HESSE, Hermann

Siddharta

CONTENIDO

Desde el comienzo del libro se manifiesta lo que parece una obsesión en las obras de Hesse: la búsqueda del propio destino siempre en tensión difícilmente superable entre el yo personal y el entorno lleno de artificios y de tensiones que dificultan la libre expresión entre lo que se es —y se debe ser— y lo que se llega a ser en realidad, muchas veces frustrante.

Afirma que la singularidad de cada hombre y su valor piden esa búsqueda de sí mismo, porque el hombre es como un disparo desde las entrañas de la naturaleza: como una flecha disparada por el arco en busca de la diana (p. 14). El hombre se hace; y, en ese hacerse, sólo llegará a ser él, si ausculta lo que la naturaleza (destino) quiere de él, dejándose llevar.

Siddharta, escrita en 1922, repite prácticamente el tema tratado en otra de sus obras, Demian (1919): la historia de un joven en busca de su destino, pero aquí poniendo por fondo el mundo de la India y la filosofía oriental. Se manifiesta en esta obra el especial atractivo del autor hacia la cultura oriental, en un mundo que parece armonizar lo que contraría el orden con la serenidad interior. Como en casi toda su obra, se percibe el interés del autor por encontrar el ideal auténtico del ser humano, cuyas raíces espirituales podrían situarse en dos polos de influencia de Hesse: el pietismo de carácter protestante, y sus experiencias en el lejano Oriente; la armonía entre los valores éticos y estéticos, la sabiduría del Oriente y la de Occidente.

CONTENIDO

PRIMERA PARTE

I. El hijo del Brahmán

Siddharta es hijo de un Brahmán. Iniciado en la vida de meditación, orgullo de sus padres, admiración de sus vecinos. Tiene un amigo entrañable, Govinda, que le ama más que todos. "Sentía afecto por la mirada de Siddharta y por su cálida voz; gustaba de su manera de andar y de sus armoniosos movimientos; apreciaba todo lo que Siddharta hacía y decía. Pero lo que veneraba más era su inteligencia, sus altos pensamientos ardientes, su férrea voluntad y su vocación sublime. Govinda lo presentía: Éste no será un brahmán corriente, ni un oscuro funcionario de los sacrificios, ni un ávido comerciante de fórmulas mágicas, ni tampoco un orador vano y vacío, o un sacerdote malicioso. Sin embargo, tampoco será una mansa y estúpida oveja entre la masa del rebaño... Si Siddharta un día se convertía en dios, si un día entraba en el imperio de la luz, Govinda le seguiría entonces, como su amigo, su acompañante, su criado, su escudero, su sombra. Todos querían así a Siddharta. A todos daba alegría y gozo" (pp. 8-9).

Pero Siddharta no es feliz. Ninguno de los ritos hasta entonces vividos por él, le daban felicidad. El busca aquello que dé sentido a todo, el atman, lo único, lo indivisible. Pero ¿dónde se puede encontrar? "¿Dónde vivía, dónde latía su corazón eterno? ¿Dónde sino en el propio yo, en nuestro interior, en lo indestructible que cada uno lleva dentro de sí? ¿Pero dónde se hallaba este yo, este interior, este último? No es carne, ni es hueso, no es pensamiento ni conciencia: así lo enseñan los grandes sabios. Entonces, ¿dónde? ¿Dónde se encontraba? ¿Existía otro camino para llegar al yo, al atman..., un camino que valía la pena buscar? ¡Pero nadie enseñaba ese camino! ¡Nadie lo conocía! (p. 10). Los brahmanes lo conocen todo: saben infinidad de cosas. "Pero, ¿tenía algún valor saber todo eso, si se desconocía al Uno, al Único, al más Importante, al únicamente Importante?" (p. 11).

Un día decide que irá con los Samanas. Pide autorización a su padre, quien luego de un intenso combate interior, le deja marchar.

II. Con los Samanas

Convertido en humilde aprendiz, vive en el bosque el ascetismo purificador de los Samanas. En su profunda imaginación, se ve encarnado en garza, en chacal muerto, piedra, madera, agua... Se ve volver siempre a sí mismo. Su yo no padece cambio alguno. Y duda de la verdad de los Samanas. "Aunque Siddharta huyó mil veces del yo, permanecía en el vacío, en el animal, en la piedra, no podía evitar el regreso, como era imposible escapar de la hora en que vuelve uno a encontrarse bajo el brillo del sol o de la luz de la luna, en la sombra o en la lluvia. Y de nuevo era el yo y Siddharta, y sentía otra vez la tortura del ciclo impuesto" (p. 22).

No es posible llegar por ese camino. "Nunca llegaremos al nirvana. Ni él (el más anciano de los Samanas) ni nosotros. Govinda, creo que seguramente ni uno de todos los samanas llegará al nirvana. Ni uno. Encontramos consuelo, alcanzamos la narcosis, aprendemos artes para engañarnos. Pero lo esencial, el camino de los caminos, ése no lo hallaremos" (p. 25). Govinda está sorprendido de la afirmación de su mentor.

Oyen hablar de alguien que alcanzó la perfección. "Les llegó de lejos una noticia, un rumor, una leyenda: había surgido un hombre, llamado Gotama, el majestuoso, el buda, que en su persona había superado el dolor del mundo y había parado la rueda de las reencarnaciones. Enseñando, rodeado de discípulos, recorría el país sin propiedades, sin casa, sin mujer, tan sólo con ropaje amarillo del asceta, pero con la frente alegre, como un bienaventurado, y los brahmanes y los príncipes se inclinaban ante él y se convertían en sus discípulos" (pp. 27-28).

Deciden ir en su búsqueda, después de que Siddharta demuestra que ha alcanzado un poder superior al del samana más viejo.

III. Gotama

Conocen a Gotama. Lo distinguen entre los que le siguen: no por algo exterior, sino directamente por su alma. Todo su ser —en apariencia semejante al de los otros— respira serenidad, siembra paz desde cada miembro de su cuerpo, hasta de los dedos. Le escuchan en la noche. "Oyeron su voz que también era perfecta, tranquila y llena de sosiego. Gotama enseñó la doctrina del sufrimiento; habló sobre el origen del dolor y sobre el camino para reducir ese dolor. Su oración era sencilla y serena. La vida era dolor, el mundo estaba lleno de sufrimiento, pero se había hallado la liberación del dolor: tal liberación estaba en manos del que seguía el camino del buda... Su voz flotaba clara y sosegada sobre los oyentes, como una luz, como un cielo de estrellas" (p. 37).

Govinda decide hacerse definitivamente discípulo del buda. Ante su sorpresa, Siddharta no. ¿Por qué? El mismo expone su posición ante Gotama. "Venerable, he admirado sobre todo una cosa en tu doctrina. Todo en ella está perfectamente claro y comprobado; muestras el mundo como una cadena perfecta que nunca se interrumpe, como una eterna cadena hecha de causas y efectos. Jamás se había visto eso con tanta claridad, nunca había sido demostrado tan indiscutiblemente; en verdad, el corazón del brahmán palpita con más fuerza cuando ve el mundo a través de tu doctrina, como perfecta relación, ininterrumpida, lúcida como un cristal, independiente de la casualidad, libre de los dioses. Queda en tela de juicio si el mundo es bueno o malo, si la vida en él es sufrimiento o alegría; quizá sea porque ello no es esencial. Pero la unidad del mundo, la relación entre todo lo que sucede, el enlace de todo lo grande y lo pequeño por la misma corriente, por la misma ley de la causa del nacer y morir, todo eso brilla con luz propia en tu majestuosa doctrina. No obstante, según tu propia teoría, esa unidad y consecuencia lógica de todas las cosas, a pesar de todo se encuentra cortada en un punto, en un pequeño vacío donde entra en este mundo de la unidad algo extraño, algo nuevo, algo que antes no existía, y que no puede ser enseñado ni demostrado: ésa es tu doctrina de la superación del mundo, de la redención. Pero con este pequeño vacío, con esa pequeña fisura, la eterna ley uniforme del mundo queda destruida y anulada a la vez. Perdóname si pongo tal objeción" (p. 41). El buda le explica que su doctrina no tiene por objeto explicar el mundo para los que tiene afán de saber. "Su fin es otro: es la redención de los sufrimientos. Eso es lo que enseña Gotama, nada más" (p. 42). Siddharta se disculpa. No ha dudado del Maestro. Sólo de que se pueda llegar a la verdad a través de una doctrina. "Yo pienso, majestuoso, !que nadie encuentra la redención a través de la doctrina! A nadie, venerable, le podrás comunicar con palabras y a través de la doctrina lo que te ha sucedido a ti en el momento de tu inspiración... Esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene un elemento: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él solo, entre centenares de miles de personas. Esto es lo que he pensado y comprendido cuando escuchaba tu doctrina. Y por ello, continúo mi peregrinación. No para buscar otra doctrina mejor, pues sé que no la hay, sino para dejar todas las doctrinas y a todos los profesores, y para llegar solo a mi meta, o morirme.Sin embargo, a menudo me acordaré de este día, majestuoso, y de esta hora en que mis ojos vieron a un santo" (p. 43).

"—Eres inteligente, samana —declaró el venerable—; sabes hablar muy bien  amigo. !Guárdate de una inteligencia demasiado grande!" (p. 44). El buda se marchó y Govinda con él. Siddharta permanece solo. "He visto a una persona —meditó—, a una sola, ante la cual he tenido que bajar la mirada, ante nadie más quiero bajar mis ojos, ante nadie más. Ninguna doctrina me tentará ya que la doctrina de este hombre no me ha tentado. El buda me ha robado —reflexionó Siddharta—. Me ha robado un amigo, que creía en mí y que ahora cree en él, que era mi sombra y que ahora es la sombra de Gotama. Pero me ha regalado a Siddharta, a mí mismo" (p. 45).

IV. Despertar

Siddharta abandona el bosque y se sumerge en sus razonamientos; siente que en ese bosque se queda su vida actual, que se separaba de él. Este sentimiento le llena por completo. "Razonó hondamente, se dejó deslizar como a través de unas aguas profundas, dejose caer hasta el fondo de ese sentimiento, hasta allí donde se encuentran las causas. Creía que comprender las causas era precisamente pensar, y que sólo a través de la razón, los sentimientos pueden convertirse en comprensión, es decir, que no se pierden, sino que se transforman en sustancia y empiezan a derramar su contenido (p. 47).

Se da cuenta de que no es ya joven, sino que se ha convertido en hombre. "Sentía que algo le había abandonado, como la vieja piel desampara a la serpiente; comprendió que algo ya no existía en él, algo que siempre le había acompañado y que había sido parte interesante de su ser durante su juventud: el deseo de tener profesores y de recibir enseñanzas" (p. 48).

La búsqueda tendrá que empezar de nuevo. Buscando el atman, a Brahma, se había perdido de sí mismo. Ahora despertaba. Sabía lo que tenía que hacer. "¡Oh! —pensó respirando profundamente—. ¡Ahora ya no permitiré que se escape Siddharta! Ya no quiero empezar mis reflexiones y mi vida con el atman y con la pena del mundo. Ya no deseo matarme ni despedazarme para hallar un misterio detrás de las ruinas. Ya no me enseñará el yoga-veda, ni el atharva-veda, ni los ascetas, ni cualquier otra doctrina. Quiero aprender de mí mismo, deseo ser mi discípulo, conocerme, adentrarme en el misterio de Siddharta" (p. 49). Ya no haría parte de una casta elevada, sacerdotal. Ya estaba solo. Era solo Siddharta. Para él, ahora, las cosas que tiene ante sus ojos —el río, el verde del bosque el azul del cielo, el amarillo de las flores...— tienen valor. Si se quiere conocer la verdad no hay que negar valor a los signos exteriores que la manifiestan.

SEGUNDA PARTE

V. Kamala

Siddharta se deja llevar por lo que los sentidos le muestran. Hasta entonces todo ello —los árboles, las nubes, el río, los animales...— no eran más que un velo pasajero y engañoso para los ojos de Siddharta. "Como penetraba en todo con el pensamiento, y no queriendo destruir lo que no era sustancia, resultó que la sustancia se ]e colocó más allá de lo visible. Pero ahora su ojo libre veía más cerca, observaba y comprendía lo que se hallaba a su vista; buscaba su patria en este mundo, y no en la sustancia; su fin ya no estaba en el más allá" (pp. 55-56).

El mundo es bello, si se lo contempla con la sencillez de un niño. "Hermosas eran la luna, las estrellas, el riachuelo y la orilla, el bosque y la roca, la oveja y el cárabo dorado, la flor y la mariposa. Bello y gozoso era el caminar por este mundo, de manera tan infantil, tan despierta, tan abierta a lo cercano, tan confiada" (p. 56). Ahora tenía que existir consigo mismo. Sabe que su propio yo es atman, hecho de la misma sustancia eterna de Brahma. Pero nunca había encontrado ese yo, realmente, porque quería pescarlo con la red del pensamiento.

Llega a la orilla del río. Allí tiene un sueño extraño. Se le presenta Govinda, pero al querer abrazarlo se da cuenta que tiene entre sus brazos el cuerpo de una mujer. Se embriaga de placer. Al despertar pide al barquero que le pase al otro lado del río. Se hacen amigos al instante y el barquero le anuncia que volverán a verse de nuevo.

A la entrada del pueblo encuentra una mujer, que le recuerda la que vio en su sueño. Ella insinuante, se ofrece al samana; éste siente el deseo. "Y en aquel mismo instante, escuchó estremecido la voz de su interior; y la voz dijo no. Entonces desapareció el encanto del rostro de la joven" (p. 58). Más adelante llega a un hermosos parque donde sus ojos se cruzan con los de Kamala, famosa cortesana. Vuelve al día siguiente, ya afeitado y peinado. Quiere que ella le enseñe el amor. La conquista con una poesía y Kamala lo acepta como discípulo en el arte que ella conoce bien. Para que consiga dinero con el cual pagar sus enseñanzas, lo presenta a Kamaswami, el más rico comerciante de la ciudad.

VI. Con los humanos

"Kamaswami le habló de sus negocios, le enseñó la mercancía y los almacenes, le mostró las cuentas. Siddharta llegó a conocer muchas cosas nuevas, escuchaba mucho y hablaba poco. Sin desatender las palabras de Kamala, jamás se subordinó al comerciante, —sino que le obligó a que le tratara como a un igual, e incluso como a un superior. Kamaswami llevaba sus negocios con cuidado, y a menudo, incluso, con pasión; Siddharta, por el contrario, lo observaba todo como si se tratara de un juego cuyas reglas se esforzaba por aprender, pero sin que afectase a su corazón su contenido" (p. 78).

Al mismo tiempo, cada día visita a Kamala, quien le va enseñando todos los secretos. "Pasaba Siddharta maravillosas horas con la bella e inteligente mujer; se convirtió en su discípulo, su amante, su amigo. Allí, junto a Kamala, encontraba el valor y el sentido de la vida actual, no en los negocios de Kamaswami" (p. 79). El alma de Siddharta no se hallaba en el comercio. Su interés eran las personas. Observaba que los humanos vivían de una manera infantil, casi animal, que él a la vez amaba y despreciaba. "Los veía esforzarse, sufrir y encanecer por asuntos que no merecían ese precio; por dinero, pequeños placeres y discretos honores; contemplaba cómo se insultaban mutuamente, se quejaban de sus penas, de las que un samana se ríe, y sufrían por algo que a un samana tiene sin cuidado" (p. 83). Observaba todo lo que acontecía a su alrededor. "No obstante, su corazón, la fuente del ser, no participaba. La fuente corría por alguna parte pero lejos de él se deslizaba invisible y ya no pertenecía en nada a su propia vida" (p. 84).

Las lecciones con Kamala continúan. "Has aprendido de mi arte muy bien Siddharta. Algún día, cuando yo sea mayor, quiero tener un hijo tuyo. Y sin embargo, querido, sé que sigues siendo un samana, que no me quieres, que no amas a nadie. ¿No es eso verdad? —Puede que lo sea —contestó cansado—. Pero soy como tú: tampoco amas... ¿Cómo podrías ejercer el amor, como un arte? Las personas de nuestra naturaleza quizá no sepan amar. Los seres humanos que no pasan de la edad pueril si que saben: ese es su secreto" (p. 87).

VII. Sansara

Siddharta llegó a hacerse rico, a tener su propia casa con criados y jardín. Su vida de samana estaba a punto de desaparecer, aunque todavía le quedaba algo de su pasado de asceta. "En el alma de Siddharta, la rueda del ascetismo, de la reflexión, había girado durante mucho tiempo; y ahora todavía daba vueltas, pero muy despacio, vacilando: se hallaba a punto de detenerse. Paulatinamente, como la humedad penetra en la corteza del árbol y la invade y la pudre, así el mundo y la pereza habían penetrado en el alma de Siddharta, con insidia le llenaban el alma, daban pesadez a su cuerpo, le cansaban, le adormecían. Por el contrario sus sentidos se habían despertado, habían aprendido mucho, poseían gran experiencia" (pp. 90-91).

El mundo le había capturado, con sus placeres y exigencias. Incluso aquel vicio que, por parecerle el más insensato más había despreciado: la codicia, la pasión por el juego, se le convirtió en una cadena. A pesar de sus sólo cuarenta años, había envejecido. Un día Kamala le pidió que le hablara de Gotama; y no se cansó de escuchar sobre la pureza de su mirada, la bella tranquilidad de sus labios, la bondad de su sonrisa, la paz de su andar. Después de oírle contar los hechos del majestuoso buda, Kamala suspiró y manifestó: "_Algún día, quizá pronto, también yo seguiré a ese buda. Le regalaré mi parque y me refugiaré en su doctrina" (p. 95).

Pero esa misma noche, después de horas de vino y de bailarinas en su propia casa, Siddharta tuvo un sueño. "Era así: Kamala poseía en una jaula de oro un exótico pajarillo cantor. Soñó con ese pájaro. De madrugada, el pájaro se encontraba en silencio; le llamó la atención, pues siempre cantaba a esa hora; se acercó y vio el pequeño pájaro muerto en el suelo de la jaula. Lo sacó, lo acarició un momento entre sus manos y seguidamente lo arrojó a la calle; en ese mismo instante se asustó terriblemente y sintió que el corazón le dolía tanto como si con el pájaro muerto hubiera arrojado todo lo bueno y valioso de su vida" (p. 97).

Al despertar le invadió la tristeza. Sintió que la vida que llevaba no tenía valor. Se encontraba solo y vacío como un náufrago en una desierta orilla. Recordó sus momentos de verdadera felicidad, los cuales siempre coincidían con aquellos de su juventud, cuando ganaba el elogio de los brahamanes por adelantarse a todos los chicos de su edad para recitar los versos sagrados; o cuando buscaba con ansia por sentir a Brahma; o cuando sus meditaciones eran más elevadas. Siempre, en esas ocasiones, había oído una voz: "Hay un camino ante ti, y es tu vocación; los dioses te esperan"; "¡Adelante!, ¡Adelante! ¡Es tu vocación!" Ahora, en el tiempo de lo placeres esa voz se había silenciado.

Todo aquel mundo de Kamaswami, para Siddharta tan sólo era un juego, un baile, una comedia. Únicamente había apreciado y amado a Kamala. Pero ¿aún la necesitaba, o Kamala le necesitaba a él? ¿No jugaban un juego sin fin? ¿Era necesario vivir para eso? ¡No, no lo era! "Ese juego se llamaba sansara, un juego de niños, quizá grato de jugar una vez, dos, diez veces... ¿Pero una y otra vez y para siempre? Siddharta se daba cuenta de que el juego ya había terminado, y que ya no podía jugar más. Estremeciose y sintió en su interior que algo había muerto" (p. 99).

Pasó entero el día meditando bajo un árbol. Cuando se hizo de noche abandonó el jardín, y luego la ciudad y nunca más volvió a ella. cuando Kamala recibió la noticia de su desaparición, se acercó a la ventana en que tenía la jaula de oro con el exótico pájaro cantor. Abrió la ventana y lo dejó volar libremente. "A partir de ese día, Kamala ya no recibió más visitas, y cerró la casa. Después de un tiempos e dio cuenta de que había quedado encinta después del último encuentro con Siddharta" (p. 101).

VIII. Junto al río

Desolado y lleno de amargura, Siddharta llega al río que un día había cruzado en dirección contraria. Asqueado y desecho por toda la bajeza a la que pudo llegar, decide terminar con su vida en las aguas cristalinas. "Con el rostro desencajado clavó su vista en el agua; al ver el reflejo de su cara escupió en el agua. Lleno de abatimiento separó el brazo que apoyaba en el tronco y se volvió un poco para deslizarse y hundirse de una vez para siempre. Se hundía hacia la muerte con los ojos cerrados. En ese instante sitió una voz llegar desde remotos lugares de su alma, del pasado de su agotada existencia. Era una palabra, una sílaba que repetía maquinalmente una voz balbuciente; se trataba de la vieja palabra, principio y fin de todas las oraciones de los brahmanes: el sagrado Om, que significa 'lo perfecto', o 'la perfección'. Y en el momento en que la palabra Om alcanzó el oído de Siddharta, de repente despertose su espíritu adormecido y reconoció la necedad de su intención".

Lo que no habían logrado en todo ese tiempo la tortura, el despecho y la desesperación, lo consiguió el Om al penetrar en su conciencia. Siddharta reconoció su miseria y su error. "—Om —repetía—. ¡Om! Y de nuevo volvió a tener conciencia de Brahma, del carácter indestructible de la vida.. que había llegado a olvidar". Entonces durmió profundamente y sin ninguna clase de pesadillas.

Al despertar encuentra a su lado a Govinda, el amigo de su infancia. Al reconocerle, Siddharta —sin decirle que es él, pues Govinda no le ha reconocido— le resume su vida pasada y se manifiesta como un peregrino que no sabe donde va. Govinda sigue su camino y Siddharta se da cuenta de que todavía quiere a su amigo. Comprende también que su enfermedad consistió en no haber sabido amar a nada ni a nadie. Sintió de nuevo hambre, pues llevaba dos días sin comer. "Fue entonces cuando recordó cómo había glorificado ante Kamala tres artes que antes había dominado perfectamente; ayunar, esperar, pensar. Esta había sido su fortuna, su poder, su fuerza. Había aprendido esas artes en los años penosos y difíciles de su juventud, nada más" (p. 111). Y ahora le había abandonado, ninguna de las tres artes le pertenecía ya: las había cambiado por el placer de los sentidos, por el bienestar, por las riquezas.

Decide comenzar de nuevo, como un niño. Sigue meditando. "Realmente mi vida ha seguido un curso muy especial, dando muchos rodeos. De chiquillo sólo oía hablar de dioses y sacrificios. De mozo sólo me entretenía con ascetas, pensamientos, meditaciones, buscando a Brahma, venerando el eterno atman. Ya de joven seguí a los ascetas, viví en el bosque, sufrí calor y frío, aprendí a pasar hambre, aprendí a apagar mi cuerpo. Entonces la doctrina del gran buda me pareció una maravilla; sentí circular en mi interior todo el sabor de la unidad del mundo, como si se tratara  de mi propia sangre. No obstante, tuve que alejarme del mismo buda y del gran saber. Me fui y aprendí el arte del amor con Kamala, el comercio con Kamaswami; amontoné dinero, malgasté, aprendí a contestar a mi estómago, a lisonjear a mis sentidos. He necesitado muchos años para perder mi espíritu, para olvidarme del pensar y la unidad" (p. 113).

Ahora está contento. Se ha reencontrado. Ha tenido que llegar hasta el intento del suicidio para sentir el Om; a convertirse en ingnorante para encontrar al atman en su interior. Ha tenido que pecar, para resucitar. "Es bueno —pensó— probar personalmente todo lo que hace falta aprender. Desde niño, desde mucho tiempo, sabía que los placeres mundanos y las riquezas no acarrean ningún bien; pero ahora lo he vivido. Y ahora lo sé no sólo porque me lo enseñaron, sino porque lo han visto mis ojos, mi corazón, mi estómago. ¡Qué bello es saberlo! (p. 115).

Todo lo que antes buscaba había muerto en Siddharta. Pero en realidad, lo que murió en el río era su yo. "¿No era su yo, el yo pequeño, temeroso, orgulloso, con que había luchado durante tantos días, el que siempre le vencía, el que después de cada penitencia volvía a surgir y le quitaba la alegría y le daba temor? ¿Acaso no era eso lo que por fin hoy había encontrado la muerte, allí en el bosque, junto a ese río idílico? ¿No era esa muerte por lo que Siddharta había vuelto a ser un niño, y sintió confianza, alegría y temeridad?" (p. 116). Amó entonces profundamente el río en el que se había querido ahogar y en el que había sucumbido el Siddharta viejo y desencantado. El nuevo Siddharta sentía por esa corriente un profundo amor que le obligaba a no abandonarla con prisas.

IX. El barquero

Encuentra en Vasudeva, el barquero que años antes lo cambió de orilla en su barca. Permanece con él, porque no quiere marcharse de ese río que le enseñó tanto. Ambos —Siddharta y el barquero— parecen iguales y se entienden bien. Aprende el oficio y los meses pasan con rapidez. "Pero más de lo que podía enseñarle Vasudeva, le instruía el río. De él aprendía continuamente. Sobre todo le enseñó a escuchar, a atender con el corazón tranquilo, con el alma serena y abierta, sin pasión, sin deseo, sin juicio ni opinión" (p. 125).

Las palabras que se cruzaban con Basudeva eran pocas y bien pensadas. Hablan de lo que la corriente les enseña. Por ejemplo, que no existe el tiempo, que el río está simultáneamente en muchos lugares: en su fuente, en la desembocadura, en la cascada, en la balsa, en la catarata, en el mar y en la montaña: en todas partes a la vez; que para él sólo existe el presente y desconoce la sombra del futuro. Siddharta concluye que así para en el hombre. Que en él subsiste el niño, el hombre, el viejo; y los nacimientos anteriores; y sus renacimientos. "Nada fue, ni será; todo es todo tiene esencia y presente" (p. 126). A su vez el río tiene infinidad de voces que hablan con lenguaje diferente. Todas las voces de la creación están en el río. Ambos las oyen y entienden: en todo parecían dos hermanos.

Una noticia les llega a los barqueros. Gotama está para morir y son muchos los monjes que cruzan el río con la esperanza de contemplar al anciano cuando emprenda definitivamente el camino de su gloria: "pronto moriría su última muerte humana, para entrar en la redención". Entre los peregrinos viene también —ya convertida en discípulo del buda— Kamala con su pequeño Siddharta. En un reposo, la madre es mordida por una serpiente negra que le causará la muerte. Llena de paz, contemplándose mutuamente los dos antiguos amantes, que ahora han encontrado su propio camino. Siddharta tiene de nuevo la sensación de otras veces: que el presente y la eternidad se juntaran en un mismo sentimiento, como si todo fuese simultáneo. El pequeño duerme tranquilo, acogido amorosamente por su feliz padre.

X. El hijo

Poco tarda Siddharta en comprender que con el hijo —criado entre algodones y mimos— no le había llegado la felicidad, sino la pena y la preocupación. Ante su incapacidad para educarlo habla a Vasudeva. El anciano barquero le aconseja dejar al hijo seguir su propio destino, que no se le obligue a vivir una existencia que no es suya. Siddharta no logra ese propósito: "Jamás había amado a una persona tan ciegamente y nunca había sufrido tanto por nadie, encontrándose feliz y desdichado a la vez". No puede seguir el consejo de su amigo; no puede abandonar a su hijo. Se deja mandar y despreciar del muchacho. Calla y espera.

Pero el hijo no soporta la vida que lleva con el par de ancianos. Huye con el poco dinero recogido del trabajo por los barqueros. Siddharta le busca ensimismado, hasta la ciudad, donde contempla el jardín de su amor por Kamala. Revive todo y sólo lo consuela el silencio, el Om que una vez más le salva del suicidio. Vasudeva, que le ha seguido lo vuelve a la choza, sin hablar más del muchacho.

XI. OM

Siddharta está ya cerca de la perfección. Pero su herida continúa sangrando. Contempla a los pasajeros de la barca —muchos alegres con sus hijos— y parece comprender que sus anhelos y pasiones, que antes tanto despreció, eran cosas amables. No les faltaba nada; y sin embargo, el sabio y el filósofo sólo les aventajaban  en un detalle diminuto: la conciencia, la idea consciente de la unidad d e toda la vida... "Poco a poco maduraba en Siddharta la plena conciencia de saber lo que realmente era sabiduría, la meta de su larga búsqueda. Sin embargo, no se trataba más que de una disposición del alma, de una capacidad, de un arte secreto de poder pensar la teoría de la unidad en cualquier momento, en medio de la vida, de poder sentir y respirar esa unidad" (p. 153).

Un día, cuando la herida causada por la ausencia del muchacho le desgarra, pasó a la otra orilla dispuesto a buscarle. Le detuvo un pensamiento: el río se reía; se reía del viejo barquero. Regresó entonces al lado de Vasudeva y le contó todo lo que tenía en su alma. Con sinceridad absoluta. La confesión le refrescó la herida. Hasta que ya pudo dejar de pensar en sí mismo y en la desgarradura. Vasudeva lo conduce al río y, en una larga espera, le anima a que escuche bien lo que le dice su rumor. Toda su vida y personajes pasan por la imaginación. Hasta que puede comprender plenamente el mensaje del agua.

"Siddharta escuchaba. Ahora tan sólo permanecía atento, totalmente entregado a esa sensación; completamente vacío, sólo dedicado a asimilar, se daba cuenta de que acababa de aprender a escuchar. Ya, en muchas ocasiones, había oído las voces, el río, pero hoy sonaban diferentes. Ya no podía diferenciar las alegres de las tristes, las del niño de las del hombre: todas eran una, el lamento, el anhelo y la risa del sabio, el grito de ira y el suspiro del moribundo. Todo era uno, todo permanecía estrechamente enlazado, y mil veces entremezclado. Y todo aquello unido era el río, todas las voces, los fines, los anhelos, los sufrimientos, los placeres; el río era la música de la vida. Y cuando Siddharta escuchaba con atención al río, podía oír esa canción de mil voces; y si no escuchaba el dolor ni la risa, si no ataba su alma a una de aquellas voces y no penetraba únicamente el total, la unidad. En aquel momento, la canción de mil voces consistía en una sola palabra: Om, la perfección" (pp. 158-159).

Es el momento en que Siddharta deja de luchar contra el destino y termina de sufrir. En su rostro "se dibujaba la serenidad de la sabiduría, a la que ya no se opone ninguna voluntad, la que conoce toda la perfección, la que está de acuerdo con el río de los sucesos, con la corriente de la vida, lleno de igualdad de sentimientos, entregado a la corriente, perteneciente a la unidad" (p. 159).

Entonces, el viejo Vasudeva le declaró: "—He estado esperando este momento, amigo. Ahora que ha llegado, por fin, deja que me marche. Durante mucho tiempo he aguardado; ya he sido bastante tiempo el barquero Vasudeva. ¡Adiós, río! ¡Adiós, choza! ¡Adiós, Siddharta!... —Me voy a los bosques, hacia la unidad... Se alejó con rostro refulgente; Siddharta le siguió con la mirada llena de profunda alegría, de honda serenidad; contempló su caminar lleno de paz, vio su cuerpo rebosante de luz" (pp. 159-160).

XII. Govinda

En cierta ocasión Govinda se encontraba descansando en el jardín que la cortesana Kamala había regalado a los discípulos de Gotama. Oyó hablar de un viejo barquero que vivía junto al río y que era considerado como un sabio. Cuando llegó el día en que tuvo que continuar su camino, se dirigió en la dirección del río. Luego de ser llevado a la otra orilla preguntó: "No eres tú también, barquero, uno de los que buscan el camino de la verdad?... ¿Quieres darme un consejo?" Cuando Siddharta le recuerda la otra vez que Govinda había velado el sueño del barquero sin reconocerle, éste comprende que se trata de su viejo amigo.

Siddharta le narra toda su vida. Y cómo sus mejores maestros habían sido Vasudeva y el río. Y cómo todo lo que sabía no era consecuencia de una doctrina, puesto que, afirma, mientras el saber se puede transmitir, la sabiduría no es comunicable. Y le explica que ha llegado por fin a comprender que el tiempo no es real y que en todo está presente todo. "El mundo no es imperfecto, ni se encuentra en cualquier momento. Todo pecado lleva en sí el perdón; todos los lactantes, la muerte; todos los moribundos, la vida eterna. Ningún ser humano es capaz de ver en el otro en qué situación se halla dentro de su camino: en el ladrón y en el jugador espera el buda en el brahmán espera el ladrón" (pp. 165-166). La piedra es una piedra, pero es simultáneamente todo lo que un día será: animal, dios, buda. Al ver la piedra, amo en ella todo lo que se encierra en su misterioso destino.

"El amor, Govinda, es lo más importante que existe. Penetrar en el mundo, explicarlo, despreciarlo, puede ser cuestión de interés para los grandes filósofos. Pero para mí, únicamente me interesa el poder amar a ese mundo, no despreciarlo; no odiarlo ni aborrecerme a mí mismo; a mí sólo me atrae la contemplación del mundo y de sí mismo, y de todos los seres, con amor, admiración y respeto" (p. 171).

Govinda contempló profundamente a Siddharta. Se le acercó hasta besar su frente. Contempló sus manos, su mirada, sus gestos, llenos de serenidad y de grandeza. En su rostro ya no vio a Siddharta, sino que contempló simultáneamente toda la realidad: el pez, el niño recién nacido, el moribundo, el criminal y el penitente, y pájaros, y cocodrilos y elefantes... y dioses y el Krisna... "Captó todas esta figuras y rostros en mil relaciones entre ellos, cada una en ayuda de la otra, amando, odiando, destruyendo y creando de nuevo. Cada figura era un querer morir, una confesión apasionada y dolorosa del carácter transitorio; pero ninguna moría, sólo cambiaban, siempre volvían a nacer con otro rostro nuevo, pero sin tiempo entre cara y cara... " (p. 174).

La sonrisa pacífica de Siddharta pareció a Govinda exactamente la misma del buda, serena, fina, impenetrable, quizá bondadosa, acaso irónica, siempre inteligente y múltiple, la sonrisa del Gotama que había contemplado cien veces con profundo respeto. Govinda lo sabía: así sonríen los que han alcanzado la perfección... Las lágrimas rodaron por sus mejillas arrugadas; "sintió como fuego su más profundo amor, su más modesta veneración en su alma. Se inclinó ante Siddharta casi hasta el suelo; Siddharta permanecía sentado, sin moverse, y su sonrisa recordaba todo cuanto había amado en la vida, todo cuanto había considerado valiosos y sagrado" (pp. 175-176).

Así termina la novela. Siddharta había alcanzado la perfección que tanto buscó. Su destino se había cumplido inexorable.

VALORACIÓN LITERARIA

Hesse es un excelente escritor, que describe con facilidad y lucidez la situación personal, el interior de sus protagonistas, así como el entorno en el que se mueve cada personaje; no se detiene en largas descripciones, sino que con suaves brochazos de pintor impresionista define el perfil de personas y lugares. Se lee con facilidad y agrado. Su lenguaje es sencillo, fluido, musical; con él consigue expresar los más diversos matices del sentimiento.

VALORACIÓN DOCTRINAL

La postura ideológica de Hermann Hesse está definida por su deseo de compaginar la filosofía india con algunas corrientes de la filosofía occidental moderna: naturalismo con panteísmo, superación de la religión y del subjetivismo moral, con la idea de un espíritu universal. Se percibe algo de la educación protestante pietista del autor, en lo que parece la negación del pecado y del mal, que se disuelve sencillamente en un momento más, quizás necesario, en el proceso del propio destino. En cada hombre todo lo bueno y lo malo, se encuentra en el mismo momento en él.

De acuerdo con la manera oriental de pensamiento, aparecen en el libro: la reencarnación sucesiva, hasta que llega el último paso hacia la perfección, la última muerte hacia la santidad definitiva; no parece haber libertad personal, sino simplemente destino, el cual hay que seguir sin reservas, dejarse llevar sin oponer resistencia; no aparece la frontera entre la naturaleza, el hombre y Dios: ninguna de esas tres realidades trasciende a las otras: en la piedra está el animal, el hombre, buda, dios...

En los capítulos en los que Siddharta aprende los que llama "secretos del amor" con su maestra, la cortesana Kamala, el autor evita descripciones detalladas. Se expresa una intensa sensualidad, pero sin caer en expresiones que pudieran considerarse pornográficas.

 

                                                                                                                 N.N. (1991)

 

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