MACHIAVELLI, Niccolò

El Príncipe

 

SUMARIO

Introducción

I: Síntesis y comentario de El Príncipe.

 - La forma del principado (cc. I - XI) A. Resumen B. Algunas observaciones

 - E1 ejército (cc. XII - XIV) A. Resumen B. Algunas observaciones

 - Las cualidades del príncipe (cc. XV - XXIII) A. Resumen B. Algunas observaciones

 - Discurso final (cc. XXIV - XXVI) A. Resumen B. Algunas observaciones

II: Maquiavelo en la historia del pensamiento político III: La antropología de Maquiavelo

INTRODUCCIÓN

El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, es una obra fundamental en la historia del pensamiento político, que ocupa un espacio entre dos épocas. Una mirada a la historia del pensamiento político revela cuán poco debe Maquiavelo al pasado; de hecho es un escritor que abre un nuevo campo.

Sin embargo, el resultado que alcanza, lo logra adoptando una antropología reduccionista Desestima el examen del deber ser, y considera sólo la realidad efectiva, renunciando a toda posibilidad de perfeccionamiento del hombre.

Aunque podría decirse que Maquiavelo escribe más como sociólogo que como filósofo, de hecho, su obra, por la ausencia de toda consideración ética, por la errónea concepción de la función de la autoridad, etc., ha favorecido la expropiación de los derechos soberanos de la persona humana en favor del Estado y del poder absoluto que, en El Príncipe, no responde frente a nadie y sólo tiene un fin: perpetuarse en el poder.

I. SÍNTESIS Y COMENTARIO DE EL PRÍNCIPE

El Príncipe fue escrito entre junio y diciembre de 1513, cuando el autor, apartado de la política activa - la razón de su vida - , se encontraba confinado en su villa de Sancasciano. Escribir fue para Maquiavelo un modo de realizar política activa con otros medios.

Por aquella época estaba ocupado con los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, su obra más importante. La abandonó durante algunos meses para trabajar en la redacción de El Príncipe, con vistas a una posible reincorporación a la política activa, como consejero de Lorenzo de Medici (el joven).

Las esperanzas de Maquiavelo no se realizaron, pero permaneció el áspero y enigmático Príncipe, objeto de discusiones interminables.

El Príncipe es un fruto maduro del Renacimiento italiano. El resto de Europa, en aquel momento, era incapaz de intuir las consecuencias de los principios de Maquiavelo, pues la época de Carlos V vivía aún de los valores del medioevo.

En aquella época, los Estados italianos habían descubierto las técnicas comerciales y financieras modernas, pero contaban con unas dimensiones territoriales inadecuadas para explotar los beneficios de su poderío. De aquí surge la utopía maquiavelista: reunificar Italia, para disponer finalmente de un territorio y de una población, en grado de hacer frente a las grandes unidades nacionales como España, Francia e Inglaterra.

La utopía de Maquiavelo se revela, por ejemplo, en la cuestión militar Su crítica contra el empleo de tropas mercenarias no tiene presente que la prosperidad económica italiana del siglo XV se debe en buena parte al hecho de que el capital se empleaba en producir riqueza a través del comercio, en lugar de dilapidarlo manteniendo un ejército.

Estructura de El Príncipe

El breve tratado se puede dividir en cuatro partes:

cc. I - XI Se examinan las formas posibles de Estado: principados hereditarios, principados mixtos, principados nuevos y principados eclesiásticos, es decir, el Estado de la Iglesia.

cc. XII - XIV Se afrontan los problemas del ejército: ejército propio, mercenario, auxiliar y mixto.

cc. XV - XXIII Se examinan las dotes que debe poseer el Príncipe para que su acción política tenga éxito.

cc. XXIV - XXVI Contienen las vibrantes amonestaciones para no perder la última ocasión en defensa de la independencia italiana. En parte, Maquiavelo pretende así justificar la crudeza, a veces inhumana, de sus afirmaciones.

La forma del principado (cc. I - XI)

A. Resumen

Cap. I: Los Estados tienen un gobierno republicano o monárquico. Maquiavelo no habla de las Repúblicas, sino sólo de los Principados Estos son: hereditarios o de nueva formación. Los principados de nueva formación son o totalmente nuevos: caso del Ducado de Milán al conquistarlo Francisco Sforza; o consecuencia de una unión a un Estado hereditario que ensancha así su propio dominio, como es el caso del Reino de Nápoles, conquistado por el Rey de España Los nuevos dominios o eran libres o ya estaban sometidos a un régimen similar al nuevo, pero menos eficiente. Dicha conquista se ha realizado: recurriendo a ejércitos mercenarios, o bien, con el ejército propio. Su modo de conquista puede atribuirse a la fortuna, o a un plan bien programado (virtud).

Cap. Il: Lógicamente, los principados hereditarios presentan menos dificultades de gobierno que los de nueva formación, en los cuales pueden persistir focos de resistencia no dominados. En los primeros, los hereditarios, basta con no alejarse de una tradición de gobierno, que en el pasado haya dado buenos resultados.

Cap. III: Las dificultades surgen en los principados mixtos: resultantes de la unión de una nueva provincia a un antiguo núcleo estatal. Maquiavelo desarrolla, por tanto, una casuística compuesta de ejemplos históricos, y sugiere al “Príncipe” el comportamiento más ventajoso para cada situación

Cap. IV: Maquiavelo explica por qué el reino de Darío III, conquistado por Alejandro Magno no se rebeló tras su prematura muerte. La razón estriba en que el poder en los Estados monárquicos o es absoluto o es constitucional. Ejemplo de ambos son el Imperio turco y la monarquía francesa.

El Imperio turco está regido por una sola persona, y quien intentase derrocarle, encontrará muchas dificultades, pero una vez que el ataque fuese eficaz, el vencedor puede situar en los puestos claves a sus funcionarios y todo el Estado le estará subordinado. El reino de Francia, al contrario, tiene el poder descentralizado, por lo cual será fácil entrar en él haciendo palanca sobre cualquier descontento, pero el invasor encontrará después un millar de centros autónomos de resistencia. El reino de Darío era como el Turco, “pero los Estados ordenados, como el francés, resultan imposibles de poseer con tanta tranquilidad...”.

Cap. V: En caso de querer conquistar principados acostumbrados a vivir según su ley y en libertad, es necesario o destruirlos, o irse a vivir fuera, o bien obligarles a tributar confiando el gobierno a un oligarca local. El modo más seguro de poseerlos es mediante la destrucción, como hicieron los romanos con Cartagena y Numancia.

Cap. VI: Los ejemplos más famosos de habilidad política (virtud) que han permitido la conquista del poder, los ofrecen: Moisés, Ciro, Rómulo y Teseo. De Moisés no habla porque fue el ejecutor de un plan divino, y por tanto no se debe oponer la propia virtud a la fortuna. Los otros tres tuvieron éxito porque se basaron en sus propias fuerzas: sus fieles soldados. No es posible intentar obtener el poder si se está desarmado. Jerónimo Savonarola cayó precisamente en este error.

Cap. VII: En este capítulo Maquiavelo afronta el argumento central, afirmando que el Príncipe una vez constituido como tal, con la fuerza de las armas y de la fortuna, difícilmente comparte el poder con otros. Cita dos ejemplos tomados de la historia de su tiempo: Francesco Sforza y César Borgia. El primero llega a duque de Milán después de un proyecto largamente meditado, gracias a una mezcla de medios, habilidad personal y valor. Como resultado mantuvo el poder. César Borgia alcanza el poder como consecuencia de un habilísimo juego de circunstancias afortunadas (fortuna); sabe emplear los medios para reforzarse en el dominio, pero la imprevista muerte de Alejandro VI precipita su ejecución. Para explicar el diferente resultado de los dos ejemplos, Maquiavelo recurre a un parangón. Si se levanta un edificio, ha de hacerse una buena cimentación, y después construir sobre piedra firme y, así, el edificio aguanta. Pero si se ha construido sobre una cimentación débil, el arquitecto tendrá que reforzar la base, corriendo riesgos y otros peligros. Nadie mejor que César Borgia ha trabajado con el fin de reforzarse en el poder haciendo matar a los que podían disputárselo: el desenlace final se debe atribuir a una “extrema mala suerte” que, más adelante, sin embargo, será calificada de “culpable”.

Cap. VIII: Existen otros dos modos de alcanzar el poder: la perversidad y el favor popular. En este capítulo vienen ejemplificados dos casos de conquista del poder por la fuerza. El primero, más antiguo, es el de Agatocle, que gozó durante mucho tiempo del fruto de su empresa; el segundo es el caso reciente de Oliverotto da Fermo que sólo retuvo el poder conquistado durante un año. El éxito del primero y el fracaso del segundo son debidos a que la crueldad se puede usar bien o mal. Se utiliza bien cuando se emplea por necesidad; mal cuando es destemplada en el tiempo y con tendencia a crecer.

Cap. IX: Se examina ahora el lance de un príncipe hecho tal por el favor popular. En este caso, el mérito no se puede adscribir totalmente a la virtud, o totalmente a la fortuna, sino a una astucia afortunada. El favor puede venir del pueblo o de los potentados. En toda ciudad, el pueblo no quiere ser gobernado y ofendido por los potentados; y los potentados desean mandar y oprimir al pueblo. Del conflicto entre las partes nace bien el principado, bien la libertad, bien la anarquía. El principado surge cuando los potentados no arriesgan en su intento y, entonces, escogen a uno de ellos para alcanzar el poder. Sin embargo, su dominio resulta condicionado por el favor popular y por las pretensiones de los grandes. O bien es el pueblo que, no pudiendo defenderse de los grandes, elige a uno de ellos. El peligro mayor brota cuando se es abandonado por el favor popular.

Si los grandes se asocian al príncipe, se les honra. Si no se agrupan junto al príncipe por ambición de poder, se les neutraliza.

Si el príncipe llega por favor popular al poder, necesita poner todo de su parte para no oprimir al pueblo. Si el príncipe alcanza el poder gracias a los grandes, necesita ganarse cuanto antes el apoyo popular.

Cap. X: En este capítulo, Maquiavelo indica la necesidad que el Príncipe tiene de hacer un exacto cómputo de sus fuerzas militares, o sea, si tiene fuerzas para afrontar una batalla campal o si debe resguardarse en una fortaleza. Del segundo caso se puede sólo decir que el príncipe debe armar considerablemente la fortaleza y, en caso de guerra, abandonar el resto de su territorio. Si está bien fortificado infundirá siempre respeto a sus enemigos.

Las ciudades libres alemanas no temen a las grandes potencias. Están tan bien fortificadas que su asalto resulta siempre largo y costoso: tienen fosa, muros, artillería, reserva de víveres y materias primas para trabajar, aun en caso de asedio. Por eso, un príncipe que tenga una plaza fuerte y no se haga odiar, puede resistir.

Cap. XI: En este punto se afronta el examen de los principados eclesiásticos, es decir, del Estado de la Iglesia. Maquiavelo observa que antes del asentamiento de los franceses en Italia, había 5 potencias: el Papa, Venecia, Milán, el Rey de Nápoles y Florencia. La política italiana seguía dos directrices: que ningún ejército extranjero viniera a Italia y que ninguno de los Estados italianos se extendiese. Las potencias que había que vigilar eran el Estado de la Iglesia y Venecia. Para neutralizar a los Venecianos bastaba aliar a los otros estados; para controlar al Papa bastaba alimentar a las facciones opuestas que tenían por jefes respectivamente a las familias de los Orsini y de los Colonna. También en el caso de un Papa enérgico, como Sixto IV, era suficiente con esperar un poco de tiempo para que envejeciera. Pero vino Alejandro VI que demostró cuánto puede hacer una personalidad fuerte que posea dinero y soldados, operando por medio del Duque Valentín (César Borgia). Era intención del Papa hacer grande al duque y no a la Iglesia, pero después de la muerte de ambos, todo fue para la Iglesia. Por eso Julio II, encontrando libre el campo de los Orsini y Colonna, pudo tener la Romagna, acumulando también una potencia económica como nunca había existido. León X ha encontrado, por lo tanto, un Estado floreciente y con sus grandes dotes sabrá mantenerlo estable.

B. Algunas observaciones

1. Maquiavelo se apropia de una nomenclatura ya presente en el pensamiento humanístico de Petrarca y León Battista Alberti. Pero de él arrancan más específicamente: virtud, que adquiere el significado de acción racionalizada y planificada en vista de un fin; y fortuna en el sentido de que existe siempre un margen no predecible de los acontecimientos futuros, que, sin embargo, la habilidad del príncipe debe saber dirigir a su favor. La estadística no prevé qué suceso se realizará, sino mide la frecuencia de ciertos sucesos y con ello ofrece un fundamento científico a las decisiones políticas.

2. Maquiavelo es un decidido defensor de una sucesión de ciclos naturales en la historia, en los cuales la Providencia no parece encontrar lugar.

A causa de la libertad, las acciones humanas tienen el final feliz o aciago querido por el hombre. Quien medita un homicidio y lo realiza, pone en juego una serie de consecuencias predecibles con un gran margen de seguridad. En este sentido el hombre es dueño absoluto de la historia.

En la concepción de Maquiavelo no hay lugar para la distinción entre el ser y el deber ser moral, ni para una educación de la libertad; en consecuencia, no considera la posibilidad de cambiar ciertas actitudes por la persuasión, para fundarse sólo sobre la fuerza y sobre la obligación.

3. La tesis fundamental de Maquiavelo es que el príncipe debe conservar o acrecentar su dominio, recurriendo a los medios idóneos a su alcance para lograr tal fin.

De hecho, Maquiavelo ha enunciado el principio de la no valoración moral en la ciencia política El Príncipe es un técnico de la política, que emplea todos los medios necesarios para obtener el resultado que se ha propuesto: conservar y acrecentar el Estado Pero con esto se consuma la fractura entre conciencia personal y función social, entre moral pública y moral privada. Sobre todo se disminuye la consonancia del derecho positivo con la ley natural, y por lo tanto su obligatoriedad. Si el derecho positivo es la manifestación de la voluntad del más fuerte en un momento dado, está plenamente justificada la tentación de perseguir la ventaja individual, sustrayéndose tanto como sea posible a las normas del derecho Pero ¿qué cohesión puede haber en una sociedad cuyos miembros intentan conseguir solamente el propio provecho?

4. Después de la virtud y la fortuna toma en consideración la violencia como medio para conquistar el poder. La violencia no da gloria, pero puede ser necesaria en cualquier ocasión. En tal caso conviene emplearla con firmeza para desenraizar toda posible reacción. Por esto, conviene eliminar todo poder autónomo del político, que esté en grado de criticar y condenar, al menos moralmente, el empleo de la violencia. La intolerancia de Maquiavelo con la Iglesia Católica surge del hecho de que ésta representa un poder independiente del Estado.

5. Las consideraciones sobre los principados eclesiásticos son descaradamente irónicas. La tesis de Maquiavelo es que el Estado de la Iglesia se ha engrandecido a expensas de la posibilidad de reunificar Italia. El autor ve un lado del problema, pero no comprende la función metahistórica de la Iglesia; en este punto es seguido por un gran número de historiadores y políticos.

El ejército (cc. XII - XIV)

A. Resumen

Estos capítulos están dedicados a] ejército. Hay una sola alusión a las “buenas leyes”, pero no se habla de esto, porque - según Maquiavelo - éstas son útiles solamente si hay buenos soldados. Las tropas que defienden al Estado pueden ser: nacionales, mercenarias, y auxiliares o mixtas. La ruina de Italia en las postrimerías del siglo XV, había sido consecuencia de haber confiado demasiado en las tropas mercenarias. Sigue un análisis de las ventajas y defectos de los diferentes tipos de tropas, apoyándose en ejemplos históricos: las críticas más ásperas son, obviamente, para las tropas mercenarias, pues habían elaborado sistemas de combate no sangrientos, alargando así al máximo la guerra, hasta que se agotaran los recursos del Estado. El Príncipe no debe tener más preocupaciones que las de la guerra y lo que a ella se refiere.

B. Algunas observaciones

El capítulo XII es el centro focal del tratado, ya que desarrolla la argumentación más solícita y rica de Maquiavelo: las tropas mercenarias han sido la ruina de Italia El resurgir sólo es posible creando un ejército nacional. Nos encontramos ante un análisis, en el cual los sentimientos de patriotismo, de sueño por la independencia perdida y de esperanza por el posible rescate, obscurecen la realidad efectiva. Milán, Génova, Venecia, Roma, Nápoles, Palermo habían monopolizado el comercio internacional de armas, tejidos, objetos de lujo, poniendo los fundamentos de las finanzas y de la actividad bancaria, como consecuencia de no haber invertido grandes sumas en la creación de ejércitos estables: era más conveniente hacer trabajar a los artesanos y alimentar un fructífero comercio, que alimentar soldados. Ninguno de los estados italianos tenía dimensiones suficientes para ejercer hegemonía sobre los demás. Por otra parte, las guerras europeas habían acelerado la formación de las grandes unidades nacionales: España, Francia e Inglaterra. Prontamente, se desencadenó un conflicto por la hegemonía europea, en la cual los estados italianos eran la pieza en juego, pues tenían un tamaño territorial y económico no comparable con aquellos otros.

Las cualidades del príncipe (cc. XV - XXIII)

A. Resumen

Cap. XV. Maquiavelo pide excusas por afrontar un tema que ya otros especialistas habían tratado. Llevará a examen la “realidad efectiva” más que la imagen ideal del buen príncipe, ya que, si es necesario, conviene aprender a no ser bueno.

Dejando aparte las cualidades imaginarias, enumera las cualidades que le acarrean alabanza o reproche. Sería laudable poseer todas las cualidades consideradas como buenas (liberalidad, generosidad, piedad, fidelidad, animosidad, tenacidad, integridad, religiosidad, etc.), pero como la condición humana no permite tener todas, le basta al príncipe con guardarse de los vicios que le pueden hacer perder el Estado. Tan es así, que debe incurrir en aquellos vicios que le permitan salvar el Estado.

Cap. XVI. En tiempos anteriores se elogiaba mucho la liberalidad, es decir, la dádiva del príncipe. Sin embargo, si tal generosidad resulta ruinosa y obliga al príncipe a aumentar los impuestos en caso de guerra, constituye un defecto, en lugar de una medida eficaz.

Cap. XVII. El príncipe debe ser tenido por misericordioso, pero a condición de no usar mal tal piedad. Cesar Borgia era cruel, pero con su crueldad logró pacificar la Romagna. No se debe temer la denominación de cruel si con ésta se pueden eliminar los desórdenes en el ejército o en el Estado. A la pregunta si es mejor ser amado o temido, el autor responde que conviene tanto lo uno como lo otro. Pero si no consigue ser amado por los ciudadanos, huya de su odio; obtendrá esto si se abstiene de los bienes de los ciudadanos y de sus mujeres.

Concluye diciendo que los súbditos aman a su arbitrio, pero temen el arbitrio del príncipe, el cual debe fundarse sobre lo que depende de él, no sobre lo que depende de los otros; debe huir sólo de una odiosidad injustificada.

Cap. XVIII. Es fuente de alabanzas mantenerse fiel e íntegro, pero la experiencia demuestra que sólo han hecho grandes cosas quienes han sabido actuar con astucia ante sus adversarios. Hay dos modos de combatir: o con la ley o con la fuerza. El primer modo es propio de los hombres, el segundo de las bestias. Cuando el primero no basta, conviene recurrir al segundo. Debiendo actuar de la segunda forma, el príncipe debe tomar ejemplo del zorro y del león; porque el zorro no puede defenderse de los lobos y el león de las redes. Conviene, por tanto, ser zorro para evitar las redes y león para desbaratar a los lobos. El príncipe no debe mantener la palabra si, con ello, pierde su poder. Si los hombres fuesen buenos, el precepto sería malo, pero como los hombres son malos, el precepto es bueno. La cualidad señalada no es necesaria que sea poseída por el príncipe porque podría ser dañosa. Debe aparentar poseerla, y cuando convenga, debe saber actuar contra la fidelidad, contra la misericordia, contra la humanidad, contra la religión.

Cap. XIX. Después de haber tratado sobre las cualidades más importantes, el autor examina las otras para remachar que el príncipe debe evitar el peligro de hacerse odioso y desprecia­ble. Se hace odioso cuando se usurpan los bienes y las mujeres de los súbditos, que viven contentos si sus haciendas y su ho­nor están seguros. En toda acción del príncipe debe haber gran­deza, fuerza de ánimo, gravedad, fortaleza. Si así actúa, no de­berá temer las conjuras que puedan venir del interior, de sus súbditos, o de otros potentados extranjeros. De éstos últimos se defiende con un buen ejército, o a través de varios aliados.

Con un buen ejército siempre se tienen buenos aliados. Si las cosas en política exterior van bien, lo mismo sucederá con las de política interna. Conviene que el pueblo esté satisfecho de su príncipe: ésta es la mejor defensa.

Entre los reinos mejor organizados está Francia. Su mejor institución es el Parlamento, que hace las veces de un tercer elemento, después del Rey y de los nobles. El Parlamento asume el encargo de los procedimientos odiosos como la recaudación de impuestos y administrar justicia, mientras el Rey asume las medidas de gracia, actos útiles para atraerse la simpatía del pueblo.

Cap. XX. Maquiavelo afronta un problema teórico, muy debatido en su época: si para mantener sometidos a los propios súbditos son más o menos necesarias las fuerzas mandadas con soldados propios.

Cap. XXI. Nada procura mayor estima a un príncipe como las grandes empresas. Fernando de Aragón es para Maquiavelo el ejemplo más claro, porque de débil llega a ser con el paso del tiempo el rey más fuerte de la cristiandad.

Se estima al príncipe cuando no es ambiguo: o todos amigos, o todos enemigos. Al contrario, los príncipes poco decididos siguen la vía de la neutralidad, que es también la de la ruina. Es desaconsejable hacer alianza con uno mucho más fuerte, al menos mientras sea posible. El príncipe, en cambio, debe mostrarse amante de las artes y animar a sus súbditos a ocuparse de la agricultura y comercio, sirviéndose de premios. Es oportuno, en ciertas ocasiones, ofrecer fiestas y espectáculos, invitando a las asociaciones con las cuales debe litigar, dando así una imagen de humanidad y magnificencia.

Cap. XXII. Gran importancia tiene saberse rodear de ministros eficaces. Hay tres tipos de inteligencia: aquella que está en grado de juzgar por sí misma; la que sabe discernir la calidad de las propuestas sugeridas; y aquella que ni produce ni discierne los buenos consejos.

Cap. XXIII. Ahora un tema importante: guardarse de los aduladores. Por desgracia, los hombres tienen la tendencia a escuchar complacidos lo que va a su favor. El príncipe debe hacer comprender que no se le ofende cuando se le dice la verdad. Sin embargo, no es oportuno que cualquiera hable cuando quiera. El príncipe prudente debe escoger un tercer modo para averiguar la verdad: elegir algunos consejeros prudentes y darles la facultad de hablar con franqueza cuando les pregunte. Debe frecuentemente consultarles. Una vez tomada la decisión, conviene ir hasta el fondo, sin temor.

B. Algunas observaciones

1. Según Maquiavelo el pensamiento político clásico tenia el defecto de no considerar la realidad efectiva, porque buscaba reducir el ámbito real al deber ser. Maquiavelo afirma que tal reducción no es posible. Los medios para resolver un problema concreto vienen impuestos al príncipe por las circunstancias en las que se encuentra para actuar. Puede escoger medios intrínsecamente malos, no porque le atraiga su maldad en si misma, sino para obtener el fin propuesto. Maquiavelo considera moralmente irrelevante los medios que se usen, con tal de que se alcance el fin. Por tanto la expresión “el fin justifica los medios”, aunque como tal no se encuentra en sus escritos, si está presente en toda su obra.

2. De especial interés resultan las alusiones a la política económica y financiera del príncipe. Condena los gastos improductivos y elogia las inversiones útiles, como las asignaciones al ejército, la burocracia, las fortificaciones, la expansión de la productividad, etc. Para una política realista y hegemónica se necesitan muchos recursos financieros. Maquiavelo conocía muy bien las técnicas de acumulación de capital, tan bien aplicadas por los banqueros florentinos. Implícitamente critica un empleo del dinero estatal a modo de beneficencia, pues el príncipe se haría “pobre y limitado”.

3. El hombre de Estado puede apoyarse sólo sobre lo que está a su alcance, es decir, sobre el temor que llegue a infundir. Maquiavelo no cree que el poder tenga un fin educativo, el de enseñar con las leyes o con el ejemplo la dirección que debe tomarse, pues la praxis de gobierno no se puede inspirar en la moral sino que debe ser eficaz y despiadada.

Para que las acciones del príncipe tengan éxito es necesario que no haya algún poder independiente de él, capaz de limitar su arbitrio, por ejemplo la Iglesia o una magistratura independiente del poder ejecutivo y judicial según leyes anteriores y superiores al príncipe. Se afirma, implícitamente que el Estado es la única fuente de valores y de derecho.

4. Para Maquiavelo, la esencia de la política es la imperiosa necesidad de mantener y acrecentar el poder recurriendo, si es preciso, a la violencia que caracteriza el mundo de los animales. Por esto hace falta buscar una cobertura que aparezca satisfactoria a la opinión pública (el vulgo), y después actuar según la necesidad del poder, que no ha de mirar al bien de los gobernados, sino a la permanencia de uno mismo. Las palabras democracia, control por parte de la opinión pública, Estado de derecho, división de poderes, etc., no entran en su horizonte. Por el contrario, Maquiavelo defiende el poder absoluto, eliminando todo obstáculo a su desarrollo.

5. El príncipe debe evitar enfrentarse al mismo tiempo con la opinión pública, los soldados y los mayores núcleos de poder. Los cuidados más atentos ha de dirigirlos al ejército porque es el fundamento de la política exterior; después, al bienestar del pueblo, evitando la aversión que procede de la expropiación de bienes y de la ofensa a las mujeres de otros; finalmente, debe controlar las organizaciones económicas y culturales. Dicho con otras palabras, el príncipe debe hacer una sagaz política de relaciones públicas que le constituya mediador entre las tendencias opuestas, y por tanto, necesario a todos.

6. La guerra: un ejército que se adiestra con mentalidad defensiva será incapaz de actuar de manera decidida en fase ofensiva, y por tanto, es el ejército de un estado que ha abandonado ambiciones hegemónicas. Maquiavelo deseaba para Italia un príncipe que pudiera unificarla, y en consecuencia, aborrecía una estrategia puramente defensiva.

7. El príncipe puede ser poco creativo, pero en todo caso debe saber reconocer y apoyarse en las obras de las auténticas inteligencias: descubrir los talentos y utilizarlos en el trabajo de gobierno es ya un gran mérito. ¿Pensaba en sí mismo el propio Maquiavelo al escribir estas páginas, mientras se encontraba confinado en su villa de Sancasciano por los Medici, que habían vuelto al poder en Florencia?

Discurso final (cc. XXIV - XXVI)

A. Resumen

Cap. XXIV. Los príncipes italianos han perdido su propio estado porque se han acogido a tropas mercenarias, porque temieron a la población hostil, y porque no supieron interpretar las demandas de la clase poderosa de su Estado.

Cap. XXV. La fortuna domina al menos la mitad de las acciones humanas, pero la otra mitad la domina el hombre. Cuando un torrente se desborda, nada parece poderlo parar; pero nada quita que cuando empezaba a crecer, los hombres pudieran construir un muro de contención y otras protecciones.

La fortuna muestra su poder cuando la previsión política no ha dispuesto los remedios. Reina felizmente aquel príncipe cuya acción procede en armonía con las características de los tiempos; y los tiempos de Maquiavelo requieren impetuosidad, ánimo y sentido del riesgo.

Cap. XXVI. El tiempo presente es propicio. Quizá fuera necesario que Italia estuviera “sin jefe, sin orden, abatida, despojada, lacerada, sin curso y habiendo soportado toda clase de ruinas”, para inducir un nuevo príncipe a su rescate. Parecía que el duque Valentino tuviese dicha tarea, pero en el momento más delicado fue traicionado por la fortuna. Queda tan sólo la casa de los Medici. Si la blasonada casa quiere imitar los ejemplos ilustres del pasado, es necesario que se provea de armas propias. La infantería española es considerada como invencible, pero en la batalla de Ravenna fue derrotada por la caballería francesa. Se puede pensar en un ejército en grado de oponerse a la infantería y caballería a la vez. “Asuma Vuestra Casa este asunto, con aquel ánimo y aquella esperanza con la que se dirigen las empresas justas; a fin de que bajo su escudo esta patria sea ennoblecida, y bajo sus auspicios se verifique aquel dicho de Petrarca: “Contra un delirio la virtud / tomará las armas / y hará el combate corto, / pues el antiguo valor / en el corazón de los italianos / aún no está muerto”.

B. Algunas observaciones

1. Los tres capítulos finales tienen un contenido cada vez más apasionado, que tiene como objetivo un efecto retórico y no un análisis objetivo de los hechos. Maquiavelo revela impaciencia por su condición de excluido de la gran política (estamos en la segunda mitad de 1513); sin embargo, aun vislumbraba márgenes de maniobra y alguna posibilidad de éxito, con tal que los príncipes se desprendieran de aquélla especie de entumecimiento que parecía paralizarles.

2. El destinatario del tratado era Lorenzo de Médica, nieto del Magnifico. Parece que el día que se le ofreció el manuscrito le fueron regalados también dos libros, y sólo mostró vivo interés por aquél.

Los tres últimos capítulos, desde el punto de vista literario son los más importantes, pero desde la perspectiva política son los más débiles, ya que contradicen los análisis más realistas del resto de la obra.

II. MAQUIAVELO EN LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO

Maquiavelo conoce la tradición del pensamiento político clásico, pero se aleja de él conscientemente (ver cap. XV). La crítica principal es para aquellos autores que consideran el deber ser, no la realidad efectiva, y que por lo tanto han creado una concepción de Estado que jamás se ha realizado y que nunca se realizará. El sostiene en cambio, haber llegado al núcleo de la cuestión, indagando cómo son verdaderamente los hombres y cómo hay que tratarlos para obtener de ellos aquello que espontáneamente no darían jamás.

Se podría decir que las fórmulas de Maquiavelo son el resultado de una reducción de lo cualitativo a lo cuantitativo; él “cuantifica” el problema del Estado recurriendo a la estadística. Se trata de una especie de sociología del poder, donde Maquiavelo ha abierto un nuevo campo de investigación, basado en el pragmatismo de una valoración meramente cuantitativa de los sucesos históricos.

Maquiavelo vivió en un entorno cultural profundamente turbado por el nominalismo del siglo XIV (Ockham) y por el voluntarismo que trastornaban el admirable organismo tomista sobre la esencia y las relaciones entre ley eterna, ley natural, ley divino-positiva y ley positiva humana.

Es la época en que nace el espíritu laicista, que tiende a separar lo espiritual y lo temporal, relegando a Dios al cielo para dar al hombre una plena autonomía de acción en la tierra. Entre otras consecuencias de esta nueva visión, el poder absoluto se convierte en fuente de legalidad; también a costa de prescindir del deber de verificar si lo que es legal es también moral. Como esta postura se encontraba ya en el mundo clásico precristiano, era natural que el Estado moderno favoreciera los estudios clásicos, levantando una verdadera y propia ideología, para superar al mundo cristiano.

Maquiavelo utiliza el pensamiento antiguo como punto de partida, como repertorio de ejemplos sobre los cuales funda sus propios argumentos. Se trataba de un material perfectamente conocido por sus interlocutores, y por tanto, de notable valor para sus razonamientos. El ejército es la columna vertebral del nuevo Estado y debe ser organizado a escala nacional. El dinero proviene de los grandes burgueses a los que el príncipe debe respetar, para que no le hagan faltar los medios financieros.

¿Qué es lo que ha hecho posible una concepción tan revolucionaria de las relaciones políticas tradicionales? Principalmente la nueva antropología; la concepción renacentista del hombre, de la que se trata a continuación.

III. LA ANTROPOLOGÍA DE MAQUIAVELO

Para mejor comprensión de la obra de Maquiavelo, es oportuno examinar la concepción del hombre que surge en varios pasajes del Príncipe.

Veamos un ejemplo: en el capítulo III se dice “Por lo cual se hace notar que a los hombres se les debe, o tratar bien o eliminarlos, porque se vengan de las ofensas ligeras, pero de las graves no pueden; así que, la ofensa que se hace al hombre debe ser tal que no lleve a temer la venganza”. El sentido general está bastante claro: en las relaciones humanas, o se busca el acuerdo o se destruye al adversario; nunca se le debe provocar, dejando al ofendido la posibilidad de resarcirse.

Se trata, para Maquiavelo, de un resultado de la experiencia: es de una gran sagacidad práctica saber que, cuando se emplea la fuerza, es oportuno actuar de tal modo que se quite al adversario la posibilidad de contraatacar. Quien por ánimo bondadoso, o por indecisión, o por escasa previsión actuase de modo diverso, no es un buen político. Pero entonces, ¿qué guía la acción política? No la consideración moral, sino sólo la oportunidad de alcanzar un objetivo De este modo, la política queda separada de la moral. Aquí se encuentra toda la novedad del discurso de Maquiavelo.

Las máximas de Maquiavelo brotan de una atenta consideración de la realidad efectiva, de una nueva observación hecha de lo real. Como Copérnico, Kepler y Galileo giraron su atención sobre la astronomía, y descubrieron que el nuevo modelo de la mecánica celeste era más eficiente porque explicaba más hechos con mayor simplicidad de cálculos; así Maquiavelo pretendía que explicar la política, según sus principios propios, comportaba una simplificación importante: la de hacer la actividad de gobierno más parecida a la ciencia que al arte.

Maquiavelo pensaba que era un científico de la política, de las relaciones entre estados, del poder. Pero todo científico serio debe limitar el campo de sus investigaciones, logrando el aislamiento del objeto estudiado de aquellos otros con los que se haya interrelacionado.

Tal división es útil; pero debe realizarse de modo que se evite el peligro de perder la unidad en el saber. En concreto, la pretensión de “autonomía” de la política respecto a la moral, ha acarreado los más tremendos abusos que han surgido en los siglos posteriores a Maquiavelo. Por el contrario, es preciso entender rectamente el significado de esa autonomía, considerándolo como un medio que permite profundizar en un ámbito más limitado de investigación, para después reunir todos los resultados parciales en una síntesis superior.

Cabría, pues, decir que Maquiavelo examina los hechos sólo como sociólogo - circunstancia que quizá se ha valorado poco - y que han sido los teóricos de la política quienes se han apoderado de su pensamiento elevando los datos de experiencia a principios generales.

De este modo, las duras sentencias del autor de El Príncipe, adquirirían una perspectiva algo diversa. Por ejemplo, afirmaciones como, “Quien llega a ser patrón de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no la destruye, puede esperar ser destruido por ella”, pueden ser verdaderas estadísticamente hablando, sin que Maquiavelo pretenda sacar consecuencias sobre lo que debe hacerse.

Sin embargo, aunque así fuera, resulta injustificable una consideración tan equívoca del tema. De hecho, de la obra de Maquiavelo se ha derivado una antropología: la concepción de un hombre que no puede superar sus sentimientos de venganza: “Y quien crea que los grandes honores y beneficios hacen olvidar las antiguas injurias, se engaña”; un hombre cínico que dosifica “sabiamente” el bien y el mal: “porque las injurias deben hacerse todas a la vez... y los beneficios deben concederse poco a poco...”; un hombre fácilmente manipulable: “porque los hombres, cuando obtienen el favor de quien esperaban obtener el mal, se obligan más con su benefactor...”; un hombre que debe depender del Estado: “Pero un príncipe sabio debe pensar un modo según el cual sus ciudadanos en cualquier tiempo siempre tengan necesidad del Estado y de él...”; un hombre carente de ideales y de firmeza moral: “Porque de los hombres se puede decir generalmente lo siguiente: que son ingratos, volubles, disimuladores, fugitivos de los peligros, ansiosos de ganancias; que mientras hagas su bien, son todos tuyos, y te ofrecen su sangre, su ropa, su vida, sus hijos, cuando la necesidad les apremia; pero cuando ésta se aleja, se rebelan”; un hombre ávido, avaro: “Porque los hombres olvidan antes la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”; un hombre despreciable pues “al ser tan simples los hombres, y como obedecen tan solo a las necesidades presentes, quien engaña siempre encontrará quien se deje engañar”; finalmente, un hombre sin memoria histórica: “Porque los hombres miran más al presente que el pasado, y cuando encuentra el bien en el acontecer presente, se conforman y no buscan otra cosa”.

Otro hecho verdaderamente nuevo, es la concepción del Estado absoluto. La única preocupación de tal Estado debe ser, según el autor, la de perpetuarse. Maquiavelo reafirma continuamente este principio. El bienestar de los súbditos es un factor accidental. La “providencia” del Estado no ha de mirar a otra cosa más que a reafirmar la dependencia de los súbditos respecto al Estado. Este, no debe descontentar demasiado a los súbditos para no tenerles en contra; debe favorecerles en aquéllos aspectos que refuercen su poder; debe conceder todo aquello que haga olvidar la falta de libertad a costa de favorecer el libertinaje.

Siguiendo en esta dirección, la “Justicia Social” como fin del Estado se transforma en el resultado de un conflicto en el cual los más fuertes imponen su voluntad; la moral, en el comportamiento práctico de los ciudadanos que puede variar según los tiempos y lugares; el derecho, en el producto de los pactos entre las fuerzas contrarias, etc.

Como se ha indicado, Maquiavelo se encuentra al inicio de este proceso de inversión de valores, del que no supo advertir sus penosas consecuencias.

A.T.

 

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