LANNON, Frances

Privilegio, persecución y profecía. La Iglesia católica en España 1875-1975

Ed. Alianza, Madrid 1990.

Un periplo a través de la historia de la Iglesia española del último siglo, desde una visión sociopolítica, es —de acuerdo con lo que manifiesta en la introducción del libro— lo que la autora ha pretendido en su estudio.

El título, "Privilegio, persecución y profecía" habría que entenderlo, de acuerdo con dicho enfoque, como la sucesión de las distintas etapas por las que, ininterrumpidamente, ha atravesado la Iglesia en ese tiempo. Cabría objetar al título que utiliza una terminología dispar en la designación de realidades que corresponden a un mismo ámbito de referencia. Es decir, privilegio y persecución nos hablan de la aceptación por parte de la sociedad de lo que es la Iglesia. Profecía, al contrario, indica la actitud de la Iglesia —de una parte de la Iglesia— respecto a la sociedad.

En su estructura, el trabajo dedica una primera parte a exponer los aspectos generales que enmarcan la sociología católica de ese periodo. La división que se establece es amplia y abarca en su totalidad todos los aspectos que pueden ser tenidos en cuenta al hablar del tema. Lo cual es un acierto, pues no queda casi ningún campo al que no se haga referencia. Sin embargo, considero que la terminología que se utiliza para designar las distintas realidades en ocasiones no parece correcta.

En la segunda partedel libro, siguiendo un esquema cronológico, se analizan las distintas situaciones políticas por las que ha atravesado la Iglesia durante estos cien años. Esta segunda parte me parece más desigual que la primera, pues abundan los errores de enfoque. Entendiendo por tales, la utilización de distintos parámetros a la hora de analizar unas situaciones u otras. En ocasiones se analiza la relación entre la jerarquía y el gobierno, en otros momentos son las disidencias dentro del seno de la Iglesia las que merecen la atención de la autora, desplazando a un segundo plano u omitiendo la referencia a las anteriores, lo cual induce a confusión. Respecto a la división cronológica que utiliza, la estimo deficiente, puesto que alguna de las etapas que ha establecido, no es homogénea en cuanto a rasgos generales de tipo de gobierno, rasgos económicos, sociales, etc. Es, por ejemplo, el caso de la dictadura de Primo de Rivera y la República, que vienen agrupadas, siendo marcadamente distintas una de otra. Lo mismo sucede con la guerra civil y el comienzo del régimen de Franco, que también se estudian agrupados. Me parece que una época histórica no puede comprenderse sin conocer la etapa anterior, sin embargo creo más lógico y eficaz realizar el estudio de acuerdo con etapas de rasgos semejantes.

En relación al contenido del libro, en cuanto documento de carácter histórico, he considerado dos grandes campos en torno a los que puede girar el presente trabajo: la terminología utilizada por la autora y el quehacer historiográfico en cuanto tal.

1.— La terminología: Aunque podría incluirse como un apartado de la crítica historiográfica, he preferido analizarlo aparte por la importancia que tiene en sí a la hora de intentar llegar a una mayor comprensión del libro.

"Iglesia". La Iglesia aparece despojada de su carácter y fin sobrenatural (p. 132 por ejemplo) y se presenta como una estructura de finalidad esencialmente terrena: el logro de una sociedad igualitaria y justa, de acuerdo con los principios generales de la "teología de la liberación". De acuerdo con esto puede entenderse la utilización de la expresión "Iglesia profética" que designaría a un sector de la Iglesia conforme con esos criterios y que la autora considera como más característico de la Iglesia de los últimos tiempos (cfr. pág 111-112).

"Contrarreforma" y "Catolicismo de cruzada" son otras dos expresiones de contenido —me parece— similar, que utiliza la autora en alguna ocasión (pp. 52, 157, 284). Tanto una como otra expresión, corresponden a períodos históricos concretos (Renacimiento y Edad Media), con una serie de connotaciones y circunstancias concretas bien distintas de la época objeto de estudio en este libro. No es posible, desde un punto de vista histórico, asumir su utilización, aunque se entienda lo que quiere decir.

Hablar de "Lucha de clases" (pp. 108, 125, 281) en las ocasiones que se citan parece algo aventurado. Sería más adecuado hablar de conflicto social, puesto que la expresión "lucha de clases" implica un componente apriorístico de confrontación innata.

Especialmente me llamó la atención el que se designase a los sacerdotes y religiosos con el vocablo "Profesionales" (Capítulos 3 y 4), dando idea de esta manera de su sola dedicación a la vida religiosa, pero soslayando el carácter vocacional de la misma. Un profesional conoce las técnicas y el saber hacer de su campo de trabajo; reducir a eso la vocación religiosa, es enmarcarla donde no le corresponde, y probablemente, buscar en los análisis que se hagan elementos y rasgos que —aún siendo propios— no correspondan a la esencia de lo que se está estudiando.

El término "social" y el término "política" se utilizan abundantemente a lo largo del libro, con un contenido conceptual bastante restringido. Habitualmente se refiere con esas dos palabras a realidades bien concretas, que suelen corresponder a fragmentos delimitados de esas más amplias realidades, y a esos fragmentos reduce toda la amplitud que pueden tener ambos conceptos.

Lo "social" se utiliza en relación exclusiva a lo pragmático, a las actuaciones. Actuaciones que, además, son interpretadas en ocasiones con criterios utilitaristas, independientemente de las motivaciones que pudiesen darle sus protagonistas (Cfr. p. 94, 120). Lo "social", además, parece que lo considera la autora como lo primero y esencial de la vocación religiosa, reafirmando así la visión meramente humana de la vocación religiosa: "La pobreza del Estado y de sus municipios y diputaciones durante los siglos XIX y XX fue en sí misma una de las razones por la cual muchos jóvenes, hombres y mujeres, ingresaron en las comunidades religiosas con intención de llevar a cabo en su seno todas las obras de caridad tradicionales que, de otro modo, simplemente no se harían" (p. 98) "La gran mayoría de los que ingresaban en comunidades religiosas se inclinaban por congregaciones con un claro compromiso pastoral y no por las de tipo puramente contemplativo. Escogían enseñar, predicar, atender enfermos, al mismo tiempo que rezar.(...) las órdenes religiosas, a pesar de su disciplina y sus restricciones sexuales y sociales, podían ofrecer una posibilidad de liberarse". De tal forma lo considera así, que en el párrafo siguiente afirma: "El entusiasmo y la determinación militantes requerían cierta justificación teórica" (cfr. pp. 85-86). Es decir, la tarea de la Iglesia debería ser esencialmente social, y a ello tuvo que ajustarse la jerarquía. De hecho muestra sus quejas por el poco trabajo social de Acción Católica (p. 178 y ss.), y manifiesta sus simpatías por las actuaciones de las HOAC y la JOC: "Estas cifras (de número de afiliados de esas dos instituciones) parecen pequeñas al compararlas con los cientos de miles con que contaba Acción Católica en conjunto, pero tenían la ventaja de querer decir algo" (p. 275). De tal manera concibe como esencial este aspecto en la Iglesia que afirma que "Los millares de sacerdotes que murieron en 1936 eran víctimas del fracaso de la Iglesia en el análisis y rectificación de la difícil situación de los pobres rurales y urbanos" (p. 128). Y antes había afirmado que la causa del abandono de tantas vocaciones en los años 60, habría sido porque "El tipo de vida religiosa que caracterizó al siglo objeto de estudio ha sido víctima del 'aggiornamento', de la profesionalización de la enseñanza y los servicios sociales, de la extensión de las responsabilidades del Estado en el terreno social y —en no menor medida— de la ampliación de las posibilidades profesionales de las mujeres" (p. 112), es decir, que al no poder realizar ya ninguna tarea social, no tenía sentido la vocación religiosa.

Lo "político" normalmente es lo partidista, la actuación concreta de un partido político en un momento determinado, y a ello reduce los contenidos teológicos y antropológicos de la doctrina de la Iglesia: "Aunque muchos curas no emplearan como tal un lenguaje político, en la propia defensa de la fe estaban haciendo política" (p. 125) (cfr. también pp. 105, 108, 118, 212). Parece que intenta dotarle a la Iglesia de una vocación política que no tiene cuando afirma en la página 175: "La Iglesia española de finales del XIX y del siglo XX ha parecido a menudo que se comprometía con la salvación por la política".

2.— Historiográficamente: Se acusan algunos defectos que le restan objetividad histórica al contenido del estudio.

El hecho de que realice de vez en cuando algún juicio de valor sobre intenciones o personas, hace que muestre así sus preferencias o sus fobias, disminuyendo de esta manera la necesaria ecuanimidad del quehacer historiográfico (Cfr. pp. 56, 57, 227).

Resultan inexactas algunas de las afirmaciones que sobre la historia de España y del Catolicismo se hacen. Es llamativa la de la página 25: "El Estado moderno español fue forjado en las hogueras de la ortodoxia: quemando a los musulmanes, enviando las llamas de la religión verdadera al nuevo mundo, y calcinando a los descreídos y disidentes en España". Discutibles me parecen también las afirmaciones de las p. 175 y 176 sobre la pobreza de los frutos de la Iglesia renacentista. Igualmente discutible considero la interpretación que ofrece sobre el advenimiento de la II República en la p. 212; se saca la impresión de que la pujanza del republicanismo fue debida más a sus propios méritos que al fracaso del sistema de la restauración.

La tendencia a no contextualizar las afirmaciones que se hacen, implica un desenfoque de la realidad que, de alguna manera, supone falsearla. Es, por ejemplo, el caso del capítulo 1, donde se utilizan datos de lo que considero una situación extrema —la Andalucía anarquista de la II República— para hablar de la práctica religiosa en toda la etapa estudiada (1875-1975). Algo parecido sucede en la página 109. En la 301 establece un paralelismo —a mi modo de ver imposible entre las elecciones de 1977 y la situación política de la II República. Otra comparación discutible es la que hace en la p. 148; donde se equipara la campaña que hicieron los obispos españoles —a raíz de la Constitución de 1876— con la que "...alentaría en Inglaterra poco después, la lucha de los obispos contra la admisión de la práctica privada de la homosexualidad...". En las páginas 70 y siguientes, viene a suceder lo mismo cuando habla del celibato y la sexualidad; los distintos análisis que realiza parten de una perspectiva actual, desde la que se dedica más a criticar —con unos parámetros exacerbadamente feministas— que a intentar explicar esas situaciones desde la perspectiva del momento, no sólo en relación al ámbito religioso, sino también al de la moral social de la época.

Matizar las situaciones estudiadas para poder mejorar su comprensión, es también un elemento historiográfico necesario que le falla a Lannon en ocasiones: p. 150 ("La Iglesia Católica no reconoció la libertad religiosa como derecho humano hasta la década de 1960); 221 (hablando del año 1931: "Los colegios católicos eran objeto de un rechazo muy fuerte por su carácter clasista y su talante indudablemente antidemocrático").

La interpretación de la posición de la Iglesia ante la II República, es uno de los puntos del libro quizá más discutibles. Sobre todo en lo referido a dos aspectos: el anticlericalismo y la persecución religiosa.

Con la afirmación de que "La Iglesia era un peligro para la República democrática y modernizadora, mucho antes de que ésta tratara, sin mucha efectividad, de conjurarlo" (p. 221), se nos da el resumen de la interpretación que sostiene al respecto. El análisis que se hace de la situación republicana, parte de unas premisas meramente teóricas: efectivamente, el régimen republicano —constitucionalmente— era democrático y avanzado, sin embargo sería una postura idealista intentar estudiarlo desde esa perspectiva, pues históricamente no se corresponde con la realidad. En el libro de Lannon no se hace casi ninguna referencia a las dificultades objetivas, de gobierno —no sólo políticas—, económicas y de conflictividad social por las que fue atravesando la II República, y que, de hecho, hacen difícil pensar en el desarrollo normal de una situación democrática tal como hoy puede entenderse.

Respecto al anticlericalismo , la autora considera que en las actuaciones de gobierno no existió. Las leyes que se pueden considerar como tales, no lo fueron (cfr. p. 214 y ss), e incluso fue la Iglesia quien provocó el odio que después sufrió (p. 250, vid. también pp. 224-225). Su interpretación sería la siguiente: "La explicación más sencilla de la agresión constitucional contra los católicos fue la de que se trataba de un acto motivado por el odio ideológico. La explicación más sencilla que han venido manejando los historiadores desde entonces es que era la expresión gratuita de un anticlericalismo obsesivo, una equivocación absurda y evitable. Sin embargo, en 1931 algunos católicos se daban cuenta con dolor de que los artículos constitucionales que les resultaban ofensivos debían ser vistos en el contexto que configuraban la identificación católica con la monarquía y la dictadura, el rechazo católico al pluralismo y a los parlamentos democráticos, la inercia católica ante la injusticia social, y su defensa del derecho de propiedad privada, independientemente de las necesidades sociales." (pp.216-217). Es, como ya he comentado antes, lo social y lo político partidista (la quema de conventos en mayo de 1931 fue debida a una reacción antimonárquica, p. 215) en lo que basa su análisis, rechazando —tal como se aprecia en la cita— las interpretaciones más habituales que aportan otras motivaciones más profundas.

En relación a la persecución religiosa durante la guerra civil, es significativa la siguiente afirmación: "Resulta irónico que los responsables de las ejecuciones de los catorce prisioneros (se refiere a los sacerdotes vascos ejecutados por las tropas de Franco) alegaran que su muerte era en castigo de delitos políticos, a la vez que interpretaban la masacre de sacerdotes en la España republicana como fruto de la ideología y la irreligiosidad, sin ninguna vinculación con la actividad política de las víctimas" (p. 129). Antes había añadido algo más al tema en las páginas 100 y 101. Las motivaciones de tal persecución son, para la autora, exclusivamente políticas.

Una primera idea que se me viene a la cabeza al establecer las conclusiones sobre el libro, es que quizá haya sido demasiado negativo en las distintas apreciaciones que he realizado, refiriéndome únicamente a los defectos que he ido encontrando. Obrar de tal manera, sin embargo, me ha parecido inevitable pues no habría sido honrado de mi parte intentar conciliar algo con lo que, ya en su planteamiento, estoy en desacuerdo. Hacer una historia sociopolítica de la Iglesia —tal como la autora manifiesta en la introducción que es su propósito— es un objetivo historiográfico respetable, y como tal me parece una buena idea. Sin embargo pienso que Lannon ha cometido dos errores que están en la raíz del trabajo. Por un lado, intentar explicarlo todo desde un punto de vista exclusivamente social y político, dejando de lado otras causas que también han jugado su papel, y que en ocasiones han podido ser más determinantes que las sociopolíticas. Por otra parte, derivando de alguna manera del anterior, se observa un cierto apriorismo que le resta objetividad histórica a alguna de sus afirmaciones.

 

                                                                                                               E.G.L. (1991)

 

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