El
Estado y la Revolución. (La doctrina marxista del Estado y la función del proletariado
en la Revolución)
(Se cita
por la edición italiana: Stato e Rivoluzione La dottrina marxista, dello
Stato e i compiti del proletariato nella rivoluzione), Edizioni Rinascita,
Editori Riuniti, Roma 1954,138 pp. La traducción castellana de las citas textuales es
nuestra.)
En el prefacio a la primera edición, escrito en agosto de 1917, Lenin
explica brevemente el argumento del libro —suficientemente claro en el título y
en el subtítulo—, señalando dos características principales. Por una parte, su
finalidad de defender la doctrina de Marx y Engels contra las desviaciones del oportunismo,
especialmente de Karl Kautsky; y, por otra parte, el carácter o significado
práctico del libro en el momento histórico concreto: «Visiblemente, la
revolución proletaria internacional está madurando, y el problema de su actitud
frente al Estado asume un significado práctico» (p. 5). Sigue un brevísimo
prefacio a la 2.ª edición: «Esta 2.ª edición es casi perfectamente conforme a
la 1ª. Se ha hecho un solo añadido: el tercer párrafo del II capítulo. Moscú,
17‑XII‑1918» (p. 6).
El índice del libro, que seguiremos para exponer su contenido, es el
siguiente:
Prefacio de Lenin a la
segunda edición................................... 6
CAPITULO I: LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL
ESTADO
1. El Estado, producto del antagonismo inconciliable entre las clases 7
2. Destacamentos especiales de hombres armados, prisiones, etc. 11
3. El Estado, instrumento de explotación de la clase oprimida 14
4. La «extinción» del Estado y la revolución
violenta............. 18
CAPÍTULO II: EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN. LA
EXPERIENCIA DE 1848–51
1. La vigilia de la revolución................................................. 26
2. El balance de una revolución............................................ 31
3. Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852....................... 37
CAPITULO III: EL ESTADO Y LA REVOLUCION LA EXPERIENCIA DE LA COMUNA DE PARIS (1871). EL ANÁLISIS DE MARX
1. ¿En qué
consiste el heroísmo del intento de los comuneros 41
2. ¿Con qué
sustituir la máquina del Estado destrozada?....... 46
3. La supresión
del parlamentarismo..................................... 51
4. La organización
de la unidad nacional............................... 57
5. La destrucción
del Estado parásito................................... 61
CAPITULO IV: CONTINUACIÓN. EXPLICACIONES COMPLEMENTARIAS DE ENGELS
1. El «problema de los alojamientos».................................... 64
2. Polémica con los anarquistas............................................ 67
3. Una carta a Bebel............................................................ 72
4. Crítica al proyecto del Programa de
Erfurt........................ 75
5. El prefacio de 1891 a «Guerra Civil»,
de Marx................ 83
6. La eliminación de la democracia según Engels................... 90
CAPITULO V: LAS BASES ECONOMICAS DE LA EXTINCION DEL ESTADO
1. Cómo plantea Marx la cuestión........................................ 93
2. La transición del capitalismo al comunismo....................... 96
3. La primera fase de la sociedad comunista....................... 102
4. La fase superior de la sociedad comunista...................... 106
CAPITULO VI: EL MARXISMO DEGRADADO POR LOS OPORTUNISTAS
1. La polémica de Plekhanov con los anarquistas................ 118
2. La polémica de Kautsky con los oportunistas................. 120
3. La polémica de Kautsky con Pannekoek........................ 128
CAPITULO VII: LA EXPERIENCIA DE LAS REVOLUCIONES RUSAS DE 1905 Y DE 1917 137
CAPÍTULO I: LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO (pp. 7‑25).
1. El Estado, Producto del antagonismo
inconciliable entre las clases.—Comienza este primer párrafo lamentando las
muchas deformaciones que se han hecho del marxismo, y 1a necesidad de
«restablecer la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado» (p. 8). Para ello,
Lenin recoge varias citas extensas de Marx y Engels, de las que obtiene la
conocida conclusión: «El Estado es el producto y la manifestación de los
antagonismos inconciliables entre las clases» (p. 9); el subrayado
―como todos los que seguirán dentro de las citas― es de Lenin.
A continuación, pasa Lenin a criticar a los pequeño‑burgueses,
que pretenden corregir a Marx diciendo que el Estado es el órgano de
conciliación de las clases, cuando en realidad —dice— «para Marx, el Estado es
el órgano del dominio de clase, un órgano de opresión de una clase por
otra» (p. 9). En este error cayeron en seguida los mencheviques y los
socialrevolucionarios. Otra deformación, más sutil, es la de Kautsky y sus
seguidores quienes, aceptando que el Estado es órgano de dominio y opresión de
una clase por otra y que los antagonismos de clase son inconciliables, sin
embargo no consideran que de ahí se sigue —según Marx— «que la liberación de la
clase oprimida es imposible no sólo sin una revolución violenta, sino también
sin la destrucción del aparato del poder estatal» (p. 10). Como prueba de esta
afirmación' Lenin recoge una cita de El
origen de la familia, de la propiedad
privada y del Estado, de Engels.
2. Destacamentos especiales de hombres armados.,
prisiones, etc.—En este breve párrafo, Lenin describe ese «aparato de poder
estatal», señalando cómo la fuerza del Estado se basa principalmente en el
ejército permanente y en la policía. El que sean unos destacamentos especiales
de hombres armados quienes constituyen la fuerza del Estado es, según Lenin,
consecuencia directa de la escisión en clases inconciliables, que hace imposible
«la organización armada espontánea de la población» (p. 12). Aunque este tema
lo tratará más adelante, indica ya aquí Lenin que, en el paraíso comunista,
aquellos destacamentos especiales serán sustituidos por esa «organización
armada espontánea de la población», que «se diferenciará por su complejidad,
por su técnica avanzada, etc., de la organización primitiva de una banda de
monos armados de bastones, o de la de hombres primitivos o asociados en clan»
(p. 12).
A continuación, citando a Engels como prueba, afirma Lenin cómo los
medios de dominio del Estado no sólo se dirigen al interior del propio país,
sino que se extienden al exterior, dando lugar al colonialismo y a la
repartición del mundo entre las potencias.
3. El Estado, instrumento de explotación de la clase
oprimida.—Junto al ejército permanente y a la policía, el Estado necesita —para
estar situado por encima de la sociedad— de otros instrumentos (impuestos,
etc.), que originan «la cuestión del privilegio de los funcionarios como
órganos del poder estatal» (p. 15). En polémica directa con Kerenski y con
Kautsky, Lenin reafirma ese privilegio como otra de las manifestaciones
evidentes del carácter de instrumento de opresión de una clase por otra, que
tiene el Estado.
Incluso en las llamadas repúblicas democráticas el Estado es eso;
es más, «la república democrática es la mejor envoltura política posible para
el capitalismo; por eso el capital, después de haberse apropiado de esa
envoltura —que es la mejor—funda su poder de un modo tan abundante y seguro,
que ningún cambio, ni de personas, ni de instituciones, ni de partidos en el ámbito
de la república democrática burguesa puede sacudirlo. Es necesario además hacer
notar que Engels define, de modo categórico, el sufragio universal como un
instrumento de dominio de la burguesía» (p. 16). Por eso, sigue Lenin, se
equivocan los pequeñosburgueses democráticos (mencheviques, social‑chovinistas
y oportunistas de todo tipo) al decir que el sufragio universal es instrumento
de igualdad, de participación de todos en el gobierno, etc.: «Nosotros aquí
podemos sólo señalar que esta concepción es falsa, y hacer notar que la
afirmación clara, precisa y concreta de Engels es continuamente dejada de lado
por la propaganda y por la agitación de los partidos socialistas 'oficiales'
(es decir, oportunistas)» (p. 17).
4. La extinción del Estado y la Revolución violenta.—Comienza
con una larga cita de Engels, tomada de Anti‑Dühring, en la que se
encuentra la conocida frase: «El Estado no ha de abolirse, el Estado se
extingue». Lenin afirma que muchos toman esa frase aislada del contexto, de
modo que, convirtiendo al marxismo en oportunismo, «no queda más que el
concepto vago de un cambio lento, homogéneo, gradual, sin sobresaltos ni
tempestades, sin revolución» (p. 20): esta es, dice, «la más grosera
deformación del marxismo, ventajosa sólo a la burguesía» (p. 20). En contra de
esa deformación, Lenin, interpretando casi literalmente a Engels, afirma:
1º. «Engels habla aquí de supresión del Estado de la burguesía por
obra de la revolución proletaria, mientras que lo que dice sobre la extinción
del Estado concierne a los restos del Estado proletario que subsistirán después
de la revolución socialista. El Estado burgués, según Engels, no «se
extingue», sino que ha de ser suprimido por el proletariado durante la
revolución. Lo que se extingue después de esta revolución es el Estado
proletario o semi‑Estado» (p. 20).
2º. El Estado es una forma especial de represión de la burguesía
sobre el proletariado, que «debe ser sustituida por una Tuerza especial de
represión' de la burguesía por parte del proletariado (dictadura del
proletariado)» (p. 21).
3º. Esta dictadura del proletariado es «la democracia más completa»
(p. 21), que es la que «ha de extinguirse, no puede suprimirse» (ibíd.).
4º. Esta doctrina, dice Lenin, va tanto contra los oportunistas como
contra los anarquistas, «¡pero no sólo contra los anarquistas!» (p. 22), y
explica por qué: «Nosotros estamos a favor de la república democrática, en
cuanto que es, en régimen capitalista, la forma mejor de Estado para el
proletariado, pero no podemos olvidar que la suerte reservada al pueblo,
también en la más democrática de las repúblicas burguesas, es la esclavitud
asalariada» (p. 22); «por tanto, un Estado, cualquiera que sea, no es
libre y no es popular» (p. 22). Más adelante, Lenin desarrollará un poco más su
postura ante el anarquismo.
5º. La revolución ha de ser necesariamente violenta, cosa que
«olvidan» los oportunistas, hablando a veces de revolución y otras veces de
extinción del Estado burgués, con un «eclecticismo que ha sustituido a la
dialéctica» (p. 24). Y, para terminar, resume la tesis: «La sustitución del
Estado burgués por el Estado proletario no es posible sin revolución violenta.
La supresión del Estado proletario, es decir, la supresión de todo Estado, no
es posible más que por vía de 'extinción'» (página 25).
Como se ve, se trata de cinco tesis, ligadas entre sí que son afirmadas
como indudables en base a la autoridad de Engels.
CAPÍTULO II: EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN. LA EXPERIENCIA DE 1848‑51
(pp. 26‑40).
1. La vigilia de la Revolución.—Analizando varios textos de
Marx y Engels sobre el Estado y la Revolución, anteriores a la revolución de
1848, Lenin desarrolla la idea de la dictadura del proletariado, como
«el Estado; es decir, el proletariado organizado como clase dominante» (p. 27),
explicando su necesidad. El proletariado necesita un Estado, pero no como lo
entienden los oportunistas (social chovinistas y kautskianos),sino que «los
obreros necesitan del Estado sólo para reprimir la resistencia de los explotadores,
y sólo el proletariado es capaz de dirigir y actuar esta represión, porque es
la sola clase completamente revolucionaria, la sola clase capaz de unir a todos
los trabajadores y todos los explotados en la lucha contra la burguesía, para
suplantarla completamente» (p. 28). Este Estado proletario es un «Estado en
vías de extinción; es decir, constituido de modo tal que empiece en seguida a
extinguirse, y no pueda no extinguirse» (p. 28).
En cambio, los pequeños‑burgueses democráticos pretenden sustituir
la lucha de clases por la utopía del acuerdo entre las clases, lo cual, en
realidad, dice Lenin, «no ha conducido más que a la traición de los intereses
de las clases trabajadoras» (p. 28).
A continuación, Lenin habla de la función del partido comunista (que
llama aquí partido obrero), como vanguardia del proletariado: «Educando al
partido obrero, el marxismo educa una vanguardia del proletariado, capaz de
tomar el poder y de conducir a todo el pueblo al socialismo, capaz de
dirigir y de organizar el nuevo régimen, de ser el maestro, el dirigente, el
jefe de todos los trabajadores, de todos los explotados, en la organización de
su vida social sin la burguesía y contra la burguesía» (p. 30).
2. El balance de una revolución.—Después de recoger las
consideraciones sobre la revolución de 1848‑1851, que Marx hizo en El
18 Brumario de Luis Bonaparte, Lenin comenta: «En este admirable
razonamiento (el hecho por Marx) el marxismo da un grandísimo paso adelante en
relación al «Manifiesto del Partido Comunista». El problema del Estado en el
'Manifesto' estaba planteado aún de modo demasiado abstracto, con nociones y
términos de lo más genérico. Aquí el problema está planteado concretamente y la
deducción es extremamente precisa, bien definida, prácticamente tangible: todas
las revoluciones anteriores no hicieron más que perfeccionar la máquina del
Estado, mientras que es necesario destrozarla, demolerla. Esta deducción es lo
principal, lo esencial de la doctrina marxista sobre el Estado» (p. 32).
A continuación, vuelve Lenin a hablar sobre la burocracia y el ejército
permanente como «parásitos sobre el cuerpo de la sociedad burguesa, parásitos
engendrados por las contradicciones internas que dividen esta sociedad» (pp. 33‑34).
Los kautskianos y los pequeños‑burgueses, dice Lenin, consideran que la
concepción del «Estado parásito» es propia y exclusiva del anarquismo, en lo
que evidentemente se equivocan. La experiencia histórica, continúa Lenin,
todavía (en 1852) no permitía plantearse con qué habría de sustituirse la máquina
del Estado; «en 1852 se podía únicamente comprobar, con la precisión propia de
las ciencias naturales, que la Revolución proletaria afrontaba la tarea de
'concentrar todas sus fuerzas de destrucción' contra el poder del Estado, la
tarea de 'destrozar' la máquina del Estado» (p. 35).
El balance, pues, que Lenin hace siguiendo a Marx, de la revolución de
1848‑51, es que toda revolución que no destroce completamente la máquina
del Estado burgués no hace más que favorecerla, reforzarla: de ahí la
'conclusión científica' de que la revolución ha de destrozar completamente la
máquina estatal burguesa.
3. Cómo planteaba Marx la cuestión en 1852 (párrafo añadido en la
2.a edición, de 1919). —Comienza el párrafo con una cita de la carta de Marx a
Weydemeyer, del 5‑III‑1852, en la que dice no haber sido él quien
ha descubierto la realidad de la lucha de clases: «Lo que yo he aportado
—escribe Marx— ha sido demostrar: 1, que la existencia de las clases está
ligada a determinadas fases del desarrollo histórico de la producción; 2,
que la lucha de las clases conduce necesariamente a la dictadura del
proletariado; 3, que esta misma dictadura constituye sólo el paso a la supresión
de todas las clases y a una sociedad sin clases» (p. 38).
Lenin comenta este texto, criticando duramente a quienes afirman que la
doctrina de la lucha de clases es toda la esencia del marxismo: «marxista,
dice, es solamente quien extiende el reconocimiento de la lucha de las
clases hasta el reconocimiento de la dictadura del proletariado» (pp. 38‑39).
De ahí que, continúa Lenin, «la esencia de la doctrina del Estado de Marx es
asimilada solamente por quien comprende que la dictadura de una sola clase
es necesaria no sólo para toda la sociedad de clase en general, no sólo para el
proletariado después de haber abatido la burguesía, sino para un entero período
histórico, que separa el capitalismo de la 'sociedad sin clases', del
comunismo. Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente
variadas, pero la sustancia es única: todos estos Estados son, de un modo u
otro, en último análisis, obligatoriamente una dictadura de la burguesía. El
paso del capitalismo al comunismo, naturalmente, producirá una enorme
abundancia y variedad de formas políticas, pero la sustancia será
inevitablemente una sola: la dictadura del proletariado» (p. 40). No
explica Lenin, ni Marx, el porqué de ese «obligatoriamente», ni de ese
«inevitablemente»: sólo lo afirma como si fuese algo evidente por sí mismo,
considerando la marcha dialéctica de la historia.
CAPITULO III: EL ESTADO
Y LA REVOLUCIÓN. LA EXPERIENCIA DE COMUNA DE PARÍS (1871). EL ANÁLISIS DE MARX (pp. 41‑63).
1. En qué
consiste el heroísmo del intento de los 'comuneros.'—Comienza Lenin
afirmando la inmensa importancia de la experiencia histórica de la Comuna de
París, aunque ésta no alcanzara sus objetivos, hasta el punto de que «La única
'enmienda' que Marx Juzgó necesario hacer al 'Manifiesto del Partido
Comunista', la hizo sobre la base de la experiencia revolucionaria de los
'comuneros' de París» (p. 42). Esta enmienda puede formularse con palabras de
Marx y Engels —que Lenin cita—, así: «La Comuna, especialmente, ha
proporcionado la prueba de que la clase obrera no puede apoderarse simplemente
de la máquina estatal ya lista y ponerla en movimiento para sus propios fines»
(p. 42). Esta enseñanza fundamental —sigue Lenin— ha sido desvirtuada por los
oportunistas, que la interpretan como si Marx hubiese afirmado la idea de una
evolución lenta; «en realidad, es precisamente lo contrario. La idea de
Marx es que la clase obrera debe destrozar, demoler la 'máquina estatal
ya lista', y no limitarse simplemente a apoderarse de ella» (p. 43). A
continuación se reproduce un texto de la carta de Marx a Kugelmann del 12‑IV‑1871,
donde se dice eso mismo.
Después de volver a describir brevemente el carácter «burocrático y
militarista» de todos los Estados burgueses, y el carácter burgués de las
revoluciones portuguesa y turca, repite que «la condición previa de toda
revolución verdaderamente popular es la destrucción de la máquina
burocrática y militar del Estado» (p. 44). Esa revolución popular requiere «la
alianza de los campesinos pobres con los proletarios» (p. 45); la Comuna de
París lo intentó, pero «no alcanzó su objetivo por razones de orden interno y
externo» (p. 45). No explica cuáles fueron esas razones; especialmente
interesante hubiera sido un análisis de esas «razones de orden interno».
2. ¿Con qué sustituir la máquina del Estado destrozada?«A esta
pregunta —comienza diciendo Lenin— Marx no daba aún, en 1847, en el 'Manifiesto
del Partido Comunista', más que una respuesta puramente abstracta; o mejor,
indicaba los problemas y no los medios para resolverlos. Sustituir la
destrozada máquina del Estado con 'la organización del proletariado como clase
dominante', con 'la conquista de la democracia', tal era la respuesta del
Manifiesto del Partido Comunista'. Sin caer en la utopía, Marx esperaba de la experiencia
de un movimiento de masas la respuesta a la cuestión» (p. 46).
Fue precisamente la Comuna de París esa esperada experiencia. A
continuación, Lenin cita varios párrafos de Marx (de La guerra civil en
Francia), y va después sacando de ellos las características de esa
«organización del proletariado como clase dominante, »:
―«El primer decreto de la Comuna fue la supresión del ejército
permanente y su sustitución por el pueblo armado» (Marx, citado en p. 47);
―«Lo mismo se hizo para los funcionarios de todas las ramas de la
administración. Desde los miembros de la Comuna hacia abajo, los servicios
públicos debían ser realizados a cambio de salarios de obreros» (Marx,
citado en pp. 47‑48).
Y así, resume Lenin, «de burguesa que era, la democracia, —realizada lo
más plenamente y consecuentemente que cabe pensar, ha llegado a ser proletaria;
el Estado (fuerza especial destinada a oprimir una clase determinada) se ha
transformado en algo que ya no es propiamente un Estado. Pero la necesidad de
reprimir a la burguesía y de destrozarla permanece. (...) Pero aquí el órgano
de represión es la mayoría de la población, y no una minoría, como había sido
siempre en el régimen de la esclavitud, de la servidumbre y de la esclavitud
asalariada. Y desde el momento en que no es la misma mayoría del pueblo
la que reprime a sus opresores, ¡no hay ya necesidad de una fuerza especial de
represión! En este sentido el Estado empieza a extinguirse. En lugar de
las instituciones especiales de una minoría privilegiada (funcionarios
privilegiados, jefes del ejército permanente), la mayoría misma puede realizar
directamente sus funciones, y cuanto más el pueblo mismo asume las funciones
del poder estatal, tanto menos se hará sentir la necesidad de este poder» (pp.
48‑49).
Reconoce Lenin que todo esto suena a
«democratismo primitivo», pero dice que como tránsito es algo necesario y que
con la técnica moderna será una realidad del todo nueva. Por otra parte,
continúa, todo esto ha de estar necesariamente unido a «la transformación de la
propiedad privada capitalista de los medios de producción en propiedad social»
(p. 50). Termina reafirmando que «sólo el proletariado puede asumir esta tarea»
(p. 51).
Como puede verse, Lenin pasa ya a la «previsión científica» del futuro,
en base a las leyes necesarias de la dialéctica (que da por supuestas y por
conocidas, sin mencionarlas para nada).
3. La supresión del parlamentarismo. ―Parafraseando un texto
de Marx citado inmediatamente antes, Lenin denuncia lo que es la «esencia» del
parlamentarismo: «Decidir una vez cada cierto tiempo qué miembro de la clase
dominante debe oprimir, aplastar, al pueblo en el parlamento; he aquí la
verdadera esencia del parlamentarismo burgués, no sólo en las monarquías
parlamentarias constitucionales, sino también en las repúblicas más
democráticas» (p. 52). Sigue un ataque a quienes han pretendido afirmar que la
supresión del parlamentarismo sea algo exclusivo de los anarquistas, pero
aclara que «sin duda la vía para salir del parlamentarismo no es destruir las
instituciones representativas y el principio de la elegibilidad, sino la
transformación de estas instituciones representativas, de molinos de palabras
en organismos que trabajen realmente. 'La Comuna no debía ser un organismo
parlamentario, sino de trabajo, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo'
(Marx)» (pp. 52‑53).
A continuación, Lenin intenta salir al paso de la acusación de utopía que
sus palabras —como las de Marx— originaron y siguen originando: «Nosotros no
somos utópicos. No soñamos con prescindir, de la noche a la mañana, de
toda administración, de toda subordinación; éstos son sueños anárquicos,
basados en la incomprensión de las tareas de la dictadura del proletariado,
sueños que nada tienen que ver con el marxismo y que de hecho sólo sirven para
retrasar la revolución socialista hasta el día en que los hombres hayan
cambiado. No, nosotros queremos la revolución socialista con los hombres tal
como son hoy, y que no podrán prescindir de subordinación, ni de control, ni de
'vigilantes, ni de contables'. Pero es necesario subordinarse a la vanguardia
armada de todos los explotados y de todos los trabajadores: al proletariado»
(p. 55). Por tanto, será necesaria «una rigurosa disciplina, una disciplina de
hierro, mantenida por medio del poder estatal de los trabajadores armados» (p.
56). «Los técnicos, los vigilantes, los contables, como todos los funcionarios
del Estado, retribuidos con un estipendio no superior al salario de un obrero,
bajo el control y la dirección del proletariado armado» (p. 57). Es de notar
que aquí Lenin ha desplazado hábilmente la cuestión: la acusación de utopía no
era para la dictadura del proletariado, sino para la etapa final del comunismo,
que vuelve a describir así: «Este inicio (la dictadura del proletariado),
fundamentado en la base de la gran producción, lleva por sí mismo a la
'extinción' de toda burocracia, a la gradual instauración de un orden —orden
sin comillas, orden diverso de la esclavitud asalariada— en el que las
funciones, cada vez más simplificadas, de vigilancia y de contabilidad serán
realizadas por turno, por todos, llegarán a ser después una costumbre y
finalmente desaparecerán en cuanto funciones especiales de una especial
categoría de personas» (p. 56).
4. La organización de la unidad nacional.—Después
de citar a Marx, a propósito de cómo las comunas se originarían para constituir
una unidad nacional centralista, Lenin dirige un duro ataque a Bernstein, por
haber éste interpretado a Marx como si fuese federalista: «¡Es algo simplemente
monstruoso! ¡Confundir la misión de Marx sobre la 'supresión del Estado
parásito' con el federalismo de Proudhon!» (p. 59). «En los razonamientos de
Marx ya citados sobre la experiencia de la Comuna —continúa Lenin— no hay la
más mínima traza de federalismo. Marx está de acuerdo con Proudhon precisamente
en un punto que el oportunista Bernstein no ve; Marx disiente de Proudhon
precisamente donde Bernstein ve la semejanza. Marx está de acuerdo con Proudhon
en cuanto que ambos abogan por la 'demolición' de la actual máquina del Estado.
Esta semejanza del marxismo con el anarquismo (tanto en Proudhon como en
Bakunin) no quieren verla ni los oportunistas ni los kautskianos, porque sobre
este punto se han alejado del marxismo. Marx disiente tanto de Proudhon como de
Bakunin precisamente a propósito del federalismo (por no hablar además de la
dictadura del proletariado). En línea de principio, el federalismo deriva de
las concepciones pequeño‑burguesas del anarquismo. Marx es centralista»
(pp. 59‑60).
Continuando su ataque a Bernstein, Lenin afirma: «Bernstein es
simplemente incapaz de concebir la posibilidad de un centralismo voluntario, de
una unión voluntaria de las comunas en una nación, de una voluntaria fusión de
las comunas proletarias en la obra de destrucción del dominio burgués y de la
máquina estatal burguesa. Bernstein, como todo filisteo, se representa el
centralismo como algo que, viniendo únicamente desde arriba, no puede ser
impuesto y mantenido más que por la burocracia y el militarismo» (p. 60).
5. La destrucción del Estado parásito.—Siguen otras citas de Marx
sobre el intento de supresión del Estado por parte de la Comuna de París. Lenin
comenta: «De toda la historia del socialismo y de la lucha política, Marx
dedujo la conclusión que el Estado está condenado a desaparecer y que la forma
transitoria del Estado en vías de desaparición (transición del Estado al no‑Estado)
será 'el proletariado organizado como clase dominante'» (p. 63). «Y cuando el
movimiento revolucionario de masa del proletariado explotó, Marx, a pesar del
fracaso del movimiento, a pesar de su corta duración y de su impresionante
debilidad, se puso a estudiar las formas que ese movimiento había revelado. La
Comuna es la forma 'finalmente descubierta' de la revolución proletaria bajo la
cual podrá producirse la emancipación económica del trabajo» (p. 63).
No se trata, pues, según Lenin siguiendo a Marx, de un sistema ideado por
él, sino de algo que la historia ha revelado, una ley que ha sido descubierta.
Esto sólo se puede entender entonces partiendo de la teoría del materialismo
dialéctico e histórico, que está presupuesto.
CAPÍTULO IV: CONTINUACIÓN. EXPLICACIONES COMPLEMENTARIAS DE ENGELS (pp.
64-92).
1. El «problema de los alojamientos».—Lenin expone el
planteamiento de Engels sobre el problema de la vivienda, por considerarlo
ilustrativo tanto de las semejanzas como de las diferencias entre el Estado
proletario y el Estado burgués (cfr. p. 64).
Después de citar a Engels, Lenin comenta: «Engels se expresa con extrema
prudencia, diciendo que el Estado proletario
probablemente', 'al menos en el período transitorio', no distribuirá las
viviendas gratuitamente. El arrendamiento de los alojamientos, propiedad de
todo el pueblo, a estas o a aquellas familias con la correspondiente
contrapartida de un precio de alquiler, supone pues la percepción de ese
precio, un cierto control y la institución de algunas normas de repartición de
las viviendas. Todo esto exige una cierta forma de Estado, pero no hace en
absoluto necesario un especial aparato militar y burocrático, con funcionarios
que gocen de una situación privilegiada. El paso a una situación tal que los
alojamientos puedan ser asignados gratuitamente, está unido a la 'total
extinción' del Estado» (p. 66). Y en esto, sigue Lenin, no hay ninguna
contradicción con lo que Engels afirma en Anti‑Dühring sobre la
«abolición del Estado».
2. Polémica con los anarquistas.—Después de citar algunas frases irónicas
de Marx, contra los anarquistas, Lenin afirma: «En cuanto a la abolición del
Estado, como fin, nosotros estamos de acuerdo con los anarquistas. Afirmamos
que para alcanzar este fin es indispensable utilizar temporalmente, contra los
explotadores, los instrumentos, los medios y los métodos del poder estatal, así
como es indispensable, para suprimir las clases, instaurar la dictadura
temporal de la clase oprimida» (p. 68). No explica Lenin cómo esto no se opone
a lo que había afirmado antes de la necesidad de «destrozar la máquina del
Estado, en lugar de utilizarla para los nuevos fines» (vid. p. 11 de esta
recensión).
Sigue un texto de Engels contra los anti‑autoritarios anarquistas:
«Los 'anti‑autoritarios' piden que el Estado político autoritario sea
abolido de un golpe, antes incluso de que se hayan destruido las condiciones
sociales que lo han hecho nacer. Piden que el primer acto de la revolución
social sea la abolición de la autoridad. ¿Es que no han visto nunca una revolución
estos señores (anti‑autoritarios)? Una revolución es ciertamente la cosa
más autoritaria que hay; es el acto por el que una parte de la población impone
su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios
autoritarios por excelencia; y el partido victorioso, si no quiere haber
combatido en vano, debe continuar este dominio con el terror que sus armas
inspiran a los reaccionarios» (Engels, citado en p. 70). Tomando pie de este
texto, Lenin crítica duramente a los socialdemócratas, que pretenden apoyarse
en Engels para calificar de anarquistas a los bolcheviques.
3. Una carta a Bebel.—Recoge aquí Lenin un párrafo de la
carta dirigida a Bebel en marzo de 1875, en que Engels critica el programa de
Gotha: «Con la instauración del régimen social socialista, el Estado se
disuelve por sí mismo (sich auflöst) y desaparece. No siendo el Estado más que
una institución transitoria de la que ha de servirse en la lucha, en la
revolución, para aplastar con la fuerza a los propios enemigos, hablar de un
Estado popular libre es absurdo: mientras el proletariado tenga todavía
necesidad del Estado, tiene esa necesidad no en el interés de la libertad, sino
en el interés del aplastamiento de sus adversarios, y cuando se hace posible
hablar de libertad entonces el Estado como tal cesa de existir. Nosotros
proponemos por tanto sustituir en todas partes la palabra Estado por la palabra
Comuna (Gemeinwesen)» (Engels, citado en pp. 72‑73).
Comentando este texto —al que califica como «uno de los razonamientos más
notables, si no el más notable, de los escritos de Marx y Engels sobre el
Estado» (p. 72)—, Lenin se lamenta de no encontrar una palabra rusa adecuada
para traducir Gemeinwesen, y tener que utilizar la francesa Commune. A
continuación repite de nuevo el «proceso» de la extinción del Estado: «La
Comuna cesaba de ser un Estado en la medida en que no debía oprimir a la
mayoría de la población, sino a una minoría (los explotadores); había
destrozado la máquina del Estado burgués; en lugar de una fuerza especial de
opresión, era la población misma la que entraba en juego. Todo esto no
corresponde ya al Estado en el sentido propio de la palabra. Si la Comuna se
hubiese consolidado, los vestigios del Estado se habrían 'extinguido' por sí
mismos: la Comuna no habría tenido necesidad de 'abolir' sus instituciones;
éstas habrían dejado de funcionar conforme no habrían ido teniendo nada que
hacer» (p. 74).
Es de notar, cómo Lenin continúa fundando exclusivamente sus afirmaciones
por vía «de autoridad» (en este caso la de Engels).
Pasa Lenin a criticar a Bebel; éste, después de haber con. testado a
Engels el 21‑IX‑1875 diciendo que estaba completa. mente de
acuerdo, en su opúsculo Nuestros objetivos escribe que «El Estado basado
en la dominación de una clase debe ser transformado en un Estado popular»
(Bebel, Unsere Ziele 1886, p. 14). Lenin, teniendo en cuenta que Engels
había dicho que hablar de un Estado popular libre es absurdo, recrimina a Bebel
diciendo simplemente que las suyas son «consideraciones sobre el Estado
completamente equivocadas» (p. 75): si se da por supuesto que Engels tiene
razón, entonces también la tiene Lenin al criticar a Bebel.
4. Crítica al proyecto del Programa de Erfurt.― «No se
puede, en un análisis de la doctrina marxista sobre el Estado, prescindir de la
crítica del proyecto del programa de Erfurt enviada por Engels a Kautsky el 29
de junio de 1891» (p. 75). Lenin cita extensamente las críticas de Engels a ese
programa, que sirvió de modelo a la II Internacional: «Engels critica
aquí ―dice Lenin― el oportunismo de toda la II Internacional» (p.
77).
Las conclusiones que obtiene Lenin, como comentario a Engels, son las
siguientes:
a) El capitalismo moderno se transforma en «capitalismo monopolista»,
pero ese monopolismo, que puede llamarse «monopolismo de Estado», sigue siendo capitalismo,
y no se le puede considerar como «socialismo de Estado» como hacen los
«reformistas burgueses». Por mucha reglamentación de la economía que consigan los
trusts ―sigue Lenin«se permanece todavía en régimen capitalista»
(p. 76). «La 'cercanía' de tal capitalismo al socialismo debe ser para los
verdaderos representantes del proletariado un argumento a favor de la cercanía,
de la facilidad, de la posibilidad, de la urgencia de la revolución socialista,
y no un argumento para mostrarse tolerantes frente a la negación de esta
revolución» (p. 76). No se trata, pues, en ningún caso, de mejorar la
situación, sino de cambiarla desde la raíz por medio de la revolución.
b) Respecto al Estado, y en relación a la situación alemana concreta que
Engels critica, comenta Lenin: «Engels repite aquí, dándole particular relieve,
la idea fundamental que atraviesa, como un hilo ininterrumpido, toda la obra de
Marx: la república democrática es la vía más breve que conduce a la dictadura
del proletariado. Esta república, efectivamente, aunque no suprima en absoluto
el dominio del capital, y, por tanto, la opresión de las masas y la lucha de
clases, conduce inevitablemente esta lucha a una extensión, a un desarrollo, a
un impulso y a una amplitud tales que, una vez aparecida la posibilidad de
satisfacer los intereses esenciales de las masas oprimidas, esta posibilidad se
realiza necesariamente y únicamente con la dictadura del proletariado» (p. 79).
c) Respecto a la cuestión del federalismo y del centralismo, Lenin
comenta: «Como Marx, Engels defiende, desde el punto de vista del proletariado
y de la revolución proletaria, el centralismo democrático, la república una e
indisoluble. Considera la república federal como una excepción a la regla y un
obstáculo al desarrollo, o como una transición entre la monarquía y la
república centralizada, como un 'paso adelante', en ciertas condiciones
particulares» (pp. 80‑81). Pero Engels ―continúa Lenin― no
comprende en absoluto el centralismo democrático en el sentido burocrático dado
a esta noción por los ideólogos burgueses y pequeño‑burgueses, los
anarquistas incluidos entre estos últimos. Para Engels el centralismo no
excluye de hecho una amplia autonomía administrativa local, la cual, dado que
las 'comunas´ y las regiones mantengan voluntariamente la unidad del Estado,
suprime completamente toda burocracia y todo 'mandato' desde arriba» (p. 8 l).
El elemento de voluntariedad para mantener la unidad nacional, ya anteriormente
afirmado por Lenin, no es explicado.
5. El prefacio de 1891 a «Guerra Civil» de Marx. ―En este
párrafo se citan varios textos del prefacio escrito por Engels en 1891 a la 3.a
edición alemana de Guerra Civil en Francia, de Marx. Los puntos
principales que Lenin señala en su comentario son los siguientes:
a) Después de toda revolución, los obreros están
armados; pero después son desarmados por los burgueses que están en el gobierno
del Estado: ésta es ―dice Lenin― la esencia de las revoluciones
burguesas. Después de la revolución rusa de 1917 también pretendieron lo
mismo los mencheviques y los social‑revolucionarios, guiados por el
menchevique Zereteli, por lo que Lenin les ataca con crudeza.
b) «Otra reflexión incidental de Engels, igualmente
ligada al problema del Estado, concierne la religión. Es sabido que la social
democracia alemana, conforme se engangrenaba y se hacía cada vez más
oportunista, caía siempre con mayor frecuencia en una interpretación errónea y
filistea de la célebre fórmula: 'La religión es un asunto privado'. Y,
precisamente, esta fórmula se interpretaba ¡como si también para el partido del
proletariado revolucionario la cuestión de la religión fuese un asunto privado!
Contra esta completa traición del programa revolucionario se levantó Engels»
(p. 85). La crítica de Engels ―que Lenin cita― en este prefacio, va
dirigida contra el «oportunismo alemán»' «que declaraba la religión un asunto
privado respecto al partido, y abajaba así el partido proletario
revolucionario al nivel del más vulgar pequeño‑burgués 'libre pensador',
que está dispuesto a admitir que se pueda permanecer fuera de la religión, pero
que niega la tarea del partido de luchar contra la religión, este opio
que idiotiza al pueblo» (p. 85). Lenin es aquí coherente consigo mismo (y con
Marx y Engels): la revolución socialista tiene como fin último la
«construcción» del hombre (=género humano) como ser supremo, en perfecta
identidad consigo mismo y con la naturaleza, autosuficiente ... ; no combatir
la religión sería renunciar (hacer traición) a la condición primera necesaria
para poder acometer la tarea revolucionaria.
c) Después de recordar una vez más que, según Engels, todo
Estado es alienación, opresión, etc. (cfr. p. 86), Lenin vuelve a criticar
a los anarquistas, afirmando la necesidad de favorecer la instauración
―como paso de tránsito― de una república democrática: «Cuándo
Engels dice que en la república democrática tanto como en la monarquía,
el Estado sigue siendo 'una máquina para la opresión de una clase por parte de
otra', no significa en absoluto que la forma de opresión sea indiferente
para el proletariado, como 'enseñan' ciertos anarquistas. Una forma de
lucha de clases y de opresión más extendida, más libre, más abierta, facilitará
inmensamente al proletariado su lucha por la supresión de las clases en
general» (pp. 89‑90). La finalidad, pues, no es que los proletarios en
esa época de transición (la república democrática) vivan mejor, gocen de
bienestar, etc.; lo que interesa es aprovechar esa situación de «mayor
libertad» para poder extender la lucha, extender la conciencia de la opresión,
etc., para favorecer la revolución total.
6. La eliminación de la democracia según Engels.
―Engels ha tratado este tema ―comienza Lenin― al explicar la
«inexactitud científica» del término socialdemocracia. Explica (Lenin)
el origen accidental del término partido bolchevique (haber tenido la
mayoría en el Congreso de Bruselas‑Londres de 1903), y propone «a los
camaradas un 'compromiso': llamarnos Partido Comunista, conservando entre
paréntesis la palabra 'bolchevique'» (p. 91). Después de estas breves
consideraciones terminológicas, y explicando aquella «inexactitud científica
del término socialdemocracia», continúa: «Razonando sobre el Estado se comete
habitualmente el error contra el que Engels pone en guardia y que nosotros
hemos señalado de pasada en el tema precedente: es decir, se olvida que la
supresión del Estado es también la supresión de la democracia, y que la extinción
del Estado es la extinción de la democracia» (p. 91). Recuérdese que supresión
se aplica al «Estado burgués» en cualquiera de sus formas, y que extinción
se aplica al Estado de la dictadura del proletariado. Teniendo en cuenta
que esas dos fases son necesariamente ―según Lenin― sucesivas,
necesariamente en «supresión de la democracia» y en «extinción de la
democracia», la palabra democracia ha de tener significados distintos,
para no ser una contradicción verbal. En seguida, Lenin vuelve a describir al
paso de una fase a otra (paso del socialismo al comunismo): «Aspirando al
socialismo, nosotros tenemos la convicción de que éste se transformará en
comunismo, y que desaparecerá por tanto toda necesidad de recurrir en general a
la violencia contra los hombres, al sometimiento de un hombre a otro, de una
parte de la población a otra, porque los hombres se acostumbrarán a
observar las condiciones elementales de la convivencia social, sin violencia
y sin sometimiento» (p. 92). Por qué se acostumbrarán a eso, por qué
no podrán luego desacostumbrarse, etc., no se explica. Sobre este punto, de
notable importancia, volverá Lenin en el capítulo siguiente.
CAPITULO V: LAS BASES ECONÓMICAS DE LA EXTINCIÓN DEL ESTADO
Según Lenin, el estudio más detallado de este
importante asunto se encuentra en la crítica de Marx al «Programa de Gotha»
(carta de Marx a Bracke del 5 de mayo de 1875).
1. Cómo Marx plantea la cuestión.
―Para un lector superficial, dice Lenin, podría parecer que hay una
divergencia entre Marx y Engels acerca de la extinción del Estado, comparando
la carta de Marx a Bracke y la carta de Engels a Bebel, en cuanto que Marx
habla de la «futura organización estatal de la sociedad comunista», y Engels
aboga incluso por la supresión de la palabra «Estado» y su sustitución por la
de «Comuna» (vid. p. 13 de esta recensión). Sin embargo, «un examen más atento
―dice Lenin― muestra que las ideas de Marx y Engels sobre el Estado
y sobre su extinción coinciden perfectamente, y que la citada expresión de Marx
se refiere precisamente a la organización estatal en vías de extinción» (p.
94).
Mientras Engels critica los errores, Marx se
interesa por el desarrollo de la sociedad comunista.
«¿Sobre qué datos ―se pregunta Lenin― se
puede buscar el planteamiento de la cuestión del futuro desarrollo del futuro
comunismo? Sobre el hecho de que el comunismo es engendrado por el
capitalismo, se desarrolla históricamente a partir del capitalismo, es el
resultado de la acción de una fuerza social producida por el
capitalismo. En Marx no hay rastro de intentos de inventar utopías, de hacer
vanas conjeturas sobre lo que no se puede saber. Marx plantea la cuestión del
comunismo como un naturalista plantearía, por ejemplo, la cuestión de la
evolución de una nueva especie biológica, una vez conocido su origen y la línea
precisa de su evolución» (p. 94). Más brevemente: «Toda la teoría de Marx es la
aplicación al capitalismo contemporáneo de la teoría de la evolución» (p. 94).
Es decir, se ha de dar por supuesto ―como efectivamente hace Marx― que la «evolución» de la sociedad se rige por leyes de tipo material‑determinista, que excluyen todo factor espiritual (incluida la libertad humana): es la historia la que hace a los hombres, y no los hombres quienes hacen la historia (materialismo histórico).
Después de nuevas citas de Marx, Lenin comenta: «Es
históricamente cierto que entre el capitalismo y el comunismo deberá haber
necesariamente un estadio particular o una particular etapa de transición» (p.
96). El término «certeza histórica», que Lenin, como Marx, aplica al futuro,
sólo es inteligible obviamente a partir de una concepción determinista de la
historia. Ese proceso (del capitalismo al comunismo) será de «larga duración»
(p. 94).
2. La transición del capitalismo al comunismo.
―Después de reafirmar que el tránsito al comunismo sólo puede darse a
través de una fase transitoria, y que esa fase transitoria sólo puede ser la dictadura
del proletariado (p. 96), pasa Lenin a describir el contenido de la democracia.
La democracia capitalista ―dice― sólo es tal para los
burgueses, mientras que en ella los «esclavos asalariados están excluidos de la
vida política y social» (p. 97).
Repite de nuevo que la transición al comunismo exige la fase de la
dictadura del proletariado, «porque no hay ninguna otra clase y ningún otro
medio que pueda destrozar la resistencia de los capitalistas
explotadores» (p. 98). La dictadura del proletariado es «la organización de la
vanguardia de los oprimidos en clase dominante para reprimir a los opresores»
(p. 98), y «no puede limitarse a una pura y simple ampliación de la democracia.
Junto a una grandísima ampliación de la democracia, llegada a ser por
primera vez una democracia para los pobres, para el pueblo, y no una
democracia para los ricos, la dictadura del proletariado aporta una serie de
restricciones a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los
capitalistas. A éstos, nosotros debemos reprimirlos, para liberar a la
humanidad de la esclavitud asalariada; se debe destrozar con la fuerza su
resistencia; y está claro que donde hay represión, donde hay violencia, no hay
libertad, no hay democracia» (pp. 98‑99). En conclusión, continúa Lenin,
«democracia para la inmensa mayoría del pueblo y represión con la fuerza; es
decir, la exclusión de la democracia, para los explotadores, los opresores del
pueblo: tal es la transformación que sufre la democracia en la transición del
capitalismo al comunismo» (p. 99). Luego, llegado el comunismo, sin clases, el
Estado dejará de existir y «llega a ser posible hablar de libertad» (p. 99).
Entonces ―continúa Lenin― se llega a una «democracia realmente
completa, realmente sin ninguna excepción. Sólo entonces la democracia comienza
a extinguirse, por la sencilla razón de que, liberados de la esclavitud
capitalista, de los innumerables horrores, barbaries, absurdos, ignominias de
la explotación capitalista, los hombres se acostumbrarán poco a poco a
observar las reglas elementales de la convivencia social» (p. 99).
Es de notar el juego dialéctico a que se somete la noción de «democracia»,
que llega a ser perfecta cuando se extingue, como repite Lenin en p. 100.
A continuación se describe un poco más la represión. En la
dictadura del proletariado, «la represión es todavía necesaria, pero es
ya la represión ejercida por una mayoría de explotados contra una minoría de
explotadores» (p. 100). Teniendo en cuenta que ―al menos en teoría―
el poder lo tendrán en esta fase los antiguos explotados, los sujetos de la
represión no pueden ser ya realmente explotadores: Lenin no explica si se trata
de los «antiguos explotadores» o de quienes «intentan sin conseguirlo ser
explotadores» aun en esa sociedad proletaria.
A continuación Lenin intenta salir al paso de la clásica objeción: «en el
paraíso comunista ―última fase de desarrollo― ¿no podrá suceder que
alguien actúe en contra de las reglas sociales?». Para ello, Lenin afirma que,
efectivamente eso será posible, y que, por tanto, también entonces habrá represión:
«Sólo el comunismo hace al Estado completamente superfluo, porque no hay nadie
a quien reprimir, nadie en el sentido de clase, en el sentido de
lucha sistemática contra una determinada parte de la población. Nosotros no
somos utópicos y no excluimos en absoluto que sean posibles e inevitables los
excesos individuales, como no excluimos la necesidad de reprimir tales excesos.
Pero, en primer lugar, para esto no hace falta ninguna máquina especial, un
especial aparato de represión; el pueblo armado se encargará él mismo de este
asunto con la misma sencillez, con la misma facilidad con la que cualquier
muchedumbre de personas civiles, incluso en la sociedad actual, separa a las
personas que se pelean o se opone a que se use violencia contra una mujer.
Sabemos además que la principal causa social de los excesos que constituyen
infracciones a las reglas de la convivencia social es la explotación de las
masas, su pobreza, su miseria. Eliminada esta causa principal, los excesos
comenzarán infaliblemente a 'extinguirse'. No sabemos con qué ritmo y con qué
gradación, pero sabemos que se extinguirán. Y con ellos se extinguirá también
el Estado» (pp. 101‑102).
Es de notar el postulado materialista que excluye la posibilidad de que
los hombres puedan constituir grupos para actuar en contra de las reglas
sociales, en el caso de que esos grupos no sean las clases (en el
sentido marxista). Por otra parte, nótese también la exclusión a priori
de las causas más propiamente humanas (libertad personal y sus
manifestaciones), mientras son elevadas a causas lo que son simplemente condiciones,
o mejor ocasiones (la miseria, etc.). No obstante, todo eso tiene
coherencia con los postulados marxistas: si el hombre es un simple «nudo» de
relaciones necesidad‑satisfacción material, una vez que todas las
necesidades (materiales) estuviesen espontáneamente satisfechas, ya no queda
ninguna dimensión humana que pueda dar origen a otro modo de comportamiento. Lo
que no es tan coherente es que Lenin acepte siquiera la posibilidad de
excepciones «individuales».
3. La primera fase de la sociedad comunista. ―Después
de la revolución se instaura la dictadura del proletariado, de la que ya se ha
venido hablando. Esta primera fase de la sociedad comunista es explicada ahora
en su «aspecto más fundamental»: el económico.
En la Crítica al Programa de Gotha, Marx refuta la idea de Laxase
según la cual ―dice Lenin― en régimen socialista el obrero recibe
el «fruto integral de su trabajo». Marx, por el contrario, afirma la necesidad
de descontar un fondo de reserva para reponer las maquinarias, un fondo para
gastos de administración, para escuelas, hospitales, asilos de ancianos,
etcétera (cfr. p. 102).
«Esto ―continúa Lenin― es la sociedad comunista salida del
seno del capitalismo, y que lleva aún, bajo todos los aspectos, las huellas de
la antigua sociedad, que Marx llama 'la primera fase', la fase inferior de la
sociedad comunista. Los medios de producción no son ya propiedad privada
individual.
Pertenecen a toda la sociedad. Cada miembro de la sociedad, realizando
una cierta parte del trabajo socialmente necesario, recibe de la sociedad un
recibo en el que consta que ha realizado esa cantidad de trabajo. Con este
recibo, retira de los almacenes públicos, de objetos de consumo, una cantidad
de productos correspondiente. Descontada la cantidad de trabajo invertida para
los fondos sociales, cada obrero recibe, por tanto, de la sociedad tanto cuanto
él le ha dado» (p. 103).
Pero esto, comenta Lenin, no ha de entenderse como el «reino de la
igualdad». Cuando, considerando este ordenamiento social (comúnmente llamado
socialismo, y que Marx llama primera fase del comunismo), Lasalle dice que en
él se da la «justa repartición», la aplicación del «igual derecho de cada uno
al igual fruto del trabajo», se equivoca, porque ―con palabras de
Marx― «todo derecho consiste en la aplicación de una única norma a
personas diversas, a personas que no son, en realidad, ni idénticas ni
iguales. El 'igual derecho' equivale por eso a una violación de la igualdad y
de la justicia» (p. 103). Es interesante notar que aquí Marx ―y, con él,
Lenin― no están defendiendo la igualdad y la justicia, sino mostrando un
argumento para probar que esas mismas nociones son contradictorias; que el
socialismo no se puede construir en aras de la igualdad y de la justicia; lo
contradictorio y «burgués» de todo derecho. Esto queda más claro a
continuación.
En esta primera fase del comunismo (socialismo), sigue Lenin, la
propiedad de los medios de producción es de todo el pueblo, y así se ha abolido
un aspecto del «derecho burgués», pero todavía permanece otro aspecto de ese
«derecho burgués»: la repartición de los frutos del trabajo atendiendo al
trabajo realizado y no a las necesidades, por lo que permanecen inevitables
desigualdades sociales (cfr. p. 104). Esto «es un Inconveniente', dice Marx,
pero es inevitable en la primera fase del comunismo, en cuanto que no se puede
pensar, sin caer en la utopía, que apenas abatido el capitalismo los hombres
aprendan, de la noche a la mañana, a trabajar para la sociedad sin ninguna
norma jurídica; por otra parte, la abolición del capitalismo no da
enseguida las premisas económicas para un tal cambio. Y no
hay otras normas, fuera de las del 'derecho burgués'. Permanece por eso la
necesidad de un Estado que, manteniendo común la propiedad de los medios de
producción, mantenga la igualdad del trabajo y la igualdad de la repartición de
los productos» (p. 105).
No se dan explicaciones sobre la «desigualdad de necesidades», ni tampoco
sobre el sistema de valoración del trabajo a efectos de retribución. Con la
dictadura del proletariado, «el Estado no se ha extinguido todavía
completamente, porque permanece como salvaguardia del 'derecho burgués', que
consagra la desigualdad de hecho. Para que el Estado se extinga completamente
es necesario el comunismo integral» (p. 106).
4. La fase superior de la sociedad comunista. ―A lo largo de
trece páginas, Lenin desarrolla con cierto detalle el tema que ya anteriormente
había sido tratado acerca del tránsito del socialismo al comunismo, y de las
características de la sociedad comunista plenamente desarrollada. Por su
particular interés se recogen a continuación sus argumentos detalladamente.
Glosando un texto de Marx, afirma Lenin: «Las condiciones económicas de
la completa extinción del Estado son que el comunismo alcance un grado tan
elevado de desarrollo que todo contraste entre trabajo intelectual y corporal
desaparezca, y que desaparezca por tanto una de las principales fuentes de la
desigualdad social contemporánea, fuente que no puede secarse, de la
noche a la mañana, por la sola socialización de los medios de producción, por
la sola expropiación de los capitalistas» (pp. 106‑107).
Luego, Lenin reitera la necesidad absoluta de esa socialización y
expropiación como único camino para «un gigantesco impulso de las fuerzas
productivas de la sociedad humana» (p. 107). No hay datos, afirma, para decir
cuándo y con qué rapidez sucederá esto, pero lo que es seguro es su término: la
supresión de aquella principal fuente de desigualdad social que es la
separación entre trabajo y necesidades; es decir, la llegada a un término en el
que el trabajo será la primera necesidad (p. 106). A continuación, se
vuelve a repetir el elemento de acostumbramiento: «El Estado podrá
extinguirse completamente cuando la sociedad haya realizado el principio: 'cada
uno según sus capacidades; a cada uno según sus necesidades'; es decir, cuando
los hombres estén de tal modo acostumbrados a observar las reglas fundamentales
de la convivencia social y el trabajo haya llegado a ser de tal modo productivo
que trabajen voluntariamente según su capacidad» (p. 107). Entonces, «La
repartición de los productos no hará ya necesario que la sociedad racione los
productos a cada uno: cada uno será libre de alcanzar 'según sus necesidades'»
(p. 108).
No escapa a Lenin el sabor fuertemente utópico que tiene todo este
planteamiento para quien no esté al unísono con las concepciones filosóficas
(materialismo dialéctico e histórico) que están presupuestas. Por eso,
inmediatamente dice que quien afirma que se trata de una utopía, revela «su
ignorancia y su interesada defensa del capitalismo» (p. 108): ignorancia, dice,
porque no se trata de «una promesa», sino de una previsión; defensa
interesada del capitalismo, porque esa acusación de utopía a lo único que mira
es a «eludir, con discusiones y frases sobre un lejano porvenir la
cuestión urgente y de palpitante actualidad de la política de hoy: la
expropiación de los capitalistas» (p. 108). De nuevo, pues, Lenin desplaza
hábilmente la cuestión de la utopía, afirmando categóricamente la ignorancia y
el torcido interés de sus acusadores, en lugar de demostrar que esos acusadores
no tienen razón. Como único argumento, después de los insultos a sus
adversarios, Lenin dice que el socialismo ha de instaurarse, mientras que el
comunismo es imposible instaurarlo, ya que se alcanza por evolución dialéctica
(cfr. p. 109).
Después de repetir algunas características antes enunciadas de la primera
fase de la sociedad comunista (dictadura del proletariado, socialismo) (cfr.
pp. 110‑113), Lenin vuelve a describir el paso a la segunda fase
(comunismo): «Cuando, efectivamente, todos hayan aprendido a administrar y
administren realmente ellos mismos la producción social, cuando todos procedan
ellos mismos al censo y control de los parásitos, de los hijos de papá, de los
bribones y similares 'guardianes de las tradiciones del capitalismo', todo
intento de escapar a este censo y a este control ejercido por todo el pueblo
llegará a ser una cosa tan difícil, una excepción tan rara, provocará con
seguridad un castigo tan rápido y tan ejemplar (ya que los obreros armados son
gente que tiene el sentido práctico de la vida y no son pequeños intelectuales
sentimentales; no admiten bromas), que la necesidad de observar las
reglas sencillas y fundamentales de toda sociedad humana llegará a ser
enseguida una costumbre. Se abrirán entonces las puertas que permitirán
pasar de la primera fase a la fase superior de la sociedad comunista y, por
tanto, a la completa extinción del Estado» (p. 114).
A continuación, en la edición italiana utilizada, se añade una larga nota
(pp. 114‑117) tomada de Stalin, Cuestiones de Leninismo, Moscú
1948. En este texto, Stalin explica, cómo la realidad del Estado Soviético, con
su ejército permanente y sus funciones represivas, responde perfectamente a la
doctrina de Lenin, para esas concretas circunstancias históricas. Es de
señalar, como de particular interés, que Stalin afirma que la fase superior del
comunismo sólo podrá alcanzarse plenamente si es universal, es decir si se
realiza simultáneamente en todos los países. De lo contrario, dice Stalin, los
países que estuvieran en esa fase superior (sin ejército permanente) serían
invadidos por los países no comunistas. De ahí la necesidad de permanecer
todavía en la primera fase, la de la dictadura del proletariado.
Nótese de nuevo la exclusión implícita ―en el texto de Lenin―
de la real libertad espiritual humana: sólo así es de algún modo pensable ese
acostumbrarse, esa costumbre, etc., como algo irreversible, como puede decirse
que las abejas «están acostumbradas» a fabricar siempre los panales según las
mismas reglas.
Con este capítulo termina propiamente la
exposición sistemática de la doctrina marxista sobre el Estado. En el capítulo
siguiente Lenin vuelve sobre los mismos argumentos, pero en clave aún más
directamente crítica respecto a los «oportunistas».
CAPÍTULO VI: EL MARXISMO DEGRADADO POR LOS OPORTUNISTAS (pp. 118‑137).
Comienza Lenin afirmando que «Se puede decir, en general, que de la tendencia
a eludir el problema de la actitud de la revolución proletaria hacia el
Estado, tendencia ventajosa para el oportunismo que alimentaba, ha surgido la desnaturalización
del marxismo y su completa degradación» (p. 118).
1. La polémica de Plekhanov con los anarquistas. ―Este
párrafo está dedicado a criticar el opúsculo de Plekhanov Anarquía y
socialismo, publicado en alemán en 1894. Este autor, contraponiendo el
socialismo al anarquismo, eludía la cuestión del Estado, como si el socialismo
nada tuviera que ver con la abolición del Estado (que sería exclusiva de los
anarquistas).
Ese opúsculo, dice Lenin, «comprende dos partes: una histórico‑literaria,
rica de preciosos documentos sobre la historia de las ideas de Stirner,
Proudhon, etc.; la otra, filistea, conteniendo burdos razonamientos dirigidos a
demostrar que un anarquista no se distingue de un bandido» (p. 119).
Ciertamente, el marxismo se opone al anarquismo: «Publicando en 1891 la
'Crítica al Programa de Gotha, de Marx, Engels escribía: «Nosotros (es decir,
Engels y Marx) estábamos entonces empeñados, apenas dos años después del
Congreso de La Haya de la (Primera) Internacional, en la más violenta lucha
contra Bakunin y sus anarquistas» (p. 119). El motivo de esa oposición, sigue
Lenin, fue que los anarquistas, que querían presentar como suya la Comuna de
París, no entendieron nada de sus enseñanzas ni del análisis que de ella hizo
Marx.
Pero la crítica de Plekhanov a los anarquistas cae en el oportunismo;
«hablar de 'anarquía y socialismo' eludiendo totalmente la cuestión del Estado,
sin ver todo el desarrollo del marxismo antes y después de la Comuna,
significaba caer inevitablemente en el oportunismo» (p. 119).
2. La polémica de Kautsky con los oportunistas. ―«Además de
por su exposición popular del marxismo ―comienza Lenin―, Kautsky
nos es conocido por su polémica con los oportunistas, encabezados por
Bernstein. Pero hay un hecho casi ignorado y que no se puede silenciar si se
nos asigna la tarea de investigar cómo Kautsky ha podido perder de modo tan
vergonzoso la cabeza, y caer, durante la gran crisis de 19141915, en la defensa
del social‑chovinismo» (p. 120). Este hecho, que no se puede silenciar,
dice Lenin que son las grandes dudas que mostró Kautsky antes de su ataque a
los oportunistas (Millerand y Jaurés, en Francia; Bernstein, en Alemania).
Pasa Lenin a analizar la obra de Kautsky Bernstein
y el programa socialdemócrata, en donde afirma descubrir
auténticas concesiones a Bernstein, en cuanto que, dice Lenin, Kautsky no
critica lo principal: « Según Bernstein, Marx habría puesto en guardia a la
clase obrera contra un ardor demasiado revolucionario en la toma del
poder. No es imaginable una falsificación más grosera y más monstruosa del
pensamiento de Marx» (p. 121). Y, en cambio, Kautsky deja pasar esa
falsificación sin crítica alguna.
A continuación Lenin analiza otro opúsculo de Kautsky (La revolución
social), criticando sobre todo que Kautsky se limite a enunciar la
necesidad de «conquistar el poder estatal», sin mencionar «la destrucción de la
máquina del Estado» (p. 123). Así, continúa Lenin, «en 1902 Kautsky resucita
precisamente lo que Marx en 1872 declaraba 'superado' en el programa del'
Manifiesto del Partido Comunista'» (p. 123). De ahí que, entre Marx y Kautsky,
haya un «abismo en la actitud hacia la tarea del partido del proletariado, que
consiste en preparar la clase obrera para la revolución» (p. 123).
Además, sigue Lenin, Kautsky no ha comprendido la diferencia entre el
parlamentarismo burgués y el democratismo proletario, dando prueba de
«'idolatría supersticiosa' hacia el Estado, de 'fe supersticiosa en el
burocraticismo'» (p. 126).
Por último, se critica la obra de Kautsky La vía del poder (1909):
«Este opúsculo de Kautsky permitirá establecer una comparación entre lo que la
socialdemocracia alemana prometía ser antes de la guerra imperialista, y la
bajeza en que ha caído (y con ella Kautsky) al estallar la guerra» (p. 127).
Sin embargo, no se añaden otras críticas que no estuvieran ya hechas
anteriormente.
3. La polémica de Kautsky con Pannekoek. ―Lenin cita las
críticas de Pannekoek a Kautsky, aparecidas en el artículo La acción de masas
y la revolución (en «Neue Zeit», 1912). Ahí Pannekoek ataca, con razón, dice
Lenin, el «radicalismo pasivo», la «teoría de la espera inerte» de Kautsky,
defendiendo la revolución. Sin embargo, dice Lenin, Pannekoek se equivoca
completamente en otros puntos (cfr. p. 129). Luego Lenin critica la respuesta
de Kautsky a Parnnekoek, encontrando en ella muestras patentes de oportunismo.
A lo largo de este párrafo, las ideas que Lenin va remachando una y otra
vez, son las ya expuestas varias veces: la diferencia entre marxismo y
anarquismo, y entre marxismo y oportunismo (especialmente el socialdemócrata).
Los anarquistas no entienden, resume Lenin, que antes de la supresión de
todo Estado hay que suprimir lo que lo
ha engendrado (las clases), y que para eso hace falta la fase de tránsito
(socialismo, dictadura del proletariado). Los oportunistas pretenden apropiarse
del poder estatal, en lugar de destrozarlo, renegando así de la revolución
total, pretendiendo mantener para siempre un Estado.
Casi al final, resume Lenin de nuevo: «En cuanto a nosotros, romperemos
con los oportunistas: y todo el proletariado consciente estará con nosotros en
la lucha, no para un 'cambio de posiciones en la relación de fuerzas', sino
para el abatimiento de la burguesía, para la destrucción del
parlamentarismo burgués, para una república democrática del tipo de la Comuna o
de la república de los soviets de diputados obreros y soldados, para la
dictadura revolucionaria del proletariado» (p. 136).
CAPÍTULO VII: LA EXPERIENCIA DE LAS REVOLUCIONES RUSAS DE 1905 Y DE 1917
(p. 137).
Este capítulo fue dejado por Lenin para más adelante, y nunca llegó
después a escribirlo (vid. Epílogo).
Epílogo (fechado en Petersburgo, el 30‑XI‑1917): «El presente
opúsculo ―dice Lenin― fue escrito en agosto‑septiembre de
1917. Ya había preparado el plan de un VII Capítulo: 'La experiencia de las
revoluciones rusas de, 1905 y de 1917’) pero aparte del título no he tenido
tiempo de escribir ni una sola línea: me lo 'impidió' la crisis política,
vigilia de la Revolución de Octubre de 1917. Hay que alegrarse de ese
'impedimento'. La redacción de la segunda parte de este opúsculo ('La
experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y de 1917’) deberá ciertamente
ser retrasada a mucho más adelante; es mucho más agradable y más útil hacer 'la
experiencia de una revolución' que escribir a propósito de ella» (p. 138).
El Estado y la Revolución es una de las principales obras de Lenin y puede
considerarse un «clásico» del marxismo‑leninismo. Su importancia dentro
de la bibliografía comunista deriva de varios factores. De una parte,
constituye una exposición detallada y sencilla de lo que podría llamarse la
fase política del materialismo histórico, escrita por el protagonista principal
de la revolución rusa de 1917, pocos meses antes de la misma. Por otra parte, y
aunque esto le resta sistematicidad, las continuas referencias críticas en
polémica principalmente con la socialdemocracia y con el anarquismo sirven para
remachar ―por contraste― (quizá con excesivas repeticiones) la
«ortodoxia» marxista. Por último, y directamente relacionado con lo anterior,
el libro presenta aspectos de interés para la historia del comunismo, aunque
Lenin da por conocido el cuadro general histórico.
La característica técnica y de método más notable es su explícito
carácter de «exégesis» de Marx y Engels. Ese método era obviamente el necesario
para la finalidad que Lenin se propuso: «restablecer la verdadera doctrina de
Marx sobre el Estado» (p. 8). Es de notar que este trabajo no le resultó
difícil: en realidad no necesitó hacer « interpretaciones » especulativamente
trabajosas, por cuanto los textos elegidos de Marx y Engels, que cita con gran
abundancia, son literalmente inequívocos respecto a lo que él quiere afirmar.
En este sentido, el libro está elaborado con notable habilidad y cumple
sobradamente con la finalidad que se propuso. Queda patente que Lenin es
auténtico marxista, mientras que no lo son sus adversarios (anarquistas,
socialdemócratas, etc.).
Sin embargo, Lenin no se ha limitado a aquella finalidad de simple
interpretación. Aparte de sus personales aportaciones, de las que trataremos
más adelante, el libro se dirige a convencer al lector de la «verdad» (y no
sólo de su concordancia con Marx) de las ideas que en él se contienen. Para
ello, el arma no es la demostración especulativa o las pruebas históricas' sino
un fuerte dogmatismo (las cosas son así porque lo dicen Marx y Engels)
revestido de una hábil demagogia, unida a un lenguaje persuasivo y de indudable
garra política. En este sentido destaca el continuo juego de
calificativos con que se acompañan las referencias a Marx y Engels, por una
parte, y a sus adversarios por otra. Así, por ejemplo, a las teorías «pequeño‑burguesas»
de los mencheviques, Lenin responde: «Nosotros aquí podemos sólo señalar que
esta concepción es falsa», a la que hay que oponer «la afirmación clara,
precisa y concreta de Engels» (p. 17). Lo que Marx expone en El 18 Brumario de Luis Bonaparte sobre
la revolución de 1848‑51 es un «admirable razonamiento» (p. 32); el
centralismo no marxista es calificado de «burgués, militar y burocrático»,
mientras el centralismo marxista se califica de «proletario, consciente,
democrático» (pp. 60‑61) (se trata de calificativos cuya correspondencia
al sujeto correspondiente se da por evidente). A quienes acusan sus ideas de
utopía, Lenin tacha de «ignorantes y defensores interesados del capitalismo»,
eludiendo de hecho esa crítica (cfr. p. 108). Cuando Lenin trata del cambio de
posición de Kautsky, no se limitará a demostrar que éste dejó de ser auténtico
marxista, dirá también que «perdió la cabeza de modo vergonzoso» (p. 120). Con
frecuencia' Lenin, en lugar de refutar otras teorías socialistas, además de
repetir las de Marx, insulta directamente a sus adversarios. Un insulto
frecuente es significativo: sus adversarios (dentro del socialismo; los
socialismos no bolcheviques) son filisteos (a veces, es el «pútrido
filisteísmo»: p. 53): cfr. pp. 60,119, etc. El simbolismo «mesiánico» es
patente.
Conviene hacer notar también que Lenin se está dirigiendo principalmente
a un lector materialista y ateo, y en parte también con una concepción
dialéctica de la historia. Quizá por eso, sólo rara vez y muy de pasada se
mencionan en el libro los presupuestos teoréticos (monismo materialista,
dialéctica, etc.), con los que Lenin es, en general, bastante coherente.
Esta obra se sitúa, dentro del marxismo como crítica, en la crítica a la
alienación política o crítica del Estado (vid. Introducción general),
y se extiende consecuentemente a las dos siguientes críticas: a la alienación
social y a la alienación económica, en cuanto que la base de la supresión del
Estado es la supresión de clases (alienación social), y la base de esta
supresión es la eliminación de la alienación económica (propiedad privada y
producción capitalista).
Las líneas fundamentales coinciden con los correspondientes
planteamientos de Marx y Engels. Sin embargo, hay dos elementos que destacan en
cierto modo como aportaciones de Lenin: el partido y la táctica y la
estrategia de la revolución (ambos elementos están estrechamente unidos).
Sobre estos dos aspectos, Lenin escribe en esta obra de un modo general,
exponiendo la función y necesidad del Partido Comunista (bolchevique), y
algunas líneas generales de táctica y estrategia revolucionaria. Será en otras
obras donde Lenin descenderá a detalles más particulares sobre esas cuestiones.
Vid., por ejemplo, la recensión a su obra ¿Qué hacer?
1. El Proletariado y el Partido.
Es sabido que, para Marx, la lucha de clases conduce inevitablemente a
una dualidad fundamental: burguesía‑proletariado. La clase obrera, en el
régimen capitalista, se va depauperando llegando a estar constituida por una
universal negatividad: el no tener. Esa clase obrera, según Marx, llega
incluso a perder la «personalidad» que parece conferirle el epíteto «obrera»:
llega a ser tan indiferenciada (tan constituida exclusivamente por el no‑tener)
que sirve de refugio a los miembros desplazados de las antiguas clases. Estos
caen en las filas de esta masa sin forma: es el caso de las clases medias
antiguas, de los pequeños industriales, de los comerciantes, de los rentistas,
de los artesanos y de los campesinos. El proletariado es, pues, según Marx, una
clase que no es sino la resultante de la ruina de todas las clases anteriores,
y que toda su «personalidad» reside en ser «denominador común» de todas las
clases que han perdido su «personalidad». Este carácter indiferenciado, masivo
y uniforme, confiere al proletariado su universalidad negativa o negatividad
pura y universal, que le constituye en antítesis histórica de la burguesía, en
clase revolucionaria «por esencia».
Lenin concuerda con Marx en estos puntos, concretando el proceso de
absorción de todas las masas trabajadoras por el proletariado: «En virtud de su
función económica en la gran producción, sólo el proletariado es capaz de ser
la guía de todos los trabajadores y de todas las masas
explotadas, que la burguesía con frecuencia explota, oprime, aplasta tanto o
más que a los proletarios, pero que son incapaces de luchar independientemente
por su emancipación» (p. 29). La visión, pues, de que las otras masas explotadas
caen en el proletariado, es vista por Lenin de un modo menos pasivo: es el
proletariado (en su núcleo inicial de clase obrera) la que guía a esas masas
contra la burguesía, absorbiéndolas por eso mismo en el proletariado.
Sin embargo, esa función de guía, Lenin la restringe posteriormente al Partido:
«Educando al partido obrero, el marxismo educa una vanguardia del
proletariado, capaz de tomar el poder y de conducir a todo el pueblo al
socialismo, capaz de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el maestro,
el dirigente, el jefe de todos los trabajadores, de todos los explotados, en la
organización de su vida social sin la burguesía y contra la burguesía» (p. 30).
Mientras poco antes (p. 29 citada) esa función de guía era atribuida al
proletariado, ahora (p. 30) es expresamente reservada a «la vanguardia del
proletariado» (el Partido). Es de notar que, para Lenin, no es ya el
proletariado, en cuanto simple antítesis, quien, por evolución dialéctica,
conquista el poder: es el Partido quien conquista ese poder, y luego impone el
socialismo a todo el pueblo.
Es patente el cambio de perspectiva respecto a la visión
evolutivo-dialéctica del proletariado como universalidad negativa. Sin embargo,
no parece que pueda afirmarse que Lenin corrija en este punto a Marx
(también Marx habló del Partido), pero sí que, eludiendo cuestiones teóricas
insolubles, concreta la teoría general de acuerdo con la realidad política de
entonces (es el Partido quien tomará el poder y el que impondrá el socialismo a
las masas). Sobre esas cuestiones teóricas insolubles, que se manifiestan en el
libro en la constante ambigüedad del término proletariado, volveremos
más adelante.
Esta «sustitución» del proletariado por el Partido, en la obra que
comentamos está, como puede notarse, afirmada más práctica que teóricamente. En
otros escritos, más concretos sobre el tema, Lenin es especialmente claro: «Es
necesario guardarse de asimilar la organización de los revolucionarios (el
Partido) con la organización de los obreros (...). La organización de los
obreros debe ser principalmente de tipo profesional. La organización de los
revolucionarios debe englobar principalmente y ante todo gente cuya profesión
es la acción revolucionaria» (Lenin, Oeuvres completes, IV, pp. 511‑512).
Estos revolucionarios profesionales «no consagran a la revolución solamente sus
tardes libres, sino toda la vida» (ibídem, p. 58).
Las funciones del Partido son resumidas por Lenin en tres puntos:
«elaboración teórica», «enseñanza e instrucción de las masas (propaganda a
todos los niveles)» y «preparar a las masas para la insurrección armada, cuando
reciban la orden para ello por medio de la organización de círculos obreros»
(cf. M. Clemente, Le Comunismo fase à Diem, pp. 105‑106).
Es conocida, por último, la importancia que Lenin da a la disciplina de
partido: «El Partido Comunista no puede cumplir su deber más que si está
organizado del modo más centralizado; si está organizado por una disciplina de
hierro parecida a la organización militar» (Oeuvres complétes, XXV, p.
641). Esta disciplina férrea será después impuesta a toda la sociedad por el
Partido (cfr. p. 56, citada, de esta obra: esa disciplina, dice Lenin aquí,
será mantenida «por medio del poder estatal de los trabajadores armados»; en
realidad, es patente que se refiere a esa «vanguardia del proletariado armado»
que es el Partido: cfr. pp. 55, 57, 70, 98, 99, etc.).
Además de la originalidad de Lenin, respecto a Marx y Engels, por lo que
se refiere a la organización del Partido Comunista, cabe señalar el a priori
(no demostrado ni demostrable) de calificar al Partido como «vanguardia del
proletariado». En efecto, siendo el proletariado, según Marx, la clase antítesis
de la burguesía, cuya «personalidad» es precisamente la pérdida de toda
«personalidad» propia, no es explicable que el Partido sea parte integrante
(además, la vanguardia) del proletariado, teniendo en cuenta la fuerte
«personalidad» que Lenin le asigna y que, de hecho, tiene donde existe. De ahí
que, como veremos más adelante, la dictadura del proletariado sea dictadura del
Partido, y en lugar de «opresión que la mayoría ejerce sobre la minoría de los
explotadores» (como dice Lenin), sea en realidad la dictadura y opresión de
otra minoría (el Partido) sobre la mayoría (el pueblo).
2. La táctica y la estrategia de la Revolución.
Sobre este punto, que es la otra principal aportación de Lenin al
marxismo, El Estado y la Revolución trata en pocas ocasiones y de modo
fragmentario.
Para encuadrar lo que sobre este tema se dice en la presente obra,
interesa recordar antes brevemente el cuadro general.
La estrategia de la revolución es la concepción y los métodos acerca de
la revolución universal o internacional. Como afirma Stalin, en la nota
recogida en la edición italiana de la presente obra, el comunismo, en su fase
superior, no es posible si no es universal (cfr. pp. 114‑117, ya
citadas). La estrategia leninista para esa implantación universal del comunismo
no es, sin embargo, la revolución simultánea en todos los paises (como quería
Trotsky), sino la implantación de la dictadura del proletariado en un país
(Rusia) para después, con el poder estatal adquirido, las armas diplomáticas,
etc., fomentar las revoluciones socialistas en otros países.
La táctica de la revolución es la concepción y el método para la
instauración del socialismo (=dictadura del proletariado) en un país concreto.
El instrumento es el Partido Comunista. En síntesis, las dos funciones
fundamentales de la táctica revolucionaria son: exasperar a la clase
«antítesis» (mediante la propaganda que le haga cada vez adquirir una con
ciencia más dolorosa de su miseria); y hacer que la clase «tesis» se confíe
(por medio de alianzas y compromisos. Paro realizar esa doble función es
indispensable la «dialéctica en e lenguaje» *.
En El Estado y la Revolución, Lenin no teoriza sobre la táctica,
pero la utiliza abundantemente. De una parte, el empleo dialéctico de los
términos «libertad», «democracia», «hombre», etcétera, es continuo. Por otra
parte, cabe destacar las afirmaciones de Lenin acerca de la actitud marxista
ante las «repúblicas democráticas burguesas».
Para Lenin, como para Marx y Engels, el Estado, sea el que sea (incluida
la más democrática de las repúblicas burguesas), no es más que el órgano de
opresión de la burguesía sobre el proletariado. Sin embargo, la táctica
revolucionaria de ordinario exigirá apoyar, fomentar, entre todas las posibles
formas de Estado burgués, el más amplio democraticismo: «Desarrollar la democracia
hasta el fondo, buscar las formas de este desarrollo, ponerla a
la prueba de la práctica, etc.; todo esto constituye uno de los
problemas fundamentales de la lucha por la revolución social» (p. 88). Y esto,
aunque «ningún democraticismo, tomado en sí mismo, dará el socialismo» (p. 88),
es una exigencia de «la dialéctica de la historia viva» (p. 88). Efectivamente,
Lenin considera que la república democrática es la forma de Estado mejor para
el capitalismo: «La república democrática es la mejor envoltura política
posible para el capitalismo; por eso, el capital, después de haberse apropiado
de esa envoltura ―que es la mejor―, funda su poder de un modo tan
abundante y seguro, que ningún cambio, ni de personas, ni de instituciones, ni
de partidos en el ámbito de la república democrática burguesa, puede sacudirlo»
(p. 16). Y, precisamente por eso, es a la vez el mejor sistema (dentro de un
Estado burgués) para el proletariado: «La república democrática es la vía más
breve que conduce a la dictadura del proletariado» (p. 79; cfr. pp. 22, 89,
90).
La «coherencia» dialéctica del razonamiento táctico de Lenin es
aparentemente innegable. Sin embargo, es también innegable que en el
razonamiento está operando la sustitución del proletariado por el Partido. En efecto,
aceptando que la república democrática sea la forma de Estado más favorable al
capitalismo, también es cierto que es la forma más favorable para que en ella
se organice el Partido y pueda con más facilidad realizar su labor de
subversión. Sin embargo, no es cierto (en general e incluso por la experiencia
histórica) que sea bajo esa forma cuando el proletariado se va haciendo cada
vez más universal y más negativo (más depauperado), que es lo que debería
suceder, si la dialéctica histórica afirmada por Lenin existiese realmente.
Prescindiendo de una crítica general a los presupuestos teoréticos
(materialismo dialéctico e histórico) (vid. Introducción general), nos
limitaremos aquí a una valoración crítica de las principales manifestaciones
concretas de esos presupuestos en la obra que comentamos.
1. El
monismo materialista y la «dialéctica» necesidad‑libertad.
Lenin no afronta en ningún momento de esta obra la explicación del
monismo materialista propio del marxismo; sin embargo, esa concepción está
presente como postulado inicial, necesario para que todo el 'sistema' sea
inteligible y tenga una cierta coherencia consigo mismo. Entre otras
manifestaciones de esa presencia operante del monismo materialista (que excluye
a priori, como condición necesaria, toda dimensión espiritual de la
persona humana y la misma subsistencia ontológica de la persona), cabe señalar
principalmente dos: la atribución constante a la sociedad (el hombre como
género humano) del carácter de sujeto único de la historia; y, por otra
parte (en relación íntima con lo anterior) la dialéctica necesidad‑libertad.
a) La sociedad humana (hombre genérico) como sujeto único de la
historia y como única «realidad sustancial. La aplicación de este
presupuesto, con su correspondiente concepción del individuo como «momento»
dialéctico particular, es bastante patente con la simple lectura del contenido
de la obra. Fijémonos, sin embargo, en algunos ejemplos concretos. Lenin afirma
que en la última fase de la sociedad comunista se habrá suprimido «la principal
fuente de desigualdad social, que es la separación entre trabajo y necesidades:
el trabajo será la principal necesidad» (p. 106). Ahora bien: eso sólo es
pensable si se trata del trabajo y de las necesidades de la sociedad en cuanto
tal y no del individuo: cuando el individuo sea un elemento «de tal modo
acostumbrado a observar las reglas fundamentales de la convivencia social» (p.
108; cfr. pp. 56, 92, 99, 114), que ya, no pueda desacostumbrarse: es decir,
cuando sea sólo una parte no independiente en el ser (=actividad sensible) de
la única «realidad»: la sociedad sin clases. Es de notar que la «verdad» de
este monismo materialista está al final: es algo que hay que realizar,
verificar («hacer verdadero») al final de la evolución dialéctica, en el
paraíso comunista.
En tanto no se ha llegado a construir el hombre (sociedad sin clases),
tampoco son propiamente los individuos (personas) los actores de la historia,
sino que también entonces el único sujeto es la sociedad, pero dialécticamente
dividida en clases. No se trata nunca del burgués concreto o del proletario
concreto, sino de la burguesía y del proletariado, concebidas como clases, como
sujetos de acción y de pasión (o mejor, que se identifican con esa acción y esa
pasión: la burguesía es la opresión, el proletariado es el ser oprimido). Así,
por ejemplo, «sólo el proletariado es capaz de ser guía de todos los
trabajadores» (p. 29); «Sólo el proletariado puede asumir esta tarea (la
transformación de la propiedad privada en propiedad social) ... » (p. 51): sólo,
porque fuera del proletariado como clase únicamente queda la burguesía:
no es considerada, consecuentemente, la posibilidad de una persona que
alcance el poder y, al margen de las clases, imponga una política (en este
caso, socialista). Los ejemplos podrían multiplicarse. Es de notar que tanto en
estos casos citados como en otros muchos podría pensarse que se está hablando
de un conjunto de personas, en sí mismas independientes y libres, que
son sustituidas al hablar por el nombre del grupo, como de hecho es habitual
hacer en el lenguaje corriente. Sin embargo, que no es así queda claro
recordando la teoría general marxista, y en la presente obra al considerar el
juego dialéctico necesidad‑libertad, del que trataremos a continuación.
b) La dialéctica necesidad‑libertad. A primera vista podría
parecer que el marxismo, y concretamente Lenin en esta obra, se contradice de
un modo bastante burdo, al hablar con frecuencia de procesos «inevitables», de
la «marcha necesaria de la historia en el sentido que encamina a la sociedad
sin clases», etcétera, mientras con frecuencia también habla de «libertad», de
«carácter voluntario del centralismo socialista», «de trabajo voluntario según
la propia capacidad de cada individuo», etc. Efectivamente, la historia es
presentada como regida por las leyes de la «evolución», que permiten incluso
predecir el futuro con la misma certeza que dan las leyes de las ciencias
naturales: «Marx plantea la cuestión del comunismo como un naturalista
plantearía, por ejemplo, la cuestión de la evolución de una nueva especie
biológica, una vez conocido su origen y la línea precisa de su evolución» (p.
94). De ahí, por ejemplo, que Lenin llegue a hablar de «certeza histórica» respecto
al futuro (p. 96). Frases como «la lucha de clases conduce necesariamente a la
dictadura del proletariado» (p. 38) o (el Estado en la dictadura del
proletariado será constituido) «en modo tal que empiece en seguida a
extinguirse y no pueda no extinguirse» (p. 28), etc., son continuas. Este
explícito determinismo histórico lleva también a no considerar la libertad
personal entre las causas del comportamiento humano: «Sabemos además que la
principal causa social de los excesos que constituyen infracciones a las reglas
de la convivencia social es la explotación de las masas, su pobreza, su
miseria. Eliminada esta causa principal, los excesos comenzarán infaliblemente
a ¿extinguirse'» (p. 102).
Lenin habla con frecuencia de «libertad» y de «democracia» sin
preocuparse de compaginarlas con el determinismo materialista, igualmente
afirmado repetidamente. Sin embargo, es importante no pensar que se trate de
simples incoherencias. En efecto, precisamente cuando Lenin habla de libertad y
de democracia, es donde se puede ver la «coherencia» marxista de su pensamiento
acerca de la noción de libertad, aunque la técnica demagógica con frecuencia
puede oscurecer, para un lector poco atento, ese punto de capital importancia.
Llama la atención, en primer lugar, que Lenin de ordinario no aplica la
palabra libertad a las personas singulares, sino a la sociedad o a las clases:
«Democracia para la inmensa mayoría del pueblo y represión con la fuerza, es
decir, la exclusión de la democracia, para los explotadores, los opresores del
pueblo: tal es la transformación que sufre la democracia en la transición del
capitalismo al comunismo» (p. 99); y precisamente cuando se alcanza la completa
supresión de las clases «el Estado deja de existir y llega a ser posible hablar
de libertad» (p. 99). Sólo hay verdadera «libertad», pues, en la fase superior
del paraíso comunista, que es precisamente cuando «los hombres estarán de tal
modo acostumbrados a observar las reglas fundamentales de la convivencia social
y el trabajo habrá llegado a ser de tal modo productivo, que trabajarán
voluntariamente según su capacidad» (p. 107); entonces «la repartición de los
productores no requerirá que sea la sociedad la que racione los productos a
cada uno: cada uno será libre de alcanzar 'según sus necesidades'» (p. 108);
por otra parte, «la primera necesidad será el trabajo» (p. 106). Ahora bien: si
esa fase es, como afirma Lenin con Marx y Engels, definitiva e irreversible,
está claro que ese «trabajar voluntariamente », que ese «ser libres de alcanzar
según las necesidades», no significa nada que se parezca a la libertad
espiritual de la persona humana. Lenin no entra en estas cuestiones teóricas
fundamentales, y puede notarse ―quizá por motivos demagógicos― una
cierta contradicción consigo mismo, pero en el fondo está operando la
concepción de libertad como identidad. Sólo considerando la
libertad como perfecta identidad entre sujeto y operaciones del sujeto se hace
coherente hablar de libertad en el monismo marxista. De ahí que Lenin afirme
que «sólo cuando se extingue el Estado (y lo que lo ha hecho posible) es
posible hablar de libertad» (p. 99), o que «un Estado, cualquiera que sea, no
es libre» (p. 22), ya que, en efecto, el Estado supone, por definición
(marxista), una alienación, ruptura (falta de identidad) en la sociedad.
Es de notar que la concepción de la libertad como identidad entre sujeto
y acción es verdadera en Dios, y que una semejanza degradada (necesariamente
con cierta composición) se da en la libertad de las criaturas. También bajo
este punto de vista está operante, pues, el ateísmo, la atribución a la
sociedad de las características de la absoluto, para «poder eliminar» de modo
definitivo la «alienación religiosa».
La radical e insanable contradicción de toda la construcción marxista con
la realidad de las cosas, garantizada para el cristiano por la fe sobrenatural,
es tan patente como total. Es la trágica paradoja del comunismo: el hombre que
no acepta estar sometido a Dios, y para justificar su rebeldía desencadena un
proceso intelectual y práctico que le conduce a perderse a sí mismo como
persona, a perder la libertad espiritual ―limitada, ciertamente, pero
real― en aras de un seudo‑absoluto (la «sociedad sin clases», el
hombre genérico, etc.) tan utópico como degradante (sobre esta utopía y esta
degradación volveremos más adelante).
2. El ateísmo.
Ya se ha hecho notar que, en esta obra, Lenin se sitúa en la «fase
política de la crítica marxista», es decir, en la crítica al Estado, por lo que
da por supuesta ya la crítica de la religión (ateísmo inicial), y que de hecho
el libro se dirige principalmente a un público ateo. Aun así, la cuestión del
ateísmo está tratada explícitamente una vez, ya citada en la exposición del
contenido de la obra (cfr. p. 20 de esta recensión).
Dando por supuesto que la religión es una alienación, que es «este opio
que idiotiza al pueblo» (p. 85), Lenin ataca duramente a quienes, aun siendo
ateos, «reniegan la tarea del Partido de luchar contra la religión» (ibídem).
Una tal actitud es calificada por Lenin como «completa traición del
programa revolucionario» (ibídem). El interés de estas afirmaciones
estriba precisamente en que resaltan la importancia esencial que el ateísmo
tiene para todo el 'sistema' marxista. No sólo el ateísmo, sino además la
persecución religiosa; hasta el punto de que renunciar a ella es una «completa
traición del programa revolucionario ». Lenin, en efecto, es coherente con el
'sistema', que se fundamenta, para todos sus pasos, en el rechazo de la
condición creatural del mundo y del hombre: «la crítica de la religión es la
condición de toda crítica», había escrito Marx.
Por contraste, sorprende la ignorante ingenuidad de quienes pretenden
ahora «bautizar» el marxismo, pretendiendo conocerlo mejor que el propio Marx,
que Engels, Lenin y todos los posteriores teóricos marxistas.
3. Acerca
de la doctrina marxista sobre el Estado y la Revolución.
Las tesis marxistas acerca del Estado están explícitamente repetidas
varias veces por Lenin. Pueden resumirse así:
a) « El Estado es el órgano del dominio de
clase, un órgano de opresión de una clase por parte de otra» (p. 9; cfr. pp. 89. 90,
etc.).
b) «El Estado no ha existido siempre. En un
determinado
momento del desarrollo económico, que implicaba clases, el Estado se hace
necesario» (p. 18); por eso, «el Estado es el producto y la manifestación de
los antagonismos inconciliables entre las clases» (p. 9).
c) «Las formas de
los Estados burgueses son extraordinariamente variadas, pero la sustancia es
única: todos estos Estados son, de un modo u otro, en último análisis,
obligatoriamente, una dictadura de la burguesía» (p. 40).
Antes de seguir adelante con las tesis marxistas hay que observar que
esta concepción general del Estado es completamente falsa. Aun aceptando que,
históricamente, haya habido o haya formas de Estado que sean en la práctica
«órganos de opresión de una clase sobre otras», es falsa la afirmación general,
tanto por lo que se refiere a la esencial dependencia del Estado respecto a la
existencia de clases como a su «necesaria» característica de ser órgano de
opresión. Reconociendo a la persona humana la libertad y autonomía personal que
realmente tiene, desde el momento en que las personas constituyen sociedad, se
deriva, de un modo u otro, la realidad del Estado no sólo como garante de
derechos y deberes (que necesariamente existen en el ámbito social), sino
también como órgano subsidiario que puede llegar donde, para el bien común, no
pueden llegar los individuos. Y además, todo eso se desprende de la misma
naturaleza humana, aunque no existan clases (en el sentido marxista de
la palabra): «La verdadera noción del Estado es la de un organismo fundado
sobre el orden moral del mundo» (Pío XII, Carta 14‑VII‑1954:
AAS 46 (1954) 484).El Estado, por ser derivado de la misma naturaleza humana,
no es alienación y miseria, sino que tiene la dignidad de ser una realidad
querida por Dios, autor de la naturaleza: «La dignidad del Estado es la
dignidad de la comunidad moral querida por Dios» (Pío XII, Aloc. 24‑XII‑1944:
AAS 37 (1945) 15).
Podrán variar las formas del Estado, pero es necesaria alguna forma
concreta de autoridad en la sociedad humana, y esto por voluntad de Dios: «Es
necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que,
como la misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del
mismo Dios, que es su autor. (...) La elección de una u otra forma política es
posible y lícita con tal que esta forma garantice eficazmente el bien común y
la utilidad de todos»(León XIII, Ene. Inmortale Dei, 1‑IX‑1885: AAS
18 (1885‑86) 163).
El marxismo, al afirmar que el Estado supone una ruptura en la sociedad,
en cierto modo tiene razón; pero se trata de la ruptura (más bien, composición)
propia de toda realidad creatural. Por eso, la consideración marxista del
Estado como una «realidad» que se debe suprimir no es más que un a
priori únicamente basado en el monismo materialista, necesario para «poder
prescindir» de Dios.
Continuando con las tesis marxistas sobre el Estado:
d) «El abatimiento del dominio burgués sólo es posible por obra del
proletariado, como clase particular, preparada para ello por las
condiciones económicas de existencia que le dan la posibilidad y la fuerza de
realizarlo» (p. 29).
e) «El Estado burgués... ha de ser suprimido por el
proletariado durante la revolución» (p. 20), que es una «revolución violenta»
(p. 25), encaminada a «destrozar la máquina del Estado» (p. 35).
f) Pero el proletariado victorioso necesita aún de un Estado: «la
dictadura del proletariado» o «Estado proletario», para organizar la sociedad
de modo que se eliminen las bases económicas (propiedad privada, separación
entre trabajo y necesidades, separación entre trabajo manual e intelectual,
etc.) que lo hacían necesario (cfr. pp. 28, 40, 55, 70, 68, 94, 96, etc.).
g) El «Estado proletario» no puede suprimirse, sino que infaliblemente se
extinguirá por sí solo, originando la sociedad sin clases o paraíso comunista
definitivo (cfr. pp. 20, 25, 28, 48, 49, 56, 66, 72, 73, etc.).
Sobre el «Estado proletario» o dictadura del proletariado, sobre su
extinción y sobre el paraíso comunista, volveremos en seguida. Ahora interesa
fijarse en la idea de revolución.
Para Lenin, como para Marx y Engels, la revolución es una necesidad. No
se trata de una posibilidad que deba realizarse si, en determinadas
circunstancias, lo exigiese el bien de la sociedad humana. Por el contrario, la
revolución total y violenta es postulada como necesaria, sea la que sea la
situación de la sociedad, como medio imprescindible de la dialéctica histórica.
Es importante considerar la maldad intrínseca de esta tesis, incluso
prescindiendo del término a que esa revolución pretende conducir a la sociedad
humana. En efecto, tal concepción de la revolución es contraria a la naturaleza
humana y a la voluntad de Dios: «Quebrantar la obediencia y provocar
revoluciones por medio de la fuerza de las masas constituye un crimen de lesa
majestad, no solamente humana, sino también divina» (León XIII, Enc. Inmortale Dei, cit. p. 164). En la misma idea de revolución
total se vislumbra el apartamiento voluntario de Dios: «La Iglesia rechaza,
sin duda alguna, la locura de ciertas opiniones. Desaprueba el pernicioso afán
de revoluciones y rechaza muy especialmente ese estado de espíritu en el que se
vislumbra el comienzo de un apartamiento voluntario de Dios» (León XIII, ibídem).
En el caso del marxismo, el apartamiento de Dios no sólo se vislumbra, sino
que es el motor de todo el profeso (cfr. p. 48 de esta recensión).
4. Sobre la dictadura del proletariado o
«Estado proletario».
Entre las diversas características de esa época de «transición» que va
desde la revolución hasta la sociedad comunista, interesa detenerse brevemente
en algunas de ellas.
«Es indispensable, para suprimir las clases, instaurar la dictadura
temporal de la clase oprimida» (p. 68). Esto supone una forma de «Estado, es
decir, el proletariado organizado como clase dominante» (p. 27). También para
este «Estado» ―como para cualquier forma de Estado, según Lenin―
vale la definición de «órgano de opresión de una clase sobre las demás»: «Los
obreros necesitan del Estado sólo para reprimir la resistencia de los
explotadores» (p. 28); «la dictadura del proletariado aporta una serie de restricciones
a la libertad de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. A
éstos, nosotros debemos reprimirlos, para liberar a la humanidad de la
esclavitud asalariada; se debe destrozar con la fuerza su resistencia; y está
claro que donde hay represión, donde hay violencia, no hay libertad, no hay
democracia» (p. 99). Dirá Lenin que se trata de la «opresión que la mayoría
ejerce sobre una minoría de explotadores, capitalistas, etc.» (cfr. pp. 99, 100,
etc.).
Esta doctrina se descalifica ya en cuanto establece la opresión como
finalidad principal del Estado. En este caso, la opresión se dirige
principalmente a la abolición de la propiedad privada de los medios de
producción (cfr. pp. 104, SO, etc.), a la represión de la religión (cfr. p.
85), etc. En el fondo, a la represión de todos los que no piensen de acuerdo
con el marxismo «ortodoxo» (cfr. p. 19 de esta recensión). Por el contrario,
«el Estado no es una omnipotencia opresora de toda legítima autonomía (...). Ni
el individuo ni la familia deben quedar absorbidos por el Estado. Cada uno
conserva y debe conservar su libertad de movimientos en la medida en que ésta
no cause riesgo de perjuicio al bien común. Además, hay ciertos derechos y
libertades del individuo ―de cada individuo― o de la familia que el
Estado debe siempre proteger y que nunca puede violar o sacrificar a un
pretendido bien común» (Pío XII, Aloc. 8‑VIII‑1950). Y entre
esos derechos inviolables está el de practicar la religión (ibídem), el
de los padres sobre los hijos (ibídem), a la propiedad privada, también
de los medios de producción, que sólo puede limitarse en su ejercicio por
graves motivos y con carácter excepcional (cfr. León XIII, Enc. Quod Apostolici
munerís, 28‑XII‑1878: AAS 2 (1878‑79) 374‑376; Pío XI,
Epist. Firmissimam constantiam, 28‑III‑1937: AAS 29 (1937)
194-196; Pío VI, Enc. Divini Redemptoris, 19-III‑1937: AAS 29 (1937) 83 ss.; etc.).
Por otra parte, teniendo en cuenta la efectiva sustitución del
proletariado por el Partido (cfr. pp. 30, 55, 57, 70, etc.), el «Estado
proletario», no es la «opresión de una minoría por parte de la mayoría», como
dice Lenin, sino que es ―como la experiencia histórica ha
demostrado― la opresión y dictadura de otra minoría (el Partido
Comunista) sobre la inmensa mayoría del pueblo. Auténtica opresión del pueblo,
al que se impone por la fuerza (cfr. pp. 70, 85, 98, 99, etc.) un sistema de
vida que sacrifica, en aras de un dudoso bienestar material, las dimensiones
superiores, de orden espiritual, de la vida individual y social.
La táctica y la estrategia leninista, además, tienden a confundir a los
adversarios por medio de la «dialéctica» en el lenguaje. Ya Lenin utiliza
también a veces el término «democracia popular» en lugar de «dictadura del
proletariado», sustitución que actualmente está generalizada. En la
Constitución de la URSS puede hasta leerse un párrafo sobre libertad religiosa,
cuando la realidad, no sólo teórica, sino práctica, es que desde el inicio del
marxismo «asistimos ' por primera vez en la historia, a una lucha fríamente
calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino (II
Thes. 2,4)» (Pío XI, Enc. Divini Redemptoris, cit.).
5. Sobre la fase superior de la sociedad comunista.
a) La utopía del paraíso en la tierra. Desde un punto de vista
teórico general, puede decirse que si, como afirma el marxismo, la dialéctica
rige necesariamente la historia, entonces no es posible un Estado definitivo
(sin dialéctica) en la historia. O bien, que si el comunismo (en su fase
definitiva) es posible en la historia, entonces la dialéctica no es la
ley de la historia. Este argumento tiene cierta validez, aunque dentro de los
límites de toda «crítica interna al sistema».
Analizando las descripciones del paso de la primera a la segunda fase de
la sociedad comunista, que nos ofrece el marxismo (y Lenin en esta obra), se
comprueba mejor el carácter utópico del paraíso comunista. El paso del
socialismo al comunismo se concreta en la extinción del Estado
proletario: «Desde el momento en que es la misma mayoría del pueblo la
que reprime a sus opresores, ¡no hay ya necesidad de una 'fuerza especial' de
represión! En este sentido el Estado empieza a extinguirse. En lugar de
las instituciones especiales de una minoría privilegiada (funcionarios
privilegiados, jefes del ejército permanente), la mayoría misma puede realizar
directamente sus funciones, y cuanto más el pueblo mismo asume las funciones
del poder estatal, tanto menos se hará sentir la necesidad de este poder» (p.
49). En primer lugar, no es cierto que en la dictadura del proletariado sea la
mayoría del pueblo la que va asumiendo las funciones del poder estatal, pues,
como el mismo Lenin dice en otras ocasiones, el garante del orden social
socialista es el Partido (p. 30), al que es preciso subordinarse en cuanto «vanguardia
armada del proletariado» (pp. 55, 56, 57). Además, que la mayoría ejerza directamente
las funciones del poder estatal, y con las características de «una rigurosa
disciplina, una disciplina de hierro» (p. 56), es algo que Lenin no demuestra
que sea posible, porque no lo es. Si se trata de ejercer sólo indirectamente
esas funciones (como parece dar a entender al hablar de que en el régimen
socialista se mantendrá el principio de la «representatividad»: p. 54),
entonces, respecto a la intervención real de aquella mayoría en las
funciones estatales, el «Estado proletario» no se diferencia esencialmente de
las «democracias burguesas» (suponiendo que en la dictadura del proletariado
hubiese de hecho representatividad, cosa que si ya es difícil en una democracia
no marxista, en un régimen totalitario como el comunista lo es aún más).
Pero el punto más importante de la teoría de Lenin respecto a la
extinción del Estado es la causa última a la que atribuye esa extinción, con el
consiguiente advenimiento de la sociedad sin clases del paraíso comunista. Esa
causa es el acostumbramiento: «Aspirando al socialismo, nosotros tenemos
la convicción de que éste se transformará en comunismo, y que desaparecerá, por
tanto, toda necesidad de recurrir en general a la violencia contra los hombres,
al sometimiento de un hombre a otro, de una parte de la población a
otra, porque los hombres se acostumbrarán a observar las condiciones
elementales de la convivencia social sin violencia y sin sometimiento » (p.
92).
Este único argumento del acostumbramiento es repetido con frecuencia
(cfr. pp. 56, 74, 99, 105, 107, 114).
¿Por qué se acostumbrarán los hombres a eso, de modo que no puedan
desacostumbrarse? Porque se habrán eliminado las causas de las acciones que
«constituyen infracciones» a las reglas sociales socialistas: «la explotación
de las masas, su Pobreza, su miseria» (p. 102). Y, por tanto, añadirá Lenin,
«los hombres estarán de tal modo acostumbrados a observar las reglas
fundamentales de la convivencia social y el trabajo habrá llegado a ser de tal
modo productivo, que trabajarán voluntariamente según su capacidad» (p. 107) y
«cada uno será libre de alcanzar (los bienes de consumo) 'según sus
necesidades'» (p. 108).
Prescindiendo incluso de lo utópico de llegar a alcanzar un nivel tal de
abundancia de bienes materiales que nadie pueda desear más de lo que puede
tener; prescindiendo de lo utópico de que una tal situación fuese
necesariamente definitiva (habría que haber llegado a impedir de modo absoluto
las sequías, los terremotos, las inundaciones, etc.); prescindiendo de todo
eso, lo más notable es, una vez más, que para que todas estas teorías sean
siquiera imaginables, es necesario prescindir a priori de la libertad
espiritual de la persona humana, que no es, como dice el marxismo, un simple
«nudo» de relaciones necesidades materiales‑satisfacción de necesidades
materiales. Por otra parte, sabemos que la felicidad de un paraíso en la tierra
se perdió definitivamente con el pecado original.
Es interesante también, como ya se hizo notar anteriormente, comprobar
cómo Lenin, al afrontar la crítica de utopía dirigida al comunismo, desvía
demagógicamente el argumento, unas veces pasando al ataque directo de sus
adversarios (cfr. p. 22 de esta recensión), otras mostrando que no es utopía la
dictadura del proletariado, cuando esa acusación se dirigía a la etapa
siguiente (comunismo) (cfr. pp. 13‑14 de esta recensión).
b) El comunismo como completa degradación de la persona humana. Con
cierta frecuencia se tiende a pesar que, aun siendo inalcanzable ese paraíso
comunista, como meta ideal posee un valor humano, de igualdad, de justicia,
etc., al que convendrá acercarse lo más posible. A veces, incluso, se presenta
esa sociedad como el ideal humano que resultaría de vivir hasta el fondo las
exigencias de la justicia y caridad cristianas. En realidad, nada más lejos de
la verdad. Es por eso importante considerar la intrínseca maldad de la
«sociedad sin clases» que persigue el comunismo.
Aparte de la expresa exclusión de toda dimensión sobrenatural, y aun
espiritual (materialismo), que pone expresamente como fin último de esa
«sociedad sin clases» a ella misma, en cuanto actividad productora-consumidora
de bienes materiales, en ella la persona humana queda disuelta: el precio de la
total «igualdad» es precisamente que todos los individuos sean iguales en su
nulidad personal: «El comunismo despoja al hombre de su libertad (...). Al ser
la persona humana, en el comunismo, una simple rueda del engranaje total,
niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos
naturales propios de la personalidad humana (...). Los individuos no tienen
derecho alguno de propiedad sobre los bienes materiales y sobre los medios de
producción, porque siendo éstos fuente de otros bienes, su posesión conduciría
al predominio de un hombre sobre otro. (...) Al negar a la vida humana todo
carácter sagrado y espiritual, esta doctrina convierte naturalmente el
matrimonio y la familia en una institución meramente civil y convencional,
nacida de un determinado sistema económico (...), niegan a los padres el
derecho a la educación de los hijos...» (Pío XI, Ene. Divini Redemptoris, cit.).
Por el contrario, «la igualdad consiste en que, teniendo todos la misma
naturaleza, están llamados todos a la misma eminente dignidad de hijos de Dios;
y, además, en que, estando establecida para todos una misma fe, todos y cada
uno deben ser juzgados según la misma ley para conseguir, conforme a sus
merecimientos, el castigo o la recompensa» (León XIII, Ene. Quod Apostolici
muneris, cit.). Esta es la verdadera igualdad de los hombres, que se entiende al
considerar el valor relativo de las cosas de la tierra: non habemus hic
manentem civitatem (Hebr. 13,14). Perdido de vista, o negado expresamente'
este sentido de la vida terrena, «proclaman, además, la comunidad de bienes y
declaran que no puede tolerarse con paciencia la pobreza (...). La Iglesia, en
cambio, reconoce, con mayor sabiduría y utilidad, la desigualdad entre los
hombres, distintos por las fuerzas naturales del cuerpo y del espíritu,
desigualdad existente también en la posesión de los bienes» (León XIII,
ibídem). Sin que, por otra parte, pueda ignorarse que Dios mismo, en la
administración de los bienes terrenos, exige el ejercicio de las virtudes: de
la justicia y de la caridad: «Pero la caridad no puede atribuirse este nombre
si no respeta las exigencias de la justicia» (Pío XI, Ene. Divini
Redemptoris, cit.).
El cristiano, al ocuparse de las cuestiones sociales y políticas, goza de
un amplio margen de autonomía, que no significa independencia de Dios (cfr.
Con. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 36). Y, por eso, no ha de
olvidar que «toda acción social implica una doctrina. El cristiano no puede
admitir la que supone una filosofía materialista y atea, que no respeta ni la
orientación de la vida hacia su fin último, ni la libertad, ni la dignidad
humana» (Paulo VI, Ene. Populorum progressio, 26‑III-1967: AAS 59
(1967) 4).
F.O.B.
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* Sobre la táctica, la estrategia y el Partido, es especialmente interesante: M. Clement, Le Communisme face d Dieu, Nouvelles Editiones Latines, París, 1972 (pp. 75‑126), en donde se abordan esos temas con abundante documentación de las diversas obras de Lenin.