HESSE, Hermann

Demian. Die Geschichte von Emil Sinclairs Jugend.

Jubiläumsausgabe zum 100. Geburtstag von Hermann Hesse. Suhrkamp Verlag. Frankfurt am Main, 1977 (3er. tomo).

(Castellano: “Demian”).

 

1. Introducción

La narración es autobiográfica. Se desprende del discurso en primera persona, de la vivacidad y exactitud en la descripción de situaciones anímicas, sucesos y circunstancias y, sobre todo, de que el protagonista lleva el nombre de Sinclair, seudónimo utilizado por el autor, y de algunas afirmaciones de la introducción: “Sin embargo, mi historia me es mucho más importante que a cualquier novelista la suya, porque es la mía misma; es la historia de un hombre; no la de uno inventado, de uno posible, ideal, o como no existente, sino la de uno real, único, vivo” (p. 7).

Cuenta el desarrollo de la personalidad de Sinclair, de los 10 a los 20 años. Los abundantes elementos ideológicos (romanticismo, idealismo, filosofía india...) se entrecruzan, llevados por los acontecimientos, para desarrollar una tesis, que ya está insinuada en el inicio: “Yo no quería otra cosa, que intentar vivir lo que pugnaba por salir de mí mismo. Pero, ¿por qué era tan difícil?”. La singularidad de cada hombre y su valor piden esa búsqueda de sí mismo, porque el hombre —dice el autor— es como un disparo desde las entrañas de la naturaleza: el hombre se hace; y, en ese hacerse, arriesga no llegar a ser él, sin el continuo auscultar lo que la naturaleza (destino) quiere de él y sin dejarse llevar: “La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo; el intento de un camino, el insinuarse de un sendero. Nadie ha sido nunca del todo él, pero todos intentan serlo: el uno pesadamente, el otro más brillantemente, cada uno como puede. Cada uno arrastra consigo restos de su parto, mucílagos y restos de la cáscara de un mundo primitivo, hasta el fin. Alguno no llega nunca a hombre y se queda en rana, en lagartija, en hormiga. Otros son por arriba hombre y por abajo pez. Pero cada uno es como un disparo de la naturaleza a la diana del hombre. Todos tienen un origen común, las madres; todos venimos de las mismas fauces, pero cada uno se encamina, intento y lanzo desde lo profundo, hacia su fin. Podemos entender a otro, pero interpretar sólo se puede a sí mismo” (p. 8).

2. Resumen de la obra

Capítulo primero: “Los dos mundos”. Presenta brevemente al protagonista: 10 años, bachiller, buena familia, dos hermanas. El círculo familiar es uno de los dos mundos: pacífico, armonioso, reina el bien, la fe, etc. Fuera del círculo familiar, el otro mundo, donde el niño capta la existencia de trampa, inmoralidad, etc., pero de gran atractivo. Del contacto con el mundo de fuera se puede volver a la acogedora serenidad del mundo familiar, pero el contraste es patente y la coexistencia un misterio.

Una experiencia en el mundo de fuera: un día, paseando con dos compañeros, encuentra y conoce a Krommer, de 13 años, de menor rango social, golfo. Les lleva a rebuscar en la basura y a darle los objetos de valor que encuentren. Luego se sientan a charlar. Se cuentan aventuras y el protagonista, aunque a disgusto por darse cuenta de que todo aquello no pertenece a su mundo, se siente obligado, para no hacer mal papel, a contar una historia inventada de un robo de fruta que no ha hecho. A Krommer le cuesta creerlo y le hace jurar que es verdad. Jura por no quedar mal. Con ganas locas de librarse de esa situación, vuelven a casa y, cuando ya esperaba haberlo conseguido, se queda Krommer con él y le amenaza con contarlo a sus padres si no le da dinero. Se siente perdido e indigno, pero con la decisión de no contar nada a sus padres. En este estado de ánimo, el detalle de que su padre le riña por llevar los zapatos sucios sin adivinar todo lo demás, le hace sentirse "superior" y se reafirma en su postura de proscrito, aunque le atrae el pensamiento de que sus padres lo podrían arreglar todo: “¡Si tú supieras!, pensaba yo para mí, sintiéndome como un delincuente a quien se juzga por haber robado un panecillo mientras él podría confesar asesinatos. Era un sentimiento odioso y repulsivo, pero era fuerte y tenía un hondo atractivo y me ataba con más fuerza que cualquier otro pensamiento a mi secreto y a mi culpa. ... De toda esta vivencia, tal como la he contado hasta aquí, fue éste el momento más importante y con consecuencias más duraderas. ... Era una primera grieta en la santidad de mi padre. ... De estas vivencias que nadie ve, consta la línea esencial de nuestro destino. Estos tajos y grietas se cierran otra vez, sanan y se olvidan, pero en la cámara más secreta viven y sangran de nuevo” (p. 20‑21).

A partir de este momento las cosas buenas del mundo familiar saben distinto. El bien hace daño. Pasa una noche muy mala. Al día siguiente está enfermo y no puede ir a la escuela. Pero por la tarde se encuentra con Krommer para decirle que no tiene dinero. Éste se muestra inflexible. La situación se alarga y hace insoportable. Se ve obligado a sacar de su hucha todo el dinero con el “agravante” de que tiene que romper la cerradura, lo cual hace que sea “robo”. Todo le sume más y más en la situación del malhechor, que ya no pertenece al mundo bueno. El contenido de la hucha no llega para pagar al chantajista. Cada vez que oye el silbido de Krommer, que le llama, se le hunde el mundo. Le parece oírlo en cualquier momento. En esta situación, su madre se desvive por él, pero sus atenciones le humillan y las rechaza.

Capítulo segundo: “Caín”. Presenta a Demian. Es un alumno nuevo, algo mayor y peculiar: bien educado, un poco cínico con los profesores; pronto se corren bulos sobre él entre los compañeros, pero es respetado por todos. No es simpático pero es fascinador. Coinciden en la misma aula, aunque el curso de Max Demian es de mayores. Mientras éstos hacen una redacción, los pequeños tienen clase de Historia Sagrada; aquel día se explica la historia de Caín y Abel. Al salir, Demian acompaña a Sinclair. Dos cosas importantes suceden en este momento: a) en la puerta de entrada de la casa de Sinclair hay una figura de piedra borrosa que interesa a Demian; se trata de un pájaro posado en un mundo o que sale del cascarón; b) Demian se burla de cómo habla el profesor de Caín y Abel, del “signo” de Caín, de la cobardía de “los otros”. Explica la historia de otro modo: “¡Muy sencillo! Lo que hubo primero, y con lo que comienza la historia, era el signo. Había un hombre que tenía algo en la cara que daba miedo a los demás. No se atrevían a hacerle nada, les imponía. Él y sus hijos. ... Más bien era algo inquietante casi imperceptible; un poco más de inteligencia y de audacia en la mirada, de lo acostumbrado. ... Esto se podía explicar como se quisiera. Y 'se' quiere siempre lo cómodo y lo que te da la razón. ... Y por tanto se explicó el signo no como lo que era, un signo de distinción, sino como todo lo contrario. ... En pocas palabras: creo que Caín era un tío grande y que sólo porque se le temía se le puso esa etiqueta. La historia era simplemente un bulo como lo que la gente parlotea, pero verdadera en cuanto que Caín y sus hijos llevaban realmente un signo y eran distintos de los demás. ... El fuerte había matado al débil. ... Quizá fue una heroicidad, quizá no. En cualquier caso los otros débiles se llenaron de miedo, no hacían más que lamentarse y cuando les preguntaban: '¿Por qué no le matáis vosotros a él?' no contestaban: 'Porque somos unos cobardes', sino ... '¡Dios le ha marcado!' Más o menos así debió empezar la patraña” (pp. 30‑32).

Esta conversación deja a Sinclair, que admira mucho a Demian, muy confuso. No se atreve a admitir que lo bueno sea ser como Caín, pero no puede dejar de pensar en el tema y en aquel día frente a su padre: “Yo mismo, que era un Caín y llevaba su signo, me había imaginado que ese signo no era ninguna vergüenza, sino una distinción y que yo en mi maldad y mi desventura estaba por encima de mi padre, por encima de los buenos y piadosos” (p. 33).

El problema con Krommer seguía. Le provocaba pesadillas, entre las cuales una en que Krommer le empujaba a cometer parricidio. Alguna vez soñaba con Demian. En casa notaban el cambio del chico y las atenciones que le tenían le hacía pensar con ansia en contarlo todo, pero no le hubieran entendido. “Sabía que me acogerían con cariño, que no me castigarían, que me compadecerían, pero que no me comprenderían del todo; lo verían todo como un desliz, cuando en realidad era el destino (p. 36).

Este problema se resuelve inesperadamente un día que Demian descubre a Sinclair con Krommer y se da cuenta de que pasa algo. Pregunta a Sinclair y se las arregla para que Krommer le deje en paz. Dos cosas tienen importancia en este punto: a) el interrogatorio de Demian aparece como un experimento de leer el pensamiento; b) Demian consigue que Krommer le deje tranquilo. Esto supone una gran liberación; su vida cambia, pero, en su infantilismo, no siente ni agradecimiento ni curiosidad. Una vez resuelto el problema, se lo cuenta todo a su madre y vuelve a incorporarse al mundo familiar infantil. Reacción lógica en un niño, que no es capaz de enfrentarse con el mundo y busca, y encuentra, la seguridad en mamá. Pero la interpretación es que la gratitud no es virtud. “Agradecimiento no es virtud en la que yo crea, y me parecería equivocado exigirla de un niño. ... Ya entonces noté que esta liberación era la vivencia más grande de mi niñez, pero al liberador lo dejé en la cuneta en cuanto hubo hecho el milagro” (p. 44); y que hubiera tenido que evitar la vuelta al mundo bueno y aceptar con fortaleza la guía de Demian. “¡A él se lo hubiera tenido que confesar! La confesión hubiera resultado menos decorativa y conmovedora, pero para mí mucho más beneficiosa”. ... “Pero Demian no pertenecía en absoluto a este mundo, no encajaba en él. Él era, de otro modo que Krommer, pero también él era un seductor; también él me unía al otro mundo, al mundo de lo malo y yo de éste no quería saber ya nada más. Ahora no podía ni quería sacrificar a Abel y aupar a Caín, ahora que yo había vuelto a ser un Abel”. ... “Ahora ya lo he aprendido: nada en el mundo repugna más al hombre que seguir el camino que lleva a sí mismo” (pp. 46‑47).

Capítulo tercero: “El buen ladrón”. Narra pocos sucesos externos, pero es de gran densidad ideológica y rico en vivencias subjetivas. Sinclair ha olvidado completamente a Krommer. Casi por completo a Demian, a quien a pesar de todo admira por su aire de madurez e independencia. “Le veo ir a la escuela, solo o con alguno de los alumnos mayores, y le veo ajeno, aislado y silencioso, moviéndose entre ellos como un cuerpo celeste, rodeado de un aire propio, viviendo bajo el influjo de leyes propias...” (p. 50).

Al final de la niñez, cuando las pasiones (de las que nunca se habla) hacen su aparición y nota la presencia del segundo mundo en sí mismo; cuando no niega la fe, pero la pone en duda, llega el momento de la Confirmación (protestante: sólo un rito de incorporación). Demian, que no había sido confirmado, a pesar de su edad, coincide en la misma clase; Sinclair le contempla fascinado. “Lo que yo veía era, que era distinto de nosotros; era como un animal, o como un espíritu, o como un cuadro; no sé cómo era, pero era distinto, inconcebiblemente distinto de todos nosotros” ( p. 51).

Sinclair no está muy atento en la clase. Otras cosas le interesan más, a pesar de su buena voluntad. Un día el profesor habla de Caín. Sinclair duerme, pero nota como una “llamada”, se despeja y ve a Demian, que le mira desde su silla “con ojos expresivos, claros, que lo mismo podían expresar burla que seriedad. Sólo me miró un momento e inmediatamente escuchaba yo atentamente las palabras del profesor, le oía hablar de Caín y del “signo” y me daba cuenta de que sabía que no era así, que todo aquello ¡se podía criticar! A partir de ese momento quedó restablecida la unión entre Demian y yo. Y, cosa extraña, apenas apareció este sentimiento de solidaridad en el alma, fue como si por arte de magia se transpusiera al espacio. No hubiera sabido decir si él lo provocó o fue pura casualidad (yo entonces creía firmemente en la casualidad): a los pocos días Demian había cambiado su sitio en la clase de Religión y estaba delante de mí” ... “y al cabo de otros pocos días había vuelto a cambiar y se sentaba a mi lado” (p. 53).

A partir de ahora las clases se hacen interesantes. Con Demian se entendía por gestos, sin necesidad de hablar; no se mezclaban en los juegos de los demás, pero Demian se interesaba por el carácter de los demás, adivinaba lo que iban a hacer y parecía que incluso provocaba sus movimientos. Sinclair le pregunta si de verdad puede mandar sobre otros, transmitir pensamientos. “No, eso no. No tenemos libertad, aunque el cura lo diga” ... “Pero sí que se puede observar bien a alguien y muchas veces se puede decir qué piensa, o qué siente exactamente y entonces se puede prever casi siempre lo que va a hacer a continuación” (p. 55). “Yo puedo imaginarme esto o lo otro” ... “pero realizarlo y quererlo con fuerza sólo puedo si el deseo está de verdad en mí, si mi ser está totalmente lleno de él”. ... “en cuanto intentas algo que te sale mandado desde dentro, sale” (p. 57). Esto es lo que había provocado, p.ej., el cambio de sitio en la clase.

En otra de las clases el profesor habla del buen ladrón. Sinclair no es tan escéptico como Demian y se defiende de algunas interpretaciones de éste, pero tiene sus problemas de fe. Demian comenta dos cosas importantes: a) la ridiculez de una religión basada en la contrición. El impenitente es el hombre de carácter. A éste escogería cualquiera que buscase un amigo. “Es todo un carácter. Y la gente con carácter no aparece muy bien en la Historia Sagrada. Quizá es también un descendiente de Caín” (p. 60). El pensamiento horroriza a Sinclair. Demian lo nota y añade: b) la absurdidad de tener un Dios que sólo sea bueno, porque el mundo consta también de lo malo. “Pero el mundo también consta de otras cosas. Y eso se lo achacan sencillamente al demonio y toda esta parte del mundo, toda esta mitad la escamotean y se la callan. ¡Alaban a ese Dios como el Padre de todo lo viviente y en cambio se guardan muy mucho de hablar de la vida sexual, sobre la que se basa toda la vida y, a poder ser, la pintan como cosa pecaminosa y demoníaca! No me importa nada en absoluto que adoren a este Jehová. Pero pienso que tenemos que adorar y tener por santo todo, todo el mundo, no sólo esta mitad separada: ¡la mitad oficial! Si acaso tendríamos que adorar a Dios y al Demonio. Esto me parecería sensato. O, si no, habría que hacerse un dios que incluyera también al demonio y ante el que no hubiera que taparse la cara cuando suceden las cosas más naturales del mundo” (p. 61).

Este pensamiento, que aparece aquí por primera vez, es consecuencia, más o menos lógica, de la educación pietista protestante del autor. (Padre pastor, madre hija de pastor, colegio pietista). En la presente narración significa la superación de los dos mundos; libera de la vergüenza de ser Caín y hace innecesaria la contrición. Un dios de lo bueno y lo malo (que no es Dios) es más o menos la naturaleza, el destino, el espíritu creador (hegeliano) y, lógicamente, en ausencia de libertad. Escrutar en sí las fuerzas de la naturaleza y dejarse llevar es autenticidad‑espontaneidad, la única moralidad posible.

Estas ideas, aun siendo un rudo golpe para la mentalidad infantil de Sinclair, le encienden una nueva luz. “... me llené de una gran reverencia al descubrir y notar de repente qué hondo mi propia vida personal y mis ideas enraizaban en la corriente de las grandes ideas” (p. 62). Entonces cuenta a Demian su visión de los dos mundos. Éste comprende que Sinclair “está en la línea” y le escucha con esa mirada fascinante ya conocida. “... me miró a los ojos hasta que tuve que apartarlos, porque veía en su mirada de nuevo aquella extraña intemporalidad animal, aquella antigüedad inconcebible” (p. 62).

Aquí Demian hace como una exposición de la “ascética” de esa nueva religión. “Sólo los pensamientos que vivimos tienen valor. Tú sabías que tu 'mundo permitido' no era más que la mitad del mundo y has intentado escamotearte la segunda mitad, como hacen los curas y los maestros” (p. 62). Y, a la protesta de que sí que hay cosas malas, responde. “No es que tengas que asesinar o violentar, ¡claro que no!, pero todavía no has alcanzado el punto donde se puede comprender lo que significa propiamente 'permitido' o 'prohibido'. Has atisbado sólo una parte de la verdad. Ya llegará el resto, ¡puedes estar seguro!” (p. 63). Y, haciendo referencia al instinto sexual: “Ése 'prohibido' no es una cosa eterna, puede cambiar”. ... “En otros pueblos es distinto, todavía hoy. Por eso tiene que encontrar cada uno por sí sólo lo que está prohibido o permitido, lo que le está prohibido a él”. ... “Uno puede no hacer nunca nada prohibido y ser un bellaco. Y al revés. ¡En el fondo es un problema de comodidad! El que es demasiado cómodo para pensar por su cuenta y ser su propio juez se somete a las prohibiciones que existan. Lo tiene fácil”. ... “Cada uno ha de responder de sí mismo” (p. 63).

Al acercarse la confirmación, Sinclair nota que éstas son las ideas que ha aprendido y no las clases de religión y, aunque quiere vivir con cierta dignidad la ceremonia, no consigue eliminar el pensamiento. “Yo estaba dispuesto a ser recibido no en la Iglesia, sino en algo completamente distinto: en una orden del pensamiento y de la personalidad, que tenía que existir de algún modo y cuyo representante o enviado veía yo en mi amigo” (p. 64).

Cuando Sinclair quiere tratar más largamente del tema, Demian opina que es mejor no hablar demasiado, porque eso aparta de sí mismo. Hay que tomárselo completamente en serio. Con esta idea se plantea, como si dijéramos, la “mística” de esta religión.

Sinclair observa una especie de “rapto” de Demian durante una clase; una situación de ensimismamiento, que le hace descubrir al “verdadero” Demian esfíngeo. “Al cabo de un rato empecé a sentir por la parte donde él estaba sentado una cosa curiosa, como un vacío, o un frío, o algo parecido; como si su puesto hubiera quedado imperceptiblemente vacío” ... “algo emanaba de él, algo le rodeaba, que yo no conocía. Pensaba que había cerrado los ojos, pero vi que los tenía abiertos. Sin embargo, no miraban, no veían, estaban fijos y como mirándose hacia adentro o dirigidos a la lejanía. Sentado e inmóvil...” (p. 65).

Impresionado por esta experiencia, Sinclair hace ejercicios en su casa para conseguir ese ensimismamiento. No lo consigue.

Sinclair cambia de escuela y tiene que irse a vivir fuera de casa. Pierde el contacto con Demian. La niñez se derrumba. Se queda solo.

Capítulo cuarto: “Beatrice”. Cuenta su vida en la nueva ciudad y escuela. La pubertad avanza y se alza una revolución. Se dedica a farolear, bebe, cuenta historias de amoríos que no son ciertas. A ir con mujeres no se atreve. Vive en intenso contacto con otros, pero no hace amigos. Casi no estudia. El director de la pensión escribe a su padre contándole el mal comportamiento del chico. El padre viene dos veces: la primera vez el chico se lleva un susto; la segunda ya no le hacen mella las amonestaciones. Están a punto de echarle de la escuela. Todo esto le hacía aparecer como un “tío grande” a los ojos de los compañeros, pero por dentro añora tiempos pasados y está inseguro. Se acuerda de Demian, pero éste ha cambiado de casa y ciudad y no tiene la dirección. Las Navidades en casa son una tortura: nada tiene sentido. Su madre está aterrada, no sólo de lo larguirucho y desgarbado de su aspecto, sino de su cambio de carácter.

Al volver a la escuela, la situación se resuelve por sí sola: un día, paseando por un parque, ve pasar a una chica de casa bien, de cara aniñada y se enamora secretamente. No llega a hablar con ella. Despierta en él el deseo de cambiar. Se transforma “de cínico en sacristán”. Entre otras cosas empieza a pintar. El primer intento es la cara de la chica, a la que él llama Beatrice. Cuando ya va cogiendo el tranquillo, y dejándose llevar por el subconsciente, le sale una cara que le gusta; casi no se parece a Beatrice. En sus ratos libres empieza a hablar con el retrato. Un día descubre quién es: ¡es Demian! Pero contemplándolo mejor resulta que no: ¡es él mismo!

En esta narración se desarrolla el valor del símbolo (adoración de Beatrice; aspecto esfíngeo de Demian; representación del propio yo). El cuadro no se parece a ninguno de los tres, pero simboliza a los tres “...era mi interioridad, mi destino, mi demonio. Así sería mi amigo, si un día encontrase uno. Así sería mi amada, si un día consiguiera una. Así iba a ser mi vida y mi muerte; ésta era la música y el ritmo de mi destino” (pp. 82‑83). Esa noche sueña con Demian. Cosa rara: éste le obliga a comerse el pájaro de la puerta de casa. Una vez dentro, el pájaro crece y se mueve... Se despierta. La lluvia entra en la habitación. El cuadro ha caído al suelo, se ha mojado, se ha descolorido: la boca es ahora exactamente la de Demian.

Al día siguiente pinta el pájaro y se lo envía a Demian. Hace años que no le ve y tiene ganas de encontrarle de nuevo. El dibujo es un pájaro saliendo del cascarón (pubertad), pero el cascarón es una bola del mundo (el hombre, proyecto de la naturaleza, parto telúrico, se hace, pero tiene que abandonar el “mundo bueno”). En esta situación anímica de instintividad, envía la carta a la antigua dirección de Demian. No lo firma. No sabe si le llegará.

Su cambio facilita que apruebe un examen. Su padre le vuelve a escribir en el tono paternal de antes. No habla con nadie de estas cosas.

Capítulo quinto: “El pájaro abandona el cascarón”. Engarza inmediatamente con el suceso místico‑mítico del cuadro. Un día, cuando en la escuela vuelve del recreo a su puesto en la clase, encuentra un mensaje. Doblado como solían hacerlo los alumnos durante las clases. Por eso no lo abre inmediatamente. Juega distraídamente con el papel hasta que lo lee y le da un vuelco el corazón: se trata sin duda de la respuesta de Demian; cómo llegó la carta y cómo llegó la respuesta, no se explica: queda abierta la posibilidad de que jueguen las fuerzas del destino o de la naturaleza. El billete dice: “El pájaro se aventura fuera del cascarón. El cascarón es el mundo. El que quiera nacer tiene que destruir el mundo. El pájaro vuela hacia dios. El dios se llama Abraxas” (p. 89). Si el capítulo anterior estaba dedicado más bien a la pubertad de Sinclair, éste está dedicado a la descripción de esa especie de nueva religión. En la clase siguiente, cuando Sinclair está ensimismado pensando en el billete sin que nadie le moleste (ya tiene experiencia de que cuando se “piensa” en serio nadie interfiere) un profesor recién llegado, hablando de Herodoto, nombra a Abraxas. ¿Casualmente? Esto despeja a Sinclair, que puede oír el resto. Abraxas tiene algo que ver con prácticas mágicas griegas, en las que, junto a mucho engaño, había también muchas “verdades” filosófico‑místicas. Resumiendo: Abraxas es el nombre de una deidad, “que tenía la misión simbólica de reunir en sí lo divino y lo demoníaco” (p. 91). Sinclair ve claro de qué se trata. Piensa mucho en ello. Busca más datos sobre Abraxas, pero no los encuentra. Sueña mucho. El sueño más frecuente e importante es: volviendo a su casa paterna, ve sobre la puerta el pájaro, y al ir a abrazar a su madre, no es ella; es una figura “alta y poderosa, parecida a Demian y a mi cuadro, pero distinta y, a pesar de su aspecto poderoso, totalmente femenina. Esta figura me atraía hacia sí y me encerraba en un abrazo profundo, amoroso, escalofriante. Gozo y espanto a la vez, el abrazo era al mismo tiempo servicio a Dios y pecado” ... “Gozo y espanto, hombre y mujer revuelto, santidad y atrocidad entretejidas, un estremecimiento de culpa profunda y de delicada inocencia, así era la imagen de mi sueño de amor y así era también Abraxas” (p. 92‑93).

Un día, cerca ya de terminar el bachillerato, paseando solo, preocupado de realizar en su vida estas ideas, oye un órgano al pasar por una iglesia y entra. “Entonces encontré, por 'casualidad', como se la suele llamar, un refugio muy curioso. Estas casualidades no existen. Cuando el que necesita algo de verdad, lo encuentra, no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo; su necesidad y su exigencia le conducen a ello” (p. 95).

Después de escuchar varias veces al organista, que posee un instinto musical grande, le sigue un día a una taberna y habla con él. En la conversación nombra a Abraxas y el organista se sobresalta y le invita a visitarle en su casa. Éste se llama Pistorius. Desde ahora se repetirán las visitas, que se desarrollan tumbados en el suelo delante de la chimenea contemplando el fuego y charlando de religiones antiguas, ocultas... pero sobre todo aprendiendo mucho sobre el tema. Tres ideas se exponen aún en el capítulo: 1ª naturaleza y yo no tienen una frontera muy definida; 2ª el yo crea la naturaleza o participa en su creación; 3ª no cualquiera, sólo el que “piensa” es creador: “...la contemplación de estas figuras”, el fuego, “...despierta en nosotros el sentimiento de la identificación de nuestra interioridad con la voluntad que las llamó a la existencia” ... “vemos temblar la frontera entre la naturaleza y nosotros” ... “nunca más fácilmente que en este ejercicio hacemos el descubrimiento de hasta qué punto somos creadores, hasta qué punto nuestra alma participa constantemente en la continua creación del mundo. Es más bien la misma indivisible deidad la que opera en nosotros y en la naturaleza, y si el mundo externo se hundiese, uno de nosotros sería capaz de reconstruirlo, porque montes y corrientes, árboles y hojas, raíces y flores, todo lo que en la naturaleza tiene forma, tiene su arquetipo en nosotros, sale del alma, cuya esencia es la eternidad, cuya esencia no conocemos, pero sí sentimos la mayor parte de las veces como capacidad de amar y de crear” (p. 102-103). Y, a la pregunta de que por qué buscamos entonces nuestra individualidad, si lo llevamos todo en nosotros, la respuesta es que no es lo mismo llevarlo todo en sí que, además, saberlo. Contemplando muchos de los “bípedos” que andan por ahí, se ve que muchos de ellos se han quedado en oveja, en hormiga, pero no son hombres. “En cada uno de ellos están las posibilidades de ser hombre, pero sólo el que las adivina, el que aprende a hacerlas conscientes, las posee” (p. 104).

Con estas conversaciones Sinclair no alcanza nuevo saber, pero se afirma en el camino. Un camino gnóstico‑hegeliano‑induista-evolucionista.

Capítulo sexto: “la lucha de Jacob”. Cuenta que Pistorius le anima a buscar el camino hacia sí mismo: “¡...no pregunte antes si esto o lo otro le gustará o le parecerá bien a papá, o al señor profesor, o al buen Dios! Con eso ya se ha estropeado uno. Con eso se aburguesa uno y se fosiliza. Querido Sinclair, nuestro dios es Abraxas, que es dios y satanás, ...Abraxas no tiene nada que objetar a ninguno de sus pensamientos, a ninguno de sus sueños” (p. 107).

Los reproches que Sinclair se hace al compararse con otros no son aceptables en este contexto. “Tampoco Vd. tiene que ser moralista” (p. 106).

Esta nueva religión, que está en sus comienzos, tiene sus misterios, sus sacerdotes y fiestas, pero se presenta como si sólo fuera una filosofía.

La relación con Pistorius sufre un rudo golpe cuando una tarde Sinclair le ve deambular borracho por la ciudad y piensa: “así va a reformar éste el mundo”. Inmediatamente se corrige: en este momento estaba pensando como un moralista.

Ese mismo día, se le acerca en la calle un chico de los primeros cursos de bachillerato, Knauer, pelirrojo, que quiere hablar con él, porque ha notado “algo” en él. Abre la conversación con la pregunta: ¿eres espiritista? A la contestación negativa sigue preguntando: ¿teósofo? ¿magia blanca? (La conversación sirve probablemente para eliminar la sospecha de que el autor lo sea). El verdadero problema es que el chico se ha decidido a vivir la continencia y quiere consejo, porque está muy agobiado con el tema. Cuando se da cuenta de que Sinclair no se preocupa de este punto, se marcha llamándole cochino.

De vuelta a casa Sinclair se pone a contemplar sus cuadros y a pensar en sus sueños. Se le ocurre pintar la matrona del abrazo. Al cabo de unos días ha terminado y se pone a hablar con ella, a “venerarla”; la llama de todo, entre otras cosas Abraxas y le dice las palabras de Jacob en su lucha con el Ángel. “No te suelto hasta que me bendigas” (p. 115). Después de esta orgía mística duerme mal y se despierta a media noche. El cuadro de la matrona ha desaparecido. Muy inquieto sale a pasear y se siente atraído por unas ruinas. Entra y se encuentra al pequeño Knauer, que está a punto de suicidarse, por su problema de la continencia. Los dos se van a casa, no sin que Sinclair le diga al niño que ése no es el camino.

Con Pistorius se entendía tan bien, que incluso sin estar éste presente, le bastaba pensar en él para recibir una respuesta, un saludo, una “fuerza anímica”. Se habla de que Sinclair ha sido “enviado” a Pistorius y Knauer a Sinclair.

Knauer sigue a Sinclair durante un tiempo, pero luego desaparece la relación de por sí. Con Pistorius la relación se pierde, porque un día, cuando éste habla de religiones mistéricas antiguas, Sinclair le dice que se deje de antiguallas y cuente un verdadero sueño que haya tenido. Lo había dicho ingenuamente, pero llegó al fondo. No hubo pelea, porque Pistorius lo tomó con “ejemplar humildad”, pero a los dos queda claro que el organista es un “romántico” que pretende encontrar el camino yendo hacia atrás. A partir de este momento Sinclair deja de ser alumno y, aunque la relación sigue, ya ha perdido el embrujo. Una afirmación de cada uno hacen ver por qué Pistorius está errado: “Yo era un lanzamiento de la naturaleza, un disparo hacia lo desconocido, quizá hacia algo nuevo, quizá hacia nada, y dejar actuar a este disparo de lo abisal, cumplir su voluntad y hacerlo mío, eso sólo era mi vocación. ¡Sólo esto!” (pp. 124-125), es la afirmación de Sinclair, que ya hacía tiempo que lo sabía, pero que ahora lo veía cada vez más claro.

La afirmación de Pistorius, excusándose de esa postura de anticuario: “Vd, ya sabe que yo tengo el deseo de ser sacerdote. Yo quería ser sacerdote de esta nueva religión, de la que tenemos estos barruntos” ... “tengo que estar rodeado siempre de algo que yo pueda considerar bello y santo” ... “Esta es mi debilidad. Porque a veces, Sinclair, a veces me doy cuenta de que no tendría que tener estos deseos, que son lujo y debilidad. Sería más grande, sería mejor, que me pusiera sencillamente a disposición del destino” ... “Pero no lo consigo” ... “Quizá lo logre Vd. alguna vez” (p. 125).

En esta situación de intensa “vida interior” se acuerda de Demian en quien ve su ideal y su destino. En un papel, que no se atreve a enviar, escribe: “Un guía me ha abandonado. Estoy en la más absoluta oscuridad. Solo, no puedo dar un paso adelante. ¡Ayúdame!”. Una y otra vez repite estas frases, como si fueran una oración.

Acaba la escuela y, a falta de algo mejor, decide estudiar filosofía.

Capítulo séptimo: “La señora Eva”. Cuenta cómo Sinclair va a la antigua casa de Demian a informarse. Allí le recibe la propietaria de la casa. No sabe dónde están los Demian, pero le enseña una foto de la Sra. Demian. Una gran conmoción remueve a Sinclair: es la matrona de sus sueños. Ya no queda tranquilo y decide “viajar” hasta encontrarla. Después de un par de viajes abandona, pero se siente atraído por su destino. Se matricula en la universidad (de la ciudad H.). Sufre una gran desilusión ante la falta de originalidad de las clases y la mentalidad de masa de los estudiantes y de la gente. Lee a Nietzsche. Un día, paseando, oye la conversación de dos personas. Uno es un japonés, el otro Demian. Les sigue hasta que se despiden. Demian “le esperaba”. Ya en este primer encuentro se habla de que Sinclair lleva el “signo”. Siempre lo ha llevado. Por eso se habían hecho amigos. Es lo que antes llamaban el “signo de Caín”. A partir de ahora se hablará sólo del “signo”; hay gente con “signo” y gente vulgar. Demian le invita a su casa: también la madre le “esperaba”.

Con gran trepidación interior va Sinclair a la casa. En la madre de Demian ve su destino, la continuación del camino, a la madre común de la que todos procedemos, etc.: Abraxas. Sin que haya ninguna escena desagradable, el lenguaje en relación con esta mujer se hace algo sensual, en la medida que hay que unir el bien y el mal o, mejor, salvar lo carnal y telúrico, para unirlo al espíritu esfíngeo. Esta señora, es como la madre “espiritual” de un grupo de gente que se interesa por la nueva religión. Sólo algunos de estos llevan el “signo”, pero todos buscan, más o menos acertadamente. Los demás se preocupan por valores que ya no tienen vigencia; esta nueva religión es en todo caso una “superación” de las demás, una especie de gnosis.

El encuentro con la madre le llena de emoción. Apasionadamente le expresa su alegría. Es bien recibido. Todo se desenvuelve en términos de ser fiel a su sueño, salir del cascarón, etc. Son conversaciones para iniciados. El pájaro que había enviado por correo está colgado de la pared. La madre de Demian le dice que la llame “Frau Eva”: unos pocos íntimos amigos la llaman así. Esto es una gran distinción. Durante todo el capítulo se trasluce o expresa la atracción de Sinclair hacia esta mujer; no se trata (sólo) de atracción física, sino también de seguir su destino, de avanzar en el camino, de alcanzar una cierta plenitud espiritual (Abraxas). En el mismo sentido hay que entender las frases de ella que le “paran los pies”, pero no por “moralismo”, sino porque se trata de madurar y alcanzar la sabiduría. Los días pasan felices con frecuentes visitas. Aprende mucho. Un día se prepara una tormenta. Sinclair entra en el cuarto de Demian sin avisar y le encuentra en éxtasis, como la otra vez en la escuela. Frau Eva aparece también cansada. El ve desprenderse una nube del conjunto de las demás. La nube tiene la forma de su pájaro. Lo interpreta como anuncio de un paso importante hacia el destino. Demian opina que debe ser así, porque él también ha tenido una experiencia ese día y su madre el día anterior. La narración, escasa de acción, tiende cada vez más al lenguaje para “iniciados” y cada vez más a las experiencias místicas, que parecen a veces superstición, a veces gnosis, transmisión de pensamiento, espiritismo,...

Capítulo séptimo: “El comienzo del fin”. Cuenta fundamentalmente dos cosas: 1ª Sinclair continúa un segundo semestre en H. Un día, estando solo, procura concentrarse para “atraer” a Frau Eva. Entonces llega Demian y le cuenta que va a estallar la guerra (¿la primera mundial?). Es el acontecimiento que habían barruntado. Le pregunta también si ha “llamado” a Frau Eva o a él. Frau Eva ha “captado la llamada”. Esto alegra a Sinclair sobremanera: ¡ha aprendido “la llamada”! Después Frau Eva comenta: “Querido Sinclair, hoy me ha llamado Vd. Ya sabe por qué no vine yo misma. Pero no lo olvide: ahora conoce Vd. la llamada; siempre que necesite a alguien que lleve el “signo”, vuelva a llamar” (p. 156).

2ª Sinclair y Demian tienen que ir al frente. Durante una guardia, después de un día de inquietud interior, ve en el cielo una escena quasi‑apocalíptica: una estrella “que viene de Frau Eva” hacia él. Le recogen herido (debió ser una granada). En el hospital de sangre a su lado está también Demian. Se le acerca y le dice: “Pequeño Sinclair, ¡escucha! Me voy a tener que ir. Quizá me vuelvas a necesitar, contra Krommer o alguien. Si me llamas ya no volveré de ese modo tan basto, a caballo o en tren. Tienes que mirar dentro de ti. Entonces te darás cuenta de que estoy en tu interior. ¿Comprendes? Y, otra cosa: Frau Eva ha dicho que, si un día te pasase algo, te tengo que dar su beso, el que me ha dado ella... Cierra los ojos, Sinclair” (p. 160).

Cuando se despierta al día siguiente, Demian no está. Ahora, cuando se ensimisma para mirarse en el espejo del destino, en el espejo negro, se ve en él con cara de Demian.

3. Valoración literaria

El autor escribe en un alemán excelente, vivo, cultivado. Describe magistralmente las situaciones anímicas y los pequeños sucesos que marcan las etapas de la vida íntima del protagonista. Sin embargo, dentro siempre de este nivel literario, la obra es desigual. Los dos últimos capítulos, que relatan el último paso de la “iniciación”, toman un tono místico‑entusiasta y describen fenómenos y situaciones tan poco verosímiles, que pierden sentido de la realidad: se vuelven narraciones fantásticas, con las que el lector difícilmente puede identificarse y que delatan, más que otra cosa, el deseo de transmitir una ideología; lo que había ido refiriéndose magistralmente en los diálogos con Demian o con Pistorius “tiene que” mostrarse en la vida y ahí es donde se nota la artificialidad.

4. Valoración doctrinal

Aunque se trata de la narración de un período de la vida, desde un punto de vista cristiano es también la historia del abandono de la fe verdadera; si se quiere, la historia de una corrupción; en ocasiones, como se ve en los textos citados, con un lenguaje quasi‑blasfemo. Puede provocar la impresión de que la pubertad lleva consigo la pérdida de la fe, al menos si se es suficientemente inteligente y sensible.

Como la exposición y defensa de esa “nueva religión” se hace cada vez más decidida a lo largo de la obra, no se puede evitar la impresión de que se trata de hacerle propaganda.

Por lo que se refiere a esta “religión” (que parece muy relacionada con ideas masónicas, con la gnosis actual, etc.) tiene unos cuantos elementos que deben destacarse: 1° Abraxas, dios y demonio a la vez: aquí engarzan todos los demás elementos; 2° hay “destino”, no libertad; 3° ser “consciente” del propio destino y seguirlo sin reservas es el principio “moral” (subjetivismo); 4° el pecado sería no mantenerse en la línea del propio destino; 5° difuminación de las fronteras hombre‑naturaleza‑Dios, que no parece que se transciendan; 6° otros elementos: distinción de los iniciados (los que llevan el signo) y la masa (gnosis); y 7° práctica de la transmisión de pensamiento, interpretación de sueños (iniciación).

Sobre todo en los puntos 4° y 5° se nota la postura ideológica general del autor, que tiende a compaginar la filosofía india con algunas corrientes de la filosofía europea moderna: por ejemplo, conjugando el naturalismo con el panteísmo; la superación de la religión y el subjetivismo moral, con la idea de un “espíritu universal”.

Como, salvando algunas peculiaridades (elitismo, etc.), estas ideas se exponen como posturas humanamente nobles, inteligentes, etc. y, responden a una mentalidad pubertaria, la lectura puede influir fuertemente a lectores inmaduros.

La educación protestante pietista del autor explica su aversión por la realidad de la existencia del mal y del pecado (que no se han entendido cristianamente). Necesita suprimirlos y suprimir el “moralismo”. Sin llegar a inducir a pecar, necesita quitarse el peso que el mal supone en una persona que no acepta la contrición. Desde este punto de vista, puede decirse que el libro es la triste historia de un joven que no habiendo encontrado en el protestantismo la respuesta a interrogantes fundamentales para su vida, sentidos con gran fuerza interior, ha intentado fabricarse una “religión” propia, fruto de la imaginación del autor.

5. Relación de personajes

Los personajes verdaderamente importantes son: Sinclair, Demian, Pistorius y Frau Eva. En segundo lugar: Krommer; padre, madre y hermanas de Sinclair; Alfons Beck, Beatrice, Knauer.

Demian, Pistorius y Frau Eva conducen la evolución de Sinclair (le inician): Demian durante toda la narración, sea con acción, con su enseñanza o con su recuerdo (ejemplo de superioridad‑independencia; interpretación de Caín‑Abel; prácticas de transmisión de pensamiento; interpretación del buen ladrón; Abraxas; iniciación); Pistorius le enseña durante un tiempo, pero se trata de un fracasado (en el sentido de la nueva “religión”), porque no es capaz de seguir su destino y por eso no tiene largo influjo, sino sólo una función “informativa”; Frau Eva, que encarna a Abraxas y al destino de Sinclair, es la perfecta de esa religión y la “madre espiritual” y por eso, más que iniciarle, le “atrae” y le confirma.

Los otros personajes sólo son ocasión para la narración, casi siempre en contraste con la tesis ideológica: Krommer da pie a la primera “superación” del “mundo bueno”, que “todavía” produce escrúpulos; el comportamiento de la familia empuja a sentirse extraño en ese mundo; Alfons Beck le hace exagerar durante un tiempo en una dirección que no supone “superación”, sino “reacción”, pero también sirve para la evolución; Beatrice, sin saberlo, le hace cambiar y tomar definitivamente la dirección “adecuada”; Knauer es una aparición lamentable, producto de la educación retrógrada, en contraste con el camino ya conocido y elegido.

M.D.

Apéndice

Datos biográficos y otras obras del mismo autor:

a) Datos biográficos: Hermann Hesse nace en Alemania en 1877. Después de la Primera Guerra Mundial obtiene la nacionalidad suiza. En 1911 hace un viaje a la India en busca de la paz interior que no le proporciona la civilización occidental. Obtiene el Premio Nobel con su obra “El juego de abalorios”, en 1946. Fallece en 1962.

Sus obras dejan ver una fuerte atracción por el psicoanálisis y por las religiones orientales; subyace en ellas un enfoque freudiano de la liberación de los instintos. Influye también en sus escritos el expresionismo como corriente de arte y de pensamiento. Aunque se llama “quasi un cristiano” parece querer llegar a un sincretismo religioso compaginando las verdades contenidas en la Sagrada Escritura, con ideas extraídas de religiones y doctrinas orientales, y del mundo clásico.

b) Otras obras:

Bajo la rueda: una de las primeras obras del autor. Narra la crisis interior de un joven escolar, bien dotado, que se ve empujado por el ambiente de su pueblo a cursar estudios superiores en un seminario protestante, donde la disciplina y el ambiente farisaico que reina terminan por deprimirle en extremo (vid. recensión).

El último verano de Klingsor: Hesse, identificado con el poeta chino Tu‑Fu, busca el arte como remedio y como refugio, en conflicto con una sociedad en la que le es imposible integrarse.

Alma de niño: relata una infancia dolorosa, guiada por el afán de construir un mundo ajeno al autoritarismo de los mayores.

Klein y Wagner: presenta la ruptura con el mundo civilizado de un empleado que se convierte en delincuente, y pasa del entusiasmo vital a la desesperación y al instinto del mal.

Sidharta: en esta obra se manifiesta el especial atractivo del autor hacia la cultura oriental, en un mundo que parece armonizar lo que es contrario hacia el orden y la serenidad interior.

El lobo estepario: novela de carácter psicológico, que refleja en buena parte las preocupaciones del autor. Harry Haller, el protagonista, es un hombre solitario y meditativo, cuyo destino es vivir todos los enigmas de la vida humana en su propia persona. La obra es un retrato psicológico de Haller que trata de ahondar en la condición humana, poniendo de relieve su aislamiento y sus incertidumbres. La serenidad se presenta como un valor inalcanzable.

El juego de abalorios: su obra cumbre, escrita en 1943. Presenta una utopía futurista: el mundo de la Orden Castalia con sus supercivilizados habitantes del año 2400. Allí existe un lenguaje universal, síntesis de música y álgebra, que ofrece a los iniciados una visión global del mundo. El protagonista —Joseph Knecht— busca el conocimiento perfecto dentro de la Orden Castalia, que se considera a sí misma como la superación de todos los valores religiosos. (En el afán de síntesis de Hesse, la fe parece dar paso a una teosofía, aunque el cristianismo se considere como un elemento “todavía” muy fundamental en la vida de los hombres). Pero el mundo que rodea Castalia, en toda su perfección, no satisface a Joseph K., que decide abandonarlo, a cambio de la aventura apasionada de la vida entre sus semejantes, la gente del pueblo.

R.G.

 

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