GRAMSCI, A.
La formaci—n de los
intelectuales
Grijalbo, S. A. Colecci—n 70.
Barcelona,1974.
Es hecho bien conocido que
Gramsci nopublic— ningœn libro. Cartas, art’culos, colaboraciones y apuntes,
escritos lamayor’a de ellos en la c‡rcel, constituyen la obra de Antonio
Gramsci, quehabr’a de alcanzar gran difusi—n despuŽs de su muerte, ocurrida en
1937.
Segœn se advierte en la nota
editorialdel presente volumen, con el t’tulo La formaci—n de los intelectuales
se publica una selecci—n detextos de Antonio Gramsci tomados de su primer
libro p—stumo, de la serie Cuadernosde la c‡rcel,que se empez— a
publicar en 1948.
Pudiera parecer que con el
t’tulo de Laformaci—n de los intelectuales se estudia el problema de la
formaci—n de un nœcleoreducido, aunque influyente. Sin duda, de esto se trata,
pero dada la condici—nde fil—sofos quea todos los hombres atribuye
Gramsci, bien se puede pensar que en œltimainstancia en el pensamiento
gramsciano hablar de la formaci—n de losintelectuales es tanto como hablar de
la formaci—n del pueblo. ÇPlanteado elprincipio de que todos los hombres son
fil—sofos (...), lo que no se puede esconcebir a ningœn hombre Ña no ser que
patol—gicamente sea idiotaÑ que no seafil—sofo, que no piense y, precisamente,
porque el pensar es propio de lanaturaleza del hombreÈ (pp. 88-89).[1]
Claro est‡ que existen los
fil—sofostradicionales o tŽcnicos, que se distinguen del resto de los hombres.
ÇElfil—sofo profesional o tŽcnico, no solamente piensa con mayor rigor de
l—gica,con superior coherencia, con m‡s alto sentido de las reglas que los
dem‡shombres, sino conoce toda la historia del pensamiento, se da cuenta de
laevoluci—n alcanzada por Žl mismo hasta el momento y est‡ en condiciones
deabordar los problemas en el punto en que se encuentran, luego de que
sufrieronlas m‡ximas tentativas de soluci—n. Tiene, en el terreno del
pensamiento, lamisma funci—n que, en los mœltiples campos cient’ficos, se
asignan a losespecialistasÈ (p. 88).
A pesar de la distinci—n entre
elfil—sofo profesional y el resto de los hombres, entre aquel y Žstos Çno
existeÈdiferencia cualitativa, sino s—lo ÇcuantitativaÈ y, por otra parte, unos
yotros est‡n llamados a integrarse en el Çhombre colectivoÈ, verdadero
protagonistade la historia. ÇEl movimiento hist—rico no puede ser realizado m‡s
que por elÇhombre colectivoÈ, que presupone el logro de una unidad
cultural-social en lacual la multiplicaci—n de valores dispersos con
heterogeneidad de fines, sesueldan en idŽntico objetivo sobre la base de una
misma concepci—n del mundoÈ(p. 90).
En los textos que se acaban
detranscribir aparece ya el equ’voco en que se mueve el pensamiento de
Gramsci.Se puede aceptar sin dificultad ninguna, que todo hombre piensa
precisamente porqueel pensar es propio de la naturaleza del hombre. A todo
hombre le es propio elsentido comœn en Çel que una serie de juicios identifica
la causa exacta,simple y a la mano, y no se deja desviar por extravagancias
eincomprensibilidades metaf’sicas pseudo-profundas, pseudo-cient’ficas,
etc.È(p. 89). Pero no hay que olvidar que, en otros lugares, Gramsci llama
ÇsentidocomœnÈ a la Çnueva culturaÈ que ser‡ preciso inculcar en las masas, es
decir,lo contrario del Çsentido comœnÈ como conocimiento espont‡neo que la metaf’sicaperfecciona,
pero no suprime. Esto explica c—mo en otra ocasi—n escribe que Çlafilosof’a es
la cr’tica y la superaci—n (...) del sentido comœnÈ (p. 64).Muestra el
pensamiento como una realizaci—n ÇindividualÈ; mas, por otra parte,hablar de
Çla naturaleza del hombreÈ es ponerse en riesgo de reconocer el valorde la
metaf’sica. Un marxista, cuya base intelectual est‡ en el
evolucionismohistoricista, no puede aceptar esa situaci—n. Llevar‡ el tema a la
descripci—nsociol—gica y, como hemos visto, al arbitrario concepto de Çhombre
colectivoÈ.Le sigue, a pesar de todo, hurgando el problema de la Çnaturaleza
humanaÈ.Rechaza como sedimento Çteol—gicoÈ y Çmetaf’sicoÈ el considerar la
naturalezahumana como principio de la unidad del gŽnero humano y la hace consistir
m‡sbien en un resultado; la Çnaturaleza humanaÈ se forma en el Çcomplejo de
lasrelaciones socialesÈ (p. 97). Ya tenemos aqu’ las ideas marxistas, que en
elfondo hacen desaparecer al hombre: el Çhombre colectivoÈ y el Çcomplejo de
lasrelaciones sociales È .
En medio de estas
contradicciones, elinterŽs de Gramsci por la formaci—n de los intelectuales
arranca del puestoclave que ocupan en la sociedad. ÇTodo grupo social que surge
sobre la baseoriginal de una funci—n esencial en el mundo de la producci—n
econ—mica,establece junto a Žl, org‡nicamente, uno o m‡s tipos de intelectuales
que ledan homogeneidad no s—lo en el campo econ—mico sino tambiŽn en el social
y enel pol’ticoÈ (p. 21). El Çintelectual org‡nicoÈ, en una de las
expresionesutilizadas por Gramsci, emerge sobre el terreno a exigencias de una
funci—nnecesaria en el campo de la producci—n econ—mica. ÇAs’, por ejemplo,
elempresario capitalista crea consigo al tŽcnico de la industria, etc. A su
vez,el obrero instituye al organizador sindical, al revolucionario profesional,
ytambiŽn a organizadores de una nueva culturaÈ (p. 22, nota 1). Para
Gramsci,los intelectuales no son independientes, aut—nomos. Con toda raz—n dice
que Çencualquier trabajo f’sico aœn en el m‡s mec‡nico y descualificado, hay un
m’nimode cualidad creadoraÈ (p. 25). Pero no se toma el trabajo de aclarar c—mo
Çdelcomplejo general de las relaciones socialesÈ, a las que viene a unirse
elÇsistema de relacionesÈ, propios de la actividad intelectual, surge Žsta,
queprecisamente se caracteriza por trascender al puro quehacer material.
Por otra parte, Gramsci reprocha
a losintelectuales burgueses, y se refiere en especial a los italianos, el que
no sesientan Çligados al pueblo (...), sino que frente al pueblo son algo
estancado,vac’o, sin apoyo aparente, es decir, son una casta y no algo
articulado confunciones org‡nicas del mismo puebloÈ (p. 156).
El car‡cter m‡s bien deslavazado
de losescritos de Gramsci, dificulta el intento de buscar el nexo entre las
ideasexpuestas en un sitio e ideas expuestas en otro. Por otra parte,
lascontradicciones del marxismo aparecen con mucha frecuencia, empezando por
elconcepto mismo de hombre. En un lugar dice que Çes deseable crear un
conceptoparticular de la vida y cr’ticamente, en conexi—n con el trabajo cerebral,elegir
la esfera propia de actividad, participar vivamente en la historia delmundo,
ser gu’as de s’ mismos y no aceptar ya pasiva e irreflexivamente laimpronta
ajena a nuestra propia personalidadÈ (p. 62). Ese Çgu’a de s’ mismoÈ Ñfabbrodi
se stesso,dice en otra ocasi—nÑ, est‡ en el horizonte marxista del hombre
que no escreado, sino que se crea a s’ mismo por su trabajo.
En el plano meramente
sociol—gico, Àc—moser Çgu’a de s’ mismoÈ y no aceptar pasiva e irreflexivamente
la impronta ajenaa nuestra propia personalidad si Çsiempre se es hombre-masa u
hombrecolectivoÈ? (p. 62, nota I). Esta es la contradicci—n en que constantemente se
debateGramsci. Por una parte sue–a con la libertad, por otra, su marxismo
radical leencierra en el desolador concepto del hombre colectivo. Dif’cilmente
se puedehacer a un hombre protagonista de su vida si se le considera
simplemente un resultado de determinados factoressociales.
La condici—n de principio se
transfiereal partido como depositario de toda ciencia y de todo poder. ÇLa
innovaci—n(necesaria para el mejoramiento de la sociedad), no puede llegar de
las masasen sus primitivos estadios, sino por la gesti—n de una Žlite cuya
concepci—n impl’cita de laactividad humana se ha convertido en cierto modo en
conciencia real, coherentey sistem‡tica, en voluntad precisa y decididaÈ (p.
76). Pero, Àc—mo o por quŽcausa esa Žlite se convierte en conciencia real? La
contestaci—n estaba ya dadade antemano en el reduccionismo pol’tico propio del
marxismo al que se aferraconstantemente Gramsci. ÇEs de realzar la importancia
de la elaboraci—n ydifusi—n de las concepciones del mundo que asumen los
partidos pol’ticos en lavida contempor‡nea, por cuanto, esencialmente, crean la
Žtica y la pol’ticaconforme a s’ mismos, es decir, ejercen casi de
ÇexperimentadoresÈ hist—ricosde esas concepciones. Los partidos seleccionan en
particular la masa que actœay la selecci—n sucede, conjuntamente en el campo
pr‡ctico y en el te—rico enuna relaci—n entre teor’a y pr‡ctica, tanto m‡s
estrecha cuanto la concepci—nes m‡s vital, radicalmente renovadora y
antagonista del viejo modo de pensar.Esta es la raz—n que permite decir que los
partidos son los creadores de la nuevaintelectualidad integral y cabal, el
crisol de la unificaci—n de teor’a ypr‡ctica, entendida esa unidad como proceso
hist—rico realÈ (pp. 75-76).
No hay duda, de que sobre todas
laspreocupaciones intelectuales y filos—ficas de Gramsci, est‡ la supremac’a
delpartido como principio unificador de teor’a y pr‡ctica, de individuo
ycolectividad, de Žlite y masa. La raz—n de la supremac’a del partido se
hallaen œltima instancia en que, para el marxismo gramsciano, toda la
actividadhumana se resume en actividad pol’tica. ÇLa relaci—n entre
filosof’a"superior" y sentido comœn est‡ asegurada por la pol’ticaÈ
(p. 71).ÇLa filosof’a es pol’tica y (...) todo fil—sofo es, fundamentalmente,
unpol’ticoÈ (p. 100). ÇY puesto que el obrar es siempre un obrar pol’tico, Àno
sepuede afirmar que la filosof’a real de cada quien est‡ cabalmente contenida
ensu pol’tica?È (p. 65).
Incluso, tal vez incurriendo en
unaherej’a marxista, Gramsci coloca la pol’tica como una resoluci—n de todas
lasactividades hist—ricas, tambiŽn de la econom’a: ÇLa consideraci—n de que
todoslos miembros del partido pol’tico deben ser estimados como intelectuales,
esalgo que quiz‡ se preste a motivo de burla y de rid’culo, pero, si
sereflexiona, nada m‡s exacto que esta afirmaci—n. Podr‡ haber
diferenciasgraduales y, sin embargo, lo importante no es el mayor o menor
volumen de m‡s omenos alta graduaci—n en la composici—n del partido, sino su
funci—n directivay organizativa, educativa, es decir, intelectual. Un
comerciante no ingresa enel partido pol’tico para comerciar, ni un industrial
para fabricar m‡s y amenor costo, o el campesino para aprender nuevos mŽtodos
de cultivo de latierra (...). En el partido pol’tico, los componentes del
gruposocial-econ—mico superan esta preocupaci—n del desarrollo hist—rico y
setransforman en agentes de actividades generales de car‡cter nacional
einternacionalÈ (pp. 35-36).
Es interesante la larga cita que
se acabade transcribir porque en ella se encuentra claramente expresada, de una
parte,la supremac’a del partido sobre cualquier otra instituci—n; y por otra,
elquehacer intelectual y educativo del partido. Porque aqu’ est‡ todo el
meollode la teor’a de Gramsci sobre la formaci—n del intelectual: todos
somosintelectuales, en algœn sentido, en la medida en que todos participamos
delsentido comœn o del buen sentido; pero es menester la actividad
deintelectuales profesionales o tŽcnicos para convertir en conciencia real Ñen
unÇnuevoÈ sentido comœn, materialista, hist—ricoÑ y en voluntad precisa y
decididael buen sentido de la masa; el principio unificador y formativo radica
enœltima instancia en el partido pol’tico. Con las ambigŸedades y
contradiccionesdel marxismo y como consecuencia tambiŽn de las peculiares
caracter’sticaspersonales del mismo Gramsci, Žste habla de Çautonom’a
espiritualÈ, de Çlapropia libertadÈ..., de Çla vida interiorÈ, de tantas
realidades que chocan conla visi—n materialista del hombre, pero a las que de
hecho no se puedenrenunciar, para terminar diciendo que los hombres organizados
Çen el partidocomunista (...), en el partido se han creado una nueva
personalidad, hanadquirido sentimientos nuevos y conseguido los beneficios de
una vida moral quepropende a convertirse en conciencia universal y objetivo
para todos los hombresÈ(p. 45).
Sobre las bases ideol—gicas que
se acabande mencionar, es decir, el intelectual o fil—sofo ÇprofesionalÈ
emergiendo delpueblo y reobrando sobre Žl como conciencia cr’tica, el hombre
individualdisuelto en el Çhombre colectivoÈ, autŽntico realizador del
movimientohist—rico, reduciendo toda la actividad humana a actividad pol’tica,
y poniendoel Partido Comunista como definidor, ‡rbitro y principio orientador
de todaactividad, Gramsci desarrolla una teor’a de la escuela y de la
educaci—n, paracuyo entendimiento se han de tener en cuenta las bases
ideol—gicas que seacaban de mencionar, pero tambiŽn el ambiente de Italia en
los a–os en queescrib’a, ambiente que estaba dominado por el fascismo en la
pol’tica ypenetrado de la influencia de la Iglesia Cat—lica.
Cuando Gramsci empieza a hablar
de laescuela adopta una de esas t’picas posturas perfectamente compatibles con
lal—gica del marxismo que puede hoy negar lo que ayer afirmaba. Gramsci empez—
ahablar de la escuela atacando la reforma llevada a cabo por Gentile,
elfil—sofo idealista, ministro de Educaci—n en el fascismo italiano. Para
atacarel fascismo defiende la escuela anterior, la escuela tradicional
cuyoÇprincipio educativo sobre el que se basaban las escuelas primarias era el
delconcepto del trabajo, el cual no puede realizarse con toda fuerza expansiva
sinel conocimiento exacto y realista de las leyes de la naturaleza y sin un
ordenlegal que regule la vida de los hombres entre s’, orden que debe ser
respetadopor convencimiento espont‡neo y no œnicamente por imposici—n de la
sociedad;respetado como reconocida necesidad Ñque en s’ indica libertadÑ y no
comosimple coerci—nÈ (p. 124).
ÇLas escuelas primarias
mostraban dosfundamentos para la formaci—n y educaci—n de los ni–os: las
nocioneselementales de ciencias naturales y el inicio de los conocimientos de
losderechos y deberes del ciudadanoÈ (p. 123).
Gramsci ataca la reforma Gentile
por elestablecimiento de las escuelas privadas, por la reintroducci—n de la
ense–anzareligiosa en la ense–anza primaria, por la ampliaci—n del estudio del
lat’n yen general por la tendencia humanista, en el sentido cl‡sico, de que
toda lareforma estaba imbuida. ÇEl distingo entre Òinstrucci—nÓ y Òeducaci—nÓ,
fue unode los caballos de batalla de la pedagog’a idealista contra la
tradicional, enel que la instrucci—n aparec’a pura y simplemente como obtenci—n
de un volumendado de conocimientos, y la Çeducaci—nÈ se presentaba en cambio,
como el logrodel mŽtodo, de la madurez y de una particular lucidez mental que
permit’a eljuicio sobre los hombres y cosasÈ (p. 126, nota VII). Asistimos aqu’
a unacuriosa lucha entre dos ramas de un mismo tronco. El marxismo y el
idealismofascista, hijos uno y otro de Hegel, han polarizado la actuaci—n
pol’tica queen uno y otro extremo lleva subsumida la actuaci—n pedag—gica. Una
de las ideasb‡sicas de Gramsci es justamente que el sentido comœn de la masa
debe sertransformado en conciencia cr’tica, es decir Çuna particular lucidez
mental que(permita) el juicio sobre hombres y cosasÈ. Mas como esto parec’a ser
tambiŽnbandera de la educaci—n fascista, rechaza tal idea al hablar de la
escuela y semuestra partidario de la instrucci—n como adquisici—n de
conocimientos. Dealgœn modo parece que se mueve, Gramsci, en el concepto
herbartiano de lainstrucci—n educativa. RefiriŽndose a la escuela media dice
que Çel estudio ola mayor parte del estudio debe ser (o parecer a los
disc’pulos) desinteresado,o sea, no tener objetivo pr‡ctico inmediato o
demasiado inmediato. Debe serformativo y tambiŽn ÇinstructivoÈ, es decir, rico
en conocimientos concretosÈ(p. 133). En estas palabras, Gramsci parece ser un
defensor de la ense–anza quem‡s tarde iba a ser calificada por otro marxista,
Freire, como ÇbancariaÈ, esdecir, mera acumulaci—n de conocimientos que para
nada sirven, sino paraesclavizar al sujeto la cultura burguesa que le rodea y
oprime.
TambiŽn por atacar al fascismo,
Gramscidefiende la escuela tradicional en un campo tan querido por Žl como es
lafilosof’a. La nueva organizaci—n de los estudios Çempobrece la ense–anza de
lafilosof’a y pr‡cticamente rebaja su categor’a, no obstante que racionalmente
elcurso se aparece bell’simo, de una belleza ut—pica. (La reforma
Gentiletransform— la ense–anza de la filosof’a, imponiendo en los tres a–os de
Liceoel estudio de todo el decurso de la historia de la filosof’a, y como
puedeimaginarse, su ense–anza result— necesariamente superficial. En cambio,
antesde la reforma Gentile, se estudiaba la filosof’a de forma
descriptiva,analizando sus cuestiones fundamentales). La filosof’a descriptiva
tradicional,reforzada por un curso de historia de la filosof’a y por la lectura
de ciertonœmero de fil—sofos, parece ser lo m‡s indicado. La filosof’a
descriptiva y dedefinici—n ser‡ una abstracci—n dogm‡tica al igual que la
gram‡tica y lamatem‡tica, pero es una necesidad pedag—gica y did‡cticaÈ (pp.
135-136). Aqu’realmente Gramsci se pas—, con armas y bagajes, al enemigo con
tal de atacar ala reforma Gentile. Porque nada m‡s acorde con el marxismo, cuya
idea centralse halla en el materialismo dialŽctico, que conocer o estudiar la
filosof’acomo historia, es decir, como evoluci—n y cambio y no de una
manerasistem‡tica, como ven’a haciŽndose de modo tradicional. Pero ya lo hemos
dichom‡s de una vez, contradicci—n m‡s o menos no importa en el
pensamientomarxista. Gramsci se contradice tambiŽn a s’ mismo en esta ocasi—n,
ya queantes hab’a expl’citamente escrito: ÇNo se puede separar la filosof’a de
lahistoria de la filosof’a ni la cultura de la historia de la cultura. No
esposible ser fil—sofo en la cabal acepci—n de su significado, sin poseer
unconcepto de la vida cr’ticamente coherente y el conocimiento de
suhistoricidadÈ (p. 63, nota II).
Al hilo de sus ataques al
fascismo,expone Gramsci algunas ideas que ciertamente se podr’an compartir, si
por historicidad el comunista italiano noentendiera la creaci—n del
hombre por el hombre.
En primer lugar, la necesidad de
esfuerzoen la educaci—n. ÇEl muchacho se esfuerza con b‡rbara, baralipton,
se fatiga; y ciertamente, habr‡de buscar el fatigarse lo menos posible, pero
tambiŽn es cierto que no podr‡dejar de fatigarse para aprender a obligarse a s’
mismo a privaciones ylimitaciones de movimiento f’sico, es decir, a someterse a
un aprendizajepsicof’sico. Se precisa persuadir a mucha gente de que tambiŽn el
estudio es unoficio, y muy fatigoso, con un aprendizaje especial Ñadem‡s del
intelectualÑ,muscular y nervioso: es un proceso de adaptaci—n, un h‡bito
adquirido con elesfuerzo, la molestia e incluso el sufrimiento. La
participaci—n de las m‡samplias masas en la escuela media comporta la tendencia
a relajar la disciplinaen el estudio, a demandar facilidades. Por a–adidura,
muchos piensan que lasdificultades son artificiosas, porque est‡n habituados a
considerar trabajo yfatiga s—lo en el trabajo manualÈ (pp. 136-137).
ÇTambiŽn se puede aceptar la
necesidad deuna culturaÈ, de una Çcultura general, human’stica, formativa, que
considerejustamente el desarrollo de la capacidad de obrar manualmente
(tŽcnica,industrialmente) y el de la potencialidad del trabajo intelectualÈ (p.
141).Claro est‡ que junto a esta idea, f‡cilmente aceptable, en la que la
llamadacultura general se ensamble con la capacidad de trabajo intelectual y
manual,Gramsci pone la idea totalitaria de Çescuela œnicaÈ, que el comunismo
recogi—de la tradici—n revolucionaria napole—nica.
Incluso en el problema del
dogmatismo,que tan mala literatura tiene en los momentos actuales y que constantementeest‡
recibiendo cr’ticas, precisamente de los ambientes y produccionesmarxistas,
Gramsci no duda en afirmar que Çen las escuelas elemental y media(...), es
pr‡cticamente imprescindible cierto dogmatismo que s—lo puedeabsorberse y
diluirse en el ciclo interno del curso escolarÈ (p. 135). Con estaafirmaci—n
Gramsci niega uno de los puntos de apoyo en que aparentemente seapoya el
pensamiento marxista, la necesidad de un continuo examen cr’tico de todo
lo que se presente comoverdad, incluso el concepto mismo de verdad. Claro est‡
que no s—lo Gramsci,sino de hecho todo el sistema pedag—gico marxista empieza y
termina en undogmatismo cerrado, el dogmatismo absoluto del partido.
ÇToda escuela unitaria es
din‡mica(activa), si bien, en este terreno, es necesario establecer l’mites a
laideolog’a libertaria y reivindicar con cierta energ’a el deber de
lasgeneraciones adultas Ño sea, del EstadoÑ para conformar a las
nuevasgeneraciones. Todav’a se est‡ en la fase rom‡ntica de la escuela
din‡mica, faseen la que los elementos de lucha contra la escuela mecanicista y
jesu’tica sehan dilatado morbosamente por razones de contraste y de polŽmica;
se requiereentrar en la etapa Çcl‡sicaÈ, racional, y encontrar en los fines a
conseguir lafuente natural para establecer mŽtodos y formasÈ (pp. 147-148).
Por mucho que, respondiendo
alpensamiento marxista, habla Gramsci del Çhombre colectivoÈ no puede
sustraerse,como en realidad nadie se sustrae, a dise–ar m‡s o menos n’tidamente
el tipo dehombre que a travŽs de la educaci—n quiere formar. ÇSe plantea el
problema demodificar la preparaci—n del personal tŽcnico-pol’tico completando
su culturade acuerdo con los nuevos imperativos, formando nuevos tipos de
funcionariosespecializados que, colegiadamente, integran la actividad deliberativa,
latradicional imagen del ÇdirigenteÈ, pol’tico œnicamente preparado para
tareasjur’dico-formales, es anacr—nica y un peligro para la vida estatal.
Eldirigente debe tener el m’nimo de cultura tŽcnica general que le permita, si
noÇestablecerÈ de por s’ las adecuadas soluciones requeridas, s’ saber
valorarlas soluciones presentadas por los expertos y escoger, por tanto,
loconveniente desde el punto de vista ÇsintŽticoÈ de la tŽcnica pol’ticaÈ
(p.142). A poco que se mediten estas palabras se encuentra uno con la sorpresa
deque el tipo de hombre que se quiere preparar es el dirigente.
Curiosamente,este dirigente dise–ado por el fil—sofo marxista en nada difiere
del ejecutivo,t’pico ejemplar del mundo capitalista. Tampoco en el mundo
capitalista el quedice la œltima palabra es el especialista, sino aquŽl que
tiene capacidad des’ntesis para escoger la soluci—n entre las opciones que le
presenten losexpertos. Tal vez la œnica diferencia se halle en una paradoja:
que mientras elfil—sofo marxista acentœa lo pol’tico en œltima instancia, el
mundo capitalistase queda, aparentemente, en el terreno econ—mico y
empresarial. Pero tambiŽnsabe todo el mundo que las grandes empresas terminan
por ser fuentes de poderpol’tico.
En œltima instancia, la escuela
es lomismo que los Institutos de alta cultura Çinstrumento de preparaci—n
deintelectuales de diversas categor’asÈ (p. 28)... ÇEscuelas e Institutos de
altacultura son semejantesÈ (p. 29). Unos y otros son instrumentos de lucha
creandoÇintelectuales org‡nicos propiosÈ que sean capaces de asimilar su
ideolog’a.Bien entendido que en la mente de Gramsci, como hemos visto, la
ideolog’a lacrea el partido de donde resulta que la tan tra’da y llevada
personalidad no esm‡s que un reflejo de la acci—n de factores externos al hombre
mismo. Ens’ntesis, para Gramsci, la educaci—n no es, aunque a veces aparezca en
suspalabras, formaci—n de la personalidad individual, que en el marxismo
est‡vaciada de sentido, sino modificaci—n de las relaciones sociales. ÇSi la
propiaindividualidad es el conjunto de estas relaciones (del trabajo y de la
tŽcnicaprincipalmente) hacerse de personalidad, quiere decir adquirir
conciencia deesas relaciones, y modificar la personalidad significa cambiar el
conjunto deesas relacionesÈ (p. 94).
Una obsesi—n que aparece en los
escritosde Gramsci es la acci—n de la Iglesia Cat—lica en tanto que
instituci—nportadora de una doctrina y realizadora de una acci—n formativa de
los hombres.Tras afirmar que Çla filosof’a es la cr’tica y la superaci—n de la
religi—n ydel sentido comœnÈ (p. 64), utiliza la burda idea, tan comœn en
quienespolemizan contra la religi—n, de que en la Iglesia hay como dos
estratos, el delos intelectuales y el de los ÇsimplesÈ, entre los cuales hay
una ruptura quela Iglesia no se propone superar elevando a los ÇsimplesÈ al
nivel de losintelectuales, sino Çejerciendo una disciplina de hierro sobre
losintelectuales para que no sobrepasen ciertos l’mites en la
diferenciaci—n,haciŽndola catastr—fica e irreparableÈ (pp. 71-72). Algo as’
como si en laIglesia Cat—lica interesara la existencia de ciertos
intelectuales, perorebajados a fin de que no se diferencien mucho de los
tontos.
No importa que luego se
contradiga cuandoal hablar de las exigencias del pueblo, pone de relieve,
exagerando esta vez,las tintas por otro lado, el interŽs que la Iglesia tiene
por la elevaci—n dela cultura popular. Estas son sus palabras: Çno conviene
dejarse ilusionar porla discreta difusi—n de que gozan ciertos libros cat—licos
(...), esos librosse regalan en numeros’simas ceremonias, se leen como castigo,
por imposici—n,por desesperaci—nÈ (p. 158). Como se puede ver, en unas partes
Gramsci presentaa la Iglesia atenazando a los intelectuales para que no se
despeguen demasiado delpueblo y por otra, imponiendo al pueblo, hasta la
desesperaci—n, el trabajo deleer.
La posici—n de la filosof’a de
lapr‡ctica (es decir, la marxista) es la ant’tesis de la cat—lica. ÇAquella no
seorienta a mantener a los ÇsimplesÈ en su primera filosof’a del sentido
comœn,sino, por el contrario, a guiarlos hacia una concepci—n superior de la
vidaÈ(pp. 72-73). A poco que estas palabras se mediten aparece el
subconscientetraicionando a Gramsci, ya que atribuye a la filosof’a de la
praxis lo que ha venidohaciendo la Iglesia Cat—lica a travŽs de los siglos.
Basta recordar la inmensatarea civilizadora de la Iglesia a lo largo de la
Historia y el enorme esfuerzoeducativo que ha realizado de generaci—n en
generaci—n.
Al hablar del concepto del
hombre, contoda tranquilidad, Gramsci afirma que Çtodos albergan la vaga
intuici—n de quese equivocan haciendo del catolicismo la gu’a de su proceder, y
esto es tancierto, que nadie, llam‡ndose cat—lico, se atiene a Žl en sus normas
de vida.Un cat—lico integral, es decir, alguien que se sometiera a las reglas
deconducta del catolicismo en todo acto de su vida, parecer’a un monstruo; de
loque se desprende que lo m‡s perentorio es la cr’tica del mismo
catolicismoÈ(pp. 92-93).
No parece exagerado pensar que
estasœltimas palabras de Gramsci encierran, con el ataque a la Iglesia, el
deseo deimitarla en sus rasgos formales. ÇLa insuficiencia de los
intelectualescat—licos y el exigŸo Žxito de su literatura forman en los ’ndices
m‡sexpresivos de la brecha profunda que existe entre religi—n y pueblo. Este
sehalla en misŽrrimo estado de indiferencia y carencia de vigorosa
vidaespiritual. La religi—n permanece en estado de superstici—n y no ha
sidosustituida por una nueva moralidad laica y human’stica, debido a la
incapacidadde los intelectuales laicosÈ (p. 159). Gramsci desea, en cambio, una
Çreformaintelectual y moralÈ, a la vez anticristiana y antiliberal; est‡
convencido deque la acci—n culturaldel comunismo, al penetrar en las
Çmasas cat—licasÈ llevar‡ a Žstas,finalmente, a Çdecapitar a DiosÈ.
La Çdecapitaci—n de DiosÈ y el
Çsuicidiodel catolicismoÈ, en base a esa penetraci—n, es el objetivo
prioritario deGramsci. No obstante, desde hace algœn tiempo se ha venido
difundiendo la ideade que Gramsci se habr’a mostrado m‡s comprensivo con la
religi—n que Marx oLenin, al haber reformado impl’citamente la doctrina
marxista-leninista hastael punto de hacer posible una leal colaboraci—n entre
cat—licos y comunistas.
Dos elementos se confunden en
esta idea.Por un lado, la posibilidad del compromiso pr‡ctico, lo cual, siendo
de ra’znetamente gramsciana, constituye sin embargo un desarrollo posterior de
sut‡ctica. Por otro, la actitud de Gramsci frente a la religi—n, que en
realidades de aversi—n total, y hasta se debe a–adir que es anterior a su
comunismote—rico y pr‡ctico. De hecho, aunque sea posible Ñcomo algunos
autoressostienenÑ hablar de dos Gramsci diferentes entre sus primeros escritos
y susobras posteriores, su aprior’stica postura anticat—lica permanece
rigurosamenteinmutada en los textos de las dos Žpocas.
La ÇmodernidadÈ, entendida como
exclusi—ny exterminio de toda realidad transcendente, es la primera categor’a
delpensamiento de Gramsci. Y esto no contradice el que, para Žl, la lucha
contra lareligi—n deba evitar la persecuci—n. Es m‡s: ÇmŽritoÈ de Gramsci el
haberdescubierto, yendo m‡s all‡ de Marx y Lenin, un modo diab—licamente
m‡sperfecto de combatir la fe religiosa que la persecuci—n, por directa
oindirecta que Žsta sea. Gramsci, en efecto, ha advertido que las
persecucionesexternas refuerzan la fe, mientras que resulta m‡s eficaz minar a
la Iglesiadesde dentro, por medio de una acci—n cultural que logre
infiltrarse en su interior. Deaqu’ que en la misma l’nea, como t‡ctica de
penetraci—n sea tambiŽn posible unentendimiento pr‡ctico con los cat—licos,
pero sin renunciar jam‡s a losprincipios te—ricos, ni al objetivo de destruir
la Iglesia, ni al fin de lahegemon’a comunista.
En este sentido, no ha habido
mejor formade llevar a la pr‡ctica las teor’as de Gramsci que la de aquellos
cat—licos quese han dejado influir por sus ideas. Imaginando que para adquirir
una fepurificada es preciso pasar por el ate’smo, la triste experiencia de
Žstos noha hecho m‡s que probar la consistencia de la t‡ctica gramsciana,
porque elnœmero de los que partiendo de aquella tesis, han abandonado
sucesivamente laIglesia Ño peor aœn, permaneciendo, han atacado su doctrina y
su moralÑ, esampliamente superior al de los que han persistido fieles.
De la Iglesia, Gramsci quiere
imitar esellegar con la misma doctrina a todos: intelectuales y simples. Pero
estadoctrina, en el comunismo, es s—lo inmanente, atea, suprime la libertad; no
espara la persona, sino para un Çhombre colectivoÈ que no es m‡s que Çel
conjuntode relaciones socialesÈ. El intelectual formado segœn el pensamiento de
Gramscitender‡ inexorablemente a atacar a la religi—n y, con ella, la libertad.
Elprincipio de inmanencia tiende a formar un Çdios mortalÈ, que resulta
siempretotalitario. Los intelectuales Çol‡nicosÈ de Gramsci organizan el ataque
contrala religi—n y contra la libertad.
V.G.H.
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[1]La menci—n de las p‡ginas de lostextos literales se refiere, como es l—gico, al libro objeto de estecomentario. A veces la traducci—n parece poco correcta; a pesar de todo, setranscriben literalmente las citas como aparecen en el texto espa–ol.