LOPEZ CALERA, Nicolás
Yo, el Estado
Editorial Trotta, Madrid 1992.
Se indican algunos comentarios a los distintos epígrafes de los tres capítulos que componen el libro y, al final, una valoración doctrinal global de toda la obra.
PRÓLOGO
A lo largo del libro encontraremos frecuentemente repetidas algunas "estado mínimo" o el "régimen de mercado". Para el autor estas concepciones económico-políticas impiden "transformaciones históricas eficaces para que amplias masas sociales se incorporen a disfrutar de razonables niveles de bienestar y libertad".
Es una opinión que —por el momento— y tampoco en las páginas que siguen, se queda sin argumentar. Más criticable es la identificación que hace el autor —y que tampoco argumenta— entre el principio de subsidiaridad y el "viejo liberalismo"; lo que supone e implica, por cierto y quizá sin ninguna intención, una crítica a la Doctrina Social de la Iglesia, que defiende, en cambio, ese principio.
En general todo el libro está escrito en contra del neoliberalismo —sin ninguna matización— y a favor del estatismo, con muchas precisiones y salvedades.
CAPÍTULO PRIMERO: LA OFENSIVA CONTRA EL ESTADO.
1. Sustancialización y crisis del Estado a finales del siglo XX.
Hablando del "proceso de sustancialización del Estado" el autor afirma —como si fueran dos posturas teóricas semejantes— el modo hegeliano y el modo aristotélico de exaltación del Estado. Hegel, sin duda, divinizó el Estado, o, en palabras del autor "hizo de él una sustancia totalizadora". Aristóteles, como todo el mundo sabe, no.
2. No corren buenos vientos para el Estado.
Hablaremos con más detenimiento de lo que el autor parece entender por "una concepción dialéctica de la historia", pero ya desde el principio se puede adelantar que su dialéctica se parece más a la concepción platónica —diálogo entre realidades contrastantes— que a la hegeliana —superación y mantenimiento de la contradicción—.
Ni el par individual-colectivo, ni el otro que constantemente usa el autor "sociedad civil-estado" son, en realidad, realidades contradictorias, sino polares, contrastantes, realidades originarias que no pueden darse la una sin la otra. El problema que se va a plantear enseguida es a cuál de las dos realidades corresponde la primacía.
3. La ambigua recuperación de la sociedad civil.
La recuperación de la sociedad civil, que al autor le parece una insensatez histórica, adolece de una concepción de la sociedad que el autor da por consabida, íntegramente modelada por factores liberales, intereses no universalizables e insolidaridad.
¿Es así, realmente siempre, la sociedad?
Epígrafes 4 al 8.
Se presentan en estos epígrafes ejemplos concretos de recuperación de la sociedad civil, algunos desde posiciones conservadoras (thatcherismo, desregulación, postmodernismo) (epígrafes 4, 5 y 6) y otros desde posiciones progresistas (corporativismo, movimientos sociales, colonización jurídica del "mundo de la vida") (epígrafes 7 y 8).
No hay mucho que decir del contenido de estos epígrafes por que el autor se limita a presentar estos ejemplos, sin identificarse con ellos y dejando para ellos sus respectivos aciertos y errores.
CAPÍTULO SEGUNDO: LA SUSTANCIALIZACIÓN DEL ESTADO.
Todo este capítulo, en todos sus epígrafes se limita a una discusión eminentemente técnico-jurídica cuyo sentido y finalidad —que ya se han anticipado en el capítulo primero—, aparecen claramente en el último.
CAPÍTULO TERCERO: REFUNDAR EL ESTADO.
1. ¿Qué hacer con el Estado? Hacia una razonable refundación del Estado.
La idea del autor es —vacilando un poco sobre el valor respectivo de la Sociedad civil y el Estado— propugnar una sustancialización positiva de este último, como síntesis ideal de lo individual y lo colectivo.
El lector se pregunta, después de tantas descalificaciones de la sociedad civil y tanta exaltación del Estado, por qué ahora se nos propone una síntesis ideal entre dos realidades que "mantenga viva su respectiva dialéctica".
Epígrafes 2 y 3.
Se recurre en estos dos epígrafes a Rousseau (2) y a Hegel (3) para aportar argumentos en favor de la sustancialización positiva del Estado.
Aunque están, en general, bien expuestos los argumentos rousseauniano-hegelianos, el libro podría bien pasarse sin ellos, y el lector también. Más interés tienen, por menos conocidos, los argumentos que, en los epígrafes siguientes, aporta el autor como propios para sostener su equívoca teoría de las relaciones sociedad-estado.
4. Sentido y límites de una sustancialización del Estado.
El argumento fundamental del autor en favor de su tesis parece ser que sólo el Estado "como proceso de continua etificación", puede superar la inmediatez, la unilateridad y la parcialidad de lo individual, que se apoya en una moralidad subjetiva y "para sí" y que impide la universalidad de una libertad objetiva. Así sucede en la familia y en la sociedad civil donde el individuo se mueve por el sentimiento, el interés y la necesidad, fuerzas que están alejadas de toda pretensión universalizadora'.
Ante esta utilización de un concepto hegeliano-marxista de lo individual, el lector se pregunta cómo puede mantenerse un entendimiento tan estrecho del individuo (y, en consecuencia, de la familia y de la sociedad civil), después de la síntesis ideal producida por el Estado, y —sobre todo— cómo ha podido olvidarse el concepto (cristiano) de persona que, en su relación "dialéctica" con el bien común, puede resolver mucho más sencillamente —y verdaderamente— todas estas dificultades teóricas. (vid. Antonio MILLAN PUELLES, Persona humana y justicia social: la primacía del bien común y la dignidad de la persona humana).
5. Dialéctica y Estado: ¿qué dialéctica?.
El autor utiliza aquí, para insistir en esta armonización ideal de lo individual y lo colectivo, no sólo el pensamiento dialéctico, en clave hegeliano-marxista, sino la idea, típicamente hegeliana —aceptada y modificada por Marx— de la constitución dialéctica de la realidad, descalificando de paso la idea clásica de verdad como adecuación a lo real.
Es un pasaje difícil de admitir para alguien que no profese el hegelianismo y que desee mantener el principio de no contradicción. El insensato error de Hegel está paliado en este pasaje —en contraste con muchas de las afirmaciones que se han hecho hasta este momento— por una excelente presentación de las relaciones individuo-sociedad.
¡Claro que no se puede resolver definitivamente la tensión polar entre ambas realidades! ¡Claro que eso significaría algo así como "el fin de la historia"! Pero no porque la realidad sea en sí misma contradictoria, sino —más sencillamente— porque es finita.... con una irreductible tendencia a la infinitud.
6. La hegemonía relativa del Estado: bases para una concepción dialéctica de las relaciones Sociedad civil-Estado.
Con cierta sorpresa para el lector, vuelve ahora, al final del libro, a defender la sociedad civil como elemento indispensable de oposición y de contraposición al Estado. "El Estado nace de y por la sociedad" (p. 109), "la sociedad es el legitimante del Estado", "Todo Estado democrático representa a la sociedad, que es lo legitimante", "Un Estado dictatorial, que no representa a la mayoría de los sectores sociales es el que de manera más rotunda ejemplifica la separación entre sociedad y estado".
"Tan Progresista como reaccionario puede ser pedir más Estado y menos Sociedad, como pedir más sociedad y menos Estado" (p. 110). En suma, "nadie puede afirmar incondicionalmente que la sociedad debe prevalecer frente al Estado como tampoco que el Estado debe prevalecer sobre la sociedad" (p. 113).
Así se perfila, finalmente, la tesis del autor acerca de una hegemonía relativa y condicionada del Estado sobre la sociedad, a causa de la mayor y mejor racionalidad del orden estatal sobre el orden social.
"Estar, pues, a favor del Estado —escribe el autor— puede ser muy progresista, esto es, una prestación a favor del progreso de la igualdad y libertad de todos los hombres, pero en otros casos puede ser un servicio al mantenimiento de oligopolios y dominaciones de muy diversa clase. Como también, estar a favor de la sociedad puede ser favorecer la expansión y el mantenimiento del gran capital en manos de minorías, aunque en otras ocasiones puede favorecer el cambio e incluso la revolución de un sistema social y político"
El lector se pregunta, inevitablemente sorprendido, ahora, al final, qué queda de las exaltadas demandas de "mucho Estado" del principio del libro y qué de las virulentas ofensivas a la conservadora sociedad civil y al neoconservadurismo del individuo.
VALORACIÓN DOCTRINAL
1. El autor asegura en el prólogo que su libro es una apuesta por el Estado (p. 9) en contra de la sociedad civil. Pero a lo largo de los tres Capítulos de que consta la obra, aquella rotunda afirmación se va matizando progresivamente hasta desvanecerse, casi por completo, en una vacilante y confusa ambigüedad.
2. En efecto, ya desde el principio, se ponen de relieve, sin apenas crítica, los factores positivos de los diversos intentos contemporáneos de "recuperar la sociedad civil" (epígrafes 4 al 8 del capítulo I).
Por otra parte, en las páginas centrales y más representativas de la obra, a lo más que se llega es a defender una hegemonía "relativa y condicionada" del Estado sobre la sociedad, una "sustancialización positiva del estado" (p. 82) (a causa de la mayor y mejor racionalidad del orden estatal sobre el mero orden social). (También p. 107 y ss.). Y eso, con muchas precisiones y salvedades.
Y, por último, en las páginas finales, donde se supone que vamos a encontrar las conclusiones —y sobre todo los argumentos de la tesis— se leen con sorpresa las afirmaciones ya indicadas en el epígrafe 6 del capítulo III.
3. En resumen: audazmente progresista en la intención, el libro del Prof. López Calera resulta, de hecho, francamente moderado en sus conclusiones.
Algunas de las afirmaciones recogidas en esta obra se refieren a posiciones políticas o filosófico-políticas perfectamente discutibles. Otras en cambio, son claramente erróneas. Tres podrían ser los errores fundamentales:
a) El autor descalifica (vid. por ej. p. 9) el principio de subsidiaridad —principio básico de la Doctrina social de la Iglesia (vid. Centesimus Annus, passim) y de la teoría clásica de la sociedad (Persona humana y justicia social, Antonio Millán Puelles, p. 135-154)—, como un "viejo principio liberal" completamente superado —a su juicio— por las modernas y más racionales concepciones políticos-sociales. En ningún momento se hace referencia al concepto de persona ni a su dignidad, notándose este vacío en toda la exposición de su pensamiento.
b) La teoría aristotélica del Estado, que el autor parece (vid. por ej. p. 12) identificar o asimilar con la hegeliana, difiere sustancialmente de ésta porque, mientras Hegel diviniza propiamente al Estado, Aristóteles lo entiende sometido a las prescripciones y a los límites del Derecho natural.
c) Pero el error más característico (vid. por ej. p. 103) de Yo el Estado, es la aceptación sin restricciones de la teoría hegeliano-marxista de la naturaleza dialéctica de la historia social, es decir, de la contradicción irreductible de lo humano y, en consecuencia, la aceptación, también sin restricciones, del método dialéctico como modo necesario para el entendimiento de lo real. "No se puede, pues —dice el autor— estar conforme con la vieja definición escolástica de la verdad como adaequatio" (p. 104).
Aunque esta doble aceptación (naturaleza dialéctica de la historia social, y el método dialéctico) es, en el fondo, más verbal que real, deja toda la doctrina desarrollada en el libro inevitablemente afectada de hegelianismo y sólo puede ser aceptada en su integridad por quien esté dispuesto a negar el principio de no-contradicción tanto en la realidad como en el conocimiento y a profesar, en consecuencia, un relativismo gnoseológico y metafísico, rebelde a toda idea de naturaleza humana y, lo que es más grave, a todo reconocimiento de una "sabiduría de la creación".
Bibliografía positiva
1. Persona humana y justicia social, A. Millán Puelles.
2. Del estatismo a la libertad, Rafael Termes.
3. El rechazo del Estado, J.F. Revel
4. Crítica del pensamiento jurídico moderno, M.Villey
5. Historia de la Filosofía moderna, T. Urdanoz
6. Encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II.
Comentarios a algunos textos del libro "YO EL ESTADO"
Texto número 1:
Aunque la gente está cansada de tanto Estado, en un principio, a mí no me parece negativa una historia social e individual determinada fuertemente por el Estado por un estado social y democrático de Derecho (...) lo que, a mi entender, está inicialmente claro es que hoy se necesita mucho Estado indudablemente democrático, radicalmente democrático, para que la convivencia social y su ordenación merezcan la pena calificarse de positivas y razonables. Hoy ya no cabe pensar en una sociedad sin Estado. (pp. 11-12).
Texto número 2:
La regulación de la sociedad civil, entendida como lo social no integrado en el Estado o como la "desregulación" de importantes sectores de la vida pública, es una propuesta característica del actual panorama económico y político. Ahí están los hechos y los datos. Una ola de privatizaciones nos invade. (p. 17).
Texto número 3:
En mi opinión, los derechos del Estado son algo positivo para los intereses generales y los derechos individuales a condición de que la democracidad del Estado esté garantizada. Como no podrá estar garantizada en términos absolutos, siempre habrá riesgos o peligros. Pero si la tensión individuo-sociedad-Estado permanece como garante de un proceso continuo de democratización, pienso que es mejor que el Estado tenga derechos y muchos derechos que lo contrario. (p. 79).
Texto número 4:
La interdependencia a nivel planetario de individuos y pueblos obliga a pensar también que los problemas del poder y de la racionalización del poder no siguen estando sólo en el ámbito de los Estados históricos concretos, sino en la fundación de una idea de Estado de rango internacional, esto es, en unas relaciones intersubjetivas (Estados, pueblos, organismos internacionales), que todavía no han alcanzado la eticidad (objetiva) de que habla Hegel, ni la trascendencia de la voluntad general de Rousseau. (p. 100).
Texto numero 5:
El orden estatal es más racional para la igualdad v la libertad de un mayor número de seres humanos que la mera sociedad civil ayudada por un estado mínimo, porque se funda en principios más racionales y universales (no más reales siempre): La Igualdad y la libertad de todos los individuos que lo integran. (p. 11O)
Para mí, por el contrario, el Estado no tendrá derechos cuando le reconozcamos unas u otras prerrogativas (ya que la toman sus gestores por la mano, con notable desparpajo...) sino cuando —por ver más controlados los ámbitos de discrecionalidad arbitraria— sus caprichos se conviertan en derechos: en decisiones sometidas a derecho. En España hoy se viene haciendo justamente lo contrario.
Texto número 6:
Hay razones para pensar que la refundación de la "idea de Estado" puede ser una importante base para racionalizar proyectos históricos de convivencia social, que armonicen libertad e igualdad. (...) Desde esta perspectiva propugno una "sustancialización" positiva del Estado. como síntesis ideal de lo individual y lo colectivo. (p. 82).
Texto número 7:
Me parece importante y decisivo que la tensión dialéctica sociedad civil-Estado que se mantenga en la teoría y en la praxis social. Pienso que en tanto se mantenga viva la dialéctica sociedad civil-Estado" este es el mejor camino para mejorar los niveles de igualdad y libertad de las masas sociales. Lo peor que puede suceder a un pueblo es el silencio social ante el Estado o la pasividad estatal ante la sociedad civil. (p. 113 ).
Texto número 8:
Todo el discurso postmoderno. que tiene sin duda un sentido plausible de crítica a lo real se instrumenta como argumento a favor de la ideología del "abandonismo" político y del desprecio de Estado. En el fondo lo que hay es un interés ideológico en que los individuos y los grupos sociales (clases y partidos políticos) no se tomen en serio la historia. (p. 30).
Al texto 1:
Habría que preguntarse si, en la práctica, cabe una democracia viva cuando hay, mucho Estad. No basta, desde luego, con reducir el Estado para que haya más democracia, si a la vez no se robustece el tejido social. Pero, cuando el Estado es mucho, genera pasividad y tiende a convertir a los ciudadanos, si no en resignados súbditos, en insaciables clientes. El mucho Estado lleva consigo inevitablemente, como precio, poca sociedad y así es difícil que pueda llegar a ser efectivamente democrático.
Al texto 2:
Yo no identificaría lo social con lo estatal. como tienden a hacer los socialistas, pero tampoco confundiría lo social con lo privado. La mera privatización no genera tejido social alguno, si se la concibe como avance de un coto individualista incondicionado. Lo social —además de presuponer notables dosis de libertad previa— exige invertirla solidariamente. Creo que —entre lo estatal y lo privado— debe crecer lo social o público, entendido como fruto de una libertad personal solidaria.
Al texto 3:
Si nos situamos en la práctica, el Estado (mejor los que lo ocupan) tiende a concebir sus derechos en sentido hobbesiano: como la posibilidad de hacer todo aquello que la ley no se muestra capaz de impedirle.
Al texto 4:
Suscribo totalmente esta afirmación. Esta es nuestra utopía pendiente, que —de camino— pone de relieve lo trasnochado de los nacionalismos y la necesidad de superarlos, tanto por arriba (supranacionalidad) como por abajo (Autonomías reales y no miniestatalismos...).
Al texto 5:
Insistiría en la necesidad de recuperar lo público, como ámbito intermedio entre lo estatal y lo privado. Hay que reconducir al ámbito de lo público tanto al Estado, poniéndolo realmente al servicio del ídem, como a esa sociedad incivil fruto del individualismo, favoreciendo iniciativas solidarias.
Al texto 6:
Hegel idealizó el Estado como sustancia ética. De tal empacho acabó rebosando —por la derecha y por la izquierda— totalitarismo. Creo que lo que habría que refundar es la sociedad, anclándola en virtudes (¡personales!) públicas y no una estructura burocrática que nunca tendrá alma, por mucha poesía que se le eche.
Al texto 7:
No conozco ningún Estado pasivo, a menos en la Europa continental, y sí demasiadas sociedades silenciosas. Por aquí habría que romper el aparente círculo vicioso: convertir la educación en alimento de una sociedad capaz de tomar la palabra de llevarla a cuestas... Solo así habrá democracia real.
Al texto 8:
En efecto, cuando a lo público se lo identifica con lo estatal acaba compartiendo su desprestigio. El individualismo consumista, que invita a refugiarse en lo privado, es una falsa alternativa. Hay que recuperar la suprema dignidad humana de la cosa pública. Eso exige romper el dilema o clientes o funcionarios, para atreverse a ser ciudadanos...
J.M.M.D (1994)
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