JOHANSON, Donald y EDEY, Maitland

El primer antepasado del hombre

Editorial Planeta, Barcelona 1982, 347 pp.

(t. o.: The Beginnings of Humandkind)

SUMARIO

Prólogo

Primera parte

ANTECEDENTES

1. Los primeros descubrimientos de fósiles

2. África meridional, los primeros hombres antropoides

3. África oriental: por fin una fecha

4. África oriental. "Homo habilis", ¿el primer hombre?

Segunda parte

LA DÉCADA DE ORO (1967-1977)

5.Omo y su regla mágica

6. Koobi Fora: el triunfo de "Homo habilis"

7. La primera campaña sobre el terreno en Hadar: algunas mandíbulas de homínido y Lucy

9. ¿Qué edad tiene Lucy?

10. La tercera campaña sobre el terreno en Hadar: la Primera Familia

11. La cuarta campaña sobre el terreno en Hadar: limpieza

12. Koobi Fora y Laetoli: discusiones sobre fechas y huellas de pisadas

Tercera parte

¿QUÉ ES LUCY?

13. Empieza el análisis

14. El análisis queda completo

15. La reacción

Cuarta Parte

¿POR QUÉ LUCY CAMINABA ERGUIDA?

16. ¿Es cuestión de sexo?

Quinta parte

CUESTIONES PENDIENTES

17. Microscopios electrónicos, agujeros negros y un regreso a Hadar

Apéndice

Agradecimientos

Bibliografía

Origen de las ilustraciones

Índice onomástico

D.C. Johanson es uno de los paleoantropólogos más destacados del momento, notable por los descubrimientos de australopitecinos en Etiopía, referidos en esta obra. En la actualidad dirige la sección de Antropología Física del Museo de Historia Natural de Cleveland (U.S.A.).

Maitland Edey es redactor jefe de "Life Books", autor de artículos y libros diversos de divulgación científica; su asociación con Johanson no tiene otra finalidad que la de transmitir los descubrimientos de la nueva especie descubierta por Johanson.

El Primer Antepasado del Hombre narra en la persona de Donald C. Johanson la vida de un científico abierta a la Paleoantropología, y en torno a este hilo conductor, Maitland Edey inserta las de otros investigadores, con los descubrimientos que les otorgaron la fama.

Consta la obra de prólogo, cinco partes y un apéndice. La primera parte desarrolla someramente la historia de los descubrimientos más significativos de homínidos fósiles (El término homínido se atribuye a seres humanos y no humanos caracterizados por la locomoción bípeda y una perfección orgánica superior a la de los antropoides: chimpancé, gorila, etc.). En la segunda parte se describen algunos yacimientos donde se ha buscado la cuna de la humanidad, con atención especial al triángulo de Afar (Etiopía), lugar donde Johanson y su equipo internacional cosecharon los éxitos descritos en este libro. La tercera y cuarta parte abordan cuestiones de índole diversa sobre el mejor especimen descubierto: "Lucy", y la quinta recoge otros rasgos de "Lucy" así como una interpretación del origen del género Homo a partir de monos inferiores fósiles.

PRIMERA PARTE. ANTECEDENTES

1. Los primeros descubrimientos de fósiles

En la formación de la moderna Biología ha intervenido decisivamente la obra de Charles Darwin sobre la evolución titulada El Origen de las Especies. Escrita en 1859, soslaya el problema del hombre, definitivamente abordado doce años después en El origen del Hombre. Ambos libros proponen la intervención de leyes naturales para explicar el cambio evolutivo. En el primero sugiere que se podría aclarar el origen del hombre y su historia, y en el segundo hipotiza que el hombre y los antropoides (gorila, chimpancé, orangután y gibón) descienden de un antepasado común que vivió en el continente africano.

El íntimo amigo de Charles Darwin, brillante defensor del evolucionismo, Thomas Henry Huxley, pensaba que probablemente en África se encontrarían los fósiles de aquél antepasado, pese a que por esas fechas las evidencias fósiles son mínimas. Ciertamente existía un cráneo recuperado en el valle de Neander, de donde tomaría el generalizado nombre de Neandertal que, pese a ser considerado por algunos como un miembro antiguo de la humanidad, otros, como el afamado anatomista Rudolf Virchow, lo asignan a un individuo que había sufrido raquitismo en la infancia y artritis en la vejez. Era una muestra de la mentalidad científica del siglo XIX incapacitada para asumir la idea del cambio en el linaje humano.

Poco después aparecen en la localidad francesa de Cro-Magnon restos humanos. Eran hombres como nosotros que habitaron durante cuarenta o cincuenta mil años Europa, pintaban en las paredes y techos de las cavernas, poseían creencias religiosas y estaban capacitados para desarrollar una cultura más sofisticada que algunas de las actualmente presentes en lugares aislados de la tierra. El hombre de Cro-Magnon cesó su actividad pictórica en el interior de las cuevas hace sólo diez mil años.

Con estos descubrimientos, la mentalidad se flexibilizaba paulatinamente hacia el reconocimiento de la antigüedad del hombre. No obstante, pensar en centenares de miles de años era todavía muy difícil. Esto explica la consternación que produce en 1893 el descubrimiento de un hombre-mono de medio millón de años. Era el eslabón perdido. Su descubridor, Eugène Dubois, es un joven holandés profesor de anatomía. Y el hallazgo —la parte superior de la caja craneal y un fémur— permite establecer las siguientes hipótesis: el fragmento craneal, grueso y bajo, ostenta rasgos simiescos (pitecoides), y del fémur, casi idéntico al de un hombre moderno, se deduce sin lugar a dudas la postura erguida para caminar. Por estas razones, Dubois denominaría sus fósiles como Pithecanthropus erectus, o, en nomenclatura actual, Homo erectus. Los estudios que hiciera Arthur Keith, afamado paleontólogo inglés, sobre el Pithecanthropus de Dubois le convencían de que se hallaba ante un ser humano y no un eslabón perdido; su mente era lo suficientemente elástica como para aceptar la posibilidad de que pudiera haber existido un hombre más primitivo y de menor cerebro que todo lo conocido hasta el momento. Por fortuna, restos adicionales de Pithecanthropus aparecen en diferentes localidades: una mandíbula en Heidelberg (Alemania) y una sorprendente colección de huesos en la caverna de Zhoukoudian, en Pekín. Era seguro que no se trataba de antropoides, sino de una población de individuos extendida por Asia, Europa y África, clasificada dentro del género Homo y cuyos rasgos del rostro diferían ostensiblemente de los del hombre moderno. El esqueleto postcraneal permanecía sustancialmente idéntico.

La denominación de Homo erectus se otorga a una especie única que fue el antepasado directo del hombre moderno. Sus cerebros eran más pequeños, los huesos del cráneo más gruesos, los arcos superciliares prominentes y las mandíbulas pesadas y sin mentón. Su excepcional musculatura se traduce en huesos robustos. Se piensa que el Homo erectus evoluciona hacia el Homo sapiens hace entre 400.000 y 100.000 años. Anteriormente caminaba sobre la tierra un tipo más primitivo de Homo: el H. habilis, y varias especies de un animal semejante al hombre: el Australopithecus. Lucy era uno de éstos.

2. África meridional: los primeros hombres antropoides

En 1924 inicia Raimond Dart la historia de una controvertida especie —Australopithecus africanus— sobre la que aún perduran puntos oscuros. Esto vino con el fósil del cráneo de un especimen de seis años de edad, que posee intacto el rostro y la mandíbula, y en cuya cabeza se observan las circunvoluciones cerebrales. Su cráneo bajo y su rostro proyectado hacia adelante le daban el aspecto de un chimpancé; sin embargo el cráneo es demasiado alto y redondeado, sus molares son grandes en comparación con sus dientes frontales, carece de caninos puntiagudos y de diastema (hueco entre dientes), y el foramen magnum, lugar de inserción de la columna con el cerebro, está en posición avanzada; por todas estas características, el niño de Taung se asemejaba a los humanos. La interpretación de Dart sobre la posición biológica de este fósil no permeó en la comunidad científica; solamente Robert Broom, descubridor de reptiles mamiferoides, creyó que el niño de Taung era el eslabón que faltaba entre los antropoides y el hombre.

Pronto tuvo el fósil de Taung restos óseos que avalaron su personalidad como especie nueva. En efecto, de la caverna de caliza de Sterkfontein (Sudáfrica) recupera Broom en 1936 varios dientes (Plesianthropus transvalensis u hombre próximo del Transvaal), y nuevos dientes y fragmentos craneales en la cercana localidad de Kromdraai, que por su aspecto más primitivo que los fósiles descubiertos en los anteriores yacimientos reciben el nombre de  Paranthropus —hacia el hombre— robustus, por su maciza estructura ósea. En 1947, Dart encuentra nuevos fósiles en la caverna de Makapansgat denominado Australopithecus prometheus, por creer equivocadamente que utilizaba el fuego y las armas.

La datación de los australopitecos es insegura, a causa de que aparecen mezclados con sedimentos depositados en periodos desconocidos. En general se piensa que las localidades de Taung, Sterkfontein y Makapansgat son más antiguas que las de Kromdraai y Swartkrans. Curiosamente, los fósiles de Australopithecus/Plesianthropus, de aspecto más semejante al hombre, aparecen en las cavernas más antiguas, y en las más modernas el robusto Paranthropus (P. robustus y P. crassidens).

El número de especies y su relación evolutiva fue clarificándose poco a poco. Casi todos los antropólogos reconocieron que los restos representaban tan sólo a dos especies, no a cinco. Las dos especies se diferenciaban por su aspecto; unos son esbeltos y gráciles, los Australopithecus africanus, y tienen su especimen típico en el niño de Taung; otros poseen morfología robusta y rasgos más primitivos, pese a ser temporalmente posteriores: los Australopithecus robustus. Éstos incluyen los huesos de Kromdraai y Swartkrans. Todos los australopitecos caminaban erguidos sobre sus dos piernas, y no se duda de que su conformación esquelética se acerca más al hombre que a los simios.

3. África oriental: por fin una fecha.

En este capítulo se conjugan algunos descubrimientos importantes con el desarrollo de la mentalidad evolutiva del momento, que venía pensando en lo más tosco y lejano morfológicamente del hombre moderno como lo más antiguo temporalmente. Se entiende así que las líneas evolutivas sugeridas fueran siempre lineales, desde lo biológicamente más simple hacia lo más complejo.

En 1961 F. Clark Howell excava ejemplarmente en Torralba y Ambrona (España) un yacimiento de huesos de elefantes y armas de piedra en un ligar pantanoso. No había hueso humano alguno, pero las conclusiones de Howell sobre el hombre que vivía en estos parajes hace 4000.000 años eran interesantes. En efecto, por los restos quemados se supone que el hombre mantenía un comportamiento de caza de equipo: con le fuego dirigían hacia los lugares fangosos a los paquidermos, dándoles muerte con mayor facilidad.

A fines de los años sesenta, Howell pone en marcha métodos multidisciplinares en el río Omo, al sur de Etiopía, y en esta expedición comienza Johanson su carrera paleoantropológica cuando era un joven doctorando.

El más afamado promotor de la paleontología del momento era Louis Seymour Bazett Leakey, nacido en 1903 en un pueblecito kikuyu de Kenia. Hijo de pastor protestante se licencia en Cambridge e inicia a orillas del lago Victoria los descubrimientos que han permitido obtener, con base en la evidencia fósil, una idea más exacta de la evolución de los homínidos. Casado por segunda vez con Mary Nicol, encuentran en 1959, al cabo de treinta años de búsqueda, el primer australopiteco fuera de Sudáfrica, en la garganta de Olduvai. Es el Australopithecus robustus o Zinjanthropus boisei, fechado fiablemente en 1.800.000 años. El nombre de este cráneo "Zing", que en árabe significa África oriental, recorrió el mundo entero haciendo famoso a Louis y convirtiendo la paleoantropología en ciencia de moda.

Las interpretaciones sobre la capacidad cultural de los australopitecos comenzó por mal camino en la mente de Raimond Dart. Las 150.000 piezas de huesos fósiles extraídas de las brechas de Makapansgat, en su mayoría pertenecientes a mamíferos, hicieron pensar a Dart en una terrible y agresiva vida de los Australopithecus, armados con mandíbulas de grandes dientes, cornamentas y huesos largos de las piernas —material cultural de hueso-diente-cuerno, o cultura osteodentoquerática—. Por fortuna, años después C.K. Brain aportó una respuesta con fundamento al responsabilizar a los leopardos y otros depredadores de la acumulación de huesos en el interior de las cavernas de Sudáfrica. Las ideas de Dart, divulgadas por el periodista Robert Ardrey fueron rechazadas. No obstante todavía se duda sobre la capacidad de los Australopithecus para fabricar herramientas, aunque comúnmente se piensa que no las usaba.

Ya existía el número suficiente de fósiles como para esbozar el proceso evolutivo. Se pensaba que el cerebro del hombre ancestral respecto al moderno era más pequeño y simiesco conforme se alejaba en el tiempo, aunque difería en los dientes y en la mandíbula del antropoide. Éste mantiene una mandíbula larga, con ramas paralelas; los caninos superiores, muy desarrollados, encajan en un hueco de la mandíbula inferior (diastema). Por el contrario, los fósiles de Java, Heidelberg o similares exhibían una mandíbula curva, en arco y carecerían de diastema. Esta versión del trayecto evolutivo no era contestado hasta la aparición del hombre de Pildown en 1912. Denominado técnicamente Eoanthropus dawsoni, en honor de su recolector Charles Dawson, fue datado en varios cientos de miles de años. Contrariamente a los restantes fósiles antiguos poseía un cerebro muy grande y una mandíbula de antropoide. Los científicos del momento reconocen su autenticidad, y Woodward consagra sus treinta últimos años de vida escribiendo El primer inglés. Alvan T. Marston, descubridor del cráneo de Swanscombe sospecha del fraude; se someten los huesos a la prueba del flúor y se comprueba que es más joven que la fauna asociada. Posteriormente análisis dentales —Weiner, Oakley y Le Gros Clark— evidencian el engaño: las cúspides de los molares de la mandíbula fueron limados cuidadosamente para asimilarla a a la del hombre, pero pertenecía a un orangután; el cráneo era medieval. Ambas piezas no mayores de 500 años. El autor del fraude permanece en el anonimato.

El cráneo de Pildown no alteró las nociones inicialmente deducidas de los descubrimientos de australopitecos africanos.

4. África oriental: "Homo habilis", ¿el primer hombre?

En 1962 se difundió la noticia del descubrimiento de una nueva especie de homínido datado en 1.750.000 años. Louis Leakey, John Napier y Phillip Tobias lo encuentran asociado con piedrecitas de bordes cortantes, de donde infieren su capacidad artesanal. Y si a esto se añade un volumen cerebral medio de 642 cc., 200 cc. por encima de la media de los australopitecinos gráciles, parecería justificada la denominación de Homo habilis. Los restos iniciales de fragmentos craneales y dientes de cuatro individuos —"Cindy", "George", "El niño de Johnny" y "Twiggy"— fueron completados con le ejemplar tipo, un cráneo casi completo desenterrado al norte de Kenia (KNM-ER 1470); su cerebro es de 775 cc., y tiene una antigüedad de 1.800.000 años.

Homo habilis posee un cerebro mayor que el de los australopitecos. Morfológicamente se agrupan mejor en el género Homo, aunque algunos prefieren considerarlos australopitecinos gráciles, argumentando que hay amplias variaciones debidas al dimorfismo sexual existente en las poblaciones de homínidos. POr otra parte no es posible determinar la pertenencia de un cráneo al género Homo sólo con base en el tamaño, porque las diferencias en tamaño no responden significativamente con la inteligencia de sus poseedores. Un hombre con un cerebro mayor no tiene por qué ser más inteligente que el de menor volumen.

Homo habilis es considerado unánimemente por los antropólogos como antecesor del Homo erectus, aunque se ignora de qué manera surge éste de Homo habilis, cuándo o incluso si así sucedió (cfr. p.333). Tras el hombre hábil aparece una especie biológicamente diversa, el Homo erectus, culturalmente más desarrollada. Mantuvo su industria estancada durante más de un millón de años. Cuando puebla el planeta el Homo sapiens, sucede un segundo salto tecnológico. El por qué de estos hechos aún no ha sido respondido.

SEGUNDA PARTE. LA DÉCADA DE ORO.

5. Omo y su regla mágica

La campaña antropológica de Omo (Etiopía) se inicia en 1967 con un equipo internacional integrado por un contingente francés, dirigido por Camile Arambourg e Yves Coppens, norteamericano, dirigido por F.Clark Howell y keniata, al frente de Richard Leakey. Las investigaciones continuaron hasta el año 1974.

Los sedimentos de Omo cubren más de 100 km2 y han arrojado cerca de cincuenta mil fósiles de más de 140 especies de mamíferos. Algunas especies de cerdos permiten establecer su evolución, y se usan como patrón de medida aplicable a restos de dudosa edad recuperados en lugares donde también había cerdos semejantes. Omo ha proporcionado homínidos de poca calidad, casi todos dentales: australopitecino grácil (3 — 2,5 m.a.) y robusto (2 — 1 m.a.), Homo habilis (1,85 m.a.) y Homo erectus (1,1 m.a.).

Más fructífera ha sido la región situada en el valle del río Awash, enclavada en el triángulo de Afar, al noroeste de Etiopía. Afar es parte del Rift, una falla enorme abierta desde el Antártico hasta Oriente Medio que secciona el costado este de África. Escenario de actividades sísmicas y volcánicas pretéritas, Afar contiene estratos fechados entre 4 m.a. y 2,6 m.a., muy ricos en homínidos fósiles.

El lugar lo conocía Maurice Taieb por su estudio doctoral sobre la evolución geológica del valle del río Awash. Le ofrece a Johanson la posibilidad de examinar los fósiles de Afar y componen una expedición francoamericana dirigida por Johanson, Taieb y Coppens.

6. Koobi Fora: el triunfo de "Homo habilis"

Las tensiones que aparecieron entre el contingente que investigaba Omo coincidieron con el fortuito encuentro que hiciera Richard Leakey de una zona excepcionalmente rica en homínidos fósiles llamada Koobi Fora. Está al norte de Kenia, cerca del Ileret. Richard, independizado, descubre en 1972 un magnífico cráneo bajo el tufo volcánico KBS (del descubridor: Kay Behrensmayer); es el KNM-ER 1470 (Kenia National Museum East Rudolf 1470), al que hemos aludido anteriormente. Su presencia derrumba la teoría de la especie única —Australopithecus evoluciona hacia Homo erectus y este hacia Homo sapiens—, defendida por C.Loring Brace. Los antropólogos comenzaron a admitir que el Australopithecus se escindió en dos ramas, una hacia las formas robustas del mismo género, la otra hacia los miembros del género Homo.

7. La primera campaña sobre el terreno en Hadar: la articulación de la rodilla

Casualmente aparece en Hadar un tibia proximal y un fémur distal que encajaban perfectamente conformando la articulación de la rodilla. Fue el primer descubrimiento de homínido que hizo Johanson en Hadar. Los huesos no eran de un antropoide, pues se unían formando un ángulo y no en línea recta. También aparecieron fragmentos de fémures.

La articulación de rodilla es moderna y perteneció a un ser bípedo. Así se expresaba C. Owen Lovejoy, autoridad mundial en locomoción y profesor en la Universidad de Kent.

Sucesivas campañas en Hadar sacarían más datos a la luz sobre los homínidos etíopes.

8. La segunda campaña sobre el terreno en Hadar: algunas mandíbulas de homínido y Lucy

De esta segunda campaña se obtienen varias mandíbulas de homínido, diferentes de las pertenecientes a los australopitecos sudafricanos: "Los molares del australopitecos son muy grandes y los incisivos —los dientes frontales— muy pequeños. En los humanos sucede lo contrario, nuestros molares son muy pequeños y los incisivos son, en comparación, grandes. De acuerdo con este criterio, las mandíbulas de Alemayehu (su descubridor etíope) eran más humanas que australopitécidas. Por otro lado, los caninos no parecían ni de hombre ni de australopiteco, sino que presentaban indicios que los acercaban a los caninos de simio antropoide" (p. 153).

Sin embargo, el descubrimiento más importante aparece después. Se trata del esqueleto más antiguo y conocido de un homínido verdadero, compuesto por el 40% de los huesos. Su nombre técnico es AL 288-1, pero familiarmente todo el mundo le llama "Lucy", nombre que alguien sugiere a raíz de la canción de los Beatles "Lucy in the Sky with Diamonds", que sonaba en el campamento mientras los científicos analizaban el significado del hallazgo. La estructura esquelética de Lucy revela que su estatura no superaba 1 m., el cerebro era diminuto y, sin embargo, caminaba erguida. Su pequeña mandíbula en forma de V, no estaba redondeada en la región delantera; era más pequeña que cualquier otra y poseía el primer premolar unicúspide, mientras que las mayores alojaban dos cúspides, rasgo éste más humano. Fueron éstos los motivos que impulsaron a considerar a Lucy como un homínido distinto de los de mandíbulas grandes. Por otra parte los huesos de la pelvis eran casi idénticos a los del hombre moderno.

De los hallazgos podía concluirse ya que 3 m.a. antes de Cristo los homínidos caminan erguidos, como antes de que los cerebros comiencen a expandirse. Y Lucy contradice la teoría de que el uso de utensilios y el desarrollo del cerebro son anteriores y probable causa del caminar erguido.

9. ¿Qué edad tiene Lucy?

Con técnicas de datación geológicas, potasio-argón (K/Ar), trazas de fisión, paleomagnetismo y bioestratigráficas se fechan los homínidos de Hadar. A Lucy se le asignan 3.500.000 años, y a la articulación de rodilla de Johanson cerca de 4 m.a.

Los autores describen en este capítulo diferentes técnicas de datación resumidas a continuación. Muy utilizada en distintos puntos de la geología africana es la técnica del K/Ar, basada en que en todo organismo existe K-40 radiactivo que continuamente se está transformando en Ar, gas inerte y estable, a velocidad constante.

Es conocido que el K-40 contenido en un gramo de K normal se desintegra en Ar a la velocidad de 3,5 átomos por segundo. Entonces se pueden calcular los que aparecen anualmente (3,5 X 60" X 60' X 24h X 365d = 110.376.000 átomos de Ar al año), y de ahí los que aparecen anualmente en una muestra donde el porcentaje de K es de 1/10, por ejemplo (serán 11.376.000 at. Ar).

Deducida la cantidad de Ar que hay encerrada en los cristales impermeables que se formaron durante le erupción volcánica, merced al espectrómetro de masas. Y dividiéndola, una vez eliminado el contaminante atmosférico, por la cantidad de Ar que aparece por año en la muestra, se obtienen los años en que los cristales se formaron.

Si los restos óseos están en relación directa o no con el estrato volcánico, tendrán una datación más aproximada o menos, respectivamente.

El método de trazas de fisión consiste en calcular las explosiones producidas al transformarse, en el interior de cristales, el uranio-238 en plomo. Las marcas de estas diminutas explosiones —trazas de fisión— se producen periódicamente, así, tras contarlas con el microscopio, se calcula la edad de la muestra.

El paleomagnetismo está basado en las propiedades magnéticas de la Tierra. Se fundamenta en la alteración que a lo largo de su historia han sufrido los polos magnéticos. Esto se conoce gracias a la distinta orientación de las partículas magnéticas arrojadas por los volcanes. Se ha elaborado un calendario con las alteraciones de los polos que permite determinar, dependiendo de la orientación de las partículas, la antigüedad del sedimento volcánico. Cuando un fósil se recupera entre dos estratos volcánicos cuyas partículas magnéticas poseen orientaciones diferentes, es posible determinar el máximo y el mínimo de edad para ese resto óseo.

10. La tercera campaña sobre el terreno en Hadar: la primera familia.

Las mandíbulas de Alemayehu y Lucy no son seres humanos. Representan dos versiones —Lucy la pequeña— de una misma cosa. No obstante determinar su significación requería fósiles adicionales, recuperados en la campaña de 1975. Ahora la suerte recaía en el joven médico Mike Bush al descubrir un bloque de piedra con dos premolares, y en Michèle, que forma parte con su marido del equipo de filmación francés y que asisten a la recuperación de los fósiles de Bush. Casualmente Michèle se acomoda en la ladera de una pendiente bajo la sombra de un arbusto, con la fortuna de sentarse sobre dos huesos: un fémur y un hueso de talón, ambos de homínidos. La ladera fue cribada cuidadosamente y produjo algo insólito: unos doscientos fósiles que representaban al menos trece individuos, hombres, mujeres y cuatro niños como mínimo. Es la ladera 333. La acumulación de individuos hacía sospechar en una muerte súbita de todo el grupo, tal vez murieran ahogados a orillas de un lago.

Cuando los huesos son reconocidos por Tim White, paleontólogo que trabaja en Koobi Fora parar los Leakey, sugiere una estrecha semejanza con los que Mary Leakey comienza a descubrir en Laetoli, cuya datación provisional era de 3.700.000 años. Johanson asume la opinión de White y la cuestión queda planteada.

11. La cuarta campaña sobre el terreno en Hadar: limpieza

Durante la campaña de 1976/77 aparecen restos de homínidos y herramientas de piedra de confección primitiva, en lugares diferentes. Halla las herramientas Hèléne Roche. También las encuentra Jack Harris: dos docenas de artefactos junto con un molar de elefante y otros fragmentos de hueso. Su antigüedad es de 2,5 m.a., las más antiguas del mundo.

Herramientas primitivas también aparecieron de cuando en cuando en Sudáfrica, aunque su antigüedad probable es superior a 1 m.a. y tal vez sea de 2 m.a. Nadie ha demostrado que los australopitecos sudafricanos las utilizasen. "De hecho los datos que se están reuniendo indican que no hay en ninguna parte ningún australopiteco que haya fabricado o utilizado de modo regular herramientas de piedra" (p. 200). Normalmente hay evidencia de Homo asociada a las herramientas, como sucede en Olduvai, donde las herramientas tienen casi 2 m.a. y Homo habilis aparece como responsable de ellas.

Los artefactos de Hadar son los más antiguos, esta construidos en basalto y su acabado es ligeramente superior a los de Olduvai. Su hacedor aún permanece desconocido.

12. Koobi Fora y Laetoli: discusiones sobre fechas y huellas de pisadas

La antigüedad del cráneo 1470 fue, en sus inicios, cuestionada. Richard Leakey había sugerido la fecha de 2, 9 m.a. con base en la datación del K/Ar sobre el tufo KBS situado por encima del fósil.

Sin embargo, las cifras deducidas de los dientes de cerdos y elefantes aparecidos también en Koobi Fora no coincidían. Todos los molares de cerdos de los diversos yacimientos del este del este africano, en particular los del género Mesochoerus, arrojaban la misma edad, salvo en Koobi Fora, donde se les creía 800.000 años más antiguos. La alternativa se resuelve gracias a nuevas dataciones del tufo volcánico KBS, que arroja una edad inferior a 2 m.a. Probablemente la primera datación se efectuó sobre una muestra contaminada, con lo que se falseó la fecha correcta.

Tim White comenzó a trabajar con Mary Leakey como paleontólogo de Laetoli. Esta localidad está a unos 50 Km al sur de Olduvai. El Laetoli encuentra por vez primera restos homínidos —un diente de australopitecino— Leakey en 1935, aunque hasta 1979 no fuera correctamente indentificado. También aparecen en 1938-39 un fragmento de mandíbula superior con un par de premolares gracias a la actividad de Kohl-Larsen, y en 1974 una colección extensa de homínidos, cuando dirigen las investigaciones en la zona de Mary Leakey y sus colaboradores. En 1976 Andrew Hill reconoce huellas de animales sobre una capa de ceniza volcánica solidificada, y un año después, Mary, Phillip y Peter Jones reconocen en el sedimento las huellas de seres que caminaban completamente erguidos sobre dos piernas; las huellas eran como las modernas. Aún sorprende más el hallazgo al considerar la antigüedad: 3.750.000 años.

La ceniza volcánica apareció tras la erupción del volcán Sadimán, que produjo una nube de carbonitita, depositada en el suelo posteriormente. La capa, de un centímetro aproximadamente de espesor se humedeció con la lluvia. Sobre ella caminaron antílopes, elefantes, jirafas, liebres, rinocerontes y otros animales. Endurecidos con el sol fue ulteriormente cubierta por una nueva capa tras otra erupción del Sadimán. Varias veces se repitió el proceso, hasta formar un tufo de unos 20 cm. de grosor.

Las huellas de homínidos en Laetoli pertenecían a dos homínidos. Se dirigían hacia el norte, no se sabe si al mismo tiempo. Al caminar no arrastraban los pies.

TERCERA PARTE. ¿QUÉ ES LUCY?

13. Empieza el análisis

Se plantea en los capítulos decimotercero y decimocuarto a qué especie pertenecen los huesos de Hadar y Laetoli, y cuál es su significado en la evolución y origen del hombre.

Parten Johanson y White de las estrechas semejanzas de ambas colecciones —Hadar y Laetoli— y sus diferencias con las de australopitecinos sudafricanos. Poseen éstos grandes molares, grueso esmalte dental, mucho mayor que el de los humanos y dientes delanteros relativamente grandes en relación con los molares. Para determinar si las mandíbulas de Hadar eran Australopithecus  o bien Homo se compararon con antropoides y con australopitecinos de Sudáfrica, teniendo en cuenta los criterios de Le Gros Clark. El resultado fue que las mandíbulas analizadas eran simiescas pero con tendencias humanas. Distintas de los antropoides, también lo eran de cualquier homínido más moderno; representaban algo nuevo: homínidos donde hay fuertes diferencias de tamaño como efecto del sexo, sus huesos fuertes indican potente musculatura, completamente bípedos, brazos más largos que los del hombre en relación a la estatura (1,50 m — 1,10 m; 70 kgr.— 30 kgr.), manos humanas con falanges curvas, cerebros pequeños (380 cc — 450 cc.; los del chimpancé varían entre 300 cc.— 400 cc y hacia 460 cc. para H. habilis, el rostro es más simiesco que humano, la coronilla es baja, la mandíbula no tiene mentón, no fabrican herramientas, pues las encontradas en Hadar son un millón de años más jóvenes que los huesos más jóvenes de Hadar, y no se sabe quién las hizo; florecieron desde hace unos 4 m.a. hasta 1 m.a. después.

Con un análisis biométrico se demostró que los homínidos de Hadar no eran Homo, sino un tipo primitivo de australopiteco. Se vio que los pequeños molares respondían a un rango primitivo —contrariamente a como tradicionalmente se enseñaba— y que por una especialización en el régimen alimenticio en sentido vegetariano aumentó el tamaño de los dientes molares en la ulteriores formas robustas.

14. El análisis queda completo

Todo induce a Johanson y a White a clasificar como nueva especie a los fósiles de Laetoli y Hadar; Australopithecus afarensis, antepasado directo de dos líneas que evolucionan independientemente: los géneros Australopithecus y Homo. A. afarensis vivió entre 4 y 3 m.a., A. africanus entre 2,7 y 2,2 m.a. y A. robustus entre 2,1 y 1 m.a. El aumento de los molares de las últimas formas robustas aparece como resultado de la masticación vegetariana. Sin embargo, en la línea Homo las muelas permaneces esencialmente invariables en relación a su antepasado afarensis. El primer Homo es H.habilis, el inventor de las herramientas; luego surge H. erectus y finalmente H. sapiens.

"Creemos que la emergencia de los seres humanos empezó hace unos tres millones de años. Un millón de años después se había producido ya. Por aquel entonces caminaban sobre la tierra seres identificables como Homo. Lo mismo hacían sus primos, los australopitecos robustos. Durante un millón de años aproximadamente, parece que ambos tipos caminaron uno al lado del otro. Hace ahora un millón de años ya no quedaban australopitecos. todos se habían extinguido" (p. 251).

15. La reacción

La nueva especie soportó variadas críticas. Para C. Loring Brace no fue reconocida. El admitía que Australopithecus africanus evolucionó hacia el género Homo (H. habilis no representaba ninguna especie válida), del que reconoce la especie H. erectus como forma original; las anteriores las incluye en el género Australopithecus.

Mary y Richard Leakey también rechazaron al A. afarensis, desde siempre negaron a los australopitecinos la candidatura como antepasados del Homo. Ellos han visto en Hadar dos poblaciones diferentes, una de gran tamaño estaría representada por las mandíbulas mayores; la otra, por especímenes como Lucy. Aquéllos tendrían su lugar taxonómico dentro del género Homo, éstos entre los Australopithecus.

Como anteriormente se ha señalado, Johanson y White mantuvieron inflexiblemente la pertenencia de todos los huesos de Hadar a la nueva especie A. afarensis, donde también se incluyen los fósiles de Laetoli. Apoyando esta coincidencia morfológica se encuentra también la edad de 3,75 m.a., parangonable en los dos yacimientos.

Los autores consideran que el paso "de afarensis, casi un antropoide, a Homo habilis, un humano seguro" (p. 269) tardó lo suficiente "para que otro linaje iniciara el desarrollo inexorable de unos dientes molares cada vez más macizos, pasara por africanus y llegara a robustus" (p. 269). "Yo aceptaré Homo hasta donde lo permita el registro fósil, pero de acuerdo con los datos actuales sólo lo aceptaré como descendiente de afarensis" (p. 270). A estos procesos evolutivos precedió un fenómeno de locomoción bípeda, que sin ser el mejor para transitar por un medio hostil, fue "el sistema escogido por nuestros antepasados para convertirse en humanos" (p. 270).

CUARTA PARTE. ¿POR QUÉ LUCY CAMINABA ERGUIDA?

16. ¿Es cuestión de sexo?

Se interpretan en este capítulo las posibles causas que motivaron la postura erguida de los homínidos, siguiendo la opinión de Lovejoy, quien analiza el bipedismo como respuesta eficiente a una estrategia general de supervivencia. Sólo así se entiende que los homínidos se irguieran cuando esa posición, desde el punto de vista de la pura eficiencia, es un sistema absurdo para correr. Tampoco se irguió el hombre sobre sus piernas para divisar mejor el horizonte de la sabana, ni con el fin de liberar las manos para el empleo de armas y herramientas o para prescindir de la locomoción sobre los nudillos.

Tras analizar la eficiencia de los mamíferos para la carrera en comparación con otros animales se concluye que la adaptación al bipedismo es menos eficiente que la de cuatro extremidades, y, además, requiere un consumo energético superior. Sin embargo, el hombre ha elegido esta estrategia de supervivencia a través de un proceso que los antropólogos explican evolutivamente. En efecto, se sostiene que los primates mantuvieron durante su desarrollo evolutivo la capacidad depredadora y la visión binocular. Esta se alcanzó gracias a que los ojos se dirigieron hacia delante y el cráneo se redondeó para acomodarlos. Se redujo la mandíbula, y por consiguiente el número de dientes a 16 en los monos modernos, antropoides y en el hombre. Sus antepasados poseían hasta 22. Algunos de los primates mantuvieron la vida arborícola de sus antepasados, como los galagos y tarseros; otros prefirieron caminar sobre las ramas en lugar de agarrarse o colgar de ellas (monos), y los antropoides, malos corredores, iniciaron el desplazamiento por balanceo, de manera eficiente (gibones y siamangos y orangutanes) o volvieron al suelo (gorila y chimpancé).

Todos los primates son diestros; pero sólo los homínidos mantienen el pulgar largo y oponible, lo que proporciona más destreza.

En este marco del desarrollo evolutivo de los primates, la adquisición de la postura erguida según Lovejoy, es un mecanismo de supervivencia relacionado con el sexo.

Para mantener la especie, los animales desarrollan mecanismos que producen o un número elevado de descendientes (estrategia r) o invierten mucha energía en los pocos que nacen (estrategia k). Así, mientras la ostra produce anualmente 500 de 10 millones de huevos, el chimpancé tiene una cría cada 5 ó 6 años.

Los antropoides tienen un número reducido de hijos. Pero su cerebro es mayor y pueden cuidar de ellos con más eficiencia, lo que supone una prolongada niñez en el seno del grupo social. "Por lo tanto el comportamiento social queda relacionado en definitiva con el coeficiente de inteligencia (un circuito de realimentación), con una niñez prolongada (otro circuito), y finalmente con la inversión de energía y con el sistema de cuidados paternos que proporcionan un cerebro capaz de tener este coeficiente de inteligencia, lo cual cierra todo el circuito de realimentación" (p. 288).

El sistema K no produce inteligencia, pero sí las circunstancias son adecuadas se intensificará. En este sistema K de estrategia triunfó en los homínidos el bipedismo, porque descubrieron que trasladándose menos de unos lugares a otros, el gasto energético disminuía, y, también, lo peligros; y así mientras el chimpancé hembra no inicia el resto mas que cada cinco años, los homínidos pueden tener hijos con más frecuencia y atenderlos simultáneamente. Por otra parte, la menor movilidad favorece el bipedismo al liberar las manos para el aprovisionamiento del alimento y, simultáneamente, poder sostener al hijo eficientemente. Otro circuito de realimentación que favoreció el bipedismo se relaciona con la actividad sexual y con la formación de una pareja. Ahora la hembra aumenta el período fértil, el macho es atraído permanentemente por una hembra que sería impregnada mediante la estrategia de una apareamiento bastante continuo. Al ser mayor el número de hijos que alimentar el macho aporta comida a la hembra mientras ella permanece protegiendo a las crías. No es que el bipedismo provoque la formación de parejas, el aprovisionamiento y distribución del alimento y el nacimiento de más hijos, porque en un circuito de realimentación no hay causas, sino un reforzamiento mutuo entre los diferentes factores de los que no sabemos cuál fue el primero, pues incluso pudo no haberlo. No obstante, simplificando, puede decirse que Lucy se puso erguida para poder tener hijos con mayor frecuencia.

Todo el sistema es una estrategia donde la locomoción forma parte de un mecanismo total de supervivencia de la especie que incluye tanto el apareamiento y la socialización como la carrera, comida y juegos infantiles.

Los homínidos comenzaron a ser bípedos en la selva y emigran a la sabana hace 4 m.a., sin ayuda de herramientas, por razones de índole sexual y social.

La explicación del bipedismo de Owen Lovejoy es admitida por Johanson como lo más adecuada. White, sin embargo, considerándola apta, prescinde del aporte de comida a las hembras y a las crías. Según él bastó como incentivo suficiente para el bipedismo la posibilidad de transportar objetos, niños y comida. También deja de lado el argumento del celo.

QUINTA PARTE. CUESTIONES PENDIENTES

17. Microscopios electrónicos, agujeros negros y un regreso a Hadar.

Mientras el estudio antropológico de las mandíbulas de A. afarensis está tratado exhaustivamente, todavía permanecen otros rasgos postcraneales en análisis, como sucede con la estructura del pie de Lucy.

La anatomía del pie de A. afarensis difiere estructuralmente del moderno en sus curvas falanges, de mayor longitud proporcionalmente. No obstante es semejante desde el punto de vista funcional, por eso Latimer la considera una especie adaptada a caminar.

En comparación con el chimpancé, presenta un cráneo semejante; arcos superciliares prominentes, coronilla baja y rostro dirigido hacia delante. De él, A. afarensis se distancia en sus dientes más humanos y en la pelvis, casi igual a la del hombre moderno. Es un pelvis bípeda, pero aún no evolucionada para permitir el nacimiento de niños con cerebros expandidos.

Lucy poseía brazos largos en comparación con los humanos, dedos cotos, pulgar oponible. Su dieta era omnívora.

Antes de que Lucy caminara sobre la tierra se extiende un período considerado como una de las mayores incógnitas paleoantropológicas. Se centra entre hace 9 y 3,5 m.a. De estos largos seis millones de años tan sólo existen tres restos probablemente homínidos: un hueso de brazo procedente de Kanapoi (unos 4 m.a.), un fragmento mandibular con una muela encontrado en Lothagam (5,5 m.a.) y el molar de Lukeino (6 m.a.). Son fósiles que nada dicen por sí mismos, salvo que en algún lugar de África oriental se estaba desarrollando algún tipo de homínido a partir de un antropoide.

Hace más de 9 m.a. existió el Ramapithecus, un animal de unos 16 kgr. de peso del que se ignora si era o no bípedo. Comía alimentos duros y abrasivos y quizá representa el antepasado del hombre. Es esta época miocénica donde David Pilbeam y Elwyn Simons centras sus investigaciones.

Los antropoides miocénicos surgen hace unos 20 m.a. —bien conocido es Dryopithecus africanus, descubierto por Louis Leakey en el lago Victoria—, y se extinguieron hace unos 9 m.a. Vivieron en África, Europa y Asia. Eran versiones grandes y pequeñas del chimpancé; su hábitat fue selvático, y el aspecto más parecido al del mono que al de moderno antropoide. Se considera que son antepasados de los antropoides modernos; unos parecen prefigurar a los orangutanes, otros a los gorilas, otros a los chimpancés; pero al no haberse descubierto especímenes intermedios resulta imposible demostrarlo. Los driopitecinos presentan carácteres comunes no compartibles con los homínidos más recientes ramamorfos. En efecto, mientras los grandes molares de espeso esmalte y los pequeños caninos de los ramapitécidos prefiguran a los homínidos, los dientes simiescos de los driopitécidos prefiguran a los antropoides modernos. Pilbeam sugiere que mucho antes de 10 m.a. se produjo una importante separación de los simios antropoides en dos grupos.

Si los ramapitécidos fueron o no antepasados de los homínidos es algo todavía por demostrar, quizá porque entre ambos pudo existir alguna forma todavía no descubierta. Las recientes exploraciones de Pilbeam en Pakistán han producido fósiles de Sivapithecus, otro ramapitécido semejante al Ramapithecus.

También durante el Mioceno vivió Gigantopithecus. Es un antropoide del tamaño de un gorila hembra, el mayor vegetariano de la sabana. Vivió en Pakistán e India hace 9 m.a. y se extinguió en China hace sólo 0,5 m.a., probablemente eliminado por el Homo.

El libro finaliza con un apéndice donde el dibujante Jay Matternes discute los dibujos que ha realizado con base en la anatomía de los huesos de Australopithecus.

VALORACIÓN DEL LIBRO

Lagunas de la evolución homínida

El primer hombre

Concepto materialista del hombre

Carácter humano del Homo erectus

La aparición del Homo sapiens

Referencias

El Primer Antepasado del Hombre describe el descubrimiento y los trabajos de investigación sobre el Australopithecus afarensis: modo de vida, morfología, relación con las demás especies de australopitecos y evolución hacia el Homo habilis, primera forma fósil del género donde se incluye el hombre anatómicamente moderno. Trata asimismo, superficialmente y bajo una óptica histórica, la vida del hombre desde hace más de 1,5 millones de años.

Escrito con estilo suelto y ameno, la obra incluye numerosas anécdotas y referencias a los arquitectos de la Paleoantropología. Algunas, aunque sucintamente referidas, son innecesarias por inmorales, como el divorcio de L. Leakey con su primera mujer (p. 74) y el fracaso matrimonial de Johanson (p. 115). También está tratado con poca delicadeza el capítulo 16, sobre el sexo.

El contenido científico es alto; las interpretaciones de los hallazgos son rigurosas y objetivas, y todo, de modo accesible para el lector no especialista, se vierte con fluidez haciendo inteligible el estado actual de esta rama de la Antropología Biológica.

Lagunas de la evolución homínida

Donald Johanson y Maitland Edey exponen moderadamente sus ideas. Por eso, la obra carece de de significativas extrapolaciones, relativizando incluso sus propias teorías. En este sentido escriben: "ni el mismo Darwin podía haber imaginado algunas de las volteretas que daría la historia de los homínidos. Ni tampoco podía haber conjeturado de qué antropoides descendemos. En realidad, ni nosotros mismo estamos todavía seguros de esto" (p. 22). No obstante, conviene recordar que la evolución desde los monos fósiles que vivieron hace más de 20 millones de años hasta el hombre moderno incluye largos períodos de discontinuidad y relaciones filogenéticas dudosas, como sucintamente revisamos más adelante.

La aparición de los primates y el variado espectro de especies aparecidas millones de años después se explica mediante hipótesis que no han sido por el momento corroboradas empíricamente. El grado hipotético es alto y las conjeturas numerosas. Teniendo en cuenta que los primeros mamíferos evolucionaron hacia los primates hace 60 m.a., sólo desde hace 4 m.a. el registro fósil es lo suficientemente completo como para establecer, con dudas, como más adelante se indica, la línea que condujo al hombre.

Entre todo este cuadro evolutivo hipotético se perfila la historia de los primates desde su aparición como pequeños cuadrúpedos insectívoros del tamaño de una ardilla que fueron colonizando el medio arbóreo. Entre las adquisiciones evolutivas más importantes cabría señalar la frontalización de los ojos abandonando la posición lateral, que les proporcionaría mayor profundidad de campo y precisión para calcular las distancias. Sus cerebros se expandieron y las capacidades locomotoras se multiplicaron; unos alcanzaron la mayor eficiencia manteniéndose como sus antepasados primitivos, otros eligieron la braquiación o volvieron nuevamente al suelo, como los mamíferos que les dieron vida; fue el caso de los homínidos que, en el pensamiento de los antropólogos, originarían después al hombre. Analizamos ahora este proceso evolutivo señalando las lagunas más importantes.

Comúnmente se piensa que la línea donde florecerán los homínidos plio-pleistocénicos podría iniciarse con el Aegyptopithecus hace 28 m.a. Tras él aparece en el registro fósil el género Dryopithecus unos ocho millones de años después, mantenido con vida en sus variadas especies durante diez millones de años. Esta sucesión se fundamenta esencialmente en la morfología de los molares, caracterizados por el modelo en Y-5; cinco cúspides se alzan sobre un valle en forma de Y.

Tras los driopitecinos la línea se interrumpe, a juzgar por la opiniones dispares sobre el género inmediato: el Ramapithecus, visto hace entre 13 y 9 m.a. Unos lo consideran el primer homínido, y antecesor africano del Australopithecus y del Homo; hipótesis sostenida de manera exclusiva durante los años sesenta y setenta. A partir de los años ochenta se comenzó a ver en el Ramapithecus rasgos faciales que lo asemejaban evolutivamente más con los orangutanes asiáticos que con los monos africanos; en este caso quedaría excluido de la sucesión hacia el hombre (Lipson & Pilbeam, 1982), y tal vez, como algunos han sugerido, evolucionaría hacia los orangutanes (Ward & Kimbel, 1983).

Con base en semejanzas biomoleculares, Zihlman y Lowenstein (1983) estiman una divergencia entre lo grandes monos africanos (gorila, chimpancé) y homínidos ocurrida hace unos 5 ó 6 m.a., edad agrandada por Cronin (1983) al período comprendido entre 4 y 8 m.a. Ningún paleoantropólogo duda de que esta fase temprana de la evolución homínida está mal documentada en el registro fósil (Ciochon, 1983). En conclusión, hasta hace alrededor de 4 m.a. las líneas evolutivas desde los primates fósiles hasta el hombre carecen de continuidad segura. Escriben Johanson y Edey que del período que va desde 9 ó 10 m.a. hasta hace 3,5 m.a. "no hay casi nada. De este período inmenso de tiempo sólo han salido a la luz tres restos escasos de material probablemente homínido (...) Estos tres pedazos de fósil son tan fragmentarios, están tan gastados, tan perdidos en la vastedad de tiempo que no pueden decirnos nada sobre ellos mismos aparte de lo que ya sabíamos por pura lógica; que durante este período se estaba desarrollando en el África oriental algún tipo de homínido a partir de un antropoide" (p. 321). Y como muy bien expresan los autores durante ese período sólo hay lógica, hipótesis.

Por fortuna, el registro fósil es mucho más completo a partir de los cuatro últimos millones de años. Se han extraído algunas conclusiones seguras, como, por ejemplo, el bipedismo en A. afarensis (Johanson et al., 1978) , corroborado por las huellas sobre ceniza volcánica (Leakey & Hay, 1979), o la extensión de varias especies de australopitecos por el continente africano. Junto a esas evidencias aún persisten opiniones contrarias sobre el tema que nos ocupa: la evolución directa desde Australopithecus a Homo, relación también difuminada por el tenue registro fósil del hombre hábil. En efecto, mientras Tobias (1980) retiene que la especie A. africanus —donde además de los especímenes sudafricanos incluye a los de Laetoli y Hadar, asimilando con esta especie al A. afarensis —evoluciona en dos líneas: australopitecos robustos por un lado y Homo por otro, Johanson y White (1979), Boaz (1983) y otros autores defienden como antepasado de los humanos y de las restantes formas de australopitecinos al A. afarensis. Pero tampoco falta quienes niegan cualquier parentesco evolutivo entre Australopithecus y Homo, como Richard Leakey (1976), fiel al tradicional pensamiento familiar, y Oxnard (1975, 1984). Pese a la controvertida evolución australopitecina, buena parte de los paleoantropólogos apoyan la tesis de Johanson y White. Interesa señalar finalmente el estado hipotético, a nivel exclusivamente científico, de la evolución desde el animal al hombre, que, si más adelante la ciencia pudiera demostrar, tampoco plantearía contradicción alguna con la fe: Dios pudo servirse de esa materia preexistente para, una vez preparada infundirle el alma y crear así al hombre.

El primer hombre

L. Leakey, P. Tobias y J. Napier denominaron por vez primera Homo habilis a un conjunto de material óseo, distinto de los australopitecos y también de los posteriores Homo erectus, que aparecía asociado con piedras toscamente talladas (Leakey et al., 1964). Vivió esta forma durante el período comprendido entre 2 y 1,8 m.a. Para Louis Leakey, H. habilis era hombre, y los autores de El Primer Antepasado del Hombre también lo creen; por eso escriben "que un linaje pasara de afarensis, casi un antropoide, a Homo habilis, un humano seguro" (p.269).

No cabe duda de que el carácter humano conlleva la cultura; pero no es tan evidente que el material lítico del hombre hábil está lo suficientemente elaborado como para inferir el carácter humano. De ahí que Wynn (1981) concluya a partir de la industria del Homo habilis que la inteligencia de estos homínidos no era superior a la de un niño de seis años de edad. No estaban capacitados para asimilar los errores de la talla y luego elaborar herramientas sin esas equivocaciones de manufactura. Por otra parte, su aspecto craneofacial difiera fuertemente del de Homo erectus. Y si añadimos la escasez de fósiles recuperados hasta el momento, puede admitirse la tesis de Eldredge y Tattersall (1982) sobre la imposibilidad de estar seguros de lo que representa el material de Homo habilis, especie de conveniencia de la que no podemos conocer, por el momento, su significado biológico.

Concepto materialista del hombre

El Primer Antepasado del Hombre proporciona una noción materialista del hombre, principal y prácticamente única deficiencia doctrinal del libro. Los autores trazan un cuadro donde todo el hombre aparece por evolución, no sólo su vertiente biológica, sino también en sus manfiestaciones intelectivas. Que todo sea producto de la evolución dificulta, efectivamente como señala la obra, situar la barrera entre el animal y el humano, idea apuntada por Darwin cuando expresaba que la diferencia entre el animal y el hombre no era cualitativa, sino de mayor perfección evolutiva. Los autores escriben en este sentido: "Nunca una madre australopiteca va a parir un hijo humano. Habrá un período en el cual la madre y el hijo presentarán una mezcla tan confusa de rasgos que será casi imposible asignarlos a una especie o a otra. Si se pudiera reunir una serie de esqueletos completos madre-hijo-madre-hijo que cubriera un par de millones de años en el tiempo y que este proceso nos llevara de algo decididamente no humano a algo que sí lo es, sería muy difícil señalar con el dedo el punto aproximado —por no decir el punto exacto— donde se produjo el paso a la humanidad.

Este fue el problema de habilis. Le tocó ocupar el espacio estrecho y oscuro entre Australopitecus y Homo erectus" (pp.90-91).

No contemplan los autores que la esencial diferencia entre el animal y el hombre radica en que este posee alma espiritual e inmortal, e ignoran que pese a la posible continuidad morfológica en los cráneos fósiles, hay de hecho una discontinuidad esencial. La dificultad está en descubrir cuándo aparece el alma, y para solventarla desde un punto de vista paleoantropológico se contemplan dos criterios: uno cultural —a partir de los instrumentos y otros rastros que impliquen reflexión, manifestación de espiritualidad—; el otro, más dudoso, es un criterio morfológico: la mayor semejanza con el hombre moderno permitiría suponer que cierto fósil también poseería las mismas capacidades intelectivas.

Sin embargo, la aplicación de estos dos criterios es muy difícil cuando nos prolongamos más allá de un millón de años, y no se obtienen datos paleoantropológicos seguros sobre la espiritualidad de un esqueleto hasta que aparecen los enterramientos del hombre de Neandertal, hace unos cien mil años. Ahora bien, que el registro fósil no haya conservado nada de la cultura en sus orígenes no implica continuidad entre el animal y el hombre. No es que entre ambos no haya una barrera; sino que por culpa de un registro incompleto no podemos situarla. La cultura apareció en un momento determinado como efecto de la reflexión. Primero el hombre fue un ser reflexivo, espiritual, luego, con el paso del tiempo plasmó ese carácter específico en instrumentos, actitudes, estrategias, etc., englobadas en el término "cultura"; los instrumentos forman parte de la "cultura material", y algunos permanecieron como testimonio de la vida de unos seres que además de animales eran espirituales.

Entendido el hombre en su verdadera dimensión espiritual, no tiene sentido algunas ideas de Johanson y Edey desarrolladas en el capítulo del sexo (c. 16), como al hablar de la adquisición de la postura erguida: "no es realmente el mejor para transitar por un mundo hostil. Y sin embargo es el sistema escogido por nuestros antepasados para convertirse en humanos" (p. 270). La aparición del carácter humano en El Primer Antepasado del Hombre es un efecto natural, el resultado biológico de una especie que se pone derecha sobre sus patas traseras, evoluciona y se convierte por sí misma en humano.

Supuesto que Dios se hubiera servido de una materia preexistente para infundir el alma —un homínido—, y que en el plan de Dios estaba la adquisición bípeda, habría que entender al revés el proceso; el bipedismo no produjo al hombre; sino que se produjo para el hombre.

Las razones argüidas por Lovejoy no dejar de ser interesantes desde un punto de vista biológico para explicar con un mecanismo natural un fenómeno complejísimo que no ha dejado trazas fósiles.

Carácter humano del Homo erectus

Tras el Homo habilis entra en escena el Homo erectus. Sus testimonios óseos son tan abrumadores que nadie duda de su realidad. Vivió en África, Europa, Asia y Oceanía, y su principal logro fue la colonización del globo. Los miembros más antiguos aparecen en los alrededores del lago Turkana (Kenia), hace más de un millón y medio de años. El hallazgo reciente del esqueleto caso completo KNM-ER 15.000 (Leakey & Walker, 1985) testimonia su estructura esquelética sustancialmente idéntica a la del hombre moderno, y la estatura que pudo alcanzar de 1,80 m. Las diferencias conciernen fundamentalmente al cráneo: menor capacidad cerebral, frente huidiza, occipital pronunciado, mandíbula robusta sin mentón, etc., rasgos que, por otra parte, no desdicen de la condición humana.

El carácter humano del Homo erectus puede buscarse en sus testimonios culturales. De éstos tan sólo nos ha legado la industria lítica Achelense, caracterizada por el hacha de mano. Esta herramienta está tallada por las dos caras, indicando sentido de simetría. También se sabe que en Pekín practica el canibalismo y controla el fuego hace 400.000 años, caza elefantes en Torralba y Ambrona (España), acampa sucesivamente en Terra Amata (Francia) y domina el entorno biológico. Todo parece apuntar que el Homo erectus ya era espiritual, aunque no hay pruebas demostrativas que lo testifiquen.

Estas ideas sobre la antigüedad del hombre —supuesto que H. erectus ya lo fuera habría que remontarla a un millón y medio de años— en nada contradicen las verdades del Génesis. En efecto, Dios pudo servirse —o no, pues es imposible saberlo con los actuales datos paleontológicos— de un homínido para prepararlo e infundirle el alma, haciendo, de una sola pareja, a Adán y Eva, en un estado de gracia y llenos de prerrogativas, algunas relacionadas muy directamente con su estructura fisiológica —podían no morir, no padecían el dolor, etc.—. Su aspecto bien pudo ser como el que los poetas y artistas de todos lo tiempos han venido idealizando. Ninguna referencia contiene la Biblia sobre este acontecimiento, que, hipotéticamente, estamos suponiendo ocurrió hace más de un millón y medio de años.

Tras el pecado original, nuestro primeros padres perdieron tantos bienes de Dios; hasta el punto de que aquella estructura orgánica debió alterarse profundamente con el advenimiento irremisible de la muerte, el dolor, las enfermedades, etc., hecho que necesariamente implicó un reajuste en sus organismos. Así no es difícil suponer que el deterioro que sufrió la naturaleza humana repercutió también en la morfología craneofacial y esquelética, apareciendo tras Adán y Eva descendientes que llevaban la huella del pecado, y que bien pudieron ser los que el antropólogo llama H. erectus o cualquier forma anterior al Homo sapiens.

Tampoco es imposible pensar que la primera pareja exhibiera un rostro tosco, con facciones angulosas y más robustas que la del hombre moderno. Poseer un rostro distinto —siempre dentro de unos límites humanos— no significa que no fueran espirituales, como tampoco dejan de serlo ninguna de las razas actuales, algunas —aunque en menor escala— con rasgos angulosos, pese a proceder todas de la misma pareja.

Sería lícita también la hipótesis de que la forma utilizada por Dios para infundir el alma fueran Homo erectus. De éstos —ya estaban expandidos por el globo— todos sucumbieron a excepción de la pareja inicial. Esta hipótesis parece tener menos visos de realidad.

Finalmente y para centrar el pensamiento de la Antropología Biológica respecto al Monogenismo, cabría señalar que prevalece la idea de humano (Poligenismo), sobre la evolución en una sola pareja (Monogenismo). Razonar esta tesis con argumentos científicos fiables es poco menos que imposible, si se pretende llegar a resultados consistentes donde el contenido hipotético sea mínimo. Por lo general, los biólogos aplican a la especie humana los mismos presupuestos que a cualquier otra especie animal; por eso, imbuidos por una mentalidad populacionista, heredada de la genética de poblaciones, se sostiene que no son los individuos quienes evolucionan, sino acervos génicos, conjuntos de genes que se dan en una población Y referido esto al hombre se desemboca en una tesis poligenista.

Algún autor ha supuesto que los cambios más probablemente, se dan en una pareja que en varios individuos, con lo que se salvaría el Monogenismo. No obstante, en la actualidad, esto casi nadie lo sostiene.

Quizás, el error más frecuentemente cometido por el creyente al analizar la alternativa monogenismo-poligenismo sea, desde la óptica científica, querer encontrar mecanismos biológicos que reduzcan al mínimo las intervenciones "extraordinarias" de Dios, olvidando que, en la naturaleza, y en particular con el hombre, Dios ha intervenido extraordinariamente muchas veces, intervención que no cesa. Por eso la enseñanza del Magisterio de la Iglesia siempre indica la verdad del Monogenismo.

Sin haber sido solemnemente definido como verdad de fe, el monogenismo salva la historicidad y el carácter literal del Génesis, mientras que las explicaciones poligenistas en teología derivan en serios errores de índole moral, a los que se llega bajo la influencia de hipótesis científicas populacionistas. Aunque cada especie proceda de un grupo ancestral, el hombre apareció, por especial querer divino, singularizado en Adán y en Eva, antepasados de todo el género humano.

La aparición del Homo sapiens

No se duda de que el Homo erectus evoluciona hacia la morfología del Homo sapiens, con las dos subespecies que agrupa: H.s. neanderthalensis y H.s. sapiens. Los Neandertales aparecen hace unos 130.000 años en Europa; extendiéndose por todo el continente hasta su límite con Asia. La morfología del hombre moderno parece que tuvo su cuna en África hace unos 100.000 años aproximadamente, desde donde emigró hacia Oriente Medio y contactó con los Neandertales, de aspecto mucho más robusto. Parece ser que ambas poblaciones se cruzaron entre sí, quedando enmascarados los genes del Neandertal frente a los dominantes de la morfología moderna. Tal vez así se explica la completa desaparición del Neandertal, hace 35.000 años en Oriente Medio y 40.000 en Europa occidental. Desde entonces las variaciones craneales del hombre permanecen dentro de unos límites estrechos.

Que los neandertales eran hombres no cabe duda científica. Prestan ayuda a sus semejantes ancianos y enfermos, ejercitan una técnica desarrollada para tallar sus herramientas y enterraban a sus difuntos, de donde se infiere la creencia en el más allá. Además otorga al neonato el mismo culto ritual de enterramiento que al adulto, como sucedió en el cementerio de La Ferrassie (Francia).

El hombre anatómicamente moderno es el autor de las pinturas en el interior de las cavernas. Comenzó a desarrollar esta actividad hace 30.000 años, y la abandona hace 10.000 años, coincidiendo con el fin de la última glaciación.

Referencias

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N.B.: para completar la valoración doctrinal, puede leerse el guión doctrinal de actualidad nº 71.

 

                                                                                                                   J.A. (1987)

 

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