LENIN

El Estado y la Revolución. (La doctrina marxista del Estado y la función del proletariado en la Revolución)

(Se cita por la edición italiana: Stato e Rivoluzione La dottrina marxista, dello Stato e i compiti del proletariato nella rivoluzione), Edizioni Rinascita, Editori Riuniti, Roma 1954,138 pp. La traducción castellana de las citas textuales es nuestra.)

 

I. CONTENIDO DE LA OBRA

En el prefacio a la primera edición, escrito en agosto de 1917, Lenin explica brevemente el argumento del libro —suficientemente claro en el título y en el subtítulo—, señalando dos características principales. Por una parte, su finalidad de defender la doctrina de Marx y Engels contra las desviaciones del oportunismo, especialmente de Karl Kautsky; y, por otra parte, el carácter o significado práctico del libro en el momento histórico concreto: «Visiblemente, la revolución proletaria internacional está madurando, y el problema de su actitud frente al Estado asume un significado práctico» (p. 5). Sigue un brevísimo prefacio a la 2.ª edición: «Esta 2.ª edición es casi perfectamente conforme a la 1ª. Se ha hecho un solo añadido: el tercer párrafo del II capítulo. Moscú, 17‑XII‑1918» (p. 6).

El índice del libro, que seguiremos para exponer su contenido, es el siguiente:

Prefacio de Lenin a la primera edición.................................... 5

Prefacio de Lenin a la segunda edición................................... 6

CAPITULO I: LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO

1. El Estado, producto del antagonismo inconciliable entre las clases       7

2. Destacamentos especiales de hombres armados, prisiones, etc.           11

3. El Estado, instrumento de explotación de la clase oprimida 14

4. La «extinción» del Estado y la revolución violenta............. 18

CAPÍTULO II: EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN. LA EXPERIENCIA DE 1848–51

1. La vigilia de la revolución................................................. 26

2. El balance de una revolución............................................ 31

3. Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852....................... 37

CAPITULO III: EL ESTADO Y LA REVOLUCION LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARIS (1871). EL ANÁLISIS DE MARX

1. ¿En qué consiste el heroísmo del intento de los comuneros 41

2. ¿Con qué sustituir la máquina del Estado destrozada?....... 46

3. La supresión del parlamentarismo..................................... 51

4. La organización de la unidad nacional............................... 57

5. La destrucción del Estado parásito................................... 61

CAPITULO IV: CONTINUACIÓN. EXPLICACIONES COMPLEMENTARIAS DE ENGELS

1. El «problema de los alojamientos».................................... 64

2. Polémica con los anarquistas............................................ 67

3. Una carta a Bebel............................................................ 72

4. Crítica al proyecto del Programa de Erfurt........................ 75

5. El prefacio de 1891 a «Guerra Civil», de  Marx................ 83

6. La eliminación de la democracia según Engels................... 90

CAPITULO V: LAS BASES ECONOMICAS DE LA EXTINCION DEL ESTADO

1. Cómo plantea Marx la cuestión........................................ 93

2. La transición del capitalismo al comunismo....................... 96

3. La primera fase de la sociedad comunista....................... 102

4. La fase superior de la sociedad comunista...................... 106

CAPITULO VI: EL MARXISMO DEGRADADO POR LOS OPORTUNISTAS

1. La polémica de Plekhanov con los anarquistas................ 118

2. La polémica de Kautsky con los oportunistas................. 120

3. La polémica de Kautsky con Pannekoek........................ 128

CAPITULO VII: LA EXPERIENCIA DE LAS        REVOLUCIONES RUSAS DE  1905 Y DE 1917         137

EPÍLOGO........................................................................ 138

 

CAPÍTULO I: LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO (pp. 7‑25).

1. El Estado, Producto del antagonismo inconciliable entre las clases.—Comienza este primer párrafo lamentando las muchas deformaciones que se han hecho del marxismo, y 1a necesidad de «restablecer la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado» (p. 8). Para ello, Lenin recoge varias citas extensas de Marx y Engels, de las que obtiene la conocida conclusión: «El Estado es el producto y la manifestación de los antagonismos inconciliables entre las clases» (p. 9); el subrayado ―como todos los que seguirán dentro de las citas― es de Lenin.

A continuación, pasa Lenin a criticar a los pequeño‑burgueses, que pretenden corregir a Marx diciendo que el Estado es el órgano de conciliación de las clases, cuando en realidad —dice— «para Marx, el Estado es el órgano del dominio de clase, un órgano de opresión de una clase por otra» (p. 9). En este error cayeron en seguida los mencheviques y los socialrevolucionarios. Otra deformación, más sutil, es la de Kautsky y sus seguidores quienes, aceptando que el Estado es órgano de dominio y opresión de una clase por otra y que los antagonismos de clase son inconciliables, sin embargo no consideran que de ahí se sigue —según Marx— «que la liberación de la clase oprimida es imposible no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal» (p. 10). Como prueba de esta afirmación' Lenin recoge una  cita de El origen de la familia, de la propiedad  privada y del Estado, de Engels.

2. Destacamentos especiales de hombres armados., prisiones, etc.—En este breve párrafo, Lenin describe ese «aparato de poder estatal», señalando cómo la fuerza del Estado se basa principalmente en el ejército permanente y en la policía. El que sean unos destacamentos especiales de hombres armados quienes constituyen la fuerza del Estado es, según Lenin, consecuencia directa de la escisión en clases inconciliables, que hace imposible «la organización armada espontánea de la población» (p. 12). Aunque este tema lo tratará más adelante, indica ya aquí Lenin que, en el paraíso comunista, aquellos destacamentos especiales serán sustituidos por esa «organización armada espontánea de la población», que «se diferenciará por su complejidad, por su técnica avanzada, etc., de la organización primitiva de una banda de monos armados de bastones, o de la de hombres primitivos o asociados en clan» (p. 12).

A continuación, citando a Engels como prueba, afirma Lenin cómo los medios de dominio del Estado no sólo se dirigen al interior del propio país, sino que se extienden al exterior, dando lugar al colonialismo y a la repartición del mundo entre las potencias.

3. El Estado, instrumento de explotación de la clase oprimida.—Junto al ejército permanente y a la policía, el Estado necesita —para estar situado por encima de la sociedad— de otros instrumentos (impuestos, etc.), que originan «la cuestión del privilegio de los funcionarios como órganos del poder estatal» (p. 15). En polémica directa con Kerenski y con Kautsky, Lenin reafirma ese privilegio como otra de las manifestaciones evidentes del carácter de instrumento de opresión de una clase por otra, que tiene el Estado.

Incluso en las llamadas repúblicas democráticas el Estado es eso; es más, «la república democrática es la mejor envoltura política posible para el capitalismo; por eso el capital, después de haberse apropiado de esa envoltura —que es la mejor—funda su poder de un modo tan abundante y seguro, que ningún cambio, ni de personas, ni de instituciones, ni de partidos en el ámbito de la república democrática burguesa puede sacudirlo. Es necesario además hacer notar que Engels define, de modo categórico, el sufragio universal como un instrumento de dominio de la burguesía» (p. 16). Por eso, sigue Lenin, se equivocan los pequeñosburgueses democráticos (mencheviques, social‑chovinistas y oportunistas de todo tipo) al decir que el sufragio universal es instrumento de igualdad, de participación de todos en el gobierno, etc.: «Nosotros aquí podemos sólo señalar que esta concepción es falsa, y hacer notar que la afirmación clara, precisa y concreta de Engels es continuamente dejada de lado por la propaganda y por la agitación de los partidos socialistas 'oficiales' (es decir, oportunistas)» (p. 17).

4. La extinción del Estado y la Revolución violenta.—Comienza con una larga cita de Engels, tomada de Anti‑Dühring, en la que se encuentra la conocida frase: «El Estado no ha de abolirse, el Estado se extingue». Lenin afirma que muchos toman esa frase aislada del contexto, de modo que, convirtiendo al marxismo en oportunismo, «no queda más que el concepto vago de un cambio lento, homogéneo, gradual, sin sobresaltos ni tempestades, sin revolución» (p. 20): esta es, dice, «la más grosera deformación del marxismo, ventajosa sólo a la burguesía» (p. 20). En contra de esa deformación, Lenin, interpretando casi literalmente a Engels, afirma:

1º. «Engels habla aquí de supresión del Estado de la burguesía por obra de la revolución proletaria, mientras que lo que dice sobre la extinción del Estado concierne a los restos del Estado proletario que subsistirán después de la revolución socialista. El Estado burgués, según Engels, no «se extingue», sino que ha de ser suprimido por el proletariado durante la revolución. Lo que se extingue después de esta revolución es el Estado proletario o semi‑Estado» (p. 20).

2º. El Estado es una forma especial de represión de la burguesía sobre el proletariado, que «debe ser sustituida por una Tuerza especial de represión' de la burguesía por parte del proletariado (dictadura del proletariado)» (p. 21).

3º. Esta dictadura del proletariado es «la democracia más completa» (p. 21), que es la que «ha de extinguirse, no puede suprimirse» (ibíd.).

4º. Esta doctrina, dice Lenin, va tanto contra los oportunistas como contra los anarquistas, «¡pero no sólo contra los anarquistas!» (p. 22), y explica por qué: «Nosotros estamos a favor de la república democrática, en cuanto que es, en régimen capitalista, la forma mejor de Estado para el proletariado, pero no podemos olvidar que la suerte reservada al pueblo, también en la más democrática de las repúblicas burguesas, es la esclavitud asalariada» (p. 22); «por tanto, un Estado, cualquiera que sea, no es libre y no es popular» (p. 22). Más adelante, Lenin desarrollará un poco más su postura ante el anarquismo.

5º. La revolución ha de ser necesariamente violenta, cosa que «olvidan» los oportunistas, hablando a veces de revolución y otras veces de extinción del Estado burgués, con un «eclecticismo que ha sustituido a la dialéctica» (p. 24). Y, para terminar, resume la tesis: «La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario no es posible sin revolución violenta. La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo Estado, no es posible más que por vía de 'extinción'» (página 25).

Como se ve, se trata de cinco tesis, ligadas entre sí que son afirmadas como indudables en base a la autoridad de Engels.

CAPÍTULO II: EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN. LA EXPERIENCIA DE 1848‑51 (pp. 26‑40).

1. La vigilia de la Revolución.—Analizando varios textos de Marx y Engels sobre el Estado y la Revolución, anteriores a la revolución de 1848, Lenin desarrolla la idea de la dictadura del proletariado, como «el Estado; es decir, el proletariado organizado como clase dominante» (p. 27), explicando su necesidad. El proletariado necesita un Estado, pero no como lo entienden los oportunistas (social chovinistas y kautskianos),sino que «los obreros necesitan del Estado sólo para reprimir la resistencia de los explotadores, y sólo el proletariado es capaz de dirigir y actuar esta represión, porque es la sola clase completamente revolucionaria, la sola clase capaz de unir a todos los trabajadores y todos los explotados en la lucha contra la burguesía, para suplantarla completamente» (p. 28). Este Estado proletario es un «Estado en vías de extinción; es decir, constituido de modo tal que empiece en seguida a extinguirse, y no pueda no extinguirse» (p. 28).

En cambio, los pequeños‑burgueses democráticos pretenden sustituir la lucha de clases por la utopía del acuerdo entre las clases, lo cual, en realidad, dice Lenin, «no ha conducido más que a la traición de los intereses de las clases trabajadoras» (p. 28).

A continuación, Lenin habla de la función del partido comunista (que llama aquí partido obrero), como vanguardia del proletariado: «Educando al partido obrero, el marxismo educa una vanguardia del proletariado, capaz de tomar el poder y de conducir a todo el pueblo al socialismo, capaz de dirigir y de organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el dirigente, el jefe de todos los trabajadores, de todos los explotados, en la organización de su vida social sin la burguesía y contra la burguesía» (p. 30).

2. El balance de una revolución.—Después de recoger las consideraciones sobre la revolución de 1848‑1851, que Marx hizo en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Lenin comenta: «En este admirable razonamiento (el hecho por Marx) el marxismo da un grandísimo paso adelante en relación al «Manifiesto del Partido Comunista». El problema del Estado en el 'Manifesto' estaba planteado aún de modo demasiado abstracto, con nociones y términos de lo más genérico. Aquí el problema está planteado concretamente y la deducción es extremamente precisa, bien definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores no hicieron más que perfeccionar la máquina del Estado, mientras que es necesario destrozarla, demolerla. Esta deducción es lo principal, lo esencial de la doctrina marxista sobre el Estado» (p. 32).

A continuación, vuelve Lenin a hablar sobre la burocracia y el ejército permanente como «parásitos sobre el cuerpo de la sociedad burguesa, parásitos engendrados por las contradicciones internas que dividen esta sociedad» (pp. 33‑34). Los kautskianos y los pequeños‑burgueses, dice Lenin, consideran que la concepción del «Estado parásito» es propia y exclusiva del anarquismo, en lo que evidentemente se equivocan. La experiencia histórica, continúa Lenin, todavía (en 1852) no permitía plantearse con qué habría de sustituirse la máquina del Estado; «en 1852 se podía únicamente comprobar, con la precisión propia de las ciencias naturales, que la Revolución proletaria afrontaba la tarea de 'concentrar todas sus fuerzas de destrucción' contra el poder del Estado, la tarea de 'destrozar' la máquina del Estado» (p. 35).

El balance, pues, que Lenin hace siguiendo a Marx, de la revolución de 1848‑51, es que toda revolución que no destroce completamente la máquina del Estado burgués no hace más que favorecerla, reforzarla: de ahí la 'conclusión científica' de que la revolución ha de destrozar completamente la máquina estatal burguesa.

3. Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852 (párrafo añadido en la 2.a edición, de 1919). —Comienza el párrafo con una cita de la carta de Marx a Weydemeyer, del 5‑III‑1852, en la que dice no haber sido él quien ha descubierto la realidad de la lucha de clases: «Lo que yo he aportado —escribe Marx— ha sido demostrar: 1, que la existencia de las clases está ligada a determinadas fases del desarrollo histórico de la producción; 2, que la lucha de las clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; 3, que esta misma dictadura constituye sólo el paso a la supresión de todas las clases y a una sociedad sin clases» (p. 38).

Lenin comenta este texto, criticando duramente a quienes afirman que la doctrina de la lucha de clases es toda la esencia del marxismo: «marxista, dice, es solamente quien extiende el reconocimiento de la lucha de las clases hasta el reconocimiento de la dictadura del proletariado» (pp. 38‑39). De ahí que, continúa Lenin, «la esencia de la doctrina del Estado de Marx es asimilada solamente por quien comprende que la dictadura de una sola clase es necesaria no sólo para toda la sociedad de clase en general, no sólo para el proletariado después de haber abatido la burguesía, sino para un entero período histórico, que separa el capitalismo de la 'sociedad sin clases', del comunismo. Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente variadas, pero la sustancia es única: todos estos Estados son, de un modo u otro, en último análisis, obligatoriamente una dictadura de la burguesía. El paso del capitalismo al comunismo, naturalmente, producirá una enorme abundancia y variedad de formas políticas, pero la sustancia será inevitablemente una sola: la dictadura del proletariado» (p. 40). No explica Lenin, ni Marx, el porqué de ese «obligatoriamente», ni de ese «inevitablemente»: sólo lo afirma como si fuese algo evidente por sí mismo, considerando la marcha dialéctica de la historia.

CAPITULO III: EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN. LA EXPERIENCIA DE COMUNA DE PARÍS (1871). EL ANÁLISIS DE  MARX (pp. 41‑63).

1. En qué consiste el heroísmo del intento de los 'comuneros.'—Comienza Lenin afirmando la inmensa importancia de la experiencia histórica de la Comuna de París, aunque ésta no alcanzara sus objetivos, hasta el punto de que «La única 'enmienda' que Marx Juzgó necesario hacer al 'Manifiesto del Partido Comunista', la hizo sobre la base de la experiencia revolucionaria de los 'comuneros' de París» (p. 42). Esta enmienda puede formularse con palabras de Marx y Engels —que Lenin cita—, así: «La Comuna, especialmente, ha proporcionado la prueba de que la clase obrera no puede apoderarse simplemente de la máquina estatal ya lista y ponerla en movimiento para sus propios fines» (p. 42). Esta enseñanza fundamental —sigue Lenin— ha sido desvirtuada por los oportunistas, que la interpretan como si Marx hubiese afirmado la idea de una evolución lenta; «en realidad, es precisamente lo contrario. La idea de Marx es que la clase obrera debe destrozar, demoler la 'máquina estatal ya lista', y no limitarse simplemente a apoderarse de ella» (p. 43). A continuación se reproduce un texto de la carta de Marx a Kugelmann del 12‑IV‑1871, donde se dice eso mismo.

Después de volver a describir brevemente el carácter «burocrático y militarista» de todos los Estados burgueses, y el carácter burgués de las revoluciones portuguesa y turca, repite que «la condición previa de toda revolución verdaderamente popular es la destrucción de la máquina burocrática y militar del Estado» (p. 44). Esa revolución popular requiere «la alianza de los campesinos pobres con los proletarios» (p. 45); la Comuna de París lo intentó, pero «no alcanzó su objetivo por razones de orden interno y externo» (p. 45). No explica cuáles fueron esas razones; especialmente interesante hubiera sido un análisis de esas «razones de orden interno».

2. ¿Con qué sustituir la máquina del Estado destrozada?«A esta pregunta —comienza diciendo Lenin— Marx no daba aún, en 1847, en el 'Manifiesto del Partido Comunista', más que una respuesta puramente abstracta; o mejor, indicaba los problemas y no los medios para resolverlos. Sustituir la destrozada máquina del Estado con 'la organización del proletariado como clase dominante', con 'la conquista de la democracia', tal era la respuesta del Manifiesto del Partido Comunista'. Sin caer en la utopía, Marx esperaba de la experiencia de un movimiento de masas la respuesta a la cuestión» (p. 46).

Fue precisamente la Comuna de París esa esperada experiencia. A continuación, Lenin cita varios párrafos de Marx (de La guerra civil en Francia), y va después sacando de ellos las características de esa «organización del proletariado como clase dominante, »:

―«El primer decreto de la Comuna fue la supresión del ejército permanente y su sustitución por el pueblo armado» (Marx, citado en p. 47);

―«Lo mismo se hizo para los funcionarios de todas las ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna hacia abajo, los servicios públicos debían ser realizados a cambio de salarios de obreros» (Marx, citado en pp. 47‑48).

Y así, resume Lenin, «de burguesa que era, la democracia, —realizada lo más plenamente y consecuentemente que cabe pensar, ha llegado a ser proletaria; el Estado (fuerza especial destinada a oprimir una clase determinada) se ha transformado en algo que ya no es propiamente un Estado. Pero la necesidad de reprimir a la burguesía y de destrozarla permanece. (...) Pero aquí el órgano de represión es la mayoría de la población, y no una minoría, como había sido siempre en el régimen de la esclavitud, de la servidumbre y de la esclavitud asalariada. Y desde el momento en que no es la misma mayoría del pueblo la que reprime a sus opresores, ¡no hay ya necesidad de una fuerza especial de represión! En este sentido el Estado empieza a extinguirse. En lugar de las instituciones especiales de una minoría privilegiada (funcionarios privilegiados, jefes del ejército permanente), la mayoría misma puede realizar directamente sus funciones, y cuanto más el pueblo mismo asume las funciones del poder estatal, tanto menos se hará sentir la necesidad de este poder» (pp. 48‑49).

Reconoce Lenin que todo esto suena a «democratismo primitivo», pero dice que como tránsito es algo necesario y que con la técnica moderna será una realidad del todo nueva. Por otra parte, continúa, todo esto ha de estar necesariamente unido a «la transformación de la propiedad privada capitalista de los medios de producción en propiedad social» (p. 50). Termina reafirmando que «sólo el proletariado puede asumir esta tarea» (p. 51).

Como puede verse, Lenin pasa ya a la «previsión científica» del futuro, en base a las leyes necesarias de la dialéctica (que da por supuestas y por conocidas, sin mencionarlas para nada).

3. La supresión del parlamentarismo. ―Parafraseando un texto de Marx citado inmediatamente antes, Lenin denuncia lo que es la «esencia» del parlamentarismo: «Decidir una vez cada cierto tiempo qué miembro de la clase dominante debe oprimir, aplastar, al pueblo en el parlamento; he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías parlamentarias constitucionales, sino también en las repúblicas más democráticas» (p. 52). Sigue un ataque a quienes han pretendido afirmar que la supresión del parlamentarismo sea algo exclusivo de los anarquistas, pero aclara que «sin duda la vía para salir del parlamentarismo no es destruir las instituciones representativas y el principio de la elegibilidad, sino la transformación de estas instituciones representativas, de molinos de palabras en organismos que trabajen realmente. 'La Comuna no debía ser un organismo parlamentario, sino de trabajo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo' (Marx)» (pp. 52‑53).

A continuación, Lenin intenta salir al paso de la acusación de utopía que sus palabras —como las de Marx— originaron y siguen originando: «Nosotros no somos utópicos. No soñamos con prescindir, de la noche a la mañana, de toda administración, de toda subordinación; éstos son sueños anárquicos, basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura del proletariado, sueños que nada tienen que ver con el marxismo y que de hecho sólo sirven para retrasar la revolución socialista hasta el día en que los hombres hayan cambiado. No, nosotros queremos la revolución socialista con los hombres tal como son hoy, y que no podrán prescindir de subordinación, ni de control, ni de 'vigilantes, ni de contables'. Pero es necesario subordinarse a la vanguardia armada de todos los explotados y de todos los trabajadores: al proletariado» (p. 55). Por tanto, será necesaria «una rigurosa disciplina, una disciplina de hierro, mantenida por medio del poder estatal de los trabajadores armados» (p. 56). «Los técnicos, los vigilantes, los contables, como todos los funcionarios del Estado, retribuidos con un estipendio no superior al salario de un obrero, bajo el control y la dirección del proletariado armado» (p. 57). Es de notar que aquí Lenin ha desplazado hábilmente la cuestión: la acusación de utopía no era para la dictadura del proletariado, sino para la etapa final del comunismo, que vuelve a describir así: «Este inicio (la dictadura del proletariado), fundamentado en la base de la gran producción, lleva por sí mismo a la 'extinción' de toda burocracia, a la gradual instauración de un orden —orden sin comillas, orden diverso de la esclavitud asalariada— en el que las funciones, cada vez más simplificadas, de vigilancia y de contabilidad serán realizadas por turno, por todos, llegarán a ser después una costumbre y finalmente desaparecerán en cuanto funciones especiales de una especial categoría de personas» (p. 56).

4. La organización de la unidad nacional.—Después de citar a Marx, a propósito de cómo las comunas se originarían para constituir una unidad nacional centralista, Lenin dirige un duro ataque a Bernstein, por haber éste interpretado a Marx como si fuese federalista: «¡Es algo simplemente monstruoso! ¡Confundir la misión de Marx sobre la 'supresión del Estado parásito' con el federalismo de Proudhon!» (p. 59). «En los razonamientos de Marx ya citados sobre la experiencia de la Comuna —continúa Lenin— no hay la más mínima traza de federalismo. Marx está de acuerdo con Proudhon precisamente en un punto que el oportunista Bernstein no ve; Marx disiente de Proudhon precisamente donde Bernstein ve la semejanza. Marx está de acuerdo con Proudhon en cuanto que ambos abogan por la 'demolición' de la actual máquina del Estado. Esta semejanza del marxismo con el anarquismo (tanto en Proudhon como en Bakunin) no quieren verla ni los oportunistas ni los kautskianos, porque sobre este punto se han alejado del marxismo. Marx disiente tanto de Proudhon como de Bakunin precisamente a propósito del federalismo (por no hablar además de la dictadura del proletariado). En línea de principio, el federalismo deriva de las concepciones pequeño‑burguesas del anarquismo. Marx es centralista» (pp. 59‑60).

Continuando su ataque a Bernstein, Lenin afirma: «Bernstein es simplemente incapaz de concebir la posibilidad de un centralismo voluntario, de una unión voluntaria de las comunas en una nación, de una voluntaria fusión de las comunas proletarias en la obra de destrucción del dominio burgués y de la máquina estatal burguesa. Bernstein, como todo filisteo, se representa el centralismo como algo que, viniendo únicamente desde arriba, no puede ser impuesto y mantenido más que por la burocracia y el militarismo» (p. 60).

5. La destrucción del Estado parásito.—Siguen otras citas de Marx sobre el intento de supresión del Estado por parte de la Comuna de París. Lenin comenta: «De toda la historia del socialismo y de la lucha política, Marx dedujo la conclusión que el Estado está condenado a desaparecer y que la forma transitoria del Estado en vías de desaparición (transición del Estado al no‑Estado) será 'el proletariado organizado como clase dominante'» (p. 63). «Y cuando el movimiento revolucionario de masa del proletariado explotó, Marx, a pesar del fracaso del movimiento, a pesar de su corta duración y de su impresionante debilidad, se puso a estudiar las formas que ese movimiento había revelado. La Comuna es la forma 'finalmente descubierta' de la revolución proletaria bajo la cual podrá producirse la emancipación económica del trabajo» (p. 63).

No se trata, pues, según Lenin siguiendo a Marx, de un sistema ideado por él, sino de algo que la historia ha revelado, una ley que ha sido descubierta. Esto sólo se puede entender entonces partiendo de la teoría del materialismo dialéctico e histórico, que está presupuesto.

CAPÍTULO IV: CONTINUACIÓN. EXPLICACIONES COMPLEMENTARIAS DE ENGELS (pp. 64-92).

1. El «problema de los alojamientos».—Lenin expone el planteamiento de Engels sobre el problema de la vivienda, por considerarlo ilustrativo tanto de las semejanzas como de las diferencias entre el Estado proletario y el Estado burgués (cfr. p. 64).

Después de citar a Engels, Lenin comenta: «Engels se expresa con extrema prudencia, diciendo que el Estado proletario  probablemente', 'al menos en el período transitorio', no distribuirá las viviendas gratuitamente. El arrendamiento de los alojamientos, propiedad de todo el pueblo, a estas o a aquellas familias con la correspondiente contrapartida de un precio de alquiler, supone pues la percepción de ese precio, un cierto control y la institución de algunas normas de repartición de las viviendas. Todo esto exige una cierta forma de Estado, pero no hace en absoluto necesario un especial aparato militar y burocrático, con funcionarios que gocen de una situación privilegiada. El paso a una situación tal que los alojamientos puedan ser asignados gratuitamente, está unido a la 'total extinción' del Estado» (p. 66). Y en esto, sigue Lenin, no hay ninguna contradicción con lo que Engels afirma en Anti‑Dühring sobre la «abolición del Estado».

2. Polémica con los anarquistas.—Después de citar algunas frases irónicas de Marx, contra los anarquistas, Lenin afirma: «En cuanto a la abolición del Estado, como fin, nosotros estamos de acuerdo con los anarquistas. Afirmamos que para alcanzar este fin es indispensable utilizar temporalmente, contra los explotadores, los instrumentos, los medios y los métodos del poder estatal, así como es indispensable, para suprimir las clases, instaurar la dictadura temporal de la clase oprimida» (p. 68). No explica Lenin cómo esto no se opone a lo que había afirmado antes de la necesidad de «destrozar la máquina del Estado, en lugar de utilizarla para los nuevos fines» (vid. p. 11 de esta recensión).

Sigue un texto de Engels contra los anti‑autoritarios anarquistas: «Los 'anti‑autoritarios' piden que el Estado político autoritario sea abolido de un golpe, antes incluso de que se hayan destruido las condiciones sociales que lo han hecho nacer. Piden que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿Es que no han visto nunca una revolución estos señores (anti‑autoritarios)? Una revolución es ciertamente la cosa más autoritaria que hay; es el acto por el que una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios por excelencia; y el partido victorioso, si no quiere haber combatido en vano, debe continuar este dominio con el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios» (Engels, citado en p. 70). Tomando pie de este texto, Lenin crítica duramente a los socialdemócratas, que pretenden apoyarse en Engels para calificar de anarquistas a los bolcheviques.

3. Una carta a Bebel.—Recoge aquí Lenin un párrafo de la carta dirigida a Bebel en marzo de 1875, en que Engels critica el programa de Gotha: «Con la instauración del régimen social socialista, el Estado se disuelve por sí mismo (sich auflöst) y desaparece. No siendo el Estado más que una institución transitoria de la que ha de servirse en la lucha, en la revolución, para aplastar con la fuerza a los propios enemigos, hablar de un Estado popular libre es absurdo: mientras el proletariado tenga todavía necesidad del Estado, tiene esa necesidad no en el interés de la libertad, sino en el interés del aplastamiento de sus adversarios, y cuando se hace posible hablar de libertad entonces el Estado como tal cesa de existir. Nosotros proponemos por tanto sustituir en todas partes la palabra Estado por la palabra Comuna (Gemeinwesen)» (Engels, citado en pp. 72‑73). Comentando este texto —al que califica como «uno de los razonamientos más notables, si no el más notable, de los escritos de Marx y Engels sobre el Estado» (p. 72)—, Lenin se lamenta de no encontrar una palabra rusa adecuada para traducir Gemeinwesen, y tener que utilizar la francesa Commune. A continuación repite de nuevo el «proceso» de la extinción del Estado: «La Comuna cesaba de ser un Estado en la medida en que no debía oprimir a la mayoría de la población, sino a una minoría (los explotadores); había destrozado la máquina del Estado burgués; en lugar de una fuerza especial de opresión, era la población misma la que entraba en juego. Todo esto no corresponde ya al Estado en el sentido propio de la palabra. Si la Comuna se hubiese consolidado, los vestigios del Estado se habrían 'extinguido' por sí mismos: la Comuna no habría tenido necesidad de 'abolir' sus instituciones; éstas habrían dejado de funcionar conforme no habrían ido teniendo nada que hacer» (p. 74).

Es de notar, cómo Lenin continúa fundando exclusivamente sus afirmaciones por vía «de autoridad» (en este caso la de Engels).

Pasa Lenin a criticar a Bebel; éste, después de haber con. testado a Engels el 21‑IX‑1875 diciendo que estaba completa. mente de acuerdo, en su opúsculo Nuestros objetivos escribe que «El Estado basado en la dominación de una clase debe ser transformado en un Estado popular» (Bebel, Unsere Ziele 1886, p. 14). Lenin, teniendo en cuenta que Engels había dicho que hablar de un Estado popular libre es absurdo, recrimina a Bebel diciendo simplemente que las suyas son «consideraciones sobre el Estado completamente equivocadas» (p. 75): si se da por supuesto que Engels tiene razón, entonces también la tiene Lenin al criticar a Bebel.

4. Crítica al proyecto del Programa de Erfurt.― «No se puede, en un análisis de la doctrina marxista sobre el Estado, prescindir de la crítica del proyecto del programa de Erfurt enviada por Engels a Kautsky el 29 de junio de 1891» (p. 75). Lenin cita extensamente las críticas de Engels a ese programa, que sirvió de modelo a la II Internacional: «Engels critica aquí ―dice Lenin― el oportunismo de toda la II Internacional» (p. 77).

Las conclusiones que obtiene Lenin, como comentario a Engels, son las siguientes:

a) El capitalismo moderno se transforma en «capitalismo monopolista», pero ese monopolismo, que puede llamarse «monopolismo de Estado», sigue siendo capitalismo, y no se le puede considerar como «socialismo de Estado» como hacen los «reformistas burgueses». Por mucha reglamentación de la economía que consigan los trusts ―sigue Lenin«se permanece todavía en régimen capitalista» (p. 76). «La 'cercanía' de tal capitalismo al socialismo debe ser para los verdaderos representantes del proletariado un argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la posibilidad, de la urgencia de la revolución socialista, y no un argumento para mostrarse tolerantes frente a la negación de esta revolución» (p. 76). No se trata, pues, en ningún caso, de mejorar la situación, sino de cambiarla desde la raíz por medio de la revolución.

b) Respecto al Estado, y en relación a la situación alemana concreta que Engels critica, comenta Lenin: «Engels repite aquí, dándole particular relieve, la idea fundamental que atraviesa, como un hilo ininterrumpido, toda la obra de Marx: la república democrática es la vía más breve que conduce a la dictadura del proletariado. Esta república, efectivamente, aunque no suprima en absoluto el dominio del capital, y, por tanto, la opresión de las masas y la lucha de clases, conduce inevitablemente esta lucha a una extensión, a un desarrollo, a un impulso y a una amplitud tales que, una vez aparecida la posibilidad de satisfacer los intereses esenciales de las masas oprimidas, esta posibilidad se realiza necesariamente y únicamente con la dictadura del proletariado» (p. 79).

c) Respecto a la cuestión del federalismo y del centralismo, Lenin comenta: «Como Marx, Engels defiende, desde el punto de vista del proletariado y de la revolución proletaria, el centralismo democrático, la república una e indisoluble. Considera la república federal como una excepción a la regla y un obstáculo al desarrollo, o como una transición entre la monarquía y la república centralizada, como un 'paso adelante', en ciertas condiciones particulares» (pp. 80‑81). Pero Engels ―continúa Lenin― no comprende en absoluto el centralismo democrático en el sentido burocrático dado a esta noción por los ideólogos burgueses y pequeño‑burgueses, los anarquistas incluidos entre estos últimos. Para Engels el centralismo no excluye de hecho una amplia autonomía administrativa local, la cual, dado que las 'comunas´ y las regiones mantengan voluntariamente la unidad del Estado, suprime completamente toda burocracia y todo 'mandato' desde arriba» (p. 8 l). El elemento de voluntariedad para mantener la unidad nacional, ya anteriormente afirmado por Lenin, no es explicado.

5. El prefacio de 1891 a «Guerra Civil» de Marx. ―En este párrafo se citan varios textos del prefacio escrito por Engels en 1891 a la 3.a edición alemana de Guerra Civil en Francia, de Marx. Los puntos principales que Lenin señala en su comentario son los siguientes:

a) Después de toda revolución, los obreros están armados; pero después son desarmados por los burgueses que están en el gobierno del Estado: ésta es ―dice Lenin― la esencia de las revoluciones burguesas. Después de la revolución rusa de 1917 también pretendieron lo mismo los mencheviques y los social‑revolucionarios, guiados por el menchevique Zereteli, por lo que Lenin les ataca con crudeza.

b) «Otra reflexión incidental de Engels, igualmente ligada al problema del Estado, concierne la religión. Es sabido que la social democracia alemana, conforme se engangrenaba y se hacía cada vez más oportunista, caía siempre con mayor frecuencia en una interpretación errónea y filistea de la célebre fórmula: 'La religión es un asunto privado'. Y, precisamente, esta fórmula se interpretaba ¡como si también para el partido del proletariado revolucionario la cuestión de la religión fuese un asunto privado! Contra esta completa traición del programa revolucionario se levantó Engels» (p. 85). La crítica de Engels ―que Lenin cita― en este prefacio, va dirigida contra el «oportunismo alemán»' «que declaraba la religión un asunto privado respecto al partido, y abajaba así el partido proletario revolucionario al nivel del más vulgar pequeño‑burgués 'libre pensador', que está dispuesto a admitir que se pueda permanecer fuera de la religión, pero que niega la tarea del partido de luchar contra la religión, este opio que idiotiza al pueblo» (p. 85). Lenin es aquí coherente consigo mismo (y con Marx y Engels): la revolución socialista tiene como fin último la «construcción» del hombre (=género humano) como ser supremo, en perfecta identidad consigo mismo y con la naturaleza, autosuficiente ... ; no combatir la religión sería renunciar (hacer traición) a la condición primera necesaria para poder acometer la tarea revolucionaria.

c) Después de recordar una vez más que, según Engels, todo Estado es alienación, opresión, etc. (cfr. p. 86), Lenin vuelve a criticar a los anarquistas, afirmando la necesidad de favorecer la instauración ―como paso de tránsito― de una república democrática: «Cuándo Engels dice que en la república democrática tanto como en la monarquía, el Estado sigue siendo 'una máquina para la opresión de una clase por parte de otra', no significa en absoluto que la forma de opresión sea indiferente para el proletariado, como 'enseñan' ciertos anarquistas. Una forma de lucha de clases y de opresión más extendida, más libre, más abierta, facilitará inmensamente al proletariado su lucha por la supresión de las clases en general» (pp. 89‑90). La finalidad, pues, no es que los proletarios en esa época de transición (la república democrática) vivan mejor, gocen de bienestar, etc.; lo que interesa es aprovechar esa situación de «mayor libertad» para poder extender la lucha, extender la conciencia de la opresión, etc., para favorecer la revolución total.

6. La eliminación de la democracia según Engels. ―Engels ha tratado este tema ―comienza Lenin― al explicar la «inexactitud científica» del término socialdemocracia. Explica (Lenin) el origen accidental del término partido bolchevique (haber tenido la mayoría en el Congreso de Bruselas‑Londres de 1903), y propone «a los camaradas un 'compromiso': llamarnos Partido Comunista, conservando entre paréntesis la palabra 'bolchevique'» (p. 91). Después de estas breves consideraciones terminológicas, y explicando aquella «inexactitud científica del término socialdemocracia», continúa: «Razonando sobre el Estado se comete habitualmente el error contra el que Engels pone en guardia y que nosotros hemos señalado de pasada en el tema precedente: es decir, se olvida que la supresión del Estado es también la supresión de la democracia, y que la extinción del Estado es la extinción de la democracia» (p. 91). Recuérdese que supresión se aplica al «Estado burgués» en cualquiera de sus formas, y que extinción se aplica al Estado de la dictadura del proletariado. Teniendo en cuenta que esas dos fases son necesariamente ―según Lenin― sucesivas, necesariamente en «supresión de la democracia» y en «extinción de la democracia», la palabra democracia ha de tener significados distintos, para no ser una contradicción verbal. En seguida, Lenin vuelve a describir al paso de una fase a otra (paso del socialismo al comunismo): «Aspirando al socialismo, nosotros tenemos la convicción de que éste se transformará en comunismo, y que desaparecerá por tanto toda necesidad de recurrir en general a la violencia contra los hombres, al sometimiento de un hombre a otro, de una parte de la población a otra, porque los hombres se acostumbrarán a observar las condiciones elementales de la convivencia social, sin violencia y sin sometimiento» (p. 92). Por qué se acostumbrarán a eso, por qué no podrán luego desacostumbrarse, etc., no se explica. Sobre este punto, de notable importancia, volverá Lenin en el capítulo siguiente.

CAPITULO V: LAS BASES ECONÓMICAS DE LA EXTINCIÓN DEL ESTADO

Según Lenin, el estudio más detallado de este importante asunto se encuentra en la crítica de Marx al «Programa de Gotha» (carta de Marx a Bracke del 5 de mayo de 1875).

1. Cómo Marx plantea la cuestión. ―Para un lector superficial, dice Lenin, podría parecer que hay una divergencia entre Marx y Engels acerca de la extinción del Estado, comparando la carta de Marx a Bracke y la carta de Engels a Bebel, en cuanto que Marx habla de la «futura organización estatal de la sociedad comunista», y Engels aboga incluso por la supresión de la palabra «Estado» y su sustitución por la de «Comuna» (vid. p. 13 de esta recensión). Sin embargo, «un examen más atento ―dice Lenin― muestra que las ideas de Marx y Engels sobre el Estado y sobre su extinción coinciden perfectamente, y que la citada expresión de Marx se refiere precisamente a la organización estatal en vías de extinción» (p. 94).

Mientras Engels critica los errores, Marx se interesa por el desarrollo de la sociedad comunista.

«¿Sobre qué datos ―se pregunta Lenin― se puede buscar el planteamiento de la cuestión del futuro desarrollo del futuro comunismo? Sobre el hecho de que el comunismo es engendrado por el capitalismo, se desarrolla históricamente a partir del capitalismo, es el resultado de la acción de una fuerza social producida por el capitalismo. En Marx no hay rastro de intentos de inventar utopías, de hacer vanas conjeturas sobre lo que no se puede saber. Marx plantea la cuestión del comunismo como un naturalista plantearía, por ejemplo, la cuestión de la evolución de una nueva especie biológica, una vez conocido su origen y la línea precisa de su evolución» (p. 94). Más brevemente: «Toda la teoría de Marx es la aplicación al capitalismo contemporáneo de la teoría de la evolución» (p. 94).

Es decir, se ha de dar por supuesto ―como efectivamente hace Marx― que la «evolución» de la sociedad se rige por leyes de tipo material‑determinista, que excluyen todo factor espiritual (incluida la libertad humana): es la historia la que hace a los hombres, y no los hombres quienes hacen la historia (materialismo histórico).

Después de nuevas citas de Marx, Lenin comenta: «Es históricamente cierto que entre el capitalismo y el comunismo deberá haber necesariamente un estadio particular o una particular etapa de transición» (p. 96). El término «certeza histórica», que Lenin, como Marx, aplica al futuro, sólo es inteligible obviamente a partir de una concepción determinista de la historia. Ese proceso (del capitalismo al comunismo) será de «larga duración» (p. 94).

2. La transición del capitalismo al comunismo. ―Después de reafirmar que el tránsito al comunismo sólo puede darse a través de una fase transitoria, y que esa fase transitoria sólo puede ser la dictadura del proletariado (p. 96), pasa Lenin a describir el contenido de la democracia. La democracia capitalista ―dice― sólo es tal para los burgueses, mientras que en ella los «esclavos asalariados están excluidos de la vida política y social» (p. 97).

Repite de nuevo que la transición al comunismo exige la fase de la dictadura del proletariado, «porque no hay ninguna otra clase y ningún otro medio que pueda destrozar la resistencia de los capitalistas explotadores» (p. 98). La dictadura del proletariado es «la organización de la vanguardia de los oprimidos en clase dominante para reprimir a los opresores» (p. 98), y «no puede limitarse a una pura y simple ampliación de la democracia. Junto a una grandísima ampliación de la democracia, llegada a ser por primera vez una democracia para los pobres, para el pueblo, y no una democracia para los ricos, la dictadura del proletariado aporta una serie de restricciones a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. A éstos, nosotros debemos reprimirlos, para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada; se debe destrozar con la fuerza su resistencia; y está claro que donde hay represión, donde hay violencia, no hay libertad, no hay democracia» (pp. 98‑99). En conclusión, continúa Lenin, «democracia para la inmensa mayoría del pueblo y represión con la fuerza; es decir, la exclusión de la democracia, para los explotadores, los opresores del pueblo: tal es la transformación que sufre la democracia en la transición del capitalismo al comunismo» (p. 99). Luego, llegado el comunismo, sin clases, el Estado dejará de existir y «llega a ser posible hablar de libertad» (p. 99). Entonces ―continúa Lenin― se llega a una «democracia realmente completa, realmente sin ninguna excepción. Sólo entonces la democracia comienza a extinguirse, por la sencilla razón de que, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores, barbaries, absurdos, ignominias de la explotación capitalista, los hombres se acostumbrarán poco a poco a observar las reglas elementales de la convivencia social» (p. 99).

Es de notar el juego dialéctico a que se somete la noción de «democracia», que llega a ser perfecta cuando se extingue, como repite Lenin en p. 100.

A continuación se describe un poco más la represión. En la dictadura del proletariado, «la represión es todavía necesaria, pero es ya la represión ejercida por una mayoría de explotados contra una minoría de explotadores» (p. 100). Teniendo en cuenta que ―al menos en teoría― el poder lo tendrán en esta fase los antiguos explotados, los sujetos de la represión no pueden ser ya realmente explotadores: Lenin no explica si se trata de los «antiguos explotadores» o de quienes «intentan sin conseguirlo ser explotadores» aun en esa sociedad proletaria.

A continuación Lenin intenta salir al paso de la clásica objeción: «en el paraíso comunista ―última fase de desarrollo― ¿no podrá suceder que alguien actúe en contra de las reglas sociales?». Para ello, Lenin afirma que, efectivamente eso será posible, y que, por tanto, también entonces habrá represión:

«Sólo el comunismo hace al Estado completamente superfluo, porque no hay nadie a quien reprimir, nadie en el sentido de clase, en el sentido de lucha sistemática contra una determinada parte de la población. Nosotros no somos utópicos y no excluimos en absoluto que sean posibles e inevitables los excesos individuales, como no excluimos la necesidad de reprimir tales excesos. Pero, en primer lugar, para esto no hace falta ninguna máquina especial, un especial aparato de represión; el pueblo armado se encargará él mismo de este asunto con la misma sencillez, con la misma facilidad con la que cualquier muchedumbre de personas civiles, incluso en la sociedad actual, separa a las personas que se pelean o se opone a que se use violencia contra una mujer. Sabemos además que la principal causa social de los excesos que constituyen infracciones a las reglas de la convivencia social es la explotación de las masas, su pobreza, su miseria. Eliminada esta causa principal, los excesos comenzarán infaliblemente a 'extinguirse'. No sabemos con qué ritmo y con qué gradación, pero sabemos que se extinguirán. Y con ellos se extinguirá también el Estado» (pp. 101‑102).

Es de notar el postulado materialista que excluye la posibilidad de que los hombres puedan constituir grupos para actuar en contra de las reglas sociales, en el caso de que esos grupos no sean las clases (en el sentido marxista). Por otra parte, nótese también la exclusión a priori de las causas más propiamente humanas (libertad personal y sus manifestaciones), mientras son elevadas a causas lo que son simplemente condiciones, o mejor ocasiones (la miseria, etc.). No obstante, todo eso tiene coherencia con los postulados marxistas: si el hombre es un simple «nudo» de relaciones necesidad‑satisfacción material, una vez que todas las necesidades (materiales) estuviesen espontáneamente satisfechas, ya no queda ninguna dimensión humana que pueda dar origen a otro modo de comportamiento. Lo que no es tan coherente es que Lenin acepte siquiera la posibilidad de excepciones «individuales».

3. La primera fase de la sociedad comunista. ―Después de la revolución se instaura la dictadura del proletariado, de la que ya se ha venido hablando. Esta primera fase de la sociedad comunista es explicada ahora en su «aspecto más fundamental»: el económico.

En la Crítica al Programa de Gotha, Marx refuta la idea de Laxase según la cual ―dice Lenin― en régimen socialista el obrero recibe el «fruto integral de su trabajo». Marx, por el contrario, afirma la necesidad de descontar un fondo de reserva para reponer las maquinarias, un fondo para gastos de administración, para escuelas, hospitales, asilos de ancianos, etcétera (cfr. p. 102).

«Esto ―continúa Lenin― es la sociedad comunista salida del seno del capitalismo, y que lleva aún, bajo todos los aspectos, las huellas de la antigua sociedad, que Marx llama 'la primera fase', la fase inferior de la sociedad comunista. Los medios de producción no son ya propiedad privada individual.

Pertenecen a toda la sociedad. Cada miembro de la sociedad, realizando una cierta parte del trabajo socialmente necesario, recibe de la sociedad un recibo en el que consta que ha realizado esa cantidad de trabajo. Con este recibo, retira de los almacenes públicos, de objetos de consumo, una cantidad de productos correspondiente. Descontada la cantidad de trabajo invertida para los fondos sociales, cada obrero recibe, por tanto, de la sociedad tanto cuanto él le ha dado» (p. 103).

Pero esto, comenta Lenin, no ha de entenderse como el «reino de la igualdad». Cuando, considerando este ordenamiento social (comúnmente llamado socialismo, y que Marx llama primera fase del comunismo), Lasalle dice que en él se da la «justa repartición», la aplicación del «igual derecho de cada uno al igual fruto del trabajo», se equivoca, porque ―con palabras de Marx― «todo derecho consiste en la aplicación de una única norma a personas diversas, a personas que no son, en realidad, ni idénticas ni iguales. El 'igual derecho' equivale por eso a una violación de la igualdad y de la justicia» (p. 103). Es interesante notar que aquí Marx ―y, con él, Lenin― no están defendiendo la igualdad y la justicia, sino mostrando un argumento para probar que esas mismas nociones son contradictorias; que el socialismo no se puede construir en aras de la igualdad y de la justicia; lo contradictorio y «burgués» de todo derecho. Esto queda más claro a continuación.

En esta primera fase del comunismo (socialismo), sigue Lenin, la propiedad de los medios de producción es de todo el pueblo, y así se ha abolido un aspecto del «derecho burgués», pero todavía permanece otro aspecto de ese «derecho burgués»: la repartición de los frutos del trabajo atendiendo al trabajo realizado y no a las necesidades, por lo que permanecen inevitables desigualdades sociales (cfr. p. 104). Esto «es un Inconveniente', dice Marx, pero es inevitable en la primera fase del comunismo, en cuanto que no se puede pensar, sin caer en la utopía, que apenas abatido el capitalismo los hombres aprendan, de la noche a la mañana, a trabajar para la sociedad sin ninguna norma jurídica; por otra parte, la abolición del capitalismo no da enseguida las premisas económicas para un tal cambio. Y no hay otras normas, fuera de las del 'derecho burgués'. Permanece por eso la necesidad de un Estado que, manteniendo común la propiedad de los medios de producción, mantenga la igualdad del trabajo y la igualdad de la repartición de los productos» (p. 105).

No se dan explicaciones sobre la «desigualdad de necesidades», ni tampoco sobre el sistema de valoración del trabajo a efectos de retribución. Con la dictadura del proletariado, «el Estado no se ha extinguido todavía completamente, porque permanece como salvaguardia del 'derecho burgués', que consagra la desigualdad de hecho. Para que el Estado se extinga completamente es necesario el comunismo integral» (p. 106).

4. La fase superior de la sociedad comunista. ―A lo largo de trece páginas, Lenin desarrolla con cierto detalle el tema que ya anteriormente había sido tratado acerca del tránsito del socialismo al comunismo, y de las características de la sociedad comunista plenamente desarrollada. Por su particular interés se recogen a continuación sus argumentos detalladamente.

Glosando un texto de Marx, afirma Lenin: «Las condiciones económicas de la completa extinción del Estado son que el comunismo alcance un grado tan elevado de desarrollo que todo contraste entre trabajo intelectual y corporal desaparezca, y que desaparezca por tanto una de las principales fuentes de la desigualdad social contemporánea, fuente que no puede secarse, de la noche a la mañana, por la sola socialización de los medios de producción, por la sola expropiación de los capitalistas» (pp. 106‑107).

Luego, Lenin reitera la necesidad absoluta de esa socialización y expropiación como único camino para «un gigantesco impulso de las fuerzas productivas de la sociedad humana» (p. 107). No hay datos, afirma, para decir cuándo y con qué rapidez sucederá esto, pero lo que es seguro es su término: la supresión de aquella principal fuente de desigualdad social que es la separación entre trabajo y necesidades; es decir, la llegada a un término en el que el trabajo será la primera necesidad (p. 106). A continuación, se vuelve a repetir el elemento de acostumbramiento: «El Estado podrá extinguirse completamente cuando la sociedad haya realizado el principio: 'cada uno según sus capacidades; a cada uno según sus necesidades'; es decir, cuando los hombres estén de tal modo acostumbrados a observar las reglas fundamentales de la convivencia social y el trabajo haya llegado a ser de tal modo productivo que trabajen voluntariamente según su capacidad» (p. 107). Entonces, «La repartición de los productos no hará ya necesario que la sociedad racione los productos a cada uno: cada uno será libre de alcanzar 'según sus necesidades'» (p. 108).

No escapa a Lenin el sabor fuertemente utópico que tiene todo este planteamiento para quien no esté al unísono con las concepciones filosóficas (materialismo dialéctico e histórico) que están presupuestas. Por eso, inmediatamente dice que quien afirma que se trata de una utopía, revela «su ignorancia y su interesada defensa del capitalismo» (p. 108): ignorancia, dice, porque no se trata de «una promesa», sino de una previsión; defensa interesada del capitalismo, porque esa acusación de utopía a lo único que mira es a «eludir, con discusiones y frases sobre un lejano porvenir la cuestión urgente y de palpitante actualidad de la política de hoy: la expropiación de los capitalistas» (p. 108). De nuevo, pues, Lenin desplaza hábilmente la cuestión de la utopía, afirmando categóricamente la ignorancia y el torcido interés de sus acusadores, en lugar de demostrar que esos acusadores no tienen razón. Como único argumento, después de los insultos a sus adversarios, Lenin dice que el socialismo ha de instaurarse, mientras que el comunismo es imposible instaurarlo, ya que se alcanza por evolución dialéctica (cfr. p. 109).

Después de repetir algunas características antes enunciadas de la primera fase de la sociedad comunista (dictadura del proletariado, socialismo) (cfr. pp. 110‑113), Lenin vuelve a describir el paso a la segunda fase (comunismo): «Cuando, efectivamente, todos hayan aprendido a administrar y administren realmente ellos mismos la producción social, cuando todos procedan ellos mismos al censo y control de los parásitos, de los hijos de papá, de los bribones y similares 'guardianes de las tradiciones del capitalismo', todo intento de escapar a este censo y a este control ejercido por todo el pueblo llegará a ser una cosa tan difícil, una excepción tan rara, provocará con seguridad un castigo tan rápido y tan ejemplar (ya que los obreros armados son gente que tiene el sentido práctico de la vida y no son pequeños intelectuales sentimentales; no admiten bromas), que la necesidad de observar las reglas sencillas y fundamentales de toda sociedad humana llegará a ser enseguida una costumbre. Se abrirán entonces las puertas que permitirán pasar de la primera fase a la fase superior de la sociedad comunista y, por tanto, a la completa extinción del Estado» (p. 114).

A continuación, en la edición italiana utilizada, se añade una larga nota (pp. 114‑117) tomada de Stalin, Cuestiones de Leninismo, Moscú 1948. En este texto, Stalin explica, cómo la realidad del Estado Soviético, con su ejército permanente y sus funciones represivas, responde perfectamente a la doctrina de Lenin, para esas concretas circunstancias históricas. Es de señalar, como de particular interés, que Stalin afirma que la fase superior del comunismo sólo podrá alcanzarse plenamente si es universal, es decir si se realiza simultáneamente en todos los países. De lo contrario, dice Stalin, los países que estuvieran en esa fase superior (sin ejército permanente) serían invadidos por los países no comunistas. De ahí la necesidad de permanecer todavía en la primera fase, la de la dictadura del proletariado.

Nótese de nuevo la exclusión implícita ―en el texto de Lenin― de la real libertad espiritual humana: sólo así es de algún modo pensable ese acostumbrarse, esa costumbre, etc., como algo irreversible, como puede decirse que las abejas «están acostumbradas» a fabricar siempre los panales según las mismas reglas.

Con este capítulo termina propiamente la exposición sistemática de la doctrina marxista sobre el Estado. En el capítulo siguiente Lenin vuelve sobre los mismos argumentos, pero en clave aún más directamente crítica respecto a los «oportunistas».

CAPÍTULO VI: EL MARXISMO DEGRADADO POR LOS OPORTUNISTAS (pp. 118‑137).

Comienza Lenin afirmando que «Se puede decir, en general, que de la tendencia a eludir el problema de la actitud de la revolución proletaria hacia el Estado, tendencia ventajosa para el oportunismo que alimentaba, ha surgido la desnaturalización del marxismo y su completa degradación» (p. 118).

1. La polémica de Plekhanov con los anarquistas. ―Este párrafo está dedicado a criticar el opúsculo de Plekhanov Anarquía y socialismo, publicado en alemán en 1894. Este autor, contraponiendo el socialismo al anarquismo, eludía la cuestión del Estado, como si el socialismo nada tuviera que ver con la abolición del Estado (que sería exclusiva de los anarquistas).

Ese opúsculo, dice Lenin, «comprende dos partes: una histórico‑literaria, rica de preciosos documentos sobre la historia de las ideas de Stirner, Proudhon, etc.; la otra, filistea, conteniendo burdos razonamientos dirigidos a demostrar que un anarquista no se distingue de un bandido» (p. 119).

Ciertamente, el marxismo se opone al anarquismo: «Publicando en 1891 la 'Crítica al Programa de Gotha, de Marx, Engels escribía: «Nosotros (es decir, Engels y Marx) estábamos entonces empeñados, apenas dos años después del Congreso de La Haya de la (Primera) Internacional, en la más violenta lucha contra Bakunin y sus anarquistas» (p. 119). El motivo de esa oposición, sigue Lenin, fue que los anarquistas, que querían presentar como suya la Comuna de París, no entendieron nada de sus enseñanzas ni del análisis que de ella hizo Marx.

Pero la crítica de Plekhanov a los anarquistas cae en el oportunismo; «hablar de 'anarquía y socialismo' eludiendo totalmente la cuestión del Estado, sin ver todo el desarrollo del marxismo antes y después de la Comuna, significaba caer inevitablemente en el oportunismo» (p. 119).

2. La polémica de Kautsky con los oportunistas. ―«Además de por su exposición popular del marxismo ―comienza Lenin―, Kautsky nos es conocido por su polémica con los oportunistas, encabezados por Bernstein. Pero hay un hecho casi ignorado y que no se puede silenciar si se nos asigna la tarea de investigar cómo Kautsky ha podido perder de modo tan vergonzoso la cabeza, y caer, durante la gran crisis de 19141915, en la defensa del social‑chovinismo» (p. 120). Este hecho, que no se puede silenciar, dice Lenin que son las grandes dudas que mostró Kautsky antes de su ataque a los oportunistas (Millerand y Jaurés, en Francia; Bernstein, en Alemania).

Pasa Lenin a analizar la obra de Kautsky Bernstein y el programa socialdemócrata, en donde afirma descubrir auténticas concesiones a Bernstein, en cuanto que, dice Lenin, Kautsky no critica lo principal: « Según Bernstein, Marx habría puesto en guardia a la clase obrera contra un ardor demasiado revolucionario en la toma del poder. No es imaginable una falsificación más grosera y más monstruosa del pensamiento de Marx» (p. 121). Y, en cambio, Kautsky deja pasar esa falsificación sin crítica alguna.

A continuación Lenin analiza otro opúsculo de Kautsky (La revolución social), criticando sobre todo que Kautsky se limite a enunciar la necesidad de «conquistar el poder estatal», sin mencionar «la destrucción de la máquina del Estado» (p. 123). Así, continúa Lenin, «en 1902 Kautsky resucita precisamente lo que Marx en 1872 declaraba 'superado' en el programa del' Manifiesto del Partido Comunista'» (p. 123). De ahí que, entre Marx y Kautsky, haya un «abismo en la actitud hacia la tarea del partido del proletariado, que consiste en preparar la clase obrera para la revolución» (p. 123).

Además, sigue Lenin, Kautsky no ha comprendido la diferencia entre el parlamentarismo burgués y el democratismo proletario, dando prueba de «'idolatría supersticiosa' hacia el Estado, de 'fe supersticiosa en el burocraticismo'» (p. 126).

Por último, se critica la obra de Kautsky La vía del poder (1909): «Este opúsculo de Kautsky permitirá establecer una comparación entre lo que la socialdemocracia alemana prometía ser antes de la guerra imperialista, y la bajeza en que ha caído (y con ella Kautsky) al estallar la guerra» (p. 127). Sin embargo, no se añaden otras críticas que no estuvieran ya hechas anteriormente.

3. La polémica de Kautsky con Pannekoek. ―Lenin cita las críticas de Pannekoek a Kautsky, aparecidas en el artículo La acción de masas y la revolución (en «Neue Zeit», 1912). Ahí Pannekoek ataca, con razón, dice Lenin, el «radicalismo pasivo», la «teoría de la espera inerte» de Kautsky, defendiendo la revolución. Sin embargo, dice Lenin, Pannekoek se equivoca completamente en otros puntos (cfr. p. 129). Luego Lenin critica la respuesta de Kautsky a Parnnekoek, encontrando en ella muestras patentes de oportunismo.

A lo largo de este párrafo, las ideas que Lenin va remachando una y otra vez, son las ya expuestas varias veces: la diferencia entre marxismo y anarquismo, y entre marxismo y oportunismo (especialmente el socialdemócrata).

Los anarquistas no entienden, resume Lenin, que antes de la supresión de todo Estado hay que  suprimir lo que lo ha engendrado (las clases), y que para eso hace falta la fase de tránsito (socialismo, dictadura del proletariado). Los oportunistas pretenden apropiarse del poder estatal, en lugar de destrozarlo, renegando así de la revolución total, pretendiendo mantener para siempre un Estado.

Casi al final, resume Lenin de nuevo: «En cuanto a nosotros, romperemos con los oportunistas: y todo el proletariado consciente estará con nosotros en la lucha, no para un 'cambio de posiciones en la relación de fuerzas', sino para el abatimiento de la burguesía, para la destrucción del parlamentarismo burgués, para una república democrática del tipo de la Comuna o de la república de los soviets de diputados obreros y soldados, para la dictadura revolucionaria del proletariado» (p. 136).

CAPÍTULO VII: LA EXPERIENCIA DE LAS REVOLUCIONES RUSAS DE 1905 Y DE 1917 (p. 137).

Este capítulo fue dejado por Lenin para más adelante, y nunca llegó después a escribirlo (vid. Epílogo).

Epílogo (fechado en Petersburgo, el 30‑XI‑1917): «El presente opúsculo ―dice Lenin― fue escrito en agosto‑septiembre de 1917. Ya había preparado el plan de un VII Capítulo: 'La experiencia de las revoluciones rusas de, 1905 y de 1917’) pero aparte del título no he tenido tiempo de escribir ni una sola línea: me lo 'impidió' la crisis política, vigilia de la Revolución de Octubre de 1917. Hay que alegrarse de ese 'impedimento'. La redacción de la segunda parte de este opúsculo ('La experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y de 1917’) deberá ciertamente ser retrasada a mucho más adelante; es mucho más agradable y más útil hacer 'la experiencia de una revolución' que escribir a propósito de ella» (p. 138).

II. VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLOGICA

El Estado y la Revolución es una de las principales obras de Lenin y puede considerarse un «clásico» del marxismo‑leninismo. Su importancia dentro de la bibliografía comunista deriva de varios factores. De una parte, constituye una exposición detallada y sencilla de lo que podría llamarse la fase política del materialismo histórico, escrita por el protagonista principal de la revolución rusa de 1917, pocos meses antes de la misma. Por otra parte, y aunque esto le resta sistematicidad, las continuas referencias críticas en polémica principalmente con la socialdemocracia y con el anarquismo sirven para remachar ―por contraste― (quizá con excesivas repeticiones) la «ortodoxia» marxista. Por último, y directamente relacionado con lo anterior, el libro presenta aspectos de interés para la historia del comunismo, aunque Lenin da por conocido el cuadro general histórico.

La característica técnica y de método más notable es su explícito carácter de «exégesis» de Marx y Engels. Ese método era obviamente el necesario para la finalidad que Lenin se propuso: «restablecer la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado» (p. 8). Es de notar que este trabajo no le resultó difícil: en realidad no necesitó hacer « interpretaciones » especulativamente trabajosas, por cuanto los textos elegidos de Marx y Engels, que cita con gran abundancia, son literalmente inequívocos respecto a lo que él quiere afirmar. En este sentido, el libro está elaborado con notable habilidad y cumple sobradamente con la finalidad que se propuso. Queda patente que Lenin es auténtico marxista, mientras que no lo son sus adversarios (anarquistas, socialdemócratas, etc.).

Sin embargo, Lenin no se ha limitado a aquella finalidad de simple interpretación. Aparte de sus personales aportaciones, de las que trataremos más adelante, el libro se dirige a convencer al lector de la «verdad» (y no sólo de su concordancia con Marx) de las ideas que en él se contienen. Para ello, el arma no es la demostración especulativa o las pruebas históricas' sino un fuerte dogmatismo (las cosas son así porque lo dicen Marx y Engels) revestido de una hábil demagogia, unida a un lenguaje persuasivo y de indudable garra política. En este sentido destaca el continuo juego de calificativos con que se acompañan las referencias a Marx y Engels, por una parte, y a sus adversarios por otra. Así, por ejemplo, a las teorías «pequeño‑burguesas» de los mencheviques, Lenin responde: «Nosotros aquí podemos sólo señalar que esta concepción es falsa», a la que hay que oponer «la afirmación clara, precisa y concreta de Engels» (p. 17). Lo que Marx expone en  El 18 Brumario de Luis Bonaparte sobre la revolución de 1848‑51 es un «admirable razonamiento» (p. 32); el centralismo no marxista es calificado de «burgués, militar y burocrático», mientras el centralismo marxista se califica de «proletario, consciente, democrático» (pp. 60‑61) (se trata de calificativos cuya correspondencia al sujeto correspondiente se da por evidente). A quienes acusan sus ideas de utopía, Lenin tacha de «ignorantes y defensores interesados del capitalismo», eludiendo de hecho esa crítica (cfr. p. 108). Cuando Lenin trata del cambio de posición de Kautsky, no se limitará a demostrar que éste dejó de ser auténtico marxista, dirá también que «perdió la cabeza de modo vergonzoso» (p. 120). Con frecuencia' Lenin, en lugar de refutar otras teorías socialistas, además de repetir las de Marx, insulta directamente a sus adversarios. Un insulto frecuente es significativo: sus adversarios (dentro del socialismo; los socialismos no bolcheviques) son filisteos (a veces, es el «pútrido filisteísmo»: p. 53): cfr. pp. 60,119, etc. El simbolismo «mesiánico» es patente.

Conviene hacer notar también que Lenin se está dirigiendo principalmente a un lector materialista y ateo, y en parte también con una concepción dialéctica de la historia. Quizá por eso, sólo rara vez y muy de pasada se mencionan en el libro los presupuestos teoréticos (monismo materialista, dialéctica, etc.), con los que Lenin es, en general, bastante coherente.

Esta obra se sitúa, dentro del marxismo como crítica, en la crítica a la alienación política o crítica del Estado (vid. Introducción general), y se extiende consecuentemente a las dos siguientes críticas: a la alienación social y a la alienación económica, en cuanto que la base de la supresión del Estado es la supresión de clases (alienación social), y la base de esta supresión es la eliminación de la alienación económica (propiedad privada y producción capitalista).

Las líneas fundamentales coinciden con los correspondientes planteamientos de Marx y Engels. Sin embargo, hay dos elementos que destacan en cierto modo como aportaciones de Lenin: el partido y la táctica y la estrategia de la revolución (ambos elementos están estrechamente unidos). Sobre estos dos aspectos, Lenin escribe en esta obra de un modo general, exponiendo la función y necesidad del Partido Comunista (bolchevique), y algunas líneas generales de táctica y estrategia revolucionaria. Será en otras obras donde Lenin descenderá a detalles más particulares sobre esas cuestiones. Vid., por ejemplo, la recensión a su obra ¿Qué hacer?

1. El Proletariado y el Partido.

Es sabido que, para Marx, la lucha de clases conduce inevitablemente a una dualidad fundamental: burguesía‑proletariado. La clase obrera, en el régimen capitalista, se va depauperando llegando a estar constituida por una universal negatividad: el no tener. Esa clase obrera, según Marx, llega incluso a perder la «personalidad» que parece conferirle el epíteto «obrera»: llega a ser tan indiferenciada (tan constituida exclusivamente por el no‑tener) que sirve de refugio a los miembros desplazados de las antiguas clases. Estos caen en las filas de esta masa sin forma: es el caso de las clases medias antiguas, de los pequeños industriales, de los comerciantes, de los rentistas, de los artesanos y de los campesinos. El proletariado es, pues, según Marx, una clase que no es sino la resultante de la ruina de todas las clases anteriores, y que toda su «personalidad» reside en ser «denominador común» de todas las clases que han perdido su «personalidad». Este carácter indiferenciado, masivo y uniforme, confiere al proletariado su universalidad negativa o negatividad pura y universal, que le constituye en antítesis histórica de la burguesía, en clase revolucionaria «por esencia».

Lenin concuerda con Marx en estos puntos, concretando el proceso de absorción de todas las masas trabajadoras por el proletariado: «En virtud de su función económica en la gran producción, sólo el proletariado es capaz de ser la guía de todos los trabajadores y de todas las masas explotadas, que la burguesía con frecuencia explota, oprime, aplasta tanto o más que a los proletarios, pero que son incapaces de luchar independientemente por su emancipación» (p. 29). La visión, pues, de que las otras masas explotadas caen en el proletariado, es vista por Lenin de un modo menos pasivo: es el proletariado (en su núcleo inicial de clase obrera) la que guía a esas masas contra la burguesía, absorbiéndolas por eso mismo en el proletariado.

Sin embargo, esa función de guía, Lenin la restringe posteriormente al Partido: «Educando al partido obrero, el marxismo educa una vanguardia del proletariado, capaz de tomar el poder y de conducir a todo el pueblo al socialismo, capaz de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el dirigente, el jefe de todos los trabajadores, de todos los explotados, en la organización de su vida social sin la burguesía y contra la burguesía» (p. 30). Mientras poco antes (p. 29 citada) esa función de guía era atribuida al proletariado, ahora (p. 30) es expresamente reservada a «la vanguardia del proletariado» (el Partido). Es de notar que, para Lenin, no es ya el proletariado, en cuanto simple antítesis, quien, por evolución dialéctica, conquista el poder: es el Partido quien conquista ese poder, y luego impone el socialismo a todo el pueblo.

Es patente el cambio de perspectiva respecto a la visión evolutivo-dialéctica del proletariado como universalidad negativa. Sin embargo, no parece que pueda afirmarse que Lenin corrija en este punto a Marx (también Marx habló del Partido), pero sí que, eludiendo cuestiones teóricas insolubles, concreta la teoría general de acuerdo con la realidad política de entonces (es el Partido quien tomará el poder y el que impondrá el socialismo a las masas). Sobre esas cuestiones teóricas insolubles, que se manifiestan en el libro en la constante ambigüedad del término proletariado, volveremos más adelante.

Esta «sustitución» del proletariado por el Partido, en la obra que comentamos está, como puede notarse, afirmada más práctica que teóricamente. En otros escritos, más concretos sobre el tema, Lenin es especialmente claro: «Es necesario guardarse de asimilar la organización de los revolucionarios (el Partido) con la organización de los obreros (...). La organización de los obreros debe ser principalmente de tipo profesional. La organización de los revolucionarios debe englobar principalmente y ante todo gente cuya profesión es la acción revolucionaria» (Lenin, Oeuvres completes, IV, pp. 511‑512). Estos revolucionarios profesionales «no consagran a la revolución solamente sus tardes libres, sino toda la vida» (ibídem, p. 58).

Las funciones del Partido son resumidas por Lenin en tres puntos: «elaboración teórica», «enseñanza e instrucción de las masas (propaganda a todos los niveles)» y «preparar a las masas para la insurrección armada, cuando reciban la orden para ello por medio de la organización de círculos obreros» (cf. M. Clemente, Le Comunismo fase à Diem, pp. 105‑106).

Es conocida, por último, la importancia que Lenin da a la disciplina de partido: «El Partido Comunista no puede cumplir su deber más que si está organizado del modo más centralizado; si está organizado por una disciplina de hierro parecida a la organización militar» (Oeuvres complétes, XXV, p. 641). Esta disciplina férrea será después impuesta a toda la sociedad por el Partido (cfr. p. 56, citada, de esta obra: esa disciplina, dice Lenin aquí, será mantenida «por medio del poder estatal de los trabajadores armados»; en realidad, es patente que se refiere a esa «vanguardia del proletariado armado» que es el Partido: cfr. pp. 55, 57, 70, 98, 99, etc.).

Además de la originalidad de Lenin, respecto a Marx y Engels, por lo que se refiere a la organización del Partido Comunista, cabe señalar el a priori (no demostrado ni demostrable) de calificar al Partido como «vanguardia del proletariado». En efecto, siendo el proletariado, según Marx, la clase antítesis de la burguesía, cuya «personalidad» es precisamente la pérdida de toda «personalidad» propia, no es explicable que el Partido sea parte integrante (además, la vanguardia) del proletariado, teniendo en cuenta la fuerte «personalidad» que Lenin le asigna y que, de hecho, tiene donde existe. De ahí que, como veremos más adelante, la dictadura del proletariado sea dictadura del Partido, y en lugar de «opresión que la mayoría ejerce sobre la minoría de los explotadores» (como dice Lenin), sea en realidad la dictadura y opresión de otra minoría (el Partido) sobre la mayoría (el pueblo).

2. La táctica y la estrategia de la Revolución.

Sobre este punto, que es la otra principal aportación de Lenin al marxismo, El Estado y la Revolución trata en pocas ocasiones y de modo fragmentario.

Para encuadrar lo que sobre este tema se dice en la presente obra, interesa recordar antes brevemente el cuadro general.

La estrategia de la revolución es la concepción y los métodos acerca de la revolución universal o internacional. Como afirma Stalin, en la nota recogida en la edición italiana de la presente obra, el comunismo, en su fase superior, no es posible si no es universal (cfr. pp. 114‑117, ya citadas). La estrategia leninista para esa implantación universal del comunismo no es, sin embargo, la revolución simultánea en todos los paises (como quería Trotsky), sino la implantación de la dictadura del proletariado en un país (Rusia) para después, con el poder estatal adquirido, las armas diplomáticas, etc., fomentar las revoluciones socialistas en otros países.

La táctica de la revolución es la concepción y el método para la instauración del socialismo (=dictadura del proletariado) en un país concreto. El instrumento es el Partido Comunista. En síntesis, las dos funciones fundamentales de la táctica revolucionaria son: exasperar a la clase «antítesis» (mediante la propaganda que le haga cada vez adquirir una con ciencia más dolorosa de su miseria); y hacer que la clase «tesis» se confíe (por medio de alianzas y compromisos. Paro realizar esa doble función es indispensable la «dialéctica en e lenguaje» *.

En El Estado y la Revolución, Lenin no teoriza sobre la táctica, pero la utiliza abundantemente. De una parte, el empleo dialéctico de los términos «libertad», «democracia», «hombre», etcétera, es continuo. Por otra parte, cabe destacar las afirmaciones de Lenin acerca de la actitud marxista ante las «repúblicas democráticas burguesas».

Para Lenin, como para Marx y Engels, el Estado, sea el que sea (incluida la más democrática de las repúblicas burguesas), no es más que el órgano de opresión de la burguesía sobre el proletariado. Sin embargo, la táctica revolucionaria de ordinario exigirá apoyar, fomentar, entre todas las posibles formas de Estado burgués, el más amplio democraticismo: «Desarrollar la democracia hasta el fondo, buscar las formas de este desarrollo, ponerla a la prueba de la práctica, etc.; todo esto constituye uno de los problemas fundamentales de la lucha por la revolución social» (p. 88). Y esto, aunque «ningún democraticismo, tomado en sí mismo, dará el socialismo» (p. 88), es una exigencia de «la dialéctica de la historia viva» (p. 88). Efectivamente, Lenin considera que la república democrática es la forma de Estado mejor para el capitalismo: «La república democrática es la mejor envoltura política posible para el capitalismo; por eso, el capital, después de haberse apropiado de esa envoltura ―que es la mejor―, funda su poder de un modo tan abundante y seguro, que ningún cambio, ni de personas, ni de instituciones, ni de partidos en el ámbito de la república democrática burguesa, puede sacudirlo» (p. 16). Y, precisamente por eso, es a la vez el mejor sistema (dentro de un Estado burgués) para el proletariado: «La república democrática es la vía más breve que conduce a la dictadura del proletariado» (p. 79; cfr. pp. 22, 89, 90).

La «coherencia» dialéctica del razonamiento táctico de Lenin es aparentemente innegable. Sin embargo, es también innegable que en el razonamiento está operando la sustitución del proletariado por el Partido. En efecto, aceptando que la república democrática sea la forma de Estado más favorable al capitalismo, también es cierto que es la forma más favorable para que en ella se organice el Partido y pueda con más facilidad realizar su labor de subversión. Sin embargo, no es cierto (en general e incluso por la experiencia histórica) que sea bajo esa forma cuando el proletariado se va haciendo cada vez más universal y más negativo (más depauperado), que es lo que debería suceder, si la dialéctica histórica afirmada por Lenin existiese realmente.

III. VALORACIÓN DE FONDO

Prescindiendo de una crítica general a los presupuestos teoréticos (materialismo dialéctico e histórico) (vid. Introducción general), nos limitaremos aquí a una valoración crítica de las principales manifestaciones concretas de esos presupuestos en la obra que comentamos.

1. El monismo materialista y la «dialéctica» necesidad‑libertad.

Lenin no afronta en ningún momento de esta obra la explicación del monismo materialista propio del marxismo; sin embargo, esa concepción está presente como postulado inicial, necesario para que todo el 'sistema' sea inteligible y tenga una cierta coherencia consigo mismo. Entre otras manifestaciones de esa presencia operante del monismo materialista (que excluye a priori, como condición necesaria, toda dimensión espiritual de la persona humana y la misma subsistencia ontológica de la persona), cabe señalar principalmente dos: la atribución constante a la sociedad (el hombre como género humano) del carácter de sujeto único de la historia; y, por otra parte (en relación íntima con lo anterior) la dialéctica necesidad‑libertad.

a) La sociedad humana (hombre genérico) como sujeto único de la historia y como única «realidad sustancial. La aplicación de este presupuesto, con su correspondiente concepción del individuo como «momento» dialéctico particular, es bastante patente con la simple lectura del contenido de la obra. Fijémonos, sin embargo, en algunos ejemplos concretos. Lenin afirma que en la última fase de la sociedad comunista se habrá suprimido «la principal fuente de desigualdad social, que es la separación entre trabajo y necesidades: el trabajo será la principal necesidad» (p. 106). Ahora bien: eso sólo es pensable si se trata del trabajo y de las necesidades de la sociedad en cuanto tal y no del individuo: cuando el individuo sea un elemento «de tal modo acostumbrado a observar las reglas fundamentales de la convivencia social» (p. 108; cfr. pp. 56, 92, 99, 114), que ya, no pueda desacostumbrarse: es decir, cuando sea sólo una parte no independiente en el ser (=actividad sensible) de la única «realidad»: la sociedad sin clases. Es de notar que la «verdad» de este monismo materialista está al final: es algo que hay que realizar, verificar («hacer verdadero») al final de la evolución dialéctica, en el paraíso comunista.

En tanto no se ha llegado a construir el hombre (sociedad sin clases), tampoco son propiamente los individuos (personas) los actores de la historia, sino que también entonces el único sujeto es la sociedad, pero dialécticamente dividida en clases. No se trata nunca del burgués concreto o del proletario concreto, sino de la burguesía y del proletariado, concebidas como clases, como sujetos de acción y de pasión (o mejor, que se identifican con esa acción y esa pasión: la burguesía es la opresión, el proletariado es el ser oprimido). Así, por ejemplo, «sólo el proletariado es capaz de ser guía de todos los trabajadores» (p. 29); «Sólo el proletariado puede asumir esta tarea (la transformación de la propiedad privada en propiedad social) ... » (p. 51): sólo, porque fuera del proletariado como clase únicamente queda la burguesía: no es considerada, consecuentemente, la posibilidad de una persona que alcance el poder y, al margen de las clases, imponga una política (en este caso, socialista). Los ejemplos podrían multiplicarse. Es de notar que tanto en estos casos citados como en otros muchos podría pensarse que se está hablando de un conjunto de personas, en sí mismas independientes y libres, que son sustituidas al hablar por el nombre del grupo, como de hecho es habitual hacer en el lenguaje corriente. Sin embargo, que no es así queda claro recordando la teoría general marxista, y en la presente obra al considerar el juego dialéctico necesidad‑libertad, del que trataremos a continuación.

b) La dialéctica necesidad‑libertad. A primera vista podría parecer que el marxismo, y concretamente Lenin en esta obra, se contradice de un modo bastante burdo, al hablar con frecuencia de procesos «inevitables», de la «marcha necesaria de la historia en el sentido que encamina a la sociedad sin clases», etcétera, mientras con frecuencia también habla de «libertad», de «carácter voluntario del centralismo socialista», «de trabajo voluntario según la propia capacidad de cada individuo», etc. Efectivamente, la historia es presentada como regida por las leyes de la «evolución», que permiten incluso predecir el futuro con la misma certeza que dan las leyes de las ciencias naturales: «Marx plantea la cuestión del comunismo como un naturalista plantearía, por ejemplo, la cuestión de la evolución de una nueva especie biológica, una vez conocido su origen y la línea precisa de su evolución» (p. 94). De ahí, por ejemplo, que Lenin llegue a hablar de «certeza histórica» respecto al futuro (p. 96). Frases como «la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado» (p. 38) o (el Estado en la dictadura del proletariado será constituido) «en modo tal que empiece en seguida a extinguirse y no pueda no extinguirse» (p. 28), etc., son continuas. Este explícito determinismo histórico lleva también a no considerar la libertad personal entre las causas del comportamiento humano: «Sabemos además que la principal causa social de los excesos que constituyen infracciones a las reglas de la convivencia social es la explotación de las masas, su pobreza, su miseria. Eliminada esta causa principal, los excesos comenzarán infaliblemente a ¿extinguirse'» (p. 102).

Lenin habla con frecuencia de «libertad» y de «democracia» sin preocuparse de compaginarlas con el determinismo materialista, igualmente afirmado repetidamente. Sin embargo, es importante no pensar que se trate de simples incoherencias. En efecto, precisamente cuando Lenin habla de libertad y de democracia, es donde se puede ver la «coherencia» marxista de su pensamiento acerca de la noción de libertad, aunque la técnica demagógica con frecuencia puede oscurecer, para un lector poco atento, ese punto de capital importancia.

Llama la atención, en primer lugar, que Lenin de ordinario no aplica la palabra libertad a las personas singulares, sino a la sociedad o a las clases: «Democracia para la inmensa mayoría del pueblo y represión con la fuerza, es decir, la exclusión de la democracia, para los explotadores, los opresores del pueblo: tal es la transformación que sufre la democracia en la transición del capitalismo al comunismo» (p. 99); y precisamente cuando se alcanza la completa supresión de las clases «el Estado deja de existir y llega a ser posible hablar de libertad» (p. 99). Sólo hay verdadera «libertad», pues, en la fase superior del paraíso comunista, que es precisamente cuando «los hombres estarán de tal modo acostumbrados a observar las reglas fundamentales de la convivencia social y el trabajo habrá llegado a ser de tal modo productivo, que trabajarán voluntariamente según su capacidad» (p. 107); entonces «la repartición de los productores no requerirá que sea la sociedad la que racione los productos a cada uno: cada uno será libre de alcanzar 'según sus necesidades'» (p. 108); por otra parte, «la primera necesidad será el trabajo» (p. 106). Ahora bien: si esa fase es, como afirma Lenin con Marx y Engels, definitiva e irreversible, está claro que ese «trabajar voluntariamente », que ese «ser libres de alcanzar según las necesidades», no significa nada que se parezca a la libertad espiritual de la persona humana. Lenin no entra en estas cuestiones teóricas fundamentales, y puede notarse ―quizá por motivos demagógicos― una cierta contradicción consigo mismo, pero en el fondo está operando la concepción de libertad como identidad. Sólo considerando la libertad como perfecta identidad entre sujeto y operaciones del sujeto se hace coherente hablar de libertad en el monismo marxista. De ahí que Lenin afirme que «sólo cuando se extingue el Estado (y lo que lo ha hecho posible) es posible hablar de libertad» (p. 99), o que «un Estado, cualquiera que sea, no es libre» (p. 22), ya que, en efecto, el Estado supone, por definición (marxista), una alienación, ruptura (falta de identidad) en la sociedad.

Es de notar que la concepción de la libertad como identidad entre sujeto y acción es verdadera en Dios, y que una semejanza degradada (necesariamente con cierta composición) se da en la libertad de las criaturas. También bajo este punto de vista está operante, pues, el ateísmo, la atribución a la sociedad de las características de la absoluto, para «poder eliminar» de modo definitivo la «alienación religiosa».

La radical e insanable contradicción de toda la construcción marxista con la realidad de las cosas, garantizada para el cristiano por la fe sobrenatural, es tan patente como total. Es la trágica paradoja del comunismo: el hombre que no acepta estar sometido a Dios, y para justificar su rebeldía desencadena un proceso intelectual y práctico que le conduce a perderse a sí mismo como persona, a perder la libertad espiritual ―limitada, ciertamente, pero real― en aras de un seudo‑absoluto (la «sociedad sin clases», el hombre genérico, etc.) tan utópico como degradante (sobre esta utopía y esta degradación volveremos más adelante).

2. El ateísmo.

Ya se ha hecho notar que, en esta obra, Lenin se sitúa en la «fase política de la crítica marxista», es decir, en la crítica al Estado, por lo que da por supuesta ya la crítica de la religión (ateísmo inicial), y que de hecho el libro se dirige principalmente a un público ateo. Aun así, la cuestión del ateísmo está tratada explícitamente una vez, ya citada en la exposición del contenido de la obra (cfr. p. 20 de esta recensión).

Dando por supuesto que la religión es una alienación, que es «este opio que idiotiza al pueblo» (p. 85), Lenin ataca duramente a quienes, aun siendo ateos, «reniegan la tarea del Partido de luchar contra la religión» (ibídem). Una tal actitud es calificada por Lenin como «completa traición del programa revolucionario» (ibídem). El interés de estas afirmaciones estriba precisamente en que resaltan la importancia esencial que el ateísmo tiene para todo el 'sistema' marxista. No sólo el ateísmo, sino además la persecución religiosa; hasta el punto de que renunciar a ella es una «completa traición del programa revolucionario ». Lenin, en efecto, es coherente con el 'sistema', que se fundamenta, para todos sus pasos, en el rechazo de la condición creatural del mundo y del hombre: «la crítica de la religión es la condición de toda crítica», había escrito Marx.

Por contraste, sorprende la ignorante ingenuidad de quienes pretenden ahora «bautizar» el marxismo, pretendiendo conocerlo mejor que el propio Marx, que Engels, Lenin y todos los posteriores teóricos marxistas.

3. Acerca de la doctrina marxista sobre el Estado y la Revolución.

Las tesis marxistas acerca del Estado están explícitamente repetidas varias veces por Lenin. Pueden resumirse así:

a) « El Estado es el órgano del dominio de clase, un órgano de opresión de una clase por parte de otra» (p. 9; cfr. pp. 89. 90, etc.).

b) «El Estado no ha existido siempre. En un determinado momento del desarrollo económico, que implicaba clases, el Estado se hace necesario» (p. 18); por eso, «el Estado es el producto y la manifestación de los antagonismos inconciliables entre las clases» (p. 9).

c) «Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente variadas, pero la sustancia es única: todos estos Estados son, de un modo u otro, en último análisis, obligatoriamente, una dictadura de la burguesía» (p. 40).

Antes de seguir adelante con las tesis marxistas hay que observar que esta concepción general del Estado es completamente falsa. Aun aceptando que, históricamente, haya habido o haya formas de Estado que sean en la práctica «órganos de opresión de una clase sobre otras», es falsa la afirmación general, tanto por lo que se refiere a la esencial dependencia del Estado respecto a la existencia de clases como a su «necesaria» característica de ser órgano de opresión. Reconociendo a la persona humana la libertad y autonomía personal que realmente tiene, desde el momento en que las personas constituyen sociedad, se deriva, de un modo u otro, la realidad del Estado no sólo como garante de derechos y deberes (que necesariamente existen en el ámbito social), sino también como órgano subsidiario que puede llegar donde, para el bien común, no pueden llegar los individuos. Y además, todo eso se desprende de la misma naturaleza humana, aunque no existan clases (en el sentido marxista de la palabra): «La verdadera noción del Estado es la de un organismo fundado sobre el orden moral del mundo» (Pío XII, Carta 14‑VII‑1954: AAS 46 (1954) 484).El Estado, por ser derivado de la misma naturaleza humana, no es alienación y miseria, sino que tiene la dignidad de ser una realidad querida por Dios, autor de la naturaleza: «La dignidad del Estado es la dignidad de la comunidad moral querida por Dios» (Pío XII, Aloc. 24‑XII‑1944: AAS 37 (1945) 15).

Podrán variar las formas del Estado, pero es necesaria alguna forma concreta de autoridad en la sociedad humana, y esto por voluntad de Dios: «Es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. (...) La elección de una u otra forma política es posible y lícita con tal que esta forma garantice eficazmente el bien común y la utilidad de todos»(León XIII, Ene. Inmortale Dei, 1‑IX‑1885: AAS 18 (1885‑86) 163).

El marxismo, al afirmar que el Estado supone una ruptura en la sociedad, en cierto modo tiene razón; pero se trata de la ruptura (más bien, composición) propia de toda realidad creatural. Por eso, la consideración marxista del Estado como una «realidad» que se debe suprimir no es más que un a priori únicamente basado en el monismo materialista, necesario para «poder prescindir» de Dios.

Continuando con las tesis marxistas sobre el Estado:

d) «El abatimiento del dominio burgués sólo es posible por obra del proletariado, como clase particular, preparada para ello por las condiciones económicas de existencia que le dan la posibilidad y la fuerza de realizarlo» (p. 29).

e) «El Estado burgués... ha de ser suprimido por el proletariado durante la revolución» (p. 20), que es una «revolución violenta» (p. 25), encaminada a «destrozar la máquina del Estado» (p. 35).

f) Pero el proletariado victorioso necesita aún de un Estado: «la dictadura del proletariado» o «Estado proletario», para organizar la sociedad de modo que se eliminen las bases económicas (propiedad privada, separación entre trabajo y necesidades, separación entre trabajo manual e intelectual, etc.) que lo hacían necesario (cfr. pp. 28, 40, 55, 70, 68, 94, 96, etc.).

g) El «Estado proletario» no puede suprimirse, sino que infaliblemente se extinguirá por sí solo, originando la sociedad sin clases o paraíso comunista definitivo (cfr. pp. 20, 25, 28, 48, 49, 56, 66, 72, 73, etc.).

Sobre el «Estado proletario» o dictadura del proletariado, sobre su extinción y sobre el paraíso comunista, volveremos en seguida. Ahora interesa fijarse en la idea de revolución.

Para Lenin, como para Marx y Engels, la revolución es una necesidad. No se trata de una posibilidad que deba realizarse si, en determinadas circunstancias, lo exigiese el bien de la sociedad humana. Por el contrario, la revolución total y violenta es postulada como necesaria, sea la que sea la situación de la sociedad, como medio imprescindible de la dialéctica histórica. Es importante considerar la maldad intrínseca de esta tesis, incluso prescindiendo del término a que esa revolución pretende conducir a la sociedad humana. En efecto, tal concepción de la revolución es contraria a la naturaleza humana y a la voluntad de Dios: «Quebrantar la obediencia y provocar revoluciones por medio de la fuerza de las masas constituye un crimen de lesa majestad, no solamente humana, sino también divina» (León XIII, Enc. Inmortale Dei, cit. p. 164). En la misma idea de revolución total se vislumbra el apartamiento voluntario de Dios: «La Iglesia rechaza, sin duda alguna, la locura de ciertas opiniones. Desaprueba el pernicioso afán de revoluciones y rechaza muy especialmente ese estado de espíritu en el que se vislumbra el comienzo de un apartamiento voluntario de Dios» (León XIII, ibídem). En el caso del marxismo, el apartamiento de Dios no sólo se vislumbra, sino que es el motor de todo el profeso (cfr. p. 48 de esta recensión).

4. Sobre la dictadura del proletariado o «Estado proletario».

Entre las diversas características de esa época de «transición» que va desde la revolución hasta la sociedad comunista, interesa detenerse brevemente en algunas de ellas.

«Es indispensable, para suprimir las clases, instaurar la dictadura temporal de la clase oprimida» (p. 68). Esto supone una forma de «Estado, es decir, el proletariado organizado como clase dominante» (p. 27). También para este «Estado» ―como para cualquier forma de Estado, según Lenin― vale la definición de «órgano de opresión de una clase sobre las demás»: «Los obreros necesitan del Estado sólo para reprimir la resistencia de los explotadores» (p. 28); «la dictadura del proletariado aporta una serie de restricciones a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. A éstos, nosotros debemos reprimirlos, para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada; se debe destrozar con la fuerza su resistencia; y está claro que donde hay represión, donde hay violencia, no hay libertad, no hay democracia» (p. 99). Dirá Lenin que se trata de la «opresión que la mayoría ejerce sobre una minoría de explotadores, capitalistas, etc.» (cfr. pp. 99, 100, etc.).

Esta doctrina se descalifica ya en cuanto establece la opresión como finalidad principal del Estado. En este caso, la opresión se dirige principalmente a la abolición de la propiedad privada de los medios de producción (cfr. pp. 104, SO, etc.), a la represión de la religión (cfr. p. 85), etc. En el fondo, a la represión de todos los que no piensen de acuerdo con el marxismo «ortodoxo» (cfr. p. 19 de esta recensión). Por el contrario, «el Estado no es una omnipotencia opresora de toda legítima autonomía (...). Ni el individuo ni la familia deben quedar absorbidos por el Estado. Cada uno conserva y debe conservar su libertad de movimientos en la medida en que ésta no cause riesgo de perjuicio al bien común. Además, hay ciertos derechos y libertades del individuo ―de cada individuo― o de la familia que el Estado debe siempre proteger y que nunca puede violar o sacrificar a un pretendido bien común» (Pío XII, Aloc. 8‑VIII‑1950). Y entre esos derechos inviolables está el de practicar la religión (ibídem), el de los padres sobre los hijos (ibídem), a la propiedad privada, también de los medios de producción, que sólo puede limitarse en su ejercicio por graves motivos y con carácter excepcional (cfr. León XIII, Enc. Quod Apostolici munerís, 28‑XII‑1878: AAS 2 (1878‑79) 374‑376; Pío XI, Epist. Firmissimam constantiam, 28‑III‑1937: AAS 29 (1937) 194-196; Pío VI, Enc. Divini Redemptoris, 19-III‑1937: AAS 29 (1937) 83 ss.; etc.).

Por otra parte, teniendo en cuenta la efectiva sustitución del proletariado por el Partido (cfr. pp. 30, 55, 57, 70, etc.), el «Estado proletario», no es la «opresión de una minoría por parte de la mayoría», como dice Lenin, sino que es ―como la experiencia histórica ha demostrado― la opresión y dictadura de otra minoría (el Partido Comunista) sobre la inmensa mayoría del pueblo. Auténtica opresión del pueblo, al que se impone por la fuerza (cfr. pp. 70, 85, 98, 99, etc.) un sistema de vida que sacrifica, en aras de un dudoso bienestar material, las dimensiones superiores, de orden espiritual, de la vida individual y social.

La táctica y la estrategia leninista, además, tienden a confundir a los adversarios por medio de la «dialéctica» en el lenguaje. Ya Lenin utiliza también a veces el término «democracia popular» en lugar de «dictadura del proletariado», sustitución que actualmente está generalizada. En la Constitución de la URSS puede hasta leerse un párrafo sobre libertad religiosa, cuando la realidad, no sólo teórica, sino práctica, es que desde el inicio del marxismo «asistimos ' por primera vez en la historia, a una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino (II Thes. 2,4)» (Pío XI, Enc. Divini Redemptoris, cit.).

5. Sobre la fase superior de la sociedad comunista.

a) La utopía del paraíso en la tierra. Desde un punto de vista teórico general, puede decirse que si, como afirma el marxismo, la dialéctica rige necesariamente la historia, entonces no es posible un Estado definitivo (sin dialéctica) en la historia. O bien, que si el comunismo (en su fase definitiva) es posible en la historia, entonces la dialéctica no es la ley de la historia. Este argumento tiene cierta validez, aunque dentro de los límites de toda «crítica interna al sistema».

Analizando las descripciones del paso de la primera a la segunda fase de la sociedad comunista, que nos ofrece el marxismo (y Lenin en esta obra), se comprueba mejor el carácter utópico del paraíso comunista. El paso del socialismo al comunismo se concreta en la extinción del Estado proletario: «Desde el momento en que es la misma mayoría del pueblo la que reprime a sus opresores, ¡no hay ya necesidad de una 'fuerza especial' de represión! En este sentido el Estado empieza a extinguirse. En lugar de las instituciones especiales de una minoría privilegiada (funcionarios privilegiados, jefes del ejército permanente), la mayoría misma puede realizar directamente sus funciones, y cuanto más el pueblo mismo asume las funciones del poder estatal, tanto menos se hará sentir la necesidad de este poder» (p. 49). En primer lugar, no es cierto que en la dictadura del proletariado sea la mayoría del pueblo la que va asumiendo las funciones del poder estatal, pues, como el mismo Lenin dice en otras ocasiones, el garante del orden social socialista es el Partido (p. 30), al que es preciso subordinarse en cuanto «vanguardia armada del proletariado» (pp. 55, 56, 57). Además, que la mayoría ejerza directamente las funciones del poder estatal, y con las características de «una rigurosa disciplina, una disciplina de hierro» (p. 56), es algo que Lenin no demuestra que sea posible, porque no lo es. Si se trata de ejercer sólo indirectamente esas funciones (como parece dar a entender al hablar de que en el régimen socialista se mantendrá el principio de la «representatividad»: p. 54), entonces, respecto a la intervención real de aquella mayoría en las funciones estatales, el «Estado proletario» no se diferencia esencialmente de las «democracias burguesas» (suponiendo que en la dictadura del proletariado hubiese de hecho representatividad, cosa que si ya es difícil en una democracia no marxista, en un régimen totalitario como el comunista lo es aún más).

Pero el punto más importante de la teoría de Lenin respecto a la extinción del Estado es la causa última a la que atribuye esa extinción, con el consiguiente advenimiento de la sociedad sin clases del paraíso comunista. Esa causa es el acostumbramiento: «Aspirando al socialismo, nosotros tenemos la convicción de que éste se transformará en comunismo, y que desaparecerá, por tanto, toda necesidad de recurrir en general a la violencia contra los hombres, al sometimiento de un hombre a otro, de una parte de la población a otra, porque los hombres se acostumbrarán a observar las condiciones elementales de la convivencia social sin violencia y sin sometimiento » (p. 92).

Este único argumento del acostumbramiento es repetido con frecuencia (cfr. pp. 56, 74, 99, 105, 107, 114).

¿Por qué se acostumbrarán los hombres a eso, de modo que no puedan desacostumbrarse? Porque se habrán eliminado las causas de las acciones que «constituyen infracciones» a las reglas sociales socialistas: «la explotación de las masas, su Pobreza, su miseria» (p. 102). Y, por tanto, añadirá Lenin, «los hombres estarán de tal modo acostumbrados a observar las reglas fundamentales de la convivencia social y el trabajo habrá llegado a ser de tal modo productivo, que trabajarán voluntariamente según su capacidad» (p. 107) y «cada uno será libre de alcanzar (los bienes de consumo) 'según sus necesidades'» (p. 108).

Prescindiendo incluso de lo utópico de llegar a alcanzar un nivel tal de abundancia de bienes materiales que nadie pueda desear más de lo que puede tener; prescindiendo de lo utópico de que una tal situación fuese necesariamente definitiva (habría que haber llegado a impedir de modo absoluto las sequías, los terremotos, las inundaciones, etc.); prescindiendo de todo eso, lo más notable es, una vez más, que para que todas estas teorías sean siquiera imaginables, es necesario prescindir a priori de la libertad espiritual de la persona humana, que no es, como dice el marxismo, un simple «nudo» de relaciones necesidades materiales‑satisfacción de necesidades materiales. Por otra parte, sabemos que la felicidad de un paraíso en la tierra se perdió definitivamente con el pecado original.

Es interesante también, como ya se hizo notar anteriormente, comprobar cómo Lenin, al afrontar la crítica de utopía dirigida al comunismo, desvía demagógicamente el argumento, unas veces pasando al ataque directo de sus adversarios (cfr. p. 22 de esta recensión), otras mostrando que no es utopía la dictadura del proletariado, cuando esa acusación se dirigía a la etapa siguiente (comunismo) (cfr. pp. 13‑14 de esta recensión).

b) El comunismo como completa degradación de la persona humana. Con cierta frecuencia se tiende a pesar que, aun siendo inalcanzable ese paraíso comunista, como meta ideal posee un valor humano, de igualdad, de justicia, etc., al que convendrá acercarse lo más posible. A veces, incluso, se presenta esa sociedad como el ideal humano que resultaría de vivir hasta el fondo las exigencias de la justicia y caridad cristianas. En realidad, nada más lejos de la verdad. Es por eso importante considerar la intrínseca maldad de la «sociedad sin clases» que persigue el comunismo.

Aparte de la expresa exclusión de toda dimensión sobrenatural, y aun espiritual (materialismo), que pone expresamente como fin último de esa «sociedad sin clases» a ella misma, en cuanto actividad productora-consumidora de bienes materiales, en ella la persona humana queda disuelta: el precio de la total «igualdad» es precisamente que todos los individuos sean iguales en su nulidad personal: «El comunismo despoja al hombre de su libertad (...). Al ser la persona humana, en el comunismo, una simple rueda del engranaje total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la personalidad humana (...). Los individuos no tienen derecho alguno de propiedad sobre los bienes materiales y sobre los medios de producción, porque siendo éstos fuente de otros bienes, su posesión conduciría al predominio de un hombre sobre otro. (...) Al negar a la vida humana todo carácter sagrado y espiritual, esta doctrina convierte naturalmente el matrimonio y la familia en una institución meramente civil y convencional, nacida de un determinado sistema económico (...), niegan a los padres el derecho a la educación de los hijos...» (Pío XI, Ene. Divini Redemptoris, cit.).

Por el contrario, «la igualdad consiste en que, teniendo todos la misma naturaleza, están llamados todos a la misma eminente dignidad de hijos de Dios; y, además, en que, estando establecida para todos una misma fe, todos y cada uno deben ser juzgados según la misma ley para conseguir, conforme a sus merecimientos, el castigo o la recompensa» (León XIII, Ene. Quod Apostolici muneris, cit.). Esta es la verdadera igualdad de los hombres, que se entiende al considerar el valor relativo de las cosas de la tierra: non habemus hic manentem civitatem (Hebr. 13,14). Perdido de vista, o negado expresamente' este sentido de la vida terrena, «proclaman, además, la comunidad de bienes y declaran que no puede tolerarse con paciencia la pobreza (...). La Iglesia, en cambio, reconoce, con mayor sabiduría y utilidad, la desigualdad entre los hombres, distintos por las fuerzas naturales del cuerpo y del espíritu, desigualdad existente también en la posesión de los bienes» (León XIII, ibídem). Sin que, por otra parte, pueda ignorarse que Dios mismo, en la administración de los bienes terrenos, exige el ejercicio de las virtudes: de la justicia y de la caridad: «Pero la caridad no puede atribuirse este nombre si no respeta las exigencias de la justicia» (Pío XI, Ene. Divini Redemptoris, cit.).

El cristiano, al ocuparse de las cuestiones sociales y políticas, goza de un amplio margen de autonomía, que no significa independencia de Dios (cfr. Con. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 36). Y, por eso, no ha de olvidar que «toda acción social implica una doctrina. El cristiano no puede admitir la que supone una filosofía materialista y atea, que no respeta ni la orientación de la vida hacia su fin último, ni la libertad, ni la dignidad humana» (Paulo VI, Ene. Populorum progressio, 26‑III-1967: AAS 59 (1967) 4).

F.O.B.

 

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* Sobre la táctica, la estrategia y el Partido, es especialmente interesante: M. Clement, Le Communisme face d Dieu, Nouvelles Editiones Latines, París, 1972 (pp. 75‑126), en donde se abordan esos temas con abundante documentación de las diversas obras de Lenin.