HILFERDING, Rudolf

El capital financiero

Editorial Tecnos, S. A. Madrid, 1963, 420 pp. Colección de Ciencias Sociales, núm. 29. Primera edición alemana (Munich, 1909): Das Finanzkapital (Traducción castellana por V. Romano García).

 

CONTENIDO DE LA OBRA

Se trata de un intento para «comprender científicamente las manifestaciones económicas de la evolución reciente del capitalismo», haciendo especial hincapié en aquellos caracteres que el autor considera esenciales del capitalismo a comienzos de siglo: la concentración del capital y la abolición de la libre competencia.

El libro está dividido en cinco partes:

Primera parte: Dinero y crédito (p. 15).

Segunda parte: La movilización del capital. El capital ficticio (p. 109).

Tercera parte: El capital financiero y la limitación de la libre competencia (p. 201).

Cuarta parte: El capital financiero y las crisis (p. 269).

Quinta parte: Sobre la política económica del capital financiero (p. 337).

Primera parte: Dinero y crédito

1. La necesidad del dinero.— Hilferding comienza considerando que, en el fenómeno del cambio, para que dos mercancías se intercambien a su valor es preciso que la relación cuantitativa entre ambas sea igual a la relación cuantitativa del tiempo de trabajo socialmente necesario empleado en su producción. En la sociedad capitalista no se da esta condición, sino que el cambio se rige por la regla de que a igual capital se debe dar un beneficio igual y sería por eso que los productos no se venden a su valor, sino a su precio de producción (p. 19). Se daría entonces, para Hilferding, el hecho de que «únicamente cuando el individuo haya logrado el cambio tendrá la prueba de que ha producido algo socialmente necesario; sólo entonces puede iniciar de nuevo la producción. La cosa facultada por la acción conjunta de las mercancías para expresar el valor de todas las otras es el dinero» (p. 21). «Por lo tanto el valor de todas las mercancías se expresa con carácter socialmente válido en la mercancía dinero, en un quantum determinado de su valor de uso» (p. 22), y la circulación de cambio convertiría en dinero aquella mercancía que, en virtud de sus cualidades naturales, es la más apropiada para ello. El Estado o el orden legal convierten el dinero en moneda y nada más que en el círculo que lo haya acordado, esto es, dentro del Estado, vale esta escala.

2. El dinero en el proceso de circulación.— Hilferding comienza este capítulo recordando que, «por lo pronto, la cantidad de los medios de circulación está determinada por la suma de precios de las mercancías» (p. 27). Luego anota que dentro de la circulación de mercancías (M-D-M) el dinero aparece como catalizador de valor en el que se cambia la mercancía, para desvanecerse luego como equivalente. «Como catalizador de valor el dinero aparece necesario; como equivalente es superfluo» (p. 28). Es necesario porque sólo así se expresa en forma «socialmente válida el valor de la mercancía». De ahí deduce algo que comentaremos en su oportunidad, que «la anarquía del modo de producción capitalista es la causa de la necesidad del dinero» (p. 29).

Continúa el autor con algunas afirmaciones de teoría y técnica monetaria. «En una moneda papel pura, con circulación forzosa, el valor del dinero de papel está determinado con velocidad invariable de circulación por la suma de los precios de las mercancías que deben entrar en la circulación. El dinero de papel se independiza aquí completamente del valor del oro y refleja directamente el valor de las mercancías según la ley de que su suma total representa el mismo valor que la relación:

suma de precios de las mercancías

                                                                                         

cantidad en circulación de unidades monetarias homogéneas

(...) El valor aparente del papel es realmente el valor de las mercancías, lo mismo que la luz aparente de la Luna es realmente la luz solar» (pp. 30-31).

Es así que el valor del dinero y el precio del metal siguen movimientos completamente distintos. El dinero en papel del Estado, con cotización obligatoria, es, entonces, la forma perfecta del signo del valor y la única forma de dinero de papel que brota directamente de la circulación metálica o de la circulación simple de mercancías. Y en el orden internacional funcionan como dinero universal el oro y la plata, según el peso.

3. El dinero como medio de pago. El dinero crediticio.— Hasta ahora el autor consideró exclusivamente el dinero como medio de cambio. Pero mediante la separación de la venta y el pago, el dinero recibe una nueva función: la de ser medio de pago. En este caso el dinero «entra en la circulación, pero después que la mercancía ha salido de ella (...). Supone el acuerdo mútuo de comprador y vendedor para aplazar el pago» (p. 54). Por lo tanto, en contraposición al papel moneda de curso forzoso que brota como producto social de la circulación, el dinero de crédito está garantizado particularmente y no socialmente, y por eso debe ser siempre transformable, convertible en dinero. De ahí que, como medio de pago, el dinero sólo puede ser sustituido por órdenes de pago. Con la concentración de los pagos en el mismo lugar se desarrollan naturalmente algunas instituciones y métodos para su compensación. Con lo cual, cuanto más voluminosa sea la concentración de pagos, menor será, relativamente, la masa de medios de pago que se encuentran en circulación.

4. El dinero en la circulación del capital industrial.— Hilferding comienza aquí una consideración volcada a «la monotonía del proceso de mercado siempre idéntico, donde el dinero se cambia en mercancía y la mercancía en dinero de un modo siempre semejante en la forma» y adelanta, al principio del capítulo, que sólo una fuerte esperanza de dar con el secreto de cómo el crédito capitalista domina los procesos sociales «puede alentar al lector a pasar con alguna paciencia las estaciones dolorosas del capítulo siguiente» (p. 61).

El autor observa que en el proceso de circulación de capital, todo capital aparece como capital monetario en su primera aparición. Luego se transforma en mercadería de una clase determinada: medios de producción (Mp) y en fuerzas de trabajo (T). Le sigue el proceso de producción que no encierra ningún cambio de forma de valor, pero la fuerza de trabajo incrementa el valor. Como mercancía cuyo valor ha aumentado en la plusvalía (M’), la mercancía abandona los lugares de producción para experimentar su segundo y último cambio de forma, para transformarse en dinero (D’). El capital monetario, capital en mercancía y el capital productivo no son clases de capital independientes, sino sólo formas de función especiales del capital industrial.

En la fase D-T el crédito no jugaría ningún papel porque la manutención del obrero requiere un pago repetido en plazos cortos... Pero en el proceso D-Mp el crédito puede jugar un papel mayor. El capitalista sólo adelanta su dinero (al gastarlo en Mp) y éste, al cabo del proceso, vuelve a él; por lo tanto puede serle adelantado o prestado a él mismo.

Si bien hablaremos más adelante de la gran influencia de El Capital en este libro, cabe notar que este capítulo demuestra dicha influencia, no sólo en las abundantes citas a la sección segunda del libro segundo de la obra citada, sino muy especialmente en el inconfundible estilo lento, reiterativo y complicado de análisis utilizado por Marx.

Hilferding continúa su análisis del proceso productivo considerando el concepto de «rotación». La define como «la circulación de capital, no como proceso aislado sino periódico» (p. 66). Es el tiempo necesario para consumar el proceso D-D’. «Tiempo de producción» es el tiempo en que el capital está sometido al proceso de explotación como capital productivo. Si no transforma en seguida el D en T y Mp, nace el capital monetario congelado, que puede ser para retener y alcanzar una suma necesaria para reposición del capital fijo o para acumulación. Si la rotación se alarga, crece la demanda en el mercado monetario, porque el industrial necesita capital complementario para continuar en la circulación del capital productivo. El desarrollo de la técnica reduce el período de trabajo, pero esto significa acelerar más la rotación del capital circulante y de la plusvalía. Pero al mismo tiempo aumenta el capital fijo, cuya rotación es la más larga, y como este incremento del capital fijo progresa a un ritmo más rápido que el del circulante, una parte cada vez mayor del capital total retarda así su rotación.

Hilferding considera varias circunstancias que actúan en la masa del capital congelado y en la duración de la congelación. Se podrían resumir en: «la composición orgánica del capital, especialmente la relación del componente del capital fijo con el circulante; el desarrollo de la técnica comercial, que reduce el tiempo de circulación; la evolución actuante en el mismo sentido de los medios de transporte, pero contra la que crece una tendencia opuesta en la continua búsqueda de mercados alejados; la diversidad en el ritmo de los reflujos a consecuencia de las oscilaciones periódicas de coyuntura, y finalmente, la rápida o retardada acumulación productiva» (p. 73).

El autor reafirma su convicción de que el dinero es fruto necesario de la anarquía del modo de producción capitalista. A continuación cita a Marx: «Si imaginamos la sociedad no capitalista, sino comunista, entonces el capital monetario desaparece completamente, por lo pronto, y también las simulaciones de las transformaciones que entran con él. La cosa se reduce simplemente a que la sociedad tiene que calcular con anticipación cuánto trabajo, medios de producción y alimentos puede emplear sin ninguna ruptura en las ramas del comercio que, como la construcción de ferrocarriles, por ejemplo, durante bastante tiempo, un año o más, no suministran ni medios de producción, ni alimentos ni cualquier efecto útil, sino que retiran de la producción anual trabajo, medios de producción y alimentos (El Capital, t. II)» (p. 74). La teoría del valor-trabajo, tomada de Marx, se ve bien asimilada por Hilferding, y es la que informa toda esta primera parte de su libro.

Hilferding observa que puede haber un crédito de capital debido a la liberación periódica de capital que un capitalista pone a disposición de otro. Este crédito se diferencia esencialmente del crédito de pago en que surge únicamente sobre la base de la circulación simple de mercancías.

5. Los bancos y el crédito industrial.— Históricamente la letra de cambio sustituyó al dinero, ejecutando ella misma una función monetaria al actuar como dinero difuciario. La circulación de letras se basa, entonces, en la circulación de mercancías. Un aumento de producción significa un aumento de la circulación mediante un incremento consiguiente del capital monetario. Este aumento puede ocurrir sin que deba crecer la demanda de dinero en oro, ya que basta que aumente la circulación de letras. Esto sólo está limitado por la suma de transacciones realmente consumadas. Ahora bien, el crédito de letras es concedido mutuamente por los mismos productores. Pero cuando se paraliza la venta de mercancías —condición del movimiento de letras— se debe recurrir a los bancos, que son organizaciones adecuadas para reunir y confrontar las letras. Con el desarrollo de la Banca, el crédito bancario sustituye al comercial, y se amplía temporal y especialmente el alcance del crédito.

El Banco, en un principio, actúa como intermediario de la circulación de pagos, concentrando los pagos y compensando las diferencias locales. Después procura la transformación de capital monetario congelado en activo, y asume una tercera función al reunir los ahorros de las otras clases, y ponerlo a disposición de la clase capitalista en forma de capital monetario. Esta «disponibilidad de capital monetario es lo que le da al Banco la prepotencia frente a la empresa, cuyo capital está inmovilizado como capital de producción o de mercancías» (p. 95).

6. El tipo de interés.— Continúa Hilferding con su estudio del aparato bancario. Observa que, para el productor, el capital que recibe prestado es una fuente de beneficios. Este beneficio se dividiría en dos partes: a) interés, que vuelve al prestamista y cuyo nivel depende de la oferta y la demanda. Su tope máximo es el beneficio total; b) beneficio neto que queda para el productor.

El interés es accidental, mientras que el beneficio es esencial al capitalismo —«tanto condición como meta de la producción capitalista (...) la producción capitalista es inimaginable sin la producción de beneficios» (p. 99)— y este carácter accidental se debe a que el interés «nace del hecho de que no sólo los capitalistas productores dispongan de dinero» (p. 99).

Segunda parte: La movilización del capital. El capital ficticio.

En toda esta segunda parte, Hilferding estudia las Sociedades Anónimas, las acciones y la Bolsa. Estos temas fueron tratados con más profundidad y perspectiva histórica a partir de la segunda guerra mundial. Nos limitaremos a un mero resumen, evitando las citas al texto, dejando de lado las reiteraciones propias del método expositivo adoptado por el autor.

7. La sociedad por acciones.— Hay una disociación en la sociedad por acciones, que rara vez ocurría en la empresa individual: la del capitalista industrial y la función del empresario industrial. Con este cambio de función, el capital que se invierte en la sociedad por acciones adquiere la función del capital monetario puro para el capitalista. El accionista actúa como simple capitalista monetario: transfiere su capital monetario para volverlo a recibir después de un cierto tiempo con los intereses —en este caso dividendos—. Quizá la inseguridad del accionista, algo mayor que la del capitalista monetario, le aportará cierta prima por riesgo.

La acción es un título de renta —realizable en la Bolsa de Valores—, un título de crédito sobre la futura producción, capitalizando los rendimientos de la empresa y constituyendo esa capitalización el precio de la acción, parece existir un segundo capital en estos precios por acciones. Pero esto es sólo un capital ficticio. Lo que existe realmente es sólo el capital industrial y sus beneficios.

Hay una ganancia de fundación que proviene de la diferencia entre la suma de lo que se hubiera recibido si se hubiera prestado su capital a un empresario individual —interés corriente— y lo que recibe efectivamente el accionista —tasa de beneficios media que es generalmente mayor—. O sea que, en definitiva, es derivada por la transformación de un capital portador de beneficios en un capital portador de intereses.

En el transcurso de la vida de la sociedad por acciones puede continuar creciendo la diferencia entre capital realmente activo y el capital en acciones (o capital ficticio).

Con el desarrollo de la sociedad por acciones, y la creciente concentración de la propiedad, aumenta el número de grandes capitalistas que han invertido su capital en diversas sociedades por acciones. Los bancos, por ejemplo, no pueden pensar en procurar voluntariamente el capital de una empresa individual, pero con la sociedad por acciones es distinto, porque basta con adelantar el capital y volverlo a recibir mediante la venta —por parte de la sociedad— de estas acciones. La sociedad no está limitada por sus rendimientos porque puede reembolsar los préstamos que se le concedió mediante la emisión de acciones, y con esto el banco obtiene una ganancia de fundación. Por esto la sociedad por acciones tiene un acceso más grande al mercado monetario que la empresa individual. En esta facultad de centralización del capital, las sociedades por acciones realizan una función semejante a los bancos. Además de esa facilidad de procuración, tiene una facilidad de acumulación, sobre todo cuando los dividendos son altos. También hay que considerar que la sociedad por acciones recibe crédito con mayor facilidad porque la forma de su organización facilita la vigilancia mediante la simple delegación de un hombre de confianza del banco.

Por último, si hay coyuntura desfavorable puede reducir sus precios por debajo del precio de producción —costo-beneficios— a un precio (costo + intereses) que es inferior, y siempre podrá repartir un dividendo igual o poco inferior al interés medio.

8. La bolsa de valores.— La Bolsa es el mercado de títulos. Hay dos grandes grupos de títulos: a) los meros pagarés; o sea, los que representan la suma de dinero por la que se han librado. Su principal exponente es la letra de cambio; b) los que no representan una suma de dinero, sino su venta: títulos de interés fijo —deudas del Estado y obligaciones— y títulos de interés variable: acciones.

La actividad bursátil específica es la especulación, que aparece en primer lugar como compraventa de títulos de capital, no de mercancías, y consiste en obtener beneficios de las variaciones de precios. Su objeto principal son los títulos de renta variable y la variación de sus precios depende esencialmente de dos factores: nivel de beneficios y nivel del tipo de interés. Como este último generalmente es conocido por igual por todos los especuladores, la incertidumbre gira sobre el futuro beneficio.

La función de la Bolsa varió en el transcurso del desarrollo económico. Cuando nace el mercado de los capitales ficticios, se hace posible la especulación.

Los negocios bursátiles se cierran rápidamente, lo cual requiere cierta falta de formalidades en la conclusión del negocio para aprovechar oscilaciones de precios poco duraderas. Para sacar más provecho a las ventajas del crédito se hacen las operaciones a plazo, y el dinero se utiliza sólo para saldo de las diferencias, con lo cual disminuye el capital necesario para la especulación.

9. La bolsa de mercancías.— Hilferding toma la interpretación amplia del vocablo Bolsa: todo lugar frecuentado por numerosos comerciantes. Lo que interesa en este caso es que la mercancía en la Bolsa es objeto de especulación y sirve como garantía. De lo cual resulta un nuevo tipo de utilización del capital bancario que entra en el comercio, pero sólo en su forma característica: como capital productor de intereses. El comerciante ahora sólo necesita un capital propio más pequeño para colocar las mismas cantidades de mercancías.

Las asociaciones monopolistas suprimen por completo las bolsas de mercancías, porque fijan los precios para períodos bastante largos y hacen imposible la explotación de las oscilaciones de precios. Además, la Bolsa logra la compensación mediante precios bajos, lo cual perjudica los cartels.

10. Capital y ganancia bancarios.— Los Bancos, además de las funciones de mediación de pago y crédito, tienen ahora, gracias a la movilización de capital, nuevas esferas de actividad: la emisión y la especulación. Como intermediario de crédito, la ganancia neta del Banco consiste en la diferencia entre intereses pagados a él y los que tienen que pagar por las colocaciones. Esta ganancia no es propiamente beneficio, y su nivel depende del de la tasa de interés y no del de la tasa de beneficios. Sin embargo, la suma de las ganancias calculadas sobre el capital propio del banco debe ser igual a la tasa media de beneficios.

Tercera parte: El capital financiero y la limitación de la libre competencia.

Después de analizar uno de los principales aspectos de la economía de principios de siglo, Hilferding pasa a analizar lo que, siempre según su particular visión de la sociedad, constituiría la segunda característica: la formación de grandes empresas mediante la combinación de capitales.

11. Obstáculos a la nivelación de las tasas de beneficios y su superación.— Para Hilferding «la obtención del mayor beneficio posible es el móvil de todo capitalista individual» (p. 202). Esto trae la tendencia a nivelar la tasa media de beneficios para todos los capitales. Ahora bien, con el desarrollo técnico va creciendo la parte de capital fijo más rápidamente que la del capital circulante, lo que significa mayor dificultad para la transferibilidad del capital, porque el capital circulante vuelve a transformarse en dinero después del transcurso de todo período de rotación, y se puede invertir entonces en cualquier otra rama de la producción. Además, hay que considerar que con el desarrollo técnico se amplía la escala de producción, y esto requiere una suma de capital mayor para ampliar de un modo correspondiente la producción en general. Entonces se puede dar, al mismo tiempo que la movilización de capital, una coalición de éste, y esto elimina el obstáculo creado por la creciente magnitud de la empresa. «Cada vez más la nivelación de la tasa de beneficios sólo es posible mediante la afluencia de nuevo capital a las ramas en que la tasa de beneficios sea superior al promedio, mientras que es muy difícil la fuga del capital de las ramas de la producción con mucho capital fijo» (p. 207).

La posibilidad de asociación del capital vence con gran facilidad el obstáculo que representa la magnitud del capital inicial y su procuración.

En general, opina Hilferding, «los empresarios son una unidad cerrada, incluso sin haber concluido ningún acuerdo» (p. 211), pero «en la depresión ocurre lo contrario: cada cual opera brutalmente contra los otros». Por eso los cartels se forman con mayor capacidad en la época de prosperidad, o al menos tras el vencimiento de la depresión, y se disuelven con mucha frecuencia en la depresión cuando no están organizados rigurosamente.

En la depresión se perjudican más las ramas que suministran materia prima, porque los minerales no se gastan y la mano de obra juega un papel importante. Esto sólo puede vencerse mediante la combinación, es decir, mediante la unión de la industria extractiva con la manufacturera. Así se logra compensar las diferencias de coyuntura dando más constancia a la tasa de beneficios, y se elimina el beneficio comercial con el consiguiente aumento del beneficio industrial. Se fortalece de esta manera la posición de la empresa combinada frente a la simple en los momentos de depresión.

La unión de empresas se puede dar de dos maneras: comunidad de intereses, en la que las empresas conservan formalmente su independencia, y fusión en una nueva empresa.

El cartel sería una comunidad de intereses monopolistas, lo más amplia posible, de las empresas, con el fin de aumentar los precios mediante la exclusión de la competencia (p. 218).

El trust es una fusión monopolista con el mismo fin que debe ser alcanzado con el mismo medio (p. 219).

La combinación, la fusión y el trust conceden ventajas técnicas y económicas, que son inherentes a la empresa mayor frente a la menor. Tenemos así una concentración de establecimientos o de empresas sin concentración de propiedad.

En una coyuntura favorable, los que están fuera de la combinación (outsiders) venden generalmente por encima del precio del cartel, y éste debe aprovechar los beneficios que recibe ahora para soportar la depresión y debe saber tener un nivel de producción controlable que no le haga tener en tiempos de depresión una superproducción muy elevada. Por eso, puede ser que a veces el cartel tolere, e incluso le interese la existencia de ciertos outsiders que no le quiten el dominio del mercado y soporten las oscilaciones de la coyuntura, satisfaciendo una demanda ocasional que desaparece en la depresión.

12. Cartels y trusts.— Ya había señalado Hilferding que el simple acuerdo de precios sólo se puede realizar en los tiempos de prosperidad. Si el cartel quiere continuar el acuerdo, debe motivar una relación tal entre la oferta y la demanda que logre mantener en el mercado el precio fijado. Tiene que regular la oferta y limitar la producción. «Este cartel que de una forma puramente contractual se convierte, mediante la supresión de la independencia comercial de las empresas, en una unidad comercial, se llama Sindicato» (p. 228). Una vez constituido el Sindicato, debe serles igual a los compradores comprar en cualquiera de las empresas cartelizadas. O sea, que de un simple acuerdo de precios, pasando por un acuerdo sobre la producción, se puede llegar a que los beneficios no recaigan sobre la empresa que los ha hecho realmente, sino que se reparten entre la totalidad de los participantes. Se puede limitar tanto la independencia de las empresas en la forma de cartel que llega a desaparecer su diferencia con el trust.

13. Los monopolios capitalistas y el comercio.— En este capítulo el autor no se aparta de la teoría de la improductividad del comercio, esbozada por Marx en la sección cuarta del libro tercero de El Capital. Ve así que con la concentración de la industria se demuestra el carácter superfluo del comercio. Recuérdese que para Marx el capital comercial es aquel que actúa sólo en circulación, y la circulación, para Marx, no crea ningún valor. Hay entonces un contraste de intereses entre el capital industrial y el comercial. Nace una lucha en la que tiene suma importancia la forma de capital, ya que la disposición de capital monetario da una superioridad a medida que se desarrolla el sistema de crédito. «La cartelización suprimirá al comercio como esfera de inversión de capital» (p. 236). Después de una afirmación tan categórica, que comentaremos oportunamente, el autor hace un reparo minúsculo, para cubrir así lo que para él serán casos excepcionales: el comercio a veces puede obstaculizar la cartelización con su influencia ante el capitalista industrial más pequeño, y procura por otro lado fortalecer esta influencia formando, él mismo, un sindicato.

14. Los monopolios capitalistas y los Bancos. Transformación del capital financiero.— «El propio cartel presupone un gran Banco que esté en situación de abastecer continuamente el potente crédito de circulación y de producción de todo un sector industrial» (p. 252). Hilferding ve sólo una forma de disminuir esta dependencia de la industria con respecto a los Bancos: mediante la unión de un Banco industrial y uno de depósitos. Llega así a la conclusión de que «con la formación de cartels y trusts el capital financiero alcanza su mayor grado de poder, mientras que el capital comercial vive su degradación más profunda» (p. 254).

15. La determinación de precios de los monopolios capitalistas. Tendencia histórica del capital financiero.— «Lo indeterminado e inconmensurable bajo el dominio de los precios de monopolio es la demanda» (p. 257). Cuando las asociaciones monopolistas eliminan la competencia, eliminan con ella el único medio con que pueden realizar una ley objetiva de precios. «La cartelización significa, en primer lugar, un cambio en la tasa de beneficios. Este cambio se ha llevado a cabo a costa de la tasa de beneficios de las otras industrias capitalistas (...) mediante el aumento del precio del cartel» (p. 251). El aumento de precios tiene que dejar, en primer lugar, a las industrias no cartelizadas una tasa de beneficios que les permita la continuidad de la producción. Pero, en segundo lugar, no puede reducir en exceso el consumo. En las empresas no cartelizadas se va agudizando la competencia hasta que son aptas, finalmente, para el cartel o están en condiciones de ser anexionadas a una industria ya cartelizada. La cartelización significa, entonces, beneficios extraordinarios muy grandes pero, al mismo tiempo, significa un retardo en la inversión de capital, porque la primera medida del cartel es la limitación de la producción. Va creciendo rápidamente la masa de capital determinado para la inversión y, a su vez, se contrae la posibilidad de invertirlo. La solución de esta contradicción es, para Hilferding, la exportación de capital.

Cuarta parte: El capital financiero y las crisis.

16. Las condiciones generales de la crisis.— Al igual que Marx, Hilferding cree que «la posibilidad general de la crisis se da con la duplicación de la mercancía en mercancía y dinero» (p. 270). Esto implicaría «una posibilidad de interrupción en el río de la circulación de mercancías». Cuando en el proceso M1-D-M2, el D no realiza —por atesoramiento, por ejemplo— M2, éste queda invendible y con ello se da el estancamiento.

Una segunda condición de la crisis se daría con la anarquía de la producción capitalista, que generaliza la producción de mercancías y amplía los mercados locales y dispersos hasta convertilos en un mercado mundial, lo cual amplía la esfera afectada por la crisis. Como las crisis en su sucesión periódica no son, para Hilferding, otra cosa que producto de la sociedad capitalista, busca su causa en el carácter del capital y hace una recapitulación del análisis de Marx sobre las condiciones de equilibrio del proceso social de producción, basándose en la sección tercera del libro segundo de El Capital (vid. recensión de El Capital, pp. 76 a 82).

17. Las causas de la crisis.— Cuando mejoran las condiciones técnicas, se eleva la composición orgánica del capital, y esto reduce la tasa de beneficios. Pero durante la prosperidad se puede alargar el período de trabajo por una escasez de fuerza de trabajo, por explotación demasiado intensiva del capital constante —estropeando la maquinaria— o por negligencia en las reparaciones. Todo esto aumenta la demanda de fuerza de trabajo, cuyo precio sube.

La crisis «sobreviene, pues, en el momento en que las tendencias de la tasa de beneficios decreciente se imponen frente a las tendencias que, debido a la demanda aumentada, han motivado un alza de los precios y del beneficio» (p. 291). La crisis es, por lo general, más fuerte allí donde la rotación del capital dura más tiempo y las mejoras e innovaciones técnicas son más grandes.

18. El crédito en el desarrollo del ciclo.— Si se alarga el período de rotación del capital, es decir, el retardo en la venta, se sigue un descenso en la velocidad de circulación del dinero de crédito. Se prorrogan o renuevan las letras, lo que implica un aumento de la demanda del crédito bancario. Se produce así un agotamiento progresivo de las reservas bancarias, que termina por manifestarse en la petición de crédito al Banco central emisor. Al limitar los bancos su crédito, las empresas necesitan vender para obtener los medios de pago que necesita. Comienza la reducción de precios y la presión crediticia crece, llegando el interés al máximo. Sólo queda el remedio de vender: los precios caen bruscamente y el estancamiento es absoluto. Si el Banco ha invertido sus recursos en crédito a industriales ahora insolventes, la bancarrota de éstos arrastra consigo la del Banco. Hay alarma, todo el mundo exige los depósitos al contado y el pánico se va extendiendo de uno a otro Banco. Sólo se reconoce como único medio de circulación el dinero en efectivo. Hay que tener en cuenta que esta crisis es esencialmente monetaria y no se presenta como condición necesaria de la crisis.

19. Capital monetario y capital productivo durante la depresión.— Durante un período con producción disminuida o constante no es posible la pura acumulación monetaria a escala social; sólo cabe la acumulación individual. «Lo normal es que inmediatamente después de la crisis exista una gran liquidez monetaria y, a pesar de todo, pueden pasar años hasta que se imponga por completo la prosperidad» (p. 316).

20. Los cambios en el carácter de las crisis. Cartels y crisis.— La circulación de billetes —recuérdense los primeros capítulos— está basada en la de letras, y ésta se contrae porque su base, la circulación de mercancías, también lo hace. En estas condiciones, la sociedad por acciones incrementa la capacidad de resistencia de la empresa, porque en ella el capital puede entrar de un modo más fácil que en la empresa individual y es más fácil guardar en los años buenos para los malos. Hilferding vuelve a afirmar en este capítulo que la crisis se da por el carácter capitalista de la producción, ya que «el capital ha sido invertido en tal medida que sus condiciones de explotación han caído en contradicción con sus condiciones de realización» (p. 330).

Quinta parte: Sobre la política económica del capital financiero.

21. Transformación de la política comercial.— Hilferding comienza el capítulo haciendo un supuesto que le permite sacar, a partir de este momento, sus conclusiones. Nos advierte que «la lucha contra la intromisión del Estado sólo se pudo llevar con éxito cuando se demostró (...) la autonomía legítima de las leyes económicas y su superioridad sobre la legislación estatal» (p. 338). Luego, hace un resumen de la evolución histórica de la política arancelaria. El capital industrial y comercial inglés estaba interesado en que los demás países adoptaran el libre cambio, con lo cual podría colocar más fácilmente sus productos. Pero el resto de los industriales europeos tenían interés por los aranceles proteccionistas, que le daban una defensa ante la superioridad industrial de Inglaterra. Pero estos últimos países, especialmente Alemania y, en América, los Estados Unidos, se convirtieron en países modelo del desarrollo capitalista, y el arancel proteccionista dejó de cumplir su función como arancel «educativo», para cubrir necesidades del país y capacitarse para la exportación y comenzó a ser un obstáculo para las oportunidades favorables de exportación al inducir a naciones extranjeras a tomar medidas semejantes. Ahora bien, al monopolio no le interesaría esto, porque en el mercado interior alcanzó sobre la producción vendida un beneficio extra —dado incluso por el mismo arancel que lo protege ante la competencia extranjera—, y está entonces en situación de vender por debajo de su precio de producción en el exterior. La historia de los cartels sería una prueba contundente de cuán importante es la exportación para su estabilidad.

22. La exportación de capital y la lucha por el espacio económico.— Cuanto mayor sea el espacio económico y más poblado esté, tanto menores serán los costes de producción. Las perturbaciones de la producción se compensan más fácilmente en un espacio mayor. El capital financiero desplegará entonces una política que persigue tres objetivos bien definidos: a) la creación de un espacio económico lo más grande posible; b) la exclusión en él de la competencia extranjera mediante las murallas del arancel proteccionista; c) la conversión de ese espacio en un área de explotación para las asociaciones monopolistas nacionales. Esta explotación se ve favorecida porque en los países con escaso desarrollo capitalista, debido a una baja composición orgánica del capital, habrá una mayor tasa general de beneficios. Para entender esto debe recordarse la teoría de Marx, en contradicción con la realidad, de que la plusvalía es mayor cuando hay una escasa proporción de capital fijo (vid. recensión a El Capital, p. 151). Además, en esos países, la fuerza de trabajo es más barata.

Según Hilferding, la burguesía, en su fase liberalista, era contraria al Estado, pero ahora el capital financiero no quiere libertad, sino dominio, «detesta la anarquía de la competencia y aspira a la organización, ciertamente sólo para poder reanudar la competencia en un nivel más alto» (p. 378).

23. El capital financiero y las clases sociales.— Como para Hilferding lo social está determinado exclusivamente por lo económico, no es de extrañar que en este capítulo haga un análisis pseudosociológico de la dinámica de las distintas clases sociales, apoyándose en que «el desarrollo del capital financiero modifica totalmente la estructura económica y política de la sociedad» (p. 381). Sostiene que contra el dominio del capital industrial se rebeló en primer lugar la pequeña burguesía y la clase obrera y ambas actuaron en el sector económico. Ahí ve Hilferding el nacimiento de los tres grupos de asociaciones económicas: asociaciones industriales, cooperativas y organizaciones obreras. Al principio del desarrollo capitalista, la clase de los propietarios agrícolas continúa llevando una política mercantilista hasta que se le asegura un nivel de precios, y además «la política agraria pasa cada vez más a manos de la gran propiedad» (p. 385), que, según Hilferding, está unida a la propiedad minera y/o a industrias propiamente rurales o localizadas en el campo. El capital financiero aparece así en antagonismo con el capital medio y pequeño. Los capitalistas no cartelizados buscarían la defensa contra el cartel de los otros, en la creación del suyo propio y de ningún modo en la lucha por el libre cambio. «Se reconoce cada vez más que es incontenible el retroceso de la clase media industrial y la doctrina marxista de la concentración se ha convertido en un lugar común» (p. 389).

La antigua clase media es ahora incapaz de una política independiente, y sólo clama por la mano dura del gobierno, sobre todo si va dirigida contra los obreros. Ve entonces el surgimiento de una nueva clase media: empleados del comercio y de la industria, con interés por el ascenso; el surgimiento de esta clase lo atribuye a la separación de la dirección y de la propiedad.

24. La lucha por el contrato de trabajo.— Este proceso («lucha» para Hilferding) reuniría tres estados: el fabricante individual, en primer lugar, «se enfrenta» al obrero individual. Segundo: el fabricante individual «lucha contra» la organización de trabajadores. Y por último las organizaciones de los empresarios se enfrentan solidariamente ante la de los obreros.

El sindicato obrero aspira al monopolio de la oferta de la mercancía fuerza de trabajo, pero para esto debe contar con la voluntad de sus miembros, y el interés momentáneo de los obreros individuales es generalmente opuesto al de la clase de los trabajadores.

A nivel general, el aumento de salarios no tiene efecto sobre el precio de las mercancías, pero para el capitalista individual o de una rama de la industria, el aumento de salarios se presenta como un incremento del precio de coste y reduce, eso sí, la tasa media de beneficios lentamente, porque el industrial no puede aumentar los precios con total libertad. El sindicato, entonces, puede operar con tanto más éxito cuanto mayor sea la tasa de beneficios. Hay una manera de evitar acuerdos especiales con empresarios individuales, mediante el convenio tarifal, de organización a organización. Su desventaja consiste en estipular anticipadamente el momento para un nuevo acuerdo y quitar así al sindicato la elección del momento de combate. La magnitud de las luchas entre organizaciones las hace al mismo tiempo políticas y «demuestra a los obreros organizados sindicalmente la necesidad de complementar la acción sindical con la política» (p. 411).

25. El proletariado y el imperialismo.— En este último capítulo, Hilferding saca algunas conclusiones sobre la evolución de la política del capital financiero y, con cierto tono triunfante, predice las inmediatas victorias del socialismo y adelanta las condiciones para estos logros.

Observa que esta política imperialista y expansionista del capital financiero es la que generaliza la revolución que significa el capitalismo y con ello generaliza, al mismo tiempo, las condiciones para el triunfo del socialismo. «Pero todo esto sólo puede ponerse al servicio de una nueva ordenación de la economía cuando la clase que tiene que ser la creadora de la nueva sociedad anticipe en su conciencia toda esta política y sus resultados necesarios» (p. 415). Pero así como el capital varió de política pasando de la del capital industrial a la imperialista, el proletariado no puede seguir oponiendo la misma política: no puede responder con el libre cambio sino con el socialismo, y la «función socializadora del capital financiero facilita extraordinariamente la superación del capitalismo. Tan pronto como el capital financiero haya puesto bajo su control las ramas más importantes de la producción, basta que la sociedad se apodere del capital financiero a través de su órgano consciente de ejecución, el Estado conquistado por el proletariado, para disponer inmediatamente de las ramas más importantes de la producción» (p. 416). Concluye su obra con la misma consideración que llevó a Marx a hacer su conocida «profecía» sobre cuáles serían los primeros países en que triunfaría el socialismo: «es una ley histórica que en las formaciones sociales basadas en antagonismos de clases, las grandes revoluciones sociales no se producen hasta que la clase dominante ha alcanzado el nivel más alto posible de concentración de su poder» (p. 419).

 

VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA

Sería muy sugestivo contar las numerosísimas citas que Hilferding hace del libro cumbre de Marx. No en vano, en las primeras páginas deposita toda su confianza en esta obra y quiere infundirnos su misma elemental seguridad diciendo que «la política del marxismo, al igual que la teoría, está libre de juicios de valor» (p. 11). Más adelante explica el porqué del tono irónico que asume al hablar de los que, como ya hacía Marx, llama «economistas vulgares»: «El conocimiento de las leyes del devenir de la sociedad que da el marxismo garantiza siempre una superioridad al que lo hace suyo» (p. 11).

Todo el libro, escrito generalmente en un tono frío, excepto quizá algún desborde en los capítulos finales, trasluce la firme convicción de Hilferding de que «el marxismo, que es lógicamente una ciencia objetiva y libre de juicios de valor (el autor quiere convencerse y convencer al lector de esto —que considera condición de certeza— y lo repite en dos páginas consecutivas) constituye el patrimonio de los dirigentes de la clase proletaria cuya victoria (otra convicción de Hilferding) será el resultado de la investigación de aquél» (p. 12).

La estrecha relación de este libro y El Capital nos permite hacer la crítica del primero basándonos en la recensión del último.

Las referencias a «EI Capital»

1. La teoría del valor.— Hilferding, además de citar a Marx al hablar del valor de las mercancías, hace continuas referencias implícitas al trabajo como exclusiva fuente de valor. Por ejemplo: «cuando, en el cambio, la relación cuantitativa de las mercancías es igual a la relación cuantitativa del tiempo de trabajo socialmente necesario empleado en su producción, entonces se cambian las mercancías a su valor» (p. 19).

Ya en la recensión citada (vid. p. 139) se hace la crítica correspondiente a esta teoría. Recordemos que el trabajo es sólo uno entre varios de los factores que inciden en el valor: se debe tener en cuenta, por ejemplo, la escasez y utilidad de la cosa. El éxito de esta teoría, a pesar de su inestabilidad argumental, radica en que, con ella, Marx no habló a la cabeza, sino al corazón, y éste ante la nobleza del trabajo y su superioridad ante el resto de los factores, se olvida de considerar la intervención de estos últimos.

Esta teoría le lleva a encontrar la causa de la necesidad del dinero «en la anarquía del modo de producción capitalista» (p. 29). No llega a percatarse de que el dinero es necesario en toda economía, aun la socialista, ya que cumple una doble misión que sólo él puede realizar: como medida de valor y como medio de pago generalmente aceptado.

2. La teoría del capital y del plusvalor: el sistema capitalista.— Hilferding, al igual que Marx, considera al capital como el dinero que entra en la circulación para obtener plusvalor, y la explotación del trabajador como una necesidad del sistema. De la misma manera que Marx, ve el origen del plusvalor en el capital variable y considera que la explotación del trabajador va en creciente aumento debido a las exigencias del sistema. Estas dos consideraciones están en evidente contradicción con la experiencia, pero una crítica más profunda a la teoría puede verse en las páginas 147 a 160 de la recensión a El Capital; Hilferding no añade nada sustancial a esta teoría.

3. La teoría de la ganancia media y el reparto del plusvalor.— El principal aspecto para considerar en este punto es la aplicación que hace Hilferding a la improductividad del comercio, y su irreversible retroceso ante la combinación de la industria extractiva y la manufacturera. Al considerar las conclusiones comentaremos las predicciones que hace Hilferding al respecto.

4. La teoría de la cuota decreciente de ganancia y de las crisis.— Tampoco aquí se aparta Hilferding de su obra madre, al considerar las crisis periódicas como soluciones pasajeras para purgar los desajustes necesarios del sistema capitalista, debidos al divorcio entre la propiedad y el trabajo, entre el precio y el valor. La crítica a esta teoría se encuentra en las pp. 167 y ss. de la recensión citada.

Algunos aspectos peculiares de la obra de Hilferding

Una vez sentadas estas hipótesis, Hilferding es coherente con ellas. Además de una interpretación bastante simplista de la historia anterior al capitalismo, y de una interpretación no menos simplista de la sociedad a principios de siglo, el autor oscurece el armazón y la técnica de su libro con afirmaciones que dejan traslucir la existencia de supuestos no bien fundamentados.

1. Los conflictos sociales son exclusivamente originados por la lucha de clases. Si bien ésta es una afirmación que suscribe todo marxista, Hilferding le da una especial importancia, ya que considera que la ingenuidad del liberalismo favoreció el rápido desarrollo de los cartels. Y para que no quepa duda de que hay que estar dispuesto a llegar al extremo para mejorar la situación de opresión existente, exclama: «¡Qué ilusión la de creer en la armonía de intereses, en un mundo de lucha capitalista donde sólo decide la superioridad de las armas! ¡Qué ilusión la de esperar el reino de la paz eterna y predicar la ley internacional donde sólo la fuerza decide el destino de los pueblos! La justicia eterna es un sueño amable, pero nunca se construyó un ferrocarril con prédicas morales. ¿Cómo podemos conquistar el mundo si queremos esperar a que la competencia se convierta a esos ideales?» (p. 380).

Hilferding parece no contentarse con esta desaforada apología de la violencia como única vía posible de los cambios —lo que en definitiva supone una contradictoria visión estática de la evolución de las sociedades—, sino que además olvida por completo la diversidad de resortes que llevan al hombre a un antagonismo con sus semejantes: el racismo, el nacionalismo, la envidia, el odio cultural, etc.

Hilferding presenta los inconfundibles síntomas del monismo crónico que padece el marxismo: el trabajo como única fuente de valor, la lucha de clases como exclusiva causa de los conflictos sociales, lo económico como única «infraestructura» de la sociedad, etc.

2. Confusión de monopolio con empresa gigante. El monopolio, de por sí no tiene por qué adquirir las dimensiones de una macro-empresa, y, sobre todo, no toda empresa gigante es un monopolio. Hilferding parece olvidar esto, y siempre que se refiere a los cartels y combinaciones les atribuye las ventajas propias de los monopolios, lo cual también quita rigor científico a su trabajo.

3. Debido a esa visión estática de la economía, que impide ver el proceso detallado del paso de un tipo de economía a otro y los distintos matices que se dan en una misma sociedad, Hilferding hace un estudio con continuos ejemplos de una sociedad capitalista altamente desarrollada; un capitalismo puro, lo cual reduce aún más la aplicación de sus afirmaciones.

4. Olvido del aumento del número de los pequeños y grandes negocios. El autor afirma que «una empresa recién montada en una esfera altamente capitalista, ha de tener, desde un principio, una gran dimensión» (p. 207), y luego afirma que la anteriormente combatida ley marxista de la concentración es ahora un lugar común. Hilferding parece olvidar que el carácter de lugar común no da a una afirmación el carácter de ley. Y es así que, como sostenía Bernstein, si bien es cierto que cada vez hay más grandes empresas, el número de los pequeños y medianos negocios es cada vez mayor y aumenta en una proporción superior a la de las grandes empresas.

5. Ironías blasfemas. Hilferding no se queda en una simple descripción atea, radicalmente económica de los hechos sociales, sino que en alguna ocasión hace comparaciones y referencias al catolicismo, gratuitas y blasfemas. Al hablar de las crisis, dice: «Desde entonces ha desaparecido la fe en el poder milagroso del crédito y de la Bolsa; el hermoso culto católico sucumbe, a pesar de Bontoux, ante el sobrio conocimiento que ya no quiere creer en la concepción inmaculada por el espíritu de la especulación, sino que toma lo natural, naturalmente, y deja la fe a los menos, que ya no lo son todos (...) Como la fe se ha convertido en un negocio, el negocio de la fe es cada día menor. La Bolsa ha perdido sus creyentes y ha conservado únicamente sus sacerdotes, que hacen su negocio a costa de la fe de los demás» (p. 329). En otra ocasión no encuentra mejor manera de expresar gráficamente lo que es el capital financiero como unificación del capital, que con una estúpida comparación blasfema a la Santísima Trinidad (Cfr. p. 248).

 

VALORACIÓN DE LAS CONCLUSIONES

Se dice que las doctrinas económicas de una época son siempre el reflejo de la experiencia desdichada de las generaciones pasadas, y este libro parece comprobarlo.

Hilferding, haciendo uso de las bien aprendidas lecciones de El Capital y apoyándose en la experiencia inglesa y alemana de fines de siglo, se desborda con una confianza rayana en la ingenuidad, en una serie de predicciones sobre la «inevitable» marcha del capitalismo.

1. El futuro del comercio.— Al respecto, el autor afirma en la página 236 que «la cartelización suprimirá al comercio como esfera de inversión de capital». Una frase tan categórica facilita la crítica porque basta remitirse a la simple observación de cualquier mercado y ver el número de empresas comerciales que tallan con buenos resultados en el mercado de inversiones. Aun en el mercado más cartelizado, es fácil descubrir cadenas de tiendas, por ejemplo, que adquieren un tamaño respetable. Es conocido el caso de la cadena de almacenes «A. & P.», citado por P. Samuelson, a la cual se trató de aplicar las leyes contra los monopolios, debido a las dimensiones que iba adquiriendo.

2. El futuro de los monopolios.— Aquí también Hilferding se deja llevar por un determinismo entusiasta, anunciando un inevitable y contundente aumento de la gran empresa hasta obtener el control, sin ningún tipo de obstáculos, de toda rama importante de la producción. El autor olvida por completo una afirmación que él mismo hace en una nota del libro: «En general, empieza a reinar la mala costumbre nacida de la despreocupación de la observación teórica, de deducir consecuencias generales de algunas observaciones de pocos años, y de elevar a leyes generales los fenómenos de una fase parcial de un ciclo industrial o, en el mejor de los casos, de un ciclo determinado particularmente característico (...) Reducen conscientemente el conocimiento del sistema económico a charlas de comadres» (p. 317, núm. 3).

Ya hicimos referencia a la costumbre del autor de situarse ante un capitalismo puro, sin ninguna mezcla de otro sistema económico.

Pero actualmente no se da un capitalismo así, sino que lo que generalmente encontramos es un sistema capitalista mixto, con intervención, dirigista o indicativa, del Estado. Y justamente esta intervención estatal es la que se ocupó, con una severa legislación, de que los monopolios no puedan crecer de tal manera que puedan fijar ellos solos los precios para todo el mercado. Los oligopolios dejaron de competir en los precios y pasaron a otros terrenos: publicidad, envase, facilidad de repuestos, rapidez de los servicios, etc.

La política antimonopolista tomó especial énfasis a partir de 1930, pero la primera ley que se conoce contra los trusts es, en Estados Unidos, la llamada Ley Sherman, de 1890. Sin embargo, esta legislación no se limita a la realidad de los Estados Unidos; los países del Mercado Común Europeo reforzaron adecuadamente los dispositivos contra los monopolios, aunque aún hay que esperar un porcentaje mayor de eficacia de las medidas adoptadas.

3. El futuro del capitalismo.— Al margen de la ausencia de una consideración que dejara una vía de posibilidad a lo que efectivamente ocurrió a partir de la postguerra, con la cada vez mayor intervención del Estado en la economía capitalista, Hilferding adelanta que «la función socializadora del capital financiero facilita extraordinariamente la superación del capitalismo», y nos enseña como «ley histórica que en las formaciones sociales basadas en antagonismos de clases, las grandes revoluciones sociales no se producen hasta que la clase dominante ha alcanzado el nivel más alto posible de concentración de su poder» (p. 419). La realidad, como se sabe, se ocupó de dar por tierra con tan contundente «ley», ya que los países más propicios para que se cumpliera —Inglaterra y Alemania— no tuvieron ningún cambio tan sustancial en su economía, mientras que la clase obrera rusa en el momento de la revolución llegaba tan sólo a un 7 por 100 y tampoco se podía hablar de una concentración de la propiedad del capital.

Como opinión más general y de fondo, se puede decir que El capital financiero no se aparta en nada de las teorías y conclusiones de El Capital; muy por el contrario, las reafirma y actualiza. Se puede decir de la obra de Hilferding lo mismo que sobre El Capital: «no es un libro profundo, pero sí complicado: es la complicada reducción del hombre a pura actividad sensible, de la historia de los hombres a economía, del trabajo a la transformación de la materia, de la libertad a la realización de un plan económico (...) de la creación al hacerse de la materia, de Dios a la acción humana» (Recensión El Capital, p. 167).

C.G.S.

 

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