¿Qué hacer? (What is to be
done?)
(Utechim S. V., Oxford,
1961)
Situación general en
Rusia a finales del siglo XIX. Los comienzos del Partido Obrero Social
Demócrata Ruso [1].
El Partido Obrero Social Demócrata Ruso (P.O.S.D.R.) se fundó
oficialmente en 1898. En aquel tiempo Rusia era un país de grandes contrastes.
Desde el punto de vista económico, se encontraba en proceso de rápida
industrialización, casi con idéntica intensidad al de Estados Unidos Este
proceso de industrialización había causado la aparición de una creciente clase
obrera, que contaba en su seno grandes diferencias sociales entre los
trabajadores especializados de la industria y los obreros no especializados.
Por otra parte, los campesinos, que constituían la mayoría de la
población, seguían llevando el peso de los pagos de rescate por las tierras
obtenidas de sus antiguos amos, al abolirse la servidumbre en 1861, y con el
paso del tiempo su situación fue empeorando aún más.
Pese al rápido desarrollo de la educación técnica superior y al moderno
sistema judicial existente en Rusia en aquella época, la población del país aún
continuaba, como en la Edad media, dividida en estratos oficiales, cada uno con
privilegios e incapacidades legales peculiares. El gobierno central no había
sido afectado por las Grandes Reformas de los años sesenta y setenta, y no
existía un parlamento electivo ni ninguna otra forma de representación popular.
Así, el zar gobernaba el país por medio de unos ministros elegidos por él mismo
y sólo ante él responsables.
El movimiento revolucionario, después de un período de relativa calma
durante los años ochenta (causada por la represión policial después del
asesinato de Alejandro II y por la desilusión ante la ineficacia del terrorismo
para desorganizar el gobierno), tomó nuevas fuerzas en la década siguiente,
esta vez bajo la forma de la Social Democracia Revolucionaria.
Tanto el grupo «Liberación de la Clase Trabajadora», constituido por
emigrados rusos en el extranjero, como el «Partido de los Social Demócratas
Rusos», fundado en la misma Rusia, eran las dos primeras organizaciones
socialdemócratas, aparecidas casi simultáneamente en el período 1893‑1894.
Ambas se nutrieron de antiguos adherentes al ala no terrorista del Populismo,
inspirados por ideas marxistas y por el movimiento socialista de Europa
occidental, especialmente el de Alemania.
El grupo «Liberación de la Clase Trabajadora», presidido por Plekhanov
desde su seguro refugio de Suiza, contribuyó mucho a popularizar el marxismo
ortodoxo entre el movimiento revolucionario clandestino de Rusia y a
interpretar, en términos marxistas, las condiciones de vida y de desarrollo del
país.
Por su parte, el «Partido de los Social Demócratas Rusos» fue muy pronto suprimido, pero continuaron surgiendo en la clandestinidad diversas organizaciones de tendencias semejantes dedicadas a entrenar líderes revolucionarios procedentes de la juventud radical intelectual. Los centros más importantes de este movimiento (conocidos en San Petersburgo como «preparatorios») eran las ciudades universitarias de Kazan, Kiev, Kharkov y San Petersburgo: en uno de ellos comenzó su actividad política Lenin.
En 1893 llegó Lenin a San Petersburgo para participar activamente en los
movimientos revolucionarios de la capital, y se unió al círculo de jóvenes
teóricos marxistas compuesto por Struve, Tugan‑Baranovskii, Potresov, etc.,
que deseaban publicar legalmente literatura política marxista. Lenin asumió,
casi desde el principio, el liderazgo de este círculo gracias a su excelente
conocimiento de la teoría marxista y a su habilidad dialéctica.
En 1894 regresó a San Petersburgo Martov, un social‑demócrata de
esta ciudad que había pasado un período en Vilna, donde concibió una nueva
táctica de acción: la agitación activa de los trabajadores y artesanos judíos.
La «nueva táctica» fue aceptada como un medio para atraer a los trabajadores
hacia la socialdemocracia, y en 1895 Lenin y Martov se aliaron para constituir
la «Unión de Combate de San Petersburgo para la Libertad de la Clase Obrera».
Después de los arrestos de diciembre de 1895 y enero de 1896, que
removieron de la escena a los líderes originales de la Unión de Combate
―incluidos Lenin y Martov―, se decidió que, además de la Unión como
centro intelectual, debía crearse un comité compuesto por los obreros más
activos, como medio de acercar a los trabajadores a este movimiento. En 1897,
pese a la oposición de Lenin y de otros antiguos dirigentes, se crea el comité
de trabajadores.
Comités semejantes surgieron en los movimientos de características
similares de Moscú, Kiev, etc., y sus opiniones cobran cada vez más
importancia. Así, ese mismo año surge el Pensamiento Obrero, con la
intención de reflejar el pensamiento de los trabajadores, y en algunos
ambientes se llega a sostener que los intelectuales marxistas son unos aliados
de dudosa confianza y que eran los obreros quienes debían dirigir todas las
organizaciones social-demócratas.
En este revoltijo de ideas y comités surge una nueva tendencia, inspirada
en los escritos de Kuskova ―uno de los primeros socialdemócratas de Moscú
y colaborador en la publicación del Pensamiento Obrero―. En estos
ensayos, conocidos con el nombre de Credo y bajo la influencia de
Bernstein, se proponía que los marxistas rusos se contentasen con asistir
económicamente a los obreros y participar en el movimiento constitucional de la
burguesía rusa. El Credo tuvo muy poco éxito, pero su importancia radica
en que motivó una fuerte reacción de Lenin: la Protesta.
La Protesta, firmada por diecisiete socialdemócratas en el exilio,
fue distribuida entre el grupo «Liberación de la Clase Trabajadora». Esta acción
reforzó considerablemente la campaña contra lo que ellos calificaban de
«Economismo» (las ideas defendidas en el Credo y otras semejantes
sostenidas por todos los grupos que acabamos de describir). A Lenin se le
unieron muchos militantes de las organizaciones locales socialdemócratas,
surgiendo de esta manera varios grupos entre 1897 y 1900, entre los que se
cuentan el «Estandarte de los Trabajadores» y «El Obrero Meridional», que
publicó un periódico clandestino que alcanzó gran influencia.
Las controversias teóricas que siguieron no consiguieron obstaculizar
seriamente las actividades prácticas de los socialdemócratas, aunque lograron
impedir que establecieran una política coordinada en todo el país, por falta de
una autoridad central de partido con competencia en el asunto. El primer
Congreso Social‑demócrata ―reunido secretamente en Minsk en 1898 y
que estableció de modo formal el P.O.S.D.R.― contó sólo con nueve
asistentes. Este Congreso adoptó el estatuto del partido, eligió un Comité
Central de tres miembros, decidió emitir una declaración programática (Manifiesto)
y convertir el periódico ilegal Periódico de los Trabajadores en el
órgano central del partido.
La redacción del Manifiesto fue confiada a Struve, cosa que fue
considerada por Plekhanov y probablemente por Lenin, como un desprecio
personal. Sin embargo, el Manifiesto resultó del agrado de los diversos
elementos que participaban en el nuevo partido. Como dos de los tres miembros
del Comité Central, y la mayor parte de los asistentes al Congreso, fueron
arrestados apenas éste se había concluido, la maquinaria central del partido
fue eliminada antes de que pudiese emprender sus actividades coordinadoras. Los
restantes asistentes al Congreso, aunque tenían autoridad para establecer un
nuevo Comité Central, vacilaron en ejercerla, influidos por la opinión de
muchos comités locales que consideraban la creación de una autoridad central de
partido demasiado arriesgada y decididamente prematura. Este hecho permitió
afirmar a Lenin más adelante que el primer Congreso no había llegado realmente
a fundar el Partido.
Los tres años de exilio de Lenin terminaron en 1900. Durante ese período
se demostró extremamente activo, elaborando un plan dirigido a unificar la
social‑democracia rusa bajo el estandarte de la ortodoxia marxista y la
lucha política contra la autocracia. Para ello fundó una revista teórica
―Amanecer― y un nuevo periódico político ―Iskra―,
que no tuvieron buena acogida, hasta el punto de que la Unión de
Socialdemócratas Rusos en el Extranjero, que también reflejaba la opinión de la
mayoría de los comités locales de Rusia, se opuso a esta nueva empresa de
Lenin.
A pesar de eso, Lenin repudió sistemáticamente a todos los que disentían
de sus ideas, al mismo tiempo que mantenía su facción, aparentemente de modo
informal: para ello se servía de los comités literarios de Iskra.
En estas condiciones escribió ¿Qué hacer?, que se convirtió en la
guía de sus simpatizantes en materia de organización, estrategia y táctica.
INDICE
Prefacio
I. Dogmatismo y libertad de crítica
A. Qué significa libertad de crítica
B. Los nuevos defensores de la libertad de
crítica
C. La crítica en Rusia
D. Engels y la importancia de la lucha teórica
II. La
espontaneidad de las masas y la conciencia de los socialdemócratas:
A. El comienzo de la insurrección espontánea
B. Servidumbre ante la
espontaneidad Mysl
C. El grupo de
autoemancipación y Rabocheye Dyelo
III. Política
sindicalista y política social-demócrata
A. La agitación
política y su restricción por Los economistas
B. Como Martinov interpretó más profundamente a Plekhamov
C. Exposición y
entrenamiento político En la actividad revolucionaria
D. ¿ Qué tienen en
común el economismo y el terrorismo
E. La clase trabajadora
como cambiante de vanguardia
F. Nuevamente los difamadores,
nuevamente los embaucadores
IV. El primitivismo de los economistas y la organización de los revolucionarios
A. ¿Qué es el
primitivismo?
B. Primitivismo y
economismo
C. Organización de
trabajadores y organización de revolucionarios
D. El fin del trabajo
organizativo
E. Organización conspiratoria y democratismo
F. Trabajo local y
trabajo Pan-Ruso
V. El plan para un periódico político Pan-Ruso
A. Quién se sintió ofendido por el artículo ¿Por
donde empezar?
B. ¿Puede un periódico ser un organizador
colectivo?
C. ¿Qué tipo de organización necesitamos?
CONCLUSION
En el prefacio se expone en líneas muy generales cuál será el contenido
de la obra, el carácter polémico debido a que «el economismo ha resultado ser
mucho más tenaz de lo que esperábamos.... y la perplejidad de los economistas
ante la aplicación práctica de nuestras opiniones expuestas en Iskra revelaba
claramente que, a menudo, hablamos literalmente en diversas lenguas y que, por
consiguiente, no podemos llegar a un entendimiento si no es empezando ab
ovo» (p. 350).
También se excusa por la demora en publicar el artículo y por la pobreza
literaria de su estilo. En seguida explica por qué inicia este artículo con dos
cuestiones de índole más general: «... la noción de libertad de crítica... y
por qué nosotros no podemos llegar a un entendimiento ni siquiera en la
cuestión fundamental del papel de los socialdemócratas respecto a la
insurrección espontánea de las masas» (p. 351).
A continuación indica que también había preparado un plan para un
periódico Pan‑Ruso, que debía expresar su concepción de la agitación
política y sus ideas sobre teoría organizativa (cfr. p. 351).
I. Dogmatismo y
«libertad de crítica».
a) Qué significa «libertad
de crítica».
«Libertad de crítica», según Lenin, era entonces uno de los slogans más
en boga por parte de los partidarios del economismo, especialmente Bernstein y
Millerand, que niegan el hecho de un creciente empobrecimiento y el aumento de
la proletarización, así como la intensificación de la contradicción
capitalista, afirmando que la socialdemocracia debe ser un partido únicamente
reformista, que, por tanto, permitiría que uno de sus miembros participara en
un gabinete burgués (cfr. p. 354).
Por tanto, concluye Lenin, «libertad de crítica» significa libertad para
una tendencia oportunista dentro del Partido, que quiere convertirlo en un
partido democrático de reforma, y libertad para introducir ideas y elementos
burgueses en el socialismo (cfr. p. 355).
b) Los nuevos
defensores de la «libertad de crítica».
En este apartado, que no tiene especial interés, Lenin critica a Rabocheye
Dyelo ―órgano central de la Unión de los Socialdemócratas en el
extranjero― por haber defendido las ideas de Bernstein y por afirmar que
esta «libertad de crítica» es necesaria para que exista una unión duradera en
el seno del Partido [2].
c) La crítica en Rusia.
Ahora se expone una pequeña síntesis histórica del desarrollo del
marxismo en Rusia. El primer entusiasmo ante las nuevas ideas: «Se publicaron
libros marxistas..., se crearon revistas y periódicos, casi todo el mundo se
convirtió al marxismo. Los marxistas fueron adulados, solicitados..., y los
editores se alborozaron por la extraordinaria y sostenida venta de literatura
marxista» (p. 361).
También se señalan las primeras disensiones por culpa de las ideas de
Bernstein, que reducía la lucha de clases a un estrecho sindicalismo y a
miserables reformas graduales (cfr. pp. 362‑363), y se proponen los
medios para «rescatar» a los disidentes: renovar los esfuerzos por aunar todos
los trabajos teóricos, combatir activamente la crítica legal y oponerse
activamente a las confusiones y dudas creadas por este movimiento (cfr. pp. 366‑367).
d) Engels y la
importancia de la lucha teórica.
Los partidarios de la «libertad de crítica» afirman que sin ella
inevitablemente se caería en el dogmatismo, el doctrinarismo y la osificación
del Partido (cfr. p. 368). Pero Lenin afirma que en todas sus publicaciones «no
se dice ni una palabra acerca del trabajo teórico y de la urgente misión que
nos aguarda ahora» (p. 368).
Por tanto, parece que la tan pregonada exigencia de libertad de crítica
no implica la sustitución de una teoría por otra, sino libertad de toda teoría
sistemática y ponderada. También implica eclecticismo y ausencia de principios
(cfr. p. 369). Estas palabras de Marx deberían ser bien meditadas: «Si vosotros
deseáis uniros, pactad acuerdos que satisfagan los fines prácticos del
movimiento, pero no permitáis ninguna concesión de principios..., no hagáis
ninguna concesión teórica» (Crítica al Programa de Gotha). Este
principio, observa Lenin, es de suma importancia para los socialdemócratas
rusos y hace que «el papel del combatiente de vanguardia pueda solamente ser
satisfecho por un partido guiado por la teoría más avanzada» (p. 370).
Tampoco podemos olvidar a Engels, quien reconoció: «...no dos formas de
la gran lucha de la Social‑Democracia ―política y económica―,
tal como está de moda entre nosotros, sino tres, colocando la lucha teórica al
mismo nivel que las otras dos» (p. 370).
A lo largo de este primer apartado ha surgido ya la afirmación de que el
Partido no puede ser un mero reformador del
orden social existente :su papel será destruir ese orden por todos los
medios Prácticos que no sean contrarios a la teoría marxista, para después
reemplazarlo por la teoría y práctica marxistas.
II. La espontaneidad de las masas y la conciencia de los socialdemócratas.
No cabe duda de que la fuerza actual del movimiento radica en el
despertar de las masas, mientras que su debilidad yace en la ausencia de una
toma de conciencia y de iniciativa entre los líderes revolucionarios. Por esta
razón, queda planteada la cuestión de la relación entre la toma de conciencia y
espontaneidad: la solución de este problema reviste gran importancia (cfr. p.
374).
a) El comienzo de la insurrección espontánea.
Lenin distingue entre las huelgas de los años sesenta y setenta, a las
que califica de revueltas, en las que se producía la destrucción de los
instrumentos de trabajo, y aquellas de las últimas décadas del siglo, que ya
son, según su terminología, conscientes. Luego añade que esto muestra
«que el elemento espontáneo, en esencia, representa nada menos que la toma de
conciencia en forma embrionaria» (p. 374). Esta ya se hallaba presente, hasta
cierto punto, en las primitivas huelgas de las décadas anteriores, pero eran
sencillamente «la resistencia de los oprimidos, mientras que las huelgas
sistemáticas representan ya la lucha de clases en estado embrionario» (p. 374).
No obstante, estas huelgas de los años noventa no pueden calificarse de
lucha social‑demócrata, pues ―afirma Lenin, precisando
cuidadosamente sus palabras― «la historia de todos los países muestra que
la clase trabajadora, por sus propias fuerzas, es capaz de desarrollar
solamente una conciencia sindical... En cambio, la teoría socialista surgió
como consecuencia de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas
por representantes cultos de la clase Propietaria, por los intelectuales» (p.
375).
Surge una idea que se recalcará a lo largo de toda la obra: las masas
sociales interesan al Partido como fuerza de choque para implantar el nuevo
orden. Son los intelectuales la clave del éxito revolucionario y los que están
llamados a crear el caldo de cultivo necesario para hacer posible la revuelta
armada de la clase proletaria.
b) Servidumbre ante la espontaneidad. Rabochaya Mysl.
Rabochaya Mysl fue la primera publicación de los «economistas». Su
tesis fundamental fue expuesta en los siguientes términos: «La virilidad del
movimiento de la clase obrera se debe al hecho de que los mismos trabajadores
han decidido, por fin, tomar su destino en sus propias manos, arrebatándoselo a
sus líderes» (p. 380). A esta declaración replica Lenin afirmando que equivale
a un retroceso a la etapa sindical, pues «todo culto a la espontaneidad del
movimiento de la clase obrera... contribuyó a reformar la influencia de la
ideología burguesa en los trabajadores. Todos aquellos que hablan de
sobrevalorar la importancia de la ideología y exageran el papel de la toma de
conciencia... se imaginan que el movimiento obrero puro y simple puede elaborar
y elaborará por sí mismo una ideología independiente, con la única condición de
que los obreros arrebaten su destino de las manos de sus líderes. Este es un
profundo error» (p. 382).
Para dar más peso a su afirmación, cita a Karl Kautsky, dando énfasis
al echo de que «el vehículo de la
ciencia no es el proletariado, sino la élite intelectual burguesa» (p. 384). De
aquí se deduce que la toma de conciencia socialista se introduce en la lucha de
clases del proletariado desde fuera y no desde dentro, por propia
espontaneidad. Puesto que la clase obrera no puede desarrollar una ideología
independiente, la única alternativa que se le ofrece es la ideología de los
burgueses o la socialista: no existe un tercer camino (cfr. p. 384). Por eso,
«la misión de la social‑democracia es combatir la espontaneidad, desviar
el movimiento de la clase obrera... y traerla bajo la protección de la Social‑Democracia»
(p. 385).
El omitir este deber equivale a «renunciar al socialismo» (p. 385). Pero
para conseguirlo hace falta una lucha feroz contra la espontaneidad, pues la
disposición natural del movimiento espontáneo es ser dominado por la ideología
burguesa (cfr. p. 386).
Es interesante esa oposición a la espontaneidad humana, correspondiente a
la que hay entre las doctrinas marxistas y el sentido común de los hombres.
c) El grupo de
autoemancipación y Rabocheye Dyelo.
En las páginas 388‑389, Lenin aborda un denso argumento polémico.
La esencia del argumento es la siguiente:
1. Los obreros de Rusia
empiezan a despertar y se aferrar. instintivamente al primer medio de lucha
disponible. Esto, medios, en una sociedad moderna, son el sindicalismo y la
ideología burguesa. Se trata de un acto instintivo, es decir, inconsciente y
espontáneo.
2. El fenómeno que
habrá de determinar la misión y e carácter de la actividad editorial de la
Unión será el movimiento masivo de la clase obrera. Por supuesto que esto
admite una doble interpretación: o nos inclinamos a la espontaneidad del
movimiento, o consideramos que el movimiento en masa nos sitúa delante de una
nueva organización teórica y de nuevas misiones políticas (cfr. p. 390).
Sin embargo, este movimiento en masa no nos exime de comprender con
claridad y de realizar la misión que se nos presenta por delante. Además, a
pesar de lo que diga Rabocheye Dyelo, no existe ninguna contradicción
inherente entre las dos proposiciones siguientes:
a) La Social‑Democracia
no se ata las manos ni restringe sus actividades a un plan o método
preconcebido de lucha política.
b) Sin una fuerte
organización, experimentada en la lucha política en todas las circunstancias y
en todo momento, no puede ponerse en práctica aquel sistemático plan de acción
, iluminado por sólidos principios y perseverantemente ejecutado, que es el
único merecedor del nombre de táctica (ambos argumentos son citados en Rabocheye
Dyelo, n. 7).
«Declarar que 'la táctica ―como programa―' contradice la
esencia del marxismo, significa no sólo vulgarizar el marxismo en el campo de
la teoría, sino también arrastrar al Partido hacia atrás, en la práctica» (p.
393).
A la declaración aparecida en Rabocheye Dyelo de que la misión del
socialdemócrata revolucionario es sólo la de acelerar el desarrollo objetivo de
su trabajo consciente y la de no impedirlo con sus propios planes subjetivos
(n. 10, p. 18), Lenin responde preguntando: «¿Cómo puede el arquitecto del plan
subjetivo empequeñecer el desarrollo objetivo?» (p. 393). Su respuesta es:
«perdiendo de vista que su desarrollo objetivo crea o destruye, fortalece o
debilita a ciertas clases y sirve para determinar la distribución internacional
de fuerzas» (p.395).
III. Política
sindicalista y política socialdemócrata.
a) La agitación política y su restricción por los
economistas.
«El exponer la situación económica ―por escrito― en las
fábricas fue y sigue siendo una importante palanca en la lucha económica» (p.
399). Pero este acontecimiento, considerado en sí mismo, no pertenece a la
esencia de la tarea socialdemócrata, sino a la tarea meramente sindicalista,
puesto que trata principalmente de las relaciones entre los trabajadores de un
oficio determinado y sus patronos (cfr. p. 400). La social‑democracia,
sin embargo, se concentra en las relaciones que existen entre la clase
trabajadora, las demás fuerzas sociales y el Estado, considerado éste como una
fuerza política organizada.
El Partido debe agitar, y, al hacerlo, debe referirse a cada ejemplo
concreto de opresión del pueblo, tal como se encuentran en las más variadas
esferas de la vida y de la actividad vocacional, personal, familiar, religiosa
y científica (cfr. p. 401).
A continuación se trae a colación a Martynov. Para él, la frase «prestar
a la misma lucha económica un carácter político» significa una lucha por
conseguir reformas económicas y sociales por medio de instrumentos legislativos
y administrativos (cfr. pp. 403‑405). Esto, según Lenin, equivale a minar
los aspectos más esenciales de la social‑democracia, pues «las
concesiones económicas son las más baratas y las más ventajosas, desde el punto
de vista del gobierno, porque, usando estos medios, espera conseguir la
confianza de las masas trabajadoras. Por esta misma razón, nosotros, los
socialdemócratas, no debemos, en ninguna circunstancia y de ningún modo,
fomentar la creencia... de que concedemos gran valor a las reformas económicas
o que las consideramos como particularmente importantes» (p. 406).
b) Cómo Martynov interpretó más profundamente a
Plekhanov.
Martynov continúa siendo el blanco de los ataques de Lenin: el uso que
hace de la terminología clásica de Plekhanov lo expone, por decir así, al
sarcasmo que sigue a continuación.
En la terminología de Lenin, el agitador, el propagandista y el teórico
sólo indirectamente alientan a las masas a la acción. El decir que las masas
son llamadas a la acción carece de sentido: son las masas las que claman por la
acción, puesto que son ellas las que actúan (cfr. pp. 409‑411).
c) Exposición y entrenamiento político en la
actividad revolucionaria.
Expondremos este punto con las mismas palabras de Lenin: «Una condición
básica, para la necesaria expansión de la agitación política, es la
organización de una exposición política comprensiva... La toma de conciencia de
la clase obrera no será nunca genuinamente política a menos que los obreros
sean educados para responder a todo acto de violencia, tiranía, opresión y
abuso, independientemente de cuál sea la clase social afectada... No será nunca
genuinamente política... hasta que aprendan a aplicar, prácticamente, el
análisis y la valoración materialistas de todos los aspectos de la vida y
actividades de todas las clases obreras y de todos los estamentos y grupos de
la población» (p. 412).
Este conocimiento no se obtiene por la lectura de libros, sino por una
exposición directa: «Nuestra incumbencia como propagandistas socialdemócratas
es la de ahondar, extender e intensificar la exposición y agitación prácticas
políticas» (p. 413).
d) ¿Qué tienen en común el economismo y el
terrorismo?
Para Lenin, la servidumbre ante la espontaneidad es la raíz común de la
que emergen tanto los economistas como los terroristas. Los primeros se
inclinan ante la pura y simple espontaneidad del movimiento obrero; los
segundos, ante la apasionada indignación de los intelectuales, que carecen de
habilidad u oportunidad para fundir la lucha revolucionaria y el movimiento de
la clase obrera en un todo comprehensivo.
Finalmente, concluyen Lenin: «Todo esto prueba con precisión que, tanto
los economistas como los terroristas, infravaloran la actividad revolucionaria
de las masas..., mientras que uno de estos grupos se dedica a la búsqueda de
'excitantes', el otro habla de 'exigencias concretas'. Ambos yerran en no
dedicar la suficiente atención al desarrollo de su propia actividad en el
terreno de la agitación política y de la organización de la exposición
política. Ninguna tarea puede servir, ni ahora ni nunca, como sustituto de esta
misión» (pp. 420‑421).
e) La clase trabajadora como combatiente de
vanguardia por la democracia.
«La exposición política es de absoluta necesidad y la tarea cumbre de
nuestra actividad» (p. 421). De aquí que el principio básico para producir la
toma de conciencia política no sea el de mezclarse con los obreros, sino el
siguiente: «Para impartir conocimiento político a los trabajadores, el
socialdemócrata debe mezclarse con todas las clases sociales de la población (y
no sólo con los trabajadores, lo cual sería un principio economista); ellos
deben despachar unidades de su ejército en todas direcciones» (p. 422).
A partir de la tesis de que hay que mezclarse con todas las clases
sociales, surge una avalancha de interrogantes: ¿cómo?, ¿disponemos de la
fuerza suficiente para hacerlo?, ¿existe un fundamento para esta actividad?...
Las respuestas también abundan: «Lo principal, por supuesto, es la propaganda y
agitación entre todos los estamentos del pueblo»; «no es un verdadero
socialdemócrata el que olvida, en la práctica, que el comunista apoya todo
movimiento revolucionario (Marx y Engels, El Manifiesto comunista)»
(p. 425).
A las declaraciones de Martynov de que «no podemos dirigir
simultáneamente las actividades de varios y opuestos estamentos sociales, de
que no podemos dictarles programas positivos de acción» (Rabocheye Dyelo, n.
10, p. 40), Lenin responde que «... no sólo somos capaces, sino que es nuestra
comprometida obligación el dirigir esas actividades de los diversos estamentos
de la oposición. Debemos aceptar la tarea de organizar una lucha total, bajo la
dirección de nuestro Partido, de tal modo que facilitemos a todos los
estamentos de la oposición la posibilidad de aportar el más pleno apoyo a la
lucha de nuestro Partido ... » (p. 428).
Por eso, «debemos hacer nuestra la tarea de dirigir los pensamientos de
los insatisfechos tan sólo con las condiciones de la Universidad o del
Zenistov, etc., a la idea de que el entero sistema político es inútil» (p. 428).
Para realizar esta misión dice que «no, es el problema del número el que debe
preocuparnos, sino nuestra falta de habilidad en utilizar la fuerza que
efectivamente tenemos» (p. 429). Ni debemos tampoco preocuparnos por la
ausencia de un fundamento común entre todos los estratos de la sociedad, pues
el objetivo que mueve al Partido es «utilizar cada manifestación de descontento
y hacerla propia, sacando el mejor partido posible a cada protesta, por pequeña
que ésta sea» (p. 430).
Como se ha visto, a lo largo de estas líneas Lenin propone todo un
programa de acción, dirigido no a buscar el bien común de la sociedad ni
tampoco a resolver algunos problemas concretos. El objetivo fundamental y único
de esta acción ―repetimos― es crear la confusión social para, de
esta manera, lograr que el Partido se haga con el Poder e instaurar la
«dictadura del proletariado».
Lenin concluye este apartado invocando la autoridad de Alexrod: «La tarea
que aguarda a los socialdemócratas rusos, de adquirir simpatizantes y aliados
directos e indirectos entre las clases no proletarias, se resolverá, principal
y primariamente, por el carácter de la actividad propagandista conducida entre
el mismo proletariado» (p. 433).
f) Nuevamente los «Difamadores», nuevamente los «Embaucadores».
Una vez más, decide Lenin entrar en combate con Rabocheye Dyelo, aportando
algunas ideas que merecen señalarse:
«Nosotros consideramos a las masas trabajadoras como la piedra sillar ...
; advertimos a todos y nos manifestamos contrarios a la idea de mermar la
importancia de la espontaneidad; deseamos prestar a la misma lucha económica un
carácter político; deseamos mantener un estrecho contacto con la lucha
proletaria» (pp. 439‑440).
Estas palabras parecen contradecir lo anteriormente dicho, pero se ve que
son «razonables» a la luz que ofrece Iskra, con su testimonio que
fomenta la lucha de clases, especialmente en los:
Número 3, sobre el
aniversario de la emancipación de los campesinos.
Número 5, contra la
persecución de los intelectuales.
Número 6, en favor de
los estadísticos en huelga.
Número 9, contra los
que desean romper la huelga de los estadísticos.
Así queda claro que el principal medio de la guerra socialdemócrata es la
destrucción de todo principio de unidad, con el fin de suplantarlo por los
principios revolucionarios.
IV. El primitivismo de los Economistas y la Organización
de los Revolucionarios.
«El carácter de cualquier organización queda natural e inevitablemente
determinado por el contenido de su actividad» (p. 440). Con estas palabras,
Lenin comienza a considerar el problema organizativo, y lo hace mediante el
análisis de lo que es el carácter primitivo o «primitivismo» (primitiveness).
a) ¿Qué es
primitivismo?
No ofrece aquí Lenin una verdadera definición, sino que se contenta con
describirlo: existe una verdadera falta de coordinación con otras actividades;
también en los primeros momentos suele gozar de una cierta expansión entre los
obreros e intelectuales, prepara escritos propagandísticos, etc. Pero el único
y posible fin de esta actividad el «un inmediato y completo fracaso... porque
esta guerra declarada no fue el resultado de un plan gradualmente preparado...
con miras a una lucha tenaz y sistemática, sino que fue el resultado de un crecimiento
espontáneo» (p. 442).
b) Primitivismo y
crecimiento económico.
En su esfuerzo por señalar la relación existente entre primitivismo y
economismo, Lenin pasa a enumerar las peculiaridades de este carácter primitivo:
es algo más que falta de preparación; revela estrechez de miras en el trabajo
revolucionario; no cae en la cuenta de que la organización de buenos revolucionarios
no puede basarse en tan estrecha actividad; y trata de justificar todo esto con
una teoría (cfr. p. 445).
Señala que los intentos por librarse del economismo, que es la raíz de
todos los males, se han manifestado en una doble vertiente: a) el oportunismo,
que rechaza una misión política militante en favor de unas exigencias políticas
inmediatas, y b) el terrorismo, que se aparta de toda gradualidad y recurre a
la motivación por el terror.
«Ambos... se inclinan ante un predominante diletantismo. Ninguno cree que
puede ser eliminado, ninguno comprende nuestra primordial e imperativa tarea práctica
de establecer una organización de revolucionarios capaz de prestar energía,
estabilidad y continuidad a la lucha política» (p. 446).
Por fin, en las páginas siguientes señala el verdadero
nudo de la cuestión: «Hemos llegado a la cuestión de la relación entre una
organización de revolucionarios profesionales y el movimiento obrero puro y
simple» (p. 450). Y esta relación es muy importante porque, si bien las masas
son capaces de determinar el resultado del entero movimiento, la lucha contra
la policía política exige cualidades especiales: revolucionarios
profesionales.
c) Organización de los trabajadores y organización
de los revolucionarios.
Tal como se desprende de la lógica interna de las dos
posturas, cuando un socialdemócrata y un economista hablan de organizar a los
trabajadores, realmente se refieren a dos cosas distintas. Para preparar un
movimiento de trabajadores, asunto en el cual se especializan los economistas,
debería cumplirse lo siguiente: a) que sea la organización de un sindicato; b)
que sea lo más amplio posible; c) que sea tan público como lo permitan las
circunstancias.
Por otra parte, hablar de la organización de revolucionarios
significa exigir: a) que se haga con mentalidad profesional; b) que se suprima
toda distinción entre el obrero y el intelectual; c) que sea todo lo secreta
posible....
Sin embargo, los sindicatos pueden conseguir toda la publicidad
posible sólo de dos maneras: ya sea porque actúan legalmente, o porque la
organización se mantiene en secreto y tan flexible que la necesidad de usar
métodos secretos se haga superflua para la mayoría de los trabajadores (cfr. p.
454). Pero es imposible que la legalización de los sindicatos pueda favorecer
la creación de un sistema tan extenso como secreto. Por consiguiente, la única
solución es apoyar a aquellos trabajadores que se dedican a establecer
sindicatos secretos (cfr. p. 456).
Lo necesario para conseguir este tipo de organización es
que «un pequeño y compacto núcleo de trabajadores dignos de confianza,
experimentados y endurecidos, lleven a cabo todas las funciones de un
sindicato, manteniendo representantes en todos los distritos y relacionándose
con ellos en estricta obediencia a todas las reglas del secreto, así como
organizaciones de revolucionarios y de apoyo a las masas, pero sin ninguna
organización formal» (p. 459).
La clave del éxito está siempre en la existencia de
buenos líderes revolucionarios, y en esta materia ―afirma Lenin―
hay que aprender de los alemanes, cuyo «pensamiento político está
suficientemente desarrollado... y han acumulado la suficiente experiencia
política como para comprender que sin... líderes experimentados y de
talento..., formados profesionalmente, educados por una larga experiencia y
trabajando en perfecta armonía, ninguna clase social puede llevar a cabo una
lucha determinada en la sociedad moderna» (p. 461).
En contra de esta declaración de Lenin, en la página 63
de Svoboda (núm. 1) se leía que «una decena de hombres sabios puede ser
aniquilada al chasquido de un dedo, pero cuando la organización cuenta con las
masas, nadie, por más que lo intente, podrá llegar a desbaratar la causa,
porque todas las cosas proceden de ella». Por eso, Lenin se ve obligado a
precisar que:
1.
Ningún movimiento revolucionario puede perdurar sin una organización estable de
líderes que mantengan la continuidad.
2. Cuanto más numerosa
sea la masa popular atraída espontáneamente a la lucha, tanto más urgente será
la necesidad de una organización como la indicada, y tanto más sólida debe ser
esta organización.
3. Una organización de
esta naturaleza debe estar formada, sobre todo, por gente profesionalmente
comprometida en la actividad revolucionaria.
4. En un Estado autocrático, cuanto más limitemos la
admisión a gente que está profesionalmente comprometida en la actividad
revolucionaria y que haya sido formada profesionalmente..., tanto más difícil
será desarraigar la organización.
5.
Así será mayor el número de gente de la clase trabajadora y de otras clases
sociales que podrán unirse al movimiento y desarrollar un trabajo activo dentro
de él (p. 464).
Sin embargo, resulta evidente que una organización de
masas no es capaz de mantener el secreto y, por tanto, se hará necesario hacer
uso «de una centralización de las funciones secretas de la organización, (lo
cual) de ninguna manera implica la centralización de todas las funciones del
movimiento» (p. 465).
En las respuestas de Lenin se observa claramente el modo
en que la futura «democracia socialista» estará gobernada: en definitiva será
una élite de intelectuales los que regirán los destinos de la sociedad, con
unos fines impuestos por ello,, y que sólo velarán por la protección de los
intereses de clase proletaria.
d) El objetivo del
trabajo organizativo
Regresando al número 6 de Rabocheye Dyelo, Lenin
empieza con una consideración en profundidad del objetivo del trabajo
organizativo, y llega a la conclusión de que «no hay gente..., pero hay una
masa de gente» (p. 468). La sociedad produce muchas personas adecuadas para la
causa, pero somos incapaces de hacer uso de todas ellas (cfr. pp. 467‑468).
Por consiguiente, existe una falta de organización que puede remediarse por
medio de una especialización de tareas (cfr. p. 469), que también contribuirá a
la unidad del todo (ibídem). Pero no debemos olvidar que «cuanto más
secreta es una organización de este tipo, tanto más fuerte y más extensa será
la confianza en el Partido» (ibídem).
Para ello es necesario que el trabajador revolucionario
se convierta en un profesional revolucionario. Rusia debe aprender de los
alemanes, quienes se esfuerzan por situar inmediatamente a todo trabajador que
promete, en condiciones que favorezcan el progreso de su carrera y el desempeño
de sus deberes, apoyándolo y animándolo a estudiar y a ampliar su experiencia.
e) La organización
conspiradora y el «democratismo».
Lenin comienza acusando a los socialdemócratas de ser
simpatizantes de la corriente Narodnaya Volya por dos razones: a) por
el hecho de que la historia del movimiento revolucionario es poco conocida; b)
por la errada interpretación de la polémica socialdemócrata contra el punto
de vista conspirador sobre el pensamiento político.
«Hemos protestado siempre, y lo seguiremos haciendo,
contra el deseo de confinar la lucha política a la pura conspiración. Pero esto
no significa, por supuesto, que neguemos la necesidad de una fuerte
organización revolucionaria» (La misión de los socialdemócratas rusos,
p. 21). No carece de interés observar el desliz que comete Lenin al decir que
se necesita una fuerte organización «para acudir a la rebelión y a cualquier
otra forma de ataque» (p. 475). Evidentemente conoce la distinción entre
revolución y rebelión, pero no se preocupa de distinguirlas.
Sigue insistiendo en la necesidad de una fuerte
organización revolucionaria (cfr. p. 476), y para eso hay que evitar dos
posiciones extremas: el economismo y su defensa de la moderación, por un lado,
y el uso de la motivación por el terror, por otro (cfr. ibid.). Por esto
es necesaria la centralización de la organización revolucionaria que prepare el
movimiento «para efectuar ataques que ofrezcan buenas probabilidades de éxito»
(p. 477).
Lenin afirma que esta visión de la organización no
contradice los principios democráticos, y, a modo de resumen de todo lo dicho,
concluye diciendo que «el único principio organizativo serio del movimiento
activo revolucionario debe ser el del secreto estricto, el de la estricta
selección de los miembros y el de la formación profesional de revolucionarios.
Si se cumplen estos objetivos, entonces quedará garantizada entre nosotros algo
más que el democratismo, es decir, la completa... y mutua confianza entre los
revolucionarios » (p. 480).
f) La tarea local y
la tarea Pan‑Rusa.
Lenin afirma que el movimiento Pan‑Ruso ha
resultado perjudicado por los intereses y actividades locales: «Si el mismo
número de ediciones (periódicos revolucionarios) se hubiera publicado no por
grupos locales desparramados, sino por una sola organización, nos habríamos
ahorrado mucho esfuerzo y habríamos asegurado una estabilidad y continuidad
inmensamente mayores» (p. 483).
Nadie niega, dice Lenin, la importancia que posee un
periódico local, en términos generales, pero la experiencia demuestra que son: a)
inestables en los principios; b) costosos por el uso que reclaman de
fuerzas revolucionarias; c) carentes de significado político, y d) técnicamente
insatisfactorios (cfr. p. 484).
Más adelante, Lenin observa que «los periódicos de
carácter nacional sirven mejor, no sólo a los intereses generales de nuestro movimiento....
sino también a los específicamente locales» (p. 485). Aunque los periódicos no
deben ignorar los problemas locales, es, sin embargo, difícil de conseguir un
mínimo suficiente de escritores bien formados, como «para combatir toda
opresión económica, política y nacional». Por esto, «debemos encontrar, formar
y poner en movimiento un ejército de gente omnisciente» (p. 488).
Finalmente, Lenin hace algunas consideraciones sobre el
periódico sindical, el cual debería: a) relevar a la prensa socialdemócrata
de detalles sindicales con un interés puramente local; b) llevar un
control de los resultados obtenidos en la lucha, y c) servir como una
guía de agitadores (cfr. p. 491).
V. El plan para un
periódico político nacional.
A) ¿Quién se sintió ofendido por el artículo «¿Por dónde empezar?»?
Lenin señala que sólo Rabocheye Dyelo y
Krichevsky parecen oponerse a la idea de un periódico nacional. Pero ningún
miembro del Partido, ni rama alguna de él, ha expresado quejas respecto a esta
idea, contrariamente a las acusaciones levantadas contra Iskra.
A las acusaciones lanzadas por el Bund y por la Unión en
el extranjero, Lenin responde recordando los intentos de Iskra por
colaborar con estas organizaciones y que, por tanto, hacen infundados los
calificativos de impostor y contrario a los intereses del Partido, con que le
han calumniado. Así, cita los títulos de diversos artículos y publicaciones con
las que ha intentado colaborar, y concluye que sólo después del fracaso de dos
intentos por establecer un órgano del Partido se decidió a la publicación de un
documento no oficial (cfr. pp. 496‑498).
B) ¿Puede un periódico ser un organizador colectivo?
Contra esta posibilidad, Nadezhin ofrecía dos
argumentos: un periódico nacional, por muy bien organizado que esté, no tendrá
ninguna importancia si las organizaciones locales no están coordinadas entre
sí, y, por otra parte, las masas descubrirán que es más fácil organizarse a
través de actividades más concretas.
A estos argumentos Lenin replica diciendo que «no existe
ningún medio de formar organizaciones políticas fuertes, que no sea a través de
un periódico nacional..., para sostener cada protesta y cada levantamiento, y
usarlos para construir y consolidar las fuerzas que serían capaces de llevar a
cabo el combate decisivo» (p. 499). Pues «las masas no aprenderán nunca a
dirigir una batalla política hasta que hayamos contribuido a formar líderes
para la lucha» (p. 500). Y esto sólo puede hacerse a escala nacional. Además,
esto hace que la tarea de la policía se haga más difícil. Lenin concluye
diciendo que un periódico nacional «no es únicamente un propagandista y
agitador, sino también un organizador colectivo» (p. 502).
C) ¿Qué tipo de
organización necesitamos?
Debe realizarse la idea de un llamamiento inmediato a la
acción en favor de una actividad de reclutamiento, organización y movilización
permanente (cfr. p. 510). Pero para conseguir la fusión de la fuerza
destructiva elemental de las masas con la fuerza destructiva consciente de los
revolucionarios intelectuales hace falta un periódico ruso de difusión
nacional, que es el único que puede garantizar la posibilidad de adaptarse a
las más diversas y variables condiciones de lucha.
Así se podrá, por una parte, evitar una guerra declarada
con un enemigo fuertemente concentrado, y, por otra, será posible aprovecharse
de su rigidez y atacarlo cuando menos lo espera (cfr. pp. 513‑514). La
organización que consiga crear este periódico estará preparada para cualquier
eventualidad: desde la defensa del honor y prestigio del Partido hasta la
elaboración y ejecución de un levantamiento armado a escala nacional (cfr. pp.
514‑515).
La historia de la Social‑Democracia rusa puede
dividirse en tres períodos:
1884‑1894:Período en el que surgió y se
consolidó la teoría y la práctica de la socialdemocracia.
1894‑1898: Período
en el que se produjo un resurgir de la actividad, con un despliegue de
entusiasmo general, por parte de los trabajadores, por la acción huelguista.
1898― ? : Período de
desunión, vacilación y disolución, en el que los líderes permanecieron a la
zaga Lenin indica que sus ideas en materia de organización tanto en la teoría
como en la práctica (tal como deben ser precedidas por una exposición de las
diferencias puede observarse en la libertad de crítica y en existentes entre él
y sus adversarios dentro de la Social-Democracia rusa el primitivismo), y se
empeñaron en buscar una justificación para su actividad retrógrada. El papel de la teoría, tal como es
presentado en el primer
La conclusión general del libro es la necesidad de poner
fin al tercer período de que no
puede darse un movimiento revolucionario sin una teoría: para que un partido
tenga éxito en la lucha revolucionaria.
Lenin indica que sus ideas en materia de organización,
deben ser precedidas por una exposición de las diferencias existentes entre él y sus adversario dentro
de la
social-democracia rusa.
El papel de la teoría, tal como es presentado en el
primer capítulo, es funcional. Inicia su argumentación con la premisa de que no
puede darse un movimiento revolucionario sin una teoría, Para que un partido
tenga éxito en la lucha revolucionaria es preciso que se halle guiado por una
teoría avanzada. Cuál será esta teoría puede deducirse solamente a partir de
las observaciones que aporta Lenin al hablar de los criterios que la
identifican.
El primero es la convicción personal de que una teoría particular es la correcta. El segundo es el éxito, en la lucha política, de aquellos que defienden tal teoría. Al poseer la convicción de que una teoría es la correcta, una persona debe empeñarse en conseguir que reemplace a todas las demás teorías rivales. Esta es la batalla que, junto con la lucha política y económica, desempeña un papel importante en la lucha revolucionaria. Debido a la importancia de la teoría en la lucha, cualquier desviación, ya sea por abandono de algún punto sustancial, ya porque se comprometa su validez exclusiva, provoca el debilitamiento de la propia postura y el fortalecimiento de la del enemigo.
El segundo punto importante de la estrategia leninista es la relación existente entre la espontaneidad y la toma de conciencia. Este punto se relaciona lógicamente con el anterior, puesto que una vez establecida la función que desempeña la teoría correcta, hay que desentrañar su origen, pero ―aquí Lenin se expresa con fuerza― las teorías no nacen espontáneamente de las masas, sino que se desarrollan en la cabeza de los intelectuales.
La idea de que los trabajadores tienden naturalmente hacia el socialismo
es verdadera ―continúa Lenin― sólo en el sentido de que la teoría
socialista explica a los trabajadores su situación y los atrae, y no en el
sentido de que, de alguna manera, emerge espontáneamente en sus mentes.
Abandonados a sus propias fuerzas, los trabajadores no pueden sino producir
―y de hecho han producido― una serie de exigencias primitivas,
diseñadas solamente para mejorar su situación, cuando se enfrentan a sus
patronos. Ellos no producen la teoría socialista que se dirige a la abolición
de esta situación.
El tercer principio invocado por Lenin es la necesidad
de utilizar en la lucha política a todas las clases de la población que, por la
razón que sea, se oponen al enemigo.
Para ello ―es el cuarto principio― hay que mostrar que se
defiende la causa que aquella persona o grupo considera de capital importancia.
No es necesario que estas causas se encuentren conectadas entre sí, ni siquiera
que sean mutuamente consistentes: lo que es importante es que den la impresión
de ser consistentes; y para lograrlo se necesita la reducción de toda causa
particular a una general, o al menos hacerla aparecer como un aspecto de una
causa más amplia.
Finalmente existe el precepto táctico que podría recibir el nombre de
eslabón decisivo: la formación de un periódico que haría las veces no sólo de
propagandista y agitador colectivo, sino también de organizador colectivo.
Puesto que las ideas de Lenin sobre estrategia, táctica y organización
revolucionaria se encuentran entre las más importantes del siglo XX, tiene no
poco interés conocer sus orígenes.
Las referencias hechas a las costumbres del Partido alemán no pasan de
ser meras ilustraciones. Sólo hay una cita del Manifiesto en todo el
libro. Las dos fuentes principales son, o parecen ser, la tradición
revolucionaria rusa y la teoría marxista.
Las ideas diseminadas en los primeros escritos de Marx eran inadecuadas
para el programa del movimiento revolucionario ruso. El movimiento
revolucionario ruso ya poseía una teoría plenamente desarrollada, que había
sido originariamente diseñada por la organización Zem1yai Volya. En su
tiempo, dos grupos entraron en las filas de esta organización: el círculo que
gravitaba alrededor de Chernyslievskii, en San Petersburgo, y el grupo de
Herzen y Ogarev, en Londres. En la elaboración de su teoría, Ogarev sufrió la
influencia de Babuef, y sintéticamente consistía en lo siguiente:
― La organización necesita un núcleo dirigente a cargo de todas las
iniciativas; este núcleo nombra el Comité Central.
― Dos misiones principales: propagación de la teoría y creación de
una organización clandestina. El Comité Central se encargará de llevar a cabo
una de ellas, y para la otra se creará un Consejo editorial de la principal
publicación teórica.
― La entera organización ha de mantenerse unida por medio de
agentes situados en los centros locales.
― Toda la organización debe estar velada por el secreto; por eso
sólo el Comité Central conocerá todo lo referente al sistema.
― Es necesario infiltrar personas en posiciones en las que se
presenten como defensores de los intereses del pueblo.
― En cuanto se haya creado un clima favorable, un fuerte sistema
clandestino y una base popular, la organización se movilizará hacia la acción
directa: un levantamiento armado y la conquista del poder del Estado.
Sobre esta base común se produjeron dos variaciones: la que consideraba
que la «gente» no era los campesinos, sino los obreros industriales, y la que
pretendía desorganizar al enemigo por el recurso al terror. Ambos fueron
puestas en práctica por Narodnaya Volya.
Por último, no debe olvidarse que Lenin estudió atentamente las obras de
Tkachev, Chernysheski y los escritos de Narodnaya Volya. A los
diecisiete años se adhirió a la «corriente preparatoria», que, aun inspirándose
en las ideas de estos hombres, omitía, sin embargo, el uso del terror, puesto
que el asesinato de Alejandro II demostró que las tácticas terroristas no
producían el apetecido resultado de derrocar el sistema establecido. De esta
manera, las ideas de Ogarev llegaron a Lenin directamente.
Como no se conservan los manuscritos, el texto de la edición de 1902,
publicada en Ginebra, sirve como base de todas las ediciones posteriores. En la
colección de 1907, Durante doce años, publicada en San Petersburgo,
Lenin decidió abreviar el opúsculo, suprimiendo la mayoría de los pasajes de
interés más ocasional.
El estilo adolece de verbosidad, presenta una argumentación complicada y
retorcida, y ridiculiza a sus adversarios (una costumbre muy en boga en los
debates rusos de la época). ¿Qué hacer? es el escrito de Lenin
que, más que cualquiera de sus restantes obras, denota descuido en la
presentación y falta de claridad, como resultado de sus continuas alusiones y
disgresiones.
Si se admiten sus principios (lo cual no significa que se concedan), la
lógica interna del artículo es impecable. El papel de la teoría (I) conduce a
estudiar las relaciones existentes entre la espontaneidad y la toma de
conciencia (H), lo que, a su vez, conduce al aspecto práctico, que consiste en
la utilización de cualquier medio para obtener los fines del Partido (III).
Luego, los medios y fines son acomodados en un planteamiento táctico y
organizativo, previamente concebido por Lenin (IV y V).
Si se considera que este opúsculo es una fuente clásica del pensamiento y
práctica comunistas, no debe sorprender que no haga alusiones a ninguna otra
obra importante. La única excepción es la cita que ofrece del Manifiesto
comunista en la página 425. Los puntos de referencia de Lenin son artículos
de periódicos, otros artículos un poco más extensos y varios libros.
Mientras que tal vez se podría excusar a Lenin ―que escribía en lo
más álgido del combate― por su falta de seriedad científica, al no
ofrecer referencias adecuadas de las fuentes que utiliza, no se puede ser tan
benigno con las llamadas ediciones críticas de la obra, que, en el mejor de los
casos, son pobres en este aspecto. Lenin da por sabidas muchas cosas, que en su
tiempo pueden haber sido hechos y acontecimientos bien conocidos, pero que,
tiempo después, han resultado ininteligibles y confusos.
Utechim ha remediado algo la situación, ofreciendo esta edición, que es
la más parecida a un texto crítico. En ella se encuentra una introducción al
opúsculo, así como algunos rastros de la génesis del pensamiento de Lenin.
Utechim también ha podado ¿Qué hacer? de su contenido puramente
anecdótico y polémico, consiguiendo que la lectura de la obra sea más llevadera
y comprensible.
Metodológicamente, Lenin se complace en la polémica, para mostrar que los
argumentos de sus rivales, aunque parecen nuevos, no son más que argumentos
desacreditados vueltos a resucitar.
Respecto a la terminología, es importante tener presente lo siguiente:
las partes en cuestión, en los argumentos, son burgueses si están en la
oposición, y son proletarios si son marxistas; la toma de conciencia social
significa la adhesión a la ortodoxia marxista; la palabra dialéctico debe
traducirse con frecuencia como histórico; la palabra materialismo, con
mucha frecuencia pretende significar realismo; la palabra revolucionario
equivale a progresivo. Para Lenin, la palabra conciencia significa
una inteligencia general, la facultad de comprender y prever, la habilidad de
organizar, planificar y calcular oportunidades.
Por otra parte, para él, espontaneidad significa un impulso instintivo,
una facultad que es esencialmente ciega y no inteligente, pero, de todos modos,
irresistible. Aunque no le inspiraba mucha confianza, admite que la élite carece
de poder sin ella.
Es bien sabido que entre todas las debilidades metodológicas que tuvo
Lenin, la más evidente fue la de exagerar y omitir hechos históricos. Algunos
de éstos ya han sido presentados al lector en las anteriores consideraciones
acerca del contenido del libro. Algunas otras observaciones al respecto son las
siguientes:
a) Insinúa que la
prensa se hallaba maniatada (cfr. pp. 356 ss.), refiriéndose a la década de
1890, lo cual no es cierto, pues la censura en esa época se ejercía con un
espíritu liberal.
b) La afirmación de que los críticos de Lenin
eran tímidos revisionistas y pocos es totalmente falsa (cfr. pp. 361 ss.).
c) En páginas 378 ss. nos encontramos también con una
descripción parcial e inexacta acerca de la reunión de San Petersburgo, pues
―en contra de lo que dice Lenin― había muchos de la vieja guardia
que conservaban las ideas que tenían antes de ser arrestados y exiliados. Lo
mismo sucede con su afirmación de que la mayor parte de los círculos compuestos
por los jóvenes revolucionarios no tenían contacto con esos miembros. de la
vieja guardia y que disentían de las ideas de Lenin.
d) En
páginas 482 ss. Lenin es víctima o autor de un espectacular error y de una
distorsión, tanto de los principios como de la práctica, al afirmar que los
tribunales no eran independientes.
Estas son algunas de las observaciones que pueden hacerse sobre los
métodos utilizados por Lenin.
Hay que tener presente que el comunismo es una «teocracia» económica y
que impone una disciplina sumamente rigurosa, que se obtiene solamente por medio
de métodos externos de propaganda y de fuerza. Sin embargo, ninguna disciplina
social fuerte es realmente posible sin algún tipo de ética interior que
implique y respete las aspiraciones del alma y de la persona.
A partir de este punto se podrían atacar las proposiciones contenidas en ¿Qué
hacer? desde varios ángulos, pero la forma más útil aquí parece ser la
de considerar lo que es el bien común al que la sociedad debe tender.
También debe recordarse que Lenin practica la teoría colectivista de la
sociedad, propia del materialismo dialéctico. No pretendemos ahora ofrecer un
resumen exhaustivo de esta teoría, sino indicar algunas de sus principales
afirmaciones, entre las cuales se cuentan:
1) La sociedad está
determinada intrínsecamente por fuerzas constitutivas del evolucionismo
económico y biológico, de modo que el proceso social, en su conjunto, así como
su organización, se encuentran sujetos a un determinismo social. Tanto el
hombre como sus fines personales no tienen ninguna importancia decisiva. El
hombre se encuentra totalmente al servicio de este proceso y sólo posee la
libertad que le consiente la organización. En consecuencia, hasta su propio
sistema de valores le viene impuesto determinísticamente en la sociedad, siendo
los valores sociales los que gozan de prioridad (cfr. recensión a Engels, Del
socialismo utópico al socialismo científico).
2) Esta teoría social concede una realidad primaria a la sociedad, de la
que depende la entera existencia de sus miembros.
3) En modo opuesto a la
teoría orgánica de la sociedad, la mecanicista, basada en la teoría
colectivista, habla sólo de un modo metafórico del cuerpo de la
sociedad, así como de sus miembros y órganos. Para los mecanicistas, la
sociedad se compone sólo de grupos que actúan unos sobre otros mecánicamente,
por atracción y repulsión; estos grupos están organizados en una unidad
mecánica, como las piezas de una máquina. Las autoridades del Gobierno tienen
como misión el dirigir todas las actividades de la sociedad hacia los fines que
ellos han establecido.
4) El bien común es contemplado como la actualización del principio
mecánico de igualdad (cfr. Marx y Engels, Manifiesto comunista). Esto
falsea la realidad de la naturaleza humana e ignora la importancia de todas las
potencialidades de que dispone la sociedad para actualizar el bien común,
fomentando intereses individuales.
5) Las causas
principales del bien común, según esta teoría, son: la planificación
sistemática y la organización de la producción económica. Esto equivale a
descartar como causa eficiente del bien común el interés propio y la propia
responsabilidad de los miembros de la sociedad (cfr. recensión a Engels, Del
socialismo utópico al socialismo científico).
6) La lucha de clases es el resultado de una estructura económica particular
(cfr. recensión a Marx y Engels, Manifiesto comunista).
7) La estructura ética,
que late en las consideraciones tácticas de Lenin, es la de un evolucionismo
ético y pragmático.
Antes de pasar a una crítica más concreta de la concepción de Lenin sobre
la sociedad y el bien común, que están latentes en este libro, conviene
recordar algunas nociones sobre qué es el bien común, según el recto orden del
conocimiento natural.
Tomado en su generalidad nocional, podemos decir que el bien común es el
bien de esto o de aquello, en cuanto esto o aquello es parte de algún todo. El
bien es lo que todos apetecen, y al analizar esta afirmación vemos que todos
los hombres quieren ser felices, y que esa apetencia de la felicidad es algo
natural al hombre. Luego podemos concluir que la felicidad es un cierto bien
común (cfr. Santo Tomás, C. G., lib. III, c. 39). La felicidad consiste
en un perfecto aquietamiento del apetito, de tal modo que cuando se consigue ya
no queda nada que desear, y la capacidad de amar se actualiza plenamente. Por
tanto, hemos de concluir que la felicidad tiene que ser el estado perfecto de
agregación de todos los bienes (cfr. Santo Tomás, Summa Theologiae, MI, q.
3, a. 2, ad 2).
Sin embargo, cuando pensamos en los bienes concretos observamos que no
son el bien, sino un bien, algo que de algún modo participa de la
bondad y que, por tanto, no puede aquietar el deseo de felicidad del hombre, ya
que la voluntad tiende al bien sin limitaciones, dado que es el apetito que
sigue al intelecto, cuyo objeto es el ser en toda su amplitud.
Por tanto, nos resta ver en qué consiste esa felicidad, a la que tienden
todos los hombres, y que es el bien común de todos ellos. Lenin la situará en
algo creado, material. Ahora bien: lo específico del hombre es su racionalidad,
y aunque haya en el hombre otras potencias, por lo que podríamos hablar de
algún bien más limitado, el bien del hombre en cuanto tal es el que es según la
razón: primero, porque es lo específico suyo y lo superior, pero además porque
el bien de la razón comprende todo lo que es bueno, y, por tanto, comprende
también el bien de las demás potencias, siempre que estén debidamente
ordenadas.
Y «como quiera que el afecto sigue al conocimiento, cuanto el
conocimiento es más universal, tanto el afecto que se sigue se refiere a un
bien más común; y cuanto el conocimiento es más particular, tanto el afecto que
sigue se refiere a un bien más particular, porque en nosotros la dilección
particular se origina en el conocimiento sensitivo mientras que la dilección
del bien verdaderamente común y universal proviene del conocimiento
intelectivo» (Santo Tomás, De Spirit. Creat., a. 8, ad 5). Este texto de
Santo Tomás señala algo de gran interés, y es que los bienes materiales son
siempre menos comunes que los espirituales.
Por eso hay que concluir que es imposible que la felicidad del hombre
esté en algún bien creado. La felicidad es el bien perfecto, que se desea
totalmente; y por tanto ha de ser un bien universal. «De lo que resulta
manifiesto que nada puede aquietar a la voluntad del hombre sino el bien
universal, que no se encuentra en nada creado, sino sólo en Dios, porque
cualquier criatura tiene el bien participado» (Santo Tomás, S. Th., MI, q.,
4, a. 2, ad 2).
Sólo Dios es el verdadero bien común a todos los hombres, y todos los
demás bienes lo serán en la medida en que sirvan al hombre para conseguir ese
Bien: cualquier bien común creado es un bien particular en comparación al bien
divino, que es el bien más común o universal porque es el mejor. «Por lo cual
el hombre busca en la tranquilidad del orden público, fin inmediato de la
sociedad civil, el bienestar y, sobre todo, los medios necesarios para
perfeccionar su vida moral, perfección que no consiste en otra cosa que en el
conocimiento y práctica de la virtud» (León XIII, Enc. Sapientiae Christianae, 3‑XII‑1880).
Y no podemos olvidar que si un todo no es su propio fin último, sino que
se ordena a un fin ulterior, el último fin de la parte, no es el mismo todo,
sino alguna otra cosa. La piedra de toque de todo bien está precisamente ahí,
en conducir al último bien o fin, Dios, que es el bien común de todas las
cosas.
De acuerdo con lo ya visto, se puede concluir que el bien de una persona
singular no es el fin de otra. Y esto no cambia, aunque se trate del bien
sumado de diez personas singulares o de cien mil: si no es un bien común, no es
fin de las otras partes, aunque sólo quedara excluida una. Y tampoco cambia si
se trata del Estado, porque el Estado ―como órgano de gobierno y
administración― no es más que una parte del todo comunitario.
El fin de la comunidad política es el fin del hombre en la medida en que
el hombre forma parte de esa comunidad; pero si esa sociedad no ofrece al
hombre la posibilidad de cumplir perfectamente el fin propio, evidentemente no
puede proclamarse perfecto bien común de los hombres, y en esa medida el bien
propio de cada hombre excede la ordenación política, sin que exceda, sin
embargo, la ordenación humana en toda su generalidad, porque esa ordenación es
el conjunto de todos los hombres con sus fines propios en armónica conjunción,
pero teniendo también en cuenta que esa ordenación humana no es el último fin.
De tal manera comprende el bien común los bienes propios, que se puede
decir, por ejemplo, que una ley es injusta, aunque tienda a un bien común, si
distribuye desigualmente sus cargas en la multitud (cfr. S. Th. MI, q.
96, a. 4c): desigualdad que hay que tomar en sentido proporcional, es decir,
según la varia condición propia de cada uno.
Por lo que respecta a los bienes materiales, que incluyen el aliviar las
cargas propias e incrementar los propios beneficios, la regla que debe
gobernarlos es un orden de proporcionalidad. El bien común implica dos
aspectos: el de la igualdad y el de la variedad. La igualdad de la naturaleza
humana implica que todos los hombres deben gozar de la oportunidad de llevar a
cabo sus misiones, sustancialmente iguales. Pero la variedad de la contribución
de los hombres a la cooperación y producción social implica las
correspondientes diferencias en la participación de los frutos de esas tareas.
Conviene insistir en que esta tarea no se identifica con el bien común,
sino que es sólo una manifestación de que realmente la sociedad persigue su
consecución. Por eso, estos bienes materiales siempre están subordinados a la
consecución del bien común último, es decir, están subordinados a los bienes
espirituales, y es en orden a esta subordinación precisamente en cuanto podemos
decir que estos objetivos de la sociedad son buenos, pues el fin de la vida
humana y de la sociedad es Dios (cfr. S. Th., MI, q. 100, a. 6c).
Con esta perspectiva se entiende que el bien común, según la recta razón,
esté en un orden de prioridad respecto al bien propio, pues el hombre por
naturaleza es sociable, y es en sociedad donde puede encontrar su perfección.
Así como, por ejemplo, el hombre prefiere exponer a un golpe una mano, antes
que permitir que el corazón o la cabeza lo reciban, pues sabe que así está
conservando un bien mayor, que es la propia vida, del mismo modo se debe
preferir el bien común (real) al bien propio. Si la sociedad está bien
ordenada lleva a los hombres a Dios, y entonces cualquier sacrificio personal
en favor de la vida de la sociedad favorece necesariamente la consecución de
ese bien común del que se participa, y, consiguientemente, la del propio fin.
De ahí que la comunidad pueda exigir determinados sacrificios a sus
miembros cuando ella misma está bien ordenada, y en ella encuentran esos
miembros de la comunidad su propio bien si ellos, a su vez, están bien
dispuestos.
A la luz de estos principios podemos pasar a considerar algunas de las
características que debe tener toda sociedad y que hacen posible la consecución
del bien común:
a) Debe reconocer y garantizar los derechos de la persona humana: derecho
a la vida, a la integridad del cuerpo, a los necesarios medios de existencia,
al matrimonio, a educar a los hijos y al uso y posesión de la propiedad, entre
otros (cfr. Pío XI, Enc. Divini Redemptoris, 19‑III-1937).
b) Debe excluir el autoritarismo personal, así como el
dominio de una clase social sobre el resto de la población.
c) Su finalidad no debe ser la idolización del Estado ni el poder
externo, sino la obtención del bien de la persona humana, la promoción del bien
común social y la administración del bien público.
d) Debe hacer posible la existencia de la libertad y de
la amistad.
Teniendo todo esto en cuenta, podemos proceder a considerar brevemente
los conceptos de clase, de sindicato y de partido político. Se verá, a partir
de la sumaria exposición de sus definiciones, derechos y deberes, que, aunque
Lenin los use, estos términos no corresponden a la realidad que las mismas
palabras tratan de expresar.
Lenin critica a los «Economistas» y pone objeciones a toda negociación y
moderación, porque lo que persigue no es el bien de la población, sino la
autonomía absoluta del Partido. Además, sustituye el bien común por el bien del
Partido. Esto conduce necesariamente a la subordinación de todas las cosas,
personas e instituciones, a eliminar toda teoría que se oponga a las ideas e
«ideales» del Partido o a la más absoluta servidumbre a la voluntad autónoma
del mismo.
Puede entenderse por clase un grupo de la sociedad cuyos miembros
se hallan ligados por un deseo común de un cierto bien particular (obtenerlo o
conservarlo) dentro de un sistema social. Lo principal en este concepto es el
paralelismo de intereses, mientras que la comunidad de funciones en el proceso
de cooperación social es sólo de importancia secundaria.
Los derechos naturales de estos grupos son los siguientes:
a) El derecho a organizarse.
b) El derecho a usar todos los medios, dentro de
los límites de la justicia y de la caridad, con el fin de preservar
y promover sus propios intereses.
c) El derecho a la
solidaridad. Dentro de los justos
límites, ésta es una actitud moralmente correcta. Sin embargo, es
incompatible con la lealtad que todos los individuos y grupos deben a la
sociedad el considerar todas las cosas desde el punto de vista del interés
particular.
En la medida en que la contraposición de grupos persigue, el bien común
actúa como causa real del progreso de la sociedad. Pero en la medida que busca tan
sólo el bien particular de un determinado grupo, es un cáncer que debe ser
desarraigado.
La lucha de clases en nuestros días se reduce frecuentemente al sistema
de huelgas. Sus manifestaciones más virulentas llegan a atacar la moralidad
pública, el principio de unidad de la comunidad y del orden, por medio de
conflictos armados. Contra estas tres últimas manifestaciones, la sociedad
tiene el deber y el derecho de defenderse, y puede incluso llegar a hacer uso
de la fuerza (potestas), con el fin de hacer respetar su autoridad y de
proteger el bien común y el bien público.
Los sindicatos son organizaciones voluntarias de ayuda propia, que
protegen y promueven los intereses económicos y sociales de grupos individuales
en los mercados económicos. Aquí deben tenerse presentes dos puntos: a) que
actúan según el principio del beneficio económico (vendiendo trabajo al mejor
postor), y b) que los sindicatos pueden constituir monopolios que vayan en
contra de algunos grupos de trabajadores, como cuando tratan de imponer el
sindicalismo obligatorio.
Los derechos de un sindicato son los siguientes:
a) El derecho de combinar libremente su
existencia y su actividad.
b) El derecho a usar los medios justos para
resolver los problemas de los trabajadores.
c) El derecho de promover reformas sociales,
d) especialmente las encaminadas a asegurar una
mayor participación de los trabajadores en las tareas sociales de interés
común.
Por otra parte, los sindicatos tienen deberes:
a) El deber de velar por
la justicia social.
b) El deber de respetar la
libertad de pertenecer a un sindicato cualquiera, que no es más que la libertad
de asociación.
c) El deber de mantener
una libertad interna: la administración del sindicato, en las cuestiones más
importantes, debe estar pendiente de la voluntad de sus miembros (libremente
asociados).
Respecto a los partidos políticos, hay que tener en cuenta que:
a) los partidos no son el
Estado;
b) los partidos no son el
pueblo, y por esto no pueden arrogarse el poder exclusivo en materia de
educación, información y moralidad públicas, etcétera, y
c) los partidos no son
órganos de gobierno, es decir, órganos que ejecuten la voluntad del Estado.
El partido, como parte de la nación, trata de presentar las opiniones,
intereses y voluntad de un grupo de ciudadanos en la configuración de la
política y del bien común. Por eso, los deberes más importantes de un partido
político son los siguientes:
a) La obligación de
sujetarse en todas sus actividades al bien común de la sociedad.
b) La obligación de no
transformar su influencia y poder en fines últimos.
c) La obligación de formar
a la población en un espíritu de participación responsable y activa en la vida
de la comunidad política. Para conseguirlo deben preocuparse de apelar sólo a
la verdad.
En cuanto a los principios que gobiernan los medios de difusión, hay que
recordar que deben ser una fuente de formación y no de deformación, de
información y no de sensacionalismo, guiados por la verdad y no por medias
verdades, al servicio de la comunidad y no de los intereses de una minoría
(cfr. Pío XII, Enc. Miranda Prorsus).
Estas breves observaciones hacen que las siguientes declaraciones, hechas
por Lenin en ¿Qué hacer?, contrasten de tal manera que no haga
falta continuar refutándolas:
1. La autoridad del Partido y la
lealtad que le debe todo miembro es absoluta.
2. Es preciso capturar todos los medios de información y difusión, especialmente la prensa. La función de la prensa es la siguiente: hacer un llamamiento a la nación; fundir las fuerzas destructivas de las masas con la de los revolucionarios profesionales; defender el «honor», prestigio y continuidad del Partido; preparar, señalar y efectuar levantamientos armados; servir de agitador colectivo; servir de organizador colectivo, y servir de propagandista colectivo.
3. La función del sindicato es aliviar a la prensa del partido del peso de los detalles; llevar un control de las
experiencias de la lucha; servir y formar instructores de agitadores.
4. Cuando se ha obtenido un clima favorable entre las
clases cultas, se ha construido un
sistema clandestino y se ha obtenido el apoyo popular, se debe pasar a la
acción directa, a la insurrección armada.
5. Las concesiones económicas y las reformas que se hayan obtenido a través de los canales legislativos y
administrativos deben rechazarse inmediatamente.
6. Toda lucha debe
subordinarse a la lucha revolucionaria por el socialismo: debe rechazarse toda
moderación.
7. La exposición política es necesaria
porque: despierta la conciencia política; saca a la luz las relaciones de la
clase trabajadora con todos los estamentos de la sociedad y con el Estado,
considerado como una fuerza política organizada; es un medio de agitación; es
esencial en la formación de las masas para la actividad revolucionaria.
8. Hay que conseguir la cooperación de todas las clases sociales utilizándolas en la lucha política, defendiendo todas las causas que los individuos y grupos consideran ser de fundamental importancia: es importantísimo dirigir los pensamientos de los insatisfechos con algunos aspectos parciales del sistema, a la idea de que el entero sistema político es inútil,
9.
La principal base de toda actividad, entre todos los estamentos de la sociedad,
es que cada manifestación de descontento y cada protesta, por pequeñas que
sean, deben ser acogidas y se les debe sacar el mayor provecho posible en favor
del Partido.
Otras observaciones críticas más de fondo a la concepción marxista-leninista
del hombre, de la historia, de la naturaleza, etcétera ―que determinan su
pensamiento político―, pueden encontrarse en la Introducción general y
en otras recensiones de las distintas obras donde se expone expresamente
aquella concepción.
R.M.J. y J.M.B.
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[1] Resumen tomado de la Introducción a esta obra de Lenin, en su versión inglesa: What is to be done?, Utechim S.V., Oxford 1963, pp. 2‑11.
[2] Conviene aclarar que cuando Lenin se refiere al Partido Social‑Demócrata, se está refiriendo a lo que luego se llamaría Partido Comunista― A la Social‑Democracia posterior, dedicó fuertes ataques en otro de sus libros: El Estado y la Revolución (ver Recensión a esa obra).