GUZMAN BOCKLER, Carlos y HERBERT, Jean-Loup
Guatemala: Una interpretación Histórico-Social
Siglo XXI. Editores, S. A. México, 1970, 205 páginas.
CONTENIDO DE LA OBRA
Consta
de una serie de ensayos, realizados por los dos autores tal como se señala a
continuación. Carlos Guzmán B., licenciado en derecho de la Universidad de San
Carlos de Guatemala, hizo también estudios superiores de sociología en la
Escuela Práctica de Altos Estudios de la Universidad de París. J.-L. Herbert,
graduado en sociología y ciencias políticas en Lyon, trabaja actualmente como
profesor de intercambio en la Universidad de San Carlos.
El
índice es el siguiente:
Preámbulo.
I.
La sociedad precolonial. La sociedad autóctona guatemalteca antes de la
colonia, por
J.-L. Herbert.
II.
El nacimiento de la situación colonial, por C. Guzmán B.
III.
Ensayo de explicación teórica sobre la realidad social guatemalteca, por J.-L. Herbert.
IV.
Las relaciones ecológicas de una estructura colonial, por J.-L. Herbert.
V.
Las clases sociales en Guatemala, por J.-L. Herbert.
VI.
El ladino: un ser ficticio, por
C. Guzmán B.
VII.
Expresiones ideológicas de la lucha de clases. De la discriminación racial
institucional a su mixtificación: el indigenismo, por J.-L. Herbert.
VIII.
Los colonialismos interno y externo en la Guatemala de hoy, por C. Guzmán B.
ANEXO.
Estadísticas generales.
Como
el mismo título de la obra indica, se pretende una interpretación de Guatemala
-una explicación total y definitiva, dicen los autores- o, por lo menos,
señalar los factores, que determinan no sólo una forma de organización política
o económica, sino también una idiosincrasia, una actitud frente al mundo y a la
historia, una actitud, en suma, frente a sí.
«Se
pretende aprehender la totalidad social en una forma genética y estructural
apartándose de las explicaciones culturalistas y empiricistas -que resultan
abstractas- para contribuir al esclarecimiento de los problemas del Tercer
Mundo y lograr por este medio el establecimiento de una de las premisas
necesarias para su liberación: el conocimiento» (p. 2).
Se
pretende hacer un análisis de la realidad guatemalteca haciendo hincapié en
ciertos puntos -escogidos, no sin tergiversación de los datos- para
presentarlos como compuestos de una estructura colonial, que sería el eje de la
dialéctica social. Presentan al indígena y al ladino como hermanos enemigos,
productos de esa dialéctica. Centran la problemática en el ladino,
presentándolo como el detentador del poder y, con ello, trazan un cuadro en
donde poder encajar perfectamente el análisis marxista, que pretenden realizar;
huyendo tanto de las concepciones utilizadas por la ciencia sociológica en
vigor en el país, por la antropología -léase, por científicos «alienados»-,
como de las interpretaciones del comunismo vulgar. Siguiendo las líneas del
marxismo ortodoxo, quieren recalcar que hay que aplicarlo
teniendo en cuenta las características especiales que se dan en Guatemala por
tener una estructura colonial. Por ello acuden especialmente tanto a autores
latinoamericanos, como a aquellos que han estudiado la realidad africana.
Capítulo I.- La sociedad precolonial. La sociedad
autóctona guatemalteca antes de la colonia (pp. 5 a 32).
En
este capítulo estudia Herbert la situación de Guatemala antes de la llegada de
los españoles en 1524, queriendo demostrar que existía una sociedad civilizada,
aunque «los distintos niveles de esa sociedad se encontraban en fases de desarrollo
desiguales dentro de una dialéctica única».
Con
esto, presenta a esa sociedad como uno de los componentes de la situación
colonial que nace en 1524, y la enfrentará a la sociedad que traen los
españoles. Ya así tendrá las bases para señalar la dialéctica que surge entre
conquistador y conquistado, colonizador y colonizado.
«Todos
los colonizadores han justificado su penetración violenta a través de una
supuesta decadencia y disgregación de las sociedades que colonizan» (p. 6).
Pese a ello tiene que admitir que los estudiosos de la historia de Guatemala
han señalado esa decadencia. Entre esos autores hay algunos como Cardoza
Aragón, que le merece todos los respetos, que afirma que «el sojuzgamiento se
debe a que las culturas guatemaltecas hallábanse en decadencia de
cerca de mil años» (p. 6).
Los
errores que encuentra son el concepto de decadencia, a pesar del gran grado de
desarrollo de las fuerzas productivas; la dinámica de las estructuras sociales;
el carácter arqueológico que se le da al período prehispánico, y suponer que en
Guatemala había una pluralidad de culturas.
Dice
que es un proceso de «reificación» para momificar esa cultura y desconocerla, y
con ello no presentar las contradicciones que presenta la estructura colonial.
Por
otra parte, afirma la unidad de esa cultura, puesto que el colonizador quería
presentarla en pedazos inconexos para dominarla mejor.
Después
de citar un texto incompleto de Las Casas, que habla de esa unidad en toda la Nueva
España, se refiere sólo al área quiché, aludiendo a que era la
fuerza política unificadora. Apoyará toda la tesis, en unos cuantos autores
que, como Flores Alvarado, son marxistas. No admite la decadencia, sino la
desintegración de las relaciones gentilicias patriarcales. Y afirma que esa
sociedad que no encaja dentro de ningún tipo ideal, sólo puede ser explicada
dentro de un concepto dinámico.
Para
demostrar que no había decadencia, desarrolla los siguientes puntos:
Nivel
de producción: El
nivel de producción en la sociedad inmediatamente anterior a la conquista era
ya complejo tanto en materia agrícola como mineral, artesanal y manufacturera.
Sobre un territorio relativamente pequeño, había una producción diversificada y
abundante de todos los productos esenciales y en especial de los que servían de
monedas (cacao, cobre...).
Técnicas
de producción: Tecnología
desarrollada en forma muy desigual; por el dominio de metales hay que
clasificarla como neolítica o de barbarie media. Ausencia de bestias
domesticadas como fuerza propulsora y la no aplicación del principio de la
rueda. Utilizaban la fuerza humana esclava. Sí había una utilización racional
del riego.
La
división del trabajo: Era
más compleja que en las anteriores sociedades teocráticas. «Hay un grupo urbano
que empezaba a oponerse y a vivir del grupo campesino propiamente dicho»
(con ello quiere hacer notar ya esa dialéctica que llevó a la
desintegración, no decadencia). El arte de hilar y tejer era propio de las
mujeres, pero de esa acción dependerán numerosas actividades. La alfarería fue
muy desarrollada. Para su propósito, hace destacar el sentido profundamente
filosófico y religioso que los tejidos y la alfarería, en sus dibujos, tenían y
que no comprendieron los conquistadores.
Había
grupos consagrados a tareas que llamaríamos hoy intelectuales: historiadores,
escritores, etc. Esto daba una distinción de clases.
Relaciones
comerciales: Había
gran cambio comercial en todo el territorio mesoamericano. El comercio permitía
llegar a un alto nivel en la jerarquía social. Organizados en gremios, es probable
que presionaran en la estructura política del Estado. Es una hipótesis que
él plantea y que a su vez utiliza para reafirmar su tesis original: que había,
concurriendo, varias estructuras en formación, en pugna con otras anteriores.
(Se ve el deseo de presentar todo como pura dialéctica).
Esclavitud:
Reconoce la
existencia de esclavos, instrumentos de transporte y objeto de comercio. Se
podía devenir esclavo por castigo. Servían para otros trabajos y como víctimas
de sacrificios.
Tenencia
de la tierra: De
todo lo anterior deriva que había luchas sociales, paralelas a un proceso de
acumulación de riquezas. Sin más demostración asienta que «era lógico suponer
que esta propiedad individual era atributo de los jefes de grandes casas,
algunos altos funcionarios y capitanes». También había tierras del Estado.
Organización
política: «El
inicio de un proceso de acumulación de trabajo (esclavos), riqueza (comercio) y
tierra, agregado a las necesidades de defensa y conquista, implica un proceso
de concentración y centralización de poder».
En
el momento de la conquista el poder supremo se repartía entre varias fuerzas
sociales en pugna, que cobraba a menudo formas de violencia. El sacerdote tenía
gran prestigio. Junto al poder central estaba la organización de las grandes
casas.
Organización
militar: Había
una organización militar, con gran desarrollo, tanto en las escalas como en la
preparación.
Organización
jurídica: La
base del derecho civil y penal era la unidad familiar, monogámica, patrilineal
y patrilocal. Había herencia.
La
administración de justicia estaba centralizada y jerarquizada.
Sociología
urbana: Tanto la
ubicación como el aspecto global de las ciudades revela su primordial carácter
militar. Pero por dentro había una compleja vida social, política y religiosa.
Con una jerarquía hasta en la localización de las viviendas, de acuerdo a la
categoría social de los habitantes. Esta sociedad estaba en fase de
urbanización y concentración de población.
Observaciones
demográficas: No
hay datos precisos, pero sí se sabe que los conquistadores se asombraron de la
densidad en algunos sectores. Afirma que se puede aceptar la cifra de 1.000.000
para la población Centroamericana.
Religión:
En este punto es
donde de un modo más marcado se nota su sectarismo. Quiere demostrar que la
religión católica fue el instrumento ideológico del conquistador, y que por
ello calificó de idólatra, pagana y politeísta a la religión autóctona, a la
que él presenta como monoteísta, de una alta moralidad, de ascética y con sacerdotes
con gran devoción y penitencia. Sobre los sacrificios humanos dice que es
cuestión discutible. La oposición con el catolicismo la encuentra en el
carácter altamente «antropocéntrico» de la religión cristiana y a una dimensión
visible de lo sagrado. Por otra parte dice «que los españoles acaban de
expulsar a los judíos de su territorio y en América vinieron a encontrarse de
nuevo con el fantasma de la tradición» (p. 27). Y todavía a «pesar de cuatro
siglos de destrucción aparecen formas sincréticas y agonizantes».
Había
una historia: Lejos
de ser una sociedad fría, sin historia, sin política, «era, por el contrario,
una sociedad en convulsión evolutiva hacia la afirmación de una unidad
superior: el Estado» (p. 29).
Resumen:
«Frente a esa
dinámica transitiva y abierta la colonización va a congelar el tiempo, a
encerrar en reducciones el espacio, a romper las comunicaciones
comerciales, a brutalizar las relaciones sociales, a deprimir la producción
agrícola o, en todo caso, a desviarla hacia la metrópoli; a destruir el poder
político y a imponer una religión extraña. En una palabra, asistimos a una
desvitalización organizada, que se traduce en una reificación de la
historia, tanto por parte del español como por parte del ladino contemporáneo»
(p. 31).
Conclusión:
«Para que el
grupo «indio» recupere su identidad, se despierte, se vuelva actor de su
historia, se debe reanudar el hilo del tiempo en el momento en el cual fue
cortado» (p. 31).
Capítulo II. El nacimiento de la situación colonial (pp.
33 a 50).
Introducción.
Quiere presentar
el enfrentamiento de los dos grupos humanos con una concepción diferente del
mundo y de la vida, con una capacidad desigual en el manejo de la técnica y con
un sistema diferente de valores. Cada uno tenía su propia organización social,
económica y política. El choque inicial dio como resultado la victoria militar
española y el consiguiente aplastamiento del elemento humano autóctono.
Esto
da la base para el surgimiento de la dialéctica: «surgen una serie de
relaciones que los envolverá a ambos. El vencedor con su fuerza intentará
imponer sus maneras de actuar y pensar, sobre todo con el afán de justificar el
sistema desigual creado por él» (p. 33).
«El
sistema colonial se apoyó -en sus aspectos fundamentales- en la explotación de
la tierra, trabajada por mano de obra esclava, cuantiosa y reclutada entre la
población aborigen». El soporte ideológico inicial fue preponderantemente
religioso, afirma Guzmán, y la Iglesia «con sus enseñanzas dio vida a las
creencias y representaciones colectivas que habían de justificar el sistema»
(p. 34).
La
historia de Guatemala estará desde entonces convertida en un instrumento
ideológico de dominación, susceptible de agudizar contradicciones en vez de
resolverlas (p. 34).
Semblanza
histórica. 1. El español que vino a América.- Pretende estudiar al español en su
dimensión de hombre antes de que viniera a América, seguirlo en su viaje,
contemplarlo en la conquista y estudiarlo en el curso de la colonización. (En
esto sigue a Américo Castro, Los españoles: cómo llegaron a serlo y La
realidad histórica de España). Su intento es demostrar que no
poseían una única estructura étnica, lingüística, religiosa y valorativa, como
señalan los actuales ladinos, sino que estaban llenos de contradicciones, y que
no estaban en condiciones de ser presentados sólo en su deslumbrantes aspectos
de vencedores cultos y generosos.
Presenta
al español en la época de la invasión musulmana: España era un conjunto de
pueblos dispares, cuyo único denominador común era la profesión de fe católica.
Fue durante la Reconquista cuando se moldeó el hombre, que en el siglo IX se
llamó a sí mismo cristiano, para enfrentarlo a los musulmanes. Ese
apelativo tenía, dice Guzmán, dimensión político-colectiva. De ese
enfrentamiento surge la unidad lingüística, y luego la concepción y la práctica
de la guerra santa. En el Al-Andalus, se dio cabida en los quehaceres
intelectuales a los judíos, que, al avanzar la Reconquista, ocuparon posiciones
similares al lado y servicio de los príncipes cristianos.
La
vida de esa nueva realidad llamada España se teje -según Guzmán- de
interrelaciones de esas tres castas de creyentes que contribuyeron a formarla.
En ella privará un equilibrio nacido en parte de la división de trabajo
(técnica, musulmanes; ciencias, filosofía y finanzas, judíos; mando y tarea de
guerra, cristianos). Las tensiones entre las tres castas fueron haciéndose más
evidentes conforme la Reconquista avanzaba: los cristianos reclamaban para sí
la dirección de todas las actividades. Para distinguir la casta cristiana se
tenía en cuenta la limpieza de sangre. Las tareas intelectuales quedan
en manos de los judíos. La casta cristiana se centró en el cultivo del esfuerzo
heroico, y el elemento decisivo fue la estima y el culto de la dimensión imperativa
de la persona.
La
ruptura del equilibrio -asegura- se produce a fines del siglo XV, y entonces se
perderá la tolerancia. Guzmán dice que «la casta cristiana seguirá valorando
grandemente el creer como sustituto del pensar (...)», y así la conquista de
América es la aventura más tentadora, en «la cual iba a desplegar a cabalidad
sus dotes guerreras, al mismo tiempo que a enfrentar, derrotar y cristianizar a
otros infieles». Una nueva guerra santa (p. 42). Dice que, con
frecuencia se ha presentado al español inconmovible, hecho de una pieza, y se
han ocultado sus profundas desgarraduras.
2.
El español en América.- Terminada
la conquista en su fase militar, la dimensión imperativa de la persona se
pierde. Los colonizadores siguientes, de guerreros devienen explotadores. Surge
la explotación del grupo vencido, el comercio y la vida muelle. La actividad
intelectual es relegada a ciertos miembros de elites: el pensamiento no
es propio, viene de fuera. La contradicción inicial entre colonizador y
evangelizador, denunciada por los primeros evangelizadores, será resuelta en
favor de los primeros, sin abandonar los aspectos exteriores de la
evangelización (pp. 43-44).
Una
vez más se destaca el carácter sectario del autor, cuando afirma: «La Iglesia
desempeñará en las Indias de entonces y en los países latinoamericanos de hoy,
un papel político preponderante cuya principal tarea consistirá en elaborar y
mantener las ideologías justificativas de la dominación y de la explotación,
sobre todo en aquellas regiones en el que el propio sistema colonial impulsa y
mantiene segregaciones económicas con más caras de discriminación racial, como
es el caso que ejemplifican los indios y ladinos» (p. 45). «Desde
entonces el explotador tira sobre el indio un velo de desprecio que, en
realidad, encubre el desprecio que siente por sí mismo» (ibídem). Al no
sentirse nadie, el ladino crea al indio.
La
pureza de sangre al llegar a América se utiliza para distinguir a peninsulares
e indios -explotadores y explotados-, pero se dice blanco y de color. Y se
inventa la base de los colonialismos posteriores: el racismo (p. 46).
La
situación colonial como proceso de alienación.- Cita a Lefebvre, explicando lo que se
entiende por alienación según el marxismo. La estratificación social de tipo
colonial aparece cuando se desgarra, por la conquista, la sociedad autóctona.
Las formas específicas de tenencia y explotación de tierras son las que van a
perdurar, y de sus formas diversas surgirán las diversas segmentaciones que
envuelven a los propios españoles y a los indios.
«En
síntesis, el sistema colonial, al esforzarse por crear con vida independiente
de sus gestores humanos, un mundo basado en la explotación de la tierra en
beneficio de una minoría, la que a su vez descansa en la explotación de un
grupo humano inicialmente vencido y despojado, ha dado vida a un fetiche, en
el sentido marxista del término. Como soporte de tal fetiche ha creado
los conceptos de ladino e indio: construcciones mentales a las que ha dado
también una vida independiente de quienes la concibieron, y que han cobrado el
carácter de abstracciones ideológicas con apariencia real, cuya realidad es,
en cierto sentido, ya que prevalecen sobre lo humano. Fetiches son también
los términos ladino e indio. Consecuentemente, dentro del sistema
colonial, la relación mantenida entre los fetiches y el hombre se le manifiesta
a este último como la enajenación de sí mismo, como la pérdida de sí mismo. Se
trata de un claro proceso de alienación» (p. 50).
¿Quién
es el ladino? El régimen económico -la creación principal del sistema
colonial-, trae como consecuencia la superioridad de la raza blanca: supuesto
que se traduce en dar al español peninsular el rango más alto y a los criollos
y mestizos los rangos inmediatos inferiores, hasta que -con el correr de los
años- llega a englobar a todos los 'superiores' dentro del apelativo ladino.
Los autóctonos serán indígenas (p. 49).
Capítulo III.- Ensayo de explicación teórica sobre la
realidad social guatemalteca (pp. 51-60).
Herbert
pretende aquí hacer un modelo para el análisis de la sociedad global
guatemalteca, con un esquema jerarquizado de proposiciones, que por su
importancia para el desarrollo y comprensión de las tesis del libro recogen a
continuación con cierto detalle.
Proposición
I: «La correlación
total que existió a principios de la colonización entre el hecho de ser español
-dominador y explotador-, por una parte, y por otra, el ser natural (indígena)
-grupo dominado y explotado- sigue siendo hoy la misma para calificar los
grupos ladino e indígena. El antagonismo entre esos dos grupos constituye la
determinación primera de la estructura social guatemalteca: es el eje de la
dialéctica. La evolución de ese antagonismo sigue moldeando la formación
conflictiva de la conciencia colectiva nacional» (p. 52).
Subproposiciones:
Situación colonial agudizada por oposición ecológica y endogamia recíproca.
Explotación fundada en discriminación racial. El contenido de la lucha de
clases, en un contexto de polarización racial, va a entorpecer la movilidad
social. Las solidaridades raciales, a veces, más determinantes que la
económica.
Proposición
II: «Este
antagonismo se origina en la expansión de la sociedad occidental
-católica-capitalista. Su formación y desarrollo están ligados a la intensidad
de la dominación exterior, que evoluciona en una tendencia creciente desde 1524
hasta hoy» (p. 53).
Subproposiciones:
No hay verdadera «independencia». No hay paralelismo en el desarrollo de ambas
sociedades integradas en el único sistema. No vale para explicar la dialéctica,
si provienen de la sociedad dominante, los conceptos (clase social, lucha de
clase, burguesía) y hay que poner en discusión el concepto de modo de
producción colonial.
Proposición
III: «La
expansión colonial -integración al mercado capitalista en forma desigual-
empieza con el colonialismo español, se intensifica con el inglés y culmina con
el norteamericano; este proceso se basa en una transferencia de la riqueza
interna hacia una acumulación en la metrópoli: refuerza el poder de dominación
y origina la fase superior en el proceso acumulativo de empobrecimiento,
subdesarrollo» (p. 54).
Subproposiciones:
Se imposibilita una acumulación interna, puesto que se transfiere a la
metrópoli. Empobrecimiento también de la mayoría ladina.
Proposición
IV: «El modo de
producción colonial -proyección de los intereses del mercado capitalista- da
paso a la formación de dos configuraciones específicas en las sociedades
colonizadas: el monopolio de las buenas tierras en forma de latifundio, con su
correlación el minifundio, base mínima de la subsistencia de la fuerza de
trabajo y la explotación máxima de la fuerza de trabajo autóctona» (p. 55).
Subproposiciones:
El monopolio de producción determina el monopolio de los instrumentos políticos
y de los valores dominantes (educación, idioma, religión, etc.). La
distribución de tierras y relación laboral, ligada a la formación de los grupos
ladino e «indígena», obstaculiza el surgimiento de la mediana propiedad.
Conclusión:
«La sociedad
autóctona precolonial se encontraba en el desarrollo de la economía mercantil,
que interrumpió la imposición de la estructura colonial. Eso se traduce en
subdesarrollo, proletarización» (p. 56).
Modelo
de explicación histórica y estructura de la sociedad guatemalteca: En un cuadro sintetiza y
visualiza las proposiciones anteriores a base de cuatro variables: integración
al mercado mundial, formación de latiminifundio, formación del antagonismo
social-racial y economía del subdesarrollo.
La
hipótesis que sostiene es que cada una de las variables evoluciona, y que cada
vez se acentúa más. De las cuatro, la primera es la dominante y las otras
subordinadas.
Las
hipótesis que sostienen ese modelo son: a) introducción al capitalismo
desde 1524; b) el latiminifundio proyecta las necesidades del mercado
mundial; c) el antagonismo social está basado en las dos variables
anteriores, será la lucha de clases una oposición colonizador-colonizado, con
connotaciones raciales; d) economía de subdesarrollo, producto de las
tres variables anteriores.
Capítulo IV. Las relaciones ecológicas de una estructura
colonial (pp. 61 a 93).
Vuelve
a repetir que el sistema latiminifundista constituye el eje de las
explicaciones sociales y, en particular, determina el desarrollo de la
conciencia social individual a las cuales impone su propia lógica (p. 61).
Fundamentándose
en un texto de Marx, dirá que «la dialéctica del hombre y la naturaleza por el
trabajo no produce solamente relaciones sociales, sino que también, en segundo
grado esas relaciones se 'proyectan en el suelo', para formar el medio social
geográfico que a su vez va a sobredeterminar las relaciones sociales. La
historia humana y la natural se identifican dialécticamente» (p. 62).
Historia
del sistema latiminifundista: Señala
que tres tendencias caracterizan la historia de la tierra en Guatemala: a) expropiación
por intereses extranjeros; b) concentración cumulativa; y c) privatización.
El
latiminifundismo, dirá, resume la conjugación de las tres tendencias:
1.
El colonizador usurpa el suelo. «El Papa legitimaba ese acto» (p. 63). Cita a
Marx -sin señalar el texto- para decir que la conquista de América señala los
albores de la era capitalista, y que la Iglesia fue el mejor instrumento para
el establecimiento en América Latina del estado capitalista (p. 63).
2.
El colonizador: a) se apropia de las mejores tierras; b) se le
permite acumular la fuerza de trabajo (indígenas) necesaria; c) las leyes y
reducciones sólo asegurarán la subsistencia de la fuerza de trabajo y capacidad
tributaria.
3.
Esa estructura económica va a ser complementada con decisiones políticas, p.e.,
destrucción de ciudades precoloniales. Desde entonces el español está en la
ciudad y el natural en el campo. El colonizador ocupará las mejores tierras:
las bajas, y las vías de comunicación.
Afirma
que esa es la situación actual. «Desde el establecimiento de la colonia,
ya todos los parámetros de la situación colonial están dados en lo que se
refiere a la distribución de las tierras y las relaciones ecológicas» (p. 65).
Intenta
demostrar que durante toda la colonia los principales cultivos son para la
exportación o adecuados a las exigencias del grupo minoritario colonizador.
Desarrolla
la misma tesis de Severo Martínez (vid. Recensión a La patria del criollo) en
cuanto a la adquisición de la tierra en esa época.
Cuando
cayó el comercio exterior, el «indígena» pudo recuperar algo de su tierra. Con
el cultivo del café y el banano -a mediados del XIX-, que es lo que Europa
necesitaba, también se empieza a importar ferrocarriles, maquinarias de energía
eléctrica y portuaria. El café produjo mayor concentración de tierras,
«asfixiando» al indígena en una producción de subsistencia.
La
«Revolución» liberal significó la agudización del capitalismo en su forma
colonial. «La población indígena será convertida en reserva de mano de obra
para el uso del mercado mundial. Desde 1954 se sustituye el banano por el
algodón y crianza del ganado, según las exigencias de la exportación, de ahí
afirma -sin ninguna demostración- que Guatemala produce lo que no necesita» (p.
73).
Tampoco
la Revolución de 1944, por tanto, «pudo con las leyes del mercado mundial».
Resumen:
a)
la concentración
de tierras comenzó en la colonia y no fue detenida, «ya que este proceso está
envuelto en la lógica del mercado mundial»;
b) la posesión de tierra favorece a
los que tienen acceso al poder político; el extranjero y el ladino tienen una
posición ventajosa con relación al «indígena», al que expropiarán (p. 73);
c) geográficamente se va reforzando
la polarización geográfica.
Descripción
actual del sistema latiminifundista: Con una serie de datos y cuadros estadísticos, quiere
demostrar que Guatemala «sigue siendo una sociedad determinada en su conjunto
por su carácter agro-exportador. El 60 por 100 de sus exportaciones son
agrícolas». Sometidas a la inestabilidad de los precios del mercado mundial (p.
78).
Otro
de los puntos que quiere señalar es que el sistema latiminifundista deprime
toda la economía nacional por el enorme desgaste de fuerza humana que implica y
los problemas que acarrea; camino de la proletarización del «indígena» y de la
mayoría ladina. Señala que en 1964 el 38 por 100 de los operadores de fincas
son ladinos o extranjeros con el 75 por 100 de la tierra explotada (las
mejores) y el 62 por 100 indígenas con el 25 por 100 de tierras (las altas y
menos productivas). El 35 por 100 de la fuerza de trabajo no tiene tierras.
Los
planes de colonización de nuevas tierras -25.000 títulos repartidos en 15 años-
no resuelven el problema de tenencia de tierras, pues la mayoría acaban siendo
acumulados por otros propietarios.
De
ello deduce que el latiminifundio es un sistema de clases sociales, polarizado
entre ladino y el indígena. El latifundio es producción de exportación y el
minifundio de subsistencia.
Sin
ninguna base seria quiere explicar que la correlación
ladino-latifundio-exportación marca su relación de enajenación política, social
y cultural con el extranjero y ausencia de nacionalismo, su relación con el
«indígena» y la importancia decisiva de las minorías extranjeras en la vida
política nacional. Dando un sentido exclusivamente económico a todo el
acontecer de la vida nacional, dice que es la base para la intervención
cultural, política, militar y religiosa del extranjero. Es una interpretación
falseada de la realidad, por el punto de partida ya viciado de que todo se
mueve en función de lo económico. «El latifundio está en la encrucijada de tres
sistemas estrechamente relacionados: sistemas de clase internacional, nacional
y local» (p. 83). Dirá que es un sistema de fuerza, apoyado por «espiritismo,
alcoholismo, racismo y la capilla católica» (p. 84). Como se ve no pierde
oportunidad para atacar a la Iglesia católica, mezclando y confundiendo todos
los órdenes para señalar lo que conviene a su tesis, sin demostrar nada, sino
dando por ciertas sus hipótesis que ya estaban sentadas antes de intentar
siquiera demostrarlas.
Acaba
afirmando que el latifundio es improductivo: rinde más el minifundio, lo que es
desde todo punto de vista falso.
Geografía
social de Guatemala: Señala
cuatro conclusiones:
a)
el espacio
social guatemalteco está determinado por la opresión colonial: monopolio del
extranjero;
b) la división internacional del
trabajo determina el espacio interno de Guatemala: el cultivo de latifundios
presiona la zona de refugio del colonizado en las zonas altas. Es falso que
sólo esas zonas sean lo que queda al indígena, y es más falso que prácticamente
sean para exportación las producciones de las grandes fincas;
c) la estructura política colonial
destruye el espacio urbano para sustituirla por la ciudad burocrática colonial.
Sólo hay que visitar las ciudades de Guatemala para darse cuenta de lo errado y
arbitrario de semejante afirmación;
d)
las zonas de
refugio del indígena cobran una importancia vital para salvar la identidad
social e histórica, amenazada por el exterior.
El
espacio guatemalteco al nivel de las representaciones y la conducta: Dice que las ideas colectivas
expresan las relaciones sociales, de ahí deriva, dándolas por demostradas, una
serie de conclusiones:
El
espacio exterior se muestra amenazador para el ladino y el autóctono -como si
el ladino no fuera autóctono-: para el ladino «porque no le llama a una
dinámica de conquista», para el indígena porque es «el mundo de los ladrones».
El cinturón asfixiante de latifundio, que produce la angustia demográfica. La
escisión entre la ciudad-centro del poder colonial y el interior del país.
Temor recíproco de montaña y llanura. El fraccionamiento del país en fincas.
Dice que los ladinos y sociólogos creen que el indígena está aislado, lo
cual es un modo de reificar la verdadera movilidad, para luego dominar.
Afirmará
por último que por parte del ladino hay una ignorancia práctica y teórica de la
geografía nacional, y que lo que le fascina es salir al extranjero. Esto para
él es una manifestación más de enajenación, y «cualquier relación de dominación
es enajenante tanto para el amo como para el esclavo que la sufre; perturba la
comprensión, la percepción y la intencionalidad, individual y colectivamente»
(p. 92).
Y
acaba justificando la guerrilla como medio para el conocimiento del
espacio nacional, «condición primordial para formar nuevas relaciones entre los
grupos sociales y su propio tiempo histórico» (p. 93).
Capítulo V.- Las clases sociales en Guatemala (pp. 94
a 100).
En
el empeño por realizar un verdadero análisis marxista de la sociedad
guatemalteca, en este capítulo se establecen los postulados de la división de
clases, para luego ver su oposición.
I.
«La relación de explotación existente del ladino para con el indígena
constituye la contradicción dominante en la estructura de clases». Bases de
esta afirmación:
a)
El ladino
monopoliza la tierra de alta producción.
b) El ladino confisca la plusvalía,
producto de su explotación, utilizando la mano de obra indígena.
c) Monopoliza el crédito.
d) Mantiene una posición de
dominación en los circuitos comerciales.
e)
Monopoliza todos
los medios de representación política, fuerzas de represión, control jurídico e
instrumentos culturales (donde incluye a la religión).
f) Defiende su posición de clase
por medio de una serie de organizaciones que monopoliza.
g) Se encuentra en una relación
antagónica con el indígena.
h) Tiene una ideología: el
indigenismo.
II.
«Sin embargo, por la situación colonial aún vigente, esta relación de clases
manifiesta ciertas especificidades»:
A.
Las distintas capas de las clases ladinas:
a)
No todos los
ladinos tienen la misma situación económica y social. «La proletarización
comenzó con la colonia y se mantiene en la actualidad debido al empobrecimiento
de la sociedad global por el imperialismo» (p. 96). Pero afirma, no hay
solidaridad entre ladinos pobres y campesinos «indígenas» pobres. Una vez más
realiza el análisis según unos esquemas preconcebidos, sin más razones
más que algunas superficiales e inexactas, omitiendo deliberadamente otras
razones obvias, suficientes para negar su aserto.
b)
«La capa ladina,
monopolizadora de los medios de producción no constituye una burguesía; es más
bien su papel de intermediario con los capitalistas extranjeros y depende del
mercado capitalista internacional» (p. 96). También aquí, señala algo que es
inexacto: exageración de una realidad que deforma.
c) «Tampoco hay una verdadera clase
obrera, por no haber una verdadera burguesía. El colonialismo impide un
desarrollo de la industria, y obliga a una especialización en la agricultura.
Los obreros sólo pueden ser un elemento que apoye la liberación, que por
esa razón debe ser de base campesina» (p. 97). Otra apreciación falsa, con la
que pretende presentar una especial lucha de clase: ladino-indígena. El autor
parece no tener en cuenta el esfuerzo real de desarrollo de la industria guatemalteca.
d)
«El papel de las
clases -capas- medias es muy limitado por su estrechez numérica». Esta
afirmación, impuesta por el a priori dialéctico, niega el real y
progresivo aumento de la clase media, que cada día es más numerosa, y que en
Guatemala tiene un papel decisivo en el desarrollo del país en todos los
órdenes.
Conclusión:
«Por la situación colonial de cuatro siglos y medio, el grupo ladino se
defiende, más allá de su posición económica local, por su relación con un
sistema social extranjero (...), hecho que le imposibilita encontrar una
identidad propia, salvo negativamente: en relación a su amo (extranjero) y
discriminando al grupo social autóctono» (p. 98).
Esa
identidad de la que habla es superior a un solo grupo y común a ambos -si se
quiere hablar como el autor-, pues abarca más bien a todo el país y a todos los
habitantes, que sienten en general una clara identidad nacional.
B.
Distintas capas de la clase indígena:
a) Su planteamiento es que
el «saqueo» de la colonia llevó a una proletarización del grupo «indígena»,
autóctono. Hay capas muy variadas; pero en todas ellas se observa la tendencia
a mantener lo más posible su identidad de grupo amenazado. La generalización
que hace el autor es correlativa a la noción abstracta de clase.
b)
Existe -dice-
una minoría capitalista comercial y fabril, especialmente en Quezaltenango, que
tiene un deseo de ladinización; pero le corresponde un papel histórico-nacional
(lucha contra la oligarquía ladina). Afirma que ya algunos están realizando ese
papel de nacionalismo agresivo.
Lo
que Herbert llama deseo de ladinización, en realidad no es sino el
anhelo de mejora y desarrollo en todos los órdenes. Ese nacionalismo agresivo
es la lucha sangrienta, consecuencia de la dialéctica, que una vez más es la
conclusión que ya estaba incluida en el postulado.
Conclusión:
«La existencia de distintas capas dentro de la clase 'indígena' no elimina el
hecho fundamental: constituye la clase más explotada (...); por eso pensamos
que ello la clarifica para profundizar el movimiento de liberación y revolución
agraria» (p. 99).
Conclusión
general: «Si históricamente
el ladino se desarrolló en relación a la sociedad capitalista, católica,
'occidental', siendo un intermediario de la extensión del mercado mundial, el
'indígena' se define históricamente como el defensor de la tradición
autóctona».
«Esa
dialéctica entre lo autóctono y lo extranjero no se va a resolver por una
ilusoria 'integración' o 'ladinización' o 'aculturación' (todas ideologías que
justifican una supuesta superioridad), sino por una dialéctica real y objetiva
que permitirá, antes que todo, al autóctono recuperar SU tierra y SU historia,
de las cuales ha sido violentamente expropiado desde la colonia española» (p.
99).
«El
ladino si acepta e incluso participa en la lucha de reapropiación nacional cesa
de ser ladino, ya que destruye la relación de dominación colonial (...) Sólo
habrá compañeros revolucionarios» (p. 100).
Ni
en Guatemala se da, como Herbert afirma, esas clases «puras», pues hay una
mezcla intensísima de toda clase; ni es lógico decir que la identidad del
ladino desaparecerá en un abrir y cerrar de ojos sólo por la participación en
la lucha. No se sabe qué clase de identidad adquiriría. Parece haber una
contradicción con todo lo que ha dicho antes.
Capítulo VI. El ladino: un ser ficticio (pp. 101 a
121).
En
este capítulo, de un modo especial, se quiere «centrar la problemática de la
investigación sobre el grupo ladino, por ser el detentador del poder, para
superar la actitud indigenizante según la cual sólo el 'indígena' presentaría
problemas» (p. 101).
Afirma
Guzmán B., que la expresión nosotros los guatemaltecos carece de
realidad, porque es invento del ladino y porque para el ladino esa expresión no
abarca al indígena, al que no acepta; y con ello ha construido un mundo
ficticio, se ha escapado de sí mismo: ha seguido la senda del «entreguismo». La
representatividad de la nación, de lo nacional y lo patriótico, ha sido asumido
por el ladino; lo folklórico, exótico y turístico corre por cuenta del indio (p.
102). Todo esto, dirá, son implicaciones y producto de la alienación, que en
todo ello lleva a la «negativa del ladino a considerar que su vida forma parte
de una vida colectiva mayor que descansa sobre un trenzado de la convivencia y
de la pugna entre su grupo y el grupo indio» (p. 102).
Todo
este planteamiento está falseado: la distinción de ladino e indígena no se
puede hacer claramente, ni ellos la hacen nunca, y por otra parte no se da ese
desconocimiento del indio ni del mestizo, ni viceversa; tampoco se da esa pugna
que él señala. Y sí que hay conciencia colectiva de una unidad superior, por
parte de todos, en todos los órdenes. Hay conciencia de nación, y del «nosotros
los guatemaltecos», por parte de todos los guatemaltecos sin distinción.
Para
demostrar sus asertos, quiere estudiar al ladino y señalar que es un ser
ficticio. La falacia de toda su argumentación estará desde el principio en que
toma por ladino a extranjeros, mestizos, criollos, etc., y luego afirma que no
se puede definir y, por tanto, tampoco él hará la distinción: y a ese ser fantasma,
que él se ha inventado, dirá que no tiene unos rasgos definidos: para ello
se fija en estos puntos:
1.
Incapacidad para la creación racional: Afirma que el ladino heredó de la casta
cristiana española el anteponer el creer al razonar. Frente a los
hispanos-hebreos rechazaron la ciencia, el arte de crear riqueza o la
eficiencia técnica. La pérdida de la «honra» no fue óbice para mantener la
actitud negativa frente a los valores hispano-hebreos. Su argumentación corre
después por otros cauces al afirmar que los que podrían razonar son los
favorecidos por un sistema que descansa sobre la explotación, y a su vez
descansa en criterios de discriminación racial, y por ello «cualquier intento
de racionalización sobre dicha estructura se enfrenta a la irracionalidad de la
misma, al par que a la necesidad de mantenerla; (...) las justificaciones nunca
llegan a ser totales; queda siempre algo que no llega a ser enteramente
cubierto y que causa crisis de conciencia. Para acallar esa mala conciencia, el
creer (en mitos, en falsas representaciones colectivas, etc.) se sobrepone al
razonar». De ahí vendrá la dependencia de lo extranjero en toda clase de
ciencias.
El
planteamiento en su primera parte sigue a Castro (vid. cap. II) y utiliza los
consabidos planteamientos marxistas en cuanto a conciencia y enajenación.
2.
Vasallaje intelectual: Siguiendo sus ideas de que el ladino es intermediario
entre los intereses metropolitanos y el hombre colonizado, dirá que cae en el
vasallaje intelectual, importando de las diversas metrópolis, a la que ha
estado sujeto, las ideas sin asimilarlas. «Si la capacidad de creación ha sido
anulada, el intercambio sirve para alienar la conciencia de colonizado» (p.
105). Dirá que, para conocerse, el ladino debe volver la mirada a su pasado y
hacia sí mismo; pero tiene que tomar luces de fuera para ese conocimiento y ahí
continúa el peligro de alienación. Por tanto, se encierra en un círculo
vicioso.
También
todo el racionamiento es viciado, porque al no haber trazado una figura del
ladino, también en este aspecto es difícil saber decir cuál es el pasado y de
quién.
3.
Deterioro del sentido de justicia: «De las formas del vivir español (tomadas
por éste del moro) podemos observar en el ladino una que se ha integrado a su
concepción valorativa, más no a su diario vivir: la idea de cómo hacer
justicia». Será una justicia ligada a decisiones personales, más que a
principios jurídicos abstractos. Citando a Castro, afirma que «el español sueña
con la justicia de un juez sacerdote, que absuelve o condena, según las
circunstancias, y teniendo en cuenta la conducta futura». Esto, dirá, es lo que
hace comprensible las innumerables violaciones a la ley. Las Constituciones del
país y los códigos son calcos de otros europeos. El poder de los jueces pasará
a los Presidentes y Jefes políticos, dando paso a las arbitrariedades.
4.
Pobreza en la expresión: Otro aspecto que presenta para indicar la falta de
identidad del ladino es el idioma. Dice que el ladino se expresa en español y
que no conoce la estructura mental y valorativa en que se apoya dicha lengua.
El indio mantiene su forma de expresión en el s. XX, y las capas más ligadas al
colonizador usan el inglés, pero no lo comprenden, con ello se entregan al
pueblo que habla tal lengua y se identifican con los intereses de dicho pueblo
y soslayan la búsqueda de su propia personalidad.
No
se entiende bien cómo puede afirmar lo primero, pues si el ladino es el
continuador del español, ¿por qué el castellano no es su lengua?
5.
Tendencia a definirse por lo que no es: Dice que el ladino se expresa siempre
en un orden negativo cuando quiere definirse; pero los ejemplos son de carácter
político -anticomunista, por ejemplo- que no pueden servir para lo que quiere
probar.
6.
Temor a un enemigo imprecisable: Habla del caso del «caudillismo», la necesidad
de acudir a un «hombre» para gobernar, que lo sojuzgue y domine porque se
presiente un acoso cuya verdadera fuente no puede señalarse. Y por otra parte,
el indio está presente, pero como una sombra colectiva, recriminadora,
amenazante. «Esta situación contribuye a mantener estable la crisis de
identidad del ladino; su contradicción es, pues, la estabilidad de su
inestabilidad» (p. 108). Todas estas afirmaciones son gratuitas, al menos para
lo que quiere demostrar: la falta de identidad del ladino.
7.
Supuestas raíces occidentales: Con ideas ya expresadas en capítulos anteriores,
y basado en Castro, afirma que durante la época de la conquista, la historia de
los cronistas estará destinada a la justificación del sistema colonial. Y dice
que se va a buscar raíces occidentales de las que en realidad careció. La vida
española está más basada en oriente y sus raíces son orientales, semíticas
(influencia de moros y judíos).
Esto
se trasladó a América y luego continuó en el tiempo de la colonia y
posteriormente. Aunque en la Independencia, y posteriormente, se importaron
ideas occidentales, no se asimilaron y aplastaron la posible conciencia propia.
«Los dictados religiosos y políticos de las elites ladinas son tomados de fuera
(...), el ladino esquiva el planteamiento de su propia posición frente al indio
y al extranjero» (p. 110). Tampoco acepta planteamientos de ciertos
«marxistas», que han tratado servilmente de copiar modelos sacados de otras
realidades sociales, occidentales y, casi sin excepción, colonizadoras (p.
111).
Toda
esta argumentación no es sino un intento de demostrar la alienación; pero
deforma la realidad al fundamentarse en hipótesis falsas, como la de que la
cultura española no tienen raíces occidentales, y al querer decir que se huye
del verdadero planteamiento de su posición frente al indio y al extranjero.
8.
Cristianismo comprometido: En este punto se muestra aún más fuertemente
sectario, lo que desarrolla en trece páginas, es un ataque a la Iglesia y a su
función en América. Cayendo en argumentos tópicos, dice en primer lugar que el
cristianismo que priva en la acción misionera no es de raigambre occidental,
«sino de evidente simiente alcoránica». Una vez más sigue en esto a Américo
Castro. La posición de los conquistadores será la de una «guerra santa». Las
conversiones en masa serían de un cristianismo estadístico (Balandier), y
chocarían con la actitud del indio «provistos de creencia religiosas sólidas»
(p. 113).
«Por
otra parte, la Iglesia -fundida con el Estado español- estará íntimamente
ligada a las acciones política y administrativa. Su compromiso con la
colonización, hasta sus últimas consecuencias, será por ello inevitable». «La
Iglesia mantuvo firmemente en sus manos el papel de agente modelador de la
estructura social colonial y se encargó también de elaborar y mantener la
ideología justificadora del sistema» (p. 114).
«Entre
la aventura colonial y la construcción de una vida espiritual, optó por la
primera, a la cual se vio forzada ya que las contradicciones que implicaba el
seguir ambas eran irresolubles» (p. 115).
Este
fue también el papel de la Iglesia aún en la época del liberalismo, ya en la
Independencia. La Iglesia apuntala el «nuevo orden».
Niega
el verdadero cristianismo del indígena, y por ello dice que la Iglesia está
formada sólo por los ladinos.
En
relación a los Estados Unidos y la infiltración de los protestantes, dirá que
«al lado de las políticas económica, diplomática, militar y estratégica, se
puede ubicar una más: la política misionera» (p. 117).
«En
conclusión, los diversos estilos de cristianismo puestos en práctica en
Guatemala, a lo largo de toda su historia, han sido y siguen siendo el soporte
de la estructura social segmentarizada y desigual» (p. 118).
Todo
el planteamiento es coherente consigo mismo, pero totalmente falso, por partir
de una errónea concepción acerca de la religión y de la Iglesia, cuya labor en
el orden espiritual y su consecuencia -la verdadera cristianización del
continente americano- es tergiversada, achacando a la Iglesia los defectos de
la colonización, ignorando su papel moderador frente a los abusos a que toda
conquista da ocasión.
9.
La antropología aplicada, pese a grandes esfuerzos, no pudo definir al ladino.
Dice que se ha definido al ladino de un modo negativo: «Todo habitante que
nunca ha vivido o ya no vive dentro de la cultura indígena». Esa definición,
dirá, no basta sencillamente porque el ladino no es.
10.
Carencia de identidad: Resume todo lo dicho y añade que el indio no sabe lo que
significan las palabras Guatemala y guatemalteco, o, que si lo
sabe no quiere que lo involucren en esos términos: son invenciones del ladino.
Por otra parte, el ladino no se conoce: «somos un pueblo sin proyecto
colectivo. El futuro colectivo luce tan impreciso o tan poco atractivo que todo
esfuerzo de supervivencia grupal es conducido fuera de cánones racionales» (p.
120).
Hay
enajenación cultural y económica, y en las mentes colonizadoras de algunos, a
través de los programas de control de natalidad, «ya no hay lugar siquiera para
más seres humanos y prefieren suprimirlos antes que prohijar una redistribución
equitativa de las riquezas» (p. 121).
Los
tintes pesimistas parecen estar dirigidos a mover más el sentimiento que la
razón, para convencer emotivamente de sus tesis.
Capítulo VII.- Expresiones ideológicas de la lucha de
clases. De la discriminación racial a su mixtificación: el indigenismo (pp.
122 a 164).
Afirma
que el indigenismo constituye la ideología específica de la clase dominante en
un país de estructura colonial.
¿Qué
entiende por ideología?: «Una teoría que expresa falsamente la realidad social
para mantener una dominación» (p. 122).
Dice
que la ideología es una fase de la dialéctica colonial, en la que el
colonizador ha perdido su buena conciencia social que le permitía ser racista o
paternalista abiertamente, por lo que tiene que elaborar una «metafísica»
humanista aparentemente igualitaria y generosa, de la que está cuidadosamente
eliminada la posición objetiva, política y económica del antagonismo.
Hace
una correlación entre el indígena y el ladino:
Indígena:
minifundio, asalariado, ausencia de capital, producción de subsistencia,
trabajo manual, campo, tierras altas, sin poder.
Ladino:
latifundio, patrono, acumulación de capital, producción de exportación, trabajo
no-manual, ciudad, tierras bajas, con poder.
Esas
correlaciones, dice, expresan las relaciones objetivas de un antagonismo de
clases. Esta lucha de clases local es la proyección de una lucha de clases
internacional, que caracteriza la relación colonial (o de dependencia). Esto le
va a dar ciertas particularidades: en primer lugar su contenido racial.
Los
biólogos y antropólogos definen las razas de tal modo que no aparezcan las
diferencias raciales, haciéndolas aparecer como una realidad estrictamente
biológica o cultural (materialismo vulgar e idealismo abstracto). Dice que, por
el contrario, es un producto social e históricamente determinado y, por tanto,
la ideología del mestizaje queda envuelta en la lógica racista.
Afirma
que siempre hubo y aún hay discriminación racial y en la legislación hay rasgos
discriminatorios. Tanto la estructura económica y social como la conciencia
colectiva, aseguran la permanencia de la discriminación sin necesidad de ayuda
institucional: la endogamia y la barrera económica funcionan casi
perfectamente.
Pese
a que la realidad del país muestra claramente que el mestizaje en Guatemala es
claro y palpable y que no existe discriminación racial, quiere sostener que el
mestizaje es un «camuflaje». Por otra parte, vuelve a fallarle a Herbert, como
a Guzmán B., su concepto de ladino, puesto que -utilizando su lenguaje- la
mayoría de la población que ellos llaman ladina es realmente mestiza.
Así
lo dicen una serie de autores de toda clase e ideología cuyas declaraciones
recoge en el texto; pero les acusa de tener una falsa conciencia para no
enfrentar la realidad. En realidad lo mismo podía decirse de él.
Pasa
a continuación a hacer una historia de la discriminación racial en Guatemala
(p. 128). Afirma que los autores que han estudiado los movimientos de
liberación en África son los que han dado una explicación racional de los
fenómenos racistas. La ciencia social de los países capitalistas no ha podido,
por su misma posición discriminatoria. «Sartre, Fanon, Balandier y sobre todo
A. Memmi han establecido que un país colonial es un país racista» (p. 128).
«El
sinnúmero de términos por medio de los cuales se delimita exactamente la
discriminación racial en Guatemala indican claramente que la discriminación
quedó perfectamente estructurada a partir de esas fechas (de la Colonia) hasta
nuestra época. Este retrato se ha universalizado sin modificaciones en todos
los países coloniales» (p. 130). América Latina fue el primer país colonizado
por la Europa capitalista.
Ese
modo de señalar al indio aparece aún en la literatura actual. En círculos
intelectuales y políticos los indios son considerados la causa del atraso del
país, el lastre para el desarrollo (p. 131), y la solución será la «emigración
europea masiva para mezclarse con los indios» (M. A. Asturias).
En
Guatemala -continúa- por ser «la explotación española como una de las más
profundas y fanáticas por su particular carga religiosa, es lógico y obvio que
el racismo haya alcanzado la misma profundidad en la conciencia colectiva» (p.
133). Si alguna vez se defiende la ausencia de discriminación, no son sino
justificaciones que encubren toda clase de discriminación.
Todo
esto está en la línea de no querer aceptar la realidad o considerarla como
«apariencia»: la discriminación tal como él la plantea, no se da. Por otra
parte, nunca la Iglesia ha defendido ni ha patrocinado ningún tipo de
discriminación.
Nivel
geográfico, institucional y jurídico de la discriminación racial: Intenta demostrar cómo las
relaciones jurídicas e institucionales, desde la colonia, hasta la fecha, son
discriminadoras y reflejan la estructura económica y social ya descrita, que a
su vez sirve de base al sistema de representaciones descrito. Desde el
principio de la colonia -afirma- hubo segregación geográfica: el indio habita
en el campo, en lugares reducidos que limitan su libertad de movimiento.
También había segregación profesional, no podía tener ciertas profesiones y
oficios: militares, sacerdotes, notarios... y el indio era el único obligado a
trabajos forzados. Señala que había distintas jurisdicciones y que el indio
tenía necesidad de protección al ser tenido como menor. Había segregación sexual:
si hubo mestizos -dice- eran en su mayoría por acciones inmorales del
conquistador.
Con
el empobrecimiento del s. XVIII, se agudiza la lucha social y surge la pigmentocracia:
a todas las escalas de funciones sociales corresponde un espectro de
colores raciales. Se reflejaba en todos los aspectos de la vida cultural,
simbólica y emocional (vestidos, espada, caballos): si alguna vez parece lo
contrario -reforma liberal- es para dar paso a la ladinización.
Añade
que hoy, aparentemente, la segregación de tipo profesional, espacial y
jurídica, ha disminuido; pero existe de hecho, por la división del trabajo y la
explotación económica, reflejándose en escuelas, fiestas y grupos religiosos.
La endogamia continúa. Concluye que la discriminación y el racismo existe: está
inscrito en el sistema colonial. La plusvalía se extrae para la metrópoli y
tiene que surgir a costa de la explotación violenta del indígena (p. 139).
Todas
estas afirmaciones son presentadas como algo categórico, pero no se apoyan en
base alguna firme.
Estudio
crítico de las ideologías dominantes:
Frente
a la situación descrita, han surgido las ideologías indigenistas que son
mixtificaciones de este ser social racista (p. 139).
Señala,
como características de todas ellas, «el eliminar la posición objetiva,
económica y política», diluir la historia en un evolucionismo primitivo y negar
la dialéctica, es decir, «la potencia de lo negativo» (p. 139).
Esas
ideologías son: el mestizaje, la aculturación, la ladinización, la integración.
El
mestizaje: como ya se dijo, el autor niega la existencia de un verdadero
mestizaje: «El mestizo se ha inventado una manera de resolver la dialéctica».
No
puede menos que citar a ciertos autores como Asturias, Cardoza, Aragón y Monte
Forte Toledo, de pensamiento también filomarxista, que afirman el mestizaje
biológico y cultural, y que afirman el valor del mismo; pero diciendo que esos
autores son «víctimas de esta ideología», a pesar de que la evidencia de lo que
ellos afirman está fundamentada en sus propias vidas y él -Herbert- es un
extranjero, que ha vivido sólo pocos años en el país.
La
aculturación es la teoría que afirma el surgir de una nueva cultura, de la
unión de ambas: la indígena y la ladina. Dice que no la acepta, pues ni la
definición que se da de cultura es aceptable porque se basa en una dualidad
espíritu-materia, «que es caduca», y porque «hay imposibilidad de contacto de
dos estructuras cristalizadas; no se puede explicar la creación de una obra
cultural con una lógica mecanicista que obedece a las leyes de la proximidad,
superposición, intercambiabilidad, que no tiene nada que ver con las leyes
específicas de la creatividad» (p. 144). La rechaza porque no sigue la
dialéctica, se habla de un continuo, idea antidialéctica que elimina la
ruptura, la inversión, el salto cualitativo.
Y
según él, los mismos medios de aculturación son, al mismo tiempo, la causa de
la pobreza, de la dictadura, de la destrucción cultural y de la ignorancia.
La
ladinización: para él descansa en el argumento de que el racismo consiste en
«decretar unilateralmente el valor normativo de ciertas culturas» (Fanon). La
ladinización es el proceso mediante el cual un indio se convierte en
hispano-americano, esa es la definición que dan los antropólogos, que él
rechaza, puesto que se toma como base la cultura ladina, que se ha definido en
referencia a la hispánica, occidental, cristiana. La ladinización sigue basada
en la dualidad primitiva-superior. Históricamente -dirá- desde el fin de la
colonia se ha pretendido que el indígena se asemeje hasta en su forma de vestir
al ladino y favorecer el contacto entre ambos. Demográficamente el movimiento
de ladinización es muy escaso, «si de hecho se da es por la ley de la
proletarización, no voluntariamente» (p. 148). Añade que esta ideología es doblemente
mitificadora: 1. Esconde la relación de dominación y prejuicios racistas; y 2.
Da a entender que el ladino es la pauta y el sistema de valores exclusivo de
Guatemala; olvidando que proletarización es igual que ladinización.
La
rechaza porque elimina la negatividad y crea la enajenación de la conciencia.
El ladino va a redificar las conciencias. Al exclusivizar unilateralmente un
término de la relación dialéctica -el ladino- la elude; así proporciona su
ideología al grupo dominador. «Sólo por la ruptura o inversión de la relación
de explotación se puede liberar la conciencia del esclavo y al mismo tiempo la
del amo» (p. 150).
R.
N. Adams es el que mejor ha expuesto la ideología de la ladinización; pero
«esta lleno de contradicciones: al indígena nunca se llega a considerar ladino»
(p. 151).
La
integración (p. 152): persigue la unidad nacional sin exigir la eliminación de
diferencias culturales; se toma como pauta la del grupo culturalmente dominante
y el idioma español. Se harían ajustes mutuos entre los dos grupos, y la
integración puede ser anterior a la desindigenización.
Herbert
encuentra tres contradicciones: 1. Supone falta de integración social; 2. Es integración
a ...; 3. No estudia la real estructura actual ni los medios para
lograrla. Se trata —dice— de encubrir la real integración capitalista, causa de
la desintegración proletaria relativa; confundiendo fenómenos económicos con
fenómenos culturales.
Dice
que se habla de «indígena» aislado, conservador, desconfiado, multidividido en
comunidades locales, regionales étnicas, lingüísticas y culturales; se separa
para dominar (p. 153). No existe el problema indio, «su problema radica en la
integración misma, en la estructura y el desarrollo del sistema capitalista que
produce el subdesarrollo en general» (Gunder Frank). Separar para dominar (p.
153).
Integrar
a algo hecho: Estado, sociedad, cultura; pero haría falta saber -añade- si hay
Estado legítimo, cultura nacional...
Los
medios para conseguirlo, la tercera contradicción: los planes educativos y de
bienestar social son de carácter paternalista.
Como
se ve siempre plantea el problema en términos dialécticos, sin aceptar a priori
otra posibilidad.
El
indigenismo y la política indigenista. En cuanto a la política indigenista,
afirma que se apoya e inspira en una filosofía basada en las ideologías
descritas.
Esa
política será hecha por promotores o agentes de cambio cultural, y le parece
que es una dialéctica dirigida. La promoción de esos agentes tiende a
desarrollar una pequeña burguesía servil del poder dominante, para consolidar
la realidad del colonialismo interno. Continúa diciendo que la antropología
sirve al colonialismo, pues rechaza los grandes cambios, tiene miedo a la
desestructuración y hace hincapié en la pequeña comunidad (p. 156).
¿Por
qué es indispensable el indigenismo? Dice que el Instituto indigenista nacional
guatemalteco razona con un concepto de inferioridad del indio.
La
dialéctica colonizador-colonizado.- Los ideólogos, el indigenismo y la historia oficial tienden
a eliminar el antagonismo y el racismo que deriva del sistema colonial y que
constituye la realidad social del «indio» y del ladino. El eje explicativo del
ser social guatemalteco se encuentra en esa dialéctica, entre
metrópoli-colonia, colonizador-colonizado, extranjero-autóctono. La condición
de su resolución es la ruptura de la dominación por la afirmación absoluta del
ser histórico dominado.
Afirma
que el indígena se ha opuesto. En lo cultural, social y religioso hasta la
fecha, el indígena ha opuesto una resistencia silenciosa pero compacta. A la
vez, va surgiendo, entre algunos profesionales de la burguesía indígena, un
afán de superación económica, cultural, y de aprender su propia historia
precolonial. Algunos han fundado la Academia Maya Quiché: todo esto es muestra
de una verdadera dinámica contra la ladinización.
Termina
afirmando que la relación entre el colonizador y el colonizado sólo se puede
explicar en términos dialécticos (p. 164).
Es
manifiesto el intento de probar que la única explicación es la marxista, aunque
para ello tenga que tergiversar los hechos.
Capítulo VIII.- Los colonialismos interno y externo en la
Guatemala de hoy (pp. 165-190).
Las
ideologías colonialistas -comienza Guzmán- han clarificado las divisiones sociales
en Guatemala conforme a modelos anglosajones o según una interpretación rígida
del marxismo; por tanto, en compartimentos estancos, «estractos»,
«comunidades», y combinan las dimensiones rural y urbana: los ladinos en clases
y los indígenas en pequeñas comunidades.
Por
otra parte, se ha querido establecer un nexo entre el elemento ladino y el
colonizador externo como continuadores y portadores de una civilización
superior, «causa y razón del intercambio cultural y técnico, así como de
las normas e instituciones sociales y del sistema de valores» (p. 166). El
colonizado cree participar en la elaboración de formas culturales importadas,
por el hecho de identificarse con quienes las imponen. «De ahí el fracaso al
intentar clasificaciones de la sociedad global guatemalteca. Al aplicar los
modelos extranjeros surge siempre un elemento inclasificable: el indio. Por tal
razón se le deja de lado, teniendo en cuenta únicamente el cuidado de
localizarlo en la escala más baja de la estratificación social» (p. 166). Es el
deseo de reificar.
En
un análisis dinámico -léase marxista-, la situación colonial genera su propia
estratificación, resultado de la interacción y pugna entre el grupo dominante y
el dominado. No hay, pues, verdaderas clases sociales; la acción colonial
interna es ejercida por un intermediario de la acción colonial externa: esas
clases que en el sector ladino se señala -altas y medias, pequeña y grande
burguesía- son caricaturas de las potencias colonizadoras, «típicas de las
sociedades sujetas a un doble proceso de colonización» (p. 167).
El
perfil de esas sociedades lo presenta en orden decreciente: 1) potencia
colonizadora; 2) colonizados intermedios; 3) colonizados explotados.
Los
colonizados intermedios no se han propuesto negar el sistema, sino luchar por
el poder en el interior del mismo, aunque en los últimos años algo está
cambiando esa actitud: se refiere especialmente a los ideólogos comunistas,
algunos universitarios y la lucha de guerrillas (p. 169).
Especialmente
quiere dedicar su estudio a esas que él llama colonizados intermedios, que son
«el eje de la doble explotación colonial: interna y externa» (p. 167).
En
ese grupo nacen, a partir de la reforma liberal de 1871, dos formas de
burguesía: alta y pequeña, que les llama, respectivamente, agro-exportadora y
de servidumbre (p. 169).
Nace
la burguesía agro-exportadora
La
redistribución de la tierra y la participación en los beneficios de la
exportación favorecieron y consolidaron una nueva burguesía -la de
exportación-, que alcanzó los niveles de la aristocracia desplazada, con la que
se alió.
Esta
burguesía fue la que en los primeros años de este siglo otorgó a empresas
monopolistas norteamericanas las concesiones que pusieron en manos extranjeras
la riqueza nacional (energía eléctrica, ferrocarriles, puertos, tierras de
cultivo). Se sirvió de gobernantes dotados de poderes absolutos. Llegaron
productos manufacturados y elementos culturales de las potencias colonizadoras,
especialmente Alemania y EE. UU. (p. 170). La Reforma liberal sólo cambió las elites
agrarias: el indio sigue explotado; y prepara el camino a la burguesía de
servidumbre al preparar los cuadros altos y medios, burocracia pública y
privada; y condiciona al país al mercado internacional (p. 170). Liberalismo no
es sino el nombre que recibe el neocolonialismo en América. Los elementos
educados para participar en el manejo de las empresas públicas y privadas se
multiplicarán, pero no el horizonte ocupacional; esto creará frustraciones;
pero aún no tendrán una ideología para arremeter (p. 171).
Arremete
la pequeña burguesía
En
la segunda guerra mundial EE. UU. tiene que cambiar su política con
Latinoamérica, y toda la propaganda de las potencias aliadas, basada en los
cuatro puntos de la Carta del Atlántico, dio la ideología a la pequeña
burguesía. La Revolución de 1944, con el triunfo a la vez de los aliados, dio
el poder a la pequeña burguesía y buscó el apoyo de las clases populares. Sus
intelectuales trataron de crear una conciencia de grupo positiva, «que partió
de la diferenciación entre los valores nacionales amenazados, por una parte, y
los valores ajenos sustentados por los empresarios extranjeros, por otra» (p.
172).
Se
hizo una tímida reforma agraria con apertura a los sectores rurales, de mayoría
india; pero fue aplastada por las vacilaciones de la pequeña burguesía y la
intervención norteamericana, en 1954 (p. 172).
Ese
primer contacto de la pequeña burguesía con el poder sirvió para agudizar sus
propias contradicciones: entre lo que debían hacer y el miedo a perder los puestos
de mando.
«La
reforma agraria fue el primer intento en la historia del país que trató de
llevar al medio rural y a la población india un movimiento que podría haber
creado valores nacionales y envuelto a la mayor parte de la población» (p.
174). «Pero, cuando en 1954 la intervención norteamericana y los latifundistas
del país le asestan el golpe de gracia, ambos no están solos; les acompaña un
sector mayoritario de la pequeña burguesía -burguesía de servidumbre-»
(p. 174).
La
participación de la burguesía fue debida a una de esas contradicciones íntimas:
«la participación india activa ponía en peligro los cimientos cuatricentenarios
del sistema: el futuro de la hegemonía ladina se ponía en duda, y con ello los
valores inherentes a la situación colonial».
Los
miembros del gobierno no dieron armas a los campesinos; los cuadros dirigentes
que quedaron, sobrevivieron; los campesinos perseguidos y exterminados. La conciencia
de grupo y los valores definidos por los intelectuales de la pequeña
burguesía no tuvieron dimensión nacional, porque se quedaron dentro del marco
del sistema colonial: abrieron fuego contra el colonialismo externo, pero la
pesada urdimbre del colonialismo interno los atrapó (p. 175).
Dice
que los intentos del gobierno revolucionario por ensayar una interpretación
mecánica del marxismo, fracasaron (p. 175). En realidad, lo que Guzmán llama
intervención norteamericana no fue sino la resistencia armada del país contra
el intento de implantación del comunismo. El arzobispo de Guatemala dio la voz
de alarma en una famosa pastoral y el pueblo -también, y especialmente, los
indígenas- reaccionaron decididamente. En esto, como en tantos otros puntos,
Guzmán tergiversa la historia, y oculta los desmanes que cometió el gobierno.
Escisión
y violencia (pp.
175-176)
Como
consecuencia de la contrarrevolución, la pequeña burguesía se escindió: la
mayoría conformista -según el autor- se atrincheró junto a la alta burguesía;
la minoría se definió: explicitó los valores nacionales frente a los
extranjeros y a los nacionales espúreos, para desembocar en la lucha armada,
escogiendo la guerra de guerrillas. Afirma que los que buscan la solución
pacífica caen de nuevo en las contradicciones. Por ello se muestra decidido
partidario de la violencia, como el único modo de resolver los problemas.
El
sector obrero y sus contradicciones (pp. 176-177)
Ese
sector obrero es poco numeroso, puesto que la industria es reducida. La
formación de una conciencia de clase, señala, ha ido lentamente, pues el
movimiento obrero comienza en 1944. El Código de Trabajo se promulgó en 1947;
pero no participaron los obreros y muchos de los líderes sindicales de entonces
pertenecían a la pequeña burguesía, envueltos en contradicciones internas.
Actualmente, afirma, los que quieren luchar por un mejoramiento de condiciones
han empezado a ocupar los puestos en las guerrillas.
Junto
a los obreros señala en el sector urbano otro grupo que son los que viven en
las áreas marginales. Su agresividad se descarga en la delincuencia común o
están participando en la violencia al lado de las fuerzas represivas
(léase policía, ejército o grupos armados de derecha).
Todo
esto está escrito en 1970; la situación ha cambiado al haber desaparecido
prácticamente las guerrillas; pero, aun antes, no era exacto que los habitantes
de las áreas marginales y los obreros tuvieran de ese modo generalizado la
actitud que señala Guzmán.
La
violencia (pp.
178-181)
Los
grupos ladinos rurales habitan el valle del río Motagua y parte del altiplano
oriental del país; otros, la costa del mar Caribe y la «bocacosta» del
Pacífico. En las tres zonas han acogido el movimiento guerrillero, pero en el
valle del Motagua y en las montañas es donde se sostuvo por más tiempo.
El
motivo principal que señala es que los «ladinos viejos», descendientes de los
conquistadores españoles, se sienten preteridos en una sociedad a la que se
sienten fuertemente ligados; y esto unido a la situación de pobreza (p. 179).
De
esos ladinos surgieron los elementos de las «guerrillas» y de las «anti-guerrillas»;
pero más bien como combatientes que como dirigentes. Las líneas directivas eran
de la ciudad de Guatemala, dadas por los «Comandantes guerrilleros» y por
oficiales del Ejército, pertenecientes todos a la pequeña burguesía. Además, en
las antiguerrillas hubo asesores extranjeros.
Dice
que las «guerrillas» dieron lugar a un fuerte «etnocentrismo» que más adelante
posiblemente se expanda y lleve a una sobrevaloración de lo «nacional» frente a
lo extranjero. El fracaso de esa lucha armada radicó, según Guzmán, en el
aplastamiento sangriento; la ofensiva antiguerrillera, «que combinó el horror
con el terror, para quienes la concibieron, fue un éxito» (p. 180).
Pero
el fallo principal estuvo en el elemento humano que participó; hubo cambio de
bandos, y en el fondo no buscaban terminar con el sistema bicolonial, sino
continuar con él con algunos cambios. Por otra parte, no se contó con el
elemento indígena al que no se pudo comprometer. Los ladinos están llenos de
contradicciones, pues forman parte del sistema.
Como
se ve, Guzmán tiene que reconocer implícitamente que ese movimiento no es fruto
de la dialéctica -tal como ha querido ir señalando-, entre indígena y ladino.
Las
contradicciones de la burguesía agroexportadora (pp. 181-184)
La
alta burguesía se enfrenta, según el autor, a las contradicciones que le
plantean, por una parte, la necesidad de la tecnificación agrícola, de la
industrialización y de la activación del comercio para difundir sus productos
en más extensos mercados; y, por otra, elevar el nivel de vida de amplios
sectores para crearles necesidades de compra y capacidad de pago de sus
productos, lo cual apareja una redistribución de las riquezas, con disminución
de las ganancias. También se presenta la pugna entre los grandes terratenientes
y los desarrollistas, que reclaman el adelanto tecnológico. A esto hay que
añadir la contradicción que nace del Tratado General de Integración Económica
Centroamericana (1960), porque el Mercado Común Centroamericano cae en manos de
los EE. UU. Los esfuerzos de la CEPAL, durante ocho años, para dar a
Latinoamérica los instrumentos necesarios para su desarrollo económico no
comprometido, se vienen abajo.
Las
condiciones que ponen los EE. UU. para financiar el proceso de desarrollo, son
según Cohen Orantes: a) que el esquema de integración tendiera a la
expansión del comercio; b) la localización de las actividades
productivas (las inversiones) deberían realizarse conforme las fuerzas del
mercado lo fueran indicando; c) el principio del desarrollo equilibrado
solamente podrá ser aplicado por medio de la política crediticia, para lo cual
los EE. UU. apoyan la creación del Banco Centroamericano de Integración
Económica; y d) los EE. UU. controlarán la integración mediante la
formación de una agencia regional específica.
Según
el autor, todo esto ha traído como consecuencia la afluencia de capitales
norteamericanos a las principales industrias de integración y el consiguiente
desplazamiento de los industriales centroamericanos. Con ello su papel se
reduce a ser colonizados intermedios o intermediarios: los beneficiados son los
empresarios de la metrópoli con exclusividad.
Una
vez más, Guzmán exagera, pues realmente el desarrollo del país es claro y
palpable, y se nota el mejoramiento de grandes sectores de la población en
todos los órdenes.
Violencia
y política (pp.
184-185)
Solamente
dedica unos renglones a decir que la violencia en el país es alta; pero lo
achaca a las contradicciones del sector ladino, y dice que las actuaciones
políticas son manifestación del esfuerzo porque el sistema colonial interno no
naufrague.
No
señala, como debiera hacerlo, que esas pugnas y la mayoría de las
manifestaciones de violencia han sido provocadas por sectores marxistas, en su
lado interno, y apoyada desde fuera por elementos extraños a cualquier interés
nacional.
La
«defensa» de la democracia, el cristianismo y la civilización occidental (pp. 185-186)
Dice
que así resumen las derechas su posición en los centros urbanos, pero que no
explican lo que esos términos significan, porque nunca han existido en el país.
Pero que nunca se le pidió al indio que se expresara -y esto vale para las
izquierdas también-. Añade que las derechas para gobernar han utilizado «las
influencias de los políticos norteamericanos, el poder político de la Iglesia,
las dictaduras militares, los intelectuales, los profesionales y estudiantes
universitarios (en gran cantidad) y una oposición claramente perfilada,
convenientemente retórica y prudentemente dividida» (p. 185). Y han contado
«con el suficiente y estable número de «comunistas» necesarios para mantener
enarbolada la bandera del anti-comunismo» (p. 186).
«La
lucha dentro del sistema bicolonial tiende normalmente a favorecer a las
derechas» (p. 186). Y cuando el movimiento guerrillero atacó al sistema, éste
reaccionó con agresividad contra los indios y los ladinos desheredados,
llevando a cabo -dice Guzmán -asesinatos masivos e indiscriminados, saben que
su seguridad depende del colonizador externo (p.186).
No
es cierto que en el país no haya existido -ni exista- la democracia; con los
límites inherentes a cualquier sistema político, hay verdadera democracia y
libertad. En cuanto al cristianismo, ya lo hemos dicho en otros lugares, es
auténtico y vivo, con manifestaciones reales de auténtica piedad.
Es
completamente falso que se haya gobernado con el apoyo del poder político de la
Iglesia, pues también con los posibles fallos, la Iglesia ha estado al margen
del juego político. Como dice Guzmán, se ha encontrado el apoyo en la mayoría
de los sectores del país; pero no sólo en esos grupos que él cita, sino en la
mayoría absoluta del país. Y los «comunistas», que él nombra, son realmente
comunistas, y han impulsado la lucha armada y han sembrado de terror y de
muertes al país, y han provocado la reacción del Gobierno y de los
particulares.
¡La
izquierda soy yo! (pp.
186-190)
Dice
que la izquierda, en su mayoría, es una izquierda colonizada: no son los
obreros sino pequeños burgueses que hablan de una igualdad en Guatemala; pero
no cuentan con los indios; y por ello sus argumentos coinciden con los de los
detentadores del colonialismo interno. Aún el «izquierdismo más ortodoxo que
combate abiertamente al colonizador externo y a la burguesía agroexportadora,
señala los vicios, las limitaciones y algunas contradicciones de la pequeña
burguesía» y «ataca con las armas en la mano», -salvo casos muy particulares-
«está atrapado en la trampa que el colonialismo interno le tiende
permanentemente a todos los miembros que lo componen y que consiste en separar
a ladinos e indios, negándose a ver el juego dialéctico que surge del
alejamiento-acercamiento que durante cuatro siglos y medio se viene dando entre
ambos» (p. 187).
Esto
para el autor es en virtud del vasallaje intelectual fruto del colonialismo. El
marxismo ha sido interpretado de un modo rígido, o a través de unos
presupuestos basados en la antropología norteamericana, o de reinterpretación
del marxismo salpicada de las enseñanzas individualistas y liberales puestas en
boga por la Reforma Liberal del siglo pasado. Por otra parte, al pequeño
burgués izquierdista le falta formación marxista y es individualista, «su
virulencia verbal contrasta con su inactividad en la acción, si ésta comporta
riesgos personales... Hará hincapié en que él -y no los otros- es el más genuino
representante de la izquierda. Puede autodefinirse diciendo: «¡La izquierda soy
yo!» (p. 190).
Consideración
final: «La
propia dinámica del proceso violento en que vive Guatemala hoy día ha echado a
andar una serie de transformaciones en las escalas de los valores colectivos e
individuales. Puede ser que tales cambios hagan que en el futuro se tenga una
conciencia más clara del doble campo de acción del colonialismo y tal hecho
contribuya a resolver las contradicciones básicas que atenazan a sus habitantes»
(p. 190).
ANÁLISIS CRÍTICO
El
tono científico general del libro es deficiente, y pueden señalarse algunas
características comunes a todos los ensayos que lo componen:
1.
Abundan las citas de textos sin referencias explícitas, y precisamente ese
fallo se acentúa cuando algunas de ellas es de especial importancia para la
demostración de algunos puntos.
2.
Las citas, en algunos casos, son incompletas y sacadas de su contexto. Falta
también seriedad crítica al utilizar como argumentos las apreciaciones
subjetivas de cualquier persona sin siquiera citar expresamente el sujeto.
3.
En el uso y presentación de estadísticas se ve claramente una utilización no
recta de las mismas. Algunas de las que presentan -por faltar una labor estadística
profunda en el país- no son fáciles de comprobar; y, en otras, se ve que han
sido utilizadas de tal modo que apoyen sus asertos, no presentando los aspectos
que no convienen a sus propósitos.
4.
Se abusa mucho de hipótesis, de apreciaciones subjetivas, de explicaciones
superficiales, que no tienen fuerza, ni apoyo en los hechos, ni tampoco
presentan pruebas en los textos.
5.
Se hacen afirmaciones tajantes de muchos órdenes, que se dan como hechos reales
sin más, elevándolos a la categoría de verdades indiscutidas. El rechazo de las
cuales afirmarán que son productos de alienaciones o de mala conciencia.
6.
Hay términos importantes, y muy utilizados, que nunca aparecen definidos
claramente o que se dicen existentes, sin puntualizar su contenido; por
ejemplo, el concepto de ladino o el contenido de «tradición autóctona».
Preámbulo:
Desde
el primer punto de partida se está planteando la realidad social como una lucha
de elementos antagónicos: indio y ladino; como dos realidades totalmente
separadas, sin formar una unidad superior: el guatemalteco. Poniendo en el
«indígena» todas las características verdaderas que debe tener la nación
guatemalteca, rechazando como extrañas todo aporte del otro sector. Al ladino
lo consideran como extranjero.
En
la realidad no existen ni esa lucha antagónica, ni esas distinciones tan
radicales. Tampoco puede decirse que los únicos valores existentes, viables y
aceptados por todos -ni si quiera por el actual indio- sean los sustentados por
el indígena antes de la conquista.
Por
otra parte, como ya se ha señalado, no definen la figura del ladino, sobre la
que quieren basar, como eje, todo su estudio. No expresan claramente quién es
el ladino; unas veces será el descendiente del español, otras el extranjero y,
en algunos pasajes, el ladino será el mestizo o el indio que ya no vive como
«indígena».
En
el lenguaje habitual por ladino se entiende el que no es indio; pero no
tiene, ni se le da un sentido discriminatorio, solamente es una indicación
etnográfica. En cambio, los autores niegan la existencia del mestizo que es
precisamente el elemento más característico de la población guatemalteca y el
más abundante; y esto en todas las escalas sociales del país.
Al
presentar desdibujada la figura del ladino, uno de los elementos de su dialéctica,
el planteamiento de la misma falla totalmente, aun como ellos la presentan
y por eso han de estar haciendo rectificaciones constantemente.
Capítulo I.- La sociedad precolonial.
Se
presenta la sociedad precolonial, que encontraron los españoles, como una
sociedad altamente civilizada. La realidad, por el contrario, según los datos
que se tienen, muestran, sin lugar a duda, que llevaban un período largo, casi
de un milenio, de decadencia. La argumentación que hace carece de base, sólo es
con el propósito de presentar un análisis marxista de la realidad de esa etapa
histórica y para poder achacar la decadencia a la labor colonizadora. Quiere
presentar esa época anterior a la llegada de los españoles, como una etapa, uno
de los pasos de la dialéctica, que estaba esperando el salto dialéctico. Para
ello señala, como hipótesis sin fundamentar, de las que infiere conclusiones
previstas por él: que había luchas de clases entre comerciantes, guerreros,
terratenientes, militares, etc.; y todo lo presenta como dinámica social, que
daría paso, de no haber llegado los españoles, a «una unidad superior: el
Estado» (p. 29).
A
pesar del ateísmo del autor, presenta, con marcado sectarismo, grandes
cualidades y valores morales en la religión que los indígenas practicaban
cuando llegaron los españoles. Su propósito es enfrentarla con la religión
católica, a la que califica de antropocéntrica y a la vez extraña, frente a la
indígena de un valor «cósmico» y común a toda América (p. 27).
No
era extraño, porque así era, que los españoles consideraran a la religión que
encontraron idólatra y politeísta. El autor, al no aceptar el carácter
sobrenatural de la religión católica, la convierte en un elemento cultural más,
«instrumento del colonizador» (p. 23).
En
cuanto a su concepto de historia, él ha trazado una que se amolda al concepto
de historia marxista; pero no se entiende cómo rechaza luego los siglos de
historia posteriores como una reificación, donde, por el contrario, se
dio una vida tensa de interesante labor cultural y de esfuerzos por desarrollar
en todos los campos el nivel del país. Precisamente se ha pretendido no cortar
el hilo de la historia, como él dice (p. 31), no reificar -hacer una
cosa-, sino evitar la desaparición de un pueblo, inyectándole nueva sangre,
nueva vida; y precisamente el sentido espiritual que la colonización aportó, lo
elevó a un orden muy superior -totalmente superior- del sentido materialista
que iba llevando.
Por
eso en el resumen del capítulo escribe de un modo totalmente injusto, al
presentar toda la labor colonizadora de un modo falso y especialmente en lo que
se refiere a la labor de la Iglesia y de la religión.
Capítulo II.- El nacimiento de la situación colonial.
Introduce
modos de pensar y actuar en el indígena y en los conquistadores propios de
siglos posteriores, olvidando el modo de ser y pensar de esa época. Al no
aceptar la decadencia de la sociedad que encontraron los españoles, el atraso
en todos los órdenes, y sobre todo, el espíritu de la empresa colonizadora, con
todo el tesoro de espiritualidad, pensará -o mejor afirmará- que el deseo del
conquistador por elevar el nivel espiritual y cultural del indígena «será un
afán de justificar el sistema desigual creado por él» (p. 33).
El
presentar la génesis del español que vino a América como un producto
orientalizado, fruto de tres elementos -el cristiano, el judío y el moro que
convivieron durante ocho siglos-, tergiversa la realidad, puesto que el español
de la Reconquista tenía un concepto claro de la realidad de su posición y
sintió, desde los comienzos de la empresa, el fin a que estaba abocado. El
nombre de cristiano no tenía solamente dimensión política colectiva para
diferenciarse del musulmán, sino carácter y realidad eminentemente religiosa.
Tampoco la religión católica vivida por el español de esos siglos era un
sincretismo formado por las ideas de las tres confesiones de los pueblos que
habitaban la península.
Tampoco
es concorde con la historia, la posición que se achaca a la Iglesia, en la
colonización. Se pueden aplicar perfectamente las palabras de Pablo VI: «La
Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los
cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que iglesias, sus
misioneros han construido hospicios y hospitales, escuelas y universidades.
Enseñando a los indígenas el modo de sacar provecho de los recursos naturales,
los han protegido frecuentemente de la codicia de los extranjeros (...) En
muchas regiones supieron colocarse entre los precursores del progreso material
no menos que de la elevación cultural» (Enc. Populorum
Progressio, núm. 12). De
seguro que donde mejor se pueden aplicar estas palabras es precisamente en la
labor que se realizó en América, con la colaboración de los mismos
conquistadores, aunque como toda obra humana no fue perfecta; pero los abusos
que pudieran darse fueron a pesar de las insistencias de la Iglesia, que tuvo
muy presente su misión espiritual.
Solamente
el sectarismo de Guzmán -como el de Herbert- puede presentar la Reconquista española
y la colonización de América, como fenómenos puramente sociales y encontrar
razones puramente políticas y económicas para enjuiciar la labor de la Iglesia
y del pueblo español.
Es
un desconocimiento -o más bien tergiversación- de la historia y de la labor de
evangelización de la Iglesia en esos siglos y posteriormente. No fue una
cristianización sólo en los aspectos exteriores, como él dice, sino en toda la
vida y hasta en sus más profundas consecuencias, con una piedad formada y
sincera especialmente en el elemento indígena que, a pesar de los pesares, vive
y se siente cristiano, practicando su fe, que conoce y ama. Defectos ha habido
y los habrá siempre y en todas partes; es algo inherente a todo lo humano.
El
proceso de alienación que se señala es una abstracción marxista, en la que se
intenta hacer encajar la realidad. Es la vida misma y no un sistema económico,
lo que ha dado paso a una variabilidad y diversidad dentro del país. No es
ninguna invención y, por tanto, ningún fetiche la realidad del país en cuanto
tal. Hay grupos diversos, con costumbres y modos de vivir diverso, como en
cualquier parte del mundo, que si son diversos no son antagónicos.
Capítulo III.- Ensayo de explicación teórica sobre la
realidad social guatemalteca.
Herbert
plantea un análisis marxista de la sociedad global guatemalteca. Es un marco
trazado y delineado donde se quiere meter la sociedad guatemalteca desde 1524 a
nuestros días. Pero en ese marco no cabe la realidad, por eso este capítulo
está lleno de contradicciones y de falsedades.
La
primera es establecer que la correlación que al principio se dio entre español
e indígena, es la misma que hay actualmente entre ladino e indígena. Es falso
puesto que el ladino -que nos acaban de describir- es un ser producto de
mezclas y relaciones múltiples de muchos elementos dispares, y, entre otros,
del indígena: la mayoría es el mestizo, cuya existencia quieren desconocer.
Por
otra parte, no hay una explotación basada en una discriminación racial. Esa
discriminación no se ha dado, y, por el contrario, se dio un amplio fenómeno
del mestizaje, fenómeno que se ha dado principalmente en los lugares
colonizados por países católicos: conscientes de la igualdad radical de todos
los hombres.
No
se da la lucha de clases entre ladino e indígena, ni se ha dado. Hubo
enfrentamiento de culturas y lucha guerrera; pero poco a poco se fue realizando
la mezcla cultural y de razas. Ellos mismos -Herbert y Guzmán- en más de un
texto no tienen más remedio que admitir que no se ha dado esa lucha de clases. El
modo de producción colonial, y otros conceptos marxistas tampoco se pueden
aplicar al análisis de la realidad guatemalteca.
Si
no ha habido antagonismo, tampoco hay una formación conflictiva de la
conciencia colectiva nacional (p. 52). No existe esa conciencia; no
aparece esa oposición entre ladinos e indígenas.
Tampoco
existe la dominación exterior, tal como la presentan. En un primer momento
histórico, después de la conquista, formó Guatemala parte de una nacionalidad
superior, el Imperio, de la que fue una provincia. Posteriormente, con la
Independencia, necesitó la ayuda y aportación tanto de capital extranjero como
de una inmigración que se asentó en el país. Esos extranjeros, en su mayor
parte, forman ya parte de la población guatemalteca actual.
Tampoco
se puede hablar -de modo generalizado- de transferencia de la riqueza interna
hacia la metrópoli de tal modo que haya producido por sí sola el
empobrecimiento del país; pues precisamente esas relaciones con el exterior han
hecho posible un desarrollo en todos los órdenes, aunque no haya sido todo lo
fuerte que hubiera podido ser. No es cierto que lo que se ha pretendido es la
integración al mercado mundial, sino que se ha hecho posible una apertura de
una sociedad cerrada, a un ámbito mundial. Ni tampoco la colonización significó
el freno del desarrollo de una sociedad mercantil, sino la superación de una
época de decadencia. Ni siquiera, con miras puramente económicas, que es como
el autor juzga la Historia, eso se puede afirmar.
Decir
que hay explotación de mano de obra autóctona es negar la existencia de la
diversidad que existe en el país; como si el indígena fuera el único autóctono
y el único que presta su esfuerzo en el trabajo. Por otra parte, es demagógico
hablar de explotación, aunque haya evidentes desigualdades sociales y
económicas en el país.
Capítulo IV.- Las relaciones ecológicas de una estructura
colonial.
Al
señalar que el sistema latiminifundista constituye el eje de las explicaciones
sociales, se parte de un supuesto falso al querer dar a ese sistema categoría
determinante de la vida social guatemalteca desde 1524 hasta ahora. No sólo
existen en el país latifundios y minifundios; se da la mediana propiedad y en
gran proporción.
Sigue
insistiendo -por exigencias del a priori intelectual- en una línea
divisoria falsa: que el latifundio es propiedad del ladino y el minifundio del
indígena. Es cierto que en un principio los conquistadores tuvieron acceso a
grandes fincas; pero ni fueron todos los conquistadores, ni el indígena fue
expropiado de todo su territorio y aún menos reducido a sectores concretos del
país.
A
lo largo de cuatro siglos y medio de historia, con el desarrollo de la
agricultura y los cambios y diversificación de los cultivos, ha variado la
situación del país y se han abierto nuevas tierras al cultivo que nunca habían
sido explotadas. Es falso que los albores del capitalismo estuvieran en la
conquista de América y que la Iglesia legitimara el acto de usurpación del
suelo. Es querer interpretar con moldes ideológicos del siglo XIX lo que en el
siglo XVI se realizaba.
No
hubo, como medida ordinaria, esas destrucciones de ciudades precoloniales,
aunque sí el establecimiento de nuevas en lugares que reunían condiciones más
aptas para un nivel de vida distinto y superior.
No
existe -ni ha existido- polarización de poblaciones, como si el indígena
estuviera sólo en unos sectores del país, y menos aún en los más pobres. Nunca
se dieron medidas legales que exigiera una especie de reservación, como ha
ocurrido en otros países colonizados.
Descripción
de sistema latiminifundista: es cierto que en el país existen grandes
propiedades y que la mayor explotación del agro es para los productos de
exportación; pero no se puede afirmar -como hace el autor- que esto lleva al
desgaste de la economía nacional y de la fuerza humana; puesto que la
explotación en mayor escala del campo ha significado un desarrollo económico
del país y una elevación de producción y de ingresos y una mayor elevación en
el nivel cultural de la población. Se ha abierto las oportunidades a sectores
variadísimos de la nación; también ha ido aumentando la clase media en un
número bastante sustancial.
Es
falso que el mayor rendimiento en el campo sea en el minifundio, donde por el
mismo sistema de explotación, arcaico, el rendimiento es escaso. Desde luego,
eso no quita que existan grandes terrenos que son prácticamente improductivos;
pero muchas de esas explotaciones en grande escala son precisamente los que
cuenta con los medios más avanzados y su rendimiento es elevado.
Tampoco
es exacto que la producción agrícola del país sea sólo para la exportación,
pues cada día es mayor el consumo interno de esos mismos productos que son la
base principal de la exportación.
No
se da la enajenación política, social y cultural con el extranjero y ausencia
de sentido nacional. Por el contrario, el sentido y la valoración de lo
nacional es patente. Hay apego a lo propio -cultura, tradiciones, etc.-. Eso no
obsta para que en muchos terrenos se asimilen valores que otros países puedan
aportar en todos los órdenes.
Como
en otros capítulos, arremete contra la Iglesia al señalar que «la capilla
católica» (p. 84) es uno de los soportes que apoyan el sistema de fuerzas del
sistema latiminifundista; además lo compara al espiritismo, al alcoholismo y al
racismo. Es únicamente en interés de señalar la alienación religiosa, y,
por tanto, intenta desconocer toda la vida espiritual del pueblo y, con ello,
se muestra ignorante ante la realidad de la vida social del pueblo.
Anteriormente
hemos señalado la falsía de sus conclusiones cuando habla de la geografía
social de Guatemala: no hay monopolio del extranjero -si por extranjero, como
debiera entenderse, se señala al no-nacional-; también es falso que existan
zonas de refugio para el indígena, pues es patente que vive mezclado con el
resto de la población. La identidad del indígena no está amenazada por el
exterior, sino por el contrario su supervivencia y superación se manifestará y
se alcanzará si su contacto con el resto de la población se hace más estrecho,
para que participe más de todo lo que le puede beneficiar. Por otra parte, esto
está en contra de lo que dice cuando ataca la postura de algunos antropólogos y
sociólogos que hablan de comunidades aisladas de los indígenas. Tampoco, por otra
parte, el espacio urbano guatemalteco tiene ese carácter de ciudad burocrática
colonial que el autor señala.
Habla
de un desconocimiento del espacio nacional que podría ser verdadero cuando eran
imposible las comunicaciones por falta de desarrollo, pero eso actualmente no
se da.
No
presenta datos estadísticos que puedan corroborar sus aseveraciones. Presenta
una tesis, pero no la prueba.
Capítulo V.- Las clases sociales en Guatemala.
Ya
en el resumen del texto hemos señalado algunas fallas y falsedades que presenta
este capítulo.
La
base del capítulo está en la primera proposición: «La relación de explotación
existente del ladino para con el indígena constituye la contradicción dominante
en la estructura de clases» (p. 94).
No
existe esa relación de explotación del ladino para con el indígena, ni se dan
esas clases tal como el autor señala, cosa que él mismo, en cierto modo, se ve
obligado a reconocer (p. 98).
Hace
una disección de la sociedad guatemalteca, que divide en dos clases: ladina e
indígena, señala luego capas en ambas clases y las coloca enfrente, presentando
una lucha de clases. Para ello atribuye al ladino una situación de
preponderancia convirtiéndolo en dominador y explotador, y le atribuye el
monopolio en todos los órdenes.
Es
ese precisamente el proceso de reificación: convertir en cosa la
vida entera y expresándolo sólo en términos económicos. Eso es lo que los
autores hacen y dicen que es lo que ha hecho el ladino con la vida
guatemalteca. Lo único que les interesa es crear dos contrarios opuestos
y enfrentarlos dialécticamente.
No
se da ese antagonismo, ni ese monopolio por parte del ladino. Esa conciencia de
clases no está presente en el ladino ni en el indígena como dos fuerzas
opuestas. Quiere presentar Herbert una sociedad donde sólo hay explotados y
explotadores, y además en el terreno del agro, por eso rechaza la existencia de
una verdadera clase obrera no campesina -que no serviría a su propósito- y la
de una clase media. Y aún al estamento superior de la clase ladina le quita su
verdadero papel autónomo, convirtiéndola en intermediario del extranjero.
Al
reconocer la existencia de un grupo ladino que no se le puede colocar en el
orden de los explotadores, lo querrá convertir en un instrumento de la lucha
violenta de clases junto a los campesinos, que para él serán casi
exclusivamente indígenas. Nada más lejano de la realidad.
La
minoría capitalista, comercial y fabril, indígena, que lucha por superar su
situación de atraso, dice que tiene un deseo de ladinización. A ella le da el
papel histórico de lucha contra la oligarquía ladina.
Ha
encerrado en un cuadro, por el trazado, las distintas capas sociales
simplificándolas para presentar exclusivamente dos grupos: el ladino y el
indígena. Lo que no cabe en su propósito, lo elimina. Una vez trazado el
cuadro, pone en el indígena todos los valores nacionales y rechaza como espúreo
lo que procede del otro grupo, afirmando que en el ladino no se da un sentido
nacional y que sus valores son tomados de fuera, por tanto, extraños. Y precisamente
el indígena ha asimilado como propios muchos de esos valores, que el autor no
quiere aceptar. En primer lugar la religión católica que por su carácter
universal no está encerrada en los estrechos límites de lo que él califica como
sociedad occidental. En el terreno cultural tampoco se siente extraño a muchas
de las aportaciones que está recibiendo.
Es
una realidad, aunque ninguno de los dos autores quieran reconocerlo, que hay
una conciencia de unidad nacional. Cuando él habla de nacionalismo agresivo
-violento, diríamos- hay que hacer notar que tal como lo presenta no es un
sentimiento que surge del indígena ni se da en él, sino en algún grupo muy
reducido, que está alentado, o mejor dicho llevado a cabo por grupos formados
por ladinos -como Guzmán Böckler-, extranjeros -como Herbert- y algunos
mestizos.
La
tradición autóctona, en lo que tiene de positivo, está defendida por todos los
guatemaltecos. La superación de las reales dificultades que sufre el país no se
hará por esa lucha de clases violenta y de odios -dialéctica real y objetiva,
le llama el autor-, sino por la colaboración de todos, luchando unidos de un
modo pacífico y constructivo, por superar los problemas verdaderos.
Capítulo VI.- El ladino: un ser ficticio.
En
el resumen de este capítulo (pp. 18 a 23), se señalaron algunas de las
falsedades que contiene. Desde su introducción se afirma la existencia de un
mundo ficticio. Y es precisamente él, el autor, el que crea ese mundo ficticio,
al no reconocer la existencia de la expresión guatemalteco como término
que abarca a la totalidad de la población guatemalteca. Hay una diversidad
étnica, pero integrada en una realidad superior que es Guatemala.
Su
esfuerzo por presentar al ladino como un ser ficticio es vano, pues señala unos
defectos y unas condiciones como si fueran exclusivos del ladino; negándole
toda clase de valores positivos. Para él los valores positivos los aportaría
sólo el indígena. El ladino no tendría nada propio y, por tanto, nada puede
aportar al concepto de Guatemala; como si Guatemala no estuviera compuesta de
ambos elementos, que han intervenido e intervienen en su quehacer histórico.
Por
eso:
1.
No se puede aceptar que el ladino anteponga el creer al razonar, como si no
hubiera sido capaz de construcciones propias en todos los órdenes.
2.
Tampoco se puede llamar vasallaje intelectual a lo que es asimilación de las
diferentes corrientes culturales que han llegado al país o bien, decir que son
aportaciones propias de los grupos que se han asentado en él. Cosa que, por lo
demás, ha ocurrido en todas las civilizaciones, que no se han enquistado o
desaparecido.
3.
Es falso que el deterioro del sentido de justicia sea fruto de una herencia del
español; son fallos inherentes a las limitaciones de las personas, que se han
dado en todas partes.
4.
El castellano es el idioma de la mayoría ladina: es entendido y es comprendido
como algo propio, no tiene porqué buscar otro modo de expresión para ser
«pueblo protagonista» (p. 107).
5.
Esa tendencia del ladino a definirse por lo negativo no es cierta.
6.
No existe ese temor a un enemigo imprecisable, ni mucho menos al indígena; la
convivencia es pacífica, aunque pueda haber cierto desconocimiento entre ambos
elementos.
7.
Efectivamente, las raíces de la cultura actual de Guatemala son occidentales,
la afirmación de que es oriental es una suposición gratuita. La civilización
occidental no es justificación del «sistema colonial», tal como él lo expresa:
pretexto para dominar.
8.
En cuanto a que la religión del español no es la verdaderamente católica, es la
falsedad más burda que podría inventarse, puesto que la realidad histórica más
aplastante lo demuestra: se manifestó desde el primer momento, en la
legislación y en la vida de América.
Con
referencia al papel de la Iglesia en América -tema que constantemente ambos
autores tocan en los ensayos con fuerte sectarismo-, hay que hacer notar que al
rechazar el sentido sobrenatural, lo quieren presentar como el de grupo social
portador de una ideología. La función sobrenatural de la Iglesia está por
encima de la acción política, y por tanto, nunca estuvo comprometida con los
detentadores del poder en Guatemala. Su función siempre fue espiritual, su
finalidad es evangelizadora y siempre manifestó y defendió los principios de la
única Revelación, y con ello se mantuvo defensora de los valores eternos de la
persona humana, tan opuestos a los conceptos materialistas de Guzmán y Herbert.
Autores
tan poco sospechosos de parcialidad en este tema como J. Brown Scott (El
origen español del Derecho internacional moderno) y Salvador de
Madariaga (Hernán Cortés), (p. 148), hacen resaltar el valor de
la empresa, como una empresa espiritual, aunque chocara con la actitud de
algunos que se movían por ambiciones; los fallos que hubo no se pueden achacar
a la Iglesia. Es más, frente a los abusos, la voz de la Iglesia se levantó
clara y decidida. «Cuando se produjo en América la lucha entre la sociabilidad
humana y la codicia antisocial, los hombres buenos, leales a la Iglesia,
iniciaron una batalla que perdura desde entonces» (C. Siri).
La
doctrina de la Iglesia se enseñó y se vivió desde el principio y caló
hondamente en la población, que la hizo suya, la entiende y la practica.
9.
Es verdad que la antropología no ha dado una definición positiva del ladino,
sino que solamente ha señalado una descripción del mismo para distinguirlo del
indígena. No hay una definición esencial, pero tampoco la busca Guzmán, lo que
pretende es dar al ladino una entidad social, hacer del ladino una clase, así como también del indígena. Y ahí
es donde radica el error, puesto que no son clases sociales, ni en el sentido
que a las clases da el lenguaje corriente, ni menos aún en sentido
marxista.
10.
Lo que dice de la carencia de identidad del ladino, resume lo que ha dicho
anteriormente. Hay una identidad del ladino como también la posee el indígena,
semejante a lo que ocurre con diversos grupos diversos que viven en otros
países, con la conciencia de pertenecer a una nación que los agrupa en una
unidad.
El
ladino tiene perfiles propios, como se puede hablar del norteamericano, del
inglés o del alemán actuales, productos de una serie de entrecruzamientos de
razas y culturas diversas.
Y
hablando del indígena no presenta en ningún momento cuáles son las
características de esa «tradición autóctona». Su modo de vivir es precario;
pero hay gran respeto por sus tradiciones y no sólo por un afán de conservación
folklórica, o para mantenerle en un nivel que permita su explotación. Es falso
que el indígena no participe de la vida política, y mucho menos de la vida
religiosa. En los pueblos de mayoría indígena hay fuertes tradiciones que
mantiene viva y auténtica una verdadera vida cristiana
Capítulo VII.- Expresiones ideológicas de la lucha de
clases.
Ya
el mismo planteamiento inicial del capítulo tiene sus contradicciones, puesto
que quiere presentar al ladino y al indígena enfrentados, pero tendrá que hacer
tales salvedades a esa lucha, que dejarán sin valor su misma tesis.
Habla
de ideología como teoría «que expresa falsamente la realidad», pero es el autor
quien expresa falsamente la realidad que no le sirve, que no responde a sus
conceptos preconcebidos. Donde hay una diferencia, quiere señalar una
«oposición», y a quienes no aceptan esa oposición los tacha de alienados, o
de que tienen una mala conciencia. Rechaza las tesis de los demás que no
se adaptan a la concepción dialéctica marxista, que según él es la única que lo
puede explicar todo. Pero no sólo rechaza las tesis, sino la misma evidencia.
En
definitiva, no parece que le interese la solución del retraso que sufre el
indígena, situación que ya se daba cuando llegaron los españoles. Lo que busca
es la «oposición», la negación, para que funcione la dialéctica
marxista, provocar el «salto dialéctico». Todo esfuerzo positivo será ir en
contra del devenir histórico, una falsa dialéctica provocada.
Discriminación
racial: No es
cierto que el español tuviera una actitud discriminatoria para el indio. «Nada
podía ser más evidente y sencillo. En cuanto a las dos razas, una y otra venían
de Adán y Eva y eran hijas de Dios» (Salvador de Madariaga, op cit., p.
658); «inspiraba a los españoles una actitud de igualdad racial y de
asimilación tan honda que ni se daban cuenta de su existencia» (ibídem,
p. 154).
Tampoco
el mestizaje fue producto de la mala voluntad del conquistador, sino todo lo
contrario, el reconocimiento de esa igualdad esencial, como ha mostrado Carlos
Pereira, entre otros.
Hubo
abusos en la conquista y en la colonia, pero no precisamente apoyándose en
razones raciales. Las distinciones que hubo no tuvieron esa base racial, sino a
veces la dificultad de los indios para integrarse, que ha hecho difícil su
promoción cultural y social, pero sin originar discriminación.
Ideologías
dominantes: Así
llama el autor a los intentos que se han llevado a la práctica para,
reconociendo la realidad, buscar soluciones al atraso y problemas que sufre el
indígena. Los diversos intentos, pese a las dificultades y fallos, generalmente
han estado movidos por la buena voluntad y con deseos vehementes de encontrar
una solución racional y humana al problema.
1.
Mestizaje: Es una realidad palpable, que se extiende por todo el continente
americano, donde portugueses y españoles -sin duda por ser católicos-
realizaron su labor. Es una consecuencia de la igualdad de todos los hombres,
predicada y vivida por la Iglesia siempre, sin ninguna excepción y sin ningún
tipo de discriminación.
2.
Aculturación: Será el intento de mezclar ambas culturas, la occidental y la
indígena. No nos puede extrañar que la occidental absorba la indígena, si ésta
se hallaba desde el comienzo de la colonia en una situación de decadencia y
desaparición, y está totalmente estancada.
3.
Ladinización: Quizá ha sido la más superficial de las medidas que se han
propugnado; pero se ha pretendido con ello, precisamente, borrar las huellas de
lo que en la práctica pudo dar lugar a alguna especie de discriminación. Con
ello, además, se pretende sacar al indígena de su voluntario claustramiento,
para acercarlo e integrarlo en el conjunto. Con ello no se ha pretendido borrar
su cultura y tradiciones, sino purificarlas de lo mítico e irracional que
pudiera tener.
4.
Integración: Persigue la unidad nacional sin exigir la eliminación de
diferencias culturales. La falta de integración social no es falta de integración
cultural de indios y ladinos, sino distinta; si por integración social se
entiende, como quiere el autor, igualdad social y económica. Se ha hecho un
estudio bastante serio de la situación actual del país y se han procurado poner
los medios más eficaces para conseguir esa integración, sin que hayan sido
siempre paternalista en el sentido peyorativos del término.
Su
crítica a todas estas medidas en el fondo tiene una base, su ideología
marxista. Renegar del pasado próximo e implantar la lucha de clases; hay un
pasado indígena, que sería el verdadero de Guatemala, sería afirmado para
después negarlo y así superarlo (vid. Recensión a S. Martínez, La patria del
criollo, p. 18).
Capítulo VIII.- Los colonialismos interno y externo en la
Guatemala de hoy.
Presenta
a la sociedad guatemalteca como una típica sociedad sujeta a un doble proceso
de colonización (p. 167); producto de la misma dialéctica entre el grupo
dominante y el dominado, y resulta una estratificación: a) potencia
colonizadora -extranjeros-; b) colonizados intermedios e
intermediadores; c) colonizados explotados. No se sabe bien a quiénes se
refiere al hablar de colonizados explotados, pero parece que serán sólo los
indígenas, que son los que prácticamente no tienen 'contradicciones', según el
autor. En los colonizados intermedios distingue la burguesía agro-exportadora y
la burguesía de servidumbre, ambas llena de contradicciones internas. Donde
aparecen contradicciones es en el artículo del autor: plantea problemas, señala
incógnitas y las resuelve a su gusto para que la solución sea la violencia.
Las
contradicciones del autor las traslada a los demás. Dirá que la burguesía de
servidumbre que toma el poder en 1944, parte de la diferenciación de los
valores nacionales amenazados y los valores sustentados por los empresarios
extranjeros (p. 172); ¿pero de qué valores se trata?: no lo dice el autor, pues
más adelante nos habla de que con la reforma agraria podían haberse creado
valores nacionales que hubieran envuelto a la mayoría de la población (p. 174).
Si esa reforma era producto de la burguesía de servidumbre, ¿cómo podrían sus
frutos envolver también al indígena, quien, para los autores, es el único que
posee valores nacionales? Si esa reforma era hecha por colonizadores
intermediarios y crearía valores nacionales, ¿por qué las medidas que se
señalaron en el capítulo anterior no servían? Si el colonizador interior
siempre está envuelto en sus propias contradicciones, ¿por qué no ahora?
Evidentemente porque el Gobierno ensayó medidas marxistas; y no se dieron esos
resultados porque se ensayó una interpretación mecánica del marxismo (p. 175).
Por tanto, para él esas contradicciones internas se resuelven con el marxismo;
pero el marxismo no son esos valores nacionales. Es más, afirma que la pequeña burguesía
de servidumbre que escogió la guerra de guerrillas fue la que mantuvo los
valores nacionales; cuando por el contrario ese grupo fue el que importó una
ideología marxista de corte maoísta, y por tanto, ajena a esos valores
nacionales.
Claramente
se ve en el texto que no han sido los obreros ni los indígenas, los promotores
ni los realizadores de la guerrilla: por tanto, no se da el enfrentamiento de
clases, en el sentido tipo marxista, ni tampoco el enfrentamiento de
explotados-explotadores, colonizados-colonizadores, del sistema colonial. Guzmán
afirma que los que tuvieron una participación decisiva fueron los ladinos
viejos, supuestos descendientes de los conquistadores españoles. Se rompe, por
tanto, el esquema del capítulo III (Proposición I, p. 51).
Las
contradicciones que señala en la burguesía agro-exportadora están vistas sólo
desde «razones económicas», sin aceptar los empeños serios de mejora del país,
que por lo demás son obvios. Dirá que los únicos beneficiados son los
explotadores de la metrópoli (extranjeros).
La
lucha interna ha sido dirigida por elementos de una elite intelectual; y
realizada por elementos ladinos en su mayor parte. La reacción sí ha tendido a
defender el verdadero patrimonio nacional: cristianismo, democracia y civilización
nacional, que es occidental. Frente a esto, se ha querido imponer con la
violencia: la lucha de clases, el odio, y la destrucción. Pero el autor a todo
esto sólo querrá ver razones económicas y el deseo de las «derechas» de
mantener el sistema bicolonial.
Es
indudable que en el país hay serios problemas e injusticias y que se necesitan
cambios; pero no precisamente por el camino que el autor propone: la violencia.
Él ni siquiera acepta los caminos pacíficos -aunque también errados- de algunos
marxistas, que estarían entonces atrapados en el colonialismo interno (p. 187),
«pues su virulencia verbal contrasta con su inactividad en la acción» (p. 190).
VALORACIÓN CONCLUSIVA
Se
ha señalado ya la orientación marxista con que están redactados los ocho capítulos
del libro. A modo de resumen se recogen las líneas centrales del mismo, para
recalcar este sentido marxista del que está empapado, y que mixtificando la
realidad y la historia nada aporta al conocimiento de la situación de
Guatemala.
Se
señalan las páginas de esta recensión donde se tocan esos puntos, aunque se
citan sólo algunos lugares, a modo de ejemplo.
En
los ocho ensayos se pretende hacer un análisis marxista de la sociedad
global guatemalteca (p. 9). Está realizado siguiendo en todo el método del materialismo
dialéctico (p. 2) y aplicando el materialismo histórico (p.
5); pero haciendo notar las características especiales que tiene el
estudio, pues aquí hay que aplicar un modo de producción que es recogido
recientemente por la literatura marxista; el modo de producción colonial (p.
2).
Como
fruto de esto el ladino y el indígena estarían enfrentados en una lucha de
clases, con características específicas -que realmente hace que no exista
ese enfrentamiento- (p. 45). Esa lucha es continuación de la que se dio entre
españoles e indígenas al comienzo de la colonia (p. 9).
Como
producto de ese modo de producción surge el sistema latiminufundista (latifundio
para el ladino, minifundio para el indígena) y la explotación de la
fuerza de trabajo autóctona (indígenas) (p. 10).
La
base ideológica la prestó la Iglesia, que con sus enseñanzas dio vida a
las necesarias representaciones y creencias colectivas que
habrían de justificar el sistema (p. 6).
Como
ese esquema se les rompe, porque realmente no ha existido esa lucha de clases
entre ladinos e indígenas, entonces dirán que los mismos conceptos de indígenas
y ladinos son fetiches según el concepto marxista; que no existen, que
es un modo de esconder la relación de explotación existente (p. 8), y
que el mismo sistema colonial es producto de alienación y será,
por tanto, también él, un fetiche (p. 8).
Eso
hará que el ladino sea un ser ficticio, carente de identidad (pp. 18 a 23); lo
verdaderamente propio y guatemalteco es del indígena, lo demás es extraño,
espúreo. Las teorías y los modos para solucionar los problemas que presenta el
atraso de los indígenas -que ellos dicen que no existe, que las contradicciones
las tiene el ladino y las inventa en el laborioso y explotado indígena-,
serán presentadas por ellos como ideologías, maneras de tergiversar la
realidad por el explotador, producto de su mala conciencia y que
impiden la oposición y el principio de negación (p. 50).
La
única solución, en conclusión, es la violencia, que será el salto
dialéctico (p. 33) que hará posible la superación de todas las
contradicciones. Todas las demás medidas serán falsas y sólo tienen como bases razones
económicas (p. 53).
Para
terminar, puede recordarse que todo el libro está lleno de un fuerte sectarismo
contra la Iglesia; y que está escrito con un tono pesimista, que impide
vislumbrar ninguna solución racional a los problemas de Guatemala.
A.L.
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