esa afirmación es una de ellas. Sin embargo, el
autor no la presenta como hipótesis, sino como «el principio motor». Las mismas
fuentes documentales que él empleó (mientras no se las someta a la distorsión
de la Recordación Florida) demuestran que si eso se dio y muchos lo
buscaron, no fue en términos absolutos el principio motor.
Encomienda y repartimiento. El principio que sienta para
estudiar las instituciones coloniales («estudiarlas es analizar sus anomalías»)
es insuficiente: los argumentos que propone no llegan a justificar ese criterio
de investigación; por el contrario, lo hacen contradictorio. ¿Qué valor tiene
afirmar las Leyes Nuevas y la nueva encomienda como «un gran avance», si a
continuación se afirma que en todo esto lo anormal es lo normal? Sus juicios
acerca de la encomienda y del repartimiento (pp. 94‑96) adolecen de los
mismos prejuicios: todo lo colonial es malo, y si intervienen los criollos,
peor.
El autor lleva a tal punto sus prejuicios históricos
que, olvidando los hechos, se queda en los problemas de construcción «de las
frases, de los períodos», y descubre en ellos «significados ideológicos» (p.
136). No aduce más motivos para esta interpretación estilística que su
convicción de que lo único válido es lo económico.
Lo que se refiere a la tenencia de la tierra durante la
colonia es relativamente cierto, según los documentos manejados; sin embargo,
el autor presenta las cosas de modo que el latifundismo vendría a ser la causa
de todos los males; una vez suprimido se acabarían éstos. Indudablemente los
problemas de la miseria no son tan sencillos.
Al rechazar la fuerza de la ley (p. 370) apela a los
factores económicos y a las coyunturas históricas, inexplicables cuando los
hechos no caben en el molde de lo económico.
En sus conclusiones rechaza el culturalismo ―presentar
el problema del indio como problema de cultura― porque lleva al racismo y
oculta «las raíces económicas y estructurales del problema ... » Sin embargo,
al trazar el esquema causal de la conquista, precisamente la primera causa que
señala es la inferioridad técnica, resultado de una inferioridad cultural...
Es un hecho que, a partir de la conquista, los indios
han venido abandonando sus idiomas. Interpretar su perduración como elemento de
defensa y elemento de debilidad al mismo tiempo no puede ser un argumento
convincente ni coherente, mucho menos si lo económico es siempre lo definitivo
en las relaciones indio‑español.
Finalmente, el autor olvida que el indio explotado era
explotado antes de la llegada de los españoles, que, por lo tanto, no se puede
afirmar, sin más ni más, que fue resultado de la explotación feudal impuesta
por el régimen colonial».
A través de lo expuesto se ve que es una obra de
preocupación económica marxista, dirigida a un público no especializado.
El mundo no es sino un mercado de explotadores y
explotados; el hombre es producto del régimen económico y del estrato social en
que se forma; la historia (por lo menos en lo que se refiere al objeto de
estudio de este libro) es historia no de las instituciones, sino de las
anomalías de esas instituciones.
En cuanto a la moral, la hace consistir en la
solidaridad de los hombres: un individualista es inmoral porque no se
solidariza con nadie; las ideas morales están determinadas por la economía, no
al revés. La moral es la solidaridad económica, que, a su vez, determina las
clases sociales: la explotadora y la explotada, cada una, por lo tanto, con su
propia moralidad, que para la contraria será inmoralidad...
Las leyes, como las instituciones, vienen a ser inútiles
poco más o menos, ya que no determinan nada, sino sólo crean anomalías: son tan
engañosas como la raza y la cultura.
En cuanto a la religión, el autor no deja de referirse
en tono despectivo, no viendo en todas sus manifestaciones sino motivaciones
políticas e intereses económicos. Sin exponer en ningún momento el contenido de
la evangelización, se limita a señalar que es la religión de la mansedumbre, de
la sumisión, ideología apta para mantener sometidos a los indios; mágica
compensación por la ruina que les causaban. Alude al demonio, «personaje
―dice― tan ideal y supersticioso como cualquiera de las fantasías
religiosas de los indios» (p. 212). No hay mención ni apreciación alguna a la
labor llevada a cabo por los misioneros, y apenas si reconoce la honradez del
arzobispo Cortés y Larraz, a pesar de la claridad de su actuación y del más que
atestiguado desinterés en su trabajo pastoral. En este caso, como en todo lo
que se refiere a la religión o a la Iglesia, el autor no oye ni ve:
sencillamente, no le interesa.
El resultado que el autor decía perseguir era el de «una
imagen nueva de las raíces de Guatemala, una imagen más dinámica y, desde
luego, más seria» (p. 13). Sin embargo, al final de la lectura uno se queda sin
patria y sin tierra, abandonado a una acción negadora. Ni raíces ni imagen;
sólo la perspectiva de una lucha de clases, agotadora e inútil, por un futuro
incierto.
G.G.V.
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internos (del Opus Dei)
* FUENTES Y GUZMAN, FRANCISCO ANTONIO DE Recordación Florida. Discurso historia y demostración material, militar; política del Reyno de Goathemala. Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Tipografía Nacional, 1932, 3 tomos.
* GAGE, TOMAS, Nueva relación que contiene los viajes de Tomas Gage en la Nueva España. Biblioteca Goathemala, de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Tip. Nac. 1946
* Ladino: mestizo, en América Central.