LACOSTE, Yves
Geografía del Subdesarrollo
Editorial Ariel, 4ª ed., Barcelona 1982, 336 pp, 13 fig.
INTRODUCCIÓN
Este libro, adoptado como manual en algunas facultades universitarias, no es un trabajo científico sino una soflama socio-política con intención de estimular la lucha de clases marxista a escala mundial. Todo él está impregnado de un radical maniqueismo en el que los malos (capitalismo) y los buenos (socialismo) lo son en absoluto, sin medias tintas. Presenta la realidad del subdesarrollo —un problema objetivo de nuestro tiempo— como una "crisis dialéctica" engendrada por el sistema capitalista implantado por el colonialismo en los países del Tercer Mundo llegados a la independencia en los años 60. Por tanto, mas que ante un manual de Geografía universitario estamos ante un escrito de carácter ideológico que abiertamente incita a una toma de conciencia que conduzca a la lucha política contra el "imperialismo" (de los países capitalistas). Naturalmente todo ello está envuelto de un ropaje científico, con una cierta estructura sistemática —que no se ha logrado del todo sin embargo— y con abundantes datos estadísticos y gráficos. Las constantes repeticiones monomaniáticas de la tesis central del libro denuncian la intención política del autor, que no ha tenido la suficiente habilidad para disimularlo, a pesar de sus esfuerzos en ese sentido. Estamos ante un auténtico "dar gato por liebre", es decir, lo más contrario que cabría esperar de un manual universitario escrito por un profesor de la Sorbona, pero al mismo tiempo lo habitual en el doctrinarismo marxista.
En honor a la verdad hay que decir que el autor se ha comportado con una cierta honradez al dejar bien claro, desde el comienzo del libro cuál es el propósito que persigue: "He llegado a la conclusión de que las ideas producidas por los geógrafos no son únicamente un saber por el saber. Sus descripciones sobre el mundo presentan finalmente una función política e ideológica mucho más importante de lo que aparece en principio y puede resultar positiva o negativa" (p. 24). Propugna que el geógrafo realice una auténtica "conversión" y ofrezca con su trabajo armas para la "acción y la lucha". A esta conclusión ha llegado el autor en los diez años que median entre la primera y la tercera edición de su libro: "Ante el problema del subdesarrollo resulta imposible no tomar partido, y por tanto, el geógrafo no debe limitarse a hacer un análisis aséptico, sino ser útil, sobre todo, para quienes luchan contra la opresión" (p. 85).
Con esta toma de postura se llega a una mixtificación de la obra científica, confundiendo los planos ideológico, político y científico, y el trabajo se convierte decididamente en un instrumento de acción política, según los objetivos de la llamada Geografía radical, cuya finalidad es convertir a la Geografía en una "praxis" e instrumentalizarla en favor de la concepción marxista del mundo.
El libro ofrece por su título un contenido que luego es escamoteado y distorsionado en aras de una ideología. Aquí está precisamente el fraude; se encajona al lector en una dirección determinada para indoctrinarlo, presentando el anzuelo de un lenguaje científico. Se utiliza un género específico de la literatura geográfica, llenándolo de un contenido, cuyo verdadero encaje formal, podría ser el de un meeting de propaganda política, o a lo más el de un ensayo, nunca el de un manual de Geografía.
CONTENIDO
Se parte de la idea (cap.I,II) de la amplitud y ambigüedad de la noción de subdesarrollo. Hay muchos factores que se aducen como causa del subdesarrollo y, por otra parte, la noción es aplicable a países muy distintos entre si y a escalas regionales diferentes haciendo muy difícil reducirla a una definición precisa y de validez universal.
El relativismo de la noción de subdesarrollo ha dado lugar a diversas teorías, todas ellas igualmente relativas y que no acaban de satisfacer la necesidad de una noción global de subdesarrollo aplicable a escala planetaria. Para unos el subdesarrollo es el equivalente a la ausencia de lo necesario, que se traduce en hambres periódicas; para otros el factor fundamental hay que buscarlo en la insuficiencia de la capacidad productiva o en el mal uso de los recursos económicos propios; hay quien simplifica el problema poniendo como causa del subdesarrollo la ausencia de industria, o el bloqueo económico por falta de capitales y de mano de obra cualificada.
En realidad el subdesarrollo no responde a un factor único; de por sí es una noción compleja. Sin embargo se hace urgente llegar cuanto antes a una clarificación del concepto, —y este es el intento que se propone el autor—, por una razón: proporcionar una buena "caja de herramientas" para que los dirigentes de los países subdesarrollados puedan utilizarla eficazmente estableciendo objetivos y estrategias basados en la realidad de los hechos.
Piensa el autor que la ambigüedad de la noción de subdesarrollo está mantenida intencionalmente por el "imperialismo" con el fin de enmascarar su dominio sobre los países del Tercer Mundo. Las teorías del subdesarrollo determinan un tipo de políticas de ayuda a los países pobres, que en último extremo beneficia a los países imperialistas y a las minorías privilegiadas de aquellos países. La confusión sobre el término subdesarrollo hace que, incluso los mismos países afectados cometan errores al aplicar las teorías, haciendo el juego a los países ricos y a las estrategias de las clases explotadoras.
El objetivo del libro está pues claro; no se trata tanto de exponer una realidad geográfica, como la de "dar una información de conjunto, sobre lo que es de mi competencia (del autor) y que pueda ser útil para quienes luchan contra la opresión". Ahora bien, esa información va a ser dada, lo veremos más adelante, forzando el análisis de los hecho objetivos, para acoplarlos al "apriori" de la lucha de clases marxista y al materialismo dialéctico.
Las realidades del subdesarrollo. Previa a la elaboración de una nueva noción de subdesarrollo, es preciso contar con los hechos aplicando el análisis geográfico. El autor dedica a este análisis seis capítulos de los diez que tiene el libro, capítulos que constituyen, sin duda, la parte más aprovechable del mismo, en cuanto que nos acercan a una realidad objetiva pero que no están exentos de interpretaciones ideológicas que contaminan de parcialidad los hechos objetivos. El prejuicio marxista aflora en todas partes. En realidad la conclusión a que se va a llegar no es una deducción lógica del análisis sino una petición de principio.
Las realidades del subdesarrollo las reúne el autor en dos grandes grupos: los hechos socio-demográficos y la infraestructura económica. En el primer grupo se pasa revista a un factor subjetivo: el aumento de las necesidades individuales y las aspiraciones colectivas en los países del Tercer Mundo; y a los hechos objetivos ofrecidos por la estadística: el crecimiento demográfico y el paro.
El aumento de las necesidades individuales (cap. III).
Es uno de los rasgos más discutibles que configuran a los países subdesarrollados. Hay un aumento objetivo de las necesidades porque la población crece más rápida que los recursos. Pero también crecen las necesidades como consecuencia del "efecto demostración", es decir, del impacto de la publicidad y los modos de vida de los países ricos que llegan a todas partes y estimulan una sed de consumo que no puede satisfacerse. Hay por consiguiente un aumento de necesidades objetivo y otro subjetivo, en ambos casos no fáciles de detectar, pero que, según el autor, revelan un problema social y cultural de importancia.
Entre las necesidades objetivas están la alimentación, la sanidad y la educación. Existe un problema de subalimentación y en ocasiones de auténtica hambre. El 70% de la población mundial sólo dispone de una dotación de calorías inferior a 2500 (FAO). El "hambre oculta", la insuficiencia de alimentación equilibrada y sana se manifiesta en el hecho de que el 5% de la población mundial consume menos de 15 gr de proteínas animales diarias (lo normal es un consumo de 30 gr). Según el autor las causas de estas carencias no son sólo ecológicas, sino consecuencia del sistema económico del "laissez-faire" capitalista, que descuida un aprovechamiento planificado de la agricultura, o excesivamente exhaustivo, agotando los suelos.
Desde el punto de vista sanitario, los países del Tercer Mundo han realizado grandes progresos por el empleo masivo de terapéuticas colectivas que resultan baratas por el avance tecnológico en la fabricación de medicamentos. Se han logrado vencer las enfermedades epidémicas del cólera, tifus y viruela; en cambio, las enfermedades que dependen de terapéuticas individuales siguen siendo abundantes: gastroenteritis, parasitosis intestinales, tuberculosis y enfermedades derivadas de la mala alimentación: beri-beri, escorbuto, etc.
Las necesidades educativas son realmente agobiantes por falta de equipamientos escolares y maestros. Se ha dado, sin embargo, un gran paso en la escolarización. En el conjunto de los países del Tercer Mundo, la proporción de escolares (primaria y secundaria) con respecto a niños en edad escolar, ha pasado del 28% en 1950, al 50% en la actualidad. Pero la incultura y el analfabetismo siguen siendo un rasgo característico del subdesarrollo.
El crecimiento demográfico (capítulo IV).
Uno de los hechos más sorprendentes de los países subdesarrollados, es el constante crecimiento de la población. En la actualidad, de los 4.000 millones de habitantes del planeta, 3.000 millones viven en países del Tercer Mundo. Este aumento se ha disparado a partir de la II Guerra Mundial, alcanzando tasas de crecimiento superiores al 3% anual en América Latina, Asia y Africa, cuando en 1940 no rebasaba el 1%.
La explicación de este fenómeno hay que buscarlo en un descenso brusco de la mortalidad, cuyos índices se sitúan por debajo de los 8 ó 9 por mil, debido a las mejoras sanitarias. El mantenimiento de una natalidad alta (del 35 al 45 por mil) proporciona un saldo demográfico anual fuertemente positivo.
Una de las causas del mantenimiento de la natalidad, según el autor, es el hecho de que los niños son un factor de riqueza familiar y no una carga como ocurre en los países desarrollados, donde el coste de la formación de un individuo es muy elevado. En el Tercer Mundo los niños trabajan como todos aportando recursos a la familia. Hay también razones de carácter religioso, sociológicas y psicológicas que contribuyen al mantenimiento de altas tasas de natalidad.
Las campañas antinatalistas emprendidas en algunos países subdesarrollados no han tenido éxito. Para el autor la única forma de frenar el incremento de la población y hacer disminuir la natalidad es operar un cambio de mentalidad en la familia, consistente en que el niño deje de ser un beneficio y se convierta en una carga; pero ello sólo será posible con un desarrollo social y económico fuerte y la consiguiente elevación del coste de la formación del individuo.
El paro (Cap. V).
Para el autor es el rasgo definidor por excelencia del subdesarrollo y un fenómeno igualmente reciente. En su fase colonial, los países del Tercer Mundo adolecían, más bien, la carencia de mano de obra. Los colonizadores encontraron grandes dificultades para reclutarlos. Ello era debido a la permanencia de las estructuras tradicionales de carácter colectivo y de trabajo comunitario, en régimen de economía cerrada, que cubría las necesidades de subsistencia. La modernización de la economía, y sobre todo, la monetarización, ha trastocado los esquemas tradicionales y son la causa, según el autor, de un paro creciente. La necesidad de obtener dinero, en una economía cada vez más abierta y consumista, produce una excesiva oferta de mano de obra, que es imposible absorber.
La multiplicación del funcionariado y de empleos improductivos provocan la existencia de un paro encubierto, con el inevitable descenso de los rendimientos. El deterioro de la economía tradicional, la ruina del artesanado y la falta general de recursos, están en la base del subempleo.
Para el autor, el paro no existe en los países socialistas del Tercer Mundo. La colectivización de la agricultura y la desaparición de las minorías privilegiadas, han obrado este "milagro", sin que el autor aporte explicaciones más precisas. Se traen los ejemplos de Cuba (no se dice que la ausencia del paro y la relativa escasez de mano de obra se debe a la brutal emigración que ha provocado el régimen de Castro), China (donde la dictadura maoista suplió el retraso tecnológico con un empleo masivo y forzado de la población para las grandes obras públicas) y Vietnam (en que la guerra ha permitido absorber mano de obra). En estos tres casos, la desaparición del paro se debe a factores coyunturales y no precisamente a la "bondad" de la economía socialista. ¿Qué ocurre en otros países socialistas del Tercer Mundo? El autor no dice nada; se limita simplemente a generalizar el hecho. Ya se sabe que en un país socialista, por definición, no puede haber paro; sería contradictorio con los postulados marxistas, y los postulados se cumplen siempre y no hay que demostrarlos (¿ ?).
Los capítulos dedicados a la infraestructura económica de los países tercermundistas, constituyen la parte central del análisis de las realidades del subdesarrollo. En ellos el autor se muestra progresivamente más violento en sus críticas partidistas, haciendo difícil separar el dato objetivo de la interpretación ideológica. Se pasan revista sucesivamente a la agricultura, la urbanización y el sector terciario, y la industria con los fenómenos de dependencia que origina.
Problemas agrícolas (Cap. VI).
Es ya bien conocido que los países subdesarrollados son eminentemente agrícolas, con un empleo de la población activa sumamente elevado: 60% en América Latina, 70% en Africa y Asia (frente al 15 en Europa y 6% en USA). Sin embargo los rendimientos agrícolas son bajos. Una hectárea de maíz, que en USA produce 3.000 kg., en América Latina da sólamente 1.200 kg. y en Africa 800 kg. La productividad de la mano de obra es por tanto, mediocre. Mientras que un agricultor americano produce alimento para 40 personas, el agricultor brasileño produce para 6 personas, y el labrador hindú sólo es capaz de alimentar a 4.
Las causas que explican esta pobreza hay que buscarlas, mas que en la hostilidad del medio natural, en las deficiencias de la estructura social y en las contradicciones derivadas del sistema capitalista. Ciertamente en los países subdesarrollados de las zonas tropical y mediterránea, las dificultades naturales son un obstáculo debido a dos hechos negativos: la sequía y la erosión de los suelos, por un lado, y los problemas de fertilidad derivados de la acidez edafológica y lavado de los suelos, por otro. Pero el autor minimiza el influjo negativo de las causas físicas, ante el deficiente y contradictorio funcionamiento de las estructuras agrarias, impuestas por los colonizadores (capitalistas) en los países del Tercer Mundo.
La gran contradicción de estos países es la de ser grandes exportadores de productos agrícolas (café, azúcar, cacao) y su incapacidad de producir alimentos para la población, hasta el punto que muchos países deben importar los cereales de base para la subsistencia.
En la vieja tesis de coexistencia de una agricultura tradicional de subsistencia y una agricultura colonial moderna y exportadora, que trataba de explicar esa contradicción, no es cierta, según el autor, más que para algunos países africanos. La explicación que da el libro es la siguiente: las estructuras agrícolas tradicionales fueron destruidas por los colonizadores con objeto de hacer posible el dominio colonial y la explotación de los campesinos. La táctica seguida por las potencias coloniales para implantar pacíficamente su dominio fue atraerse a las minorías privilegiadas, favoreciendo su poder agrícola, desposeyendo a los campesinos de sus tierras y obligándoles a trabajar como braceros. Los que mantuvieron sus pequeñas propiedades se vieron obligados a cultivar productos de exportación, para obtener dinero con que poder pagar sus tributos y préstamos ...
En el tránsito a la independencia, las empresas agrícolas de los colonizadores fueron transfiriéndose a manos de unos pocos indígenas, que son los que actualmente poseen una agricultura modernizada y orientada a la exportación. La masa de campesinos pobres pulula, muerta de hambre y no tiene más remedio que emplearse como mano de obra barata si quiere subsistir. Esa "transmisión de poderes" de los colonizadores a los ricos indígenas, es la causa de los males sociales que persisten actualmente tras la descolonización.
Naturalmente, con esta visión de la estructura agraria, que puede ser cierta para algunos puntos, pero que se generaliza injustamente a todos los países, el autor no puede menos que criticar las acciones de ayuda a la agricultura del Tercer Mundo proveniente de los países occidentales. Esta ayuda es interpretada como maniobra encubierta para consolidar el sistema capitalista y beneficiar a la clase privilegiada. Es el caso de la llamada "Revolución Verde" (creación de semillas seleccionadas de gran rendimiento) que, según el autor, sólo ha beneficiado a los grandes propietarios, únicos capaces de realizar las fuertes inversiones en regados e insecticidas, que exigen la implantación de estas nuevas técnicas agrarias. El libro silencia, sin embargo, los enormes beneficios que la Revolución Verde ha supuesto para la masa de población, evitando las hambres periódicas.
Las reformas agrarias que se han ido sucediendo en los países de América Latina para corregir el latifundismo exportado por los colonizadores españoles (el 1'5% de las explotaciones poseían más de la mitad de las tierras de cultivo), son igualmente criticadas por el autor. Según él, estas reformas han sido parciales y han beneficiado a los grandes propietarios por las indemnizaciones cobradas. Estas reformas son en definitiva, maniobras capitalistas para "crear una clase de propietarios medios de kulaks, que se consideran como el medio de ampliar la base social de las oligarquías que controlan el poder y los sectores más rentables de la economía" (p. 179). La ceguera impuesta por el prejuicio ideológico llega aquí a su más absoluta oscuridad; no se admite más que una reforma basada en la colectivización obligatoria... en beneficio de la burocracia del partido...
No hace falta decir que el autor elogia la agricultura de los países socialistas del Tercer Mundo, donde no existen contradicciones y los beneficios de la Revolución Verde han sido óptimos (¿ ?). El autor hace estas afirmaciones sin probarlas, citando a la Cuba castrista y al Vietnam como ejemplos.
La urbanización y el sector terciario.
Otra nota característica de los países del Tercer Mundo es el crecimiento de las ciudades. La población urbana se ha incrementado desde 1950 a nuestros días de 180 a 575 millones en Asia; de 50 a 160 millones en América Latina y de 30 a 90 millones en Africa. La causa de este crecimiento es el mismo que ha operado en otras áreas del mundo: el éxodo rural. Pero aquí ha intervenido también de forma decisiva el crecimiento natural de la población, más acusada que en los países desarrollados.
Las ciudades ofrecen una imagen rutilante, de progreso y modernidad, que contrasta con la pobreza y estancamiento de los medios rurales. Pero este aspecto brillante de las ciudades encierra profundas contradicciones como es la formación de las "bidonvilles" (barrios de chavolas construidas con latas de bidones de gasolina), y la superpoblación de los viejos centros históricos de las ciudades, abandonadas por las clases ricas y densamente ocupadas por la población de aluvión. El autor,siguiendo a Naciri, las califica como formas de crecimiento urbano subintegrado.
Las condiciones vitales de estas áreas urbanas son míseras, en contraste con el esplendor y lujo de las áreas acomodadas. Normalmente las "bidonvilles" se emplazan en los terrenos menos gratos e insalubres; la ocupación del suelo se hace sin título de propiedad, exponiéndose a un inmediato desahucio; las construcciones son hechas por los propios habitantes, y carecen de servicios, puesto que las autoridades municipales no suelen reconocerlas como territorio de su competencia.
La población urbana trabaja en el sector terciario, que ha experimentado un crecimiento hipertrofiado, paralelo al de las ciudades, principalmente en América Latina, donde ocupa del 40 al 45% de la población activa. La economía monetarizada y el paro, engordan continuamente al sector terciario por la multiplicación de empleo, en los que una misma función es servida por muchos.
El autor coloca aquí sus observaciones e interpretación de lo que él llama los "aparatos estatales", es decir, la administración del estado. Después de la independencia, la mayor parte de los países han desarrollado la formación de poderosos medios coercitivos estatales, como el ejército y la policía, y han creado una burocracia numerosa aunque no siempre eficaz; con ello se ha contribuido a la inflación del sector terciario, a que venimos refiriéndonos.
El autor explica este hecho como un cambio de estrategia de los medios dirigentes imperialistas, interesados a mantener a las oligarquías de los nuevos países frente a la toma de conciencia revolucionaria del pueblo y la lucha de clases. "Para evitar que las minorías privilegiadas autóctonas y extranjeras fueran barridas, ha sido preciso constituir unos aparatos estatales capaces de dominar los movimientos revolucionarios" (p. 201). La ayuda de las grandes potencias se ha concretado en buena parte, en material militar y en subvenciones para adiestramiento militar, policial y administrativo. El autor no puede negar que los países socialistas también han construido potentes aparatos estatales, mucho más fuertes y pertrechados por Rusia (aunque esto se silencia en el libro). Pero en ellos está justificado, porque después de haber sufrido "el peso del imperialismo", deben defenderse de sus ataques (?).
La industrialización y los fenómenos de dependencia.
Casi todos los autores son unánimes en afirmar que la característica más evidente de los países del Tercer Mundo es la debilidad de la industrialización, hasta el punto de convertir el término "subdesarrollo" en sinónimo de falta de industria y el término "desarrollo" en equivalente a industrialización.
El índice más expresivo de la industrialización es el consumo de energía por habitante y año, dada el Tm. de equivalente-carbón (es decir hulla, más petróleo, mas gas , mas electricidad, expresados en su equivalente calórico de carbón). Si en América del Norte el consumo es superior a 11 Tm. de equivalente-carbón por habitante y año, y en Europa occidental más de 4 Tm. en el conjunto de América Latina el consumo es menor a 1 Tm., en Africa 300 kg, y en Asia 480 kg. Asimismo los porcentajes de mano de obra empleada en la industria siguen siendo bajos: 10% en Asia, 11% en Africa y 13% en América Latina.
La mayoría de los países del Tercer Mundo, en su fase colonial, estuvieron sometidos al "pacto colonial" o "sistema de la exclusiva" por el cual se prohibía producir en la colonia aquellos géneros que podría suministrar la metrópoli e imponía a la colonia el deber de comprar lo que podía vender la metrópoli. La situación cambió después de la descolonización y ha comenzado a surgir una incipiente industrialización, en algunos casos de cierta importancia como en Brasil, Méjico y Corea. El autor se pregunta si estos fenómenos de industrialización son una victoria contra el imperialismo, o por el contrario, una nueva forma de su estrategia. Naturalmente su respuesta es la de una nueva estrategia de las clases dirigentes extranjeras aliadas a las oligarquías autóctonas, que consideran beneficioso a sus intereses promover la industrialización, sobre todo en sectores industriales que producen alta contaminación.
Los fenómenos de dependencia (neocolonialismo) han adquirido un nuevo aspecto por el aumento de precio de las materias primas, especialmente el petróleo. Pudiera parecer que este aumento perjudica a las grandes empresas multinacionales americanas, pero no es así. El aumento ha sido provocado por ellas (¿ ?) y ha tenido dos consecuencias inmediatas: por un lado que los países productores de materias primas obtengan beneficios financieros que les permita comprar equipos militares e industriales a las empresas multinacionales, y de esta forma queda reformada su dependencia; por otro, ampliar el imperialismo americano a Europa y Japón, sus verdaderos competidores, puesto que el aumento del precio del petróleo obliga a estos países a incrementar sus exportaciones para pagar la factura, exportaciones que benefician a las empresas multinacionales que son las que controlan la mayor parte del potencial productivo instalado en los países europeos.
El subdesarrollo, una crisis dialéctica (Cap. IX-X).
La conclusión a que llega el autor, después de los análisis precedentes, se expresa en el título de este capítulo —"crisis dialéctica"— que pretende ser una verdadera definición del subdesarrollo.
Según el autor nos ha hecho ver, los países del Tercer Mundo han experimentado tales cambios en los últimos cincuenta años, "que ya no es posible caracterizar a los países subdesarrollados por su arcaísmo o por la persistencia de las estructuras tradicionales", por tanto, "la situación de subdesarrollo ya no puede en absoluto ser considerada como estática y bloqueada". Pero estos cambios rápidos y universales, han producido algunos efectos positivos y muchos negativos, sobre todo para la gran masa de población, y en consecuencia sólo pueden interpretarse como verdaderas contradicciones: la disminución de la mortalidad (positivo) lleva a un incremento demográfico que plantea problemas económicos nuevos (negativo); la Revolución Verde, con un incremento de la productividad agrícola (positivo), trae consigo dificultades complementarias para el conjunto de pequeños campesinos (negativo); el sensible aumento del potencial de producción agrícola e industrial (positivo), engendra paro, por el que un número de hombres cada vez mayor no puede comprar lo que podría producir (negativo). Esta última contradicción la considera el autor como la mayor y más monstruosa del subdesarrollo.
Lo decisivo de estas contradicciones, que se iniciaron a comienzo de siglo, se han "disparado" a partir de la segunda guerra mundial, provocando la "crisis dialéctica". En la fase colonial hubo también contradicciones, pero su desarrollo fue más lento, y obedecía a otros motivos. La causa de la crisis dialéctica la pone el autor en relación con los cambios estructurales acaecidos en el seno del capitalismo europeo y americano, con la formación de las grandes empresas multinacionales y la exportación de capitales, que marca el paso al "estadio del imperialismo" según la definición de Lenin; el motor acelerador es el formidable auge demográfico.
Este último factor es el que ha desequilibrado la balanza entre población y recursos, que se había mantenido durante siglos. Cuando la curva de crecimiento económico supera a la demográfica, se produce el desarrollo económico; es lo que ocurrió en los países de Europa occidental y América del Norte en el siglo XIX, con la revolución industrial y el descenso de la natalidad. Cuando la curva demográfica rebasa la de crecimiento económico, se produce el subdesarrollo.
En la perspectiva del materialismo histórico, que es la del autor, las contradicciones tienen un efecto beneficioso, porque despiertan la"conciencia del pueblo" y facilita el estallido de la lucha de clases. En algunos países subdesarrollados esta lucha ha llevado al triunfo del socialismo (la verdad es que el socialismo se impuso aprovechando la confusión descolonizadora, o en una guerra convencional y no precisamente de clases), y con el socialismo, la liquidación del paro como contradicción fundamental, y por tanto la superación de la crisis dialéctica y la salida del subdesarrollo. En otros países, el imperialismo, mediante la ayuda financiera, militar y política aportadas por las potencias capitalistas a las clases dirigentes autóctonas, han impedido este triunfo consolidando el sistema capitalista y sus contradicciones con la permanencia en el subdesarrollo.
Así pues el Tercer Mundo se divide en dos grupos. Por una parte los países actualmente subdesarrollados que conocen el agravamiento de las contradicciones capitalistas. Por otra parte, los países socialistas que fueron subdesarrollados pero que desde hace unas décadas se encuentran en situación muy distinta debido a la supresión de las contradicciones capitalistas.
Si el capitalismo occidental se apoya en la burguesía en los países del Tercer Mundo, carentes de clase burguesa, el capitalismo, trasplantado desde las regiones europeas, ha adquirido una facies especial que no conforma con el esquema marxista, y que por eso el autor califica de "monstruoso" y adulterado. Este capitalismo resulta de la alianza de los colonizadores con la aristocracia autóctona, que ha adquirido un poder exhorbitante, y lleva al autor a afirmar que las dificultades de esos países, si bien tienen su origen en la colonización y el "imperialismo", como factores externos, hay que buscarlas sobre todo "en el papel esencial que los privilegiados autóctonos han desempeñado desde la conquista colonial, desde la independencia, y que en la actualidad siguen desempeñando vigorosamente. El único medio para luchar contra el imperialismo, en el marco de cada estado, de cada nación, consiste en luchar para deshacerse de las minorías privilegiadas que mantiene, y sin las cuales poca cosa puede hacerse" (p. 327)
VALORACIÓN DOCTRINAL
Como ya se ha dicho en la introducción, este libro se descalifica a sí mismo como manual científico de Geografía, al adoptar el rígido dogmatismo marxista en la interpretación de un problema real como es el subdesarrollo. El autor ha forzado los hechos para acoplarlos a la tesis de la dialéctica marxista: el subdesarrollo resulta as una excrecencia de la evolución del capitalismo occidental, y en esta perspectiva, un fenómeno reciente, sin precedentes históricos, como una contrapartida —antítesis— al desarrollo capitalista de Europa occidental y América del Norte. Con ello se niega de plano que el subdesarrollo, que es pobreza y estancamiento, haya existido siempre, contradiciendo los hechos y la historia. El dogmatismo marxista no afecta sólo a la tesis central sino que aflora a lo largo de todo el libro, imponiendo, en lo que se pretende pasar como análisis de los hechos, una visión maniquea que raya en la ingenuidad. Así por ejemplo, todas las acciones emprendidas a favor del Tercer Mundo por los países capitalistas son juzgadas sistemáticamente como maniobras imperialistas. Se ofrece la impresión, injusta, de la incapacidad de promover el bien en las campañas de ayuda a los países subdesarrollados, como en el caso de la ayuda sanitaria para erradicar epidemias, movidas, según el autor, para evitar su propagación a los países desarrollados y las minorías privilegiadas autóctonas.
Por supuesto en ningún caso se habla del imperialismo soviético... Se da por entendido que las acciones de los países socialistas en favor del Tercer Mundo son generosamente desinteresadas.
El colmo de esta visión estrecha y partidista, pero por otra parte coherente con la tesis central del libro, es la afirmación de que el socialismo ha liquidado el subdesarrollo en los países del Tercer Mundo en donde ha logrado triunfar. Este convencimiento, que campea a lo largo de todo el libro, y que constituye el contrapunto luminoso ante el oscuro panorama del subdesarrollo, no se justifica ni se prueba en ningún momento; se acepta como un axioma que no necesita demostración, simplemente, forma parte de la fe marxista. A lo más, se nos dice que el colectivismo ha terminado con las minorías privilegiadas y el paro de un solo golpe. El autor pone los ejemplos de Cuba y Vietnam, países que ha visitado, y China y Corea, países que ha estudiado detenidamente. Pero nada se dice de otros países socialistas del Tercer Mundo, como Ghana, Guinea, Angola, Mozambique, Tanzania, Madagascar, etc.
Los elogios a los países socialistas del Tercer Mundo alcanzan altas cotas de candidez. Véanse algunos ejemplos: el hecho de que los países socialistas no experimenten las necesidades de consumo se atribuye a:"la organización de la sociedad por un partido consciente de sus responsabilidades ante las masas, que ha permitido asegurar a cada uno una ración alimenticia modesta, cuidados gratuitos y la instrucción básica. El esfuerzo para igualar diferencias entre las categorías sociales hace que la relación de inferioridad, es decir la pobreza, sea considerada normal" (p. 104).
Si todos son pobres no hay pobres; aflora aquí la raíz envidiosa del marxismo que no tolera las diferencias, nivelando la sociedad por debajo y no por arriba, y la miopía socialista que considera la pobreza como una simple "relación de inferioridad".
"La instauración progresiva de un sistema de racionamiento para evitar los acaparamientos y el mercado negro, se interpreta con frecuencia como prueba de un fracaso económico. De hecho, es la señal de un éxito, la prueba de que el poder adquisitivo de la población ha aumentado considerablemente" (p. 273).
Aunque el autor ha procurado dar a su texto un tono comedido y académico, no ha podido impedir que el tono demagógico de su tesis aflore de vez en cuando en gratuitas afirmaciones, más dignas de un slogan panfletario que de un libro: al hablar del aumento de necesidades dice, "en los países subdesarrollados, donde las minorías más o menos reducidas disfrutan de sus poderes, al participar en los diversos progresos de la sociedad de consumo la mayoría de los hombres, mujeres y niños, se encuentran actualmente cada vez más sometidos a un auténtico suplicio de Tántalo, ya que su miseria se hace mayor al contemplar los repletos escaparates de las principales calles en las ciudades" (p. 103). Al hablar del hacinamiento en las ciudades dice, "la acumulación de deyecciones es tan importante en algunas calles que estas quedan auténticamente obstruidas. Este estado de suciedad escalofriante se interpreta generalmente como la supervivencia de condiciones higiénicas heredadas del pasado. Nada de eso... este amontonamiento de excrementos en núcleos tan fuertemente poblados no es en absoluto un vestigio del pasado, sino un fenómeno moderno"(p. 187).
El lector que haya leído acríticamente el libro saca la impresión (pretendida por el autor) de que el subdesarrollo no existiría de haber sido el mundo entero socialista. La realidad sangrante del subdesarrollo no cuenta, la verdad está en el esquema marxista aplicado a la historia y a la sociedad. Por eso el subdesarrollo no es mas que una "crisis dialéctica", es decir, un concepto puramente formal, consecuencia necesaria de la evolución del capitalismo occidental. El paso del subdesarrollo al desarrollo es una cuestión política, y por eso todas las acciones filantrópicas de ayuda al Tercer Mundo son pura hipocresía mientras no se cambien las estructuras irremediablemente viciadas del capitalismo.
El libro está redactado confusamente, a lo que ha contribuido también una deficiente traducción. Hay numerosas reiteraciones y la línea de pensamiento se tuerce y retuerce hasta hacerse en ocasiones ininteligible. Predominan los argumentos emocionales y se hecha mano abusivamente a la generalización. En suma, un libro que desdice de la riquísima y valiosa bibliografía geográfica francesa.
S.M. (1984)
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