Los conceptos elementales del materialismo histórico.
Ed. Siglo XXI, 18.ª edición,
México 1973, 341 pp.
CONTENIDO DE LA OBRA
Marta
Harnecker, profesora de la Universidad de Santiago de Chile, interpreta a Marx
a través de Louis Althusser, de quien fue discípula en la Ecole Normale de
París. El libro sirvió como texto base de práctica pedagógica en las Escuelas
de Economía y Sociología de la Universidad de Santiago de Chile. De esa
experiencia y de las sugerencias de Louis Althusser, surge esta nueva edición
que reestructura totalmente siete de los doce capítulos que formaban las
primeras ediciones. Desde la sexta edición incluye además un apéndice sobre «La
Plusvalía». Al incluirlo, la autora piensa «en los compañeros trabajadores para
quienes la comprensión de este concepto implica la comprensión de las causas de
su situación de explotación y, por lo tanto, la forma de acabar con ella» (p.
2). La autora quiere exponer con claridad y rigor científico la teoría marxista
de la historia, de manera concisa y accesible al estudiante; para formarles
teóricamente con vistas a una acción revolucionaria. Como dice la autora al
hablar de las modificaciones introducidas en la sexta edición: «esperamos que
sirvan (...) para hacer de ella un mejor instrumento de transformación del
mundo» (p. 2). El objetivo del libro «es ayudar a conocer la teoría
marxista-leninista. El estudio de la realidad concreta de cada país es tarea
propia de cada movimiento revolucionario» (p. 11). Pretende presentar en forma
pedagógica y rigurosa a la vez los principales conceptos del materialismo
histórico enunciados por Marx, Engels y Lenin, que éstos -según la autora- no
desarrollaron en forma sistemática. Y hacer un estudio «crítico» de dichos
conceptos tratando de incorporar las más recientes investigaciones acerca de
los mismos. Este estudio «crítico» -es decir: buscando, más allá de las
palabras, el pensamiento profundo de sus autores- es lo que diferencia este
libro de los diferentes manuales de marxismo actualmente existentes (p. 11).
Para ello la autora sigue el método de trabajo teórico y de lectura crítica de
Louis Althusser y colaboradores (p. 13).
La
obra comienza con una introducción escrita por Louis Althusser; un prólogo a la
sexta edición; y una introducción de la autora. Sigue el cuerpo del libro, que
consta de cuatro partes. En la primera se estudia la estructura social. En la
segunda, los efectos de esta estructura social sobre los individuos; las clases
sociales y la lucha de clases. La tercera parte se refiere a la teoría marxista
de la historia y a la aportación de Marx y Engels en este punto. Sigue un
apéndice sobre la Plusvalía. La cuarta parte consta de textos escogidos con la
finalidad de aclarar, apoyar y complementar el contenido de cada capítulo y de
poner al lector en contacto directo con Marx, Engels, Lenin y Stalin. El libro
acaba con una bibliografía mínima. A los autores anteriores se añade ahora Mao
Tse-Tung.
Analizaremos
ahora brevemente su contenido.
Presentación.
Al presentar
esta nueva edición, Louis Althusser recuerda una idea muy simple, pero llena de
consecuencias teóricas y políticas importantes; «toda la teoría de Marx,
es decir, la ciencia fundada por Marx (el materialismo histórico) y la filosofía
abierta por Marx (el materialismo dialéctico) tienen por centro y corazón la
lucha de clases» (p. XI). El autor se esfuerza en hacer ver
cómo la lucha de clases antagónicas es el eslabón decisivo para comprender El
Capital (p. XII). No se puede leer El Capital como una crítica de la
economía capitalista (deformación comunista-burguesa), sino «críticamente»,
como una teoría revolucionaria.
Prólogo
a la sexta edición. La
autora explica las modificaciones introducidas.
Introducción.
Según la autora,
Marx abrió al conocimiento científico un nuevo continente antes no descubierto:
el continente de la historia (p. 7). La teoría marxista está compuesta de una
teoría científica: el materialismo histórico, y de una filosofía: el
materialismo dialéctico. La segunda depende de la primera. La filosofía depende
de la ciencia. Ahora bien, este conjunto de conocimientos no fue desarrollado
nunca en forma sistemática por Marx y Engels, y ha sido elaborado en forma
desigual por sus seguidores. Esto no debe descorazonar, ya que la revolución no
necesita esperar al desarrollo completo de la teoría y, por otra parte, la
«teoría» es sólo uno de los compuestos de la formación teórica de un militante
revolucionario. Según la autora el primer aspecto de la formación de un
marxista es el estudio de la Teoría. El segundo es la aplicación
creadora de la teoría a la realidad concreta de cada país. El tercero es
el estudio de la «coyuntura» política del país y del mundo. Es decir, el
«momento actual» de la lucha de clases (pp. l0 y ss.). El objetivo del libro es
ayudar en el primer aspecto, aunque la autora cuida de recordar que el objetivo
último de Marx fue transformar el mundo.
Capítulo
I. La Producción. Partiendo
de la base de que para «el marxismo la comprensión última de los procesos
históricos debe buscarse en la forma en que los hombres producen los medios
materiales» (p. 2), la autora define en forma elemental lo que se entiende por
proceso de trabajo, la diferencia entre proceso de trabajo y de producción, y
la división del trabajo.
Capítulo
II. Relaciones de Producción. Distingue
entre relaciones técnicas y sociales de producción. Señala cómo el proceso de producción
tiende a reproducir estas relaciones que no son simplemente relaciones humanas,
ya que se establecen independientemente de la voluntad de los hombres. Los
medios de trabajo determinan la forma en que se produce (p. 34 y ss.).
Capítulo
III. Las Fuerzas Productivas. Son
determinantes en «última instancia» de las relaciones de producción aunque sean
estas últimas las que determinen el ritmo y naturaleza de su desarrollo. Para
la autora la misma ciencia depende de la forma en que una determinada sociedad
produce sus bienes materiales (p. 69).
Capítulo
IV. La Estructura Económica de la Sociedad. Analizando el concepto marxista de
estructura, al que se califica esencialmente de «proceso», se define la
estructura económica como el conjunto de relaciones de producción (p. 84).
Capítulo
V. Infraestructura y Superestructura. La autora se esfuerza por hacer ver que
con la noción de superestructura (con la que el marxismo designa dos niveles de
la sociedad: la jurídico-política y la ideológica) se designa una noción
problemática que no ha sido estudiada en forma acabada por los
marxistas. Cita a Stalin, para quien el lenguaje es un fenómeno que no
pertenece a la base (infraestructura) ni a la superestructura. Cita a su
maestro Althusser, para quien la ciencia no puede ser colocada bajo la
categoría de superestructura. Si el concepto de superestructura no da cuenta de
todos los fenómenos extraeconómicos se plantea un problema teórico que el
marxismo debe resolver (p. 89). Se esfuerza por mostrar que Marx y Engels nunca
redujeron la superestructura a la estructura y cómo aquélla tiene una «relativa»
autonomía y sus propias leyes de funcionamiento (p.95). Desgraciadamente
-según la autora- ni Marx ni Engels «pudieron desarrollar de una manera
sistemática y profunda el problema del determinismo específico del marxismo»
(p. 94).
Capítulo
VI. Estructura Ideológica. Es
el tercer nivel (además del económico -infraestructura- y del
jurídico-político) que existe en toda sociedad: «es como el cemento que asegura
la cohesión del edificio» (p. 96). Su contenido son las ideologías y las
costumbres. No son representaciones objetivas, científicas, del mundo, sino
representaciones llenas de elementos imaginarios que más que describir una
realidad expresan deseos, esperanzas, nostalgias. Son «mentiras piadosas» que
en el caso de las clases sociales permiten la explotación (p. 99). Sólo son
inteligibles a través de su estructura (p. 100). Para que la ideología obrera
espontánea llegue a transformarse hasta el punto de ser liberada de la
ideología burguesa «es necesario que reciba del exterior el socorro de la
ciencia» (p. 102). La deformación de las ideologías se explica también «por el
carácter estructural de toda la sociedad» (p. 107). La autora insiste en que lo
ideológico no puede reducirse sin más a lo económico. Tiene «su contenido
propio y sus propias leyes de funcionamiento y desarrollo». No existe una
determinación directa, mecánica, de la economía, sino una determinación
compleja, estructural. Esto no es obstáculo para que a continuación se afirme
que las condiciones económicas crean las condiciones materiales objetivas;
«pero estas condiciones, no crean nada directamente» (p. 109).
Capítulo
VII. Estructura jurídico-política. La principal es el Estado, que no es más que un instrumento
de opresión de las clases dominantes sobre las oprimidas (p. 112). Tiene una
doble función: técnico administrativa y de dominación política. Esta es la que
define propiamente al Estado. Se extingue a medida que se avanza hacia el
comunismo: el gobierno sobre las personas se transforma en la administración de
cosas y la dirección de los procesos de producción. El proletariado
revolucionario tiene necesidad de destruir el aparato del Estado burgués y
crear un nuevo tipo de Estado: la dictadura del proletariado, que es democracia
para la mayoría y dictadura para la minoría. La autora
señala que no siempre corresponde el poder económico con el poder político.
Capítulo
VIII. Modo de producción, formación social y coyuntura política. Para la autora el modo de
producción es el concepto teórico que permite concebir la totalidad social
como una estructura dominante en la que el nivel económico es determinante en
última instancia (la estructura dominante define la totalidad marxista como un
todo complejo que posee la unidad de una estructura articulada, en la que
existe un elemento que desempeña el papel dominante y otros que le están
subordinados..., siendo el nivel económico el que determina en última instancia
el elemento de la estructura social que desempeñará el papel dominante) (p.
143). Define la formación social como una totalidad social concreta
históricamente determinada, y la coyuntura política como el «momento actual de
la lucha de clases en una formación social o sistema de formaciones sociales».
Segunda
Parte. Las Clases Sociales.
Capítulo
IX. Las Clases Sociales. En
esta segunda parte se estudian los efectos que las estructuras sociales
producen sobre los individuos, y la forma en que ellos pueden modificar estas
estructuras (p. 164). La autora recuerda que Marx no «descubre» las clases ni
la lucha de clases. La aportación del marxismo consiste, en este punto, en
establecer la relación entre clases sociales y medios de producción.
La
autora explica por qué Marx habla de tres clases, para concluir
afirmando que las clases sociales no son los sujetos creadores de las
estructuras sociales, sino los portadores de determinadas estructuras, los
actores de un drama que no han construido (p. 196). Las clases sociales son los
efectos de la estructura social global sobre los individuos que participan de
una u otra manera en la producción social (p. 198).
Capítulo
X. La Lucha de Clases. Se
define la lucha de clases como «el enfrentamiento que se produce entre dos
clases antagónicas cuando éstas luchan por sus intereses de clases» (p. 203).
Se estudian las diferentes formas de lucha de clases: económica, política,
ideológica, y los distintos tipos en que pueden producirse: legales e ilegales,
pacíficas y violentas; así como la actitud del partido, la estrategia y la
táctica. Termina con un análisis de las condiciones objetivas y subobjetivas de
la revolución social a la que se califica de «aspecto cumbre de la lucha de
clases» (p. 211).
Tercera
Parte. La teoría marxista de la Historia.
Se
propone en esta tercera parte señalar en «forma científica» la originalidad de
Marx con respecto a la teoría de la Historia.
Capítulo
XI. La teoría marxista de la Historia. Empieza la autora por exponer la
concepción hegeliana de la historia y las características del tiempo histórico
hegeliano: continuidad homogénea y contemporaneidad. La originalidad de Marx no
se reduce a la inversión de la concepción hegeliana. Ya no se trata de una
temporalidad histórica lineal, homogénea, de tipo hegeliano, sino «de ciertas
estructuras específicas de historicidad» (p. 226). Estas estructuras
específicas de historicidad son los diferentes modos de producción fundados, en
última instancia, en un determinado modo de producción de bienes materiales. La
teoría marxista de la Historia es, por lo tanto, un estudio científico de la
sucesión discontinua de los diferentes modos de producción, que deberá ser
puesta al servicio del estudio de realidades concretas. Apoyándose en Marx,
distingue en el materialismo histórico una Teoría general, o cuerpo
de conceptos empleados en el estudio diferencial de cada modo de producción, y teorías
regionales de los diferentes modos de producción (esclavista, feudal,
capitalista, socialista, etc.), y de la transición de un modo de producción a
otro. Por ej., según la autora, para situar la teoría de la dictadura del
proletariado se debe señalar que no pertenece a la teoría general del
materialismo histórico, sino a una teoría regional: la teoría de la transición
del modo de producción capitalista al modo de producción socialista, y más
precisamente a la «subregión de la instancia jurídico-política de esta etapa de
transición» (p. 229). Siguiendo a Althusser, distingue dos niveles de
«realización» del materialismo histórico: el nivel de la formación social
(estructura históricamente determinada que mantiene una identidad a través de
sus transformaciones) y el nivel de la coyuntura política o momento actual de
dicha estructura social. Una vez más insiste en que «la teoría marxista nace
para transformar el mundo y, por lo tanto, su verdadera realización final es su
utilización en la práctica política verdaderamente revolucionaria» (p. 231). A
continuación la autora se esfuerza por hacer ver cómo precisamente el carácter
científico del materialismo histórico se opone al dogmatismo y al revisionismo.
Después de citar a Marx, Engels y Lenin, resume su posición con palabras de
Althusser: «esta defensa y este desarrollo de la ciencia marxista suponen, a la
vez, la mayor firmeza contra todos los que quieren retraernos más acá de
los principios científicos de Marx, así como una verdadera libertad de crítica
y de investigación científica ejercida sobre la base de los principios teóricos
de Marx por aquellos que pueden y quieren ir más allá, libertad
indispensable para la vida de la ciencia marxista y de cualquier otra ciencia».
En su apoyo cita también un texto de Mao Tse-Tung: «Las fórmulas dogmáticas,
vacías y secas, destruyen nuestras posibilidades creadoras, y no solamente a
ellas, sino al marxismo mismo. El marxismo dogmático no es en absoluto
marxismo, sino antimarxismo» (p. 233).
A
continuación Harnecker pasa a examinar el papel del hombre en la Historia,
afirmando que «son los hombres los que hacen la historia» (p. 234), tratando de
evitar la acusación de determinismo histórico y de pasividad, que se le achacan
al marxismo, para acabar afirmando: «pero la hacen en condiciones bien
determinadas»; y más adelante: «es la lucha de estas clases y no la acción de
los individuos aislados lo que determina la marcha de la Historia» (p. 235). Y
aporta el testimonio de Lenin: «así se refuta la concepción puramente mecánica
y pueril de los subjetivistas que se contentaban vanamente con decir que la
Historia es obra de los individuos vivientes, sin preocuparse por investigar
qué ambiente social determina las acciones de los individuos y cómo opera».
Por
último, se examinan dos desviaciones de la teoría marxista de la Historia: El
«economismo» y el «voluntarismo». Al primero se le critica por ser el pretexto
para el ausentismo político y no ser suficientemente revolucionario a nivel de
las masas. El «economismo» sostiene que la lucha económica es la única forma de
lucha válida «en la situación actual de inmadurez de las condiciones
objetivas». Sostiene que hay que «respetar» las etapas del desarrollo y no
concibe la posibilidad de «saltarse» etapas. El «economismo» es una desviación
«evolucionista Hegeliana», que reduce la Historia a una evolución continua de
ciertas estructuras, los modos de producción, y no deja cabida a la acción de
las masas que expresan la evolución de las estructuras (p. 242).
Al
segundo («voluntarismo») se le califica de izquierdismo o enfermedad infantil
del comunismo. Se caracteriza en el plano ideológico por un acentuado
subjetivismo. Confunde «su deseo» con la realidad objetiva. No basta «querer»
la revolución para que ésta pueda realizarse. En el plano organizativo, se
caracteriza por el individualismo, que degenera en caudillismo político; y en
el plano de la dirección, por su incapacidad para distinguir las posibles etapas
de la revolución. Se confunde el objetivo final con los pasos necesarios para
alcanzarlo.
Ambas
desviaciones matan las revoluciones antes de nacer, pero por razones opuestas.
El «economismo» porque confía en la «espontaneidad» de las masas. El «voluntarismo»
porque confía excesivamente en los individuos o en los pequeños grupos (p.
244).
«Al
hacer este apéndice hemos pensado fundamentalmente en servir a los compañeros
trabajadores» (p. 251), debido a que sólo a través del concepto de plusvalía
podemos explicarnos en forma científica las causas de la explotación
capitalista (ibíd.). El concepto de plusvalía es la clave para explicar
la explotación capitalista, por ser la fuente de la ganancia capitalista. La
autora empieza analizando el proceso de producción mercantil simple para luego
pasar al proceso de producción capitalista. De los precios pasa al valor. Del
concepto de valor y trabajo llega al de plusvalía: «valor que el obrero crea
más allá del valor de su fuerza de trabajo»; partiendo de un análisis del valor
de la fuerza de trabajo acaba achacando al capitalismo el fenómeno de los
desocupados a quienes Marx denunció como el ejército de reserva de los
capitalistas.
Cuarta
Parte. Textos escogidos.
La
autora recoge: I. Textos generales sobre el materialismo histórico (Stalin y
Marx). II. El proceso de producción (Marx. El Capital. Lib. I). III. La
socialización de las fuerzas productivas (Marx, Lenin). VI. Demostración del
papel determinante de la producción en el interior del proceso económico
(Marx). V. Fuerzas productivas y relaciones sociales de producción (Lenin,
Marx-Engels, Marx). VI. Las nociones de Infra y Superestructura (Marx-Engels).
VII. Las clases sociales (Marx, Lenin). VIII. Los conceptos de la Teoría
general del materialismo histórico (Marx). IX. La aportación científica de Marx
(Lenin). X. Contra el Dogmatismo y el Revisionismo (Lenin). El libro acaba con
una bibliografía mínima comentada donde se citan obras de Marx, Engels, Lenin,
Stalin y Mao Tse-Tung.
VALORACIÓN TÉCNICA Y METODOLÓGICA
El
libro ha sido escrito con una finalidad precisa: adoctrinar en el marxismo.
Pero al mismo tiempo insistiendo en que de nada sirve la teoría sin su
vertiente práctica: la acción política revolucionaria. Técnica y
metodológicamente está estructurado al servicio de esa finalidad. Cada capítulo
comienza con una enumeración de los temas que se van a estudiar. En el texto
van señaladas las definiciones importantes, así como los conceptos que la
autora estima debe destacar. Al final del capítulo viene un resumen con
un recuento de los conceptos fundamentales que conviene no olvidar, puesto que
forman parte de la teoría general del materialismo histórico.
A
veces se explican con esquemas para poder grabar mejor las ideas. Después del
resumen viene un cuestionario para que el lector pueda, prácticamente,
medir el grado de asimilación. Por ejemplo, en el cuestionario del primer
capítulo aparecen preguntas como la siguiente: 1. ¿Qué se entiende por trabajo?
6. ¿Qué se entiende por materia bruta?, etc. Después del cuestionario vienen
una serie de temas de reflexión, del tipo de: ¿cómo se calcula el
salario mínimo en su país? Si al capitalista le interesa hacer trabajar al
obrero el máximo de horas, ¿cómo se explica que en la mayoría de los países
capitalistas el horario de trabajo sea de ocho horas? y ¿por qué en algunos
países socialistas es sólo de seis horas?
Como
se puede observar, por los brevísimos ejemplos que hemos expuesto, la autora no
tiene ni persigue una finalidad científica, sino didáctica, para los mismos
«marxistas», que necesitan ser adoctrinados. El libro es claro y preciso en la
presentación de la doctrina marxista. Técnicamente podemos afirmar que cumple
su propósito. Sin embargo, metodológicamente y, como era de esperar, la parte
más débil es la que debería considerarse como fundamental, al decir de la misma
autora en la introducción. La mayor parte del libro -161 páginas- está dedicada
a cuestiones elementales de economía: la producción, relaciones de producción,
fuerzas productivas, estructura económica de la sociedad, etc., y comprende
ocho capítulos. La segunda, que debería ser la fundamental, según la
introducción, sólo comprende dos capítulos y cincuenta páginas. La tercera es
la más pobre. Sólo comprende un capítulo de dieciocho páginas. El apéndice
sobre la plusvalía no tiene más justificación que el que le da la autora. Los
textos que apunta al final tampoco tienen mucha relación directa con el
contenido del libro. Eso sí, la autora trata de ser fiel a la concepción marxista,
a quien acude en último término para justificar su terminología. Sin embargo,
hay algunos aspectos en las afirmaciones de Marta Harnecker que merecen
destacarse:
a)
Primacía de la ciencia sobre la filosofía. La autora afirma la primacía del materialismo
histórico (ciencia) sobre el materialismo dialéctico (filosofía). Siguiendo a
Althusser destaca cómo, para que la filosofía surja y se desarrolle, es
necesario que existan las ciencias. Aparte de que esta afirmación es por lo
menos discutible (hay épocas en la historia de enorme desarrollo filosófico y
escaso desarrollo científico, y al revés), lo es también al nivel de la misma
teoría marxista. Cronológicamente es cierto: fue justamente en el terreno
social donde Marx postuló por vez primera la evolución dialéctica. Pero esto no
concuerda con lo que afirman muchos manuales del Marxismo. También en los
libros de crítica del marxismo se considera de ordinario el materialismo
histórico como una aplicación del materialismo dialéctico. La autora afirma, sin
embargo, lo contrario. En realidad, la opinión de Harnecker -desde una
perspectiva marxista- es perfectamente defendible (cfr. Introducción general,
p. 41), aunque su argumentación sea quizá poco convincente.
b)
Reconocimiento
del débil desarrollo que ha tenido la elaboración del materialismo
dialéctico, explicable según la autora por «el necesario retraso de la
filosofía con respecto a los nuevos descubrimientos científicos» (p. 8). Aunque
parece acertada esa valoración, no concuerda con la doctrina «oficial» del
comunismo.
c) Reconocimiento del pobre desarrollo
de los conceptos del materialismo histórico. La autora reconoce la ausencia de
un estudio científico de la estructura ideológica y jurídico-política del modo
de producción capitalista y de otros modos de producción (esclavista-feudal,
etc.). Esto no debe descorazonar, sino impulsar a un estudio profundo y crítico
de todo lo que ya existe, y a una elaboración doctrinal urgente para el
análisis de nuestras sociedades.
No
faltan en esta obra ambigüedades y afirmaciones no fundamentales. Por ejemplo,
se afirma que «las relaciones entre obreros y patrones no podrán ser
fraternales mientras las relaciones de éstos con los medios de producción no
cambien» (p. 54); «ya que destruye todas las ideas utópicas de colaboración
entre obreros y patrones» (ibíd.). Esta afirmación no tiene más base que
el postulado marxista que hace depender exclusivamente lo que hoy llamamos
«relaciones humanas» de las relaciones de los hombres con los medios de
producción. Las relaciones obrero-patronales en cientos de empresas del mundo
entero demuestran, por otra parte, lo contrario.
La
autora reconoce que la noción de «superestructura» no da cuenta
de todos los fenómenos extraeconómicos, que no ha sido estudiada en forma
acabada y que es, por tanto, un problema teórico que el marxismo debe resolver
(p. 39). Cita a Stalin, que ya sostuvo que el lenguaje no pertenece ni a la
estructura ni a la superestructura; y a Althusser, que defiende que la ciencia
es un fenómeno que no puede ser colocado en la superestructura. Sin embargo,
poco antes había afirmado lo contrario «el desarrollo de la ciencia depende de
la forma en que una determinada sociedad produce sus bienes materiales» (p.
69).
Se
afirma que «el nivel económico es determinante en última instancia» (p. 69) y
en la página anterior: «las estructuras jurídico-políticas e ideológicas que
forman parte de la superestructura, tienen una relativa autonomía en relación a
la infraestructura y sus propias leyes de funcionamiento y desarrollo» (p. 68).
Lo difícil que es resolver en el marxismo el determinismo económico lo ha
expresado Althusser, afirmando que «proponerse pensar la determinación de los
elementos de un todo por la estructura del todo; la determinación de una
estructura por otra estructura, es decir, los problemas de la causalidad
estructural, es plantearse un problema absolutamente nuevo, dentro del más
grande embrollo teórico, ya que no se dispone de ningún concepto teórico
elaborado para resolverlo» (citado en p. 54). El marxismo no consigue
compaginar el determinismo -aunque sea en última instancia- con la libertad
(cfr. Introducción general, pp. 38-40).
Se
afirma que la ideología -nivel ideológico- es una realidad objetiva (p. 9), lo
que no parece hermanarse bien con lo que dice a continuación: las ideologías no
son representaciones objetivas, científicas del mundo sino representaciones
llenas de elementos imaginarios; más que describir una realidad expresan
deseos, esperanzas, nostalgias (¡como si éstos no fueran reales!). En una
sociedad de clases la ideología es «una mentira piadosa» inventada por los
explotadores para engañar a los explotados. Aquéllos aceptan como «querida por
Dios», como «fijada por la naturaleza» o por «el deber moral», la dominación
que ejercen sobre los explotados. Es evidente que las ideologías han sido y son
algo más que mentiras piadosas. Por otra parte, la autora no hace la menor
referencia a lo que se entiende por ideologías (ver por ej. G. F. de la Mora, El
Crepúsculo de las Ideologías, Rialp, Madrid, 1965).
En
otras ocasiones la contradicción aparece al presentar un texto «clásico»: en la
página 132, por ej., se cita a Lenin: «lo fundamental en la doctrina de Marx es
la lucha de clases. Así se dice y se escribe con mucha frecuencia. Pero esto
no es exacto. De esta inexactitud se deriva con gran frecuencia la
tergiversación oportunista del marxismo, su falseamiento en un sentido
aceptable para la burguesía... circunscribir el marxismo a la doctrina de la
lucha de clases es limitar el marxismo, bastardearlo, reducirlo a algo que la
burguesía puede aceptar». Sin embargo, para Althusser, como vemos en la
presentación del libro, y para la autora: «toda la teoría de Marx, es decir, la
ciencia fundada por Marx (el materialismo histórico) y la filosofía abierta por
Marx (el materialismo dialéctico) tienen por centro y por corazón la lucha
de clases» (p. XI). La contradicción quizá es sólo aparente, pero la
autora no se preocupa por evitarla.
Interpretando
a Marx, afirma que las clases sociales no «crean» las estructuras, sino que son
las «portadoras» (en el sentido de tomar sobre sí, de llevar consigo) de
determinadas estructuras, los actores de un drama que no han construido. Y
añade a continuación que decir que las clases son portadoras de determinadas estructuras,
«es lo mismo que decir que ellas son los efectos de estas estructuras» (p.197).
No parece lógico -mientras no se demuestre al menos, cosa que no se hace-
llamar efecto a lo que se acaba de calificar como soporte y portador.
VALORACIÓN DE LAS CONCLUSIONES
No
se puede decir en rigor que la autora llegue a conclusiones. Partiendo de un
marxismo que se piensa necesario adecuar a la situación social contemporánea y
haciendo equilibrios peligrosos entre un «dogmatismo» -que se combate- y un
«revisionismo» -que se rechaza-, se ofrece al lector un instrumento teórico: el
materialismo histórico que justifica una práctica política: la revolución.
Continuamente se utiliza la palabra científico. Después de todo, la
verdad científica se mide por su conformidad con una realidad objetiva. En este
sentido ni el marxismo ni las conclusiones, o más bien afirmaciones de la
autora, tienen nada que ver con la realidad. Una crítica detallada llevaría a
los presupuestos mismos del materialismo histórico (cfr. Introducción
general).
No
la haremos aquí, pero sí señalaremos algunos puntos que afectan particularmente
al libro que comentamos. Es verdaderamente significativo que la autora ignore
completamente el desarrollo de temas centrales de ciencia económica desde Marx
hasta nuestros días. Por ej. al hablar de la producción la autora no toca para
nada el difícil tema del «cálculo económico» y sus dificultades en una economía
socialista (vid. por ejemplo, la crítica de L. V. Mises, El
socialismo, Hermes, México 1961 p. 109 y ss.). Pero sin cálculo económico
no cabe una economía racional. No habla para nada de los efectos que produce la
socialización de los medios de producción (ibid. p. 121). No habla tampoco de
los problemas prácticos que plantea la producción y la distribución (p. 149).
No parece conocer las modernas teorías sobre la Empresa, gerencia y relaciones
humanas. No explica por qué el trabajo será más productivo en una sociedad
socialista que en una capitalista. Al afirmar que la dictadura del proletariado
«se transforma ahora en democracia para la mayoría y dictadura para el pequeño
grupo que no acepta desprenderse de los privilegios» no aporta un solo ejemplo
de la vida real porque evidentemente no puede tomarlo de la realidad.
Igualmente pobre es el estudio que hace de las clases: se limita a explicar por
qué en El Capital Marx habla de tres clases cuando en realidad quiere
decir dos. Marx y Engels, además de las tres clases principales, analizaron una
serie de clases secundarias o adventicias. No se aporta nada nuevo, mostrando
la validez de la crítica que afirma que «el Marxismo, en este capítulo
fundamental de la doctrina, jamás se ha elevado arriba del nivel de una
doctrina callejera de partido» (v. Mises, ob. cit. p. 347). Hacer de
ella el motor de la historia es calificado por Simkhovitch como una «afirmación
desesperada». Eric Roll califica esta tesis marxista de «esencialmente
inconsistente».
Como
simple repetición de las afirmaciones de Marx, la autora dedica como hemos
visto, un largo apéndice a la plusvalía. Es inútil hacer aquí la crítica; vid.
recensión a El Capital. Sólo añadiremos algunos calificativos que ha
merecido: «nada se ha podido conservar de ella» (Aftulion); «tiene un defecto
radical: la apreciación incompleta del fenómeno del valor, del que se excluye
el elemento utilidad» (Merlino); los problemas que esta teoría causaron en Marx
lo llevaron a una serie de contradicciones que denuncia en ella «una extensa
bancarrota doctrinal y un solemne suicidio científico» (Gonnard). La autora
parece desconocer que el mismo Marx no parece haber sido insensible a estas
dificultades. En el libro III de El Capital (que dejó inacabado) parece
haber renunciado a la tesis del valor-trabajo para volver a la del
valor-cambio. Ciertos comentadores han atribuido a dichas dificultades, el que
Marx no terminara su obra. Resulta interesante que Engels también reconociera
estas dificultades. En carta a Conrad Schmidt de 12-III-1895, poco antes de su
muerte, señala que la teoría del valor-trabajo es sólo «un concepto», y que
«como tal no puede corresponder a la realidad». Incluso algunos (como Sevons,
Labriola) señalan que Marx no publicó nada después de 1867, dieciséis años
antes de su muerte, y han llegado a hablar de un «misterio» de Marx. Lo cierto
es que «la teoría del valor-trabajo está muerta y enterrada» (J. Schumpeter) y
que no «permite fundar una teoría de los precios»; como reconoce S. Robinson, a
pesar de su simpatía por el marxismo.
Para
concluir, puede decirse que Marta Harnecker se mantiene en una ortodoxia marxista,
mediada por Althusser. El libro, como divulgación escolar, está, en general,
bien conseguido, y presenta las fracturas teoréticas y la completa oposición a
la verdad cristiana del marxismo en general.
S.M.S.
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