Foi en la résurrection. Résurrection de la
foi
Beauchesne, Paris 1974, 156 pp.
CONTENIDO DE LA OBRA
El contenido y la finalidad de este pequeño libro son expuestos por su autor en el Avant-propos: “El primer capítulo esboza las intenciones de este ensayo. Se propone reflexionar sobre los aspectos más actuales del misterio de Jesús resucitado, tal como se encuentra en la fe de cada cristiano y realizado en la Iglesia entera. (...) Los capítulos II, III, y IV invitan a dirigir una nueva mirada a los principales textos del Nuevo Testamento que hablan del Resucitado. (...) En el capítulo III, el examen de las epístolas paulinas y deutero-paulinas —puestas una detrás de otra según su orden cronológico más probable— parecerá sin duda demasiado largo al lector apresurado. Pero este método nos ha parecido el mejor para captar en cada una de esas epístolas los resortes íntimos del pensamiento del apóstol y para volver a presentar el acontecimiento espiritual siempre original que ellas constituyen. Con esta paciente re-lectura, se deja percibir en efecto una evolución en la intuición creyente de Pablo sobre la resurrección de Cristo. (...) El último capítulo quiere transmitir una esperanza más ligada que ninguna otra a la experiencia de la fe: que ésta, de fe renovada en la Resurrección, ¡se transforme entonces en una fe resucitada!” (pp. 7-8). Con este programa se desarrollan los cinco capítulos del libro.
Cap. I: La Pâque de la foi. Comienza el autor señalando la nueva situación de la teología y de la misma fe cristiana sobre la Resurrección: una situación que estaría caracterizada por la duda, y por la búsqueda de un “nuevo sentido” del anuncio de ese misterio. Indica, como obras de particular importancia que expresaron y a la vez fomentaron esa nueva actitud, a F.X. Durrwell, La résurrection de Jésus, mystère de salut, de 1950 , y las posteriores de X. Léon-Dufour, Résurrection de Jésus et message pascal, y G. Martelet, Résurrection, eucharistie et genèse de l'homme. Kannengiesser advierte enseguida que su ensayo se sitúa en otra perspectiva: no en la de la “Teología bíblica”, propia de esos otros autores, sino en lo que llama “préambules d'une pareille science” (p. 13), destinados a favorecer una “inteligencia renovada del Nuevo Testamento” (p. 14), que permita englobar los resultados de la exégesis crítica contemporánea con las convicciones fundamentales de los cristianos (cfr. p. 14). Para la consecución de esa “nueva inteligencia del Nuevo Testamento”, Kannengiesser dice que “`la duda', hecha más perceptible en los recientes debates sobre el Resucitado, ha sido más instructiva que el mismo anuncio de su resurrección” (p. 13), ya que este anuncio ha venido sufriendo —según el autor— el defecto de estar “estereotipado” (p. 13), lo cual quitaría credibilidad al mensaje pascual (cfr. ibid.). Como contraposición, se propone “el coraje de reconocer que la mayor parte del pueblo de las Iglesias, por parte católica más aún que entre los protestantes, continúa tomando las narraciones de la mañana de Pascua transmitidas por los evangelistas al pie de la letra” (p. 13). Esto, para el autor, sería un grave error: “nosotros debemos morir a la letra, y no sólo de modo imaginario, si deseamos liberar el sentido actual —radical y, por esta razón, actual— de las narraciones evangélicas. Tal es la Pascua de la fe, en su doble componente hermenéutica y eclesial” (p. 15). Después de unas ironías sobre la religión cristiana entendida como la única verdadera, porque pretendería unas intervenciones divinas para salvar a los hombres, que habrían culminado en la Resurrección, que vendría a ser como la culminación de su obra, añade el autor: “Pero el anuncio `Jesús ha resucitado de entre los muertos', ha sido hecho por hombres, sólo por hombres, y en unas determinadas condiciones que pueden conocerse (...) Se trata de comprender por qué y cómo unos hombres se expresaron así” (p. 16). En consecuencia, según Kannengiesser, no se trata de preguntarse sobre el hecho de la Resurrección, sino sobre el hecho de que unos hombres hablasen de Jesús resucitado. Con otras palabras, para el autor, el objeto de la fe cristiana no es propiamente la Resurrección, sino el que unos hombres anunciaron que Jesús vivía aun después de su muerte. Huelga señalar el patente sabor protestante-liberal de semejante concepción de la fe y de los misterios cristianos.
A continuación, Kannengiesser ofrece ya su tesis principal: “La resurrección de Jesús significa primariamente, tanto en los primeros orígenes del cristianismo como en nuestros días, una liberación de las servidumbres del pasado y para un porvenir decisivo (...) De manera más precisa, esta resurrección significa una innovación radical de la mirada de los creyentes. En lugar de escrutar el pasado, con sus mitos y sus enigmas, en lugar de mirar fijamente a la letra de las prescripciones de antaño, el fiel se vuelve con confianza hacia el porvenir. En el origen del cristianismo, este porvenir era breve, pero tanto más temible, pues se imaginaban estar en la vigilia del fin del mundo. Hoy día, el porvenir aparece indefinido y en la misma medida más difícil de concebir” (pp. 17-18).
En consecuencia, “el Misterio Pascual de la actitud creyente de los cristianos” consistiría en que “su fe vivida se niega y se vuelve contra sí misma, si es contrariada durante mucho tiempo en su ambiente natural, privada de la libertad de invención y de expresión que le permitiría cambiar de rostro en el hoy siempre nuevo de la historia” (p. 21).
Estamos, pues, ante un nuevo intento de justificar “cristianamente” la cesión completa ante “lo nuevo” del mundo, en clave superficialmente dialéctica: la fe que se niega a sí misma para renacer con un nuevo vigor: ahí estaría para Kannengiesser el “significado” de la Resurrección de Jesús: la invitación a morir a la “letra” de la propia fe, para que tenga lugar una “resurrección de la fe” más de acuerdo con el tiempo en que se vive.
No es extraño entonces que, con esta concepción, efectivamente, “se rompen las estructuras dogmáticas más venerables, las liturgias celebradas durante siglos llegan a ser impracticables, las formas de vida y los modos de pensar milenarios cambian en el espacio de una generación, por no decir en diez años” (p. 19). Sin embargo, según el autor, a través de todo ese continuo cambio permanecería intacto el verdadero sentido de la Resurrección, que sería precisamente el motor de todos esos cambios que llegan a constituir incluso “una nueva concepción de la religión” (p. 19).
¿Qué decir entonces de la realidad física de la Resurrección de Jesucristo? El autor afirma que “nosotros no creemos, no creemos ya simplemente para repetir lo que han dicho los antiguos, ni a quienes siempre estarían dispuestos a prometer seguridades quiméricas. Nosotros creemos para inventar, para anunciar el futuro apresurando su venida, para verificar la libertad con la que el Resucitado nos ha liberado” (p. 29).
Resulta patente que Kannengiesser llama fe a algo que nada, o muy poco, tiene que ver con lo que la fe es, tanto en cuanto virtud sobrenatural (fides qua) como en cuanto depositum fidei (fides quae).
Cap. II: Paul a vu le Ressuscité. De modo sorprendente, y absolutamente infundado, el autor parte de negar la autenticidad de los Evangelios de San Mateo y de San Juan, afirmando que “el apóstol Pablo es el único testigo ocular de la resurrección de Cristo cuya voz llegue directamente a nosotros a través de sus escritos. A ningún otro autor del Nuevo Testamento se le puede atribuir tal cualidad” (p. 33). Enseguida, Kannengiesser analiza los pasajes de los Hechos de los Apóstoles, donde se narra la aparición de Cristo Resucitado a San Pablo en el Camino de Damasco (Act. IX, 1-22; XXII, ó-16 y XXVI, 9-20). Se trata de descripciones continuamente parafraseadas con términos irónicos, que van dejando ver que el autor no cree nada de esos relatos, ya que se empeña en mostrar que se trata de una “escenificación” literaria, al gusto oriental de la época, para adornar una experiencia mística de San Pablo (cfr. pp. 35-40). A continuación comienza a examinar textos de las epístolas: I Cor., I Colos. XV, 1-18, etc., con los acostumbrados tecnicismos de la “nueva exégesis”, que demostraría que lo que los textos expresan directamente nada tendría que ver con la “auténtica significación” que encierran.
Ya en la p. 50, Kannengiesser expresa su “conclusión” (más bien es un postulado a priori): La ‘vision’ de Jésus Ressuscité n'a jamais été conçue par Paul dans l'ordre du spectacle (p. 50: el autor escribe esta frase en letras mayúsculas). Es decir, no se trata de que haya visto un “espectáculo”, una realidad objetiva exterior a sí mismo. Por el contrario, dirá enseguida, esa “visión” es una “iluminación, un deslumbramiento, que es el efecto producido sobre sí por el don objetivo de esta persona (Cristo). Hablar de ‘espectáculo’ en este caso sería completamente fuera de lugar o chocante (...) La ‘visión' del Resucitado supone y suscita la fe evangélica” (p. 51: la última frase en mayúsculas). Y enseguida continúa diciendo que “La ‘visión’ kerygmática de Jesús resucitado no se confunde con ninguna otra experiencia mística” (p. 52: frase en mayúsculas); “En su punto de partida, cuyas coordenadas nos han sido proporcionadas por los textos relativos al episodio de Damasco (“esta increíble historia” acaba de decir en p. 58), este comienzo paulino prohibe tanto toda apologética imaginativa y primitivamente empirista, como escapa a las mejor intencionadas reducciones racionalistas. Si queremos profundizar en el acto de nacimiento del paulinismo, debemos adoptar su dinámica propia: el renacimiento a la condición creyente, que Damasco significará siempre para Pablo personalmente, llama y sanciona la resurrección necesaria de nuestra propia fe” (p. 59).
Cap. III: Le sens de la Résurrection selon l'apôtre Paul. En este capítulo, el autor va analizando, con los procedimientos antes mencionados, las referencias de San Pablo en sus epístolas al episodio de Damasco: I Cor. IX, 1; I Cor. XV, 8; Galat. I, 15-16, y concluye así: “El episodio de Damasco nunca es tomado en consideración por sí mismo, sino que sirve a Pablo de referencia última para defender su posición doctrinal y su iniciativa misional dentro de la comunidad de los ‘hermanos’” (p. 67). A continuación va a analizar los textos sobre “el Resucitado”: I Thes., Phil., I Cor., Galat., II Cor., Rom., del modo consabido: se trataría simplemente de una muerte a lo anterior —legalismo, dogmas, orden establecido, etc.—, que hace nacer una nueva libertad: eso sería la muerte y resurrección de Cristo en nosotros, y éste sería el contenido del kerygma paulino, según el autor y por tanto de su fe, cualquiera que sea la forma que tome en las circunstancias diversas (cfr. pp. 68 ss). A partir de la p. 100, analiza textos de lo que llama “paulinismo después de Pablo”, representado por textos de II Thes., Colos., Ephes., Hebr., I Tim., II Tim., Tit., Phile. Según Kannengiesser serían textos sobre cuya autenticidad hay serias dudas, si es que no ha sido refutada ya desde hace mucho tiempo (cfr. p. 100), y concluye diciendo que, sin embargo, esos textos valen para mostrar la continuación del Kerygma paulino (cfr. p. 107).
Cap. IV: Le Ressuscité des Evangiles. Trata ahora el autor del tema tal como viene narrado en los Evangelios, partiendo de la afirmación —también sorprendente— de que la moderna exégesis habría demostrado que se trata de escritos pertenecientes ya a la segunda generación de cristianos, y datados hacia los años 70-90: “Pertenecientes a la segunda generación posterior a los hechos que relatan, los evangelistas consignan por escrito las tradiciones de sus comunidades acerca de Jesús” (p. 113). Concretamente, por ejemplo, Kannengiesser afirma que el Mateo autor del primer evangelio no es el Apóstol, ya que, según él, “Mateo y Lucas fueron quizá atraídos por los grupos cristianos” pues en ellos podían ejercer su “talento de escritores” (p. 115).
Analizando ese “talento de escritores”, nos dirá el autor que en las narraciones sobre la Resurrección, Mateo se manifiesta un hábil dramaturgo, “con el increíble episodio de la guardia (...) su puesta en escena es digna de Jesucristo Superstar” (p. 123). Lucas, “el más sensible y literario de los cuatro evangelistas, presenta todas las cualidades de un verdadero novelista” (p. 124); etc.
Poco después, el autor afirma que cree en la Resurrección física de Jesucristo (cfr. p. 128), pero que —como en los orígenes del cristianismo— esa creencia es “una pura experiencia de fe” (p. 128), que nada tiene que ver con la pretensión primitiva, propia de un “positivismo histórico”, de asentarse sobre el testimonio directo de unos testigos oculares; pretensión que sería una “piadosa utopía” (p. 129).
Así, Kannengiesser acaba de vaciar de todo contenido real a su declaración de creer en la Resurrección física de Jesús: siendo un hecho histórico, o se conoce por Revelación directa de Dios a cada uno, o se apoya en la evidencia directa o en la aceptación del testimonio de quien tuvo esa Revelación o esa evidencia directa. Si esto falta, como falta en Kannengiesser, la fe en la Resurrección se reduce necesariamente a una especie de “sentimiento religioso”, de “intuición creyente”, etc. que tiene todo su origen en la interioridad del creyente: no es otra la tesis protestante liberal y modernista, a la que el autor había dicho criticar (cfr. p. 128). Poco después, en efecto, afirma que “anunciando a Jesús resucitado, de acuerdo con los apóstoles, garantes privilegiados de este mensaje, los nuevos discípulos celebraban algo completamente distinto de un prodigio biológico (...) celebraban la innovación decisiva de las convicciones más establecidas en su mentalidad tradicional” (p. 135). Y, entonces, el misterio de Cristo (al que llama ahora “jeune Rabbi”) “es haber suscitado discípulos tales cuya voz terminará por dar nacimiento a los evangelios” (ibid.). Por tanto, “para que el Evangelio sea, Jesús resucita según la Escritura, y no de otro modo” (p. 136). Después de unas vagas y confusas consideraciones sobre la conciencia psicológica de Jesucristo, siguiendo expresamente a Rahner (cfr. pp. 137 y s.), Kannengiesser habla de lo que llama realismo evangélico, por oposición al realismo artístico, al político, al filosófico: se trataría de “un realismo histórico que remite a una cierta realidad de la historia y de un realismo espiritual que remite a una experiencia espiritual del presente” (p. 146). Y, según él, “esta experiencia mística asumida en nombre de Jesús por los nuevos bautizados es la misma que, en términos de anamnesis y de catequesis, se traducirá en un forma narrativa bajo el dictado de los evangelistas” (ibid.).
Cap. V: La Résurrection de la foi. En siete páginas, el autor trata de mostrar lo que llama “mort ecclesial” y la muerte de la fe de muchos creyentes, y que considera como acontecimiento pascual, preámbulo de resurrección, de novedad total, de libertad en relación a las viejas cadenas disciplinares, dogmáticas, etc., y que nos proyecta hacia un futuro nuevo. Ese sería el sentido de la actual pérdida de fe y la actual crisis de la Iglesia, y ése sería el sentido mismo de todo el Cristianismo, proporcionado por el misterio de la Resurrección creída, sustancia de la fe.
Esta “Resurrección de la fe” nos llevará a “osar pronunciar de nuevo el nombre de Dios al hablar de Jesús, sin recurrir a estereotipos, hechos incomprensibles, de la dogmática antigua, sin renegar ninguna verdad de la Tradición multiforme que nos religa a él. Libres de transmitir las certezas evangélicas del Kerygma de los apóstoles a las generaciones humanas que regirán su creencia sin referirse a mitos originales o a metafísicas tradicionales. La resurrección de la fe supondrá una reinterpretación del misterio de Dios en los términos de la historia efectiva de los hombres, como sólo el Espíritu evangélico podrá inspirarlo a aquellos que saben comprender las Escrituras a la manera de Jesús” (p. 155).
VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA
El autor dice en el Avant-Propos que se dirige a un público no especializado, es decir, se trataría de un libro de divulgación. Al final del libro hay una serie de párrafos de recensiones a los números anteriores de la colección (que dirige el mismo Kannengiesser), aparecidas en diversas revistas. Entre esos párrafos, se encuentran varios de la revista Esprit et vie, que parece haber comentado favorablemente esos números anteriores de la colección. Sin embargo, esa revista ha hecho después una recensión de este libro de Kannengiesser (con fecha 13-VI-74), bastante negativa, donde critica el tono agresivo, irónico, etc. del libro, y llega a preguntarse: “¿En interés de quién ha querido (el autor) trabajar?”. Desde luego, la obra que nos ocupa nada facilitará al no especialista, y el especialista no encontrará en ella nada de interés. Desde el punto de vista de método teológico, hay una sustancial desviación inicial, que condiciona todo el libro: el autor dice que “se propone reflexionar sobre los aspectos más actuales del misterio de Jesús resucitado” (p. 7). Ahora bien, ¿en un misterio central de la fe hay aspectos más actuales? Luego se verá en qué consiste esa actualidad: una “explicación positiva” de la incredulidad actual y de las crisis de fe que se multiplican hoy, basada en otro punto “actual”, constituido por las versiones de la “teología bíblica” sobre la Resurrección (especialmente dependiente de Durrwell, Léon-Dufour y Martelet), que tiende a “desmitizar” el misterio. Incide, pues, Kannengiesser plenamente en el error de método (que en este caso es, a la vez, un error de contenido) de limitarse a los resultados de la exégesis bíblica, en su sentido restringido de análisis crítico-textual, prescindiendo de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia (que son substituidos por los gratuitos postulados racionalistas).
Pero, además, sobre la exégesis bíblica hay que decir que el autor reconoce su personal incompetencia en la materia, y se limita a reproducir las afirmaciones más aventuradas de la “exégesis de vanguardia” en campo “católico” (ya más heréticas que las protestantes, y claramente situadas en una época post-protestantismo liberal). Baste recordar, por ejemplo, la negación rotunda de la autenticidad de los cuatro Evangelios y de gran parte de las epístolas de San Pablo (cfr. pp. 33, 100-107, 113, 115). Todo eso está en abierta contradicción con toda la Tradición católica y con las expresas enseñanzas del Magisterio de la Iglesia: cfr. Dz 2148-2154, sobre la autenticidad del evangelio según San Mateo; Dz 2155-2163, sobre la de los evangelios según San Marcos y San Lucas; Dz 2110-2112, sobre el evangelio según San Juan; Dz 2172-2178, sobre las epístolas de San Pablo.
Sobre
la hermenéutica teológica utilizada deben hacerse también graves
reservas. Se trata en este libro de buscar el “sentido” de los misterios con
absoluta independencia del hecho en sí (a esto, Kannengiesser llega a
calificarlo desdeñosamente como “empirismo historicista” ). Se trataría de
desentrañar qué sentido tuvo al comienzo y puede tener ahora la confesión del
misterio: es, más o menos, la línea de lo que ha venido a llamarse
“hermenéutica existencial”, y renueva el falso planteamiento modernista que
separa al “Cristo de la historia” del “Cristo de la fe” (cfr. Decr. Lamentabili, 3-VII-1907: Dz 2029).
Kannengiesser afirma que ya están superadas las agudas críticas de la exégesis liberal (que parece admitir) y los planteamientos modernistas, ante los que se oponía hasta ahora la ingenua repetición estereotipada de fórmulas apologéticas. Esa superación estaría, pues, no en sostener la historicidad de la Resurrección, sino en el planteamiento de su “significación”: en realidad, es una “superación” en el sentido que las objeciones heréticas dejan de ser problema precisamente porque se aceptan sustancialmente. Por esto, las afirmaciones del autor de su fe en la Resurrección, recuerdan lo que el modernista Loisy escribía a Houtin en carta del 18-II-1906: “He utilizado una cierta economía al proponer mis ideas, y creo que esta reserva ha tenido parte en su éxito. Si yo hubiese escrito de entrada para negar los hechos materiales de la resurrección y de la concepción virginal, habría podido merecer antes vuestra admiración, pero no habría sido seguido por nadie, habiendo escandalizado a todo el mundo” (cit. por E. Poulat, Histoire, dogme et critique dans la crise moderniste, Paris 1962, p. 349). De otra parte, el autor parece situarse en la línea de Paul Tillich llamada de Transmitización: desmitizar las verdades de fe para hallar su “sentido oculto” bajo el antiguo ropaje mítico, y ofrecerlas entonces al creyente envueltas con otro ropaje mítico, pero que sea “actual” (pues el “sentido oculto” sería inexpresable sin ningún tipo de revestimiento mítico). Para concluir estas breves indicaciones sobre la técnica y método teológico de Kannengiesser, puede decirse que su modo de concebir y hacer teología es netamente dependiente del protestantismo liberal más decadente, falseando la misma naturaleza del trabajo teológico, al haber falseado de raíz la esencia misma de la fe, de la Sagrada Escritura, y por prescindir totalmente de la Tradición y del Magisterio.
VALORACIÓN DE LAS CONCLUSIONES
En realidad, más que conclusiones el libro ofrece unos postulados ya preconcebidos, y vienen a ser los ya mencionados: a) interpretación del misterio de la Resurrección de Cristo, según las tesis de Léon-Dufour y otros; b) considerar la incredulidad individual y colectiva actuales como “misterio pascual”, como muerte a un ropaje envejecido, para resucitar a una vida nueva (“la resurrección de la fe”).
El punto a), Kannengiesser lo toma prestado. El punto b) es lo que constituiría la “idea” o núcleo de este libro, la aportación personal del autor. Aunque tampoco es demasiado original: sigue la línea de los cristianos anónimos de Rahner, a quien cita expresamente a propósito de la “fe de Cristo” y su “conciencia mesiánica”, y de todos los que ven en el ateísmo una purificación de una “fe idolátrica”, etc. Por tanto, la originalidad de Kannengiesser quedaría reducida a la puesta en correlación de esos dos puntos a) y b).
1. Sobre la verdad de la Resurrección de Jesús: el autor insiste varias veces en que él cree en la realidad de esa resurrección física y personal. Pero a continuación explica lo que él considera que es el verdadero contenido de la cuestión: qué quiere decir realidad. Afirma que cree la realidad de esa resurrección, sin restricción alguna, en el acto de nuestra fe: es decir, lo que afirma (¿restricción mental?) es que cree que en nuestro acto de fe se contiene la realidad de la resurrección; cree que ésa es la fe que creemos. En consecuencia, se tratará de saber qué quiere decir “realismo”.
Kannengiesser explica que hay un “realismo artístico” (por ejemplo, el soviético, que consiste en adecuar las obras de arte a los fines de la Revolución y a la visión marxista del mundo, etc.); un “realismo político” (que sería de tipo maquiavélico, por ejemplo, o lo que los socialistas italianos han llamado “la politica delle cose”); un “realismo filosófico” (aquí reproduce la definición de Lalande, en la voz “realismo”). Entonces, el autor afirma que su realismo no es ni artístico, ni político, ni filosófico, sino evangélico (p. 142). Es decir, viene a ser el invento modernista de la “experiencia de la fe”: un realismo de “significado” o “sentido”, de “experiencia”, etc., para el hombre. Este significado, sentido o experiencia, habría tomado forma novelada en los evangelistas (recuérdese lo ya citado sobre “Mateo dramaturgo”, “Lucas gran novelista”, etc.).
San Pablo, que sería “el único escritor neotestamentario testigo ocular de la Resurrección” —pero descartando la forma escenificada del episodio de Damasco, que compara Kannengiesser a “Jesus Christ Superstar”—, nos da su “experiencia mística”, el verdadero significado de la resurrección para él: su muerte al judaísmo, para incorporarse a una nueva vida, libre de ataduras dogmáticas y legales. Esta “experiencia”, derivada de que Jesús “creía” que iba a resucitar, se transmitió a la Iglesia posterior tomando forma dogmática y metafísica (sería el manido “revestimiento helenista” del “pensamiento bíblico”). Ahora se trataría de encontrar un modo actual de expresar esta experiencia, una vez que la fe “revestida de dogma” ha muerto a manos de la ciencia, de la historia, etc.
2. La “resurrección de la fe”. Ahora ya sabemos exactamente qué quiere decirnos Kannengiesser. Ha hablado de la “muerte eclesial” desde las primeras páginas. El ateísmo marxista, las crisis de fe de muchos cristianos (con mención expresa de sacerdotes que se reducen al estado laical, etc.), serían algo así como una “noche oscura” mística, de carácter social (no individualista): hay que morir para resucitar. Habría que morir a la “vieja fe” para renacer a la nueva; ése es, según Kannengiesser, todo el sentido de la “fe pascual”. El tema recuerda la “muerte de Dios” de que habla Hegel (y que Nietzsche después recogerá, y más tarde Bonhoffer y la teología de la secularización), pero en clave de “experiencia”, no en la clave “metafísica” de Hegel sino en la del “sentimiento” de Schleiermacher, pero con dimensión “social” y proyección terrena hacia un futuro horizontal (el autor menciona a Teilhard en este sentido).
Resulta superfluo mostrar particularizadamente la oposición de Kannengiesser a la verdad católica: esa oposición es completa, incidiendo, por ejemplo, de forma más o menos explícita, en numerosísimas proposiciones modernistas condenadas por San Pío X al aprobar con su autoridad el Decreto Lamentabili del Santo Oficio. Pueden verse, sobre todo, las proposiciones nn. 1-5, 9, 11, 12, 14-16, 20-24, 27, 29, 31, 36, 37, 53, 54, 58, 59, 63 (Dz 2001-2065 a). Por su referencia directa al tema de la Resurrección, cabe destacar la proposición n. 36, condenada en ese decreto, y que dice así: “La Resurrección del Salvador no es propiamente un hecho de orden histórico, sino un hecho de orden meramente sobrenatural, ni demostrado ni demostrable, que la conciencia cristiana derivó paulatinamente de otros hechos” (Dz 2036).
Por último, como dato anecdótico pero significativo, el libro carece del Imprimatur. Se ha comentado en círculos parisinos que ese Imprimatur había sido formalmente denegado por el Arzobispado. De otra parte, las explicaciones orales de Kannengiesser (sucesor de Daniélou en la cátedra de Patrología del Institut Catholique de Paris Facultad de Teología) habían sido ya antes objeto de preocupación por parte de varios obispos, de cuyas diócesis había estudiantes allí: es públicamente notorio que esas explicaciones salían frecuentemente del ámbito propio de la materia, para hacer incursiones en terrenos dogmáticos, con postulados, hipótesis, etc., de muy dudosa ortodoxia.
En conclusión, se trata de un libro que contiene —como queda patente en esta recensión— diversas herejías explícitas y no sólo errores teológicos, en el marco y estilo general de la “teología neomodernista”.
C.C.
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