MARIAS, Julián
La felicidad humana
Alianza
Editorial, Madrid 1994 (tercera reimpresión), 385 pp.
A)
CONTENIDO
I.
Primera unidad (cap. I-IV): sitúa al lector y le ofrece conceptos que le ayudan
a introducirse en la obra. Su contenido se puede articular en torno a dos
temas: método de estudio y primera aproximación a la felicidad.
Método.
Según el Autor, tenemos innumerables conceptos para entender las realidades no
humanas, que nos proporciona la vieja ontología; pero andamos más escasos de
los que nos hacen falta para entender las realidades humanas (cfr. pp. 12-13).
Afrontar el estudio de la vida personal requiere situarse dentro de ella,
mirarla directamente y en sí misma, porque le pertenece una forma radicalmente
distinta de realidad (cfr. p. 26).
La
felicidad afecta al núcleo último de la vida; por eso, para entenderla, no son
suficientes las determinaciones sociales, psicológicas, circunstanciales. Hay
dos posibles modos de afrontar su estudio. De modo abstracto; en este caso se
atiende más a las condiciones para que se dé la felicidad que a la felicidad
misma. De manera concreta, individual, particular, diferenciada; se considera
entonces que la felicidad no es aplicable a algo en general, sino que es mi
felicidad, la de una persona concreta; se la ve en conexión con el quién
proyectivo que es cada uno de nosotros (cfr. p. 20). Más adelante —en el
capítulo XXIX— afirmará que el método para llegar a una teoría general de la
vida humana es "el análisis de la vida concreta —la mía, la de cada uno—,
para descubrir en ella las condiciones sine quibus non , sin las cuales no es
posible. Los requisitos así hallados son universales porque son necesarios. Si
al analizar mi vida descubro en ella ciertas condiciones necesarias, puedo
inferir que en las vidas de los demás sucede lo mismo, porque de otro modo no
serían vidas humanas (p. 362).
Para
entender la felicidad —lo mismo que cualquier tema antropológico— lo importante
es pensar; pero un pensar concreto, conexo, complejo, imaginativo,
circunstancial (cfr. p. 56). Hay que “sorprender” al hombre cuando persigue la
felicidad, cuando la logra, cuando fracasa, cuando se le va de las manos; ver
cómo la rompe. El método de estudio de la felicidad ha de consistir en
"lanzar una mirada a lo que verdaderamente entendemos por felicidad cuando
la sentimos, cuando tenemos su experiencia, cuando hemos sido, somos o
esperamos ser felices. ¿Qué quiere decir entonces felicidad, dejando de lado
las condiciones, los requisitos o el ideal de lo que debería ser?" (p.
128).
Aproximación
al concepto de felicidad. La vida tiene una pluralidad de dimensiones y, a la
vez, es una operación unitaria: "la felicidad afecta a la vida misma, no a
sus contenidos particulares" (p. 34). La "felicidad es aquello a lo
que se dice sí, aquello que sentimos como nuestra inexorable realidad. Cuando
en algo nos reconocemos, cuando nos decimos: “sí, esto es”, somos felices,
aunque lo pasemos mal, aunque la situación sea difícil y penosa. Si esto falta,
no hay felicidad; si en condiciones objetivamente favorables, no nos sentimos
identificados con aquello que estamos siendo, no somos justamente aquello que
estamos haciendo, que estamos viviendo, no podemos decir que somos
felices" (p. 35).
La
razón formal de la felicidad. La felicidad consiste formalmente en la
realización de la pretensión (cfr. p. 31). La felicidad de cada persona está
relacionada con lo qué se le pide a la vida (p. 48). Es significativo de la
calidad de vida personal el nivel, el tipo y la calidad de esa pretensión (cfr.
p. 49). Cuando lo que se pretende es poco, y se llega, entonces se produce el
desengaño (cfr. p. 51). La vida es expectativa; por eso, la felicidad tiene que
ver con el atrevimiento: quien se atreve a esperar cosas grandes, persigue una
felicidad mayor; por eso, entre los obstáculos para la felicidad están el temor
y la falta de imaginación (cfr. pp. 58-59). Parte de la felicidad está en
esperar que pueda suceder algo distinto, nuevo, mejor: lo inesperado. La persona
que tiene todo programado, y no espera en nada distinto porque no entra en sus
previsiones, se corta el camino de la felicidad. La excesiva pretensión de
seguridad no favorece la vida feliz (cfr. pp. 62-63).
La
felicidad es el “imposible necesario”, le pertenece inexorablemente al hombre
como necesidad o pretensión; como realidad es, en cambio, problemática (cfr. p.
38). La persona tiene necesidad de ser feliz y, a la vez es inevitable el
descontento. El hombre consiste en intentar ser lo que no se puede ser.
"Hay una contradicción interna en la misma condición del hombre: se mueve
en el elemento del contento, y le pertenece inevitablemente el
descontento" (p. 25). Nadie es plenamente feliz porque de las trayectorias
posibles sólo se puede realizar una que excluye otras; y esto aun cuando la
seguida haya sido la acertada (cfr. p. 29).
La
felicidad es siempre prospectiva: afecta al futuro: nadie es feliz si teme que
mañana le sucederá algo negativo; y puede serlo aunque hoy está sufriendo, si
está seguro del mañana feliz (cfr. pp. 30-31)
La
felicidad es asunto personal: es feliz o no cada persona (cfr. p. 64); "la
persona es un tipo de realidad
enteramente distinto de las cosas, y por eso le pertenece una forma de
perfección dispar, que es precisamente la felicidad" (p. 124).
II.
Segunda unidad (cap. V-XI): tiene carácter histórico.
El
cap. V trata de dos versiones griegas de la felicidad: la eudaimonía
aristotélica y la makaría platónica. El VI estudia los cambios en el modo de
entender la felicidad en los filósofos griegos posteriores a Platón; se dedica
particular atención a los estoicos. Muy interesante el estudio sobre la
ataraxia (el dominio de sí) y sus varios sentidos. El VII se dedica al mundo
romano: etimología de los términos Felicitas y Beatitudo; diferentes connotaciones
de la areté griega y la virtus romana (cfr. p. 95).Tanto en la concepción
griega como en la romana faltan dos conceptos capitales: el de proyecto y el de
amor (cfr. p. 102).
En
el capítulo IX recoge y comenta textos de Descartes, Pascal, Leibniz y Fichte
sobre la felicidad, con comentarios acertados, que sitúan en la obra y en el
espíritu del tiempo de cada autor. Para el capítulo X —Amor y felicidad en la
mística cristiana— selecciona cuatro místicos: Ruysbroeck, Angelus Silesius,
San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.
El
capítulo XI describe el itinerario que conduce al utilitarismo. Empieza con
Francis Bacon, sigue con Locke, y culmina con John Stuart Mill. En él se va
delineando un concepto de felicidad que la identifica con el placer y la ve en
términos cuantitativos; la felicidad no se entiende ya como algo personal, sino
como un conjunto de condiciones que permiten a muchos —cuantos más mejor— ser
felices. Esta concepción significa un empobrecimiento. Constata que está influyendo
mucho y negativamente en nuestra cultura.
El
capítulo VIII considera la bienaventuranza como promesa cristiana de la
felicidad.
III.
Tercera unidad: se agruparían los capítulos que constituyen el núcleo central
del libro: XIII, XIV, XVI, XIX a XXII y el XII, que sirven de transición entre
la segunda y tercera parte.
En
estos capítulos se estudia la felicidad a la luz de los conceptos
antropológicos del Autor: instalación vectorial, proyectos, etapas proyectivas,
trayectorias, mismidad y vida biográfica, principalmente. Se anotan a
continuación las tesis que parecen constituir el contenido nuclear del libro.
La
vida biográfica se compone de etapas proyectivas, que pueden llamarse
“emplazamientos” (cfr. p. 176). Ahora bien, la "vida total tiene un
desenlace, y esto le da unidad y significación. Y la felicidad tiene su
cumplimiento en el conjunto, en la totalidad. Una vida feliz es aquella que en
su unidad proyectiva puede llamarse así" (p. 179).
La
vida es una operación unitaria y, a la vez, pluridimensional: hay varias
instalaciones que, a su vez, son proyectivas y que constituyen una forma
peculiar de sistema (cfr. pp. 209-211). La felicidad es una instalación que
radica en el núcleo más profundo de la vida personal (cfr. p. 245).
La
instalación no es un estado, sino que es vectorial: desde cada instalación se
inician vectores que dan lugar a proyectos y trayectorias no todas de la misma
profundidad e intensidad vital. "Hay innumerables proyectos, simultáneos o
sucesivos, pero hay un proyecto último, global, a través de todas las
trayectorias. Es el que coincide con el quien que cada uno es y que tiene
siempre carácter proyectivo" (p. 274). La felicidad afecta precisamente al
cumplimiento de los propios proyectos vitales que vertebran el acontecer de la
vida. La vida, antes de ser vivida y luego en cada tramo de ella, está bien o
mal planteada en cuanto a la felicidad (cfr. p. 257). Un requisito de la
felicidad es estar satisfecho de la propia condición, de lo que uno es, mucho
más que de la situación, es decir, cómo le va a uno (cfr. p. 301). La condición
de mujer o de varón pertenecen a este tipo de instalaciones; también la
corpórea, la lingüística, la de edad. Son fuentes de felicidad cuando se está
instalado en ellas y raíz de infelicidad cuando no se asumen (cfr. p. 297).
Los
proyectos y trayectorias están en relación con la mismidad de la vida, que es
el Proyecto por excelencia. Al hablar de la mismidad de la vida el Autor se
refiere no sólo a su unidad, sino sobre todo "a esa dimensión suya a la
que nos sentimos más próximos, en la cual nos sentimos mejor expresados, desde
la cual nos decimos más profunda y radicalmente. Y esto es propio y peculiar de
cada persona, lo que más auténticamente la constituye" (p. 269).
—"Vamos
descubriendo quiénes somos a medida que hacemos o nos pasan cosas a las que
decimos que sí desde el fondo de nuestra persona y no desde la conveniencia o
la estimación objetiva vigente o el mero gusto. Cuando ese “sí” lo decimos
desde nuestro fondo último, ese es el signo de la autenticidad. Pero todavía
hace falta otra condición, y es que a ese fondo le digamos simultáneamente sí,
que él mismo sea auténtico" (p. 276).
Lo
"que brota del proyecto fundamental, del quién que se pretende ser, por
concreto y particular que sea, aunque pueda parecer mínimo, se mueve en el
ámbito de la felicidad y la afecta, la hace posible o imposible, la logra
aunque sea fragmentariamente, o la destruye e invalida" ( p. 214).
—La
referencia a la vida misma es uno de los caracteres esenciales de la felicidad,
por el cual se distingue de otras realidades que algo tienen que ver con ella,
como es el placer. Pero esto no quiere decir que haga relación a la vida
íntegra: se puede ser feliz en medio de sinsabores y penas; lo mismo que se
pueden tener certezas parciales y estar en una incertidumbre radical (cfr.p.
213).
"La
felicidad afecta a esa operación unitaria que llamamos vivir, y por eso le
pertenecen los caracteres o atributos de la vida misma". Por eso, para
entender la felicidad es preciso considerar que la vida humana es
intrínsecamente pluripersonal y que los atributos de la persona son, a su vez
tranpersonales: siempre hacen una referencia necesaria a otra persona. La vida
personal se realiza en la convivencia (cfr. pp. 281-282). "La apetencia de
ser amado es esencial a la felicidad; cuando alguien nos quiere nuestra vida se
dilata, se abre literalmente a la posibilidad de ser feliz" (p. 293).
"La persona que da más felicidad es aquella a quien podemos amar; es la
que permite la realización de la auténtica vocación personal: al elegirla nos
elegimos en nuestra mismidad" (p. 294).
—La
felicidad es la vida misma cuando alcanza su plenitud (cfr. p. 245).
IV.
Cuarta unidad: capítulos que completan y perfilan las cuestiones centrales, al
tratarlas desde algunas perspectivas particulares (XV, XVII y XVIII, XXIII y
XXIV, XXX).
El
capítulo XV trata de las ocupaciones felicitarias y su historia. Serían cuatro:
caza, danza, carrera y tertulia (cfr. pp. 196-197). El XVII se dedica a la
felicidad media en una sociedad. La felicidad es asunto personal; sin embargo,
tiene también sus ingredientes sociales: la vida feliz no es idéntica en las
distintas culturas (cfr. p. 219). La estructura de la sociedad en que vive cada
uno puede facilitar o dificultar su pretensión de felicidad y modaliza también
la pretensión de felicidad de cada uno; hay sociedades en que es muy alta, en
otras más baja (cfr. pp. 221-230). En el capítulo XVIII se analiza la
expectativa de felicidad en nuestro tiempo.
Los
capítulos XXIII y XXIV se dedican respectivamente a la felicidad en la forma de
vida masculina y a la felicidad de la mujer. La condición masculina y femenina
están moduladas por la situación histórica; pero eso no quiere decir que no
haya en ellas algo de permanente: eso es lo que se modaliza social e
históricamente (cfr. p. 307). No hay personas neutras, sino varones o mujeres.
Como la felicidad es personal, la condición femenina o masculina afecta a la
felicidad (cfr. pp. 295-296). La pretensión de neutralidad impide la
instalación en la propia condición sexuada y es, por eso, fuente de infelicidad
(cfr. p. 297). Obstruye también otra fuente de felicidad: la “novedad” que el
hombre supone para la mujer y viceversa (cfr. p. 305).
Lo
masculino y lo femenino son correlativos; si la mujer espera algo del varón,
cumplirlo es fuente de felicidad para el varón. Así explica que aun no siendo
fuerte, seguro decidido, esforzarse por serlo es para el varón fuente
particular de felicidad (cfr. pp. 299-300). La felicidad de la mujer depende en
más alta medida que en el hombre de “lo que es”; en el hombre, “lo que le
pasa”, tiene una mayor relevancia que en la mujer. La mujer necesita de modo
particular estar contenta de sí misma. Cuando se compara con las demás se
compara ella, más que lo que gana o lo que hace o lo que tiene (cosa que
influye más en el varón) (cfr. pp. 310-312). Quizá por eso, tiene una
particular propensión a ocultar su descontento. Y no sólo ante los demás:
también ante sí misma. Hay que poner mucha atención a su expresión, a sus
gestos para ver si está contenta o no; tiende a aparentar que lo está (cfr. pp.
308-309).
A
lo largo de la historia, la mujer ha sido sometida a coacciones sociales que
han disminuido su felicidad. Muchas veces han estado obligadas a hacer lo que
no deseaban. Actualmente pueden sufrir una presión social que les impida algo
que pueden desear muy profundamente: ocuparse de su familia y de su casa (cfr.
pp. 313-314). La generosidad es fuente de felicidad para hombres y mujeres;
pero —según el Autor— de una manera especial para la mujer. Lo atribuye a la
maternidad, que causa innumerables sinsabores, pero es a la vez y sobre todo
fuente de felicidad (cfr. pp. 312-313).
El
último capítulo de este grupo sería el que cierra el libro (XXX): Ilusión y
felicidad. En él examina la relación en que se encuentran felicidad e ilusión,
entendida en el sentido positivo que esta palabra tiene en español (cfr. p.
374). La realidad humana expresada en el término “ilusión” está ligada a la
condición futuriza del hombre, porque consiste en anticipación y proyección. A
la vez, el cumplimiento de la ilusión no la hace desvanecerse: es una
instalación; por eso se puede expresar con el verbo “estar” (cfr. p. 376). La
forma más intensa de ilusión es la que se refiere a las personas (cfr. ibidem).
Los atributos de la vida humana coinciden con los de la felicidad y con los de
la ilusión. Por eso, fomentar la ilusión es hacer una aportación concreta a que
la gente tenga una vida feliz (cfr. pp. 377-381).
V.
Quinta unidad: incluiría los capítulos que hacen referencia a la muerte (XXV a
XXIX).
El
estudio de la muerte y de la vida que le seguiría —la vida perdurable—
completan el estudio de la vida feliz. Las principales cuestiones tratadas son
las siguientes:
La
felicidad postula la existencia de una vida después de la muerte. De las
consideraciones precedentes sobre la vida feliz, infiere que tiene que haber
una vida perdurable después de la muerte, porque de lo contrario la felicidad
tendría un elemento intrínseco de falsedad (cfr. p. 324). La vida humana, como
estructura empírica, es una estructura cerrada: desemboca inexorablemente en la
muerte; como vida biográfica no: "es una estructura abierta que postula la
inmortalidad" (p. 322). La condición de que haya verdadera felicidad es
que haya vida perdurable (cfr. p. 373). Señala también que no se puede tener
seguridad de la aniquilación (cfr. p. 325).
Del
grado y tipo de la esperanza en la perduración depende el sentido de la
felicidad. La esperanza que se puede tener en la inmortalidad no está exenta de
inseguridad (cfr. p. 326). Razón: la estructura empírica de la vida será
distinta, porque la actual, con la muerte, se va a destruir. Como esa nueva
experiencia ahora no la puedo tener, hay incertidumbre. Salvo por la fe, no podemos
tener plena certeza de la inmortalidad (ibidem); pero aun en el caso de la fe
viva, siempre habrá incertidumbre "respecto a sus formas y su
contenido" (p. 346).
En
los capítulos precedentes afirmó que el amor es parte esencial de la felicidad
(cfr. capítulo XXII, pp. 293-294). Y al amor pertenece intrínsecamente el
carácter interminable. De aquí deduce también que la vida feliz ha de
continuarse después de la muerte. "Esta pretensión de eternidad, de
vinculación entera de la persona, con todo su pasado y un futuro ilimitado,
interminable, es el carácter interno del amor" (p. 349). El amor exige no
tanto que yo siga existiendo, como que sigan existiendo las personas que quiero
(cfr. pp. 343-344). La necesidad de pervivencia no se extiende sólo a uno mismo
sino que alcanza a todas las personas amadas. "Por supuesto, esto se
extiende a Dios en cuanto personal, por una parte, y amado, por otra; si se
prescinde de esto, toda esperanza ultraterrena pierde su sentido" (p. 352).
La
realidad de la muerte —y su consideración— tiene también una función positiva
para la felicidad: refuerza el valor de cada día, de cada instante: impulsa a
vivirlos con intensidad. Facilita también distinguir entre lo que importa por
sí mismo y lo que importa sólo como medio (cfr. pp. 326-327). Ayuda a ver una
verdad esencial para la felicidad: la primacía de las personas como tales sobre
toda cosa (cfr. p. 328). La esperanza de inmortalidad, aunque tenga un
coeficiente de inseguridad, refuerza la felicidad en dos sentidos: facilita
elegir lo que vale para siempre; ayuda a ver esta vida en conexión con la otra
(cfr. pp. 328-329).
La
felicidad es inseparable del sentido de la vida. "El sentido de la vida no
se identifica con la felicidad, pero es condición de ella". Esto es así
porque la vida humana tiene necesidad de ser transparente a sí misma, de
superar su elemento de opacidad. No es que todos tengan necesidad de hacer una
“teoría” sobre la vida, pero todos necesitamos tener una interpretación de la
vida para poder proyectarla, cosa que es ineludible para el vivir mismo (cfr.
pp. 332-334).
Esta
interpretación normalmente no es “original”, sino que se la toma del sistema de
creencias de la sociedad en que cada uno vive: "hay un esquema de
proyección que está dado y el individuo lo va llenando a lo largo de su vida
con un contenido concreto, como se van dando valores numéricos a las variables
de una expresión algebraica (p. 333). Se parte de una vida con sentido.
Hay
que distinguir entre el sentido de la vida que nos viene dado por las vigencias
sociales, y el que cada persona le da realmente: lo que de verdad le importa
(cfr. pp. 335-337). Hay una pregunta que todos deberíamos hacernos: "qué
me importa de verdad"; este es el camino para la pregunta por el sentido
de la vida: qué necesito para ser feliz, qué voy a necesitar para siempre (cfr.
p. 338).
Pero
el sentido se puede romper. Esto acaece cuando sobreviene un suceso que viene a
destruir lo que se consideraba el sentido de la vida. Entonces la persona se
pregunta cuál es realmente. Cuando no se tiene respuesta, caben dos
posibilidades: la atomización de la vida en placeres y actividades, con lo que
se introduce una falsificación; o reconocer la falta de sentido, que puede
llevar a la desesperación (cfr. p. 334).
Conexión
entre la vida presente y la vida después de la muerte. Puesto que la vida
personal será esencialmente la misma antes y después de la muerte —es siempre
mi vida, la de cada uno, que es precisamente a quien quiere Dios—, tiene que
haber una conexión intrínseca entre la felicidad aquí y la que se tendrá
después de la muerte. La otra vida hay que entenderla "desde ésta, como su
cumplimiento o plenitud".
Lo
que hay de permanente en la vida biográfica —lo que hay en ella de constitutivo
e irrenunciable—, eso persistirá en la vida después de la muerte. Lo que no
pervivirá son las cosas (el cuerpo se recobrará después de la resurrección), lo
accesorio, lo inauténtico (cfr. p. 357).
VI.
Otros contenidos
A
lo largo del libro se hacen observaciones y consideraciones muy acertadas sobre
distintos aspectos de la vida humana que de algún modo hacen relación a la
felicidad. Para dar un carácter más sistemático a estas notas ha parecido
preferible no incluirlos en la exposición de las cinco unidades sino al final.
Serían los que se anotan a continuación:
—La
infelicidad: no es una carencia sino una privación; indica que necesitamos ser
felices, porque nos es propio (cfr. p. 219-221).
—Las
dificultades no hacen imposible la felicidad; es más, pueden ser incentivos que
la facilitan, en cuanto que solicitan el esfuerzo (cfr. p. 238). Confróntese
también el capítulo siguiente, p. 302.
—Temporalidad
de la vida humana; su carácter irrevocable; su carácter sistémico (cfr. pp.
26-28).
—“Lo
natural” y lo “cultural”: análisis agudo del sinsentido de pretender aislarlos
en el hombre (cfr. pp. 23-24).
—El
aburrimiento (cfr. pp. 35-36).
—El
descontento. Distingue dos tipos: descontento creador: es el localizado,
referido a una situación efectivamente mejorable, y no a la condición. El
estéril, que se refiere a la condición o a una situación que no es realmente
superable; tiende a convertirse en pasivo malestar; en su grado máximo es la
infelicidad (cfr. pp. 42-43).
—La
cotidianidad y su relación con la felicidad: "la cotidianidad profunda es
la forma más probable de la felicidad. Y esto se puede comprometer en muchos
sentidos: por superficialidad, por pobreza de esa cotidianidad, por alteración
o cambio frecuente, que impide la consistencia y la permanencia" (p. 47).
—La
fidelidad consiste sobre todo en sobre todo en fidelidad al futuro, al proyecto
originario que nos constituye (p. 280).
B)
VALORACIÓN
Este
libro constituye una aportación muy significativa al estudio antropológico de
la felicidad. El método empleado permite poner de manifiesto facetas de la vida
feliz y de su opuesto —el descontento, la infelicidad— que hasta ahora no
habían sido objeto de un tratamiento sistemático. Hay, sin embargo, algunos
puntos —pocos— que resultan menos claros y otros que parecen pedir ulteriores
precisiones. Se señalan a continuación.
a)
Es el caso de la afirmación que sirve de título al capítulo II: “El imposible
necesario”. Queda patente que la felicidad plena no es posible en esta vida, aunque
el impulso a conseguirla esté radicado en lo más profundo del ser personal; sin
embargo, no parece que haya fundamento para afirmar que suponga "una
contradicción interna en el mismo ser del hombre (p. 25).
b)
En varias ocasiones se hace referencia a la infelicidad; cuando se afrontan sus
causas, se destaca como la principal, la imposibilidad de realizar todas las
buenas trayectorias posibles (cfr. p. 29 y p. 367). Se hace referencia a otra
causa importante de infelicidad: asumir un proyecto falso, contrario a la
verdad de la persona (cfr. p. 276); pero apenas se desarrolla. Tampoco se habla
del elemento de inseguridad, de amenaza para la felicidad que procede de la
posibilidad —siempre presente en esta vida— de actuar, de ser, de un modo que
me imposibilite la felicidad después de la muerte; un riesgo que hace que la
felicidad no pueda ser aquí completa.
c)
Como es lógico por el tema que se trata, se tocan muchas cuestiones que tienen
una dimensión ética. Es verdad que el planteamiento del estudio es antropológico,
pero en algunos casos se echa de menos un tratamiento más explícito y extenso
de estas cuestiones. Así, al tratar de la pregunta sobre el sentido de la vida,
no se habla directamente de la verdad o falsedad de la respuesta, sino de mayor
o menor claridad; sí se indica que las falsas nociones son un obstáculo para la
felicidad. Entre ellas, la más difundida hoy sería la interpretación
materialista de la vida humana (p. 339).
d)
En los capítulos donde se estudia la felicidad desde la perspectiva de la
muerte, se llega a conclusiones de mucho interés. Sin embargo, algunas
afirmaciones resultan menos claras o incluso no totalmente coherentes entre sí.
Se argumenta que la felicidad postula una vida después de la muerte, pero se
pone en duda que, sin la fe, pueda llegarse a una certeza de su realidad. A no
ser que se tenga "una fe viva —y tampoco le es ajena la inquietud, la
zozobra—, la incertidumbre afecta inevitablemente a la esperanza de otra
vida" (p. 326). Razón: la estructura empírica de la vida será distinta,
porque la actual, con la muerte, se va a destruir. Como esa nueva experiencia
ahora no la puedo tener, hay incertidumbre. Salvo por la fe, no podemos tener
plena certeza de la inmortalidad (p. 326). No se considera que se puede tener
una evidencia mediata, alcanzada por deducción, de la inmortalidad del alma
separada —no se habla en ningún momento del alma—. Es verdad que esta certeza
es diferente de la que procede de una experiencia inmediata; pero no deja de
ser certeza racional. Es verdad también que la fe no es evidencia; pero la
certeza de la fe puede ser incluso superior a la certeza de la evidencia
humana. Deja abierta la posibilidad de que la otra vida sea un engaño; pero, si
fuera así "no nos enteraríamos" (p. 329).
Los
capítulos de la parte histórica son excelentes. El estilo llano del Autor no
resta calidad a su exposición, que denota un conocimiento directo y profundo de
los autores que trata. Destacan el estudio de Aristóteles y el de J. S. Mill.
Particularmente lúcida la exposición de la trayectoria que termina en la
versión utilitarista de la felicidad.
En
el capítulo dedicado a las bienaventuranzas (VIII) se pueden distinguir tres
aspectos. En primer lugar la lectura directa que hace el Autor de los textos
evangélicos, con la que llega a conclusiones muy significativas sobre la
esencia de la felicidad: su carácter personal, su vinculación con lo que es más
propio del hombre, la continuidad entre la felicidad antes y después de la
muerte (cfr. pp. 105-111). Al hilo de estas consideraciones, enjuicia la
reflexión teológica sobre las bienaventuranzas, que no le parece que haya sido
especialmente iluminante (cfr. pp. 106-107); quizá atribuye demasiado peso al
influjo de la filosofía griega en la religión y en la teología cristiana (cfr.
p. 103). Avanza también una apreciación de lo que suelen entender las personas
sobre la felicidad temporal y la eterna.
Una
persona que conoce y vive el espíritu de la Obra es lógico que relacione el
contenido de este libro con las enseñanzas de nuestro Fundador. A su luz,
muchas de las consideraciones del Autor cobran más fuerza y profundidad;
contribuyen también a que se aprecie todavía más la extraordinaria profundidad,
también humana, de las enseñanzas del Beato Josemaría. Es el caso, por ejemplo,
de las observaciones que se hacen sobre la vida cotidiana, fuente de novedad,
que excluye toda monotonía, para la persona que es verdaderamente feliz; o lo
que se afirma sobre ilusión y felicidad, o sobre el valor de las
contrariedades.
En
algunas ocasiones, el Autor pone en contraste alguna de sus tesis con lo que
considera la postura corriente entre los cristianos. Parece que, efectivamente,
esa era —y quizá sea todavía hoy— la tónica dominante en algunos países. Pero
también es verdad que esos enfoques del Autor coinciden —están en perfecta
coherencia, no en contraste— con las enseñanzas de nuestro Padre desde 1928,
que viven hoy tantos millares de cristianos corrientes.
Así
en el capítulo dedicado a las bienaventuranzas, señala que con frecuencia se
presenta la felicidad eterna como ligada a unas condiciones que serían como
externas a ella, y no como esencialmente conectadas con la verdadera felicidad
también terrena: "ha predominado la idea de que para conseguir la
beatitud, la bienaventuranza, la salvación, hace falta cumplir ciertas
condiciones, fundamentalmente morir en estado de gracia, no en pecado mortal.
No es que esto no sea cierto, sino que elimina toda conexión entre nuestra vida
aquí y esa vida sobrenatural prometida" (p. 110). Puede ser que haya
predominado; pero no es desde luego lo que nos enseñó nuestro Padre, que nos
hizo ver siempre nuestra vida cristiana aquí en perfecta continuidad con lo que
nos espera en el cielo; y nos enseñaba a entender que sólo serían felices en el
cielo los que lo hubieran sido de verdad, con felicidad auténtica, aquí en la
tierra. Vuelve a referirse a este tema en el capítulo XXVIII (cfr. pp.
355-358). El Autor no hace tampoco referencia a la enseñanza de Santo Tomás
sobre la identidad esencial entre la vida de la gracia y la vida de la gloria
(cfr. Summa Theologiae II-II, q. 24, a. 3 ad 2).
F.R.Q. (1998)
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